Los hijos del Diablo

Crítica de Pedro Squillaci - La Capital

Adam es un tipo obstinado. Va por todo, aunque le cueste perder todo. Su oficio de conservacionista lo llevó de Inglaterra a Irlanda para investigar algunos misterios científicos en un tenebroso bosque. Allí llegó con su mujer y su bebé, con el objetivo de lograr un hallazgo profesional, pero desoyó el pasado de ese lugar. No sólo el próximo, que incluía la sorpresiva desaparición de una niña que se internó en el bosque y nunca volvió, sino el más lejano, el de las leyendas celtas. En su ópera prima, Corin Hardy se metió de lleno en una historia de terror, en la que manejó el suspenso con un pulso prodigioso, aunque no pudo evitar caer en algunos guiños característicos del género. La película tiene una virtud, y es que atrapa desde el principio de la trama y no suelta al espectador hasta el final. Es más, por momentos hay escenas con monstruos en medio de la noche, tanto en el bosque como en la casa de los protagonistas, que generan una tensión poco frecuente. Otro punto atractivo es la mutación del personaje central, que inevitablemente remite a “La mosca”, de David Cronemberg y también a la versión original “La mosca de la cabeza blanca”, de 1958. Aquí la transformación será menos monstruosa, pero quizá más dramática. Como para amigarse con el cine de terror.