Capitán Fantástico

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Progresismo se escribe con sangre

Viggo Mortensen, como el padre que cría seis hijos en el bosque, tiene algo así como el papel de su vida.

Variados son los temas que afronta Capitán Fantástico, desde cómo criar a los hijos a la falta de comunicación y entendimiento cuando todo parece transformarse en un diálogo de sordos. El núcleo donde transcurre todo es una familia.

¿Como cualquiera?

Ben (Viggo Mortensen, que parece haber nacido para encarnar este personaje) cría a sus seis hijos en el bosque. Los chicos, de distintas edades, no sabe lo que es Internet, pero conocen más de la Constitución de su país que sus primos que viven en la ciudad. ¿Qué es Cola? pregunta la más chica. “Agua envenenada”, recibe por respuesta en boca de su padre.

Ben quiere que sus hijos crezcan lo más libres posibles, defiendan sus ideas -las que les inculca- y abre la discusión cuando no se le escapa algún aire dictatorial. Todo parece marchar en el patriarcado progresista. Cazan con cuchillo, hacen fogatas, no festejan Navidad, pero sí el cumpleaños de Noam Chomsky, y escuchan a Bach, hasta que llega la noticia –algún día tienen que conectarse con el mundo exterior, vía línea de teléfono- de que su esposa, la madre de los chicos, se suicidó mientras estaba internada.

A partir de entonces, y para defender el deseo de su mujer, budista, de no ser enterrada según otros ritos, lo siete (¿magníficos?) parten en el ómnibus cual casa rodante para llegar hasta la casa de los abuelos, y evitar ese sacrilegio.

En la confrontación suelen verse los caracteres, no sólo de los personajes. La comunidad parece resquebrajarse entre las contradicciones del anarquista y algún deseo juvenil entre estos nacidos para sobrevivir, que hablan de darle el poder a la gente, pero que no miran con malos ojos las comodidades de la mansión del abuelo (Frank Langella). ¿O sí?

Segunda realización como director del actor Matt Ross (la serie Silicon Valley), Capitán Fantástico se enriquece por las situaciones que, algunas, parecen traídas de los pelos (el padre regala armas a sus hijos), pero que por lo general abren el panorama sobre cómo llegar al otro sin imponerle sus ideas.

Es cierto que los chicos viven en un contexto atípico, fuera de lo social y sin llegar a ser una secta, con autonomía, pero Ben los trata a todos como si fueran jóvenes adultos, tengan 7 o 17 años.

Mortensen, dijimos, con barba crecida y sus modales se muestra muy cómodo, hasta mate en mano, y los actores que personifican a sus hijos tienen, cada uno, su momento para lucirse en esta película que comienza planteándose como revolucionaria, aunque para arribar al final pase por contradicciones.