Cuando a una persona escucha la palabra «director de cine», piensa inmediatamente en Steven Spielberg. Desde Duel hasta West Side Story, el cineasta americano ha llevado nuestras emociones a lugares nunca pensados. Sin embargo, no es momento de pensar en su cine ni en las hazañas de su carrera. Detrás de un genio siempre hay conflicto. En The Fabelmans, Spielberg muestra su faceta más personal, un film semiautobiográfico que retrata sus primeros años de vida. Desde la primera vez que entró en una sala de cine, hasta cuando entendió dónde poner el horizonte. Un 10 de enero de 1953, en un gran cine de New Jersey, el joven y miedoso Sammy Fabelman estaba por entrar a un cine por primera vez en su vida. Su padre, el amable e inteligente Burt Fabelman (Paul Dano), quiere llevarle tranquilidad a su hijo explicándole los tecnicismos detrás de la proyección de una película, mientras que su madre, Mitzi (Michelle Williams) convence al pequeño diciéndole que las películas son sueños, que nunca olvidará. Ya en la sala, al frente de la gran pantalla, presencia el gran montaje del choque entre el tren y el auto de The Greatest Show on Earth de Cecil B. DeMille. En ese momento, algo cambió para siempre en Sammy. Su cerebro se partía, como si se tratara de un robot, y cambiaba de configuración. Ya no podría ver las cosas de igual manera, porque siempre tendrá una visión cinematográfica. Allí, nace el genio. En los posteriores años seguiremos el crecimiento de Sam y los movimientos de los Fabelmans. Burt, trabaja con computadoras y su carrera va en ascenso. Por eso se tienen que mudar varias veces. Mientras que su madre es una artista, una pianista. Un alma inentendida que decidió callar a sus deseos por una familia. The Fabelmans se centra precisamente en la relación de los padres de Sam. Ambos se aman, pero son personas opuestas que quieren cosas distintas. Los científicos vs los artistas. Esto afectará a Sam, especialmente luego de descubrir que su madre mantiene una relación secreta con Bennie (Seth Roger) el mejor amigo de su esposo. Con el tiempo Sam logrará entender ambas partes y a su ser. Escucharán y leerán mucho que está última película de Spielberg es una carta de amor al cine, y en cierta medida lo es sí. Pero ¿no son todas las películas de Spielberg precisamente eso? Siempre he considerado al directo como un genio que puede arreglar todo. No importa la historia. Guerras mundiales, conspiraciones, aventura, históricas, comedias, incluso musicales. Si es solo una roca, él verá cómo hacerlo emocionante. Sin embargo, si algo le faltaba a este maestro era precisamente mostrar su ser más personal en pantalla. The Fabelmans eso precisamente eso. Para ello muestra un proceso de muchas heridas y conflictos con su padre y madre. Es el proceso de entender que la vida no es como el cine, pero que puedes entender la vida con el cine. Steven Spielberg escribió y dirigió a The Fabelmans como una película, que a su vez es consciente de que es precisamente una película. Para ello se afinca en su estructura. Su primer acto es la etapa de preproducción. Inicia con el pequeño Sammy yendo al cine por primera vez, entendiendo como se construye una historia, como se corta y pegan los rollos fílmicos, como poner el color, donde poner la cámara, entre otras cosas que representan a la teoría. El primer acto y la etapa de la preproducción terminan cuando la familia se muda a Arizona. Es encontrar la historia, escribir el guion, conseguir los actores e incluso la locación. La segunda etapa, ósea la producción, inicia con un Sam ya grande (Gabriel LaBelle) en pleno set de grabación. Estamos en el medio de un rodaje. Allí se piensa la película desde el lente. Graba lo que puede. Improvisa. Se decepciona. Se alegra. Encuentra cosas mágicas, como la aparición del Tío Boris (Judd Hirsch, que se roba la película), o a su primera novia. Pero también encuentra cosas muy malas que pondrán en peligro todo, como la mudanza a California y el secreto de su madre. Sin embargo, al final sale a flote. Llegamos a la postproducción. La edición. Entender la película, darle propósito. Esto se sitúa en el baile de la escuela. Cuando proyecta su pequeño film de la ida a la playa. Ahí, junto al bravucón, empieza a entender el material. El poder del montaje. Allí hace los recortes que debe hacer, une la escena que debe unir y limpia su ser. Menos es mal. Aprendió que precisamente las películas no son la vida real, pero que a veces, de igual forma al final te quedas con la chica. Para el final, estamos en el estreno, la proyección del film. La audiencia, en este caso es solo una. El director más grande de todos los tiempos. Sam entra en la oficina de John Ford, interpretado por David Lynch. Sam no sabe que decir, Ford lo destroza. Le dice que no entiende nada de nada todavía. Pero le deja el mejor consejo posible, fijarse en el horizonte. Sam sale de la oficina. Se retira caminando. La cámara encuadra al horizonte. Sam Fabelman acaba de hacer su primera película. Ahora es que viene lo bueno. The Fabelmans es fácilmente una de las mejores películas del año. Se hablará mucho de ella lo siguiente meses y en la carrera por los Oscars con Michelle Williams, Paul Dano y Judd Hirsch en algunas nominaciones. Steven Spielberg seguirá grabando y produciendo por varios años. Sin embargo, en este film hay una especie de cierre hacia una vida que ya no conocemos. Parecido a lo sucedido en su versión West Side Story y siguiendo el patrón de Once Upon a Time in Hollywood y Licorice Pizza. Historias que ya no se cuentan, momentos que ya no se saborean tanto como antes. Salas que no se llenan. Choques de trenes que ya no sorprenden tanto. Salir de la sala y querer comerse al mundo entero. Una gran película que, como diría el gran Paul Schrader, comienza cuando termina.
Desgarrado por el arte y la familia Ante una obra de fuerte corte autobiográfico como Los Fabelman (The Fabelmans, 2022), regreso concreto de Steven Spielberg a lo mejor de su trayectoria reciente en sintonía con Puente de Espías (Bridge of Spies, 2015) y Ready Player One (2018), uno está muy tentado a englobarla en la minúscula ola de films símil memorias de los últimos años en materia de retratos de la infancia, la adolescencia y/ o la joven adultez de realizadores de alto perfil, como Roma (2018), de Alfonso Cuarón, Belfast (2021), de Kenneth Branagh, y Tiempo de Armagedón (Armageddon Time, 2022), de James Gray, no obstante la génesis del proyecto de Spielberg es muy anterior, llegando hasta 1999, y se condice con el humanismo y con la nostalgia lúdica de siempre del mítico magnate norteamericano, pivotes sostenidos de su producción artística que pueden emparentarse a nivel yanqui/ local con el Woody Allen melancólico de Recuerdos (Stardust Memories, 1980), Días de Radio (Radio Days, 1987) e incluso Los Secretos de Harry (Deconstructing Harry, 1997), amén del Federico Fellini de Los Inútiles (I Vitelloni, 1953), 8½ (1963), Amarcord (1973) y Entrevista (Intervista, 1987) y aquella pentalogía también semi autobiográfica de François Truffaut a través de su álter ego Antoine Doinel (Jean-Pierre Léaud), una saga compuesta por Los 400 Golpes (Les Quatre Cents Coups, 1959), el corto Antoine & Colette (1962), correspondiente a la odisea colectiva El Amor a los Veinte Años (L’Amour à Vingt Ans, 1962), con otros segmentos adicionales de Shintarô Ishihara, Marcel Ophüls, Renzo Rossellini y Andrzej Wajda, La Hora del Amor (Baisers Volés, 1968), Domicilio Conyugal (Domicile Conjugal, 1970) y la ya en verdad lamentable El Amor en Fuga (L’Amour en Fuite, 1979), rejunte de clips de las obras previas a lo collage film desvergonzado. Apoyado en un guión coescrito junto a su colaborador habitual y de máxima confianza Tony Kushner, aquel señor de Múnich (2005), Lincoln (2012) y la anterior Amor sin Barreras (West Side Story, 2021), remake del clásico homónimo de 1961 de Robert Wise y Jerome Robbins basado en el musical de Broadway de 1957 con libreto de Arthur Laurents, letras de Stephen Sondheim y música de Leonard Bernstein, aquí Spielberg recupera sin mucha metáfora su pubertad trashumante en Nueva Jersey, Arizona y el Norte de California cual sincericidio con algo de exorcismo espiritual. Desde ya que la película que nos ocupa, asimismo, forma parte de la extensa tradición del amigo Steven en materia de obsesionarse con toda dinámica familiar en descomposición basada en el Complejo de Edipo tradicional de una figura materna poderosa, un padre que representa esa ley social que amerita la rebeldía, hermanos/ amigos/ allegados tontuelos e intercambiables, algún que otro tótem -lejano o cercano- de sabiduría intra parentela y por supuesto la necesidad de quebrar la claustrofobia a través de la búsqueda de una pareja externa y de alguna causa, objetivo o pasión que movilice al sujeto por fuera de lo heredado esclavista a instancias del clan, raudo esquema narrativo que pudo verse en mayor o menor medida en una retahíla de realizaciones muy variopintas como por ejemplo Loca Evasión (The Sugarland Express, 1974), Tiburón (Jaws, 1975), Encuentros Cercanos del Tercer Tipo (Close Encounters of the Third Kind, 1977), E.T. El Extra-Terrestre (E.T. The Extra-Terrestrial, 1982), El Imperio del Sol (Empire of the Sun, 1987), Indiana Jones y la Última Cruzada (Indiana Jones and the Last Crusade, 1989), Hook (1991), Rescatando al Soldado Ryan (Saving Private Ryan, 1998), A.I. Inteligencia Artificial (A.I. Artificial Intelligence, 2001) y Guerra de los Mundos (War of the Worlds, 2005), entre otras faenas que ofrecieron acepciones rosas del formato como El Color Púrpura (The Color Purple, 1985) y El Buen Amigo Gigante (The BFG, 2016). También se podría aseverar que Los Fabelman funciona como una recreación magnífica de todo aquello ya analizado meticulosamente en ocasión de la primera mitad de Spielberg (2017), aquel documental de Susan Lacy para HBO de idiosincrasia hiper celebradora o muy poco crítica para con el artista retratado, no obstante el Steven maduro esquiva la sencillez melosa de su homólogo de los años 70 y 80 y tiende a arrastrar un núcleo actitudinal lúgubre -o cuasi nihilista, con la amargura a cuestas- que gusta de disfrazarse de ese optimismo sentimentaloide estándar, generando una propuesta paradójica y por ello fascinante en la que el homenaje a la propia candidez una y otra vez choca con el reconocimiento de la imperfección de los seres queridos, la sutil crueldad del mundo en general, la paciencia que éste tantas veces reclama y la propia indecisión que nos hace girar incansablemente sobre nuestros traumas y frustraciones de ayer e incluso hoy. La familia empieza viviendo en 1952 en Nueva Jersey, donde los progenitores, el ingeniero eléctrico Burt Fabelman (Paul Dano) y la pianista retirada y reconvertida en ama de casa Mitzi Fabelman (Michelle Williams), llevan al cine por primera vez en su vida al frágil protagonista, Samuel “Sammy” Fabelman (Mateo Zoryan de niño, Gabriel LaBelle como adolescente), quien termina maravillado por El Espectáculo más Grande del Mundo (The Greatest Show on Earth, 1952), bodrio de Cecil B. DeMille, y obsesionado con recrear el descarrilamiento de un tren que vio en pantalla, así Mitzi pronto le propone registrar con una cámara de ocho milímetros de Burt un choque hogareño improvisado con juguetes del ferromodelismo. Toda la parentela, junto con el mejor amigo y socio del padre, Bennie Loewy (Seth Rogen), y esas hermanas menores Reggie (Birdie Borria y Julia Butters), Natalie (Alina Brace y Keeley Karsten) y la pequeña Lisa (Sophia Kopera), eventualmente se traslada a Phoenix, ahora en Arizona, y Sammy se une a los Boy Scouts y comienza a filmar cortos con una producción rudimentaria aunque a gran escala, como la faena bélica Escape a Ninguna Parte (Escape to Nowhere, 1961) y el western El Último Tiroteo (The Last Gunfight, 1959), éste inspirado en Un Tiro en la Noche (The Man Who Shot Liberty Valance, 1962), de John Ford, suerte de ídolo con pies de barro -o rey desnudo, junto con el mamarrachesco John Wayne- de la vertiente escapista/ pueril o antiintelectual del Nuevo Hollywood de los años 70. Entre los comentarios sarcásticos de la abuela paterna, Haddash Fabelman (Jeannie Berlin), el fallecimiento de la nona materna, Tina Schildkraut (Robin Bartlett), y la visita de un tío bizarro de Mitzi que trabajó en el circo y el cine, Boris (Judd Hirsch), de a poco queda claro que Samuel comparte la inclinación artística de su madre mientras que las tres hijas se vuelcan a las matemáticas y la tecnofilia aburridísima de Burt, quien a su vez considera al cine como apenas un hobby en la vida de su único hijo varón. El muchacho edita una película vacacional y así descubre un affaire entre Mitzi y Bennie que sólo comunica a su madre, sin embargo la crisis se profundiza porque el patriarca consigue un trabajo en IBM que los lleva a mudarse a Saratoga, en California, donde Sammy sufre el antisemitismo de sus tontos compañeros de colegio a pesar de no ser un judío practicante. Si bien es de destacar el genial desempeño de todo el elenco, sobre todo de un LaBelle que le copia los tics a Steven sin jamás caer en la caricatura burda, y lo bien que se acopla esa partitura insólitamente relajada de John Williams con la selección musical de piezas para piano, esa que incluye diversas composiciones de Johann Sebastian Bach, Muzio Clementi, Joseph Haydn y Friedrich Kuhlau, el verdadero tesoro detrás de Los Fabelman es el guión de Spielberg y Kushner, éste también famoso por Ángeles en América (Angels in America, 2003), la miniserie dirigida por Mike Nichols para HBO sobre el reaganismo y la pandemia del VIH en los 80, en este sentido pensemos que el voluminoso metraje de 151 minutos le permite al artífice máximo comenzar su periplo en la comarca del drama familiar con toques de Cinema Paradiso (Nuovo Cinema Paradiso, 1988), de Giuseppe Tornatore, para después coquetear con el romance de infidelidades y locura incipiente, una vez que entra en juego el secreto entre madre e hijo y la culpa progresiva símil bola de nieve, y finalmente torcer el rumbo hacia el bildungsroman o relato de aprendizaje o “coming of age”, ya en lo que atañe a esa California que trae consigo a dos expertos del bullying, Logan Hall (Sam Rechner) y Chad Thomas (Oakes Fegley), y a una novia de lo más estrafalaria, la cristiana fanática e hiper ridícula Mónica Sherwood (Chloe East). Los padres reales de Spielberg, Leah (fallecida en 2017) y Arnold (muerto en 2020), se parecían mucho a sus émulos en pantalla, él un workaholic que termina viviendo en Hollywood con Steven/ Samuel, una vez que se confirma el divorcio por la aventura amorosa de la mujer con el mejor amigo de su esposo, y ella, efectivamente, rozando siempre una enajenación que se confundía con su buen humor y delirios como comprarse un mono capuchino o usar sólo cubiertos y platos descartables. A diferencia del acervo retroidealizado de John Hughes o American Graffiti (1973), de George Lucas, el film de Spielberg explora el pasado en toda su complejidad, piensa el choque entre familia y arte e incluso nos regala una “frutilla de torta” magistral, nada menos que un cameo de David Lynch como el fascistoide Ford vía un breve encuentro en las oficinas de CBS, momento gracioso que reproduce palabra por palabra la realidad y que involucra la magia -o las mentiras ultra adictivas- del encuadre y la puesta en escena…
Nos acercamos al cierre del año, pero no por eso dejamos de ver películas. Y una de las grandes rumoradas a estar nominada a los premios fuertes de los Oscar, The Fabelmans, se acaba de estrenar en las diferentes plataformas de streaming verde; así que veamos que nos trajo Steven Spielberg esta vez. Para el que no sabe de qué estamos hablando, esta vez Spielberg nos presenta a los Fabelman, una familia de ascendencia judía de mediados de los 50. En ella tenemos al joven Sam, quien de a poco va mostrando pasión y talento para con el cine, pese a filmar cortos con cámaras rudimentarias. A medida que pasan los años, este talento se irá mostrando cada vez más, mientras los problemas familiares se hacen presentes. Si todo esto le suena de algo, es que hicieron bien la tarea y saben que The Fabelmans es una biopic encubierta de la infancia del propio Steven Spielberg. Y si él mismo está dirigiendo, asumimos que todo lo que vemos sucedió de verdad; incluido ese tema familiar que se nos presenta, y que sorprende ver cómo el realizador no titubeo a la hora de mostrar a sus progenitores como personas con falencias, y no perfectos como hubieran hecho todos. Y con eso, pasamos a las actuaciones, quizás el punto fuerte de The Fabelmans. Primero que nada, destacar a Michelle Williams y Paul Dano, quienes vienen estando en todas las terminas de actuación, y posiblemente repitan en los próximos Oscar. También destacar al sorpresivo Seth Rogen, quien no desentona para nada con el resto del elenco, y en especial, al para mi desconocido Gabrielle LaBelle, nuestro protagonista y símil Spielberg. Eso sí, les tenemos que decir que hay que tenerle un poco de paciencia a la película. Podríamos decir que el primer tramo se siente un poco largo, y no es hasta cuando nuestro protagonista se encamina hacia la adolescencia y empiezan los problemas en la casa, es cuando The Fabelmans se pone interesante y comienza a ser una oda al cine, y a aquellos que soñamos (cumpliéndolo o no) con filmar algún proyecto. Para no extendernos demasiado, The Fabelmans es una buena película que recomendamos al 100%. Les interese la vida de Spielberg o no, la historia es bastante emotiva. Si bien peca de ser un poco larga, ya deberíamos estar acostumbrados a esto, viendo los choclos de casi tres horas que nos tenemos que aguantar.
En noviembre se estrenó en Estados Unidos la última película del emblemático Steven Spielberg. La cual ha sido recibida muy bien por les crítiques, quienes aseguran que ganará muchos premios cinematográficos. Los Fabelman (The Fabelmans) es un exquisito largometraje de Universal Pictures que narra la historia personal de un joven que de casualidad descubre el poder del cine cuando sus padres lo llevan a ver una película. Basada en sus propias memorias, el director puede explorar su pasado y ver dónde aprendió lo poderoso que puede ser el llamado séptimo arte. La coescribió junto al guionista Tony Kusher, y el resultado final es una trama que resulta conmovedora y atrapante, casi sobrecogedora emocionalmente. Donde no solo el público simpatiza con el personaje principal, sino con la familia por completo.
Si algo mantiene aún vigente a Spielberg en Hollywood es su capacidad para interpretar y anticiparse a los cambios de la industria que siempre admiró y ayudó a forjar en los últimos 45 años. Del cine adulto al cine para toda la familia, de los efectos visuales mecánicos a los 3D, siempre ha sabido acoplarse a las nuevas necesidades del espectáculo y manera de captar al público. En línea con las producciones contemporáneas Spielberg hace una biopic de su propia infancia, contando su paso a la adultez en una Coming of Age muy cinética. Como el afiche de Los Fabelman (The Fabelmans, 2022) anticipa, se trata de una película de retazos, de distintos momentos de su vida retratados por el film de extensas dos horas y media de duración. La relación con su madre (Michelle Williams), una artista que toca el piano y baila, y con su padre (Paul Dano), un ingeniero informático, serán la clave de su pasión por el cine. Por eso la película empieza cuando ellos lo llevan al cine a ver El espectáculo más grande mundo (The Greatest Show on Earth, 1952) de Cecil B. DeMille. El pequeño Steven, bajo el nombre de Sammy Fabelman en la película, queda obnubilado cuando ve chocar a un tren con un auto, escena que el pequeño Sam (Gabriel LaBelle) tratará de reproducir una y otra vez en la pantalla. Desde el género no faltará el despertar sexual, los problemas de bullying en la preparatoria, las discusiones familiares cuando descubra la infidelidad de su madre con su tío (Seth Rogen), y otros episodios pregnantes en la memoria del veterano realizador. En ese sentido es destacable la idealización de los momentos identitarios del joven Sammy. El juego de palabras del apellido de la familia con la noción de fábula permite dar cuenta que a Spielberg no le interesa contar la verdad sino una versión más interesante de sus recuerdos. Por eso edulcora a la figura de su madre y dota de extrema bondad y comprensión a su padre. Por eso también resume en la película sobre el festejo en la playa con sus compañeros de colegio, la diferencia necesaria entre la realidad y la construcción de imaginarios fílmicos. “La vida real no es así” le recrimina un compañero, y él le contesta “pero en las películas siempre te quedas con la chica al final”. Los Fabelman también deja entrever la gran capacidad de Spielberg de narrar -y emocionar- solo con imágenes. Una economía de lenguaje lograda gracias a la falta de sonido de su cámara Bolex. El juego con el período mudo siempre está presente en su concepción del cine. Y por supuesto no falta su encuentro con John Ford (interpretado por David Lynch en la película), contado por él mismo infinitas veces en innumerables entrevistas. ¿Por qué filmarlo entonces? Por los mismos motivos descritos arriba. Porque el cine para él, siempre es mejor que la realidad.
EL HIJO DEL INGENIERO Es imposible espoilear esta película, así que voy a empezar contando el final. El protagonista, alter ego del adolescente Spielberg quiere hacer cine y consigue que John Ford le conceda cinco minutos en su oficina. El maestro, interpretado por un muy gracioso David Lynch, le pregunta qué ve en dos pinturas que tiene en la pared. Sammy Fabelman le describe los cuadros pero Ford lo hace callar, le dice que está hablando de arte y le pregunta dónde está el horizonte. Sammy responde que en un cuadro está arriba y en el otro abajo. Ford explica: “cuando el horizonte está arriba es interesante, cuando está abajo es interesante, cuando está en el medio es una mierda insoportable”, le desea buena suerte y le grita que se retire de la oficina. Sammy sale de allí exultante por haber conocido al gran Ford y Spielberg lo filma de espaldas caminando por las calles del estudio en el medio del plano. Luego recuerda el consejo y sube la cámara como para que el protagonista quede bien abajo y el cielo ocupe mucho más espacio arriba. Esa escena final contrasta con la del principio. En ella, los padres de Sammy lo llevan por primera vez al cine. El chico no quiere entrar porque le da miedo entrar a una sala a oscuras. Al padre ingeniero no se le ocurre mejor argumento para convencerlo que explicarle el mecanismo de la proyección cinematográfica. Finalmente, logran que Sammy entre a ver The Biggest Show on Earth de Cecil B. DeMille y, por supuesto, Sammy queda fascinado, en particular con un choque de trenes. De allí en más, el joven Fabelman, tímido con las chicas, malo para las matemáticas y los deportes, dedicará todo su esfuerzo a aprender a hacer películas. El padre se opone porque no quiere que se dedique a algo tan inmaterial pero, de todos modos, la aproximación de Sammy al cine será la del ingeniero que quiere saber cómo se filma y cómo se hace para que las cosas parezcan reales en la pantalla. El encuentro con Ford y su inasible consejo funciona como un modo de decir que el cine no es solo su construcción o su tema, sino que tiene que ver con la atención a la forma y con algo llamado arte. No está claro que el arte sea para Spielberg lo mismo que para Ford, pero en el paralelo entre las dos escenas se expresa, más que una certeza, una preocupación, una pregunta, incluso una contradicción. ¿Por qué filmar al personaje en el medio del plano mata el interés que puede despertar el arte y por qué cambiar el ángulo lo revive? La respuesta tal vez sea que mostrar una mayor porción de cielo, como hace John Ford al final de El joven Lincoln, permita introducir el tiempo y abrirlo hacia el futuro. Pero también hace aparecer un misterio que el plano centrado obturaba al explicarlo todo. Al mover la cámara, el joven Fabelman se enfrenta con su futuro de cineasta así como Lincoln se enfrentaba con su futuro de político. Un futuro, por otra parte, más incierto que definitivo. Y todo por no encuadrar a los personajes en el centro. Sin embargo, la propia película impide comparar a Ford con Spielberg. Porque The Fabelmans tiene mucho de previsible, de convencional. Pero, al mismo tiempo, permite ver cómo su director se enfrenta con el material que eligió, que es el de su propia vida, el de su familia y el de su aprendizaje. Y allí es donde la película se vuelve más compleja, más abierta a las dudas e incluso a la posibilidad de que Spielberg esté contando algo distinto a lo que parece. Y eso no tiene que ver con lo autobiográfico. Ignoro cuánto hay exactamente de Steven Spielberg en Sammy Fabelman, pero importa menos que saber qué quiere contar Spielberg y cómo. La película tiene un hilo conductor, que es la relación del protagonista con el cine, desde su deslumbramiento inicial hasta su decisión de convertirlo en su carrera profesional, pasando por las distintas etapas de su desarrollo como cineasta amateur, por las cámaras y los equipos de edición que acompañan su progreso. Por otra parte, la película cuenta dos episodios. El primero tiene que ver con la familia Fabelman, que en las primeras escenas parece una feliz y típica familia judío-americana. Padre profesional en ascenso, madre ama de casa después de dejar la práctica del piano para ocuparse de los hijos. Michelle Williams interpreta el papel de la madre como si se tratara de Doris Day. Pero detrás de esa luminosa apariencia hay dos focos oscuros. El primero es que ella renunció a su vocación artística para acompañar al marido contra la opinión del tío Boris, cuya aparición en casa de los Fabelman será el primer encuentro del pequeño Sammy con la idea del arte. Boris se fe de su casa y trabajó en el circo metiendo la cabeza en la boca. ¿Y eso es arte?, le pregunta su sobrino. No, contesta el tío Boris, eso es tener bolas, el arte es lograr que los leones no te corten la cabeza. El chiste es un poco burdo, pero tiene la misma característica que la boutade de John Ford: el arte es algo inesperado, indefinible, una idea vaga que complementa la ingeniería que permite hacer las cosas. Incluso contra lo que aconseja esa ingeniería. Es rara la posición de Spielberg al respecto: si uno analiza ambas escenas con atención, Sammy asiste a una lección que no entiende del todo pero sabe que tiene que tomar en cuenta. Spielberg siempre fue, como director, algo más parecido a un ingeniero que a un poeta, pero nunca fue totalmente un ingeniero. En todo caso, siempre fue una especie de ingeniero blando, más orientado al software que al hardware como lo fue su amigo George Lucas, decididamente un amigo de los fierros y un cineasta sin inspiración. Lo que suelda el aspecto ingenieril de Spielberg con sus intuiciones como artista es lo narrativo: las historias emocionales que le gusta contar, que siempre están a mitad de camino entre el sentimentalismo y la tristeza asociada a la pérdida (pérdida que, le advierte el tío Boris, en el caso del arte va asociada a la distancia con la familia). El segundo factor oscuro de la familia modelo Fabelman es que la madre está enamorada de Ben, el mejor amigo del marido, que es también su empleado. Antes de que deje de ser un secreto para la familia, Sammy lo descubre gracias al cine: al filmar un picnic, la cámara revela que Ben y Mitzi viven una pasión irresistible, aunque no consumada entonces, pero que la llevará a dejar a sus hijos y al divorcio. La imagen mecánica sirve como en Blow Out de Antonioni (o en Las babas del diablo de Cortázar) para desocultar la verdad que era invisible a los ojos. Spielberg explora en ese episodio otro uso del cine, el de su relación con la verdad, que tendrá una continuación más adelante, durante la segunda parte del film que transcurre mientras Sammy cursa la escuela secundaria en California, entre rubios antisemitas. Allí, el chico sufre el martirio por parte de los matones de rigor, apenas compensado por la atracción que despierta en Mónica, una chica tan católica como dispuesta a liberar sus hormonas. A esa altura, Sammy es el que hace películas, primero con sus amigos en Arizona, luego en la escuela, hasta que finalmente se gradúa simbólicamente durante la fiesta de promoción (otro tema clásico del cine americano que Spielberg utiliza con un fin sesgado), en la que presenta su película (otra vez filmada durante una jornada al aire libre, esta vez con sus compañeros en la playa) en la que la estrella es un rubio que se llama como él, pero es su opuesto: el campeón en todos los deportes, el más fuerte, el más rápido y el seductor de las chicas. La película de Sammy muestra a Sam como una especie de superhéroe ario pero el protagonista se da cuenta de que la adulación que el film parece dedicarle no es más que una caricatura que lo denuncia como un fraude, que es así como verdaderamente se siente. La historia parece tomada de los relatos de Henry James en los que la pintura tiene la propiedad de hacer que los retratados se encuentren con una cara que no quieren ver o que no quieren que los demás vean. Y esa es la trayectoria de Sammy Fabelman antes de encontrarse con John Ford. El cine como juego, como técnica, como entretenimiento, como medio para destacarse y, al mismo tiempo, el cine como vigilancia de la realidad, como exposición de la mentira, como aproximación al arte, es decir a aquello que al menos dos generaciones de Fabelmans reprimieron en la ficción. Permanente ambigüedad la de Spielberg, un cineasta que siempre practicó una especie de timidez expresiva, la de un director de la industria que parece pensar que el cine esconde un misterio con el que no hay que meterse demasiado. El suyo es un arte intermedio, seguro sobre su ejecución, dubitativo en cuanto a su alcance y respetuoso con su historia. The Fabelmans, con sus momentos demasiado esquemáticos, no es su mejor película, pero tiene un lugar en su filmografía.
Si uno piensa en la palabra cine y lo que representa seguramente la imagen y el nombre de Spielberg no tardan en aparecer. Él es un icono de esta industria desde su juventud y sus nuevas realizaciones son siempre motivo de celebración para la cinefilia. Tras ganar dos Golden Globes este año a mejor dirección y mejor película llega a las salas del país la premiada y seguramente firme candidata al Oscar “The Fabelmans”. El director de “Tiburón”, “E.T”, “La Lista de Schindler”, “El color purpura”, “Rescatando al Soldado Ryan”, “Ready Player One” y “Amor sin barreras”, entre otras, traslada al espectador a su infancia, etapa en la cual conoció al que sería su amor y su pasión por el resto de su vida, el cine. Desde aquella primera función a la que asiste con sus padres, Sammy Fabelman descubre lo que marcaría el resto de su infancia, adolescencia y vida adulta, la pasión irrefrenable por contar historias. La historia se relata a través de las vivencias de Sam junto a su familia desde niño y hasta el final de su adolescencia, el contexto familiar y social marca su personalidad y su forma de entender los vínculos. Spielberg desnuda su memoria y aquello que lo modificó en su juventud a través de este filme. Paul Dano personifica al padre de Sam, un ingeniero tan exitoso como amable perdidamente enamorado de su mujer Mitzi (Michelle Williams), una pianista que no duda desde el primer momento en apoyar la vocación artística de su único varón. La interpretación de Williams es extraordinaria, al igual que el protagónico de Gabriel LaBelle, quien le da vida al adolescente Sam, personaje por el cual se ganó el Critics Choice Award este año. Completan el grupo familiar sus hermanas y el “tio” Bennie (Seth Rogen)...
Steven Spielberg nos lo ha dado todo. El señor cine nos hizo temblar de pánico con tiburones, perseguir el Santo Grial y emocionarnos con extraterrestres. Nos había dado todas las historias, menos la suya. Los Fabelman viene a marcar el casillero restante: la película del cineasta sobre su propia vida. ¿De qué se trata Los Fabelman? Sammy es un niño que siente fascinación por filmar películas caseras y demuestra gran talento para ello. Su lente será testigo no solo de historias inventadas, sino de la propia: su niñez y su juventud entre cámaras, mudanzas, conflictos familiares y vínculos escolares de amor y de odio. Nacido en el seno en una familia judía que cambia de residencia constantemente, filmará guerras y momias, pero también a su madre, una pianista frustrada (Michelle Williams); su padre (Paul Dano), un hombre trabajador e innovador; y sus tres hermanas. Crítica de Los Fabelman, la nueva película del mejor Spielberg Steven Spielberg se embarca en su proyecto más personal y entrega una película de esas que te hacen salir de la sala sintiendo esto es cine. ¿Y quién mejor que él para dárnoslo? La historia está maravillosamente contada, con la simpleza de solo ver a un niño crecer y descubrir su pasión por el cine. Es el rollo de película el que va tejiendo su vida, el que revela secretos, el que cambia relaciones, el que une e incluso separa. Y es su mirada joven la que entiende que las películas pueden ser mucho más que eso. Michelle Williams y Paul Dano se lucen como los padres de este niño, padres tan amorosos como humanos. Gabriel LaBelle, quien interpreta al protagonista en la mayor parte del film, brilla en este papel, a la altura de los consagrados. Mención aparte para Judd Hirsch que a sus 87 años protagoniza una de las mejores secuencias de Los Fabelman. ¡Inolvidable! También es fabulosa la escena final brutalmente cinéfila y con un cameo especial sobre el que no diré para no arruinar la sorpresa. Los Fabelman tiene también un magistral manejo de los tonos. Es comedia y es drama, es risas, sobre todo, pero también es bullying, discriminación, locura y frustraciones. Lo más doloroso es contado con la sensibilidad justa y lo más divertido es hilarante. En resumen Estamos ante una de las mejores películas de Steven Spielberg y eso es mucho decir. Su cinta más personal no podía fallar y es, además de un gran film, una lección de cine y una oda al séptimo arte. Da placer verla. Aplausos, por favor, porque esto es cine del mejor. ¡No te la pierdas! “Los Fabelman” (The Fabelmans) – Puntaje: 10 / 10 Duración: 151 minutos País: Estados Unidos Año: 2022
Con tintes autobiográficos y una increíble actuación de Michelle Williams, Steven Spielberg repasa su vida con un amor al cine en cada una de las escenas. Emotiva y nostálgica, el director más amado de todos los tiempos, vuelve a demostrar por qué es el número uno.
A lo largo de su carrera, Steven Spielberg dirigió películas con historias que tenían algunos elementos de su vida -lo ha mencionado varias veces-. Con Los Fabelman, él es la película. El film, nominado a 7 premios Oscar (incluyendo Mejor Director y Mejor Película), se estrena en cines el próximo jueves 26 de enero. Después de ver El Mayor Espectáculo del Mundo (1952), un pequeño Sammy Fabelman (Gabriel LaBelle) descubre la magia del cine. Con la ayuda y el apoyo de sus padres (Michelle Williams y Paul Dano) empieza a filmar sus propias historias. Y mientras más lo hace con el pasar de los años, más se refugia en ellas, como si fuesen un escape de todo lo que le sucede. Estamos ante la cinta más personal del realizador de Encuentros Cercanos del Tercer Tipo (1977). Durante la pandemia se convenció, después de tantas presiones familiares, que era necesario sacar a la luz este proyecto. Por eso se junta con su amigo y uno de sus mejores guionistas, Tony Kushner (Munich, Lincoln) para concebir a esta familia judía proveniente de Arizona. Y lo bien que lo hacen. No sólo es una película coming-of-age, también es una carta de amor a los films, a su magia y al poder que tuvieron, y siguen teniendo, sobre el mismo Spielberg. El elenco es de mil maravillas: la vulnerabilidad y la calidad artística de Michelle Williams (nominada al Oscar como Mejor Actriz) como Mitzi Fabelman; la ingenuidad, el empeño y el cariño de Paul Dano como Burt Fabelman; la energía inigualable de Judd Hirsch (nominado al Oscar como Mejor Actor Secundario) como el Tío Boris; y la mirada curiosa y concentrada del Sammy Fabelman que interpretó Gabriel LaBelle, quien captó los ritmos y las actitudes del propio director. Imposible no verlo cuando aparece en pantalla. Tampoco podía faltar la fotografía y la visión de Janusz Kaminski, tan unida a la de Spielberg que se entienden con una sola mirada. El cinematógrafo de La Lista de Schindler logró plasmar ese encanto mágico tan icónico de él, haciendo de cada plano algo único. Quien también entiende al director es John Williams, encargado de la banda de sonido. A sus 90 años recibió una nueva nominación al Oscar, por el trabajo realizado. El compositor fue otro de los que aportaron su épica a esta obra de arte con momentos tan bien marcados. La palabra inglesa fable significa fábula. Y esto es lo que puso Steven Spielberg en la pantalla grande con Los Fabelman. Esta es su fábula, su historia, la que le faltaba contar, y lo hizo a través de su lente. Como lo hizo durante toda su vida.