Los Fabelman

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

¿Cuál es el Steven Spielberg que prefieren? ¿El del cine de acción y aventuras, el de los blockbusters como Los cazadores del arca perdida, E.T., Jurassic Park o Minority Report, o el más “serio”, el de La lista de Schindler? Los Fabelman está decididamente lejos de los primeros títulos, pero mantiene con toda a filmografía de Spielberg un nexo: la maestría para narrar en imágenes.

Las producciones de Spielberg suelen ser experiencias cinematográficas. Son películas para sentir con el cuerpo, con el corazón o con algo más etéreo como el alma, y a veces hacen reflexionar.

Los Fabelman es la película más personal del cineasta, tanto como lo fue La lista de Schindler, pero en este caso lo que cuenta se parece mucho a su propia vida, a sus vivencias de joven. También, es una película de Hollywood sobre Hollywood.

No es la vida de Spielberg, digamos que es la versión de Hollywood de su existencia, de su adolescencia, su familia y sus comienzos en el cine.

Después de todo, el genio del cine de entretenimiento se autorreferencia en este relato de 150 minutos, que incluye la compleja relación con (y de) sus padres y muchísimos guiños que los que aman y conocen la carrera del director de Tiburón, se frotarán las manos (sí: está el corto en el que logra “efectos especiales” en el desierto…).

Decir que una película de Spielberg es por momentos lánguida sería casi obsceno. Digamos que en Los Fabelman -y vengan de a uno- hay como baches, en los que cae y no pasa mucho, como sucedía en El buen amigo gigante. O cambia de eje, porque el guion que escribió con Tony Kushner -cuarta colaboración, tras Munich, Lincoln y Amor sin barreras- toma el bullying o el antisemitismo, quizá con un brochazo en vez de una pincelada.

Pero ahí está la imagen final, con la que termina la película y donde retoma toda la magia y Spielberg nos vuelve a meter en su bolsillo.

La trama tiene a Sammy Fabelman (Gabriel LaBelle), viviendo con sus hermanas y sus padres (Michelle Williams y Paul Dano), que viven un matrimonio imperfecto. Un amigo del padre (Seth Rogen), bueno, tiene algo que ver con esa imperfección.

Pero el filme, decíamos, demuestra amor por la familia y también por el cine. Spielberg es melancólico, compasivo e indulgente en Los Fabelman como no lo había sido en estas dimensiones nunca. En cuanto a los tintes autobiográficos, tiene más relación con lo que hizo Woody Allen en Días de radio que Fellini con Amarcord.

Están allí, en la pantalla, la primera película que vio (El espectáculo más grande del mundo), sus primeros rodajes caseros y el encuentro en la Paramount con John Ford (impresionante cameo de David Lynch). Y también la música de John Williams, su amigo, con el que volverá a encontrarse en la próxima entrega del Oscar, a la que Los Fabelman llega con siete nominaciones.

Lo dicho: es Hollywood amando a Hollywood.