“Per aspera ad astra” – Séneca el Joven El filósofo romano, Séneca el Joven, nos propone una frase en latín que traducida reza: “a través de las dificultades a las estrellas”, algo que podría describir a grandes rasgos el periplo que emprende el personaje compuesto por Brad Pitt en la obra más reciente de James Gray. El director de “The Lost City of Z” (2016) y “We Own The Night” (2007) se sumerge en el género de la ciencia ficción para contar un relato humano e intimista que teoriza sobre la soledad, la posibilidad de repetir los errores de nuestros padres, la búsqueda de identidad y la constante perseverancia del ser humano para anteponerse frente la inminente adversidad. El largometraje sitúa el foco en el personaje de Roy McBride (Brad Pitt), un astronauta absolutamente comprometido con su trabajo, tarea por la cual termina distanciándose de su esposa Eve (Liv Tyler). Su labor comprende la exploración espacial y gracias a su temple de acero, esto hace que comience a ganarse la confianza de sus superiores. Es por ello que la empresa aeroespacial le encomienda la misión de viajar a los límites exteriores del sistema solar para encontrar a su padre perdido (Tommy Lee Jones), el cual creía difunto en primera instancia. La curiosidad como explorador lleva a Roy a investigar si realmente su padre está vivo en la otra punta de la galaxia y si su antigua misión tiene algún tipo de contacto con un fenómeno que amenaza la supervivencia de nuestro planeta. Su viaje desvelará secretos que desafían la naturaleza de la existencia humana y nuestro lugar en el cosmos. “Ad Astra” es un relato que explora toda la cuestión metafísica y científica de la travesía espacial que emprenden los personajes pero desde un costado bastante original. Resulta ser como una mixtura entre la solemnidad y el aire meditativo de “Solaris” (1971) de Tarkovski pero también el ritmo y la tensión de “Interstellar” (2014) de Nolan. Para ello, Gray le imprime una estética marcada, compuesta por la belleza compositiva de la fotografía de Hoyte van Hoytema (habitual colaborador de Christopher Nolan, con quien trabajó en “Interstellar”) y una sensibilidad musical inspiradora que propone Max Richter (“Shutter Island”), reflejando toda esa confusión, soledad e introspección que propone el director. El diseño de producción también comprende uno de los puntos altos del film, al igual que la edición que sabe yuxtaponer muy bien los momentos de acción y los de reflexión. Demás está decir que la interpretación de Brad Pitt se coloca en un nivel superlativo, otorgando varios momentos brillantes donde podemos sentir y palpar la confusión y la soledad por la que atraviesa su personaje. Lo interesante de la propuesta es que básicamente nos hallamos ante un profundo drama familiar situado en el espacio. La acción se sitúa en el cosmos pero la problemática es bien universal y cotidiana, examinando el vínculo entre padre e hijo. Otro aspecto interesante radica en las numerosas sesiones de evaluación psicológica que atraviesa Roy, donde se está determinando su aptitud para seguir en la misión o si su psiquis se ve comprometida para continuar. Aquellas conversaciones del personaje de Pitt con la máquina revelan más sobre su estado de ánimo, la melancolía latente y su vida personal que la forma en la que actúa y se vincula con sus pares humanos. “Ad Astra” es una obra maravillosa de James Gray donde se analizan tanto cuestiones existenciales inherentes al ser humano como su forma de vincularse afectivamente con el otro, entre varias otras cosas. También el director aprovecha para hacer una crítica social sobre el consumo y la explotación del planeta pero sin caer en lugares comunes. Un film extraordinario que sabe amalgamar muy bien el drama familiar con el thriller de acción, invitando al espectador a reflexionar sobre varios tópicos universales. Todo eso envuelto en una atractiva propuesta visual y estética que también fue interpretada estupendamente por Brad Pitt.
Ad Astra, de James Gray, su reciente incursión en el cine fantástico, logra sorprender por la calidad de sus imágenes, en una película que iba a ser estrenada en la primera mitad de 2019. Aparentemente la adquisición de Fox por parte de Disney decidió a esta retrasar su presentación, además de incorporarle nuevos efectos especiales. De hecho, la larga escena inicial en que el astronauta Roy McBride (Brad Pitt) se encuentra escalando una gigantesca antena con otros colegas hasta que sobreviene un desastre resulta extremamente impactante. También la ocurrencia de fenómenos climáticos muy graves, que quizás provengan de otros planetas de nuestro universo (los llaman “The Surge”), sea un motivo del viaje que deberá emprender Roy. Gray se definió en gran parte por la realización del film al encontrar una cita de Arthur C. Clarke. El fallecido escritor de 2001 y de una obra más temprana y afín como El fin de la infancia afirmaba: “Existen dos posibilidades: o estamos solos en el universo o no lo estamos. Ambas son igualmente terroríficas”. El director de Little Odessa agregó el siguiente comentario : “Pensé que nunca había visto un film donde un hombre está solo en el espacio y me decidí”. La trama justamente se refiere a la búsqueda que Pitt decide emprender de su padre (Tommy Lee Jones), de idéntica profesión, quien quizás aún viva pese a haber transcurrido casi veinte años desde el momento en que se dirigía hacia el planeta Neptuno en busca de vida inteligente. Todo transcurre en un futuro algo lejano y no siempre tan verosímil, con viajes (comerciales) a la luna y desde allí a Marte y Saturno, entre otros planetas. En ese viaje, al principio, es acompañado entre otros por un veterano astronauta, quien de alguna manera lo está vigilando. Dicho rol secundario lo interpreta Donald Sutherland, aunque poco agrega esto a su larga y consagrada carrera. Llegado a la luna deberán hacer un trasbordo a otra nave con destino a Marte. Pero en ese desplazamiento surgirán dificultades incluyendo una persecución por verdaderos “piratas del asfalto” (“robbers”), que más que a una película de ciencia ficción remiten a un relato del tipo Indiana Jones. La historia se pone más interesante una vez abordado el vuelo a Marte, con la aparición de criaturas simiescas y feroces y combates violentos. Lo que sigue ya lo encuentra a Pitt solo, en la búsqueda desesperada de su progenitor. Puede quizás reprochársele al realizador un excesivo protagonismo del actor, quien casi permanentemente está frente a la cámara. El film, de todos modos, no resulta pretencioso. Gray admite que uno de sus objetivos era reflejar la relación entre un padre y su hijo, lo que sin duda logra. Algo que el realizador esperaba es que los espectadores “entiendan que si por un lado se debe valorar la exploración de otros mundos, también es preciso apreciar a nuestra Tierra y a la preservación de la condición humana a toda costa”. Misión cumplida.
Los pecados del padre Sin llegar a ser un genio del séptimo arte ni mucho menos, James Gray a lo largo de los años se ha trazado un camino como director y guionista que lo diferencia de gran parte de sus colegas de la actualidad porque mientras estos últimos buscan esa típica inmediatez pasatista del cine contemporáneo que no va más allá de una narración escueta basada casi en exclusiva en lo visual burdo y los golpes de efecto sustentados en clichés, el señor que nos ocupa en cambio opta por privilegiar la paciencia, la honestidad retórica y en especial el desarrollo de personajes, un combo que sin duda lo posiciona como uno de los pocos realizadores clasicistas trabajando en el mainstream norteamericano de nuestros días. Si bien todas sus propuestas cuentan con algún elemento atractivo y en esencia reúnen las características señaladas, los mejores trabajos de Gray a la fecha eran Los Dueños de la Noche (We Own the Night, 2007) y Z: La Ciudad Perdida (The Lost City of Z, 2016), un par de films que terminan siendo superados por su última obra, la certera Ad Astra (2019). La historia se sitúa en un futuro relativamente cercano en el que la Luna atraviesa un estado muy avanzado de colonización, es eje de diversas disputas internacionales por sus recursos mineros y los viajes por el cosmos son moneda corriente sobre todo a cargo del gobierno de Estados Unidos, el cual envió hace 30 años una expedición a Neptuno para recopilar datos sobre galaxias lejanas en busca de vida inteligente, un contingente que se cree perdido y que fue encabezado por Clifford McBride (Tommy Lee Jones), considerado un héroe por astronautas y científicos. Cuando de pronto se sucede una serie de descargas misteriosas que provienen del espacio y afectan a todos los dispositivos eléctricos generando varias catástrofes en la Tierra, el alto mando civil/ militar de turno le encarga al hijo de McBride, el también explorador astral Roy (Brad Pitt), quien arrastra el trauma de no contar con su padre y la separación de su esposa Eve (Liv Tyler), que viaje a Marte -con una escala en la Luna- para enviar un mensaje a su progenitor en Neptuno porque creen que sigue con vida. Como ocurre siempre en la carrera de Gray, aquí tenemos un género clásico principal -en esta oportunidad la ciencia ficción- sobre el cual giran distintos dispositivos de comarcas más o menos aledañas como el drama familiar, los relatos románticos, las aventuras, el policial y hasta los westerns, generando un trabajo de entonación apesadumbrada aunque siempre con esa variedad de colores y situaciones que habilita la sabia decisión de no atarse de manera fundamentalista a tal rubro cinematográfico hollywoodense. Los dos pilares cruciales de la película son la actuación de Pitt y el enfoque despojado/ anti pomposidad vacua en lo que respecta a los transbordadores y las estaciones espaciales: la madurez como actor del eterno carilindo ya viene desde hace mucho tiempo y pone en primer plano la falta en el mainstream actual de más proyectos que sepan explotar la vena seria del intérprete y de tantos otros similares que deben crear sus propios vehículos en pantalla porque hoy sólo parece primar la lógica de las franquicias (Pitt asimismo es productor del convite), y en materia del diseño de producción también es de destacar la idea de obviar toda estupidez quemada/ trasnochada/ infantil a lo Star Wars con vistas a echar mano de los mismos artilugios de siempre -los reales- que pudimos ver allá lejos y hace tiempo en 2001: Odisea del Espacio (2001: A Space Odyssey, 1968), hoy recuperados para garantizar la sinceridad formal del relato y jamás engolosinarse con esa artillería tecnológica que suele comerse a los films al punto de anular a los protagonistas y dejarlos como una excusa para los CGIs. En cierta medida retomando el humanismo idealista de Interestelar (Interstellar, 2014) pero dejando de lado las disquisiciones sobre los diferentes planos de existencia, Ad Astra logra hacer verosímil las cuentas pendientes psicológicas de Roy, un hombre que suele consagrarse al egoísmo, la soledad y el desapego emocional en función de la herida abierta que le dejó la ausencia de su padre, un modelo a seguir que lo inspiró a perfilar hacia las estrellas y convertirse él mismo en ejemplo de una ética laboral férrea tendiente a centrarse en la misión en cuestión y relegar a un segundo plano su vida privada. Ahora bien, más allá del carácter tortuoso y sensato de los soliloquios en off de Pitt y la dinámica familiar que los inspira, el opus también se ocupa de dar forma a una visión muy crítica del ser humano en general, demostrando que lo único que hace es parasitar sus entornos -en este caso la Tierra y los astros- hasta destruirlos vía guerras comerciales y una ceguera caníbal, y de los Estados y conglomerados capitalistas, esos que transformaron a la Luna en un shopping para turistas y en una zona liberada símil Medio Oriente para combatir sin restricciones por las riquezas; a lo que se suma una eterna vigilancia de todo tipo -especialmente de índole mental- basada en la presencia de personeros del poder cual guardias/ buchones y la misma imposición sobre los pilotos/ astronautas de confesarse -como un consultorio psicológico- frente a analizadores virtuales que decretan si el susodicho está apto para continuar con su trabajo o si debe ser monitoreado más de cerca porque muestra un atisbo de desobediencia. Por momentos pareciera que Gray está construyendo su propia Jinetes del Espacio (Space Cowboys, 2000), con una historia de reencuentro en lo más alto del firmamento y un elenco que vuelve a incluir al querido Jones más los infatigables Donald Sutherland y Loren Dean en papeles secundarios, no obstante aquel laconismo sentimental con toques de comedia de Clint Eastwood a decir verdad no se parece demasiado al existencialismo antipatriotero y taciturno de Gray, llegando incluso al nivel de enfatizar los armazones de mentiras que suele edificar el gobierno yanqui para mantener la apariencia de éxito y la paradigmática manipulación masiva ya no sólo para aplacar los ánimos del pueblo sino de los mismos esbirros que el Estado tiene bajo su servicio. La fábula ultra utilizada en el pasado del “apocalipsis inminente” aquí por fin está direccionada hacia el desarrollo dramático y hasta calza de manera perfecta con los problemillas del personaje de Pitt para empatizar con todos aquellos que lo rodean, casi siempre incapaz de demoler el muro que lo separa de sus semejantes. Tópicos como la reconciliación, la abulia autodestructiva, el dolor irresuelto, el hambre inagotable de conocimiento, los arcanos del cosmos, la codicia de los hombres y esa locura que se asoma continuamente detrás de las fachadas más calmas y/ o pulcras van estableciendo los mojones de un film que se mueve de lo particular a lo general y viceversa para pensar el rol de los padres en la estructuración de los hijos y cuánto daño pueden hacer si prefieren no responsabilizarse y favorecer otras dimensiones de su vida en detrimento de sus vástagos, algo hoy simbolizado en la fórmula del hijo pagando los pecados del padre sin poder esquivar la marca emocional indeleble de turno cual estigma que deja un vacío imposible de ser llenado, derivando en una frialdad que muchos confunden con eficacia…
El Director James Gray presenta una película establecida en el futuro, que en principio podríamos decir que es del género de ciencia ficción, pero aborda mucho más...sobre todo la relación padre-hijo, aunque en este caso sea una relación de abandono, de un padre desaparecido y, en principio, dado por muerto. Roy McBride (Brad Pitt), da vida a un astronauta, solitario, casado con Eve (Liv Tyler) pero en busca de su padre, el legendario astronauta Clifford Mc Bride (Tommy Lee Jones) desaparecido en una misión a Neptuno hace 16 años y a esta altura una eminencia para todos. El viaje de Clifford, llamado Proyecto Lima, buscaba vida extraterrestre. Ahora un peligro debido a catástrofes eléctricas se cierne sobre el planeta y un viaje al límite extremo del sistema solar podría salvarnos. Roy debe llegar a Marte y enviar mensajes con la esperanza de que su padre o alguien responda. Claro que habrá dificultades. El es la persona ideal para cumplir con el objetivo, concentrado en su trabajo, obsesivo, impecable profesional, tanto que dejó que su matrimonio se disolviera. Nadie puede entrar en su vida, siempre ensimismado en sus pensamientos... tan magnífico trabajo de Brad Pitt, desgarrado y lleno de angustia hace que se sienta verdadera compasión por su personaje. Es muy interesante de ver además, las constantes evaluaciones psicológicas a las que son sometidos. Algunas escenas pueden resultar crudas si son sensibles, otras son increíblemente maravillosas, sobre todo los planos espaciales y todo lo que ocurre en las naves tiene la calidad esperada para una producción de este calibre.Presentado en el Festival de Cine de Venecia, es un film que para algunos puede resultar de ritmo lento, para otros, una aventura apasionante donde se conjugan los viajes al espacio y las relaciones humanas. https://www.youtube.com/watch?v=gaf-zgnlNLg ACTORES: Brad Pitt, Donald Sutherland, Tommy Lee Jones, Liv Tyler. Ruth Negga, Greg Bryk, Jamie Kennedy, John Ortiz. GENERO: Thriller , Ciencia Ficción . DIRECCION: James Gray. ORIGEN: Brasil, Estados Unidos. DURACION: 124 Minutos CALIFICACION: No disponible por el momento FECHA DE ESTRENO: 19 de Septiembre de 2019 FORMATOS: Imax, 2D.
Un vertiginoso viaje hacia el interior de uno mismo. Crítica de “Ad Astra: Hacia las Estrellas” de James Gray ¿Qué hay ahí afuera? ¿Qué nos espera en las estrellas? Esa es una de las tantas preguntas que no plantea “Ad Astra”, la esperada aventura de ciencia ficción de James Gray (“Dueños de la Noche” y “La Ciudad Perdida de Z”) protagonizada por Brad Pitt. Esta vez Gray nos lleva a un futuro cercano, nos presenta a Pitt como el Mayor Roy McBride, un astronauta solitario que se enorgullece del hecho de que su pulso nunca ha superado los 80. Está viajando a Neptuno en busca de su padre perdido, un hombre que apenas conoce. buscando detener una serie de rayos cósmicos inexplicables que amenazan la vida en la Tierra. “Al final, el hijo sufre los pecados del padre”, explica McBride en voz baja mientras su nave avanza por la oscuridad. Esto se debe a que el padre de Roy (Tommy Lee Jones) es un brillante astronauta que se fue años antes en una misión llamada “Proyecto Lima” y que, de alguna manera, puede ser responsable de la crisis actual. Los jefes de Roy en SPACECOM dicen que simplemente quieren que traigan a su padre a casa, pero en realidad planean en secreto terminar su comando. Roy recibe esta información con apenas un destello de emoción. Sus sentimientos sobre el viejo siempre han estado en conflicto; ni siquiera está seguro de querer encontrarlo vivo. Pero igualmente dispara mensajes y espera una respuesta. La película nos muestra al protagonista como un hombre insensible, abatido por la sensación de abandono que le impregnó la marcha de su padre e incapaz de entablar relaciones personales sanas o estables. La voz de Brad Pitt resuena en cada escena a modo de narrador en primera persona de sus inquietudes y verdades internas. De este modo, somos testigos de su evolución emocional, que comienza con un “no siento nada, ¿por qué no puedo sentir nada?” y traza una trayectoria de evolución personal que lo hace, cada vez, más humano. El reparto lo completan Donald Sutherland, Ruth Negga y Liv Tyler, pero, de no ser por la voz en off, no podríamos conocer al personaje, ya que apenas interactúa con ninguno de ellos. Quien piensa encontrarse con una película sobre viajes y aventuras espaciales, lamento desilusionarlos. El viaje espacial es solo una excusa del director para hacer un relato intimista sobre las relaciones interpersonales. De la misma manera que la directora Claire Denis en “High Life”, recientemente estrenada, aunque Ad Astra no es tan rebuscada, es más directa y el conflicto está planteado de manera más literal. En este caso un astronauta insensible que le cuesta vincularse con el otro o expresar sus sentimientos. Interpretado por un Brad Pitt que ha alcanzado una madurez actoral notable (junto con el personaje de Cliff Both en “Once Upon a time in Hollywood”, tuvo un año brillante), la película es un viaje al interior de uno mismo interesante, con buenos efectos especiales, escenas de tensión y de mucho vértigo en el espacio bien elaboradas. Especial para ir a verla al cine, ya que la experiencia espacial se va disfruta más en pantalla grande y con buen sonido. Puntaje: 85/100.
Existe una larga tradición cinematográfica que emplea el espacio exterior para plantear los dramas existenciales de la humanidad: soledad, dolor, amor, abandono. Gray se suma a una extensa lista de directores que lleva a su protagonista por un largo viaje, interno y externo.
"En el espacio nadie te escucha gritar" rezaba el slogan publicitario de Alien, el octavo pasajero, un concepto que podría aplicarse perfectamente en la nueva realización de James Gray -Z, la ciudad perdida- protagonizada por Brad Pitt. Ad Astra es básicamente un drama de ciencia-ficción que instala preguntas existencialistas en medio de la inmesidad del espacio, sostenidas con extensos relatos en off a cargo de Roy McBride -Pitt-, el ingeniero que perdió a su padre -Tommy Lee Jones- en una misión a Neptuno con el objeto de encontrar signos de inteligencia extraterrestre. Veinte años después, Roy emprenderá su propia travesía a través del sistema solar para tratar de encontrarlo y resolver misterios del fracaso del llamado Proyecto Lima. Los tópicos de la soledad, la búsqueda paterna y el destino del hombre son los disparadores de una historia que orbita entre la mirada introspectiva y el cine espectáculo. En ese contrapeso constante se apoya el relato que cuenta con una impecable factura técnica como el diseño del sonido y la fotografía del suizo Hoyte Van Hoytema -el mismo deInterstellar- que crea un profundo juego de luces y sombras que respaldan el standby emocional de Roy, inmerso en su propia búsqueda por recuperar el vínculo con su padre mientras intenta encontrar y descifrar el misterio de una amenaza contra la Humanidad. La cuerda emocional que une y -desune- a padre e hijo se tensa y Roy se topa con fantasmas internos y amenazas (el mono y el ataque pirata) que no terminan de cuadrar dentro del planteo general de la película. Junto a un elenco que incluye a Liv Tyler y Donald Sutherland en breves participaciones y una "huérfana" -ya se sabrá por qué- encarnada por Ruth Negga, el peso recae en un Brad Pitt que transmite fragilidad con comodidad, y está entre el hombre que sueña con volver a la paz de su hogar y también es el "polizonte" que recibe la noticia de no poder viajar al espacio. Ad Astra puede confundir a aquellos que busquen el estilo clásico de aventuras espaciales. En ese sentido, el filme está más cerca de la reciente High Life, que de Gravedad, pero deja la marca de sus bellas imágenes y la peligrosidad de las zonas oscuras. Aunque viajes al espacio, las problemáticas son las mismas de la Tierra.
Ad Astra logra cautivar al espectador desde el momento inicial gracias a un despliegue visual de calidad suprema y a una implementación de recursos dramáticos que van de menor a mayor, pero que nunca merma en la intensidad. Ad Astra es una película dramática y de ciencia ficción dirigida y co-guionada por James Gray, un autor reconocido por películas cómo The Lost City of Z (2016) y The Immigrant (2013). En esta oportunidad el director americano se encarga de configurar un drama familiar con tintes de opera espacial y se da el lujo de tener a un actor como Brad Pitt en el papel principal. Ad Astra: Hacia las Estrellas, está seteada en un futuro no muy lejano y cuenta la historia de Roy McBride (Pitt) un astronauta cuyo padre Clifford (Tommy Lee Jones), astronauta también, desapareció en el espacio exterior en la búsqueda de vida por fuera de la Tierra. Ahora 20 años después, extraños sucesos empiezan a ocurrir en las cercanías a la Tierra y los estudios que realiza la NASA parecen indicar que todo proviene desde las afueras de Neptuno, el último lugar de donde se supo que Clifford estaba vivo. Es por eso que Roy es seleccionado de parte de los organismos espaciales para encabezar la búsqueda de su padre y determinar que causa estas anomalías y terminar con ellas. A lo largo de poco más de dos horas de duración James Gray en conjunto con Ethan Gross, co-guionista, logran establecer un drama emocional que va mucho más lejos que cualquier otra película dramática “clásica”. Utilizando como entorno el espacio. El director se encarga de combinar de manera categórica todo lo que una película espacial puede ofrecer junto con drama personal y familiar de lo más simple, que aunque parezca una contradicción no es nada fácil. La banda sonora, la fotografía y el guion conviven armoniosamente durante toda la película y van rotando permanentemente en nivel muy alto a lo largo de todo el film. En todos los aspectos visuales, Gray logra desarrollar un viaje espacial de un realismo increíble al mejor estilo Interstellar (2014) gracias, entre otras cosas, al aporte fotográfico de la NASA y obviamente a la utilización de efectos especiales de una gran valía. A lo largo que avanza el metraje y los protagonistas van cambiando de escenario, el trabajo de los encargados de manejar la cinematografía y fotografía dan una clase de cómo construir paisajes de una manera hiperrealista, sin caer en los recursos que suelen ser habitué en este tipo de películas. A nivel guion, el film bien podría haber tratado problemas más terrenales pero explorar la soledad y la desazón en el medio del espacio sirve como una clara pero no menos valiosa metáfora sobre la vida. La actuación de Brad Pitt en el rol principal es realmente brillante y concreta un año excelente para el actor luego de haber sido una de las estrellas en Había Una Vez… En Hollywood (2019). Gracias a miradas, silencios y postura corporal, él logra demostrar que está mas vigente que nunca y que es uno de los grandes candidatos a por lo menos encabezar todas las encuestas de cara a la temporada de premios que se viene. Brad Pitt demuestra que puede hacerse cargo de un papel totalmente profundo sin problemas y casi que completamente solo, ya que sólo él es protagonista y todo el resto del elenco cumple un rol completamente secundario. Tommy Lee Jones aprovecha al máximo cada uno de sus minutos en pantalla y si bien ha estado fuera del panorama en los últimos años, demuestra que aún está para las producciones importantes. Después hay varios personajes que insinúan importancia pero que luego pareciera que se esfuman y no se vuelve a saber de ellos, incluso hay algunos que tienen una relevancia preponderante en la trama que luego terminan sin siquiera volverse a nombrar desdibujando bastante todo el desarrollo de la historia. Ad Astra: Hacia las Estrellas demuestra que es más que una película espacial y más que un simple drama. Una brillante actuación de su estrella protagónica y un despliegue visual de alto vuela logran teletransportar al espectador directamente al espacio apenas comienza la película. La pantalla más grande que se encuentre con el mejor sonido posible completaran una experiencia que lo llevará fuera de este mundo.
“Ad Astra”, de James Gray Por Jorge Bernárdez Roy McBride (Brad Pitt) es astronauta y trabaja en la búsqueda de llevar al hombre más allá de lo que se conoce en el espacio. Su trabajo es un poco rutinario en una antena de comunicación satelital y la historia deAd Astrase desarrolla en un futuro no muy lejano. El título de la película es una frase en latín que se encuentra en la Eneida de Virgilio y significa: hacia las estrellas. Lo cierto es que Roy tiene a las estrellas y el espacio como una especie de obsesión que nació seguramente cuando su padre fue a Neptuno a un viaje claramente sin regreso, un viaje que se llevó a Clifford McBride (Tommy Lee Jones) a los confines del universo y lo transformó en un héroe para todos y sobre todo para su hijo. La primera secuencia de la película es impresionante y muestra un accidente en el que Roy por muy poco casi pierde la vida. Una vez recuperado, Roy es reclutado nuevamente para emprender un viaje que lo hará reencontrarse con el padre. El accidente del principio de la historia fue el producto de una serie de descargas de energía de origen desconocido aunque bueno, en realidad el origen no es tan desconocido, pero el problema es que el origen de esas anomalías parece ser la misión del padre del protagonista que no está perdido sino en un espacio no muy determinado cercano a Neptuno, aunque está fuera de control. Así que lo que le piden a Roy es que viaje a la Luna primero y a Marte después, para desde ahí mandarle un mensaje al padre que ha decidido hacer su propio viaje y su propia investigación. El trayecto a la Luna no es confortable, el satélite está en disputa porque en el futuro de Ad Astra, los países disputan por los minerales de la Luna y además hay piratas que roban esos materiales. Después del paso por la Luna, Roy viaja a Marte y de ahí al más allá, porque nada sale como se esperaba y entonces lo que le queda a Roy es tomar en sus manos la misión e ir a buscar al padre. Ad Astrano tiene problemas en tomar la estructura de El corazón de las tinieblas,el relato que tomó Francis Ford Coppola para su versión en Apocalipsis Nowambientado durante la guerra de Vietnam. El viaje de McBride empieza con tiros, aventuras y momentos impactantes de terror, para lentamente entrar en el terreno de los metafísico y transformarse en una película que aparentemente es de ciencia ficción, que en realidad reflexiona sobre la existencia y sobre la relación entre padres e hijos. El director James Gray se atreve incluso a ser un poco solemne y pretencioso, pero el material que maneja es por momentos muy impactante y se apoya en Brad Pitt, que se mete poderosamente en la piel de este astronauta que se encuentra primero ante un secreto imprevisto y después frente a la decisión de llevar adelante una misión que lo va a poner ante dilemas difíciles de resolver. Volver a un cine que se referencia en clásicos que exploraron el espacio de manera introspectiva, retomar la idea de un viaje a lo profundo del ser y reverenciarse en 2001 de Kubrick o en Solaris de Tarkovsky, un riesgo que no todos son capaces de tomar y al hacerlo, Gray confirma que es uno de los grandes directores de estos días. AD ASTRA Ad Astra. Estados Unidos/China/Brasil, 2019. Dirección: James Gray. Guión: James Gray y Ethan Gross. Intérpretes: Brad Pitt, Liv Tyler, Ruth Negga, Tommy Lee Jones, Donald Sutherland, Anne McDaniels, John Ortiz, Kimberly Elise, Greg Bryk, Loren Dean. Producción: James Gray, Brad Pitt, Dede Gardner, Anthony Katagas, Jeremy Kleiner, Arnon Milchan, Yariv Milchan y Rodrigo Teixeira. Distribuidora: Fox. Duración: 122 minutos.
En un futuro cercano, en un tiempo de esperanza y conflicto, la humanidad busca nuevas formas de vida en las estrellas. La luna y otros planetas cercanos ya no son el objetivo primordial, fueron conquistados hace años. Roy McBride, un técnico de la antena espacial internacional, sufre un accidente cuando una sobrecarga genera explosiones a repetición y él es expulsado hacia la Tierra. Estas recargas comienzan a tener réplicas en diversas ciudades del planeta sin explicación aparente.
El abandono y sus consecuencias Ad Astra: Hacia Las Estrellas (Ad Astra, 2019) es una película dramática de ciencia ficción dirigida, co-escrita y producida por James Gray (Sueños de Libertad, 2013). Protagonizada por Brad Pitt, que también fue uno de los productores, el reparto se completa con Tommy Lee Jones, Donald Sutherland, Ruth Negga (Loving), Liv Tyler, Anne McDaniels, Sean Blakemore, John Ortiz, entre otros. La cinta tuvo su premiere mundial en el Festival Internacional de Cine de Venecia. En un futuro cercano, la Tierra recibe una reacción antimateria descontrolada (en forma de tormentas eléctricas) que puede poner en un enorme peligro a todo el Sistema Solar. Con este panorama poco alentador se nos presenta a Roy McBride (Brad Pitt), un astronauta que nunca supo qué es lo que sucedió con su padre Clifford (Tommy Lee Jones), un pionero en las misiones al espacio. Hace 20 años, Clifford fue el encargado de liderar el Proyecto Lima, el cual tenía el objetivo de hallar vida inteligente en otros planetas. Sin embargo, la nave nunca regresó, por lo que desde la empresa SpaceCom se decidió dar por muertos a los astronautas que formaban parte del proyecto. La esperanza vuelve a Roy cuando se le comunica que su padre, desde Neptuno, puede ser el responsable de las alteraciones que está sufriendo la Tierra. Seleccionado para intentar establecer contacto con Clifford, Roy se embarcará en un viaje hasta Marte que lo cambiará por completo. La nueva cinta de James Gray desde el exterior puede verse como una épica aventura espacial llena de acción y suspenso, lo que no deja de ser cierto pero, en mayor medida, Ad Astra se alza como un drama familiar intimista. A fuego lento la película nos sumerge, a través de una voz en off súper necesaria, en la psiquis de Roy, un hombre al que el abandono de su padre lo marcó. Solitario, serio y abrumado internamente, la forma de ser de Roy se asemeja bastante al Neil Armstrong de Ryan Gosling en El Primer Hombre en la Luna (First Man, 2018). Luego de su misterioso y atractivo Cliff Booth en Había Una Vez en… Hollywood (Once Upon a Time in Hollywood, 2019), Brad Pitt logra lucirse aún más en este rol gracias a la capacidad que tiene de expresar sus emociones sin casi emitir palabras. Por otro lado, la fotografía y el uso del sonido son más que espectaculares. La Luna, los diferentes planetas con sus respectivos anillos, las estrellas y las naves están tan bien diseñados que la película si o sí debe ser vista en pantalla grande. Tanto la música como los silencios funcionan a la perfección para que la experiencia cinematográfica sea fructífera: en los momentos de acción la tensión se mantiene y cuando existen secuencias que van más por el lado del thriller, que la banda sonora baje los decibeles resulta todo un acierto. Aunque el personaje de Liv Tyler, esposa del protagonista, esté totalmente desperdiciado y otros secundarios no tengan un cierre (simplemente no aparecen más y no se sabe qué pasó con ellos), Ad Astra: Hacia Las Estrellas consigue dejar reflexionando al espectador sobre el egoísmo del ser humano, el capitalismo, los conflictos internos que se traspasan de padres a hijos y la importancia de centrarse en lo que verdaderamente importa. Arriesgada y alucinante visualmente, el filme tiene varias posibilidades de ser nominado en los próximos Óscars.
La primera secuencia de Ad Astra es extraordinaria: en un “futuro cercano” (sic) un grupo de astronautas se encuentra trabajando en una gigantesca antena pensada para detectar vida extraterrestre. Cuando decimios gigantesca es porque mide kilómetros y kilómetros de altura. Una explosión genera una tragedia con decenas de víctimas, pero Roy McBride (Brad Pitt) nunca pierde la calma, alcanza a cortar la energía, se lanza al vacío, logra controlar su cuerpo en la caída y luego termina apelando a un paracaídas (agujereado por la cantidad de elementos que se desprenden tras el estallido) para un aterrizaje de emergencia y decididamente forzoso. Tras recuperarse de esos cimbronazos, Roy -un hombre experimentado, curtido, solitario (no ha tenido hijos y su pareja interpretada por Liv Tyler lo ha abandonado harta de su obsesividad laboral, su permanente distancia, su ensimismamiento y los riesgos que la misma conlleva)- es convocado para encabezar una misión espacial. Sus superiores le informan que su padre, un famoso astronauta llamado Clifford McBride (Tommy Lee Jones), a quien todos creían muerto desde hace 30 años, en verdad podría estar vivo en el espacio sideral en el marco de un viejo proyecto denominado Lima (sin reminiscencias peruanas). Y no solo eso: también podría ser el causante de la acumulación de desastres que azotan la Tierra (sobrecargas eléctricas producidas por estallidos radioactivos que derivan en incendios y accidentes aéreos) y que tuvo solo uno de sus episodios en la explosión vista en la secuencia inicial. Según los jerarcas militares, esa amenaza que pone en riesgo incluso al Sistema Solar se debe a rayos cósmicos que surgen de explosiones cercanas a Neptuno. Conmovido, fascinado y movilizado por las noticias y por el encargo, Roy sale hacia Neptuno (con escala intermedia en Marte) en busca de su padre. No conviene adelantar nada más de una trama que tendrá más de una sorpresa y vuelta de tuerca, pero -si bien habrá varias escenas en el espacio que Gray filma con buenas dosis de tensión y suspenso- hay que aclarar que Ad Astra está más cerca de 2001: Odisea del espacio, de Stanley Kubrick; Solaris, de Andrei Tarkovsky; Interestelar, de Christopher Nolan y -sin llegar a semejante experimentalidad- de la reciente High Life, de Claire Denis, que de la ciencia ficción pura y dura, aunque en verdad si tuviésemos que definirla sería algo así como una nueva versión de Apocalipsis Now en el espacio más algunas ínfulas de Malick. Lejos del crowd-pleaser, se trata de una película que exige un compromiso que, quizás, cierto sector del público más ávido de estímulos constantes y cierta demagogia no esté dispuesto a otorgarle. Puede que la película peque también por momentos de cierta solemnidad (en especial en el uso de la voz en off), que desperdicie a buenos intérpretes (Donald Sutherland, Ruth Negga, John Ortiz, Natasha Lyonne) en papeles secundarios sin demasiado desarrollo, pero el corazón de la película (un cowboy del espacio que puede manejar todo... menos sus sentimientos) late a la perfección. Brillante narrador lleno de ideas formales, James Gray aprovecha los efectos visuales y el aporte del excepcional DF Hoyte Van Hoytema (Criatura de la noche, El topo, Ella, Interestelar, Dunquerke) no para regodearse (como la inmensa mayoría de sus colegas) sino para usarlas en función de las búsquedas dramáticas. En ese sentido, Gray encontró en Pitt al rostro perfecto, a su aliado natural. Cuando muchos lo habían encasillado como un galancito sin ductilidad, a los 55 años el bueno de Brad les contestó este año con un uno-dos inapelable: su Cliff Booth en Había una vez... en Hollywood y este atribulado y conmovido (conmovedor) Roy McBride. A sacarse entonces el sombrero. O el casco.
Cuarenta años después de Apocalipsis Now, el viaje literario que Joseph Conrad propone en El corazón de las tinieblas vuelve a recrearse en el cine. Sin llegar a las cimas alcanzadas por Francis Coppola en su travesía hacia el horror en medio de la Guerra de Vietnam, James Gray (otro autor cinematográfico que merece ser reconocido como tal) recurre a Conrad para una nueva expedición. Esta vez hacia el espacio exterior y en "un futuro cercano", como lo señala la placa que pone en marcha esta película pródiga en planteos e interrogantes existenciales. La aventura que emprende el mayor Roy McBride ( Brad Pitt), un astronauta competente al máximo, experimentado y dueño de una extraordinaria capacidad para resolver problemas en las circunstancias más complicadas. Así lo vemos en la secuencia inicial, escapando do en paracaídas de una estación espacial que se encuentra en riesgo máximo por un desperfecto eléctrico. A McBride, además, no hay situación anímica o afectiva que pueda alterar su temperamento. Ese aparente desapego se pone a prueba cuando McBride es convocado (como el oficial Willard en Apocalipsis Now) para llevar a cabo un viaje imposible. Deberá llegar a Neptuno e ir al encuentro de otro astronauta pionero al que se supone muerto desde hace casi tres décadas. El Kurtz de James Gray no es otro que el propio padre de McBride, Clifford (Tommy Lee Jones) que en apariencia dejó trunco un ambicioso proyecto, mientras una serie de enigmáticas descargas cósmicas empiezan a amenazar el equilibrio climático de la Tierra. Como en su anterior película, The Lost City of Z, Gray pone a su personaje central en medio de una aventura cuyo destino desconoce. Algo que también le pasaba a la joven centroeuropea llegada a Nueva York en The Inmigrant y a los protagonistas de la magistral Los amantes. El recorrido está lleno de malos augurios, de peligros físicos concretos (empezando por una increíble persecución en la superficie de Marte), de una creciente oscuridad y de situaciones que ponen a prueba la resistencia emocional del viajero. Gray no necesita otra cosa que poner frente a frente al astronauta que va en busca de respuestas a las preguntas sobre su origen, sobre la catástrofe espacial que se avecina y sobre sus características afectivas tan distintas al resto con su entorno espacial que de manera literal y simbólica lo va dejando cada vez más solo y con menos posibilidades de entendimiento. Lo hace con elegancia, precisión narrativa y una geometría visual que nos hace evocar una larga historia de aventuras solitarias e introspectivas en naves espaciales. Brad Pitt, a esta altura ya un gran actor de cine, sabe que la interpretación más austera y contenida es imprescindible frente a un escenario tan abrumador.
Cada uno entra al cine a ver una película por los motivos que quiere. Puede ser que Ad Astra arrastre público por la presencia de Brad Pitt. Otros, seguramente los menos, porque es del director James Gray. E ingresaran a la sala extrañados, porque es el primer blockbuster de un realizador que hasta ahora se manejó dentro de los parámetros del cine independiente (Los dueños de la noche, Los amantes, The Inmigrant, Z: La ciudad perdida) aunque contara con actores de primera línea de Hollywood. Gray es un director que hace cine de autor. El escribe sus propios guiones, y con este drama espacial, que tiene más que ver con personajes terráqueos que del espacio exterior, no ha hecho la excepción. En un futuro en el que los viajes a la Luna son casi cosa de todos los días, al astronauta Roy McBride (Pitt) lo llaman para darle una misión ultrasecreta. Después de que una ola energética poco menos que destroza el planeta, o al menos lo pone en situación de extremo peligro, Roy se entera de que la ola podría provenir de Neptuno. Todo normal para cualquier mortal, pero no para Roy: su padre, el también astronauta Clifford, comandó hace 30 años el Proyecto Lima, y nunca más se supo de él. Ni de la tripulación. Y se teme que Clifford algo tenga que ver con todo este cataclismo que se avecina. Así que Roy parte rumbo a Neptuno, previo paso por la Luna y por Marte, como hace cuarenta años veíamos al Capitán Willard ir en busca del Coronel Kurtz en Apocalypse Now. No, Roy no desea matar a su padre -los militares, como en el filme de Francis Ford Coppola, opinarían distinto-, a quien no lo ve desde hace décadas, y del que estuvo distanciado ya de pequeño. Y, como en Apocalypse… Clifford (breve spoiler) aparece sólo al final de la película. Roy tiene tanto la capacidad de mantener el pulso muy bajo aún ante situaciones intensa o graves -al inicio sobrevive a ese ataque de energía estando colgado de una antena que iba de la Tierra al espacio- como la de alejar a sus seres queridos. No tuvo hijos, precisamente para no ponerlos en situación de temor, por su profesión, pero su pareja lo deja. Gray es sencillo al mostrarlo. Sólo se escucha el ruido de las llaves que el personaje de Liv Tyler apoya sobre la mesa de vidrio, ésa cerca de la puerta de entrada. Tyler, que viene sufriendo desaparición de seres queridos en el espacio -su papá, Bruce Willis, en el mamotreto que fue Armageddon-, no pronuncia una sola palabra en toda la película. Entonces Ad Astra ¿es un filme de autor, uno de aventuras intergalácticas, de ciencia ficción o un drama? Es ciertamente esto último. Así como la inminente Guasón o Joker no es un filme de superhéroes y villanos, Ad Astra puede transcurrir mayoritariamente en el espacio, pero trata -de nuevo- sobre seres de carne y hueso. Que podrían en vez de estar por Marte o Neptuno, en alguna isla o en Asia. Pitt viene a coronar un gran año tras Había una vez… en Hollywood. Si en aquel filme el que lloraba era DiCaprio, aquí Gary lo hace lagrimear de lo lindo. El suyo es un personaje sensible, curtido y hasta entrañable. Responsable, porque así fue criado por su padre, pero también leal. Y se sabe que las mejores lealtades son a uno mismo, a sus valores y a quienes más ama.
La infinidad del universo siempre intrigó al ser humano y, cuando la Tierra empezó a quedar chica, los hombres miraron hacia las estrellas en busca de algo más, de alguien más. Ad Astra es la incursión en la ciencia ficción de James Gray (Two Lovers), que regresa el género a sus orígenes y se posiciona como una de las mejores películas del año.
Luego de Z: La ciudad perdida, el cineasta James Gray y el actor Brad Pitt (quien fuera productor) vuelven a verse las caras, esta vez por Ad Astra: Hacia las estrellas, una nueva película sobre los viajes al espacio. Hacer una película sobre el espacio es una apuesta difícil (menos a nivel marketinero, que ahí siempre funciona). Más si tenemos en cuenta la existencia de 2001: odisea del espacio, del mítico Stanley Kubrick. La vara quedó muy alta y prácticamente ninguna otra película de esta índole pudo siquiera acercase (aunque, en este punto, podemos destacar la gran labor que hizo Christopher Nolan con Interestelar). James Gray consigue dar un par de vueltas de tuerca y presenta una propuesta bastante interesante. Brad Pitt se pone en la piel de Roy McBride, un reputado astronauta que debe emprender un viaje ultraconfidencial hacia Marte. Esto porque se cree que su padre, el comandante Clifford McBride, quien se consagró como el astronauta más importante de la historia tras liderar una misión espacial que tenía como objetivo buscar vida inteligente más allá de Neptuno, está enviando una serie de rayos cósmicos contra la Tierra. El objetivo del joven McBride es claro: contactar con su progenitor (a quien creía muerto) para solicitarle que detenga estos ataques que amenazan con destruir la vida en el planeta. James Gray envía al personaje de Brad Pitt a un viaje tanto externo como interno. Roy McBride no deberá hacerle frente sólo a la soledad del espacio, sino a la suya propia. Pese a casi no haber tenido relación alguna con su padre, imitó cada paso que éste dio (incluso abandonar a quienes más ama y dedicarse de lleno al espacio). Es así que Ad Astra: Hacia las estrellas, finalmente, nos hará viajar como espectadores entre la infinidad del espacio y el drama interno del protagonista. Gran parte del peso de la película cae sobre los hombros de Brad Pitt. El actor se muestra cómodo en su papel. Su actuación es acertada y creíble. En todo momento logra transmitirnos los sentimientos por los que está atravesando su personaje: alguien duro, que no quiere que los otros vean su verdadero ser, pero que, por mucho que lo intente, no puede ocultar cómo le afecta la posibilidad de que su padre esté vivo. Por momentos nos dejará ver, con sólo una mirada, lo que pasa por la cabeza de Roy. Los climas que logra generar Ad Astra: Hacia las estrellas son su punto fuerte. En todo momento logra mantenernos tensos ante los acontecimientos que se van dando. La incertidumbre y el desconcierto, latentes de principio a fin, generan que uno como espectador esté siempre atento e interesado en la trama (pese a la presencia de varias escenas que no aportan nada a la película y que sólo suman un par de minutos innecesarios) Ad Astra: Hacia las estrellas logra dar una vuelta de tuerca a las ya “quemadas” películas sobre el espacio. Los climas que logra son acertados y mantienen atento e interesado al espectador. Brad Pitt se siente cómodo en el papel y brinda una actuación eficaz.
Te encontré entre las estrellas “En un futuro cercano”… comienza diciendo esta película, todo un melodrama disfrazado de ciencia ficción. Disfrazado porque el personaje principal, Roy McBride (Brad Pitt), es un astronauta que ha dedicado su vida a explorar el espacio en búsqueda de indicios de vida extraterrestre, como su papá Clifford McBride (Tommy Lee Jones), una eminencia que desapareció hace largos años en una misión secreta, en Neptuno. El gobierno convoca a Roy porque el planeta corre peligro, dado que está recibiendo grandes descargas eléctricas que amenazan con destruir todo. Es así que le sugieren que su padre sigue vivo y que su nave está fuera de control emitiendo los mortales rayos. Por lo que deberá ir en busca de él y detener la amenaza. Roy desde niño que no sabe de Clifford McBride. Nuestro protagonista lleva una vida solitaria, casi autista. Vive para trabajar y está emocionalmente anestesiado. Perdió a su mujer debido a esto, el único afecto que le queda. Su madre murió al poco tiempo de la desaparición de su padre. Por todos estos motivos Roy, a pesar de mostrarse frío, sufre un shock emocional al enterarse que este puede estar vivo. Es así que emprende su viaje a Neptuno, haciendo escala en la luna y Marte. Ad Astra, es un bello viaje por el interior de una persona que busca exorcizar su trauma, teniendo como sola compañía las estrellas. La fotografía es impactante, así como ese clima solemne (pero no pretencioso) que se genera. Una auténtica odisea emocional, en donde además de este componente, se intercalan escenas brillantes de riesgo, como un ataque de contrabandistas en el lado oscuro de la luna; o encontrar un primate rabioso y mortífero en una nave en órbita. Tal como el mito de Telémaco, Roy encontrará a su padre después de mucho tiempo, condición necesaria para enfrentarse a la verdad y elaborar su conflicto. James Gray, en este drama espacial, habla de la soledad, la incomunicación y sobre la necesidad de aferrarnos a nuestros afectos; todo esto subrayado por el pensamiento en off del protagonista. Conformada por planos contemplativos y magnéticos, la cinta nos invita a no perder la capacidad de asombro y a reflexionar sobre nuestra propia realidad.
Ad Astra es prácticamente una especie en extinción dentro de las producciones de Hollywood de la actualidad y resulta toda una hazaña que Brad Pitt consiguiera como productor el presupuesto para financiarla. Hoy es muy difícil que un estudio invierta millones de dólares en una propuesta que representa la cara opuesta del cine mainstream norteamericano. La nueva obra del director James Gray (Los dueños de la noche) evoca ese estilo de ciencia ficción más intelectual y reflexiva que era común de ver entre fines de los años ´60 y mediados de los ´70. Toda la narración y el modo en que se aborda el género toma muchos elementos del espíritu de cine de autor que se hacía en aquellas décadas. Es importante destacar esta cuestión, ya que da un indicio claro del rumbo por el que se encaminó esta película. Quienes busquen una historia ligera centrada en la pirotecnia digital pueden llegar a salir decepcionados del cine porque esto va por otro lado. Si bien hay todo un misterio relacionado con una misión espacial secreta, el eje central del relato pasa por la búsqueda existencial y espiritual del protagonista. Un hombre quebrado, por determinadas circunstancias que conocerán en el film, quien vive en un estado de aislamiento social pese a estar rodeado permanentemente de personas. A través de la misión especial que le encargan, el astronauta que interpreta Brad Pitt inicia una búsqueda introspectiva con el fin de poder conectarse con su verdadera identidad y encontrar su lugar en el mundo. Durante el desarrollo de la trama hay un par de secuencias de acción muy buenas, que parecen insertadas por el estudio por temor a que el público se aburriera, pero el foco central está puesto en la experiencia íntima del protagonista. El director Gray evoca en varios momentos ese registro emocional e intelectual que tuvo el clásico Solaris (1972) de Andrei Tarkovsky y se puede percibir también alguna que otra referencia a títulos de Stanley Kubrick (2001: Odisea en el espacio) y Francis Ford Coppola (Apocalipsis Now). La inspiración de esta película claramente proviene del denominado Nuevo Hollywood de los años ´70. Ad Astra tiene varias cuestiones interesantes para destacar. Toda la puesta en escena del viaje espacial y el contexto futurista es alucinante y fue concebido para ser disfrutado en una pantalla de cine. Un mérito donde tuvo mucho que ver el director de fotografía Hoyte van Hoytema, clásico colaborador de Christopher Nolan a quien le sienta muy bien este género. En este campo su labor ya había sobresalido en Interestellar. También se destaca la banda sonora minimalista de Max Richter que se complementa muy bien con esa solemnidad que tiene el relato. Gray juega con la fusión de géneros y sorprende con una fantástica secuencia de persecución en la luna, con tintes de western, que aparece en el momento justo para levantar un poco la narración pausada de su dirección. Dentro del reparto Brad Pitt se carga la película en sus hombros y sobresale con una interpretación muy contenida donde saca adelante un personaje complicado. Al hecho que no cuenta con demasiados diálogos se suma el carácter gélido de su personaje con el que no es fácil conectarse. Frente a esas limitaciones Pitt consigue brindar una labor dramática estupenda que se contrapone con ese rol más colorido que tuvo en Había una vez en Hollywood. En papeles secundarios el director Gray aprovecha muy bien en participaciones breves a Tommy Lee Jones, Donald Sutherland y Liv Tyler quienes dejan una buena impresión pese a tener pocas escenas. Dentro del escenario futurista que presenta la trama hay una visión muy interesante sobre lo que podría llegar a ser una futura colonización de la Luna centrada en el capitalismo y por momentos el universo de ficción que rodea al protagonista es mucho más atractivo que su búsqueda espiritual. De todos modos, creo que si uno tiene claro que esto tiene poco que ver con el clásico blockbuster pochoclero Ad Astra es una película que tiene unas cuantas virtudes para ser apreciadas. Si hubiera que resaltar alguna objeción creo que la ejecución del clímax se siente muy acelerada y ese destino final al que llega la trama no termina de estar a la altura de la intriga que se había presentado. Al menos en mi caso esperaba un poco más de esa resolución final. Motivo por el cual el film cual me gustó y lo disfruté, pero no me volvió loco como para considerarlo entre mis favoritos del año. En resumen, para los amantes de la ciencia ficción es una película a tener en cuenta, ya que no representa a la producción habitual de la industria hollywoodense.
Al infinito y más allá El director estadounidense James Gray (The Lost City of Z, Two Lovers) se encarga de llevar a Brad Pitt al espacio en su nueva película, Ad Astra. No solo como protagonista, sino como productor, el reconocido galán que viene de romperla en Once Upon a Time in Hollywood, remarca su buen momento estableciendo un papel memorable. La historia está contextualizada en un futuro cercano y se centra en Roy McBride (Pitt), un astronauta que recorre diferentes mundos con el fin de serle útil a la ciencia y por sobre todas las cosas, encontrar a su padre, al quien creen muerto en una expedición a Neptuno. Ad Astra se podría catalogar bajo el género de ciencia ficción, aunque mucho no importen las diferencias y etiquetar a las películas no las ayudan en nada, ya que también podría ser drama, suspenso, aventura y hasta una road movie. Lo que vale la pena es valorar el trabajo técnico a la hora de narrar la historia que sorprende por su fotografía y sus impactantes imágenes espaciales, que logra generar sensaciones puntuales como es el vértigo. Cabe destacar que el sonido está trabajado de manera formidable y por eso es recomendable que sea vista en una sala con la mejor instalación posible. El guion está bien pero por momentos se puede pestañear largo por silencios y duraciones de planos que son entendibles para el relato pero desgastan la mirada crítica hacia la ciencia, la política y la forma de trabajar de Estados Unidos. Por último, Brad Pitt transmite la soledad y el sufrimiento como nunca antes en su carrera, es un personaje completamente introspectivo que se va dejando llevar por sus emociones a medida que el film avanza. Es un trabajo excelente de Gray, como lo viene siendo en toda su filmografía, y ya deberíamos reconocerlo por el nombre y apellido como uno de los grandes directores de la época.
Me pasó algo curioso con Ad Astra: la disfruté luego de que pasaron las horas de haberla visto, que en el momento. Muchas imágenes y partes del plot vinieron a mi memoria una y otra vez para que las revalorara, lo que causó que mi perspectiva y valoración cambiara un poco. La película es pretenciosa y entrega lo que propone, pero aún así brinda un entretenimiento diferente en lo que es ciencia ficción. Obvio que no hay que compararla con la saga Star Trek, así como tampoco con Interstellar (2014). Y ni de casualidad con 2001: A Space Odyssey (1968), tal como algunos sugerían cuando salió el trailer. El film no busca eso, así como tampoco pretende ser “la nueva Gravity (2013)”, tal como también he leído. Tal vez toma influencias de todas las nombradas, pero solo apenas en superficie, porque el film gana su propia identidad. Es en la introspección, el uso de explorar el espacio exterior como metáfora y la búsqueda de vida inteligente como la persecución de una utopía, en donde Ad Astra se destaca. El espectador puede no reparar en esto y ser un film más, uno que pasará tal vez un tanto lento, o bien puede rendirse ante una reflexión que seguro no pensaba que iba a buscar cuando se sentó en la butaca. Puede que todo esto ocurra más tarde, tal como pasó conmigo. El director James Gray, quien tiene en su haber la magnífica Two Lovers (2008), hace un gran despliegue y comanda un buen equipo de producción y arte. Si bien es verdad que en ningún momento nos sorprendemos desde lo visual, también hay que decir que tiene secuencias que son abrumadoras y que no te dejan pestañear. Sin embargo, su mayor logro es la tensión que crea con los personajes. Pero por sobre todo en Brad Pitt consigo mismo. El actor, excelente en el papel, pasa gran parte del metraje en soledad o con cierta distancia de otros personajes, y brilla en ello. Son sus miradas y lenguaje corporal en general lo que lo convierten en un enigma, pero -paradójicamente- uno muy familiar. Te llegás a sentir identificado con sus conflictos, por más lejanos que parezcan. En definitiva, Ad Astra se concentra en la capacidad de su protagonista, quien hace un laburo excelente en todo sentido. El film gustará más o menos de acuerdo a lo que se espere. Si la expectativa es deslumbrarse, no es tu película. En cambio, si buscás un poco de reflexión a través de un subtexto enjambrado en ciencia ficción, puede que haya algo para vos acá.
Más allá del infinito. Ad Astra: Hacia las estrellas es una de las películas que compitieron por el León de Oro en la última edición del Festival de Venecia. En ella, Roy McBride, interpretado por Brad Pitt, es un astronauta que viaja al espacio en búsqueda de su padre desaparecido, Tommy Lee Jones. Está escrita y dirigida por James Gray y completan el elenco Liv Tyler, Ruth Negga y Donald Sutherland, entre otros. La historia transcurre en un futuro cercano, en el que el planeta tierra sufre las catastróficas consecuencias de una radiación de antimateria que amenazan con destruirlo. Por eso el Mayor Roy McBride es enviado en una misión al planeta Marte para enviar desde allí un mensaje a su padre, un astronauta desaparecido en una misión más allá del sistema solar para saber si está involucrado y puede ayudarlos a detenerla. Y a medida que avanza su viaje irá recolectando información sobre su padre, que lo lleva a replantearse su relación con él y a intentar entender las causas de su desaparición. Lo primero que vale la pena tener en cuenta es que si bien esta película se trata sobre una travesía espacial, está contada desde el punto de vista de su protagonista, lo que se explicita mediante el recurso de la voz en off. Es por eso que vamos teniendo la misma información que él sobre su padre desaparecido a medida que vamos recogiendo testimonios tanto de terceros como audiovisuales, asemejando así la trama de esta película a la de Apocalipsis now en el espacio exterior. Esto se puede apreciar también en el muy buen trabajo de sonido, donde por momentos podemos oír la respiración de Roy McBride en planos generales. Otro aspecto a tener en cuenta es el gran trabajo de fotografía a cargo de Hoyte Van Hoytema, cuya cámara parece flotar en el aire reflejando la falta de gravedad que hay en el espacio, consiguiendo así unas imágenes de una belleza notable similar a la de El árbol de la vida. Así como también se destaca en el uso del color, iluminando en tonos grises las escenas que transcurren en la luna y rojos las de marte, haciendo que resulte verosímil que se encuentran en dichos planetas de acuerdo a la idea de los mismos que tenemos como espectadores. Esto es posible también gracias al diseño de producción a cargo de Kevin Thompson, quien construye un futuro cercano verosímil basado en la tecnología actual, aunque bastante más avanzada, por supuesto, donde hay automóviles y subterráneos en una luna colonizada y el uso de transbordadores espaciales es mucho más frecuente. En conclusión, Ad Astra: Hacia las estrellas es otra travesía espacial similar a la de 2001: Odisea en el espacio, pero a diferencia de esta obra maestra de Stanley Kubrick no busca reflexionar sobre la relación del hombre con la tecnología, sino que es la excusa para que su protagonista realice un viaje interior de autodescubrimiento y redención. Es por eso que este relato intimista contado en una escala épica tiene serias posibilidades de competir en muchos rubros, especialmente técnicos, en la temporada de premios a las mejores películas del 2019.
El astronauta de las tinieblas Balanceándose entre la grandilocuencia épica de Christopher Nolan y la introspección trascendental de Terrence Malick, Ad Astra (2019) es una película hecha con aires de grandeza y la disciplina necesaria para merecérselos. Funciona superficialmente como un serial aventurero y ulteriormente como un estudio del héroe. Los dos Joseph, Campbell y Conrad, estarían contentos. El crédito es del director James Gray y su co-guionista Ethan Gross, así como Brad Pitt en el papel del astronauta Roy McBride. Es difícil imaginar la película sin él. Entre Había una vez... en Hollywood (One Upon a Time in Hollywood, 2019) y esta película la estrella demuestra nuevamente su versatilidad para interpretar distintos tipos de cool. Como Cliff Booth, McBride es alguien que puede habitar varias esferas simultáneamente y desplazarse de una a otra con facilidad, siempre la persona correcta en el lugar correcto y ni un segundo después. Si Cliff es impredecible y esclavo de su propio id, Roy es de su propio hábito: inteligente y capaz pero retraído y emocionalmente enajenado. A Willard le dan una misión “por sus pecados”; a McBride le dan una misión por los de su padre, que además sirve de Kurtz. La Tierra está siendo asolada por rayos cósmicos desde los confines más remotos de la galaxia y los jefes de Roy creen que el culpable es su padre Clifford (Tommy Lee Jones), un astronauta desaparecido hace 16 años en plena misión de buscar vida inteligente. Roy debe viajar a Marte (con escala en la luna) e intentar contactar a su padre en un intento desesperado de encontrar la explicación de los rayos y detenerlos. Ambientada en un futuro cercano, la ciencia ficción de la historia está imaginada dentro del reino de lo realista. No sólo por la tecnología esbozada en pantalla (hasta las pistolas láser se ven plausibles) sino por la relación del ser humano con el espacio, que en su monotonía y frivolidad recuerda a 2001: Odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, 1968). Pero Gray sabiamente limita el foco al protagonista y su recorrido, tanto el físico como el interno. El marco de la ciencia ficción, mundano y opresivo, es lo que permite (e instiga) el recorrido en sí. Como buen serial de aventuras, la película postula un sencillo itinerario con paradas exóticas entre las cuales sucede una pequeña aventura, cada una riesgosa pero autocontenida. Es un formato tan anticuado como efectivo y realza el peso de la misión de Roy, quien empieza a cuestionar su verdadera motivación con una apesadumbrada voz en off. Tommy Lee Jones es excelente como un sombrío Kurtz, lejano y omnipresente, perfilado a través de una serie de ominosas bitácoras. Los demás actores - Donald Sutherland, Ruth Negga, Liv Tyler - quedan relegados a partes meramente funcionales o simbólicas. Como toda buena ciencia ficción, la historia de Ad Astra nace de las ganas de reflexionar sobre el presente especulando sobre el futuro. No es una película de acción o fantasía disfrazada, aunque funciona perfectamente como una aventura. De hecho el mensaje de la película es tan sencillo que, tras tanta parsimonia, resulta más bien un anticlímax. Además de abrupto el final.
Un astronauta que debe salir del Sistema Solar en busca de su padre y de un secreto. Cada tanto y por suerte, James Gray hace películas. Aunque varias de sus últimas creaciones no se estrenaron en la Argentina, sigue siendo un realizador que cree en el cine clásico y en las ideas comunicadas a través de la imagen. Aquí hay un astronauta que debe salir del Sistema Solar (un Brad Pitt que hace lo mejor que puede ser un actor en el cine: ser sin forzar nada) en busca de su padre y de un secreto. Gray opta por contar algo bastante ambicioso (el sentido de la vida, nada menos, en medio del vasto universo), sin caer en alegoríás ramplonas. Es épico sin necesidad de subrayarlo, y deja que el relato, esa nave que transporta las emociones de los personajes y con ellas a nosotros, marque el rumbo con una mano al mismo tiempo de hierro e invisible. Las actuaciones son todas perfectas incluso si Pitt se roba las escenas donde está, y lo que se le puede reprochar es también una de sus máximas virtudes: una ambición que le falta al resto del cine. Algo más: la película es una verdadera lección de cómo usar el efecto especial: en lugar de relleno o de “carnada” para el espectador necesitado de emociones fuertes, están ahí cuando es necesario para construir el mundo donde la fábula es posible. A la altura de la subvaluada Misión a Marte (de otro grande, De Palma), Ad Astra muestra que el gran universo encierra, todavía, grandes ficciones por descubrir.
En un futuro cercano, la humanidad se lanzó a conquistar el espacio, llegando incluso a los bordes de nuestro sistema solar. Luego de que unas extrañas tormentas eléctricas comienzan a suceder, el astronauta Roy McBride es el elegido para ir a Neptuno en búsqueda de su padre, quien se suponía muerto hace décadas, pero en realidad es el principal sospechoso de estos sucesos. Casi de forma sorpresiva nos toma Ad Astra: Hacia las estrellas, porque poco y nada se había anunciado de la película, mientras las salas colapsaban gracias a la última obra de Quentin Tarantino y la conclusión de It. Y quizás eso fue lo que mejor le pudo haber sucedido a la cinta protagonizada por Brad Pitt, porque estamos seguros que va a agarrar a más de uno por sorpresa. Pero el sorprendernos no es lo único bueno que ofrece Ad Astra: Hacia las estrellas, todo lo contrario. Estamos seguros que de acá deberían salir algunas nominaciones a los futuros premios Oscar; así que vamos a comentarles cuales. En el apartado actoral, Brad Pitt da uno de sus mejores trabajos, y si el carilindo actor les gustó en Había una vez en Hollywood, acá se supera así mismo, dándonos un Roy McBride muy humano, con el que empatizamos desde el comienzo, pasando por todos los estados de ánimos posibles. Pero quien también se luce es Tommy Lee Jones, que con apenas diez minutos le alcanza para darnos una de las mejores labores de un personaje secundario vistos este año. Otro de los apartados destacables es el visual. Así como el año pasado First Man sorprendió a todos con unas imágenes espaciales que nos dejaban boquiabiertos; Ad Astra: Hacia las estrellas no solo lo iguala, sino que lo supera. Todos los planos que suceden fuera de la Tierra (es decir, la mayoría) tienen un nivel de detalle tal, que de verdad nos hacen creer en la conquista espacial. Incluso cuando las escenas se suceden dentro de estaciones espaciales, o edificios en otros planetas, es fácil darnos cuenta que no estamos sobre la superficie terrestre. Quizás como única pega a Ad Astra: Hacia las estrellas, podemos decir que el tráiler nos vendía un film con más acción, mientras que en realidad estamos ante un drama intimista, con largos planos de los personajes haciendo monólogos y filosofando sobre su vida y la existencia del ser humano. En este sentido aconsejamos que no se dejen guiar por el avance. Ad Astra: Hacia las estrellastermina siendo una de las mejores películas del año; y de visualización obligatoria en el cine. Con unas actuaciones y efectos especiales de primer nivel, es un film que llaga a nuestras salas sin hacer demasiado ruido, pero que seguramente va a sorprender a más de uno. Recomendable en su totalidad.
Brad Pitt deslumbra en la ciencia ficción de Ad Astra Las "aventuras espaciales" siguen copando la pantalla grande durante el mes de septiembre y ahora le toca el turno a este drama familiar que, además, suma algunos misterios. No es justo decir que el “género espacial” toma un nuevo aire cada dos o tres años, ya que desde hace una década, al menos, podemos disfrutar de una aventura intergaláctica anual, de esas más cercanas al hiperrealismo científico que a la fantasía. La inmensidad del cosmos siempre dio pie para contar historias (cinematográficas) más introspectivas, y reflexionar sobre nuestro planeta o el lugar que ocupamos en el vasto universo: desde que el hombre es consciente ha mirado hacia las estrellas con el deseo que conocer (o conquistar) otros mundos o de encontrar esas respuestas que no podía hallar en la Tierra. Hoy, en pleno siglo XXI, los avances tecnológicos lograron acercarnos un poco más a los confines de la galaxia, pero muchos de esos interrogantes aún siguen latentes. Por ahí viene el gran atractivo de estas películas que, disfrazadas de aventuras repletas de efectos especiales y escenarios increíbles, nos permiten filosofar y especular sobre un montón de cuestiones más profundas. James Gray, responsable de “Z: La Ciudad Perdida” (The Lost City of Z, 2016), quería desarrollar una historia espacial que se sintiera 100% realista y, además, impregnarla de la misma vibra que “El Corazón de las Tinieblas” (Heart of Darkness) de Joseph Conrad, cuyo antecedente fílmico más cercano es, sin dudas, “Apocalipsis Now” (Apocalypse Now, 1979). Hay mucho del capitán Benjamin L. Willard (Martin Sheen) en el mayor Roy McBride (Brad Pitt), astronauta dedicado y experimentado que dejó todo de lado (incluso a su esposa Eve) para convertirse en el mejor elemento de la agencia espacial. Estamos en un futuro no muy lejano donde los viajes comerciales a la Luna son moneda corriente y la galaxia es un lugar sin fronteras muy parecido al Lejano Oeste. En este contexto, y tras una serie de extrañas descargas eléctricas que amenazan la integridad del planeta Tierra, a Roy se le presenta una misión muy particular: tratar de contactar a su padre, Clifford McBride (Tommy Lee Jones), desaparecido y dado por muerto desde hace más de dos décadas, cuyos experimentos en Neptuno podrían ser la causa de la catástrofe que se vive en la actualidad. La tarea de McBride es viajar hasta Marte, con escala en el satélite, y enviar un mensaje que permita la localización de su padre, suponiendo que siga con vida. Un choque de realidad demasiado duro para el imperturbable astronauta que, a pesar de su carácter sereno, nunca logró resolver los conflictos y el abandono de su progenitor. Así, “Ad Astra: Hacia las Estrellas” (Ad Astra, 2019) se convierte en el viaje -literal y metafórico- del protagonista para intentar encontrar sus propias respuestas y, de paso, salvar a la Tierra de una destrucción inminente a causa de estas descargas de antimateria. Gray y el coguionista Ethan Gross (“Fringe”) nos regalan un drama personal disfrazado de aventura interestelar que recae sobre los hombros de Pitt, escena tras escena. A pesar de compartir pantalla con Ruth Negga, Liv Tyler, Donald Sutherland y Natasha Lyonne, entre otros, es su presencia la que nos mantiene conectados a esta historia bastante optimista, y al suspenso y la tensión que va generando por momentos. El recorrido de McBride es el alma de este relato, pero es su imaginería visual (no tan alejada de una posible realidad) la que termina de completar el conjunto de una gran película que no es perfecta, pero sabe cómo conmover desde lo particular a lo general, ya que cualquiera puede empatizar con esta trunca relación padre-hijo, o con interrogantes más explorados en la ciencia ficción como: ¿estamos solos en el universo? Brad se va de paseo hasta los confines de la galaxia Gray suma estas grandes planteos, pero su objetivo es más íntimo, algo que se contradice con la inmensidad de este espacio no del todo explorado. Ahí es cuando entra en juego la magia de la puesta en escena, los efectos especiales prácticos, la fotografía de Hoyte Van Hoytema -el mismo de “Interestelar” (Interstellar, 2014)- y la música de Max Richter (“Vals con Bashir”), entre otros elementos estéticos que se ponen en función de la historia. Por lo demás, “Ad Astra” -que significa ‘hacía las estrellas’, es más, la frase completa es ‘Per aspera ad astra’, o sea, ‘A través de las dificultades hacia las estrellas’- se suma a una larguísima lista de films con contexto espacial y, aunque a veces se bifurca distraídamente de su trama principal para perderse en cierta espectacularidad, logra cada uno de sus objetivos. No estamos ante una película independiente ni de bajo presupuesto, Gray también explota el estatus de estrella de Pitt, pero entre la majestuosidad que siempre nos regala el cosmos y su infinito (ya sea ficticio o de verdad), consigue conmover con temas tan humanos como universales.
Una película del espacio que inevitablemente tiene ecos, llamémoslos “homenajes” de otros films, desde las grandiosas y sublimes a las buenas o destacables. Tiene sus méritos y sus defectos. Entre los primeros esta el convocar a Brad Pitt como el astronauta frío que esconde un infierno interior y sus dudas que serán utilizadas por el gobierno sin ninguna piedad. El actor atraviesa su mejor momento y con la premisa menos es más, logra un buen trabajo, en un film donde también es el productor. El director y guionista James Gray (escribió la historia con Ethan Gross) se rodeó de un equipo excepcional, la dirección de fotografía de Van Hoytema, el diseño de producción de Kevin Thompson, el diseño de sonido de Gary Rydstrom, ellos en conjuntos nos regalan imágenes y efectos sobrecogedores de ese espacio, de los accidentes, de las explosiones. Hay mucha belleza en el film y se siente poco el efecto digital. En la historia se naturaliza la conquista de la luna, donde puede suceder que existan piratas a lo Mad Max y servicios al estilo Las Vegas. Hay muchos ingredientes que sorprenden como para entretener y un hilo principal: un hijo que debe revelarse contra el orden, encontrarse a sí mismo y a su propio padre en los confines de la locura y la mentira. Entre los defectos se anotan giros en el argumento que parecen pueriles, pretendidas situaciones profundas que se ven muy simples y algunas resoluciones demasiado forzadas e inverosímiles. Tommy lee Jones siempre efectivo, aporta una presencia espectral y luego un revela un mundo interior torturado y egoísta al extremo. Liv Tyler es casi una presencia bella pero se las arregla para hacerse notar. Donald Sutherland reafirma su categoría. Y al bello y maduro Brad lo tenemos casi todo el tiempo en pantalla, para beneplácito de su fans, pero con una labor de momentos muy emotivos. Con alguna meseta en el desarrollo, entretiene sin sorprender y se disfruta.
Ad Astra (Hacia las estrellas), el espacio como trasfondo para un dilema de padre e hijo. Las películas ambientadas en el espacio suelen ser de dos tipos. Por un lado tenemos aquellas en donde predomina la acción y la aventura como puede ser la saga de Star Wars, o aquellas que lo utilizan como un contexto de reflexión, tal es el caso de 2001: Odisea en el Espacio. También debe decirse que ambos no son absolutos. Por cuestiones de fluidez narrativa y producir empatía con los personajes, cada ejemplo de una categoría debe tener un ínfimo porcentaje de la otra. Ad Astra, de James Gray, busca mantener ese balance, aunque desde el vamos tiene claro lo que quiere contar: una pulseada de estilos que significa todo un riesgo en la realización hollywoodense actual. Hacia las Estrellas A riesgo de mencionar una obviedad, todo arte debe hablar de la naturaleza humana, de las virtudes, los defectos y las aspiraciones. Pero si aparte ese arte es presentado en un formato con amplia aclamación popular, como lo es la ciencia ficción, estamos ante una realización que entiende cómo funciona el cine verdaderamente. Arte y negocio a la vez. Donde lo que se expresa es importante, pero de nada sirve si no se lo presenta en un envoltorio accesible al público. Si entendemos a la ciencia ficción como un formato narrativo que desarrolla las ramificaciones morales de los avances tecnológicos, podemos decir que Ad Astra es una película de ciencia ficción por lo menos en el establecimiento de su premisa. Lo que contribuye a la desaparición del personaje de Tommy Lee Jonesy su posterior búsqueda a manos de su hijo, interpretado por Brad Pitt, es la búsqueda de inteligencia extraterrestre. También podemos llamarlo ciencia ficción por crear un entorno lunar donde existen los “piratas espaciales”. Por tirado de los pelos que pueda sonar, el uso de un lunar rover para saquear y asesinar en la superficie lunar es una ramificación moral de los avances tecnológicos. Una negativa, pero ramificación al fin. El diseño de arte de este tipo de películas suele ser muy rimbombante, donde hay un deseo que se note que estamos en un futuro muy lejano (al final del día, el cine, se supone, debe ser una experiencia inmersiva). Sin embargo, es en este apartado visual donde Ad Astra deja ver con claridad la verdad de sus intenciones. Porque se trata de un concepto que, incluso con sendos efectos visuales para terminar de desarrollar su mundo, es uno muy austero. No hay un futurismo excesivo, sino que bordea la tecnología y estética de la carrera lunar de los 60, un compromiso visual que llega a ponerse al servicio de escenas de acción tales como la de los piratas espaciales arriba mencionada. Una escena que parece, deliciosamente, como si el metraje de las misiones Apollo 15, 16, y 17 hubiesen sido rodadas como una película de Mad Max. Es también en dicha escena donde está uno de los momentos más logrados a nivel diseño de sonido de todo el film. Donde hay un equilibrio perfecto entre la auténtica ausencia sonora del espacio y los efectos más pirotécnicos típicos del género de acción y aventura. Tal austeridad tiene un por qué. Ya que una vez establecido el universo y el conflicto principal del film, se ahonda en el verdadero quid de la cuestión: un conflicto paterno-filial donde el compromiso con una meta personal fácilmente puede derivar en el egoísmo. Por su deseo de saber si hay vida más allá de las estrellas, el padre deja a su hijo, un defecto que su hijo hereda pero sacrificando la relación con su mujer. Un egoísmo que si bien es retratado desde lo moral, tiene un desarrollo más abundante desde lo psicológico. Un espejo de crucial significado para el desarrollo del arco emocional del personaje. Esta es la razón esencial del por qué la inteligencia de este título es tan elogiable. James Gray ahonda con detallada profundidad en todas estas cuestiones, sin sacrificar por ello los obstáculos externos concretos y las escenas de acción. Sin embargo, a pesar de tantas virtudes, se cuela un solo defecto: el excesivo uso del voice-over, que muchas veces da una explicación excesiva a detalles que la imagen puede develar por sí sola. Se aprecia la intención de tenerlo como deseo de evocar un dejo literario a la hora de abarcar las reflexiones sobre su tema, pero, si somos honestos y hacemos cuentas, pueden hacer más daño que beneficio.
Roy McBride (Brad Pitt) parece tener todas las condiciones para resolver problemas en el espacio. La mejor tecnología y un padre excepcional (Tommy Lee Jones), el astronauta desaparecido Clifford McBride, combinaron un óptimo resultado. Pero ahora que los accidentes se suceden y las catástrofes espaciales parecen incrementarse, McBride es convocado para solucionar algo que está ocurriendo quizás en los confines del planeta. La noticia de que su padre, desaparecido hace veinte años cuando investigaba la vida extraterrestre, puede estar vivo lo conmociona. Pero la sugerencia de las fuerzas militares de que ese hombre modélico con el que tantas veces fue comparado puede estar causando el desastre final lanza a Roy al fondo de un pozo. En un momento en que los logros humanos en el espacio estelar parecen haber alcanzado su máxima aspiración, con una luna colonizada y Marte convertido en estación intermedia hacia un viaje más extenso, Roy McBride duda. Su viaje hacia Neptuno lo hará enfrentarse con el mayor peligro, su propia conciencia. Hasta entonces sólida y sostenida por pilares incorruptibles, siempre guiándolo por el camino correcto, Roy McBride recuerda que otra persona (su ex esposa) cuestionó su modo de ser, su dedicación obsesiva al trabajo, la inmersión total que lo alejaba de los problemas cotidianos. Intentando dejar de lado parte de su parte oscura, este caballero especial se dispone a enfrentar los mayores peligros. Ni los dragones del espacio, ni los quijotescos personajes que aparecen como desafíos imposibles podrán detenerlo. TIEMPO Y ESPACIO El director James Gray es capaz de embarcarnos en una aventura sin tiempo ni espacio, donde la Edad Media y el futuro rabioso se entremezclan con reflexiones sobre el hombre solo y en peligro. Cuando los viajes interplanetarios se pagan en cuotas y la comida rápida espera en una nueva estación que nos acerca a Neptuno, un recuerdo o la fragilidad de un sentimiento mal elaborada podrá, sin piedad, arrojarnos al desastre. Como "High Life", de Claire Denis, o "Interestelar", de Christopher Nolan, el director Gray con el notable diseño de producción de Kevin Thompson y el apoyo musical de Max Richter, más la apocalíptica fotografía de Hoyte Van Hoytema, cambia la configuración de algo llamado "ciencia ficción". Ahora la selva es más peligrosa y hasta los recuerdos protectores (Donald Sutherland) pueden hacernos un falso guiño.
"Ad Astra": un relato espacial intimista Preocupada por las emociones genuinas de sus protagonistas, la película plantea las coordenadas habituales de las odiseas espaciales, pero rápidamente rumbea hacia nuevos horizontes. Ad Astra es una frase en latín que significa "hasta las estrellas". Si bien su origen puede rastrearse en los textos de Virgilio del último siglo antes de Cristo, fue Séneca quien le dio su uso más conocido con la variante "Ad astra per aspera" ("Hasta las estrellas mediante el sacrificio"), la misma que se lee en la placa conmemorativa del monumento a los tres astronautas fallecidos en la misión Apolo 1 y que desde entonces funciona como despedida a las personas vinculadas a la astronáutica. Ad Astra es también la frase elegida por James Gray para bautizar su séptimo largometraje como director, un título acorde con el que debe ser el relato espacial más intimista, menos rimbombante y más genuinamente preocupado por las emociones -lo que no implica emotivo- que se haya hecho en años. Más allá de su notable trayectoria iniciada hace 25 años, Gray sigue siendo un cineasta casi secreto, el dueño de una mirada difícil de encasillar y, por lo tanto, de comercializar. Sus películas parten de géneros tradicionales (el policial en Cuestión de sangre, La traición y Los dueños de la noche, el drama romántico en Dos amantes, el melodrama de época en la aquí inédita The Inmigrant) para luego darlos vueltas como una media mediante un depurado trabajo de guión y puesta en escena, aunque siempre con los vínculos familiares como tema central. ¿Qué es, entonces, Ad Astra? Una película que plantea las coordenadas habituales de las odiseas espaciales pero rápidamente rumbea hacia nuevos horizontes. Allí asoman la aventura lo-fi digna de un Julio Verne con ansiolíticos, los monólogos interiores al estilo del mejor Terrence Malick –el de la reflexión filosófica de La delgada línea roja, no el religioso que busca a Dios en Knight of Cups y To the Wonder– y, desde ya, una pátina metafísica en cuyo eco resuena con fuerza 2001: Odisea del espacio. Pero Gray es alguien menos interesado en la acción que en cómo ella interpela a sus personajes, en su mayoría hombres emocionalmente quebrados. Y vaya si el personaje central de Ad Astra lo está. El mayor Roy McBride (Brad Pitt en un registro minimalista opuesto a la explosividad de Había una vez...en Hollywood) trabaja en una base especial cercana a la Luna, que en el futuro cercano en el que transcurre el film -"una época de esperanza y conflicto", asegura una placa inicial- es mucho más que un símbolo de romanticismo. Como si sueño húmedo de Elon Musk se hiciera realidad, los viajes en cohete son cosa de todos los días para civiles: la inmensidad del espacio nunca estuvo más cerca. En la primera escena se lo ve trabajando en una torre de la base envuelto con los clásicos traje y escafandra, hasta que una onda energética altera el funcionamiento del lugar y deja a Roy a la deriva de los caprichos de la falta de gravedad. Es quizás el único momento de toda la película donde se impone espectacularidad y gigantismo, un comienzo que preludia la odisea que vendrá pero no su tono introspectivo, casi confesional, ni la escala humana del asunto, ni mucho menos la ausencia de cualquier conflicto que implique batallas intergalácticas o apariciones extraterrestres. El asunto aquí va por otro lado. McBride es hijo de un reputado astronauta que formó parte de una misión que partió a Neptuno varias décadas atrás. Nunca más se supo nada de él. O eso al menos afirmaron las autoridades. Frente a ellas, Roy recibe tres novedades, una buena y dos malas: la primera es que papá estaría vivo; las otras dos, que probablemente haya sido el responsable de generar la onda y que ahora él deberá ir a buscarlo. A partir de ahí, y al igual que The Lost City of Z, la película inmediatamente anterior de Gray, Ad Astra podría definirse como el relato de un viaje físico y espiritual al corazón de las tinieblas. De allí partió no solo la onda sino también el imaginario penitente de un McBride Jr. que, antes que a su padre, busca encontrar algo de paz en el infinito y más allá.
“AD ASTRA”: un introspectivo viaje en el espacio exterior. En un futuro no tan lejano el astronauta Roy McBride (Brad Pitt) viaja al espacio exterior del sistema solar para buscar a su padre desaparecido y descifrar un misterio que amenaza la supervivencia de nuestro planeta. Su viaje develará secretos que desafiarán la naturaleza de la existencia humana y nuestro lugar en el cosmos. Puede ser involuntaria la asociación con los más recientes viajes estelares en el cine. No sorprendería que películas como "Gravity" o "Interstellar" resuenen al verla. Y si bien todas suceden en el espacio, están dirigidas por reconocidos maestros del cine actual y provocan la inevitable sensación de insignificancia que sentimos como especie cuando nos arrojan la infinidad del universo en nuestra cara, cabe destacar que “AD ASTRA” no es una película más en el género. Su director, James Gray, conforma una tripulación de lujo y nos propone un verdadero viaje visual y auditivo a la vez que nos invita a varias reflexiones de índole personal como también de carácter más filosófico y global. La fotografía a cargo de Hoyte Van Hoytema ("Let The Right One In", "Her", "Dunkirk" y la ya mencionada "Interstellar") es bellísima y uno de los grandes fuertes del film. Aprovecha ese trabajo de iluminación naturalista que lo caracteriza a la perfección por tan solo mencionar uno de sus méritos (ya que los caracteres apremian). Max Richter ("Arrival", "The Leftovers", "Black Mirror", "Taboo") es el músico perfecto para esta travesía. Pues sus melodías son un verdadero viaje lleno de condimentos como a los que ya nos tiene acostumbrados. Combina sutilezas y momentos de absoluta presencia musical, melodías que suenan simples y complejas a la vez, difíciles de describir y que nos invitan a cerrar los ojos y sentir. Brad Pitt (quien también ocupa el rol de productor), Tommy Lee Jones y Liv Tyler brindan sólidas y sutiles actuaciones con una dirección enfocada en el trabajo introspectivo (por ejemplo centrándose más en el escuchante que en el interlocutor). Y si bien es una película grande en términos de presupuesto, de ambición contando la historia de un viajero que atraviesa el espacio, a su vez no deja de ser también un film íntimo, minimalista, profundo y filosófico. De un solo personaje en su propia y personal búsqueda. “AD ASTRA” es como leer poesía. Es decir, no es una cinta fácil, no es para ver en cualquier momento. Precisa de, como suelo decir, espectadores activos que no buscan sólo entretenimiento y están dispuestos a lenguajes no tan digeridos y cotidianos. Sin dudas esta película es un verdadero deleite para ver más de una vez. De esas que recomiendo ir a ver al cine ya que no es lo mismo disfrutarla en la pantalla grande a esperar para verla en cualquier página de mala muerte. Por Matías Asenjo
Volver Parece algo excepcional cuando un director abocado a temas y situaciones fácilmente reconocibles recala en algo distinto. A personajes recurrentes les invoca alguna variación, o a acciones ya vistas les imparte un respiro. Los films de James Gray son rápidamente asociables al melodrama criminal y a los problemas pasionales que sus personajes sufren. En los últimos años Gray realizó The Lost City of Z, un film lejano a sus espacios habituales. Separándose de sus barrios conventilleros y arrabaleros para adentrarse en el Amazonas. De todas formas, las mismas pasiones se mantienen. Lo que se esconde detrás permanece, mientras las superficies se vuelven intercambiables. Ad Astra, el nuevo film de James Gray, sigue por este camino, superándolo. Los films de James Gray se basan en varios temas. El retorno, la vuelta del protagonista a un entorno antaño familiar, donde se enfrentará al cambio que este (y él) sufrió en su ausencia. Desde la lejanía semiprofesional de Tim Roth en Little Odessa y su reticencia a volver a su barrio de origen; pasando por el regreso del Mark Wahlberg en The Yards, que luego de padecer una temporada en la cárcel vuelve a su “patio de juegos” para descubrir que este se transformó en el terreno de los chanchullos de las concesiones ferroviarias; al regreso de Joaquin Phoenix a la casa de sus padres habiendo pasado por problemas psiquiátricos en Two Lovers. Ese encuentro con el pasado que vuelve está signado de equívocos. Los que antiguamente fueran mejores amigos se convierten en enemigos, los enamorados recalan en la traición y los padres y hermanos pasan de abrazos y besos a golpes y tiros. Siguiendo con esto. Los personajes de Gray parecen estar condenados a la intercambiabilidad de sus pasiones. Como si en los condominios de la working class -que films como Little Odessa, Two Lovers o The Immigrant especialmente retratan- una vez que se abre una ventana para decirle algo al vecino de enfrente, este podría, o bien ser un amante, o bien un amigo, o bien alguien que luego lo asesinará. Incluso puede ser un solo personaje quien represente estas tres funciones, intercambiándolas en el devenir del relato, como el Joaquin Phoenix de The Yards. La relectura de Gray para con la obra de Francis Ford Coppola es otro de los ejes en los que se asienta su cine. Todos sus films parecen ser, hasta The Immigrant, una paráfrasis de El Padrino. Realizando la sustitución raigal de la comunidad católica ítalo-americana por la judeocristiana eslava. The Immigrant resulta una versión de dos horas de la llegada de Vito Corleone a América; en The Yards se revisita la famosa escena del hospital contenida en El Padrino; y el Joaquin Phoenix de We Own the Night sufre un trayecto similar al de Michael Corleone en la primera entrega de la serie. El uso que Gray hace de Robert Duvall y James Caan -en We Own the NIght y en The Yards– y las funciones simétricas que estos actores desempeñan en la obra de Coppola no hacen más que probar este punto. De todas formas, empezando por The Lost City of Z, el interés de Gray por seguir representando El Padrino empezó a menguar. Siendo remplazada por la lectura directa de otro film de Coppola, Apocalypse Now. En The Lost City of Z diagramó al coronel Fawcett en función del protagonista del film de Coppola, el capitán Willard. Ambos empiezan sus respectivos viajes a partir de misiones militares (el primero en su labor de cartógrafo, el segundo como encargo de sus superiores) para arribar por propia ley a un saber sublime (la búsqueda de Fawcett por la civilización primordial, el entendimiento de Willard de que Kurtz “vio algo más”). Por otro lado, Ad Astra es prácticamente una Apocalypse Now en el espacio. Si en el anterior film de James Gray ese Vietnam se trasladaba al Amazonas, ahora el espacio exterior comprendido entre la Tierra y Neptuno deviene el río que Willard atraviesa en el film de Coppola. Donde Mcbride deberá ir en la busca de su Kurtz personal, su propio padre. Las similitudes entre los films son varias: el briefing al dar a conocer a Kurtz, la escena del tigre a orillas del río, la voz en off, el dossier, el comienzo símil al final y la misión secreta dentro de la misión secreta de Apocalypse Now son replicadas aquí con las traslaciones del caso. No hay tigre, sino otro animal; el dossier es un video; el comienzo/final no implica el icónico trabajo de montaje del film de Coppola. No es una copia, más bien es otra expresión de las mismas ideas, adecuada a las peripecias espaciales de Ad Astra. Habría una correspondencia entre el propio Gray y Mcbride. Como si él se adentrara, como su protagonista, en la búsqueda de su padre cinematográfico, pasando por las mismas escenas que quien lo precedió tuviera que realizar. Esto se da porque ambos films (aquí podríamos agregar nuevamente a The Lost City of Z), cristalizan el deseo de sus protagonistas, la busca de un saber absoluto. El cual, por otro lado, puede llevar igualmente a la destrucción. Tanto Willard como Fawcett o Mcbride podrían haber fallado en sus visiones, aquí la ambigüedad que sostienen estos films. Pero uno puede estar seguro, sin duda, de que Gray no falló en su visionado, en sumergirse en el espacio para encontrar a su Coppola particular. Como decíamos en un principio, tal vez los aspectos más evidentes de las ficciones de Gray no se encuentren en Ad Astra, pero sí advertimos que el devenir de sus pasiones se mantiene. El choque entre padres e hijos permanece, a la vez que eleva su dialogo con la obra de Coppola a un nivel mayor, confeccionando una suerte de film hijo de Apocalypse Now. Tal vez los condóminos no se encuentren aquí, pero su función se traslada. Uno puede afirmar otra proeza de James Gray: quien convirtiera al barrio en un universo, ahora convirtió al universo en uno de sus barrios.
Ad Astra, del latín, hacia las estrellas. Si se quiere ser más específico podríamos acudir al filósofo Séneca el Joven, cuya cita completa es: Per aspera, ad astra, es decir: por el camino más áspero, hacia las estrellas, entre otras tantas interpretaciones posibles, como esta otra, mediante el sacrificio, hacia las estrellas. Y es aquí en donde uno tendría que plantearse quién es el que hace el sacrificio antes mencionado, Roy McBride hijo o Clifford Mc Bride padre. Ambos, cada uno a su tiempo, sacrifica todo lo que tiene en busca de una idea de superación, ya sea personal o universal. Clifford: vida inteligente más allá del planeta Tierra; Roy: un acercamiento a su propia esencia como ser humano. Y Roy no necesita saber si hay otra vida posible, ya que todavía no es capaz de sentir la suya como propia. ¿Por qué no puedo sentir nada?, se pregunta en una de las tantas escenas cuasi filosóficas de la película, por lo que su misión más que una misión de rescate de su padre, es una mision de rescate de su propia integridad emocional. - Publicidad - Hacia las estrellas es el itinerario que nos propone hacer el director James Gray —León de Plata en el Festival de Venecia a la Mejor Dirección por Cuestión de Sangre (1994)— luego de Z, La Ciudad Oculta (2016), The Inmigrant (2013), Los Amantes (2008) y Los Dueños de la Noche (2007), entre otras. Y allí vamos, en un viaje introspectivo del ingeniero espacial Roy dentro de un marco visual de envolvente belleza. Mérito de la NASA, que proporcionó muchas de las imágenes del sistema solar que hacen de este film una recreación casi exacta de los confines de nuestro universo conocido. Así como en su momento, Stanley Kubrick dotó a su opera magna —2001, Una Odisea en el Espacio (1968) — con una precisión obsesiva y documentalista, Gray hace los mismo en cuanto a operar en ese mismo sentido. Las imágenes de la Luna, Marte, el cinturón de asteroides, Júpiter y Neptuno son sencillamente sobrecogedoras. Se ha comparado a Ad Astra (2019) con la novela “El Corazón de las Tinieblas” de Joseph Conrad en cuanto a su estructura narrativa, esto es: una misión arriesgada —el camino áspero— para reducir, y eliminar si fuese necesario, el foco del problema. Francis Ford Coppola, en su adaptación al cine de la novela de Conrad —Apocalypse Now (1979)— lo simbolizó en el coronel Kurtz (Marlon Brando), Gray lo simboliza en Clifford, el padre de Roy. Ambos deben ser eliminados por cuanto están afectando y poniendo en peligro la misión —y todo su entorno— por la que fueron encomendados en un principio. Clifford (Tommy Lee Jones), héroe y astronauta que participó de la Operación Lima, cuya misión era encontrar vida más allá de las estrellas, se encuentra desaparecido hace años. La NASA acude a Roy, también astronauta como su padre y con un autocontrol emocional que lo acercan más a un dispositivo artificial como Hal 9000 —la computadora de 2001— que asusta, para establecer contacto. Nada lo altera, nada lo emociona, nada lo sensibiliza. Cabría preguntarse cómo fue posible que se casara con la bella Liv Tyler, pero este detalle es uno de los tantos que no tiene respuesta y que se suma al pacto de ficción que uno hace como espectador. Su misión es llegar a una de las bases de Marte, previa parada en una Luna ya colonizada, para enviarle un mensaje a su padre, si es que está vivo. La NASA así lo cree, es más, sospechan que las interferencias y sobrecargas eléctricas que sufre la Tierra son producto de la manipulación con antimateria que está haciendo Clifford en las cercanías de Neptuno, en donde se encuentra su base de operaciones. Creen que si el hijo habla con el padre, este va a dar señales de vida. El reencuentro del padre con el hijo y viceversa. Ese es el nudo de la película, con un majestuoso fondo espacial, con una banda de sonido en la que participó Max Ritcher y una fotografía prodigiosa de Hoyte van Hoytema que ya había trabajado en Interstellar y Dunkirk. Es decir, que Ad Astra se centra más en las relaciones humanas, como también lo hacía Interstellar (2014) —el padre con la hija— y Gravity (2013) —la madre con la hija— pero en diferentes intensidades dentro del esquema narrativo. La interpretación de Brad Pitt es deslumbrante y no por realizar un gran despliegue actoral, sino por su actuación minimalista; todo está centrado en su mirada. De hecho durante gran parte de la película lo vemos en primerísimos planos, dentro de su casco espacial y con la única herramienta que tiene a disposición: sus ojos. Durante dos horas su personaje evoluciona: de un frío y correcto Roy del principio a un confuso y quebrado por la emoción hacia el final de la película. Película que, más allá de ser íntima y existencialista, está lejos del Solaris (1971) de Andrei Tarkovski, ya que contiene secuencias de acción excelentemente logradas —la destrucción de una de las kilométricas torres de donde Roy cae a la Tierra, la persecución en la Luna al mejor estilo Mad Max, la pelea cuerpo a cuerpo en la nave con destino a Urano— lo que realza esta producción de tintes metafísicos y apocalípticos. Brad Pitt viene de realizar una de sus mejores actuaciones junto a Leonardo Di Caprio en Había una Vez…en Hollywood (2019) de Quentin Tarantino. Con James Gray logra reafirmar la condición de ser uno de los actores más importantes de su generación. Y no la tiene nada fácil. Sus compañeros hacia las estrellas son nada menos que Tommy Lee Jones y Donald Sutherland; un elenco estelar para una película que también lo es, por su grandeza visual, pero también por su grandeza espiritual.
Del extraterrestre al mono en un segundo Tal vez sea un lugar común comenzar un texto crítico sobre un film del género de ciencia ficción -o de “ficción espacial”, como dice mi amigo y colega Pedro Seva- hablando de 2001: Odisea en el espacio, de Stanley Kubrick, pero como en cine -por ende, como en la crítica- se debe partir de ese cliché para escarbar y encontrar algo más allí; al cliché hay que amarlo, apegarse a él y luego reinterpretarlo, para así obtener de esa materia prima atávica otra relectura posible. El film de Kubrick es la película más ambivalentemente influyente de la historia, principalmente por tres motivos. Uno, su devoción por la tecnología y su carácter predictivo inherente. La sustancia de 2001 no está contenida en lo que llamamos trama ni en los personajes sino en la propia admiración por el decorado y los utensilios del género. Dos, la exaltación tanto por el espacio exterior material como por el espacio como unidad narrativa. La cualidad pictórica de base de los planetas, las estrellas, la galaxia, y el mismísimo espacio exterior posee más valor que la vida humana. Y tres, la pregunta por el devenir de la humanidad, la pregunta fundamental del género, sobre la que, de alguna manera, se construye cada exponente. El legado de la película resultó ser totalmente polar, influenciando así, más quizás por sus imágenes autónomas que por su correlato específico, a directores como James Cameron y Brian De Palma cuyos Terminator, Terminator 2, Avatar y Misión a Marte fueron permeables a este género sin caer en la periferia, es decir, la mera contemplación cuasi-documentalista de sus herramientas diegéticas, mientras que en los films de Christopher Nolan como Interstellar o el de Lynch de Eraserhead todos esos elementos pasan a primera plana. El más reciente film de James Gray pertenece al primer grupo. En principio, porque comprende que es una película de género -es decir, un “estado de transparencia”, según Faretta- y, por ende, tiene sus reglas, las cuales 2001 -o más bien, su lastimoso legado- pareciera haber dictaminado como verdad ulterior. Afortunadamente, Gray es autoconsciente de su existencia al mismo tiempo que polemiza con su proceder, como también lo haría, tal vez en menor medida, Gravity de Alfonso Cuarón. Mientras que 2001 es una película exorbitantemente tecnófila, Ad Astra no se regodea en ningún momento de sus elementos ni mucho menos de sus posibilidades tecnológicas: aquí no hay escenas de lapiceras levitando por la ausente gravedad, ni compartimentos que giran circularmente ni naves espaciales al compás de las cuerdas de Strauss. En Gray, las naves espaciales son los caballos de los westerns de Ford y no los de Leone, un obsesionado con la explotación del tiempo como Kubrick del espacio, los microchips son los intercomunicadores de Misión: Imposible y la falta de gravedad es análoga al clima nocturno e incierto del noir. Sin embargo, aquí es cuando el film pasa a un estado superior: mientras que la visión supuestamente trascendente en Kubrick se regía únicamente por lo tecnológico o por viajes astrales arbitrarios, la visión del mundo de Gray se nos revela a partir del viaje coppoleano alla Apocalypse Now del protagonista, Roy McBride, un personaje triplemente mítico por intruso, por primogénito de un personaje cuya existencia es aún incierta y por su carácter mesiánico. Su odisea (homérica al revés, podríamos decir) comienza igual que la de aquel Willard: se le otorga una misión oficial, material, que luego irá virando hasta convertirse en un objetivo personal, entrañable. En el film de Coppola, Willard termina asesinando a Kurtz ya no por un mandato oficial sino casi porque él se lo pide. Asimismo, en Ad Astra, Cliff McBride, el padre, le pide que lo suelte en el espacio exterior una vez producido el (re) encuentro. Tampoco hay una exaltación por el espacio exterior ni por el tamaño colosal del medio; en Ad Astra las distancias, si bien reales y conocidas, no son relevantes: un viaje de la Tierra a la Luna tarda, en el plano del relato, dos minutos. De hecho, en varias ocasiones se mencionan las distancias exactas entre el lugar en el que los personajes están respecto de la Tierra, pero Gray sabe que el verosímil científico (otro de los aciertos de la película: nunca se especifica exactamente cuánto se conoce de la Luna ni de Marte ni dónde y cuándo se puede respirar ni los reglamentos dentro de una nave) no le corresponde al campo del cine sino al de las ciencias exactas, terreno que algunos periodistas de cine intentaron inmiscuir en películas como Interstellar. Como en este último film mencionado o en 2001, la enormidad planetaria no solo era motivo de reflexión insoportablemente solemne sino además material de “registro puro de la realidad”, llegando a un nivel casi documentalista. En Ad Astra los astros no son vistosos, la luna luce como una plancha de telgopor, los anillos planetarios son berretas. Es un film en el que irónicamente (o no) sus mejores momentos visuales se encuentran en los interiores y no en la espectacularidad “real” del espacio exterior. También se ubica en una tercera posición -como todos los buenos films- respecto de la calidez para con los personajes: En un extremo, 2001 pecaba de tener una frialdad repulsiva por su distancia con esos personajes tremendamente rígidos y unidimensionales. En el otro, el E.T. de Spielberg, cuyo epónimo se trata de una criatura empalagosamente benigna; en ese sentido, Gray sortea con éxito la indiferente lejanía kubrickeana no solo a partir del uso reiterado de planos cortos de Brad Pitt sino también a partir de la carga de humanidad que el director le da: entendemos que para Roy el enigma de la figura paterna y su posibilidad de supervivencia es trascendente para él, lo mismo que su relación con su (ex) esposa. Y también esquiva de manera vivaz el sentimentalismo barato de Spielberg: recordemos una secuencia particular en la que uno de los tripulantes de la nave que se dirige a Marte le dice a Roy que en caso de ver a ET (sic) le avisaría, mientras él se ausenta en busca de una nave que ha pedido auxilio. ¿Qué ocurre minutos después? No hay vida inteligente (misión primaria de la empresa que envía a Roy a Neptuno) ni humanos (como él) ni ETs sino un primate dispuesto a asesinarlo. Aquí, la obviedad que el periodismo ha convenido en llamar “la elipsis más larga de la historia del cine”, refiriéndose al hueso convirtiéndose en una nave, queda absolutamente ridiculizada por la maestría narrativa de Gray. En Ad Astra todo es cine porque todo es puesta en escena. Grey se ciñe al género al mismo tiempo que lo reinventa, a diferencia del espacio kubrickeano, que pareciera ser más importante que los personajes, incluso más que la propia trama. Se diferencia de Tarantino, pues éste cree que la porción de torta hitchcockeana está en el depósito de Reservoir Dogs que opera como escenario de esos personajes y situaciones teatrales. Si se asemeja al De Palma de Snake Eyes, que comprendía que el ring de boxeo era la periferia, el engranaje más chico de un sistema inquebrantable y no al revés. Es cercano al Coppola de Apocalypse Now respecto de la gramática que implica llevar a cabo un viaje, a diferencia del griterío ridículo de Full Metal Jacket. Ad Astra es una película hermética en su sentido etimológico más estrecho: pueden convivir lo alto, lo trascendente, lo político y lo religioso al mismo tiempo que lo bajo (entiéndase bajo como lo palpable y no como lo chabacano): la trama, la acción, la curva dramática. En Ad Astra puede haber una persecución con tiroteos alla Fuego contra Fuego en la luna al mismo tiempo que presentar un viaje mítico, transhumanante; una diatriba física contra un primate kubrickeano en una nave espacial perdida y la búsqueda de una respuesta por el futuro de la humanidad contenido en la relación padre-hijo; puede haber una explosión nuclear al mismo tiempo que una subtrama melodramática sin caer en ridículos valetodos amnésicos como Hereditary, pero sin olvidarse del género, lo que la convierte, sin dudas, en una de sus mayores exponentes.
Ad Astra: Al infinito y más allá Esta película, maravillosa visualmente, merece ser vista con buena calidad, porque nos brinda un viaje por el espacio inolvidable, dramático y reflexivo. Comencemos por lo obvio. Si ya viste todas las películas espaciales del pasado; especialmente Solaris, Interestellar y Gravity; este filme quedará entre las mejores de estas sin duda. Ad Astra cuenta la historia de Roy McBride que debe realizar un viaje a través del sistema solar para tratar de descubrir la razón de la desaparición de su padre en una expedición y desentrañar un misterio que amenaza la supervivencia de la existencia humana y nuestro lugar en el cosmos. La primera mitad de la película es brillante en todo sentido; Narrativa, y visualmente. El director James Gray de The Inmigrant, The Lost City Of Z, We Own The Night, etc (también guionista, junto a Ethan Gross) realiza un trabajo glorioso en términos técnicos, como también con una historia algo innovadora. Mostrada con un ritmo, quizá agobiante por momentos pero, reflexivo y muy artístico. Ad Astra es de los últimos films más cinematográficos que se encontrarán últimamente. Aunque por momentos pareciera que toca los planos o movimientos de cámara que hemos visto en tantas películas del espacio, te sorprendes por la estupenda realización fílmica y la fotografía sobresaliente por parte de Hoyte Van Hoytema (que trabajó en Interestellar, Dunkirk, Her, entre otras) así que hablamos de palabras, o imágenes, mayores. Toda la primera mitad logra combinar de forma estupenda el colosal paisaje espacial, con una buena e intrigante historia, muy personal, de Roy McBride. Protagonista que está interpretado por un emocionante, sincero y creíble Brad Pitt, logrando una de sus mejores actuaciones, por su sutileza y llegada al público. que quizá se desploma cuando se devela el secreto de la trama. Es un momento emocionante, seguro, pero desde ahí el ambiente se vuelve más cerrado y más pensativo que antes. Los espacio se achican, la luz se oscurece, y la reflexión florece. El ritmo sigue siendo el mismo pero asimismo se siente más pesado. Ese cambio en la velocidad, que sí posee en la primera mitad, ya no existe hacia el final, otorgándole mucho menos espacio para actuar, pero mucho más para la introspección. Con una voz over, o “en off”, los pensamientos del protagonista son expresados ágilmente, pero como toda voz en off a veces puede llegar a sobreexplicar ciertas cosas que, para algún espectador, puede resultar confusa. El film completo es una obra sobresaliente con momentos de tensión, y un estilo exquisito. Combinación que celebrará el espectador. El tono meditabundo, de llevar a los humanos al espacio y lo que hacemos con eso, es escaso pero a la vez muy interesante de abordar. Luego tenemos la relación padre e hijo; en la de conocer cuál es el destino de cada uno, de cada ser o de la humanidad misma. El reconocerse a uno mismo, el ser anti ciertas actitudes humanas ¿Por qué nos hace querer buscar vida en otros planetas? ¿Para no sentirnos solos? ¿Es realmente necesario? Esta y muchas más preguntas que a ustedes se les ocurran serán (o no) respondidas en esta preciosa película que gravita entre lo muy atractivo visualmente, lo ralentizado de la narración, lo artístico y lo precioso del lenguaje cinematográfico.
Si algo le faltaba a Brad Pitt era hacer de astronauta, no?
Tildar de película de ciencia ficción a este relato cinematográfico es quedarse con el mensaje superficial que emana. La propuesta transita el drama existencial de un hombre que supo tenerlo todo, y que en la nostalgia, en medio del espacio, de un tiempo que pasó y una figura identitaria, a la que echa siempre de menos, se termina por configurar el universo que lo impulsa a seguir adelante. Hipnótica.
Los muchachos no lloran La carrera del prolífico director James Gray no deja de sorprender y al mismo tiempo de confirmar que se trata de uno de los mejores narradores clásicos que existe en el Hollywood actual. Luego de un comienzo de carrera que lo acercaba al cine callejero de Martin Scorsese con thrillers pequeños y efectivos como Little Odessa, La traición y Los dueños de la noche, en la última parte de su filmografia se ve a un autor ambicioso que no teme abarcar diferentes géneros y que sale airoso en todos los casos, desde el drama romántico Los amantes hasta la aventura herzoguiana de La ciudad perdida de Z. Con Ad Astra Gray decide meterse en el pantanoso terreno de la ciencia-ficción espacial, género difícil de acometer sin caer en cierta pesadez narrativa y en discursos existenciales cargados de solemnidad y de falsa importancia. Desde que Stanley Kubrick revolucionó el género con 2001: Odisea del espacio muchos realizadores utilizan la excusa del viaje al infinito y más allá para observar temas complejos como el destino del planeta y la propia naturaleza humana, produciendo espectáculos visuales increíbles pero emocionalmente distantes e inertes (como las aburridas Interestelar, de Christopher Nolan, o La llegada, de Denis Villeneuve). A priori, con su tono serio y un protagonista que rehúsa toda clase de empatía, podíamos pensar que Ad Astra iba a transitar estos mismos caminos de grandilocuencia, pero Gray es un hábil controlador de tonos y su película no reniega en ningún momento de la aventura, de la posibilidad de asombro y descubrimiento. Ad Astra cuenta el viaje que emprende el astronauta Roy McBride (un Brad Pitt contenido que habla con miradas y silencios, otra gran actuación luego de su papel memorable en Había una vez en Hollywood) para encontrar a su padre, también astronauta, a quien creía muerto luego de una misión espacial dirigida a otros planetas. El camino no estará exento de problemas y desafíos (entre ellos una persecución lunar que remite a Mad Max y un encuentro terrorífico en una nave abandonada que reenvía a Alien: El octavo pasajero), pero el verdadero viaje del protagonista es hacia el interior, cómo ese frio y rudo exterior esconde un dolor que solo hará catarsis cuando halle su destino en el reencuentro con aquel patriarca que lo abandonó de joven para ir en busca de las estrellas. Así es como Ad Astra se separa de los otros exponentes del género, evitando caer en discursos solemnes y más preocupada por hacernos sentir la experiencia física y emocional de su protagonista. El reencuentro de Roy con su padre le sirve de excusa al director para explorar ideas sobre la masculinidad e ir deconstruyendo sus capas de a poco. Así, más que un viaje al corazón de las tinieblas, James Gray consigue llevarnos al nudo de lo que hace del hombre un hombre.
Siempre se recibe mejor una película que posee un aura de misterio desde su concepción, Ad Astra consigue eso y nos toma de sorpresa para situarse como una de las mejores películas de año. James Gray crea una opera espacial siguiendo los latidos de Heart of Darkness (El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad) y varios clásicos del espacio para resolver el conflicto de padre e hijo de una forma monumental y muy original. La historia de Ad Astra pone a Roy McBride (Brad Pitt) en una misión de rescate espacial para rescatar – y hacer entrar en razón – a su padre, interpretado por Tommy Lee Jones, Cliff McBride. Cada paso que McBride hijo da en su viaje es una irregularidad en su controlada vida, Roy se muestra a prueba de todo – en el comienzo de la película sobrevive a un catastrófico accidente – y cada obstáculo no afecta a su sentido común y la posibilidad de lograr su objetivo con total eficacia. Ahora bien, Roy es un hombre distante, un lobo solitario, que no tiene posibilidad de tener una vida personal plena por su trabajo pero en cuanto sus superiores le avisan de que su padre… todo cambia. Hoyte van Hoytema da otra lección en el departamento fotográfico y nos muestra todo el esplendor de un espacio asombroso, realista y aterrador. Van Hoytema es el eslabón perdido en los Academy Awards por fotografía pero con Ad Astra está muy cerca de la consagración en forma de esa añorada estatuilla, la única pared en cuestión se llama Robert Richardson y su lente por Once Upon a Time in Hollywood. Muy pronto veremos quién sale victorioso en este duelo de titanes. Para sumar Brad Pitt demuestra que nunca pierde el brillo ofreciendo una destacada actuación que le vale una clara nominación – su Cliff Booth hasta el momento es el rey en la terna mejor actor secundario – pero no lo sitúa como un ganador. Acompañan un excelente Tommy Lee Jones y un Donald Sutherland como un consigliere temporal y posibilita un semi-reunión de Space Cowboys del gran Clint Eastwood. ¿Para ver en cines? Desde ya que sí, es más, Ad Astra consigue sorprender por darle gran uso a la pantalla grande. Es una película que triunfa en pantalla grande y hay que verla en una sala de cine por que en pantalla chica va a quedar como una más y esta nueva película de James Gray no es un simple «una más». De mis favoritas del año. Valoración: Muy Buena.
La nueva película de James Gray, Ad Astra, recupera un estilo de ciencia ficción diferente al bombástico del Hollywood actual. Sus sobresalientes rubros técnicos, banda sonora, e interpretaciones, crean un todo difícil de rechazar. “En el espacio nadie te oirá gritar”, rezaba en 1979 la promoción del clásico Alien. Los personajes de Ad Astra parecen haber tomado nota de este tagline a la hora de emprender sus propios viajes hacia el espacio exterior, uno más interno de lo que creemos. Tal como sucedía hace dos semanas con el estreno de lo último de Claire Denis, High Life, propuestas como esa y Ad Astra pueden resultar engañosas para el público amplio que asocia una historia en el espacio exterior con una aventura espacial de ciencia ficción cargada de ritmo acelerado, acción, y peligro para los personajes digno de un combo jumbo de pochoclo y gaseosa. No, si van a entrar a sala esperando ver en Ad Astra a Brad Pitt corriendo contra reloj para salvar su vida y la del planeta ante un peligro inminente y mortal en el espacio, puede ser que se topen con una gran decepción. Por más que algo de eso del peligro para la humanidad en el espacio se encuentra en el argumento. Los trailers (inteligentemente) mucho no dicen. El afiche es el típico con el rostro del astro protagonista, tampoco puede adivinarse mucho ahí. Aclaremos, Ad Astra va más por los carriles de 2001 Odisea en el espacio, Moon, o Solaris, que por los de Event Horizon o Sunshine. Perfectamente podría ocurrir también en un espacio marítimo, al estilo de Moby Dick o Kon Tiki, cualquier escenario que le permita al personaje un espacio de soledad para la introspección. Introspección, eso es lo que mejor define a Ad Astra. La voz en off de Brad Pitt nos recibe desde el primer segundo, irá narrando como un diario íntimo en el que descarga todo lo que sucede en su interior, e introduce al espectador en un clima acogedor sin necesidad de buscar una proyección heroica. La clave para descubrir el clima de Ad Astra (quizás hasta antes de comprar las entradas) está en los nombres involucrados. Su protagonista y productor es una de las últimas estrellas clásicas hollywoodenses, al que difícilmente se lo ve en películas que funcionen como mero entretenimiento efectista. Digamos que algo como Guerra mundial Z fue una anomalía en su filmografía más o menos reciente, y todo da a pensar que el proyecto original era algo distinto a lo que terminó siendo. Más aún se identifica Ad Astra con su realizador, con un puñado de títulos muy interesantes, James Gray viene haciéndose una carrera firme dentro de Hollywood con películas que quizás no se cuentan entre la más populares, aunque sí le aseguraron un lugar de culto y prestigio. The Yards y We Own The Night no son de esas películas que quizás marcaron records en la taquilla, hasta pueden haber fracasado en cuanto a números, pero el boca a boca de quienes la vieron las convirtieron en pequeños clásicos del margen hollywoodense. Películas con una densidad especial, centradas en los personajes y sus relaciones, con conflictos personales; y un ritmo que le escapa al corte videoclipero. La que más se emparenta con Ad Astra probablemente sea esa gema de 2016, The Lost City of Z, film de ¿aventuras? con mucho del estilo de los años ’50 y espesor dramático en el cual el escenario selvático era un personaje más protagónico. Gray respira clasicismo, amor por el Hollywood de la era de oro, y en Ad Astra lo vuelve a demostrar. La historia de Ad Astra se sitúa en un futuro cercano no muy diferente a nuestro presente en cuanto a parafernalia. Los viajes espaciales son moneda corriente entre los Estados, principalmente Estados Unidos. La Luna cuenta con varias bases de colonización, y hace treinta años se envió en un viaje de expedición de otras galaxias a un equipo de astronautas liderado por Clifford McBride (Tommy Lee Jones). Expedición que sufrió de severos inconvenientes; y a su tripulación se la considera desde entonces perdida, lo cual elevó la categoría de Clifford a casi un héroe de guerra o martir patriota. Su hijo, Roy (Brad Pitt) no tiene el mismo sentimiento hacia Clifford, o mejor dicho hacia su padre, del cual sufrió su ausencia aún antes de que esta fuese definitiva, el hombre siempre impuso un desapego hacia su familia. La falta de figura paterna marca a Roy, también astronauta condecorado, y repercute en su vida personal. Está separándose de su esposa (Liv Tyler) con la que no pudo formar una familia, no por cuestiones biológicas, sino psicológicas. Cuando se suceden una serie de descargas eléctricas desde el espacio que ponen en peligro toda la energía del Planeta Tierra, Roy es convocado para una nueva misión ultra secreta. Descubrieron una serie de señales provenientes de Neptuno que pueden estar relacionadas con las descargas, y para más, esas señales pueden provenir de Clifford, quien aparentemente está vivo. Roy deberá viajar hacia Marte, haciendo escala en la Luna, para enviar un mensaje hacia Neptuno. Un viaje plagado de peligros, físicos y emocionales, Roy podría exponerse a un reencuentro conflictivo. Como un hijo que vuelve a casa de sus padres después de muchísimos años, Roy realiza un viaje en el espacio exterior que es más un viaje hacia su interior. Mediante flashbacks y conexiones conoceremos la historia de Roy y Clifford, y como, al igual que él, Roy también elige el espacio para rodearse de soledad, su única compañera. Ad Astra desgrana la personalidad de Roy, y la refleja en Clifford. Es un film que invita a la reflexión y despoja del heroísmo de figurita, de manual, a sus personajes cargados de demonios y zonas oscuras muy humanas. A diferencia de lo que sucedía con la soporífera y engreída High Life, Ad Astra plantea un film de ritmo particular pero que nunca aburre, y no subestima su espectador al grado de querer llevarlo a un didactismo, o enrostrarle escenas polémicas para que los festivaleros batan palmas. No, Ad Astra puede ser tanto disfrutada por un púbico popular (que sepa que no va a ver Star Wars, ni Star Trek) como por alguien que busca cine qualité (si es que obligadamente existe una separación de ambos). También supera ampliamente a Interestelar, otro film con el que guarda ciertas similitudes. Allí donde Nolan, como siempre, se pierde en querer explicar lo que no nos interesa, y se expone a un ridículo que no favorece a un film de “corte serio”, Ad Astra siempre se presenta con un objetivo claro del que no se desvía y al que siempre le encuentra el tono. Visualmente, Ad Astra ofrece algunas de las escenas espaciales más bellas de los últimos tiempos. Poniendo los efectos al servicio del film, haciendo un uso del plano amplio, widescreen, con una fotografía atenta a los detalles. Su envolvente banda sonora es otro aporte fundamental a ese clima cálido y sereno, contemplativo. Hace años que Pitt dejó de ser sólo una cara bonita. Es de esos actores que siempre tienen algo más que entregar. Aquí se carga un personaje muy complejo al hombro, más teniendo en cuenta que todo el centro es él, funcionando el resto como satélites disparadores. Un intérprete que actúa con todo su cuerpo y su decir. Un trabajo en el que cuesta reconocer al Cliff de Había una vez en Hollywood, completamente diferente; lo cual nos habla de un gran actor. Tommy Lee Jones es otro de esos interpretes que siempre valen la pena, es difícil imaginar a Clifford con otro rostro que no sea el suyo (quizás Clint Eastwood, aunque este no tiene el mismo anticarisma que Jones). Ambos son un aporte indispensable para que Ad Astra sea la gran propuesta que es. Párrafo aparte para Liv Tyler, que no cuenta con demasiado espacio en el film, pero entrega una interpretación muy interesante y acorde, ayudada por un gesto de tristeza habitual suyo. Sus escenas, siempre con Pitt, dicen mucho casi sin hablar. Una reivindicación para una actriz a la que pocas veces se valora. Ad Astra es de esas propuestas diferentes de un Hollywood cada vez más acostumbrado al chorizo, al copia y pegue, a la explosión para disimular carencias narrativas. La serie de planteos internos (y hasta algunas interesantes críticas sociales) que logra dentro de un marco de Ciencia Ficción popular, no es algo que encontremos todos los días. Vale la pena emprender este viaje.
EL ESPACIO ENTRE NOSOTROS Con un acercamiento a los géneros cinematográficos más propio de la ceremonia de un Stanley Kubrick que de lo lúdico de un Danny Boyle, hay igualmente en el cine de James Gray una personalidad poco habitual en el cine actual (y entendamos por “cine actual” al que tiene la posibilidad de estrenarse en salas). Si bien hay rasgos y ejes temáticos que se comparten entre película y película, la unidad estética es más evidente desde lo formal y narrativo: hay cierta pesadez, un existencialismo trágico en sus personajes expuesto de manera para nada sugerida. Para Gray da lo mismo un policial, que un drama romántico, que una aventura en el espacio. Sus personajes están perdidos, dolidos, y lanzan una última apuesta para tratar de descifrar el misterio que los agobia. En ese viaje, precisamente, está Roy McBride (Brad Pitt), un astronauta al que le encomiendan la misión de ir a buscar a su padre a Neptuno desde donde, supuestamente, se estarían generando unas descargas eléctricas que ponen en riesgo al sistema solar. Sin vueltas (enterate Nolan), Ad Astra: hacia las estrellas es la historia de un hijo y un padre, separados por el tiempo y el espacio, y cómo ese hijo intenta recuperar un vínculo para, en el fondo, encontrarse a sí mismo. Ad Astra arranca con una secuencia impecable: Roy se encuentra bajando de una antena kilométrica cuando, de pronto, una serie de desperfectos genera la pronta huida del protagonista. Es un momento notable porque, en primera instancia, nos deja en claro la manera personal con la que Gray mira lo espectacular del género, y en segunda instancia porque define al personaje en dos movimientos: Roy es un profesional capaz de actuar en medio de un desastre imprevisto: desconecta la energía eléctrica, planifica su caída, se muestra cerebral ante el desastre. Luego nos enteraremos que es imperturbable y que nunca se altera, o no al menos cuando sólo está en juego su integridad física. Es que la película de Gray se inscribe en esa vertiente de la ciencia ficción donde lo que importa es el interior de los personajes, lo existencial y lo filosófico. Visualmente es imponente y hace gran uso de los efectos especiales, pero nunca desde el regodeo y la prepotencia vacía: acompañamos a Roy en ese viaje, entre situaciones imprevisibles y su necesidad de encontrar un horizonte, y la tecnología del cine se pone a disposición de esa aventura. Nunca se pone por delante. Lo que sí se impone en Ad Astra es el personaje y su conflicto. Como decíamos, la ciencia ficción y el espacio en el cine son buenos recipientes tanto para la aventura de acción como para la especulación filosófica y la introspección. A lo primero, Gray lo aborda de manera personal (hay una persecución narrada de manera magistral y una secuencia con un mono que transmite cierta locura), mientras que lo segundo es lo que le da el combustible principal a Ad Astra. Sin embargo, Gray tiene el buen criterio de nunca esconder sus intenciones. A diferencia del Christopher Nolan de Interestelar (por poner un ejemplo contemporáneo de ciencia ficción filosófica), Gray pone en primer plano el conflicto del personaje y nos invita a viajar por sus emociones, sin mayores vueltas ni dilaciones, más allá de cierta parsimonia algo excesiva. El director no teme en ir directo al costado sensible de su personaje, y no entiende eso como una caída en el sentimentalismo. Fundamentalmente en esa última parte del relato donde Roy y su padre Clifford (un estupendo Tommy Lee Jones), dirimen sus diferencias y acercan la distancia desde la mutua comprensión. Y donde la soledad se impone como tema, pero también como decisión de los personajes. Mención de honor para Brad Pitt, que aquí y en Había una vez en… Hollywood demuestra un talento gigantesco para construir personajes muy diferentes pero siempre con una presencia clásica, aportando lo justo que cada escena necesita. Y Ad Astra es precisamente eso: lo justo, una síntesis que condensa lo humano ante un espacio imponente que nos absorbe.
Roy McBride (Brad Pitt) es un astronauta de grandes talentos y un hombre muy solo. Dos cuestiones que sabemos pronto, a través de las fantásticas imágenes creadas por el director James Gray. Que antes filmó otra película sobre un viaje extraordinario, la brillante Z, la ciudad perdida. Y que arranca la historia de esta travesía con una explosión sideral, en todo sentido, que pone los pelos de punta. Ahora, la travesía es hacia los confines del sistema solar. Y McBride es elegido no sólo por su pericia, sino por el objetivo: su padre (Tommy Lee Jones), una leyenda de la industria aeroespacial, al que se dio por desaparecido veinte años atrás, parece estar vivo, en algún rincón de la galaxia. Con ecos de Solaris, 2001 o Interestelar, este nuevo ejemplar para la colección de películas de ciencia ficción metafísica es una especie de one man show para Pitt (se habla de un Oscar), con su personaje solo en medio de la nada y el resto del elenco, salvo Lee Jones, en roles muy acotados. Pero lo que empieza como una aventura espacial con protagonista atormentado, deriva en un asunto de resolución de daddy issues. Entonces se impone el psicologismo ramplón y solemne. En un largo y sinuoso camino que entretiene poco, con situaciones como paradas inocuas, mientras la voz en off, y algunos diálogos al borde del ridículo, nos llevan a mirar el reloj o el celular.
Si lo que buscan es acción, explosiones nucleares, choques y disparos, definitivamente esta no es la película correcta. La propuesta puede tentar a los amantes del cine de acción pero no se trata de lo que se ve, sino de lo que es invisible a los ojos, es decir, la búsqueda es meramente introspectiva, una conjunción del pasado con el presente. Brad Pitt lo es todo. De principio a fin, esta película está centrada en el pensamiento más íntimo del protagonista. La trama se centra en el viaje que debe hacer el mayor Roy McBride (Pitt), un astronauta experimentado y competente, para buscar a su padre, un astronauta que parece haber fallecido en una misión espacial. Pero su hijo no se rinde y va por su padre pese a todos los pronósticos. "No quiero ser mi papá", dice McBride hijo en una de las tantas reflexiones internas que tendrá a lo largo del viaje a Marte y Neptuno, que tardará meses. La soledad y la búsqueda existencial son el leit motiv de esta producción que cautiva por el guión y la fotografía, pero no tanto por su trama, que por momentos parece confusa. "Al final, el hijo sufre los pecados del padre", reflexiona entre las estrellas. A veces el éxito no es descubrir algo sino confirmar lo que ya es.
Hay esquemas narrativos irresistibles: la confrontación de un hijo contra su padre para asesinarlo simbólicamente es uno de ellos. En Ad Astra, el director James Gray incorpora la fórmula con atrevimiento: la travesía terapéutica recorrerá nuestro sistema solar a modo de vía crucis, usando los planetas de estaciones, y el plan para llegar a la cura carecerá de disimulo, hasta se podría decir que es un trazado caricaturesco: Brad Pitt es un astronauta hijo de otro que es una leyenda, Tommy Lee Jones. El hijo admira al padre (o al relato que una corporación espacial hace de él) pero también lo siente como una amenaza de aquello en lo que podría convertirse, sobre todo cuando empiecen a revelarse detalles de lo que sucedió con una nave varada en Neptuno, especie de estrella de la muerte apuntando hacia la Tierra. Aunque esto suene traviesamente parecido a Star Wars, Ad Astra se ubica a años luz. La distancia queda marcada por la forma del filme: parca, cansina, anestesiada. James Gray tampoco pierde oportunidad para estampar su imaginario del espacio, enfatizando el manejo de texturas, colores, transiciones (los flashbacks terrícolas manejan una suciedad y un grano divinos) junto a un diseño sonoro meticuloso. Esta búsqueda alcanza su cenit durante una persecución lunar. Secuencia vertiginosa y flotante en donde el vacío acústico apuntala la bestialidad de cada golpe en seco. Ad Astra es ciencia ficción mestiza, con un existencialismo remanido (la voz en off, lamentablemente, subraya y empobrece), pero que tampoco se priva de cierta espectacularidad. El vaivén está regulado y James Gray, por decirlo de algún modo, le gana al estudio: la identidad audiovisual devora la intensión aventurera. Si los personajes de Gray se caracterizan por tapar chorros de angustia con entereza (el arqueólogo en The Lost City Of Z, la prostituta en The Inmigrant, el esquizofrénico en Two Lovers–, aquí Brad Pitt se alza como el personaje jamesgrayceano paradigmático: voltaje de tristeza en aumento sin caer jamás en la pantomima melodramática. Su cura excluye la catarsis, los gritos en el espacio son sordos. El trabajo de Pitt se potencia ante las imposiciones del director, la confección apolínea del actor calza excelente en este entramado psicológico y bastará una lágrima solitaria para estremecernos. Esto habla, también, de una madurez actoral. Odisea espacial atípica, emparentada con Gravedad, de Cuarón, por su linealidad in crescendo, pero también obsesionada con el desovillado mental, acercándola más a El primer hombre en la luna, la subvalorada película de Damien Chazelle. Ad Astra predica que en un futuro cercano seguiremos abrochados al diván freudiano. El espacio se transforma en un purgatorio que nos devolverá a la tierra un poco menos extraterrestres, ¿un poco más felices por ser humanos?
El director James Gray, (“Little Odesa” 1994 o “Los dueños de la noche” 2007) es dueño de una filmografía que se aplica, parece, a una búsqueda constante de sentido, sin llegar a ser un autor como la definición lo demanda. Se adentra con su última producción en el género de la ciencia ficción, sin dejar de lado las variables que más le preocupan, lo humano, lo social, lo familiar, hasta lo político. En este traslado al espacio construye un relato a partir de dos viajes, el iniciado por un grupo de astronautas hacia Saturno, comandados por el capitán Roy McBride (Brad Pitt) en busca de vida inteligente, y el que realiza en su interior el mismísimo capitán, de hecho la recurrencia de relatar con vos en off del personaje es la que da cuenta de su drama personal. El filme se instala en un futuro incierto, el grupo de astronautas viaja a los límites exteriores del sistema solar para develar un misterio natural de proporciones dantescas que producen efectos dañinos en la tierra. Sin embargo nuestro héroe necesita develar un misterio personaje, y este viaje representa seguir las huellas de su progenitor, quien hace 20 años partió en una misión similar, sin retorno. En algún lugar de su deseo, estimulado por sus jefes, tiene la esperanza de encontrar a su padre vivo. Desde su estructura el filmes se presenta como deudor claro de dos filmes, en principio a “2001, odisea del espacio” (1968) de Stanley Kubrick e “Interestelar” (2014) de Christopher Nolan, en cuanto a desarrollo siempre respetando el género, mñás a la primera, en tanto cuestiones de estética, colores, tonos, y algunos planos a la segunda. Simultáneamente, desde el personaje principal de manera evidente, no tanto en los secundarios, podría verse la conformación de personajes que supo describir Joseph Conrad en su novela “El corazón de las tinieblas” publicada a fines del siglo XIX y llevada al cine por Francis Ford Coppola en esa maravilla de “Apocalisis now” (1979). En éste caso la indagación es incierta, el objetivo presenta una dicotomía entre los que planifican el viaje en contradicción de los deseos íntimos del capitán. El problema del texto fílmico, más allá del cruce de géneros. por instantes de manera desordenada pues se le suma en sus formas narrativas elementos del drama, en otros momentos, y muy poco desarrollado, el thriller, en menor medida escenas de un supuesto complot que tendería al suspenso, otras de acción que se presentan rápido, se desarrollan en muy poco tiempo, y se resuelven peor. Es aquí que nos encontramos en una redundancia innecesaria, que se produce por la repetición de ideas desde la imagen, recalcada por la música, demasiado empática, o el ya nombrado relato en off desde el interior del protagonista. El envase audiovisual en que se constituye el relato es de una cualidad que se celebra, desde lo técnico, sin lugar a dudas, a partir del estilo contemplativo que propone el director en la mayor parte logra de la cinta un resultado subyugante en el espectador. Pero se licua a partir de la preponderancia que el director aplica por el recorrido interno del personaje principal. Si algo que sostiene al filme realmente es la actuación de Brad Pitt, dando cuenta, sin que ya sea necesario, que cuenta con muchas variables y recursos histriónicos, bien acompañados por secundarios de mucho nombre y más peso como Tommy Lee Jones (Cliford McBride), Donald Shutherland (Thomas Pruit) o la siempre hermosa Liv Tyler en el rol de la esposa de Brad Pitt. No siendo suficiente para mantener la atención durante las larguísimas dos horas que terminan dando la sensación de mucho más, una lástima.
Reflexiones cósmicas. “Existen dos posibilidades: o estamos solos en el Universo o no lo estamos. Ambas son igualmente terroríficas”. Bajo esta cita, perteneciente a El fin de la infancia de Arthur C. Clarke, el director James Gray encuentra la base reflexiva a explorar en Ad Astra, una nueva clase de odisea espacial que toma a la inmensidad del cosmos como territorio inexplorado para crear una historia íntima y personal. Se trata de un film que se apoya en el desarrollo de conceptos profundos a la vez que los unifica con eventos propios del género de aventura, lo que genera un perfecto equilibrio entre los elementos de entretenimiento y el condimento intelectual de la ciencia ficción más pura y dura. La ausencia de algo puede ser tan mortal como su presencia. Esta idea, que será abordada desde distintos ángulos a lo largo del film, funciona como núcleo central de la historia, englobando las motivaciones, la visión de mundo, los sentimientos y la forma de accionar del protagonista. Pero al mismo tiempo, encuentra su mayor importancia en el simbolismo, la representación descriptiva del lugar ocupado por el hombre en el universo. Ese pálido punto azul, como describía Carl Sagan a la Tierra, es el pequeño reflejo resplandeciente de vida. Solitario, flotando en la negrura infinita del espacio. Como extensión de ello, el astronauta Roy McBride (Brad Pitt), simbolizará lo mismo al viajar por la galaxia en su misión para descubrir que ocurrió con su padre, el teniente Clifford McBride (Tommy Lee Jones), perdido años atrás en su búsqueda de vida en el espacio. Es bajo este planteo que el film describe como ningún otro la soledad en el abismo espacial, no solo como una realidad de lo que ocurre con el protagonista, sino también como un profundo y sentido reflejo de la condición humana. A través de diversos elementos y estratos planteados por la narrativa, la historia se encarga de desarrollar el concepto de soledad en todas sus formas, incluyendo la ausencia sufrida por el personaje ante la falta de una figura paterna que, por omisión, también representa el estar a la altura de todas las grandes metas que se propuso Roy como profesional. A su vez, el film demuestra la lejanía afectiva, impuesta en relación con Eve (Liv Tyler), la novia del protagonista, en pos de ser funcional en su labor, o la pregunta innata de replantearse la existencia humana ante la vasta soledad inexplorada del espacio. En gran parte del film, Roy mantiene un diálogo interno donde expone las ideas nacidas de las experiencias vividas a través de la misión que recorre distintos escenarios, desde la Luna, base espacial y centro turístico que hace que el concepto de satélite natural se vea invadido por el artificio y tecnología humana, pasando por el terreno habitable de Marte hasta llegar a la impotente presencia de los anillos de Neptuno, escenarios que si bien en la realidad del film se encuentran hace tiempo habitados, no hacen más que exponer la esencia de la soledad humana que necesita ser más grande y alcanzar lo inalcanzable con el fin de validar su importancia en el cosmos. De esta manera, el viaje planteado por el director es uno de emociones, y es en los diferentes significados y definiciones del concepto de soledad donde deposita el trayecto a recorrer. Las reflexiones que desarrolla en cuanto al dolor y la ira son resultado de esa idea general del sentirse aislado y el director lo trabaja no solo por medio del manejo discursivo, sino también llevándolo al plano de la tensión y la acción. Tal es el caso de la secuencia en que se responde a un llamado de auxilio donde Roy y otros astronautas son atacados por unos encolerizados mandriles. De esta manera, el film goza de climas y momentos de tensión muy bien logrados que son resignificados en la humanidad de los personajes principales, explorando lo que se halla detrás de esa ira una vez que se logra hacerla a un lado. De esta manera, la historia superpone sus momentos más reflexivos con grandes secuencias como la mencionada o la dinámica persecución en rovers por la superficie lunar. Sin nunca resultar pretenciosa, la película acompaña las ideas abordadas con el inspirador entorno que supone el espacio exterior. Las deslumbrantes imágenes acrecientan las vívidas emociones que, temática y visualmente, el film despierta. Los pensamientos en boca de Roy y el increíble despliegue de imágenes, con una fotografía que se percibe como salida de otro mundo, recuerdan a muchos de los trabajos de Terrence Malick como La delgada linea roja o El árbol de la vida. Sin embargo, el director nunca se propone dejar fuera de la historia a su público, dándole la misma importancia a los elementos más profundos como también a aquellos pertenecientes al entretenimiento de género, con lo cual la historia en sí misma resulta una verdadera experiencia inmersiva en todo su desarrollo. Resta decir que si el film encuentra problemas, lo hace en parte de su tercer acto. Cierto desarrollo del clímax final y conclusión se dan de tal forma que la historia pareciera perder su fuerte contenido por uno más efectista y un tanto naif, además de romper la seria credibilidad del relato con situaciones poco probables dentro del imaginario de la ficción, algo más acorde a un blockbuster masivo que a un film como éste que se perfila en casi toda su totalidad con una búsqueda más profunda y honesta. Sin embargo, a pesar de perder su fuerza en el tramo final, Ad Astra es literalmente un increíble viaje que demuestra tener una pasión argumental que se posiciona como de los mejores exponentes de su género y una de las mejores producciones del año. El director cumple su misión y alcanza las estrellas a través de los sentimientos más humanos, el valor de la existencia hallado en la inmensidad del cine.
Odisea del espacio Aunque las últimas películas de James Gray fueron ninguneadas en nuestra cartelera de estrenos, tenemos que festejar el hecho de que una obra como “Ad Astra: Hacia las estrellas” finalmente llegue a nuestras salas. Si bien esto se debe a que el rol protagónico cuenta con una estrella de primer nivel como Brad Pitt (en una de sus mejores actuaciones hasta la fecha), la experiencia de poder disfrutar semejante trabajo visual en pantalla grande es una condición esencial para apreciar su grandeza. Pitt interpreta a Roy McBride, un experimentado astronauta que es reclutado para una misión secreta en el espacio, la cual parece involucrar al padre de Roy, quien varios años atrás desapareció durante una expedición en busca de vida extraterrestre. La tierra está sufriendo severas tormentas eléctricas que aparentemente son provocadas por aquella nave expeditiva, y es tarea de nuestro protagonista descubrir si su padre tiene algo que ver con estas catástrofes climáticas. Todo en “Ad Astra: Hacia las estrellas” está ejecutado con una precisión sublime. El guión de Gray, junto a Ethan Gross, propone una relectura de “El corazón de las tinieblas” en plan espacial, sabiendo intercalar el aspecto íntimo del personaje de Pitt (aborda cuestiones existenciales como la pérdida de los vínculos humanos) con el entramado aventurero que despliega distintos conflictos a lo largo de la travesía. Mención aparte para el enorme Tommy Lee Jones y el registro cinematográfico que la ubica a la par de realizaciones imponentes como “Gravedad”, “Interestelar”, y la más reciente “El primer hombre en la luna”.
El cine de ciencia ficción moderno se ha adentrado a explorar la humanidad en un futuro cercano: el deseo de la conquista del espacio y la búsqueda de vida inteligente extraterrestre han sido tópicos transitados, gracias al virtuosismo técnico expresado por films como “Gravity” (2013), de Alfonso Cuarón y “Interstellar” (2015), de Christopher Nolan. “Ad Astra” retoma dicha senda, ofreciendo preciosismo visual y despliegue técnico notable. Entregando escenas de notable factura, apegándonos a un verosímil estipulado en base a una sociedad futura distópica y en el abismo de una crisis catastrófica para el destino de la humanidad, el último film de James Gray constituye un ejercicio de género fuera de lo común. Ante tal propuesta, como espectadores resultará más que interesante potenciar esta elucubración de futuro en peligro como un vehículo a pensar acerca de la condición humana, más que a intentar desentrañar la conspiración espacial que busca tejer en torno a sí, como sustento narrativo; inclusive llegando a condicionar la credibilidad sobre determinadas escenas, pobremente resueltas. No obstante, resulta preferible contemplar el film como un interesante práctica audiovisual a nivel simbólico, reflejando todo el existencialismo que desborda el atractivo personaje que interpreta Brad Pitt. Roy Mc Bride es hijo de un pionero espacial (en la piel de un desaprovechado Tommy Lee Jones) y, mal que le pese, carga con ese peso sobre sus espaldas. A la vez, desconoce ciertas facetas de su padre y convive con el fantasma de un ser que se esfumó en el espacio hace 30 años. Acercándose a él, en busca de respuestas (existenciales o galácticas), busca liberarse de una infranqueable cárcel mental que lo tiene retenido, en soledad, dolido y arrastrando una inquietud imperecedera. Un actor tan versátil y enorme como Brad Pitt puede dotar a su personaje de la sensibilidad necesaria como para superar cualquier bache narrativo en que James Gray suma al film. Luego de participar en el último film de Quentin Tarantino (“Había una vez en Hollywood”), Pitt encarna a un hombre enfrentando el abismo, no solo del inconmensurable espacio, sino el suyo mismo, cuestionándose cuanto más grande puede ser el vacío interior espejado en ese insondable cosmos que lo rodea. Este intrépido hombre del espacio busca a su padre, del que reniega, pero de quien aprendió, entre otros valores, la virtud del sacrificio, su apego al trabajo, su honestidad y un rigor inclaudicable para completar con su misión que le ha sido encargada, aún sabiéndose un anzuelo dentro de un entramado global de magnitudes desproporcionadas. Nuestro héroe no teme, en más de una ocasión, en poner su vida en riesgo y resulta implacable; cuando otros dubitan, él siempre tomará la decisión acertada, mostrándose imperturbable en los momentos cúlmines. Su meta es, nada menos, atravesar el infinito espacio en busca de un reencuentro que trascenderá su existencia por completo. Su vuelo, al fin. Hundido en su melancolía, el astronauta buscará sortear su propia odisea espacial. Si en la modélica “2001”, Stanley Kubrick buscaba tomar conciencia acerca de la supervivencia humana proveyendo reflexiones de gran agudeza de cara a un desenlace tan deslumbrante como inquietante, “Ad Astra” retoma la ambigüedad latente acerca de la conquista espacial y la búsqueda de vida inteligente fuera de nuestro planeta, prefigurando su propio verosímil en un futuro cercano. Acaso, la metáfora de su búsqueda paternal reformula otro clásico: la quimérica búsqueda del misterioso Capitán Kurtz, emprendida en la expedición que recreaba el film “Apolcapyse Now” (1979). Ese maniático, entregado a una misión desquiciada, era encarnado por Marlon Brando en el film de Francis Ford Coppola. A nivel metafórico, “Ad Astra” enriquece la propuesta usualmente tibia que presentan este tipo de abordajes sci-fi desde Hollywood. Mediante un variopinto uso de la imagen (escenas, planos, colores) el film consigue alegorizar al respecto con notable inventiva, mediante contrastes en el uso de planos y la iluminación a contraluz (con frecuencia, solo vemos la mitad del rostro en penumbras del protagonista). Son éstas las herramientas elegidas por Gray (director de “La Ciudad Perdida”, “The Inmigrants”) para comandar los designios del film, matizando ciertos rasgos de autor (inquietudes filosóficas) con algunas resoluciones simplistas más propias del cine mainstream hollywoodense. No obstante, su hondura reflexiva posibilita una balance favorecedor. Preguntándose por la existencia de vida extraterrestre en el espacio, al tiempo que reformula una indagación psicológica del ser humano frente a la incertidumbre de su propio abismo existencial, “Ad Astra” es una película que el inigualable David Bowie se hubiera sentido a gusto de musicalizar.
Esta historia de ciencia ficción llega de la mano del cineasta James Gray (“Z La ciudad perdida», «Los amantes») y tiene como protagonista al actor y productor de cine estadounidense Brad Pitt (ya han trabajado juntos) quien además participa en este film como productor. Una vez más se destaca en su interpretación, le pone matices (esta estupendo y pasando un gran momento desde la actuación) y muchos de los comentarios en off resultan bastante reflexivos, inquietantes y muy conmovedores. Todo gira en torno al astronauta Roy McBride (Brad Pitt, “Erase una vez en… Hollywood”) quien se encuentra a cargo de una misión muy importante, que hasta pueda afectar a toda la humanidad y un viaje a partir del cual podría descubrir que le sucedió a la tripulación anterior que estaba liderada por Clifford McBride (Tommy Lee Jones) padre de Roy McBride y que desapareció hace varios años y fue dado por muerto en esa búsqueda de vida extraterrestre. Su desarrollo tiene situaciones muy tensas, de misterio e intriga, su ritmo tiene momentos lentos pero justificados y que se relacionan con la trama, siendo intimista y hasta asfixiante. Están los conflictos entre padre e hijo y momentos muy profundos, y hasta con él mismo, pasando además por los obstáculos que vive un astronauta en un viaje increíble en el espacio, un universo repleto de estrellas y en esa inmensa soledad que te lleva a analizar. Junto al protagonista, el espectador llega a sumergirse en un viaje increíble en algo que el hombre anhela, un viaje a lo desconocido y encontrarse quizás con otras vidas, dado que se supone que no somos los únicos en este universo. La cinta resulta visualmente poderosa, con secuencias virtuosas, la fotografía a cargo de Hoyte van Hoytema (“Interstellar», Dunkerque»), los rubros técnicos impresionantes y fascinantes (ideal para ver en una sala acorde a su dimensión). Además cuenta con un elenco secundario de lujo: breves apariciones de Liv Tyler, Ruth Negga, Tommy Lee Jones y Donald Sutherland.
El Mayor Roy McBride (Brad Pitt) es un ingeniero que perdió a su padre en una misión sin retorno a Neptuno para encontrar signos de inteligencia extraterrestre. Veinte años después, el gobierno le encargará que vaya en una misión para saber qué fue lo que pasó con aquel viaje a Neptuno y averigüe si su padre aún sigue vivo y es el responsable de algunos desastres que están ocurriendo en la Tierra. Roy no solo es un astronauta extraordinario, capaz de sobrevivir a un desastre en una estación espacial sin acelerar sus pulsaciones. Pero la verdad es que lo envían a esa misión por su condición de hijo del viejo astronauta en rebeldía. H. Clifford McBride (Tommy Lee Jones) recuerda al personaje de Kurtz en la novela El corazón de las tinieblas (1902) de Joseph Conrad y también al Coronel Kurtz de la adaptación cinematográfica del libro que hizo Francis Ford Coppola cambiando de lugar y época en el film Apocalypse Now (1979). Roy es también como el personaje que tiene que ir a buscarlo, sin que sepamos si su admiración hacia él le impedirá completar su misión de terminar con lo que el personaje mesiánico esté haciendo. En ambos casos –Apocalypse Now y Ad Astra- es el gobierno el responsable de la primera misión y de la segunda. La conexión entre ambas historias no está forzada y no es una mera cita. Pero el espíritu coppoliano no es solo con respecto a Apocalypse Now. Como en El padrino uno se pregunta si el joven Roy se convertirá en su padre H. Clifford como Michael se convertía en Vito Corleone al final del film. Esta subtrama es apasionante, pero lo es también el asombrosamente real mundo que la película muestra. La Luna, ya completamente conquistada y corrompida, parece tan real que asombra. Las escenas de acción allí y en el espacio son sorprendentes e inolvidables. Una cita extra muy amable es que dos de los personajes están interpretados por Donald Sutherland y Tommy Lee Jones, compañeros de elenco de Jinetes del espacio, la genial película de Clint Eastwood donde ambos también eran astronautas. Lo único que puede objetársela a la película es que hacia el final intenta realizar discursos en boca del protagonista, enfatizando cosas que podían deducirse a lo largo de las escenas y finalmente le da un cierre muy por debajo de sus grandes momentos. Incluso con sus defectos, Ad Astra sigue siendo una gran película.
Brad Pitt viaja a los confines de la Galaxia en una experiencia fílmica para disfrutar Este thriller espacial con escenas de gran espectacularidad visual, aborda la búsqueda de un hombre que intenta descubrir qué ocurrió con su padre Brad Pitt es Roy, un cosmonauta convocado por la NASA para liderar una misión que permita determinar qué sucedió con su progenitor, un veterano astronauta desaparecido dos décadas atrás en el lejano planeta Neptuno. Pero a Roy, ese viaje no solo le revelará el destino de aquella misión, sino además sus verdaderas intenciones, y sus terribles consecuencias. James Gray, un cineasta/autor con estilo personal y propio, dirige Ad Astra: hacia las estrellas, un filme que se despega de la clásica aventura en la Vía Láctea para lograr un metraje climático, laberíntico y con varias capas argumentales. La inmensidad de la Galaxia, aquí magistralmente retratada, funciona como una metáfora del vacío que siente el protagonista por la ausencia de su padre. Pese a la grandilocuencia de la producción, el tono general no deja de ser intimista, por momentos asfixiante, por otros sombrío. Para que esta sensación funcione y se haga piel en el espectador es fundamental la labor de composición de Pitt, muy compenetrado e igual de sólido en las secuencias de soledad espacial como en las de acción (algunas de ellas, homenajes a clásicos del género) En el elenco, dos leyendas de la pantalla grande se lucen con escenas épicas: Donald Sutherland y Tommy Lee Jones, como el padre perdido. Ambos acompañan a Pitt en escenas magníficamente escritas, cargadas de audacia y sensibilidad. No es una película sencilla de ver: el argumento avanza a tranco lento, no todo se explicita, y por tramos resulta confusa, pero la majestuosidad de las secuencias invita a seguir pegado a la pantalla. Los fragmentos sin gravedad, las caminatas espaciales, los anillos azules de Neptuno, conforman un popurrí destinado a quedar en la historia del cine espacial. Brad Pitt, en una escena “Ad Astra” Brad Pitt, en una escena “Ad Astra” A medio camino entre Solaris y 2001: Odisea del espacio, es esta una de esas experiencias fílmicas que merecen ser disfrutadas en la oscuridad de la sala y con una pantalla panorámica. Un viaje hacia las estrellas que dejará a los espectadores alucinados y alunizados.
Un viaje trunco Ad Astra: hacia las estrellas, con Brad Pitt, quiere insertarse en la tradición de la ciencia ficción inteligente; sin embargo, se queda a mitad de camino. Los clásicos cinematográficos poseen la extraña cualidad de generar malas imitaciones. Se puede decir que algunas de las grandes películas de la historia del cine son, involuntariamente, culpables de modas muchas veces terribles. En el terreno de la ciencia ficción, sin dudas, películas como 2001: Odisea del espacio, de Stanley Kubrick, y Solaris, de Andrei Tarkovski, son clásicos irreprochables, adelantados a sus épocas, visionarias y fascinantes exploraciones del espacio como un estado de la mente. El problema de esas películas es que generaron, con el correr de las décadas, un sinfín de imitaciones que raramente se acercaron a su grandeza. En los últimos años, especialmente, la ciencia ficción ha vuelto con todo a narrar historias en las que los viajes intergalácticos o la visita de alienígenas funcionan más que nada como metáforas para analizar los traumas más profundos de sus protagonistas. Y si bien no hay nada necesariamente malo en eso -toda trama en algún punto es una excusa para ese tipo de exploración-, muchas de estas películas han adquirido un carácter en extremo terapéutico que termina por banalizar y reducir a conflictos muy simples y básicos historias que merecen un manejo un tanto más complejo y sutil. Ad Astra se suma a Gravedad, La llegada, Blade Runner 2049, Interestelar y hasta El primer hombre en la Luna en este dudoso linaje. Son películas -algunas más interesantes y logradas que otras- en las que el concepto de aventura y descubrimiento suele estar pisoteado, traicionado y escondido debajo de montañas de ideas que parecen extraídas de manuales de autoayuda al uso. En estas películas la misión que las dispara termina siendo, a lo sumo, la excusa para plantear algunas impactantes escenas visuales. Lo que, sus creadores suponen, hace importantes a esas películas es que pretenden ser más que simples historias de ciencia ficción. Y esa presunción, o falsa pretenciosidad, es la que muchas veces termina por hundirlas. La película de James Gray es bella. Tiene tres o cuatro escenas de acción espectaculares y un clima ominoso que envuelve al espectador desde la primera e impactante secuencia. Posee, también, una rara cualidad, la de ser por un lado bastante realista (dicen) respecto a lo que son los viajes interplanetarios y a la vez funcionar como una historia mitológica, que parece escrita en piedra desde tiempos inmemoriales, con sus citas y referencias de la mitología griega. Sin embargo, con todo ese material, el realizador de Los amantes no logra terminar de hacer una gran película. ¿El motivo? Gray deja que su aventura se hunda por culpa de un guión (y, especialmente, una voz en off) que prefiere volverse didáctico y solemne, uno que no abre al espectador las puertas a lo inexplorado y desconocido sino que lo trae todo el tiempo de regreso al diván del psicoanalista. Ad Astra cuenta el viaje del astronauta Roy McBride (un contenido y circunspecto Brad Pitt, en una caracterización casi opuesta a la de su personaje en Había una vez… en Hollywood) quien, en un futuro cercano, recibe la misión ultrasecreta de viajar hasta el planeta Neptuno a investigar una extraña y peligrosa energía que está circulando por el sistema solar. De hecho, la película abre con un accidente causado por esa violenta “anti-materia” (no me pidan que les explique exactamente qué es) que parece ser enviada por algún villano intergaláctico de película de superhéroes que quiere destruir la vida sobre la Tierra. Lo más curioso es que ese villano no solo es probable que exista sino que no sería otro que el propio padre de Roy, Clifford McBride (Tommy Lee Jones), un astronauta que desapareció junto a su misión 30 años atrás y nunca se volvió a saber de él. Para Roy la sorpresa es doble: de golpe se entera que su padre puede estar vivo y, además, que tiene que ir a decirle que se calme un poco y que se vuelva para casa. Pitt en un drama sobre las consecuencias de cierta “masculinidad tóxica”. Roy es un tipo en apariencia tranquilo y reposado, concentrado e inmutable, que se volvió un gran astronauta porque es capaz de manejarse en situaciones de altísima peligrosidad sin que su pulso suba. Aprueba todos sus exámenes psicológicos de rutina pero queda claro que el terapeuta virtual que lo controla no escucha su torturada voz en off ni lo ve, en flashbacks, sufrir por sus problemas de pareja. Es esa voz en off la que irá, paso a paso, aplastando los sentidos de Ad Astra hasta convertir la película en un descargo emocional de un cincuentón con “daddy issues” en un drama sobre las consecuencias de cierta “masculinidad tóxica”. Roy podrá ser el astronauta ideal, pero lo que lo hace bueno para estar solo en el espacio lo vuelve inútil para relacionarse con otros. No exterioriza sus sentimientos, se aleja de sus seres queridos, piensa solo en el trabajo y, en secreto, sufre. Y sufre. ¿Y quién tiene la culpa de eso? Papá Clifford, claro, que era igual de hosco y solitario, y que se fue al espacio para nunca más volver. La misión, si Roy elige aceptarla, le permitirá seguramente hacer veinte años de terapia en un solo viaje interplanetario. La película está organizada a la manera de Apocalypse Now (o bien de su referente e inspiración literaria, El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad) con Pitt en el papel de Martin Sheen y Jones en el de Marlon Brando. Es cierto que allí no eran padre e hijo, pero la estructura episódica y su recorrido hacia zonas cada vez más oscuras -de la galaxia y, digamos, de la mente- son idénticas. Imaginen eso pero en el espacio y con una voz en off sufrida y autocompasiva, más parecida a la de las películas de Terrence Malick que a la más económica usada en el clásico de Francis Ford Coppola, y se darán una idea de lo que propone Ad Astra. Sus episodios (una persecución en la Luna, un paso si se quiere más psicodélico por Marte y lo que sucede después y que no adelantaré) están cortados por la misma tijera que las peripecias de aquel film. Y la sensación de peligro y potencial horror son similares. El problema es que la película todo el tiempo se interpreta a sí misma y el espectador pareciera no tener permiso para hacer su propio viaje ni sacar sus propias conclusiones. La ciencia ficción de corte terapéutico tiene ese problema y muy reconocidos directores parecen caer una y otra vez en esa rara trampa, de Alfonso Cuarón a Christopher Nolan, de Denis Villeneuve a Damien Chazelle. Todos ellos pueden manejar cuestiones de puesta en escena con brillantez, imaginación y momentos de abrumadora belleza, pero muchas veces tienden a perder esas cualidades a la hora de construir personajes creíbles atravesando esas circunstancias. Es como si la inmensidad de la galaxia los hiciera perder contacto con la realidad y la lógica de sus tramas invirtiera los valores exploratorios del cine de aventura y espectáculo hasta negarlos. Gray, un cineasta habitualmente más discreto y clásico, más apegado a las complejidades y ambigüedades del mundo real, no puede evitar caer en esa misma trampa. Y en Ad Astra termina convirtiendo lo que podría haber sido una fascinante exploración acerca de la soledad, los miedos y la tenacidad de un hombre que decidió hacer de su vida un viaje a lo desconocido en una culposa y torturada confesión de un cincuentón triste que, de haber tenido un papá atento y cariñoso, habría preferido quedarse tranquilo en su casa mirando partidos de béisbol.
Las preguntas existenciales que Terrence Mallick planteaba en El árbol de la vida (2011) -ese drama cósmico donde Brad Pitt, en ese caso, hacía de padre de familia tipo norteamericana encargado de educar a sus hijos en la supervivencia de los padecimientos de la vida adulta mediante un carácter fuerte y un trato sobrio- son recuperadas por Ad Astra bajo una perspectiva notoriamente pesimista. El universo montado por James Gray es el de un futuro próximo donde la mirada hacia las estrellas es el objetivo principal (la película no muestra el estado del planeta pero nos da a entender rápidamente que el panorama no es para nada bueno). La Luna se ha convertido en una especie de Lejano Oeste donde grupos mineros, piratas y un capitalismo que apenas ha comenzado a instalarse se disputan el terreno y los recursos que se esconden debajo del desierto lunar. La naturaleza terrestre por lo tanto se ha vuelto un recuerdo antiguo recuperado en forma de video high-definiton para el apaciguamiento del estrés. Sobre ese escenario gélido, Roy Mcbride (Brad Pitt), un taciturno astronauta que conoce más del espacio que de relaciones sociales, emprenderá una misión que lo llevará a recorrer el Sistema Solar como si estuviese sentado en el diván de su psicólogo. Esto es: exorcizando mediante una insistente voz en off su preocupación por la propia soledad y la imposibilidad de sentir emoción alguna, síntomas de daddy issues con soluciones ubicadas a años luz de La Tierra. Ad Astra inicia con una caída. Una antena gigantesca en construcción en la que McBride participa sufre una descarga eléctrica que provoca varios cortocircuitos y en consecuencia, explosiones. Mientras intenta agarrarse a la estructura, vemos como otros sin mucha suerte comienzan a caer al vacío en una imagen que se vuelve una postal sideral del atentado a las Torres Gemelas. Nuestro protagonista tampoco podrá sujetarse por mucho que lo intente y presa de la gravedad caerá de lleno contra la superficie terrestre. Luego de esta escena impactante y de alto voltaje -de las mejores y de las más escasas- el filme comenzará su lento ascenso hacia los astros una vez que sus superiores le expliquen que es muy probable que su padre, un ex astronauta desaparecido hace 16 años durante una expedición espacial y que todos daban por muerto, puede haber manipulado antimateria y así haber causado las descargas que casi lo matan. De aquí en adelante, el viajante avanzará de acuerdo al típico camino del héroe. Conocerá las tinieblas, pecará y matará hasta dar por fin con el paradero de su progenitor en el interior de una nave perdida en los anillos de Neptuno y en el tiempo (un televisor en blanco y negro continúa reproduciendo un jazz del 40’). El ritmo reposado, sus inquietudes filosóficas y una preocupación obsesiva por exprimir los primeros planos de la mirada consternada del actor hacen que Ad Astra se una a las filas de otras películas contemporáneas que toman la ciencia ficción y los viajes espaciales desde un costado más reflexivo (todas hijas de 2001: A Space Odyssey) como pueden ser Gravity (2013), Interestellar (2014) y First Man (2018), biopic de Neil Armstrong en la que el personaje interpretado por Ryan Gosling también cargaba con un rostro inexpresivo producto del duelo perpetuo por la muerte de su hijo. Los astronautas se alejan de tierra firme. Los dramas familiares se vuelven un ruido incesante que retumba en el interior de las naves. El cielo se convierte en un telón negro apenas punteado por estrellas. El vacío que despiertan las preguntas existenciales sigue igual de frío en todos lados. Por Felix De Cunto @felix_decunto
Primer film que visiono del director James Gray y aseguro que no sera el ultimo. Ad astra claramente no trata de el espacio(símbolo de la mente humana), sino de encontrar vida inteligente en el, o algo mas allá que el hombre aun no pudo descubrir o saber con exactitud, si hay o no vida inteligente. Esa obsesión del personaje de Lee Jones en ser pionero, descubrir o hacer historia lo aleja cada vez mas de la tierra y de sus afectos. Lo que me conmovió de este film ademas de la relación padre-hijo entre Pitt y Lee Jones, es su temática de ir en busca de nuestro objetivo cueste lo que cueste. O como se lo nombra aquí, la “misión”. El trabajo por sobre todo. Misiones hay dos: la primera, la de Lee jones por encontrar vida inteligente. Y la segunda la de Pitt de tratar de eliminar el proyecto lima de su padre y volver a la normalidad con su mujer. La interpretación detrás de esto, es que Lee Jones es el hombre obsesionado por encontrar lo nuevo, consumido por su frialdad, profundizando su inteligencia y ser pionero en lo que fue y ademas busca ser el primero en descubrir vida, como consecuencia por esto, la soledad. Se podría asociar a este personaje como una especie de Colon tratando de descubrir un América que nunca llega. Pitt hace todo lo contrario a su padre. Cuando lo encuentra decide perdonarlo por todo. Esta acción de Pitt, es encontrar el verdadero valor o la idea fundamental de Gray aquí. El dejar de querer ser inteligentes y superiores a toda costa para convertimos mas en humanos y disfrutar de nuestros alrededores que también son nuestra vida o forman parte de esta. Ademas James Gray construye al espacio como si fuese un barrio donde hay distintos universos como si fuesen casas y todas están habitados por humanos. El hombre logra dominar todos los mundos, y a estos convertirlos en una red de consumo, explotación y violencia. Por ejemplo en la luna donde observamos los ataques a su coche o los locales con logos capitalistas como subway o apple. Esta idea del espacio como un barrio también se dennota cuando Pitt llega casi de una escena para la otra, a nuevos planetas en los cuales ya existen otro tipo de civilización, controles y habitan personas distintas. En cuanto a la estructura del guion, bastante parecida a la de Apocalipse Now de Coppola, aunque aquí a veces la voz en off fue ubicada en momentos donde era mejor mostrar, que contar, pero no la desmerita en lo absoluto. Porque la interpretación de Pitt ayuda a reforzar mucho este recurso.