Pecados por perdonar Con las intrigas que se tejen alrededor de los poderosos del mundo, combina thriller y drama. Daniel Auteuil suele estar bien –muy bien- en todos los papeles que le ofrecen y el actor de Jean de Florette acepta. Esta misma semana lo tenemos en dos estrenos, El misterio de Kalinka, casi como protagonista absoluto como el padre que descubre que su hija ha sido asesinada, y también en Le confessioni, con un papel -el director del Fondo Monetario Internacional- con el que es menos fácil trabar simpatía. Todo transcurre dentro de un lujoso hotel alemán, con vista al Báltico, en el que se reúne el Grupo de los 8, para tomar una medida que, se dice, será drástica e importante. Nadie sabe por qué Daniel Roché (Auteuil) también convocó a una estrella de rock tipo Jon Bon Jovi, a una autora de best sellers para niños y adolescentes a lo J.K. Rowling, y a un monje. Tal vez la excusa sea que el hombre quiere aprovechar y festejar su cumpleaños. Un hecho imprevisto modificará todo. Una muerte suma a varios en cuasi desesperación, y creen que el monje confesó a más de uno y el secreto pueda dejar de serlo. ¿Cambiarán de opinión sobre esa decisión tan importante que piensan tomar? ¿Eh? El monje es un hombre que presumimos es sabio. Sí sabemos que es de pocas palabras, que publicó un libro que leyó Roché y que casi que hace un culto de la piedad. El problema que tiene Le confessioni no es inconfesable. El director Andó pone en un ámbito que le es extraño a su protagonista -el monje- y decide sermonear -el realizador-, o peor, explicar cómo funciona el mundo. Las intrigas que se tejen alrededor de la tragedia correrían en paralelo a qué es lo que sabe y/u oculta el religioso, pero también cómo se manejan los poderosos a la hora de decidir buena parte del destino de los ciudadanos del mundo. Toni Servillo es otro actor que suele elegir muy bien sus papeles. El protagonista de la tan amada cono vilipendiada La grande bellezza, de Sorrentino, hace un personaje que por momentos parece tranquilo y por otros una mezcla de Roberto Carnaghi y Luis Felipe Noé. La tipificación de algunos miembros del G8 por cierto que no ayuda, aunque el tono del relato nunca llega a ofuscar a nadie y el aspecto de thriller con aroma de drama le sienta bien.
Se parece a la precuela que queríamos ver Cronológicamente ubicada antes de la primera, es más que una digna pariente cercana de “Star Wars”. Con el mismo miedito que nos da cada nueva película que a Spielberg se le ocurre hacer con Indiana Jones después del cierre perfecto que le había dado a la trilogía con La última cruzada, y lo mismo que deben sentir los fans de Rápido y furioso, uno se sienta a ver Rogue One. Y ruega porque no la defequen. Hay que decirlo: Rogue One es la precuela que quienes disfrutamos de La guerra de las galaxias queríamos ver, en lugar de los desesperanzadores Episodio I y II (con el III, todo bien). Con todo, Rogue One es algo así como Episodio III B, o ya en la era digital, Episodio 3.9. Esa última toma (¿será uno de los cambios que incluyó como ”script doctor” Tony Gilroy, en el guión que corrigió a mitad de este año?) nos ubica perfectamente dónde está situada Rogue One en el universo creado por George Lucas. El filme no tiene el mismo frenesí, ni el enganche de El despertar de la Fuerza. No. Tampoco la adrenalina de volver a ver queridos protagonistas (ojo, hay un par de cameos además de personajes que sí aparecían en La guerra de las galaxias de 1977, y tampoco vamos a spoilear: simplemente digamos que un personaje importante en La guerra... volvió gracias a CGI), pero el resultado es un más que digno pariente cercano. Rogue One (dejemos el porqué del título para que los fans lo averigüen en la oscuridad de la sala) es el heroico relato de los rebeldes, y también habla de la fractura de la Alianza cuando ve que es casi imposible derrotar al Imperio, si no consiguen los planos de la Estrella de la Muerte, el arma que es capaz de destruir planetas. Mirá también: Un tour por el universo de “Star Wars” Claro que está Darth Vader, pero los fans reconocerán en la presentación del imperial Orson Krennic (Ben Mendelsohn) el guiño y la diferencia. Mientras al negrísimo Vader lo secundaban stormtroopers blancos, a Krennic, de blanco, lo secundan Death troopers negros. El contraste es evidente y es también un juego de espejos. Precisamente Krennic llega adonde se esconde Galen Erso (Madds MIkkelsen), que de científico del Imperio y constructor de la Estrella de la Muerte se convirtió en agricultor, ocultándose con su esposa y su hija (Jyn, Felicity Jones). Hay una muerte, un secuestro y una huída, todo lo que marcará a Jyn, la nueva heroína, porque pasarán los años y esa niña será una mujer que deberá lidiar con el recuerdo de su padre, la reputación de traidor que le endilga la Alianza, las dudas de los Rebeldes y su propio deseo de venganza. ¿Si es mucho? No en el ámbito en el que se desarrolla la historia, que es más una película de guerra, o de guerrilla, en verdad, ya que la banda de desclasados interplanetaria que recluta Jyn es variopinta y también de varias etnias. Desde un piloto que desertó del Imperio a un Cassian Andor, un espía vuelto capitán rebelde (Diego Luna), a un monje ciego que cree en la Fuerza, aunque no la tenga (Donnie Yen) y su coequiper (Jiang Wen). También está Saw Gerrera (Forest Whitaker), que la crió cuando quedó huérfana, tildado no de rebelde, sino de extremista. Y está K-2SO, un droide de seguridad del Imperio reprogramado por Andor, mucho más cínico que C3PO y que se roba todas las escenas. Pero la concepción de los personajes es de imaginación limitada, son bastante arquetípicos y ni siquiera Andor tiene el perfil acorde que acompañe a Jyn, como sí lo han tenido Han Solo y Finn. Las batallas aéreas están a la altura de La guerra de las galaxias original. Y también las escaramuzas en una isla tropical. Mirá también: "Star Wars": Diez respuestas para ansiosos Es el primer filme sin la banda sonora de John Williams, aunque Michael Giacchino (Jurassic World, Doctor Extraño) navega sobre algún leitmotiv y da el ritmo preciso. No hay aquí personajes para niños (no hay ewoks, que en verdad fueron el primer spin-off, con el filme estrenado aquí en cines y en la TV en los EE.UU., por 1984), ni un ridículo como Jar Jar Binks (y esto lo dice un fanático). No hay Jedis, no hay –casi- sables de luz, pero hay un espíritu, hay un aire familiar. De nuevo: si no lo es, se parece mucho a la precuela que queríamos ver.
Una idea genial, y lo que la sigue Dios vive en Bruselas y maltrata a su hija, que se venga enviando a todos los humanos su fecha de muerte. Cuando una película parte de una idea genial, todo lo que siga por lo general tiende a disipar el entusiasmo, porque las expectativas se acrecientan y las realizaciones (básicamente, la continuidad de la idea en el guión) no suelen mantener un nivel tan alto de sorpresa. Algo de esto sucede con El nuevísimo Testamento, del belga Jaco Van Dormael. Dios vive, tiene una casa en Bruselas, es un déspota que maltrata a su esposa sumisa y a su hija Ea (su otro hijo, de iniciales J.C., falleció…), y la pequeña decide vengarse. ¿Cómo? Ingresa a la computadora de su padre y le envía a todos los hombres y mujeres del mundo la fecha de su fallecimiento por mensaje de texto. Y en la Tierra se desata el caos, o algo parecido. Si usted supiera que le quedan 3 días de vida, ¿seguiría trabajando? Muchos cambian su forma de vida, y Ea, que escapó de la casa a través del lavarropas (hackeado por J.C.) va en búsqueda de sus propios apóstoles, que serán seis, y de lo más extraños. Lo dijimos más arriba, el desarrollo no está a la altura, pero permite entre tanta irreverencias algunas sonrisas (un personaje, sabiendo que no va a morir, se lanza de un avión sin paracaídas; una apóstol, -Catherine Deneuve- deja a su marido por un gorila; otros apóstoles son un niño por morir que desea ser una niña, un obseso sexual, y así). Que Dios salga del lavarropas y sea apaleado por medio mundo, desde homeless hasta por un cura, no deja de ser una rareza. Como las muchas que ofrece este filme, bastante distinto a todo lo que suele estrenarse comercialmente entre nosotros.
Hanks, el que podrá salvarnos El increíble amerizaje del avión en el río Hudson, con Tom Hanks como el héroe en quién confiar. Las películas basadas en historias reales ofrecen ese no sé qué, que incluye una cuota de incredulidad y fascinación que pueden correr parejas. El famoso más grande que en la vida real. El 15 de enero de 2009 el vuelo 1549 de US Airways, con 155 pasajeros, sufrió en el aire la pérdida de ambos motores (por culpa de unos pájaros). Y el capitán Chesley Sullenberger realizó una maniobra improvisada, pero calculada, desesperada y afortunada: decidió no regresar al aeropuerto LaGuardia, en Nueva York, ni buscar otro más cercano, por temor a estrellarse, y amerizó en las aguas heladas del río Hudson. Clint Eastwood no se queda con la hazaña de título local: decidió ir más allá. Y mostrar cómo Sully y su copiloto Jeff Skiles (Aaron Eckhart) debieron probar que lo que hicieron era lo correcto, ya que las compañías aseguradoras no estaban, ejem, muy seguras de ello. Ninguna vida se perdió. El avión descansa en el lecho del río Hudson. Esto no implica que se relate una y otra vez lo que sucedió en la cabina del avión, el amerizaje y el posterior rescate. Con todo, es uno de los filmes menos apasionados del director de Los imperdonables, quien ha tenido en su haber títulos con personajes heroicos, que vencen todo tipo de circunstancias adversas, como Million Dollar Baby, y ya ha lidiado con catástrofes, como Más allá de la vida. A Sully le falta el empuje de Río Místico. Y no es que al personaje no le sobre coraje ni valores. Sully es un hombre de honor, que se niega a definirse como un héroe tras el acto de heroísmo que protagonizó. Tiene pesadillas, antes y después del amerizaje, en el que ve aviones que se estrellan, pero es su conciencia la que lo tiene tranquilo, y esa tranquilidad es la que llega desde la pantalla. Encarnado por un Tom Hanks canoso y con bigote, uno desde la platea se siente siempre como contenido. Al fin de cuentas, después de James Stewart, ¿en qué actor se entregaría si el avión en el que viaja tuviera que realizar un aterrizaje forzoso?
Progresismo se escribe con sangre Viggo Mortensen, como el padre que cría seis hijos en el bosque, tiene algo así como el papel de su vida. Variados son los temas que afronta Capitán Fantástico, desde cómo criar a los hijos a la falta de comunicación y entendimiento cuando todo parece transformarse en un diálogo de sordos. El núcleo donde transcurre todo es una familia. ¿Como cualquiera? Ben (Viggo Mortensen, que parece haber nacido para encarnar este personaje) cría a sus seis hijos en el bosque. Los chicos, de distintas edades, no sabe lo que es Internet, pero conocen más de la Constitución de su país que sus primos que viven en la ciudad. ¿Qué es Cola? pregunta la más chica. “Agua envenenada”, recibe por respuesta en boca de su padre. Ben quiere que sus hijos crezcan lo más libres posibles, defiendan sus ideas -las que les inculca- y abre la discusión cuando no se le escapa algún aire dictatorial. Todo parece marchar en el patriarcado progresista. Cazan con cuchillo, hacen fogatas, no festejan Navidad, pero sí el cumpleaños de Noam Chomsky, y escuchan a Bach, hasta que llega la noticia –algún día tienen que conectarse con el mundo exterior, vía línea de teléfono- de que su esposa, la madre de los chicos, se suicidó mientras estaba internada. A partir de entonces, y para defender el deseo de su mujer, budista, de no ser enterrada según otros ritos, lo siete (¿magníficos?) parten en el ómnibus cual casa rodante para llegar hasta la casa de los abuelos, y evitar ese sacrilegio. En la confrontación suelen verse los caracteres, no sólo de los personajes. La comunidad parece resquebrajarse entre las contradicciones del anarquista y algún deseo juvenil entre estos nacidos para sobrevivir, que hablan de darle el poder a la gente, pero que no miran con malos ojos las comodidades de la mansión del abuelo (Frank Langella). ¿O sí? Segunda realización como director del actor Matt Ross (la serie Silicon Valley), Capitán Fantástico se enriquece por las situaciones que, algunas, parecen traídas de los pelos (el padre regala armas a sus hijos), pero que por lo general abren el panorama sobre cómo llegar al otro sin imponerle sus ideas. Es cierto que los chicos viven en un contexto atípico, fuera de lo social y sin llegar a ser una secta, con autonomía, pero Ben los trata a todos como si fueran jóvenes adultos, tengan 7 o 17 años. Mortensen, dijimos, con barba crecida y sus modales se muestra muy cómodo, hasta mate en mano, y los actores que personifican a sus hijos tienen, cada uno, su momento para lucirse en esta película que comienza planteándose como revolucionaria, aunque para arribar al final pase por contradicciones.
Historia coral que, de repetida, ya cansa La película empieza con un crimen, sí, pero sin ninguna virtud Walter es un primor. Todos los viernes, desde hace años, muchos años, para en una esquina del Upper West Side de Manhattan y le compra a un florista latino hortensias para su esposa, Marcia (Glenn Close). Pero este viernes no se las podrá entregar en mano. No es problema de delivery: lo apuñala repetidamente un hombre en la vereda. Así empieza Crímenes y virtudes, con un crimen, sí, pero ninguna virtud. Y no pesa tanto lo primero como sí lo segundo en el desarrollo del filme de Tim Blake Nelson, también actor, y que interpreta al hijo de Walter (Sam Waterston). Crímenes y virtudes (Anesthesia en el original) es el típico filme coral de historias corales y personajes que se cruzan en algún momento, que por repetido ya nos viene cansando. No es Magnolia, no es Ciudad de ángeles, es modesta. Eso se agradece. A Walter, profesor de filosofía existencialista de frases hechas, lo acompañan en el racconto -porque él tirado en el suelo desangrándose es el comienzo- una estudiante que se autoflagela (Kristen Stewart), un marido que engaña a su mujer, un drogadicto que no quiere recuperarse, un abogado negro que entabla relación con una colega blanca a la que enfrenta en tribunales, una madre harta de las mamás de la escuela, un adolescente por debutar sexualmente, una madre con un tumor en el cerebro, y algún clisé que pasamos por alto.
No hace honor a su título Impecable en lo técnico, es un thriller que prometía más de lo que termina ofreciendo. Por algún motivo aún desentrañable el thriller no es un género que le salga bien al cine argentino. Hay muy pocos buenos ejemplos, y la mayoría de décadas pasadas. Amateur le suma a la categoría el erotismo, y pese a tener un cuarteto protagónico que cualquier producción desearía contar, el resultado no es el esperado. Un guiño al espectador cinéfilo es que varios de los protagonistas tienen el nombre de luminarias del cine nacional. No es el caso de Isabel (al menos que sea por la Coca Sarli; es el personaje encarnado por Jazmín Stuart), la mujer de Guillermo Battaglia (Alejandro Awada). Hay algo extraño en esa relación que no vamos a develar, pero que aparecerá cuando Martín Suárez (Esteban Lamothe), un empleado del canal que posee Battaglia, se enrede sexualmente con ella. Sorpresivamente, sí, y eso se agradece. Lo del thriller es porque hay un asesinato, y el erotismo pasa porque Suárez descubre un video porno que protagoniza Isabel. Todas intrigas que se irán revelando. La cuarta carta del póker del realizador Sebastián Perillo es Laura (Eleonora Wexler), encargada del edificio donde Guillemro Battaglia le alquila un departamento a Martin Suárez, e Isabel tiene una oficina. Que Battaglia también esté metido en el negocio fúnebre, en un cementerio, no es un dato menor, como que el policía que se meterá en el asunto, se apellide Saslasky (Daniel Kargieman), que haya un Manuel Romero dando vueltas, y que Gonzalo Urtizberea interprete a Richard Baulex. Impecable en lo técnico, salvo la utilización de la música, Amateur no es para nada un filme ídem, pero prometía más de lo que termina ofreciendo.
Había una vez un náufrago Como muy pocas veces el uso del 3D es justificado. Y el filme divierte no sólo a los chicos. A los puristas les revolverá le estómago, como a Robinson Crusoe antes del naufragio, pero en cuanto pasen los primeros minutos, y la sorpresa por los cambios en esta adaptación, la disfrutarán. Es que Las locuras de Robinson Crusoe toma al personaje de la novela del inglés Daniel Defoe, publicada hace casi trescientos años, lo incluye en una isla desierta, pero en vez de encontrarse con Viernes, lo hace con Martes, una suerte de papagayo parlanchín, que ve en el recién llegado la certeza de que otro mundo más allá del océano existe. La isla está desierta de humanos, pero no de animales. Así, Robinson, un cartógrafo que sobrevive al naufragio de un buque pirata, llega con su perro al islote donde siete animalitos hablan hasta por los codos (o como se llame lo que tengan allí en sus patas), sea camaleón, tapir, cabra o más aves. Y claro, a Martes le extraña que Robinson camine en dos patas, y no sea un ave... Lo impresionante del filme es la utilización del 3D, realmente bien aprovechada, así como la definición de algunos elementos, como el agua o los cabellos de Robinson, y las bellísimas puestas de sol. Sin apelar a la distancia ni a los objetos que se acercan peligrosamente a los ojos del público, hay un sentido de la profundidad sumamente logrado. No será casualidad que uno de los productores de este filme belga sea Ben Stassen, creador de Las aventuras de Sammy (2012), donde mucho de esto ya se percibía. Una aclaración: a aquellos que les encanta subir fotos de gatitos a sus muros de Facebook, seguramente no le pondrán muchos likes a los mininos de la película, que son malos, feos, traicioneros y seguro que tienen mal aliento.
Acción, humor y cero hipocresía Entretenimiento puro, es como una gran persecución continua por la Ciudad Luz, con un gran Idris Elba. Desde la caída de las Torres Gemelas el terrorismo asolando ciudades es como un imán para guionistas y productores. Atentado en París le suma que los protagonistas son estadounidenses (un carterista -el escocés Richard Madden, el Príncipe de La Cenicienta y Robb Stark en Game of Thrones), un agente de la CIA -el londinense Idris Elba-), que por supuesto se las arreglarán como pareja despareja e indeseada para salvar al mundo, o al menos a la Ciudad Luz. Están metidos a la fuerza en un país extranjero. Pero Atentado en París es menos hipócrita que Missing, de Costa Gavras, donde lo central no era la dictadura de Pinochet, sino el derrotero de los estadounidenses en Chile. Como esto es entretenimiento, el filme tiene acción, es como una gran persecución continua por las calles de París –no siempre la más turística, vale la acotación- con toques de humor, que no llegan a parodiar al género. Michael Mason es un ladrón, que ve una oportunidad al robarle un bolso a una joven (la canadiense Charlotte LeBon: no hay ni un personaje que utilice su nacionalidad), lo que no sabe es que allí, en un oso de peluche, se esconde una bomba, y cuando él descarta la bolsa, el artefacto explota, causa cuatro muertos y se desencadena el caos. La chica es una anarquista engañada por amor, el carterista es más bueno que Rin Tin Tin y el agente de la CIA un topoderoso. La película tira y emboca unos cuantas patadas a los políticos y la policía francesa, lo cual está bárbaro, pero habría que ver qué pasaría si el agente fuera francés y denunciara lo mismo en los Estados Unidos. O sea. Pero en el Haber se destaca la labor de James Watkins, el director inglés que conmovió con Eden Lake, con Kely Reilly (aquí es Karen, agente de la CIA) y ratificó sus quilates con La mujer de negro, con Daniel Radcliffe). Y lo cierto es que sin Idris Elba, que ya fue Mandela y hay quienes insisten en que podría ser el nuevo James Bond de la diversidad racial, todo podría ser aburrido. Tiene más carisma que el pelado Jason Statham y puede recitar mejor los diálogos que él y que unos cuantos héroes de acción. Richard Madden tiene un papel muy lineal, sin aristas, el del muchacho bueno aunque ladrón, que quiere sacar ventajas de todo lo que pueda. En fin, como esta película.
Un thriller político distinto y atrapante Luciano Cáceres es “Tucho”, líder de Montoneros en este filme que cuenta manejos de militares y de revolucionarios. Operación México, un pacto de amor está enmarcada en el thriller político. Es el formato en el que Leonardo Bechini, reconocido como guionista de televisión (Poliladron, Verdad consecuencia) decidió debutar en cine como realizador. Y tomó la novela de Rafael Bielsa, Tucho. La Operación México, o lo irrevocable de la pasión, con Edgar Tulio Valenzuela (alias Tucho) como personaje central, uno de los cabecillas de Montoneros que vivió una odisea luego de ser apresado por los militares en 1976. De esa época convulsionada Bechini decide abrevar pero no abreviar en las traiciones dentro del grupo Montoneros. Tucho fue chupado y estuvo en el centro clandestino de detención Quinta de Funes, en Santa Fe, junto con su esposa, embarazada (Ximena Fassi). El por entonces Comandante del Cuerpo de Ingenieros del Ejército, Leopoldo Galtieri (buena composición de Héctor Calori, con o sin vaso de whisky) le ofrece algo así como un viaducto. Viajar a México para entablar contacto con la cúpula montonera y así los militares poder eliminarla. Si no colaboraba, la suerte de su mujer, su hijo de dos años y los mellizos que esperaba su esposa... Ya se sabe. Los que conocen la historia de Tucho pueden seguir la película sin preocupaciones: es fidedigna, hasta el desenlace -aunque las versiones sobre precisamente la suerte de Tucho son varias-. Y quienes lleguen a ver Operación México sin saber nada, podrán sorprenderse. Primero, por la manera en la que Bechini aborda los tejes y manejes, tanto de los represores como de los Montoneros. Segundo, la pintura de la vida en el “aguantadero” como una suerte de quinta con pileta en la que los detenidos deambulan por el jardín se aleja de otros filmes sobre el tópico víctima victimario. A todo ello se suman las actuaciones, casi excluyente la de Luciano Cáceres, medida la de Ximena Fassi como su esposa, sorpresiva la de Ludovico Di Santo, y Luis Ziembrowski compone a un “compañero” con repliegues, que hace pensar si es leal, traicionero o juega a dos bandas.