Trash: Desechos y esperanza

Crítica de Rodolfo Weisskirch - Visión del cine

Basada en la novela de Andy Mulligan, el director de Las horas y El lector estrena Trash, filmada íntegramente en Rio de Janeiro, que combina aventura con drama social.
Es muy fácil caer en el rótulo “pornografía de la miseria”. Término snobista designado a producciones anglosajonas de amplio presupuesto que deciden explotar la pobreza tercermundista para mostrar en sus territorios, generando lastima y empatía por la marginalidad foránea.

Es cierto que existen ejemplo de esta mirada, no desacertada, pero sí un poco xenófoba en todas partes. Se hace con África, Sudamérica e incluso el continente asiático, específicamente con India o China.

Y si el exponente más asqueroso es la pretenciosa y sobrevalorada Quien quiere ser millonario de Danny Boyle, también hay que separar las aguas y concederle a Trash, desechos y esperanzas, unos puntos a favor.

En primer lugar, vale la pena declarar que si bien tiene una estética dinámica y acelerada que la acercan visualmente a la película que ganó 8 Oscars en el 2009, el tono y punto de vista es distinto. Mientras que en la película de Boyle era notable la presencia de un británico alienado y sorprendido de la pobreza hindú, en Trash se respeta una estética propia de films brasileros hechos para el extranjero. Básicamente, es como si la hubiesen dirigido Walter Salles, o más precisamente, Fernando Meirelles, que es el productor ejecutivo.

El film se inspira en una novela de Andy Mulligan –quien ha vivido en los sitios más marginalizados del mundo- y la acción se desarrolla en un basurero de Rio de Janeiro, acaso uno de los lugares más humildes de Brasil. Allí, Rafael, un niño de 14 años encuentra una billetera que pertenece a un abogado asesinado –Wagner Moura- por un político, candidato a presidente. En esa billetera, hay una carta, suerte de mapa del tesoro, que conducirán al protagonista y dos amigos, a una persecución y aventura por los sitios más humildes de Río, en búsqueda de el botín más preciado de dicho político.

Narrada a través de flashbacks –de manera similar a Ciudad de Dios– el film es encarado como un relato frenético, donde la amistad e inteligencia de los protagonistas es esencial para avanzar en cada clave que hay que descifrar de esta carta. El villano de esta novela, como no podía ser de otra manera, es un corrupto jefe de policía.

Combinación de todas las fórmulas de films brasileros – Tropa de Elite, Estación central– que impactaron en Estados Unidos y Europa, Trash, podría caer fácilmente en golpes bajos o regodearse en el sentimentalismo, el morbo marginal, o incluso hacer mucho más énfasis en la arista religiosa que plantea, representada por un cura oportunamente estadounidense –el gran Martin Sheen, siempre impecable- pero en cambio decide mantener el foco en el espíritu lúdico, la fantasía infantil, como si se le estuviese vendiendo al público una remake marginal y tercermundista de Los Goonies, combinada con El bueno, el malo y el feo, o El tesoro de Sierra Madre (solo en términos narrativos, vale aclarar).

La película no abusa de la violencia, no expone a los niños a humillaciones, ni tampoco hace una bajada de línea solemne; que quede claro, está, pero no pasa a primer plano.

El tono es inocente, naif, ingenuo. Es verdad, que puede llegar a molestar, que los dos personajes estadounidenses sean tan benevolentes o que la iglesia tome un lugar de refugio, pero no se trata de un film propagandístico ni demagógico. No es pretenciosa, no hace énfasis en el drama. La acción toma protagonismo gracias a un excelente uso del steady cam y los planos secuencias, que siguen a los personajes por los pasillos de las favelas. La tensión es constante. En este sentido, tiene más puntos en común con 7 cajas, el brillante film paraguayo estrenado en el 2014, que con los films for export mencionados en párrafos anteriores.

Prolija y respetuosa, Trash al menos está hablada en portugués, y su banda sonora está integrada únicamente por música carioca.

Si el relato es el protagonista absoluto y nunca se pierde el hilo narrativo central es gracias a un guión sólido que proviene de las manos de Richard Curtis, director de Realmente amor y Cuestión de tiempo, y guionista de Notting Hill, Cuatro bodas y un funeral e incluso Caballo de guerra. El clasicismo de Curtis es la clave para que el film se concentre en la historia y no tanto en la “pornomiseria”.

El joven trío protagónica brinda interpretaciones sólidas, que consiguen empatizar con el espectador y nunca sacarlo de la acción. Los actores profesionales adultos, complementan a los niños y se cuidan de no caer en excesos expresivos.