Ad Astra: hacia las estrellas

Crítica de Felix De Cunto - CineramaPlus+

Las preguntas existenciales que Terrence Mallick planteaba en El árbol de la vida (2011) -ese drama cósmico donde Brad Pitt, en ese caso, hacía de padre de familia tipo norteamericana encargado de educar a sus hijos en la supervivencia de los padecimientos de la vida adulta mediante un carácter fuerte y un trato sobrio- son recuperadas por Ad Astra bajo una perspectiva notoriamente pesimista. El universo montado por James Gray es el de un futuro próximo donde la mirada hacia las estrellas es el objetivo principal (la película no muestra el estado del planeta pero nos da a entender rápidamente que el panorama no es para nada bueno). La Luna se ha convertido en una especie de Lejano Oeste donde grupos mineros, piratas y un capitalismo que apenas ha comenzado a instalarse se disputan el terreno y los recursos que se esconden debajo del desierto lunar. La naturaleza terrestre por lo tanto se ha vuelto un recuerdo antiguo recuperado en forma de video high-definiton para el apaciguamiento del estrés. Sobre ese escenario gélido, Roy Mcbride (Brad Pitt), un taciturno astronauta que conoce más del espacio que de relaciones sociales, emprenderá una misión que lo llevará a recorrer el Sistema Solar como si estuviese sentado en el diván de su psicólogo. Esto es: exorcizando mediante una insistente voz en off su preocupación por la propia soledad y la imposibilidad de sentir emoción alguna, síntomas de daddy issues con soluciones ubicadas a años luz de La Tierra.

Ad Astra inicia con una caída. Una antena gigantesca en construcción en la que McBride participa sufre una descarga eléctrica que provoca varios cortocircuitos y en consecuencia, explosiones. Mientras intenta agarrarse a la estructura, vemos como otros sin mucha suerte comienzan a caer al vacío en una imagen que se vuelve una postal sideral del atentado a las Torres Gemelas. Nuestro protagonista tampoco podrá sujetarse por mucho que lo intente y presa de la gravedad caerá de lleno contra la superficie terrestre. Luego de esta escena impactante y de alto voltaje -de las mejores y de las más escasas- el filme comenzará su lento ascenso hacia los astros una vez que sus superiores le expliquen que es muy probable que su padre, un ex astronauta desaparecido hace 16 años durante una expedición espacial y que todos daban por muerto, puede haber manipulado antimateria y así haber causado las descargas que casi lo matan. De aquí en adelante, el viajante avanzará de acuerdo al típico camino del héroe. Conocerá las tinieblas, pecará y matará hasta dar por fin con el paradero de su progenitor en el interior de una nave perdida en los anillos de Neptuno y en el tiempo (un televisor en blanco y negro continúa reproduciendo un jazz del 40’).

El ritmo reposado, sus inquietudes filosóficas y una preocupación obsesiva por exprimir los primeros planos de la mirada consternada del actor hacen que Ad Astra se una a las filas de otras películas contemporáneas que toman la ciencia ficción y los viajes espaciales desde un costado más reflexivo (todas hijas de 2001: A Space Odyssey) como pueden ser Gravity (2013), Interestellar (2014) y First Man (2018), biopic de Neil Armstrong en la que el personaje interpretado por Ryan Gosling también cargaba con un rostro inexpresivo producto del duelo perpetuo por la muerte de su hijo. Los astronautas se alejan de tierra firme. Los dramas familiares se vuelven un ruido incesante que retumba en el interior de las naves. El cielo se convierte en un telón negro apenas punteado por estrellas. El vacío que despiertan las preguntas existenciales sigue igual de frío en todos lados.

Por Felix De Cunto
@felix_decunto