La familia del bosque. En el horror puede no ser determinante -en lo que respecta a los resultados finales- que la película en cuestión sea caótica, deje elementos por desarrollar y nunca aclare el origen preciso de la fuerza destructora, por ello Los Hijos del Diablo (The Hallow, 2015) no sólo no sufre sino que además le saca partido a sus deficiencias, metamorfoseándolas en peldaños hacia la sorpresa narrativa: el comienzo promete una estructura símil Perros de Paja (Straw Dogs, 1971) pero no cumple, el nudo coquetea con Pumpkinhead (1988) para luego traicionarnos, y el desenlace se asemeja a una cruza imposible entre El Resplandor (The Shining, 1980) y El Laberinto del Fauno (2006), desparramando elegías implícitas acerca de la descomposición familiar y el rol del entorno en estos menesteres desoladores. De hecho, sin duda las dos características excluyentes de esta interesante ópera prima de Corin Hardy son su imprevisibilidad y preciosismo, ejes en torno a los cuales gira un relato basado en la vieja premisa de la unidad modelo (hombre, mujer y recién nacido) que decide dejar atrás la vida metropolitana para abrazar su opuesto exacto, una cabaña antiquísima rodeada de una frondosa arboleda. Como se adelantó anteriormente, el esquema “odio entre vecinos” pronto muta en “film de monstruos”, hoy vinculado al folklore bucólico de Irlanda, circunstancia que a su vez nos obliga a poner de manifiesto el contexto de la trama: Adam Hitchens (Joseph Mawle), la cabeza del clan, es el encargado de mapear la futura tala del bosque, acorde con la decisión gubernamental de vender las tierras a las madereras. Lejos de la pereza visual que enmarca a gran parte de las propuestas del terror mainstream de nuestros días, la fotografía de Martijn van Broekhuizen construye desde la sutileza un ambiente tétrico que esconde secretos y cobija los miedos de los protagonistas, utilizando a los CGI como una herramienta más en pos de mostrarnos -sin gestos patéticos ni estrambóticos- la apariencia de los seres que acechan en la oscuridad, todo un linaje de lo más curioso. El buen desempeño de Mawle y Bojana Novakovic como Clare, su esposa en la ficción, aporta el empujón necesario para que la andanada de cambios de formato resulte convincente y no comprometa el verosímil, haciendo que la desesperación por sobrevivir (por un lado) y el deseo revanchista (por el otro) cohabiten en un mismo entramado general. Aquí el realizador combina con eficacia un asedio de índole fantástica, mucho humanismo y algún que otro detalle cientificista ligado a la supuesta naturaleza micótica de los ataques. Más allá de la colección de clichés que se dan cita en mayor o menor medida a lo largo del metraje, definitivamente lo que salta a la vista en Los Hijos del Diablo es la importancia de la ejecución concreta de las premisas por sobre esa típica fanfarria hueca de los convites hollywoodenses (léase golpes de efecto baratos, pocas ideas en la puesta en escena, diálogos lastimosos y ese nulo interés en los personajes centrales). Ahora bien, no podemos dejar de lamentar el título elegido para el estreno del film en el mercado local, el cual no guarda la más mínima relación con el sustrato temático y una moraleja de base ecologista…
Terror consagrado Rara vez una película de terror va de menor a mayor, poniéndose cada vez mejor con el correr de los minutos. Son un puñado, sólo las “buenas” del género lo logran y este es un caso, en el que además tenemos un planteo ecologista de fondo. La historia parece la misma de siempre: una casa en el medio del bosque a la que se muda una joven pareja -esta vez con un bebé- en la que empiezan a pasar cosas extrañas. Resulta que el tipo viene de parte de una empresa que poda árboles para una multinacional destruyendo los bosques irlandeses que -dicen en la radio- junto con Grecia venden su patrimonio para continuar en la eurozona. En fin, es sólo un dato de color al comienzo cuando se desatan los hechos fuera de lógica, asociados a “los consagrados”, seres fantásticos legendarios que habitan en los bosques irlandeses desde tiempos lejanos y que defienden el equilibrio natural. Los seres adquieren distintas formas -viscosas, monstruosas- y hasta poseen cuerpos para confundir a la pareja. Los hijos del Diablo (The Hallow, 2015) no inventa nada pero le da una interesante vuelta de tuerca a la trillada historia de la casa embrujada. Pasa muchas veces cuando la película no viene -como en este caso- de Estados Unidos. No es claro el motivo, pero las últimas buenas producciones de terror fueron realizadas en Australia, Corea del Sur, Nueva Zelanda, Suecia, o algún país de Latinoamérica. En este caso es Irlanda la tierra productora, y sus imaginarios están puestos en juego para la ocasión. Pero la película de Corin Hardy es también el regreso a los monstruos viscosos de la década del ochenta, tipos disfrazados con sus extremidades en descomposición, alejados del irreal CGI (imágenes generadas por computadora) tan de moda por estos días. En esta sintonía el film tiene semejanzas con Noche alucinante (Evil dead II, 1987) o El Ejército de las Tinieblas (Army of Darkness, 1993) con libro de los muertos incluido. La maldición no está asociada a un asesinato inconcluso que dejó fantasmas merodeando en la casa, sino a una serie de seres ancestrales dispuestos a destrozar humanos para restablecer el equilibrio natural. La contemporánea y muy buena La cabaña del terror (The Cabin in the Woods, 2012) seguía esta lógica también. La película que realmente mayores puntos en común comparte con Los hijos del Diablo es El descenso 2 (The Descent Part 2, 2010), terror de antaño efectivo y sin tramas enroscadas que descifrar. Miedo directo y violento para poner las cosas en el lugar que deben estar.
Los usurpadores de siempre El debut en el largometraje de Corin Hardy apela al terror más clásico como referencia cinéfila para dejar un alegato ecologista, donde se contrapone la idea cientificista frente a la creencia del folklore irlandés. Oscuridad y luz, elementos tentadores para este tipo de propuestas, encuentran el escenario propicio en el misterioso bosque donde habitan criaturas extrañas que asolan a la familia que acaba de elegir la tranquilidad del afuera frente a la contaminación urbana. El protagonista del relato vive junto a su esposa y un bebé, estudia los microorganismos y explora las dimensiones de un bosque a punto de recibir la visita ingrata de una compañía que talará cuanto árbol se cruce por el camino. Sin embargo, los lugareños tienen sus reparos al tomar contacto con el intruso, porque de eso se trata en definitiva esta lucha, la preservación de una leyenda y la creencia en las calamidades que puede desatar cualquier intervención externa o proveniente del exterior del bosque como la que representa la nueva familia instalada allí. Los hijos del diablo -2015-, título local poco feliz, es un film que mira mucho otros exponentes del género entre los que se puede encontrar David Cronenberg y su idea parasitaria de la transformación no arraigada a la típica posesión diabólica, sino a la invasión de un cuerpo extraño en el propio cuerpo, así como desde otros tópicos que hacen eje en el relato claustrofóbico puertas adentro en pos de la defensa del grupo o en este caso la familia nuclear y básica. La puesta en escena es esmerada, también resulta destacable el buen trabajo de fotografía a cargo de Martijn van Broekhuizen, capaz de maximizar desde el punto de vista visual la tétrica atmósfera que atraviesa el relato. Tampoco son descartables los efectos CGI en la creación del imaginario folklórico con esos híbridos que generan miedo cuando aparecen y que el director sabe esconder en más de una ocasión para hacer de la sugestión una herramienta eficaz que no necesita del golpe de efecto para concretar el objetivo del sobresalto.
Bosque aislado de Irlanda, investigación a cargo de un científico obsesionado que se muda con su mujer y su hijito a casa aislada. Los lugareños le advierten, pero ellos nada, y se desata el terror. Una especie de musgo con uñas, apariciones, niños intercambiados. Entretiene, para amantes del terror.
El máximo terror llegó en su mejor forma La opera prima de Hardy tiene un guión preciso que juega con la actualidad para darle a la película un plus de verosimilitud. Una muy buena manera de interpelar al espectador. Una pareja llega con su pequeño bebé desde Londres para instalarse en lo profundo de Irlanda, mientras en la radio se debate la venta a las madereras de grandes extensiones de bosques, último recurso económico del país y una de las condiciones que impone la Eurozona. Adam (Joseph Mawle) estudia el crecimiento de los árboles pero está al servicio de una multinacional que extrae ese recurso natural y mientras Clare (Bojana Novakovic) va poniendo en condiciones la casa centenaria en donde viven, el especialista encuentra un hongo con propiedades asombrosas, que toma el el cerebro de cualquier ser vivo y lo manipula a su antojo. Y claro está, empiezan a suceder cosas más o menos inexplicables ante la tozudez del científico, que no cree en lugares sagrados y menos en la advertencia de un vecino -que perdió a su hijita en lo profundo del bosque-, al que Adam confunde con un furibundo ecologista que además, es un provinciano supersticioso. Según parece, los árboles son sagrados para la mitología celta y los bosques son el territorio de hadas y duendes que alimentan el folklore irlandés. Y es justamente allí donde El hijo del diablo hace pie para contar una historia de terror, el bosque como entidad monstruosa poblada de seres viscosos, repugnantes, que esperan la llegada de otro niño a quien secuestrar y la pareja de londinenses que tiene un hijo y las criaturas de la noche que vienen por él. Opera prima de Corin Hardy, una de terror hecha y derecha que con un guión preciso juega con actualidad para darle a la película un plus de verosimilitud, Los hijos del diablo muestra una amplia serie de recursos de la puesta en escena en donde la fotografía oscura y fría se combina con efectos especiales herederos directos del mundo analógico antes que la habitual parafernalia digital, miedo en serio y sí, un bebé en el centro del relato, como para que el susto por la suerte de la criatura traccione todo el resto de los temores. Con sorna, desde la pantalla se desprende una interpelación al incómodo espectador, algo así como que es cierto, con los chicos no, pero si es cine de género la transgresión bien vale la pena.
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Los hijos del Diablo es uno de los estrenos más decentes que pasaron por la cartelera este año dentro del género de terror. Algo que no es un detalle menor si tenemos en cuenta la cantidad de filmes mediocres que lograron llegar a los cines en el último tiempo. En este caso nos encontramos con una buena producción independiente que representa el debut como cineasta de Corin Hardy, quien será el responsable de la próxima remake de El cuervo. En realizador presenta un cuento de horror que está muy influenciado por viejas leyendas del folclore irlandés que no siempre se centran en historias felices de hadas y gnomos. La película de Hardy se nutre claramente del cine de Guillermo del Toro y Sam Raimi, muy especialmente los primeros dos episodios de Evil Dead, para construir el misterio que gira en torno a un bosque irlandés que solía ser un territorio sagrado. El director se toma su tiempo para construir el conflicto y afortunadamente le escapó a las escenas trilladas de sustos gratuitos para capturar la atención del espectador a través del misterio. A Los hijos del Diablo le jugó a favor el hecho de tener un buen reparto donde llegan a destacarse Joseph Mawle (Abraham Lincoln: Cazador de vampiros) y Bojana Novakovic (Al filo de la oscuridad) y un gran trabajo desde los aspectos técnicos. Un campo en donde sobresale la fotografía y los efectos especiales que fueron muy efectivos en los momentos más intensos. Tal vez la película hubiera sido más interesante si en la segunda mitad de la trama se conservaba el misterio del bosque y no se le revelaba al espectador la amenaza oculta de manera tan gráfica. Toda la intriga que había construido el director luego se diluye cuando descubrimos lo que habita en ese terreno sagrado de Irlanda y el film pierde fuerza al volverse un poco más predecible. No obstante, el trabajo de Corin Hardy cumple con la intención de brindar un buen entretenimiento y su ópera prima merece una oportunidad.
Los hijos del diablo, que nos presenta a Adam, un conservacionista que por cuestiones de trabajo tiene que mudarse junto a su familia a una inquietante zona boscosa del Reino Unido. Allí, junto a su esposa y un bebé, deberán lidiar con unas terroríficas criaturas que habitan en la oscuridad. En su debut, el irlandés Corin Hardy, logra una terrorífica y efectiva película que se nutre del universo de las leyendas Celtas. Un arranque atrapante, un desarrollo bien contado y un clímax un tanto convencional y demasiado explícito, conforman la estructura de esta cinta de bajo presupuesto, climática, asfixiantes por momentos y plagada de buenas intencionales.
Terror en el bosque Sin ser un film revolucionario, se trata de lo mejor que el género de terror ha regalado en 2015. El año que está a punto de irse será recordado como el del que quizás sea el récord de estrenos de películas de terror: van alrededor de 20 y se anuncian un par más de aquí a fines de diciembre. Muchas de ellas, además, invocan al diablo o a alguna de sus derivaciones (diabólico, infierno, infernal, etcétera), dando la sensación de que se trata de meros eslabones de una cadena antes que de productos autónomos. La historia de Los hijos del Diablo es la de siempre: una pareja se muda con su bebé a una casa en el medio del bosque y se desata una serie de fenómenos sobrenaturales. Mientras tanto, la radio asegura que Irlanda, país donde se desarrolla el relato, avanza con un proceso de desforestación para paliar la crisis económica y continuar en la Eurozona. La relación entre ambos sucesos es directa: Adam (Joseph Mawle) estudia el crecimiento de los árboles para una multinacional. La revancha de los seres mitológicos que habitan el interior profundo del bosque será inevitable. Sin ser extraordinaria ni mucho menos revolucionaria, la ópera prima de Corin Hardy tenía todos los elementos para perderse en el berenjenal de estrenos 2015, pero es quizás una de las más dignas y que mejor transita los lugares comunes del género. Se trata de un film pequeño, concentrado, que va de menos a más para terminar asustando con inteligencia, siempre apostando por un extraño verosímil político y sobre todo visual que remite al cine de los años '80 -de La Mosca a Gremlins, pasando por los primeros trabajos de Sam Raimi- antes que la actual era digital dominada por robots y superhéroes.
Retorno a la oscuridad La selva es el escenario donde representamos el horror de la naturaleza como fuerza hostil, el ecosistema conspirando para deteriorarnos y consumirnos. En cambio, cuando el horror proviene de la profundidad de un bosque como en Los hijos del Diablo, sabemos que nos enfrentamos a legendarias y antiguas fuerzas sobrenaturales. La advertencia es obvia, no hay que entrar indefensos en la selva amazónica pero tampoco hay que confiar en los bosques europeos. Se cuenta la historia de Adam (Joseph Mawle) y Clare (Bojana Novakovic) Hitchens y su pequeño bebé, quienes viven en una casa antigua cerca de un bosque antiguo, y son vecinos en una comunidad supersticiosa que cree en un ente maligno llamado Hallow que vive en el bosque y que, como todo ente antiguo, pretende conservarse junto con su entorno, y molestar a las parejas protagonistas de las películas de terror. En todo caso, Adam, que es un científico que está investigando las vicisitudes biológicas del bosque, desestima las supersticiones y continúa con su trabajo, lo cual, por supuesto, tendrá consecuencias negativas para él y su familia. Hasta ahí la premisa de Los hijos del Diablo, clásica pero contundente, que el director Corin Hardy despliega sin apuro pero con buen pulso. Hardy entiende que antes de querer causar miedo, o susto, o desagrado, tiene que mostrar una historia lo suficientemente sólida, y no tiene pruritos en detenerse lo suficiente en construir sus personajes y los conflictos. Los hijos del Diablo, al menos en su introducción, es una buena película de manual, lo cual no es una obviedad en el contexto de flojedad de gran parte del cine de terror contemporáneo, tan dado a lo negativamente barato como el found footage o los guiones inexistentes. El otro acierto de Los hijos del Diablo es cómo explota un miedo viejo como es el que instintivamente tenemos a un bosque profundo. La criatura maligna llamada Hallow se manifiesta en unas cuantas criaturas que, podemos inferir, son duendes y elfos deformes, pero también es un hongo insidioso e infecto. El Hallow es el alma del bosque que estalla en ira para castigar a los entrometidos y para defenderse de la depredación. Es que claro, una película actual que transcurra en un bosque no puede evitar la bajada de línea ecologista. En el fondo estamos ante la antigua lucha entre un futuro soberbio que quiere imponerse a un pasado que se vuelve inexplicable. Tal es la profundidad del miedo que explora Los hijos del Diablo. DOS PARTICULARIDADES Por último debemos señalar dos particularidades más de Los hijos del Diablo. La primera es que nos vuelve a traer a colación a Bojana Novakovic, que también interpreta a la hija del personaje de Mel Gibson en Al filo de la oscuridad (Martin Campbell, 2010), y que tiene el honor de ser la mujer que recibió el más violento tiro de escopeta de la historia del cine, y debe ser también una de las muertes de hijo/a o pariente de protagonista mas exageradas junto con alguna de la saga Death wish. Y lo segundo, Los hijos del Diablo nos obliga a la militancia de los críticos de cine, no podemos vivir en un país donde, en tres años, se han estrenado fácilmente diez películas de terror con la palabra demonio o Diablo en el título. Ojalá el gobierno entrante haga algo para remediar la asfixiante situación.
Supersticiones que hielan la sangre a lo largo de todo el film Ésta es una muy buena película de terror sobre la importancia de no subestimar las supersticiones del folklore local. Un científico se instala con su mujer y su bebé en una vieja casa al lado del bosque para hacer tests sobre los árboles para la empresa que los va a talar. Pero es Irlanda, y la gente del pueblo asegura que no debe ni entrar al bosque, ya que es un lugar destinado a los "consagrados" ("The Hallow" del título original), es decir unos imprecisos seres sobrenaturales a los que mejor ni nombrar, pero en los que todos en el pueblo creen, algunos por horribles experiencias propias. La película le da unos diez minutos de tranquilidad al espectador para situar a los personajes en el lugar e ir planteando las cosas raras que empiezan a pasar. Un policía que va a revisar lo que podría ser un atentado de los vecinos les explica que están muy lejos de Londres, y que en Irlanda pasan cosas extrañas por la noche. Los protagonistas quedan azorados ante la idea de que el policía también sea supersticioso, pero él lo niega: "Yo soy de Belfast, ahí creemos en otros monstruos". Pero la película se concentra en la noche en la que explota todo, y las fuerzas sobrenaturales atacan directamente a la pareja, con el bebé como clarísimo objetivo, tal cual le habían advertido los vecinos. El crescendo que logra el director Corin Hardy que está ocupándose de resucitar a "El cuervo"- es realmente impresionante, al punto de que la avalancha de horrores que acumula hacia la mitad de la película es tal que uno se pregunta cómo se las va a arreglar para mantener esa potencia hasta el desenlace. Lo genial es que lo logra, y mejor aún, con recursos analógicos para monstruos que por momentos apenas se dejan ver en el follaje, pero que a veces aparecen de manera intempestiva helando la sangre. Casi a la manera de Bruce Campbell en "Evil Dead" de Sam Raimi, pero sin una pizca de sentido del humor, el actor que se destaca es Joseph Mawle, que hace cualquier cosa con tal de salvar a su bebé, incluyendo cuando está sometido a metamorfosis que recuerdan a Jeff Goldblum en "La mosca" de David Cronenberg.
Que los monstruos no nos tapen el bosque. Dentro de un 2015 en el cual el género de terror cubrió desgraciadamente con creces su cuota de cámaras en mano, fantasmas, adolescentes y posesiones diabólicas, nos encontramos con un ápice de luz al final del camino. Los Hijos del Diablo (The Hallow, 2015) es la ópera prima de Corin Hardy, una joven promesa proveniente del palo de los FX y los cortos fantásticos, en quien ya pusieron los ojos los productores para una inminente remake de El Cuervo (The Crow, 1994). Detalle no menor. La historia comienza cuando Adam y Clare se mudan de la urbe londinense a los páramos rurales de Irlanda junto a su bebé. El padre de la familia es un biólogo cuya función es relevar la zona boscosa de la región, la cual en un futuro cercano será talada por la compañía que lo contrató. La trama se pone en movimiento cuando la familia comienza a ser acechada por las criaturas fantásticas que habitan los bosques; algo que el floklore, los mitos, las leyendas y los vecinos del área respetan con absoluta seriedad. Lo que inicialmente puede ser leído como una obra en clave “home invasion”, donde los protagonistas deben resistir los envites malévolos de aquello dispuesto a transgredir el círculo familiar, permite al mismo tiempo una sublectura ambiental que busca hacernos reflexionar sobre la intromisión del hombre en aquellos espacios que son propiedad exclusiva de la madre naturaleza. Pero el film de Hardy muta constantemente y pasamos de lo fantástico a lo puramente terrorífico de un acto al siguiente. Sacar al terror de sus clichés más detestables, e incorporar a la historia conceptos con mucha más carga simbólica como la unión familiar y el sacrificio extremo, es una apuesta que paga de forma satisfactoria. Con una combinación de trucos prácticos en cámara y un poco de ayuda del CGI (sólo cuando es absolutamente necesario), sumado a un diseño de las criaturas que toma lo mejor de Alien, el Octavo Pasajero (Alien, 1979) y El Laberinto del Fauno (2006), estamos ante un film cuyos mayores atributos pasan por lograr ser efectivo sugiriendo más de lo que muestra, desde la construcción de un clima hecho a la medida y al servicio de aquello que se narra.
Con estilo clásico ‘Los hijos del diablo’ es una ópera prima que encuentra en sus influencias de la vieja guardia del terror sus mayores virtudes. Los hijos del diablo es un ejemplo perfecto de película que, aunque cuya historia sea repetida y hasta cierto punto bastante tonta, funciona muy bien gracias al trabajo de su director (el debutante Corin Hardy) que echa mano de un arte lo suficientemente alejado del CGI como para resultar novedoso y creativo. No va a cambiar la historia del cine y quizás no colme las expectativas de los exigentes consumidores del género de terror, pero aún ellos deberán reconocer que está un escalón por encima de tanto descarte que se estrena en nuestro país y además pone en el mapa a Hardy, que ahora está abocado a la remake de El cuervo, la interesante película de 1994 de Alex Proyas. Como carta de presentación y también como película de terror en sí, Los hijos del diablo es auspiciosa. La premisa: un matrimonio va a una casa en el medio de un bosque con su hijo recién nacido. Él tiene que estudiar la flora del lugar. Un vecino medio raro y un poco amenazante -entre Perros de paja y La violencia está entre nosotros- les advierte que en el bosque hay algo raro. Por supuesto, ellos ignoran la advertencia y pronto un hongo extraño que él encuantra para analizar empezará a provocar situaciones sobrenaturales y amenazantes. Las virtudes son pocas pero marcadas: un crescendo dramático fuerte que resulta en una historia que va de menor a mayor y con un último acto extraordinario y unos efectos visuales cercanos a la imaginería de Guillermo del Toro, sin dudas una de las influencias principales de Hardy. Pero se pueden trazar rastros que van más atrás en el tiempo y que son, a su vez, influencias también de Del Toro: Ray Harryhausen, Dick Smith y Stan Winston. Estos nombres que aparecen en forma de agradecimiento en los créditos finales quizás sólo sean familiares para los obsesivos del terror y la ciencia ficción pero son fundamentales en el rubro: Harryhausen fue un prócer de la animación stop motion de los años '50 mientras que Smith y Winston fueron maestros del maquillaje en películas como El exorcista y Terminator, respectivamente. Todas estas referencias no son antojadizas ni tampoco resultan un catálogo de nombres para nerds afectos al enciclopedismo pop, sino que sientan las bases de una estética poco usual en estos días de películas que parecen estar hechas en serie, remakes, reboots y demás. Y aunque no les haya dado la nafta para que la historia también sea distinta, la sensación final que deja Los hijos del diablo coincide con aquella verdad que para mí está tallada en piedra: la forma importa más que el fondo. En el aluvión ridículo de películas que podemos ver, entre las que se estrenan en salas, las que hay disponibles en distintos servicios de streaming y las que sencillamente podemos bajar, es muy difícil separar la cuantiosa paja del escaso trigo y quizás por eso pueda parecer un poco exagerado mi entusiasmo por una película como esta. Pero aún señalando esta posibilidad y más allá de todo contexto y análisis, la ópera prima de Corin Hardy juega con los nervios del espectador con pericia. No es poco ni es tan común.
The Hallow poco y nada tiene de hijos y Diablo, como su título local lo indica. El personaje principal teme por la seguridad de su esposa e infante hijo, pero el Diablo acá no tiene nada que hacer, aunque sí hay un bosque encantado, pero no con el encanto que presenta la factoría Disney. El encanto del bosque irlandés del film de Corin Hardy es una fuerza mucho más arcana y antigua de lo que parece, y defiende su hogar a como de lugar. Y lo que en un principio parece una de terror más, se va tornando en una pequeña gema entretenida y escalofriante. En su primer largometraje, Hardy y su colega Felipe Marino juegan con muchas de las nociones del género, las van apilando una encima de la otra, haciendo perfecto equilibrio entre un subgénero y el otro. El núcleo de la trama es una fábula oscura y retorcida, que da paso a trazos de criaturas nocturnas, a la invasión hogareña, a la posesión y hasta al horror corporal. Puede parecer demasiado para una sola película, pero es material más que suficiente para que Hardy se despache con su historia con bajada de línea ecológica y todo. Para Adam y Claire, lo que debería ser un paseo en el bosque -ejem- se torna poco a poco en un acecho feroz y despiadado. Ambos no saben en lo que se han metido, ya que no creen en la superstición local acerca de una fuerza sobrenatural que defiende su territorio, pero casi de inmediato sabrán a que se enfrentan. La labor de Joseph Mawle y Bojana Novakovic ayuda mucho a generar empatía desde el principio; la pareja es muy racional y a medida que el horror llega en oleadas, hacen lo imposible para defenderse de algo que por lógica pura no debería existir, pero lo hace. Y no tardan mucho tiempo en dudar de ello. Al momento que el bosque hace acto de presencia mediante sus terroríficos habitantes, Adam y Claire se ponen en pie de guerra para defenderse. Y Hardy no pierde tiempo alguno en captar todo este horror en pantalla, ayudándose mucho de la localidad elegida para la acción, con bellísimos paisajes tanto de día como cuando cae la noche. Pocas películas del género enganchan al espectador de la misma manera que lo hace The Hallow y para cuando termina, uno se queda con ganas de más, de conocer a fondo toda la mitología que el director desperdiga durante cada fotograma del film, cual pistas para ir reconstruyendo esta fábula desde cero. The Hallow es un promisorio primer capítulo en la filmografía de Corin Hardy, un sólido paso hacia adelante que promete muchísimo talento en el futuro, y que si uno entra a ver con pocas expectativas, sabrá disfrutar de las macabras sorpresas que le depara este suculento y oscuro bosque encantado.
Terror como en los viejos tiempos La línea argumental es bastante clásica: una pareja llega con su bebe a un bosque, escenario ominoso por excelencia. El hombre trabaja para un proyecto que requiere la tala de árboles. Los vecinos les sugieren rápidamente que se retiren. Según ellos, rondan por el lugar seres malévolos que secuestran niños. Los recién llegados no creen en esa leyenda, pero casi de inmediato empiezan los problemas. Uno de los méritos de la película es su eficacia para mantener la tensión, apoyada en la astuta dosificación de la información. Los interrogantes se van revelando sin apuro (los fans del videojuego The Last of Us tienen ventaja, se darán cuenta más rápido de lo que está ocurriendo). En síntesis y sin spoilear demasiado: hay en la zona un hongo parasitario que reemplaza los tejidos del huésped y produce mutaciones horrorosas. En el inicio de la historia, que se desarrolla en Irlanda, nos enteramos también del contexto político-económico: tanto ese país como Grecia están permitiendo la tala indiscriminada de árboles para poder mantenerse en la Eurozona. Esa veta ambientalista enriquece a la película de una manera original, sobre todo porque los que defienden el equilibrio natural son los seres fantásticos que asustan a la familia y al espectador. Corin Hardy -quien pronto se hará cargo de la remake de El cuervo, película basada en la novela gráfica de James Oarr que dirigió Alex Proyas apuesta a un tipo de monstruo viscoso que era muy común en el cine de los 80 y deja de lado las imágenes generadas por computadora, tan en boga en el cine actual. Los zombies de Los hijos del diablo están mucho más cerca de los de El ejército de las tinieblas (Sam Raimi, 1992) que los de la popular serie The Walking Dead. Los notables trabajos de fotografía y de sonido refuerzan el poder de sugestión de la película, que tiene cerca del final algunas innecesarias vueltas de tuerca relacionadas con el folklore irlandés. Para un género que en los últimos años ha producido poco que luzca realmente original, el de Hardy un experto en animación que aprovecha bien su conocimiento en ese terreno en algunos tramos de la película es un esfuerzo encomiable. Ah, conviene quedarse en la sala mientras corren los créditos. Allí aparece alguna sorpresa más que hará las delicias de los fans del terror.
En el terror, no todo está dicho Basándose en la mitología irlandesa, el filme es algo distinto al clásico relato de terror en torno a un bosque. Corin Hardy es un artista visual, y su trabajo detrás de cámaras como director novel en Los hijos del Diablo (The Hallow, en el original) apunta a un camino transitado y a veces farragoso. Es el del neófito, el que llega a un lugar que desconoce y debe resolver allí situaciones complejas en un medio en el que no está habituado. Porque por más que Adam sea un técnico forestal y ese ámbito nuevo sea un bosque, las cosas que suceden allí no son para cualquiera. Y menos para un joven matrimonio con una hijita bebé. Y un perro. En una de sus primeras salidas por el bosque, encuentra muerto un ciervo. Una sustancia tan oscura como extraña sale de él. ¿Qué hace Adam? La analiza en su casa en el medio del bosque, adonde se mudó con su familia. Lo que observa no lo tranquiliza, y menos las advertencias de un vecino malhumorado y supersticioso. La aparición de espíritus malignos deja de ser una leyenda para empezar a tomar entidad, y Hardy se encarga de ir acrecentando la tensión, hasta hacerla casi insoportable. Como suele suceder con el género, cuando no es una mera sumatoria de golpes de efecto, sangre, vísceras y varios etcéteras, el suspenso es el mejor amigo de la trama, y Cordy supo imprimírselo al relato. Claro que llega un momento en el que la mitología irlandesa, las apariciones, la mala onda de los vecinos y el trastorno psíquico que, es evidente, comienza a aparecer en Adam, se aúna y abruma. Igual, es un exponente -algo- distinto al habitual filme de terror en torno a una casita perdida en el bosque.
Desde las profundidades de un bosque Basada en una leyenda irlandesa, la primera media hora de esta digna película de terror es hija dilecta de algunos horrores góticos y aquellos de la casa Hammer en particular. También hay ecos de Lovecraft, que ayudan a combatir los lugares comunes del género. El horror puede surgir del lugar más insospechado. De Escocia, incluso, como lo sigue demostrando cada nueva revisión de ese gran clásico de los años 70, The Wicker Man. O de Irlanda, la tierra de las leyendas y las frondosidades encantadas, como intenta establecer el debut del realizador Corin Hardy, Los hijos del Diablo, título local que no le hace precisamente honores al original The Hallow. Porque en todo caso, si hay hijos haciendo de las suyas, no son precisamente los de Satán, sino los retoños pródigos de un reservorio sagrado: las profundidades del bosque. Hay una arista ecologista en todo el asunto, comenzando por el hecho de que Adam Hitchens, uno de los protagonistas, se instala junto a su mujer y pequeño hijo en un poblado irlandés para conservar y proteger su vegetación. Que el tiro salga por la culata y los espíritus de la foresta se inquieten por esa presencia en principio bienhechora permite anticipar algo de ironía y la certeza de que lo perenne no conoce de correcciones políticas.La primera media hora de Los hijos del Diablo es hija dilecta de algunos horrores góticos y aquellos de la casa Hammer en particular. Lo ominoso como leve indicio; la escasa predisposición de los locales a la cordialidad, que ven a esa familia londinense como una presencia invasora; la certeza cada vez más inquietante de que esos extraños fenómenos no tienen un origen humano. Hardy busca y encuentra allí el placer de lo anómalo usurpando gradualmente la normalidad, potenciado por la posibilidad cierta de que la más inocente de las víctimas caiga en las manos de aquello que fue despertado: el bebé de escasos meses de la familia Hitchens. Hay indudables ecos de Lovecraft en el concepto de una fuerza amodorrada que es despertada para lanzar sus horrores en el mundo e incluso los seres del bosque, que comienzan a mostrarse cada vez con mayor detalle, comparten algunas características fisonómicas con las creaciones del autor de “El color que cayó del cielo”. Su extraña biología parasitaria semeja una mezcla perfecta de los reinos animal, vegetal y el de los hongos, aunque el antropomorfismo termina ganando eventualmente la partida.A medida que el relato avanza y se instala en el encierro, con esa casa en la arboleda transformada en frágil atalaya sitiada por seres cada vez más agresivos, el film de Hardy va perdiendo sutilezas y ganando en efectismos, sustos de salón y escenas de suspenso al uso corriente. A pesar de ello, hay elementos más que dignos en la ejecución de Los hijos del Diablo, una fe ciega en las bondades del terror cinematográfico que evita el descenso hacia la paparruchada esquemática de tanta película contemporánea y logra mantener gran parte de su eficacia hasta el de- senlace. Y si la película ingresa en el terreno de la defensa de la familia como motor vital no lo hace tanto en pos de un ideal conservador como de la protección irrestricta del amor filial, un amor visceral que va más allá de cualquier construcción cultural. Un poco como ese bosque que, ante la intromisión destructiva del ser humano, sale a defender a sus propios hijos con los dientes bien afilados.
Lo primero que vale remarcar, con algo de indignación pero a la vez alegría, es que el título “Los hijos del diablo” no remite a absolutamente nada de lo que sucede en la película y es apenas un capricho de los traductores de afiches cinematográficos. ¿Por qué es ésto una buena noticia? Porque si bien la forzada reinterpretación apuntaba a vender The Hallow como un simple exponente más del género, por fortuna no lo es tanto. Lo segundo que hay que resaltar es que ésta no es una fábula de Hollywood, sino una procedente del Reino Unido, que en los últimos años ha tenido una explosión de cine independiente de género más que interesante (Dog Soldiers es un claro antecedente, así como El Decenso y Kill List, y si nos remitimos específicamente a Irlanda, véanse El Guardia y especialmente Calvario de John Michael McDonagh). La acción transcurre en un alejado pueblo rodeado de bosques con tétricos árboles, donde de acuerdo al folclore local habitan los “consagrados” o “santificados” (tal sería la traducción literal de “hallow”), que se resisten a ser desalojados cuando, ante una crisis económica, Irlanda decide “exportar” parte de su vasta vegetación. Mala idea, porque sabido es que el ecologismo se está poniendo cada vez más agresivo (con justificada razón, no se ofenda nadie). Es en este contexto que un humilde trabajador que descree (cuándo no) de estos cuentos de hadas, ignora múltiples advertencias y se adentra en el temido bosque, poniendo en riesgo a su familia, especialmente a su bebé recién nacida. Diversos mitos y leyendas irlandesas dicen presente (desde vegetaciones monstruosas hasta criaturas envueltas en lodo y “niños sustitutos”), a medida que el horror escala hasta un mórbido clímax que no le teme al terror más visceral y gore, sin caer en el mal gusto o lo gratuito. The Hallow rinde homenaje a Lovecraft y al cine del primer Sam Raimi (el de la trilogía de Evil Dead), y sale airoso en su modesto relato de horror gótico, que no pretende más que asustar un buen rato y, felizmente, lo consigue.
Monstruosos guardabosques Los últimos años son testigos de una renovación del cine irlandés, con películas de variada temática y un tono conceptual donde se destaca una prolija fotografía y una velada intención comercial. The Hallow (título original de este film) concentra todas estas características en el género del horror. En momentos en que (en un futuro no tan distópico) los países tercermundistas pagan su deuda con recursos naturales, el conservacionista Adam Hitchens, habitante, junto a su mujer y su pequeño hijo, de una cabaña en un bosque irlandés, descubre a un animal descuartizado por un extraño virus. Días antes de que se inicie el desmonte, desoyendo la advertencia de un vecino respecto de un espíritu maligno que resguarda al bosque, Adam vuelve a internarse en él, y a su regreso la cabaña es acosada por monstruos que parecen mutantes salidos de un jardín botánico. Pese a que las criaturas fueron cuidadosamente diseñadas para parecer reales (el director Corin Hardy fue amigo y confeso fan de Ray Harryhausen, pionero de los efectos especiales), y a guiños hacia relevantes films como El laberinto del fauno y Los perros de paja, la película, buscando resaltar lo creativo, falla como film de género.
Backwoods monster movie is a hit and miss By Pablo Suarez The Hallow is a very atmospheric feature which goes downhill pitifully toward the end With the ill-fated task of going deep into Ireland’s rural landscape, British conservationist and tree doctor Adam Hitchens (Joseph Mawle) has to venture into the woods and decide which trees are correct for milling. As you’d expect, the townspeople tell him that he’s a stranger, that he shouldn’t be there, and that in the woods there’s land that belongs to the Hallow, little ancient tree fairies once driven from their sacred lands. Of course, Adam and his wife Claire (Bojana Novakovic) ignore the warnings, and move into an isolated mill house along with their baby. And yes, soon they will have to fight to survive against demonic creatures living in the woods. Largely inspired in Irish fables and mythology, Corin Hardy’s The Hallow, also known as The Woods, is not your usual lousy horror film of the week that’s made with no sense of style or narrative. On the contrary: The Hallow is a very atmospheric feature, with an overall sense of doom, plenty wickedness and obscurity, and with an assured narrative — that is until the third act, meaning the last half hour, when it goes downhill pitifully. Great step up, fine development, and pretty awful downfall. Perhaps there are also too many elements tossed into one movie: demonic creatures (monster movie), fairy tale mythology, the family in ever-growing danger (a baby’s life at great risk), infectious zombie fungus, a hunted house also under siege, and a few other surprises better not to be disclosed here. Yes, it may be too much, but that’s not necessarily a problem because for the most part the amalgam works quite well since each element is introduced within its own logic and it is thematically and even aesthetically connected to the others. Leaving the accomplished cohesion aside, what’s even better is that The Hallow is one of those films that hinge heavily on a very good use of cinematography — the lighting design doesn’t get any better — and multi-layered sound design to create a maddening, frightening, and often relentless ambiance of shock and surprise. Plus the performances are more than fine and so you have real life people, and not the usual dumb skulls of so many of today’s horror films, hence you can care for them as much as you cared for your favourite horror film victims. Dialogue is accordingly realistic. So far, so good. But then comes the third act. And what a mess it is. For starters, this is when the previous cohesion found in the many trends of horror is not to be found anymore. The screenplay takes all the possible wrong turns, because it’s trying to figure out which is the way to go — and finds none. And it’s all done so abruptly, in a way that betrays the carefully-crafted rhythm achieved before. In the end, you can see a better film could’ve been made with some of all these elements, that is, because less is usually more. Production notes The Hallow (US, 2015). Directed by Corin Hardy. Written by Corin Hardy, Felipe Marino. With Joseph Mawle, Bojana Novakovic, Michael McElhatton, Michael Smiley. Cinematography: Martijn Van Broekhuizen. Editing: Nick Emerson. Running time: 97 minutes. @pablsuarez
La película Los hijos de diablo propone terror en la butaca, con mensaje ecologista. El cine tiene distintas maneras de representar los peligros que acarrea la deforestación. La violencia que el ser humano ejerce sobre la naturaleza puede contarse de muchas formas y una es a través del género fantástico. ¿Cuáles serán las consecuencias de la tala indiscriminada de árboles? ¿Cómo se vengará la Madre Tierra del daño que le estamos haciendo? ¿Cómo reaccionarán los bosques después de ser invadidos por empresas a las que no les importa destruirlos con tal de ganar más dinero? Estas son algunas de las preguntas que subyacen en Los hijos del diablo (el título original es The Woods, es decir El bosque), una coproducción entre Inglaterra, Irlanda y Estados Unidos que tiene como eje la leyenda irlandesa del Hallow, una suerte de bioma que en este caso son monstruos del bosque que salen por las noches a robar lo que más aman las personas: sus hijos. Pero estos monstruos no están solos, vienen acompañados por unas raíces vivientes grasientas que se multiplican y expanden hasta alcanzar a sus víctimas, a las que les inoculan unas células que las convierten en criaturas horripilantes. El joven científico y conservacionista Adam Hitchens (Joseph Mawle) llega al lugar con su mujer (Bojana Novakovic) y su pequeño bebé. Adam se adentra en el bosque para extraer muestras de la flora hasta que descubre una anomalía en el paisaje: un animal muerto en una casa abandonada con restos de raíces negras dentro de su cuerpo. El director Corin Hardy incorpora muchos elementos: hay monstruos, transformaciones, una casa en el medio de un bosque maldito, un libro de la leyenda del Hallow, un matrimonio que lucha por la supervivencia, fenómenos sobrenaturales, supersticiones, persecuciones nocturnas, fantasía. Y lo bueno es que no termina siendo un menjunje sin sentido sino un producto simple y entretenido, con un más que digno manejo del suspenso y cierto dramatismo inverosímil pero efectivo. Y con un plano final que es lo mejor del filme. Los hijos del diablo está dedicada a la memoria del maestro del stop motion Ray Harryhausen y viene con mensaje ecologista. Una película ideal para fanáticos de los monstruos.
Una familia que se instala en una mansión donde todo lo que pinta como un lugar bello y tranquilo resulta todo lo contrario algo oscuro se encierra en ese zona y fuerzas extrañas tienen ciertos planes sobrenaturales. Se inclina al terror clásico.
Adam es un tipo obstinado. Va por todo, aunque le cueste perder todo. Su oficio de conservacionista lo llevó de Inglaterra a Irlanda para investigar algunos misterios científicos en un tenebroso bosque. Allí llegó con su mujer y su bebé, con el objetivo de lograr un hallazgo profesional, pero desoyó el pasado de ese lugar. No sólo el próximo, que incluía la sorpresiva desaparición de una niña que se internó en el bosque y nunca volvió, sino el más lejano, el de las leyendas celtas. En su ópera prima, Corin Hardy se metió de lleno en una historia de terror, en la que manejó el suspenso con un pulso prodigioso, aunque no pudo evitar caer en algunos guiños característicos del género. La película tiene una virtud, y es que atrapa desde el principio de la trama y no suelta al espectador hasta el final. Es más, por momentos hay escenas con monstruos en medio de la noche, tanto en el bosque como en la casa de los protagonistas, que generan una tensión poco frecuente. Otro punto atractivo es la mutación del personaje central, que inevitablemente remite a “La mosca”, de David Cronemberg y también a la versión original “La mosca de la cabeza blanca”, de 1958. Aquí la transformación será menos monstruosa, pero quizá más dramática. Como para amigarse con el cine de terror.
Escuchá el audio (ver link). Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
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Terror a la irlandés Una película de terror atípica llega a los cines para demostrar que los tradicionales bosques irlandeses pueden contener algo más que los simpáticos duendes acumuladores de oro. Las películas de terror han invadido las pantallas cinematográficas en este 2015 de tal manera que se podría decir sin temor a equivocación que se pudieron ver una dos por semana en promedio. Esto por un lado es bueno para el espectador que tiene una variedad amplia para elegir pero por el otro da una idea de la magnitud que este género ha adquirido desde los tiempos en que la mayoría de este tipo de filmes llegaba al país en video hasta la actualidad. En todo caso, lo importante es que todos los realizadores de films de terror tiene dos opciones: o buscar algo original que atraiga al espectador o contar su historia con el mayor nivel de presupuesto (o de sangre) posible. En este caso, Los Hijos del Diablo, del debutante Corin Hardy opta por la primera instancia y ubica el relato en un bosque de Irlanda pero no por ello afuera de un contexto socioeconómico adverso como el que se vive en algunos países de Europa como la nación ya mencionada o Grecia, En este contexto, una pareja llega con su bebé recién nacido a un pueblo en el que deciden establecerse gracias a un trabajo que él ha obtenido como "doctor de árboles". Sin embargo, en una caminata a través del bosque descubre un virus que convierte es una suerte de zombis a sus víctimas. Adam, el científico, lleva una muestra del virus a su casa sin saber que eso puede ser la perdición de su familia que completan su esposa Clare y su hijo Finn. Tras esta introducción a la historia, que puede durar un poco más de lo deseado en el público adolescente y potencial destinatario del filme, se desata un juego de gato y ratón entre los protagonistas y esta suerte de "espíritu del bosque" que no les dará tregua con el objeto de apoderarse del bebé. De esta manera, Los Hijos del Diablo, que como se puede ver es otro de esos filmes con título obtenido de manera totalmente aleatoria para Latinoamérica, se convierte en un film con personalidad propia, que logre su cometido de asustar y que el director lleva dignamente durante la mayor parte del metraje a pesar de que seguramente sufrió síndrome de abstinencia para no caer en los miles de convencionalismos del género. De lo que el espectador puede estar seguro es que la propuesta es totalmente original, con monstruos que seguramente Guillermo Del Toro habría querido diseñar y un desarrollo dinámico y divertido.