El sedimento de la miseria. Tanto un exploitation de la pobreza tercermundista como una película militante orientada a la denuncia de la descomposición moral por detrás de determinadas estructuras de poder, Desechos y Esperanza (Trash, 2014) es por lejos el mejor opus de Stephen Daldry, un realizador que ha dedicado casi toda su carrera a entregar “obras de salón” relativamente eficaces aunque desparejas y por momentos marchitas. Ya sea que hablemos de Billy Elliot (2000), Las Horas (The Hours, 2002), El Lector (The Reader, 2008) o Tan Fuerte & Tan Cerca (Extremely Loud & Incredibly Close, 2011), quizás la peor del lote, el británico hasta la fecha parecía estar empeñado en respetar a rajatabla el canon de las trabajos oscarizables. La propuesta en cuestión viene a trastocar la balanza del tradicionalismo gracias a que su ímpetu naturalista y un furor narrativo sin igual compensan la falta de convicción de antaño, construyendo un film sensato que se destaca por sobre un entorno cinematográfico mainstream en donde priman la levedad, el automatismo formal y una celebración cada vez más explícita de la disgregación comunal, esa utopía de carácter mezquino que tanto ensalzan los diletantes del mercado y sus acólitos. De hecho, la historia nos ofrece una suerte de “equipo protagónico” conformado por Raphael (Rickson Tevez), Gardo (Eduardo Luis) y Rata (Gabriel Weinstein), tres niños que subsisten en un gigantesco basural carioca. Dejando de lado toda vinculación con la arquitectura arty abstracta y eligiendo en cambio la mugre displicente de Slumdog Millionaire (2008), pero sin la estética videoclipera y aquella profusión de golpes bajos, el convite adopta una premisa centrada en una “búsqueda del tesoro” que comienza con el descubrimiento por parte de los pequeños de una billetera, lo que eventualmente los llevará a una serie de pistas que su dueño ha desperdigado con el fin de ocultar la faena a ojos de un alcalde corrupto y sus esbirros de la policía. El mayor mérito de Desechos y Esperanza radica en la inteligencia con la que administra los resortes de la epopeya de aventuras más clasicista, sin vacilaciones ni contramarchas de por medio. Así como los residuos de la metrópoli pasan a engrosar el sedimento de la miseria, la obra no teme trazar una segunda analogía -muchísimo más dolorosa y de alcance cosmopolita- relacionada con las jerarquías políticas de turno, la complicidad del aparato represivo estatal y una brutalidad que recorre transversalmente a naciones que suelen fetichizar a la violencia y el odio más gratuito. En esta ocasión Daldry aprovecha al máximo el guión de Richard Curtis (se pondera al portugués como idioma principal) y se luce dirigiendo de manera prodigiosa al trío infantil (los jóvenes se comportan como tales, no como adultos). La fe y el socialismo de los suburbios vuelven a estar al servicio del núcleo neorrealista…
A esta altura debería existir un sub-género que se llame “poverty-exploitation” o algo así. El guión es un festín de clichés en torno a la miseria de sus personajes, la maldad de otros y la bondad (estadounidense) de unos pocos, con un desarrollo que relega cualquier posible manifestación objetiva de docudrama naturalista en pos del más obvio maniqueísmo pueril que reduce a lo superficial la problemática de corrupción y desigualdad que pretende denunciar. Un final inverosímil cierra la historia (CNN mediante) para dejar a todos los sajones que conocen latinoamérica por la TV tranquilos.
Turismo tercermundista por Brasil (la pornomiseria en todo su "esplendor") Stephen Daldry logró encumbrarse en el pedestal de directores "importantes" gracias a las oscarizables Billy Elliot (2000), Las horas (2002), El lector (2008) y Tan fuerte y tan cerca (2011). Pero le faltaba algo para asegurarse un lugar en la historia grande del cine "prestigioso": marcar su progresismo tilingo preocupándose por los asuntos del Tercer Mundo. Así fue que viajó a Brasil para despacharse con Trash, que por si no fuera suficiente aquí se le adosa el imposible subtítulo "Desechos y esperanza". Enésima muestra de la pornomiseria tan en boga en las altas cumbres de las coproducciones multinacionales, el film es un heredero directo de Ciudad de Dios y Slumdog Millionaire, con su tendencia a la estilización y a la búsqueda de belleza en aquellos lugares donde no la hay. En este caso, un basurero de Rio de Janeiro donde tres adolescentes oriundos de las favelas se ganan la vida revolviendo desechos. Allí encuentran la cartera de un funcionario público que decidió esconder dinero sucio en un lugar cifrado en una... Biblia. Porque aquí también Dios tiene un espacio central. Ayudados por dos misioneros norteamericanos (Rooney Mara y Martin Sheen, este último en la piel de un cura) que encarnan lo civilizado en medio de tanta barbarie carioca, seguirán las pistas aun cuando se embrollen con las esferas más corruptas de la policía. Lo anterior es la excusa perfecta para un recorrido turístico por las favelas, siempre con la idea innegociable de utilizar a ese trío de pibes pobres pero honrados como guías turísticos hasta llegar a un desenlace que de tan políticamente correcto da vergüenza ajena.
Billetera mata infancia Stephen Daldry (Billy Elliot, The Reader (El lector)) es uno de los grandes adaptadores a la pantalla de best sellers, que terminan convirtiéndose en épicas historias inspiradoras y generadoras de debate por su fuerte contenido social, todo lo que traspone en sus películas. En Trash, Desechos y Esperanza (Trash, 2014) el experimento de trasladar al cine la novela de Andy Mulligan nuevamente le sale bien, con esta historia de corrupción política, económica y social que se dispara cuando un niño, llamado Rafa (Rickson Tevez), encuentra en el basurero en el que “trabaja” la billetera del asistente José Angelo (Wagner Moura) de un importante político, Antonio Santos (Stepan Nercessian). Dentro de la billetera hay algunas claves que llevan al niño a involucrar a conocidos –e involucrarse él mismo- dentro de una compleja serie de sucesos, que desencadenarán una búsqueda frenética de verdad y justicia, con la finalidad de desenmascarar a Santos como el inescrupuloso y enviciado político que es. Pero Rafa no tendrá que desandar mucho camino, ya que la corrupta policía y una serie de matones de Santos se encargarán de perseguirlos, acosarlos, extorsionarlos, vejarlos y lastimarlos, con el claro objetivo de mantener velada la verdad. Rafa no estará solo, además de Gardo (Eduardo Luis) y Rata (Gabriel Weinstein), lo acompañarán Olivia (Rooney Mara), una profesora de inglés que trabaja con niños carenciados en la favela, y un cura (Martin Sheen) que aprovecha la prédica bíblica para asistir y ayudar a los más desvalidos. Stephen Daldry va tejiendo la compleja trama policial sobre la que el hallazgo inicial va sembrando las premisas de una denuncia que debe salir a la superficie. Narrada de manera dinámica y visualmente cercana a Ciudad de Dios (Ciudade de Deus, 2002) o Estación Central (1998), el principal aporte de Daldry a este fresco del Brasil actual, es su extrañamiento ante algunos fenómenos (el basurero, la favela, el hacinamiento, etc.) y su mirada honesta la que realza la propuesta de la película. El director se aleja del documental anecdótico y contemplativo sobre la pobreza, para generar una reflexión mucho más profunda sobre la pérdida de la inocencia en los niños, las exigencias del entorno social, y la imposibilidad de escaparse del contexto.
Un trío de chicos que viven literalmente en la basura, encontrarán sin quererlo pruebas que harán tambalear a los políticos y policías de Brasil. Lo que el rico tira, el pobre lo recoge Raphael, Gardo y Rata son tres niños que viven en el medio de los basurales a las afueras de Río de Janeiro. Un día, mientras buscan entre las montañas de desperdicios, encontrarán una billetera que contiene pruebas de los chanchullos en los que anda metido el futuro alcalde de la ciudad. Ahora el trió de nenes deberá escaparse de la corrupta policía mientras intentan desenmascarar todo lo que pasa. Gusto a repetido Brasil, pobreza, chicos; si todos pensaron en Ciudad de Dios, van bien rumbeados porque este film toma muchísimo del tono de esa cinta ya de culto dirigida por Fernando Meirelles. Y si le agregan una pizca de Slumdog Millionaire, tendrán Trash. Por un lado tenemos una trama que nos muestra lo menos lindo y glamoroso de Brasil, cientos y miles de personas viviendo peor que en villas, donde literalmente comen basura; y donde la policía corrupta está en función de quien les paga por debajo. Pero muchas veces este realismo que intentan mostrarnos, desaparece en algunas situaciones forzadas que viven tanto el trió principal, como quienes los ayudan (específicamente el personaje de Rooney Mara). Hablando de Mara, y también de Martin Sheen; si bien la trama se esfuerza por integrarlos de forma orgánica al relato, y de a ratos funciona, uno siempre se queda con la sensación de que la presencia de ambos fue pura y exclusivamente para poner actores conocidos y vender la película al resto del mundo sin que sea una obra 100% brasilera. Pero esto queda empequeñecido por el trió protagónico. La verdad que los tres chicos derrochan carisma por todos los poros, y por suerte casi siempre los vemos en pantalla de a dos o a los tres juntos; así que su trabajo opaca totalmente al resto del elenco. También cabe destacar el papel de Selton Mello como el jodidisimo jefe de policía, quien es el villano de la película. Pese a que su personaje es medio genérico (oficial malo malvado sin escrúpulos que abusa de su autoridad), el actor de todas formas se las arreglas para componer a alguien totalmente odiable y hdp desde el primer minuto en pantalla. Conclusión Trash: Desechos y Esperanza es una buena película que muestra la otra realidad de Río De Janeiro. Cualquiera sabe que no todo es playa, hermosas mujeres, futbolistas expertos y diversión; pero pocas películas de las que se filman (y menos aún las que nos llegan) deciden mostrarlo. Quienes disfrutaron de la ya nombrada Ciudad de Dios, encontraran una cinta bastante parecida, que pese a no ser tan redonda como la anterior (en especial por lo forzadas de algunas situaciones), no saldrán decepcionados del cine a la hora de buscar una alternativa no del todo pochoclera.
No hay belleza en la miseria Rafael (Rickson Tevez) y Gardo (Eduardo Luis) son dos chicos que viven en una favela en las afueras de Rio de Janeiro, viven como pueden, buscando entre la basura, esperando todas las tardes que lleguen los camiones de desechos. Un día encuentran una billetera, intacta, con bastantes reales adentro, fotos, una identificación, y varios papeles. La policía no tarda en llegar ofreciendo una recompensa a quien la encuentre, así los chicos comprenden que lo que hay adentro debe valer mucho más de lo que ellos creen. La billetera contiene información que un hombre escondió antes de morir, y durante flashbacks vamos conociendo la historia de su dueño, y las pistas que dejó para que alguien descubra el secreto que se ha llevado a la tumba, como partes de un rompecabezas vamos descubriendo una historia complicada que esconde un enorme caso de corrupción que incluye empresarios, políticos y policías. Los chicos se meten en algo mucho más complejo y peligroso de lo que creían, pero a medida que conocen la historia se sienten cada vez más interesados y comprometidos en seguir adelante, así despliegan todo su ingenio, y recorren la ciudad recogiendo pistas, recopilando información, y tratando de sacar a la luz lo que el dueño de la billetera no ha podido, como si continuaran la cruzada en su nombre. Junto con su amigo Rato (Gabriel Weistein) conformarán el trío encargado de llevar a cabo la misión, y contarán con la ayuda de un cura (Martin Sheen) y una catequista (Rooney Mara) que trabajan en la favela, tratando de asistir a los que viven allí. El modo en que está narrada la historia engancha al espectador desde el comienzo -filmada con mucho color y dinamismo-, esa billetera llena de pistas nos hace espectadores de una búsqueda del tesoro, llevada a cabo por tres niños que no paran de moverse por toda la ciudad. Es imposible no recordar "Slumdog Millionaire" al ver esta película, el director explota la estética de la pobreza, de la miseria, y muestra a tres ingeniosos niños víctimas de la violencia social y policial, que logran convertirse en tres mosqueteros de la justicia. Si bien la película toca temas profundos y complicados, lo hace de un modo tan segmentado que por momentos parece infantil, las figuras bondadosas representadas por un cura y una misionera norteamericanos, dan la idea de que en latinoamérica somos tan ignorantes que no podemos resolver nuestros problemas sin la ayuda del país del norte, pero por supuesto al tocar los temas de corrupción, nunca hablan de la nacionalidad de esas empresas que pagan coimas. Rio es mostrada como un paraíso turístico para gente progre que visita favelas durante sus vacaciones y así se siente mas tranquila con su conciencia y con la mente mas abierta, porque saben como viven aquellos que viven mal. Sobre un muy buen guión, original y bien construido, han armado una historia sin profundidad, con un final demasiado feliz, que da como resultado un filme que a pesar de ser técnicamente impecable y tener muy buenas actuaciones, resulta demasiado naif para los temas que pretende tratar.
El director Stephen Daldry (Billy Elliot, Las horas) se mete en un escenario difícil, de extrema pobreza: un basural en Brasil donde conviven chicos huérfanos y familias, más un cura extranjero el talentoso Martin Sheen, la intensa Rooney Mara y una trama que une el thriller; la corrupción política, la brutalidad policial, y la posibilidad de poner al descubierto un caso de vergonzoso tráfico de favores del poder. La película se inspira en Ciudad de Dios tiene niños actores talentosos y queribles, pero desea abarcar mucho, estiliza la probreza, se redunda en la trama, quiere parecerse a Siete cajas sin su frescura y fluidez y termina defraudando a pesar de las buenas intenciones (##) REGULAR
Nuevo trabajo del prestigioso Stephen Daldry, luego de la errática "Tan lejos, tan cerca". Para los que no conocen al inglés, es un tipo inteligente, dúctil y ha hecho grandes títulos desde su debut con "Billy Elliot", "The hours" y "The reader" son muestras de su talento para hablar de la adolescencia y la niñez, de los procesos donde la inocencia se hace eje visible. En esta oportunidad, nos trae "Trash", adaptación de Richard Curtis (prolífico guionista y director británico, responsable de "Love actually" y "About time") de la novela de Andy Mulligan del mismo nombre. Es imposible no relacionarlas con "Ciudad de Dios" de Fernando Meirelles (y Katia Lund) y "Slumdog millionaire" de Danny Boyle (y Loveleen Tandan), con ellas comparte un escenario de niñez, pobreza y crímen. Esas similitudes, funcionan como un condicionante para quien las ha visto. Daldry invita al espectador a vivir una historia trepidante (tal como las nombradas arriba) pero la tensión nunca está invitada a la reunión. La trama es la de una búsqueda del tesoro, representada en una billetera extraviada en circunstancias críticas por el contador Jose Angelo (Wagner Moura) que es intensamente buscada por la policía local en las favelas de Río. El objeto en cuestión llega a las manos de dos chicos que viven en ese lugar y se ganan la vida buscando desechos y reciclables en un basural: Gardo (Eduardo Luiz) y Rafael (Rickson Tevez). Ellos rápidamente entenderán que la billetera esconde un enigma en su interior que hay que decifrar porque puede significar un cambio para su vida. Ellos habitan en los morros y saben muy bien lo que es la privación extrema. Tenemos además (por supuesto) un político corrupto detrás, un policía que hace trabajos sucios y con eso basta para que la situación tome un cariz violento: hay algo valioso en esa billetera y los garotos no podrán salirse con la suya. Pronto ellos se verán obligados a pedir ayuda al Padre Juliiard (Martin Sheen) y a Olivia (Rooney Mara), personal de una ONG, para enfrentar una contienda despareja. Sin embargo, no todo parece accesible para los chicos. La película se destaca por ofrecer una gran fotografía El problema que encuentro en "Trash" es que los roles son demasiado planos y sin matices, casi no ofrecen conflicto individual y toda la estructura de la trama, es un juego del gato y el ratón que al principio atrae, pero termina cansando ante la supuesta incapacidad de los policías corruptos al perseguir y nunca alcanzar a los protagonistas...máxime siendo que los dos son realmente chicos. Daldry se vuelve conservador, convencional y no saca partido de todas las piezas que tiene en el tablero. Elige no explorar escenarios y vuelve sobre los mismos puntos una y otra vez. Ni Mara ni Sheen logran aportar desde sus papeles el interés por la historia y si bien a todos nos entusiasma el conflicto principal desde el inicio, el guión nunca se juega por plantear algo arriesgado que nos conmueva en la butaca. Está bien filmada, eso es innegable, pero sin embargo no alcanza para ser una realización emocionante. Más allá de eso, "Trash" es una alternativa a tener en cuenta si te gustaron los dos títulos que enunciamos un rato. Gira sobre las mismas cuestiones, con pretendidos (y fallidos) aires de renovación.
La maldición del éxito en el cine Si tenemos en cuenta que una película es en parte el contexto en el que fue creada, su director juega un gran papel a la hora de analizarla. No es lo mismo hacer una reseña de una ópera prima de un realizador desconocido que escribir una nota sobre la nueva obra de ni más ni menos que el director de películas brillantes como Billy Elliot y Las Horas. Ninguna bendición es tan maldita como la de tener en el currículum películas ganadoras de premios, éxitos de taquilla o deleites de los críticos. Sucede que ahora, cada película nueva que salga de Stephen Daldry, será “la nueva del de Billy Elliot” para la gran mayoría.
La maldición del cine limpiador de conciencias Tres chicos vestidos con harapos saltan con alegría sobre una montaña de basura bañados por una luz dorada, ante la mirada de un Cristo Redentor que abre sus brazos en un lejano segundo plano. Pobreza, estilización visual, una óptica turística filtrada por el origen foráneo de sus hacedores y el Santísimo como vigía: de todo eso se nutre el diseño gráfico del afiche... y también la película. Con dos términos agregados al título original que ayudan a preludiar lo peor, Trash: Desechos y esperanza es otra muestra del progresismo bienpensante tan en boga en el núcleo duro del cine “importante” y “prestigioso” europeo, una suerte de limpiador de conciencias que señala con el dedo que la barbarie tercermundista sólo puede aplacarse gracias a la voluntad de un par de angloparlantes dispuestos a prestar su ayuda desinteresada aun a riesgo de exponer sus propios físicos. Y siempre ayudados por Dios, claro.Coproducción inglesa-brasileña dirigida por un tipo con pergaminos en equiparar al cine con un acto expositivo de trascendencia como Stephen Daldry (Billy Elliot, Las horas, El lector, Tan fuerte y tan cerca), Trash se hierve en partes iguales de tipificación for export estilo Ciudad de Dios, la corrección política impostada de un candidato en campaña, el regodeo miserabilista de Slumdog Millonaire pero sin la autoconciencia fabulesca de Danny Boyle y una pátina ultracatólica digna de Ned Flanders. Esto último ilustrado no sólo en el uso y abuso de una recurrencia de este tipo de films como la búsqueda generalizada de redención, sino también en a) la cordura encarnada en dos misioneros estadounidenses –uno de ellos cura, por si quedara alguna duda– incluidos en trama más por mandatos del financiamiento trasnacional que por funcionalidad narrativa, b) la invocación constante a la protección celestial y c) una Biblia funcionando como elemento clave en el desenlace.Los versículos del libro más vendido de la historia sirven para codificar la ubicación de una parva de plata sucia que un funcionario brasileño (Wagner Moura, de Tropa de elite) escondió antes de que lo molieran a palos. El tipo también tomó la precaución de tirar su cartera a un camión de residuos cuyo destino final es el basurero donde trabajan tres adolescentes de una favela que se muestra con la estilización propia de quien se fascina con el exotismo mugroso. El trío, pobre pero honrado, rechaza las recompensas policiales –el Estado tiene la inmundicia que no tiene el basurero– porque huele que hay gato encerrado. Para liberarlo contarán con la inestimable ayuda de una profesora de inglés que no caza una palabra de portugués (Rooney Mara) y un cura que no se saca la estola ni para bañarse (Martin Sheen) pero que tienen un grado de bondad supina e innegociable ante cualquier adversidad. Incluso ante la película misma.
Miseria de exportación En general, más temprano que tarde, surgen películas que superan a sus antecesoras al referir determinados temas de manera obscena, con destino for export e intenciones de agencia turística. Ciudad de Dios (2002) de Fernando Meirelles y Slumdong Millionaire (2008) de Danny Boyle, aclamadas y premiadas en festivales y hasta con un Oscar en el último caso, vendieron pobreza al por mayor convirtiéndose en dos acabados ejemplos de la pornomiseria en el cine. Pero el inglés Stephen Daldry (Billy Elliot, Las horas, El lector) con su cine circunspecto anclado en una estética "qualité", decidió viajar a Brasil para construir una historia que transcurre en favelas surcadas por ríos de violencia, policías herederos de Tropa de élite e iluminación y música acorde al videoclip "They Don 't Care About Us" con el recordado Michael Jackson bailando en medio de las favelas a todo color. Los protagonistas principales no son los malditos policías sino tres chicos (Rafael, Gardo, Rato) que al revolver desechos encuentran una cartera con dinero de un funcionario y una clave con destino bíblico que no dejará dormir a los políticos de turno. Alrededor de los tres amigos –más adelante se sumará una niña– se acomodan los bienpensantes y altruistas Julliard (Martin Sheen), un cura misionero en exceso caritativo, y la asistente Olivia (Rooney Mara), ambos abocados a disminuir el índice de pobreza mediante la palabra de Dios y algún sermón a destiempo que los involucrará en las idas y vueltas de los pequeños amigos. En fin, miseria de exportación, la palabra santa para neutralizar las carencias, una cámara ágil y gratuita, un montaje a puro corte que recuerda a Ciudad de Dios y una mirada sobre la pobreza que causa indignación y rechazo más que vergüenza ajena. Los últimos minutos de Trash (sí, pura basura) duplican las intenciones del inicio: la plata vuela por los aires, el bien triunfa sobre el mal, la política es una elección errónea y el cura y su asistente sonríen, tal vez, hasta el próximo caso de pornomiseria en imágenes.
Banal, superficial, irresponsable Se ha dicho hasta el hartazgo, pero es que salta a la vista: hay muchos puntos de contacto entre Trash? y películas como Ciudad de Dios -también ambientada en Brasil- y Slumdog Millionaire: ¿Quién quiere ser millonario? Todas tienen una visión banal y paternalista de la pobreza, buscan con insistencia el impacto emocional a través del subrayado permanente y son de un esteticismo irritante, sobre todo si se consideran los entornos en los que se desarrollan sus historias. El disparador de este largometraje del mismo director de Billy Elliot y Las horas -dos películas cuyo efectismo por lo menos estaba mucho más solapado- es parecido al de otro film latinoamericano pensado para el consumo for export, el suceso paraguayo 7 cajas: un protagonista joven que se ve envuelto en una trama peligrosa casi por casualidad y decide correr hacia adelante. En este caso, un chico que revuelve los desechos del título local en un enorme basural de Río de Janeiro encuentra una billetera convertida muy pronto en una auténtica caja de Pandora. Allí hay información que compromete seriamente a un político de alto rango, de modo que se desatará una feroz cacería para recuperarla, encabezada por un policía transformado en un despreciable villano sin un solo matiz. El grupo de niños que ese malo malísimo persigue está integrado por tres pequeños héroes que desentonarían menos en una tira de Cris Morena que en un relato de Dickens. Los paisajes castigados por la miseria aparecen filmados con criterios similares a los que se usan para promocionar una agencia de viajes. Y la política es apenas un territorio minado de oscuros intereses, traiciones y una corrupción sistemática que aplasta las buenas intenciones de dos sacrificados misioneros anglosajones (Martin Sheen y Rooney Mara). Cuando ese político desalmado caiga en desgracia, lo sabremos gracias a la CNN, una cadena de noticias cuya neutralidad, claro, es proverbial. Y para cerrar la historia entra en escena una niña heredera de Highlander que se cuela en el guión por la ventana. Toda esa lógica superficial e irresponsable está sintetizada en una frase que intenta explicar la increíble aventura de estos tres niños que ponen en jaque a un poderoso enemigo popular y que se repite dos veces en la película. Es la que encierra su temperamento falso y bienpensante, primero pronunciada por ese pibito convertido en Superman por imperio de las circunstancias y después por la abnegada voluntaria yanqui con el correspondiente tono épico que exige el clima de fábula que se acentúa en el epílogo: "¿Por qué lo hicieron? Porque era lo correcto". No más preguntas.
Haz lo correcto Choque de aventura y realidad, en un frenético acto de redención con grandes actuaciones y algunos excesos que merecen otro análisis. Ritmo vertiginoso, empatía que roza la compasión con los niños protagonistas y algo de bronca por la pueril mirada eurocentrista son algunas de las sensaciones inmediatas que motiva Trash: Desechos y esperanza. Filmada en un basural de Río de Janeiro, con las favelas como escenario natural, la película de Stephen Daldry cautiva e interpela ya desde el guión, un libro para adolescentes adaptado por el experimentado Richard Curtis. Con una estética similar a la de Ciudad de Dios, esta es la historia de Raphael, Gardo y Rata, tres chicos que viven y comen en el gran basural de su ciudad. Allí encuentran otra historia, una billetera con información en clave que es afanosamente buscada por la policía local. Matan y torturan policías y políticos locales para conseguir esa información. La billetera pertenecía a un tal José Angelo, un abogado con perfil social, que guardó allí el legado de su causa anticorrupción, información detallada de los socios del crimen. Son pistas que los chicos empiezan a seguir, desafiando el destino, desestimando la jugosa recompensa de la policía corrupta. Apenas tienen una tibia ayuda en ese basural, del cura alcohólico (Martin Sheen) y de la bella trabajadora social que les enseña inglés (Rooney Mara). Pero avanzan por curiosidad, tal vez por mandato social, por odio a la policía, y porque es lo correcto, como ellos mismos dicen. Y las pistas les muestran un mundo podrido, pero también la solidaria y emotiva compañía de sus iguales, que los ayudan a huir en escapadas frenéticas, que de los desechos blanden esperanzas. La mirada eurocentrista se posa sobre el basural latinoamericano, y cuenta una trama de aventuras en el medio de una tragedia social con discutible intencionalidad y autoridad sobre el tema. Y es casi una novela rosa ese exceso de esperanza, cimentado en la firmeza y valentía de tres chicos que crecieron en un mundo infame. Hay incluso citas bíblicas. El éxodo, la redención, y hasta podemos llegar a pensar que si los chicos triunfan la revolución estará cerca. Ellos, que viven el apocalipsis perpetuo, víctimas de las empresas cómplices de políticos y policías corruptos, pueden ser los salvadores. Y pueden desatar una lluvia de dinero en medio un basural, ¿dos clases de basura? Metáfora de la corrupción, en cualquier lugar del mundo.
"Trash" es otro de esos estrenos a los que no hay que perderle el rastro. Stephen Daldry nos entrega su "Slumdog Millonaire" pero versión favelas de Río de Janeiro. Casi dos horas de una aventura que no aburre para nada y en donde sus protagonistas, Rafael y Gardo, van a pasar a formar parte de tu vida, al menos por lo que dura la historia. Gran fotografía, despliege, tomas y un guión que se sostiene super bien. Recomendada, sin dudas.
Notable visión de la actualidad brasileña del británico Daldry Las favelas de Rio son casi las verdaderas protagonistas de este thriller tercermundista que mezcla sordidez y crueldad con la ingenuidad derivada de los tres personajes adolescentes que, pesar de las necesidades surgidas de su extrema pobreza, deciden enfrentar a policías corruptos simplemente por que es lo correcto. Uno de los puntos fuertes de "Trash" son justamente las excelentes actuaciones de estos tres chicos que hacen creible la historia sobre un caso de corrupción cuya exposición depende del contenido de una billetera arrojada a un basural por la victima de un grupo de policías criminales al servicio de un candidato a alcalde que actúa con la mayor impunidad. Uno de los chicos encuentra la billetera y luego de repartir el dinero con su mejor amigo, que no demora un instante en comprar comida, se da cuenta de que maá allá de los billetes hay otros hallazgos en principio menos atractivos pero que no dejan de tener algún significado. La casi inmediata aparición en la favela de policías ofreciendo una recompensa por la billetera confirma esta sospecha, y más que nada para saber si el premio es el correcto o se queda corto, los chicos empiezan a investigar qué es lo que realmente encontraron. La primera pista, la llave de un locker de una estación de trenes, da lugar a una frenética persecución en decorados tan realistas como diferentes de los que se puede ver en cualquier película hollywoodense. Este tipo de escenas de acción muy bien armadas permite que la trama política no se quede en lo discursivo, del mismo modo que el punto de vista adolescente permite volver más o menos razonable lo elemental y los excesos sentimentales de todo el asunto. Tal vez el mayor logro del director inglés Stephen Daldry (el de "Billy Elliot") sea su capacidad de combinar esta ingenuidad casi minimalista con toda la crueldad del caso, incluyendo una temible secuencia de torturas a uno de los chicos a manos del jefe de los policías corruptos, o una siniestra visita a una cárcel necesaria para resolver el misterio del contenido de la billetera. En escenas como ésta se lucen los miembros internacionales del elenco, Rooney Mara y un eficaz Martin Sheen en el rol de un cura estadounidense. Pero un buen detalle de "Trash" es no quitarle peso a los personajes de los tres chicos fugitivos, excelentemente interpretados por los desconocidos Rickson Teves, Gabriel Weinstein y Eduardo Luis. Las atractivas imágenes y una banda sonora de temas brasileños muy bien elegidos ayudan para recomendar una película que desde Inglaterra toma temas de la más candente actualidad socio-política del Brasil.
Es casi imposible no pensar a Trash como una hija bastarda entre Slumdog Millionaire y la excelente Cidade de Deus de Fernando Meirelles, otro director que como Stephen Daldry perdió el rumbo con la insoportable historia coral 360. En ese sentido, Trash tiene lo mejor y peor de ambos exponentes en una combinación que se deja ver. Trash no funciona del todo porque nunca encuentra un tono al cual adecuarse. Lo que comienza como un drama con cara social termina mezcándose con una aventura juvenil, sin terminar de apoyarse en un costado u en otro. Dentro del guión de Richard Curtis -que sorprendió en 2013 con la brillante About Time- hay golpes bajísimos y un ánimo de denuncia muy superficial, demasiado fácil y amable, que parece sentida pero no lo es. Es comida rápida para la platea que se emociona hasta las lágrimas con la injusticia y la esperanza de los protagonistas. Asimismo, los personajes secundarios, esos actores de renombre que carga el poster de la película, están pintados al óleo. Martin Sheen y Rooney Mara son nombres que atraen y enmarcan la trama, pero que son prácticamente inoperantes al lado del trío protagonista, que se lleva todas las miradas. Estos chicos mugrosos, andrajosos y esmirriados transmiten un realismo atroz y es facilísimo conectar con ellos por las maravillosas interpretaciones que insuflan a la trama con corazón y alma. Daldry sabe como dirigir a la juventud -hay que remitirse nomás a Billy Elliot y ya- y les saca todo el jugo, amén de una dirección bastante correcta y una fotografía vistosa, que destaca el inframundo del basurero y las favelas de Brasil, y la gran vida de los ricos de la ciudad, en un contraste pasmoso pero necesario. Lamento mucho que haya decisiones que afecten a la fluidez de la trama, como esos cortes a un video confesional que le quita un poco de suspenso a la historia, y que el último tramo sea tan asquerosamente optimista y el espectador deba someterse al abandono total de la credulidad para poder disfrutar completamente del desenlace que propone el film.
"La crítica de una realidad social" La nueva película del director Stephen Daldry (“Billy Elliot”, “El Lector”) es “Trash: Desechos y Esperanza”, la cual se centra en tres niños de los barrios marginales de Río de Janeiro, Brasil, quienes encuentran una cartera en el basural y se disponen a terminar la tarea que comenzó el dueño de ese objeto que se convierte en algo preciado para los chicos. A lo largo de esta historia, los protagonistas deberán enfrentarse a persecuciones, al maltrato y la brutalidad policial, a las consecuencias de la corrupción y a desconfiar de las personas que supuestamente nos mantienen seguros, buscando en otros adultos la ayuda para llevar a cabo su misión. A pesar de que probablemente se tomen a las favelas como una descripción de Brasil, o sobre todo de Río de Janeiro y muchas veces se utilicen generalizaciones o clichés al respecto, lo que se destaca principalmente de “Trash: Desechos y Esperanza” es la crítica de la realidad social presente. A partir de esta historia podemos enterarnos de la corrupción política y policial de Río de Janeiro, como también de la pobreza que existe en dicho lugar. La película nos proporciona imágenes muy fuertes de los basurales, como de la marginalidad en la que vive la gente, sobre todo estos tres chicos que tienen el papel protagónico. Fue un gran acierto tomar la historia desde la perspectiva de los niños, ya que ven al mundo de otra manera que los adultos, pero que a la vez son muy maduros y desconfiados, debido a la dura realidad que les toca vivir. Asimismo, las actuaciones están muy bien logradas y nos transmiten diversas sensaciones. El ritmo de “Trash: Desechos y Esperanza” es muy dinámico, tiene un comienzo bastante fuerte y mantiene la intriga en todo momento. Cada tanto se van presentando distintas pistas que hacen que el relato avance de una forma muy ligera. No te abruma desde entrada ni se hace aburrido en ningún instante. Además, se observan muchos detalles que tal vez al principio uno piensa que daría lo mismo si estuvieran o no en el guión, pero luego nos damos cuenta que tenía un propósito mucho mayor. Esos momentos están pensados también para contribuir a que la historia avance. Por otro lado, es muy importante tener en cuenta el tema del idioma, el cual se mantiene el portugués en casi todo momento. Este elemento hace que la película sea más realista. El final tal vez es lo menos acertado y menos realista, pero esto no impide que “Trash: Desechos y Esperanza” sea una película muy lograda sobre una realidad social de Brasil, con su pobreza y corrupción, pero tratada de una manera ficcional con una cierta intensidad y misterio. Samantha Schuster
Once you’ve finished watching Stephen Daldry’s new film Trash, it’s hard to resist the word play and not say that it is, indeed, a piece of cinematic trash — and by trash, I don’t mean the countercultural subgenre you can associate with, say, John Waters. Even if well intended — at best, which I seriously doubt — and just like his previous outing Extremely Loud & Incredibly Close, Trash is presented as a socially conscious and morally uplifting feature where good prevails over evil in a very, very contrived way. In fact, you may take the whole story as some kind of uplifting fable — with poor kids in favelas and garbage dumps instead of talking animals. But even if that’s the case, it’s a pretty lousy fable. Adapted from Andy Mulligan’s novel of the same name, Trash is shot on locations in Brazil and tells the story of 14-year-old trash picker Raphael (Rickson Tev) and his chance discovery of a wallet that belongs to an unknown person named José Angelo (Wagner Moura). He and his friends Gador (Eduardo Luis) and Rato (Gabriel Weinstein) get involved in an investigation regarding the mysterious wallet, which leads them to corrupted politician Santos and equally corrupted policeman Frederico (Selton Mello). Needless to say, their lives are endangered, just like that of Father Julliard (Martin Sheen), a generous and tireless protector of the poor. So expect teenagers deciphering complex secret codes, memorizing a long and discursive letter and then reciting it as to get across secret information, throwing bundles of money out in the open in garbage dumps so that other impoverished souls get a piece of the bad guys’ cake (who by the way are extremely vicious), a noble US religious man (sort of a modern missionary) who, no matter what, always does the right thing, and long action sequences and shootouts where bad cops chase the kids who manage to escape miraculously every single time — among other things. And, of course, the kids also do the right thing without expecting any kind of profit and just for the sake of justice. Yes, it’s all very unlikely, to say the least. But what’s most annoying is that Daldry’s new feature tackles painfully complex issues in such a reductionist way and with such a disregard for reality that you cannot but feel you’re being taken for a numbskull. With a distorted eye that depicts Brazil as a most dangerous land inhabited by cartoonish figures posing as characters, this is exactly the kind of film bound to be delightful to the conscience of your average bourgeois viewer who believes in a black-and-white world where good does triumph over evil if there’s just enough will power and perseverance. Come to think of it, instead of a fable, Trash is an ill-fated fairy tale.
Crítica emitida por radio.
El basural de la discordia Lo primero que viene a la cabeza al tomar contacto con este opus del director Stephen Daldry (Billy Elliot, 2008) es el eterno debate entre aquellos que pregonan cierto miserabilismo como estética frente a los que defienden el lenguaje cinematográfico por sobre todas las cosas. ¿Cómo abordar la miseria sin mostrar la miseria? Esa es la pregunta más difícil de responder, desde dos ejemplos que pueden significar las antípodas en relación a la representación: Ciudad de dios (2002), exploraba la realidad de una favela, las luchas entre sus miembros valiéndose de recursos estéticos que embellecían la imagen y que suscitaban polémicas por aquellos años en la crítica especializada, y por otro, la ganadora del Oscar Slumdog Millonaire (2008), híbrido inclasificable que hacía de la pobreza en la India la misma postal que los cuadros musicales de las películas hindúes, pero movía los resortes emocionales con un conjunto de golpes bajos a la par de misiones heroicas. A medio camino de estos dos modelos se encuentra Trash: desechos y esperanza, porque si bien la realidad de una favela ocupa gran parte de la historia también se desarrolla un thriller atravesado por la denuncia social, la corrupción política y la hipocresía estatal en todos los estratos, particularmente en la sociedad carioca. Los protagonistas de esta historia son un grupo de niños, Raphael (Rickson Tevez), Gardo (Eduardo Luis) y Rata (Gabriel Weinstein), desamparados en todo sentido, tanto de la asistencia social como de un estado que los proteja de los abusos de las esferas del poder como por ejemplo la policía, la seguridad privada y la inescrupulosidad de un alcalde que hará lo imposible por recuperar una billetera encontrada en un basural. En paralelo a esta historia, se desarrollan subtramas unidas por el mismo trío de niños en una carrera contra el tiempo y con un aire de justicia poética detrás que no desentona para este film reivindicatorio de un director con luces y sombras, películas buenas, regulares y malas.
Empate Inglaterra-Brasil Una película dirigida por el inglés Stephen Daldry y producida por el brasileño Fernando Meirelles resulta en una mezcla peculiar y atractiva. “Desechos y esperanza” es el subtítulo inútil que le pusieron acá a la mucho más concreta Trash (Basura), la quinta película del inglés Stephen Daldry. El director de Billy Elliot y la más reciente Tan fuerte y tan cerca continúa con lo que mejor sabe: contar historias protagonizadas por chicos, con sensibilidad y humor, sin caer casi en ningún momento en la demagogia. Pero Trash tiene una novedad que la transforma, si no en mejor que las otras, en una película más singular, una especie de experimento no en cuanto al lenguaje cinematográfico (nada más lejos: la película es amable con el público, tal vez demasiado) sino en cuanto a la mezcla de países y al modo de producción. La película transcurre en Río de Janeiro y está hablada casi por completo en portugués, está protagonizada por tres chicos brasileños debutantes (Rickson Tevez, Eduardo Luis y Gabriel Weinstein, los tres extraordinarios) y casi todo el equipo técnico es de Brasil: desde el DF Adrian Goldman pasando por todo el departamento de arte, hasta un hombre clave de la cinematografía brasileña, el productor Fernando Meirelles (para los distraídos: es el director de Ciudad de Dios). Pero hay dos personas clave que acompañan a Daldry y no son brasileños: se trata del montajista norteamericano Elliot Graham y del extraordinario guionista inglés Richard Curtis (¿les suena Realmente amor?). Paso lista a esta mezcla de nacionalidades porque la peculiaridad de la película pasa por ahí. En el ambiente de las favelas y los basurales de Río se puede ver al productor Meirelles, en esos personajes desangelados y humillados, pero la historia de Richard Curtis no tiene nada que ver: es una especie de thriller de espionaje, una película de aventuras y acción con un clásico MacGuffin (una billetera al principio) y personajes bien clásicos del cine policial. Y la mano de Daldry que le da a los chicos una levedad bienvenida y un optimismo que por el tono general resulta mucho más justificado que el de Ciudad de Dios o el de la horrorosa Slumdog Millionaire (con la que tiene algunas similitudes superficiales, que Dios me perdone). Y el montaje de Graham evita los truquitos de Ciudad de Dios y sin ser sencillo ni pasar del todo desapercibido, está en función de la historia y es hasta hitchcockiano. El resultado de este cóctel es asombroso, una película que parece codirigida por Pablo Trapero y Damián Szifrón. Raphael (Tevez), Gardo (Luis) y Rato (Weinstein) son tres chicos que viven en una favela y trabajan en un basural. Ahí encuentran una billetera con un poco de dinero, un documento y una llave. Unos policías corruptos están buscando esa billetera y saben que fue a parar a ese basural. Los primeros minutos de película son extraordinarios: dosificación de la información, montaje paralelo, persecuciones y un gran laburo de ambientación que si bien por momentos puede parecer demasiado “perfecto”, termina funcionando porque pronto nos damos cuenta de que esto es un policial más parecido a Hollywood que a una película inglesa o brasileña y así el artificio es bienvenido. La presencia de los únicos dos personajes de habla inglesa le aportan a la película un matiz disparatado y casi clase B: Rooney Mara y Martin Sheen. Ella es una maestra que les enseña inglés a los chicos y él es un cura borracho que empieza cínico y se va ablandando con el correr de la historia. Los dos hablan gran parte de la película en portugués. Trash es una película curiosa, prolija y frenética, entretenida y tal vez un poco tonta, pero cuya ligereza disculpa los defectos que uno le pueda achacar.
Pobre sobre la pobreza Hay una tendencia muy progre en el mundo de los escribas del cine, de andar señalando toda película que retrate el mundo de la pobreza con cierta irrespetuosidad -como en este caso- y tildarla de miserabilista o el apelativo que suene más fuerte para decir que el otro es un ruin y uno, un buen tipo. Lo que no se hace, en ocasiones, es tratar de observar los niveles que reflexión y lectura que aporta la obra concretamente: Trash: desechos y esperanza es sí una película que fotografía las favelas de Brasil con demasiada belleza y que tiene como protagonistas a tres pibes pobrísimos que no parecen padecer demasiado su situación, incluso hay un regodeo evidente en retratar ese mundo con la mirada primermundista del británico Stephen Daldry. El tema es que la película no busca tanto un retrato realista de ese universo, como sí la construcción de una aventura algo fabulesca sobre el derrotero de sus protagonistas. Que no lo logre eficazmente es un problema, pero es otro problema diferente al que la crítica en conjunto ha querido ver un poco desde el lugar común. Extraña mezcla de Ciudad de Dios con ¿Quién quiere ser millonario?, ese es un primer escollo para el film del mediocre Daldry: la película parece pensada desde ahí y nunca logra tener vida propia. Y si la primera hablaba del horror de la violencia social para terminar construyendo un relato bastante repudiable que se regodeaba en esa violencia y manipulaba con sus truquitos de montaje, la oscarizada película de Danny Boyle tenía la astucia de trabajar la caricatura con bastante inteligencia y desde ahí decirnos que aquello no era algo real, ni lo intentaba ni lo quería. A Daldry, con una carrera previa que le impide disimular demasiado sus intenciones, se le nota esa confusión entre querer hacer un alegato contra la violencia institucional sobre las clases bajas y un mero pasatiempo algo traído de los pelos. Si la película funciona al menos en términos narrativos durante su primera media hora, hay cosas que comienzan a hacer mucho ruido, como la presencia de villanos de un trazo grueso desmedido, una mirada sobre la política que es de lo más reduccionista y malintencionada, una violencia gratuita sobre el niño protagonista intolerable, dos yanquis de lo más buenos metidos con calzador dentro de la favela, una apelación a lo religioso molesta y constante, y una acumulación de elementos poco rigurosos, como la ridícula aparición sobre el final de una niña que termina por descalabrar la confusión narrativa y argumentativa. Trash: desechos y esperanza termina pareciéndose a esas películas de acción y aventuras muy malas que se hacían en los 80’s, donde unos niños muy chiquitos peleaban contra ninjas claramente más grandes y les ganaban, quedando en evidencia la falta de rigor y verosímil que siempre es necesaria para sostener una película. Trash: desechos y esperanza no es mala por miserabilista, porque básicamente nadie se la puede tomar demasiado en serio, y ni trata de hacerlo. Pero sí es mala por escandalosamente fea y tonta, situación de la que la terminan rescatando un poco los niños Rickson Tevez, Eduardo Luis y Gabriel Weinstein, dueños de un carisma extraordinario y de una capacidad actoral muy por encima de la pobre película que los tiene como protagonistas.
Richard Curtis, el exitoso escritor de comedias románticas británicas (“Notting Hill“, “Cuatro bodas y un funeral“), adaptó la novela juvenil de Andy Mulligan sobre tres chicos, Raphael, Gardo y Rat, de una favela en Rio de Janeiro que encuentran una billetera que vale millones de reales por su conexión con la mafia y la policía corrupta de la ciudad. Los trucos de Curtis han surtido su encanto en el género que lo hizo conocido, pero trabajando con un material juvenil que al cine se traslada como un thriller de acción con un toque de moral y justicia, resulta un tanto superficial y prefabricado. Stephen Daltry dirigió la película, Rooney Mara y Martin Sheen tienen papeles secundarios que deben haber asegurado la financiación norteamericana de la película, también facilitando su distribución. Sucede todo tal como uno podría imaginárselo después de leer la sinopsis: la gente pobre parece no tener nada que perder pero en verdad todavía tienen su dignidad y sentido de lo que es justo; la policía son los malos sin matices -la violencia se extiende hasta los chicos de catorce años-; al mismo tiempo el Padre extranjero (Martin Sheen) es la autoridad moral del lugar, el hombre a quien recurrir cuando hay problemas, pero que pronto va a recibir una lección sobre qué es lo correcto dada por el joven del que menos se espera; la Hermana Olivia (Rooney Mara) es la reivindicación de la ingenuidad; el sentido inocente de juego, de búsqueda del tesoro, de los tres chicos protagonistas es la clave para enderezar las normas corruptas. La metáfora, como es expresada por uno de los chicos, es que ellos mismos son para la sociedad unos indeseables a los que nadie se les quiere acercar de la misma manera que a la basura por ser un desecho, el giro sucede cuando en la basura encuentran un tesoro, de la misma manera que nosotros, espectadores, deberíamos descubrir en ellos, los chicos, por su espíritu y lo valioso de sus actos. No soy de lo que estoy hecho, pero soy en su aceptación. Ese sería el lema filosófico detrás de los chicos. Es importante y es lo único que sostiene a la película en los valores que propone, solo si no fuera porque el tratamiento es exactamente lo contrario: es lo que es. Hasta cuando trata de hacer un comentario social resulta inofensiva. El guion de Curtis y la dirección de Daltry son ciertamente oportunistas, se aprovechan de todas las salidas fáciles priorizando las escenas de acción, el sentimentalismo, el carisma de los jóvenes actores y el final feliz, mientras tanto dejan pasar todas las preguntas importantes que el contexto de marginación social necesita para dejar de serlo, si fuera posible (pero esta esperanza es el motor de la película, lejos de la realidad). Primero, la idea de que el hábito puede hacer que el individuo se acostumbre de prácticamente cualquier condición de vida, una popular teoría en la psicología (Viktor Frankl), pero el problema es el injustificado y poco elaborado intento de encontrar algo bello detrás de eso. Segundo, la necesidad de una circunstancia extraordinaria que embarca a los personajes en el camino casi religioso que comienza por una intuición de fe y que deriva en el bien mayor después de una serie de sacrificios. Para una película que supone un espíritu de revolución social y mediática hacia el final, parece por lo menos contradictorio que esto no pueda ocurrir si no es por un deus ex machina (la nena que inexplicablemente vive en el cementerio), que revela que el verdadero beneficio de la película está en la acción y no en el mensaje. Tercero, también religioso, una idea estereotípica, la de que los fuera de ley, después de romper todas las reglas en nombre de su libertad individual, obtienen el retorno al paraíso -playa de arena blanca y agua cristalina-, que vendría a ser como unas preciosas e interminables vacaciones burguesas que serían la envidia de tus amigos en Facebook. El significado religioso de este procedimiento narrativo merece un mayor análisis, pero un final ejemplar, y grotesco, de este tipo es de la película Salvajes, del políticamente comprometido director Oliver Stone, que incomprensiblemente (recordemos que es el mismo que director se propuso, satisfactoriamente, trabajar una de las teorías más controvertidas del asesinato de Kennedy en JFK), y como tantas otras películas del género al que pertenece (jóvenes, drogas), apela al hedonismo para redimir a sus personajes. El fallecido Tony Scott estuvo tan poseído por esta misma idea que cambio el final trágico del guion de True Romance, escrito por Tarantino, porque se había enamorado de los personajes y sentía que no podía hacerles eso. Volviendo a Trash, la ideología terminal es que el tesoro es tan grande como el espíritu de los chicos, y todos parecen sentirse bien con eso.
Chicos de favela encuentran cartera con misterio en la basura. Los busca la policía. Reciben ayuda de misioneros angloparlantes. Ternura, diversión y miserabilismo estético a tope: esto no es Slumdog Millonaire, que también era un cuento sobre chicos que surgen de la miseria (pero había dignidad allí y alegría) sino simple y llanamente explotación de los más pobres de los lugares comunes. Dirigió el realizador de Las Horas.
Esta semana llega a los cines la película Trash, Desechos y esperanza, y con ella, retorna a las pantallas el director Stephen Daldry. Trash es una película que lejos de cualquier convencionalismo y carente de golpes bajos, se escuda tras la fachada del policial, para mostrar la terrible realidad a la que se enfrentan aquellos que trabajan revolviendo y clasificando la basura de las grandes urbes Brasileras. Rafael y Gardo son dos chicos a punto de ingresar a la adolescencia, que viven sus vidas trabajando desde tempranas horas en un basural, revolviendo los desechos, clasificando los reciclables y hurgando en busca de pequeños tesoros. Una mañana, Gardo se encuentra con la billetera de José Angelo, la cual esconde la clave para desenmascarar a un poderoso y corrupto candidato a alcalde en las ya cercanas elecciones. Raphael y Gardo, acompañados de Rata, un chico que vive en las alcantarillas, emprenderán el camino para develar el misterio que tiene en vilo a la corrupta fuerza policial. Trash es una excelente película. A pesar de todos los reparos que se podrían poner cuando un director ingles intenta contar una realidad que le es totalmente ajena, el guion de Richard Curtis (Cuatro bodas y un funeral y Realmente amor) es atrapante y Daldry tiene el acierto de atravesar la historia desde la perspectiva de los niños, despojándola de la melancolía y los golpes bajos que uno esperaría. El trío protagónico, debutante en su totalidad, manejan los personajes con una naturalidad que deja al espectador pensando en cuanto de lo que se muestra en la película, es la realidad a la cual se ven enfrentados en su vida diaria. Selton Mello como el policía corrupto que persigue implacablemente a los chicos, crea un personaje totalmente alejado de los clichés, lo cual agrega credibilidad y sobre todo, ayuda a construir la situación de extrema violencia, de una forma muy convincente
Basada en la novela de Andy Mulligan, el director de Las horas y El lector estrena Trash, filmada íntegramente en Rio de Janeiro, que combina aventura con drama social. Es muy fácil caer en el rótulo “pornografía de la miseria”. Término snobista designado a producciones anglosajonas de amplio presupuesto que deciden explotar la pobreza tercermundista para mostrar en sus territorios, generando lastima y empatía por la marginalidad foránea. Es cierto que existen ejemplo de esta mirada, no desacertada, pero sí un poco xenófoba en todas partes. Se hace con África, Sudamérica e incluso el continente asiático, específicamente con India o China. Y si el exponente más asqueroso es la pretenciosa y sobrevalorada Quien quiere ser millonario de Danny Boyle, también hay que separar las aguas y concederle a Trash, desechos y esperanzas, unos puntos a favor. En primer lugar, vale la pena declarar que si bien tiene una estética dinámica y acelerada que la acercan visualmente a la película que ganó 8 Oscars en el 2009, el tono y punto de vista es distinto. Mientras que en la película de Boyle era notable la presencia de un británico alienado y sorprendido de la pobreza hindú, en Trash se respeta una estética propia de films brasileros hechos para el extranjero. Básicamente, es como si la hubiesen dirigido Walter Salles, o más precisamente, Fernando Meirelles, que es el productor ejecutivo. El film se inspira en una novela de Andy Mulligan –quien ha vivido en los sitios más marginalizados del mundo- y la acción se desarrolla en un basurero de Rio de Janeiro, acaso uno de los lugares más humildes de Brasil. Allí, Rafael, un niño de 14 años encuentra una billetera que pertenece a un abogado asesinado –Wagner Moura- por un político, candidato a presidente. En esa billetera, hay una carta, suerte de mapa del tesoro, que conducirán al protagonista y dos amigos, a una persecución y aventura por los sitios más humildes de Río, en búsqueda de el botín más preciado de dicho político. Narrada a través de flashbacks –de manera similar a Ciudad de Dios– el film es encarado como un relato frenético, donde la amistad e inteligencia de los protagonistas es esencial para avanzar en cada clave que hay que descifrar de esta carta. El villano de esta novela, como no podía ser de otra manera, es un corrupto jefe de policía. Combinación de todas las fórmulas de films brasileros – Tropa de Elite, Estación central– que impactaron en Estados Unidos y Europa, Trash, podría caer fácilmente en golpes bajos o regodearse en el sentimentalismo, el morbo marginal, o incluso hacer mucho más énfasis en la arista religiosa que plantea, representada por un cura oportunamente estadounidense –el gran Martin Sheen, siempre impecable- pero en cambio decide mantener el foco en el espíritu lúdico, la fantasía infantil, como si se le estuviese vendiendo al público una remake marginal y tercermundista de Los Goonies, combinada con El bueno, el malo y el feo, o El tesoro de Sierra Madre (solo en términos narrativos, vale aclarar). La película no abusa de la violencia, no expone a los niños a humillaciones, ni tampoco hace una bajada de línea solemne; que quede claro, está, pero no pasa a primer plano. El tono es inocente, naif, ingenuo. Es verdad, que puede llegar a molestar, que los dos personajes estadounidenses sean tan benevolentes o que la iglesia tome un lugar de refugio, pero no se trata de un film propagandístico ni demagógico. No es pretenciosa, no hace énfasis en el drama. La acción toma protagonismo gracias a un excelente uso del steady cam y los planos secuencias, que siguen a los personajes por los pasillos de las favelas. La tensión es constante. En este sentido, tiene más puntos en común con 7 cajas, el brillante film paraguayo estrenado en el 2014, que con los films for export mencionados en párrafos anteriores. Prolija y respetuosa, Trash al menos está hablada en portugués, y su banda sonora está integrada únicamente por música carioca. Si el relato es el protagonista absoluto y nunca se pierde el hilo narrativo central es gracias a un guión sólido que proviene de las manos de Richard Curtis, director de Realmente amor y Cuestión de tiempo, y guionista de Notting Hill, Cuatro bodas y un funeral e incluso Caballo de guerra. El clasicismo de Curtis es la clave para que el film se concentre en la historia y no tanto en la “pornomiseria”. El joven trío protagónica brinda interpretaciones sólidas, que consiguen empatizar con el espectador y nunca sacarlo de la acción. Los actores profesionales adultos, complementan a los niños y se cuidan de no caer en excesos expresivos.
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