Los Fabelman

Crítica de Maia Ciávatta - La Prensa

El hecho de haber dirigido algunas de las mejores películas de la historia del cine -`Tiburón', `ET: El extraterrestre', `Indiana Jones', `Jurassic Park', `La lista de Schindler', por sólo nombrar algunas-, ¿habilita a alguien a hacer un filme sobre su vida, escribirlo y también dirigirlo? Pues sí. Puede sonar un tanto narcisista pero con `Los Fabelman', Steven Spielberg -junto a su asiduo colaborador, el guionista Tony Kushner- se dio el lujo de contar su propia historia en un largometraje de dos horas y media en el que resume parte de su infancia y adolescencia sin caer en golpes bajos ni nostalgia barata.

Claramente, como es una variación de su vida, los nombres están cambiados pero su persona está reflejada en el personaje de Sammy Fabelman, quien queda totalmente asustado y cautivado en partes iguales cuando a muy temprana edad asiste al cine con sus padres a ver `The Greatest Show On Earth', de Cecil B. De Mille.

El pequeño Sammy (Mateo Zoryan) no puede sacarse de la cabeza la escena del choque de trenes y para que pueda revivirla una y otra vez su madre, Mitzi (Michelle Wiliams), le da la idea de recrearla con el tren de juguete que recibe como regalo en Hanukkah. Y eso no es todo: le obsequia una cámara para que lo filme y que de esa manera lo vea tantas veces que `se le vaya el miedo'.

Todo eso con una condición: no contarle nada a papá Burt (Paul Dano), un hombre de las ciencias exactas, paciente y de mente lógica, que tal como se refleja en la película no termina de comprender la locura por filmar de su hijo. Y a medida que la pasión de Sammy por el cine crece, también se acentúan las diferencias entre Mitzi y Burt.

FAMILIA ROTA

Como todo matrimonio de los '50, que hubiera roces no quiere decir que la procreación se frenara y a Sammy se le suman tres hermanas, formando una numerosa familia a la que se había adosado el simpático tío Benny (Seth Rogen). Asentados en Arizona, Sammy despunta el vicio de filmar en cualquier ocasión que puede, ya sea campamentos familiares o los westerns que montaba junto a sus compañeros del grupo scout (de hecho, los nombres de los cortos son los reales).

Pero Spielberg viene de una familia rota y promediando la película el panorama de familia feliz se empieza a oscurecer y es ahí donde el director se permite mostrar toda su vulnerabilidad, con la revelación de un secreto que se veía venir pero que Sammy descubre de la manera más paradójica.

Como toda película `coming of age', hay varios saltos temporales, pero sin duda la mudanza de la familia a California en plenos años '60, con un antisemitismo que iba in crescendo en la sociedad estadounidense, es la más dinámica del filme. En la piel de Sammy, Gabriel Labelle convence -aún más- como un Spielberg adolescente que busca hacerse un lugar en la nueva y pretenciosa secundaria a la que asiste, a la vez que su hogar, su mundo y el de sus hermanas se derrumba con la noticia del divorcio de sus padres.

Entonces, Labelle, sí, es parte fundamental de la película; pero Michelle Williams también lo es, como esa matriarca adelantada a su época que recurre a la terapia para tratar de estar mejor para los suyos, apoya ciegamente la vocación de su hijo por el cine pero a la vez decide ser egoísta y priorizar su felicidad a la abnegación de eternizarse en un matrimonio infeliz.

MEMORIA

Claro que hay escenas subrayadas o innecesariamente largas -con un pianito melancólico de fondo para que la lágrima esté garantizada-, pero la sensación que queda luego de ver `Los Fabelman' es que es tanto una memoria como una oda al cine. Es Spielberg mismo contando el cuento -valga la redundancia- de cómo ese muchachito sensible, blanco de burlas por ser judío, de contextura pequeña, que odiaba álgebra y los deportes, y que alguna vez asistió a los estudios de Hollywood con una carta escrita de puño y letra para que lo contrataran, se convirtió en uno de los cineastas más icónicos del mundo.

Entre tanta biopic fallida reinante en Hollywood, Spielberg decidió contarse a sí mismo en `Los Fabelman', desafío que podía salir muy mal por muchos motivos pero que logró convertir en una masterpiece -con siete nominaciones al Oscar, incluyendo Mejor película- gracias a su magistral destreza narrativa y a las tremendas actuaciones no sólo del joven Labelle sino de la dupla Williams-Dano y participaciones especiales de lujo como las de Judd Hirsch y Jeannie Berlin, y un ingenioso guiño final como frutilla del postre.