Ad Astra: hacia las estrellas

Crítica de Marcelo Stiletano - La Nación

Cuarenta años después de Apocalipsis Now, el viaje literario que Joseph Conrad propone en El corazón de las tinieblas vuelve a recrearse en el cine. Sin llegar a las cimas alcanzadas por Francis Coppola en su travesía hacia el horror en medio de la Guerra de Vietnam, James Gray (otro autor cinematográfico que merece ser reconocido como tal) recurre a Conrad para una nueva expedición. Esta vez hacia el espacio exterior y en "un futuro cercano", como lo señala la placa que pone en marcha esta película pródiga en planteos e interrogantes existenciales.

La aventura que emprende el mayor Roy McBride ( Brad Pitt), un astronauta competente al máximo, experimentado y dueño de una extraordinaria capacidad para resolver problemas en las circunstancias más complicadas. Así lo vemos en la secuencia inicial, escapando do en paracaídas de una estación espacial que se encuentra en riesgo máximo por un desperfecto eléctrico. A McBride, además, no hay situación anímica o afectiva que pueda alterar su temperamento.

Ese aparente desapego se pone a prueba cuando McBride es convocado (como el oficial Willard en Apocalipsis Now) para llevar a cabo un viaje imposible. Deberá llegar a Neptuno e ir al encuentro de otro astronauta pionero al que se supone muerto desde hace casi tres décadas. El Kurtz de James Gray no es otro que el propio padre de McBride, Clifford (Tommy Lee Jones) que en apariencia dejó trunco un ambicioso proyecto, mientras una serie de enigmáticas descargas cósmicas empiezan a amenazar el equilibrio climático de la Tierra.

Como en su anterior película, The Lost City of Z, Gray pone a su personaje central en medio de una aventura cuyo destino desconoce. Algo que también le pasaba a la joven centroeuropea llegada a Nueva York en The Inmigrant y a los protagonistas de la magistral Los amantes. El recorrido está lleno de malos augurios, de peligros físicos concretos (empezando por una increíble persecución en la superficie de Marte), de una creciente oscuridad y de situaciones que ponen a prueba la resistencia emocional del viajero.

Gray no necesita otra cosa que poner frente a frente al astronauta que va en busca de respuestas a las preguntas sobre su origen, sobre la catástrofe espacial que se avecina y sobre sus características afectivas tan distintas al resto con su entorno espacial que de manera literal y simbólica lo va dejando cada vez más solo y con menos posibilidades de entendimiento. Lo hace con elegancia, precisión narrativa y una geometría visual que nos hace evocar una larga historia de aventuras solitarias e introspectivas en naves espaciales. Brad Pitt, a esta altura ya un gran actor de cine, sabe que la interpretación más austera y contenida es imprescindible frente a un escenario tan abrumador.