Los hijos del Diablo

Crítica de Diego Papic - La Agenda

Con estilo clásico

‘Los hijos del diablo’ es una ópera prima que encuentra en sus influencias de la vieja guardia del terror sus mayores virtudes.

Los hijos del diablo es un ejemplo perfecto de película que, aunque cuya historia sea repetida y hasta cierto punto bastante tonta, funciona muy bien gracias al trabajo de su director (el debutante Corin Hardy) que echa mano de un arte lo suficientemente alejado del CGI como para resultar novedoso y creativo. No va a cambiar la historia del cine y quizás no colme las expectativas de los exigentes consumidores del género de terror, pero aún ellos deberán reconocer que está un escalón por encima de tanto descarte que se estrena en nuestro país y además pone en el mapa a Hardy, que ahora está abocado a la remake de El cuervo, la interesante película de 1994 de Alex Proyas.

Como carta de presentación y también como película de terror en sí, Los hijos del diablo es auspiciosa. La premisa: un matrimonio va a una casa en el medio de un bosque con su hijo recién nacido. Él tiene que estudiar la flora del lugar. Un vecino medio raro y un poco amenazante -entre Perros de paja y La violencia está entre nosotros- les advierte que en el bosque hay algo raro. Por supuesto, ellos ignoran la advertencia y pronto un hongo extraño que él encuantra para analizar empezará a provocar situaciones sobrenaturales y amenazantes.

Las virtudes son pocas pero marcadas: un crescendo dramático fuerte que resulta en una historia que va de menor a mayor y con un último acto extraordinario y unos efectos visuales cercanos a la imaginería de Guillermo del Toro, sin dudas una de las influencias principales de Hardy. Pero se pueden trazar rastros que van más atrás en el tiempo y que son, a su vez, influencias también de Del Toro: Ray Harryhausen, Dick Smith y Stan Winston. Estos nombres que aparecen en forma de agradecimiento en los créditos finales quizás sólo sean familiares para los obsesivos del terror y la ciencia ficción pero son fundamentales en el rubro: Harryhausen fue un prócer de la animación stop motion de los años '50 mientras que Smith y Winston fueron maestros del maquillaje en películas como El exorcista y Terminator, respectivamente.

Todas estas referencias no son antojadizas ni tampoco resultan un catálogo de nombres para nerds afectos al enciclopedismo pop, sino que sientan las bases de una estética poco usual en estos días de películas que parecen estar hechas en serie, remakes, reboots y demás. Y aunque no les haya dado la nafta para que la historia también sea distinta, la sensación final que deja Los hijos del diablo coincide con aquella verdad que para mí está tallada en piedra: la forma importa más que el fondo.

En el aluvión ridículo de películas que podemos ver, entre las que se estrenan en salas, las que hay disponibles en distintos servicios de streaming y las que sencillamente podemos bajar, es muy difícil separar la cuantiosa paja del escaso trigo y quizás por eso pueda parecer un poco exagerado mi entusiasmo por una película como esta. Pero aún señalando esta posibilidad y más allá de todo contexto y análisis, la ópera prima de Corin Hardy juega con los nervios del espectador con pericia. No es poco ni es tan común.