Trash: Desechos y esperanza

Crítica de Emiliano Fernández - A Sala Llena

El sedimento de la miseria.

Tanto un exploitation de la pobreza tercermundista como una película militante orientada a la denuncia de la descomposición moral por detrás de determinadas estructuras de poder, Desechos y Esperanza (Trash, 2014) es por lejos el mejor opus de Stephen Daldry, un realizador que ha dedicado casi toda su carrera a entregar “obras de salón” relativamente eficaces aunque desparejas y por momentos marchitas. Ya sea que hablemos de Billy Elliot (2000), Las Horas (The Hours, 2002), El Lector (The Reader, 2008) o Tan Fuerte & Tan Cerca (Extremely Loud & Incredibly Close, 2011), quizás la peor del lote, el británico hasta la fecha parecía estar empeñado en respetar a rajatabla el canon de las trabajos oscarizables.

La propuesta en cuestión viene a trastocar la balanza del tradicionalismo gracias a que su ímpetu naturalista y un furor narrativo sin igual compensan la falta de convicción de antaño, construyendo un film sensato que se destaca por sobre un entorno cinematográfico mainstream en donde priman la levedad, el automatismo formal y una celebración cada vez más explícita de la disgregación comunal, esa utopía de carácter mezquino que tanto ensalzan los diletantes del mercado y sus acólitos. De hecho, la historia nos ofrece una suerte de “equipo protagónico” conformado por Raphael (Rickson Tevez), Gardo (Eduardo Luis) y Rata (Gabriel Weinstein), tres niños que subsisten en un gigantesco basural carioca.

Dejando de lado toda vinculación con la arquitectura arty abstracta y eligiendo en cambio la mugre displicente de Slumdog Millionaire (2008), pero sin la estética videoclipera y aquella profusión de golpes bajos, el convite adopta una premisa centrada en una “búsqueda del tesoro” que comienza con el descubrimiento por parte de los pequeños de una billetera, lo que eventualmente los llevará a una serie de pistas que su dueño ha desperdigado con el fin de ocultar la faena a ojos de un alcalde corrupto y sus esbirros de la policía. El mayor mérito de Desechos y Esperanza radica en la inteligencia con la que administra los resortes de la epopeya de aventuras más clasicista, sin vacilaciones ni contramarchas de por medio.

Así como los residuos de la metrópoli pasan a engrosar el sedimento de la miseria, la obra no teme trazar una segunda analogía -muchísimo más dolorosa y de alcance cosmopolita- relacionada con las jerarquías políticas de turno, la complicidad del aparato represivo estatal y una brutalidad que recorre transversalmente a naciones que suelen fetichizar a la violencia y el odio más gratuito. En esta ocasión Daldry aprovecha al máximo el guión de Richard Curtis (se pondera al portugués como idioma principal) y se luce dirigiendo de manera prodigiosa al trío infantil (los jóvenes se comportan como tales, no como adultos). La fe y el socialismo de los suburbios vuelven a estar al servicio del núcleo neorrealista…