Los hijos del Diablo

Crítica de Mariano Torres - Fuera de campo

Lo primero que vale remarcar, con algo de indignación pero a la vez alegría, es que el título “Los hijos del diablo” no remite a absolutamente nada de lo que sucede en la película y es apenas un capricho de los traductores de afiches cinematográficos. ¿Por qué es ésto una buena noticia? Porque si bien la forzada reinterpretación apuntaba a vender The Hallow como un simple exponente más del género, por fortuna no lo es tanto.

Lo segundo que hay que resaltar es que ésta no es una fábula de Hollywood, sino una procedente del Reino Unido, que en los últimos años ha tenido una explosión de cine independiente de género más que interesante (Dog Soldiers es un claro antecedente, así como El Decenso y Kill List, y si nos remitimos específicamente a Irlanda, véanse El Guardia y especialmente Calvario de John Michael McDonagh). La acción transcurre en un alejado pueblo rodeado de bosques con tétricos árboles, donde de acuerdo al folclore local habitan los “consagrados” o “santificados” (tal sería la traducción literal de “hallow”), que se resisten a ser desalojados cuando, ante una crisis económica, Irlanda decide “exportar” parte de su vasta vegetación. Mala idea, porque sabido es que el ecologismo se está poniendo cada vez más agresivo (con justificada razón, no se ofenda nadie).

Es en este contexto que un humilde trabajador que descree (cuándo no) de estos cuentos de hadas, ignora múltiples advertencias y se adentra en el temido bosque, poniendo en riesgo a su familia, especialmente a su bebé recién nacida. Diversos mitos y leyendas irlandesas dicen presente (desde vegetaciones monstruosas hasta criaturas envueltas en lodo y “niños sustitutos”), a medida que el horror escala hasta un mórbido clímax que no le teme al terror más visceral y gore, sin caer en el mal gusto o lo gratuito.

The Hallow rinde homenaje a Lovecraft y al cine del primer Sam Raimi (el de la trilogía de Evil Dead), y sale airoso en su modesto relato de horror gótico, que no pretende más que asustar un buen rato y, felizmente, lo consigue.