Un Bond "todoterreno" La película número 23 de James Bond cuenta con la dirección de Sam Mendes (Belleza americana) y sorprende por varios motivos: su sólido clima de espionaje y una trama que guarda sorpresas. En Operación Skyfall, la historia se mueve entre la desaparición del agente 007 (Daniel Craig) en una peligrosa misión en Turquía cuando intenta recuperar un listado secreto; sorpresivos ataques al MI6 y un archienemigo que se esconde detrás de computadoras. Como si fuera poco, Bond tendrá que demostrar su lealtad a M (Judi Dench) cuando el pasado vuelve para atraparlos. Con un comienzo explosivo a bordo de un tren en marcha, la nueva aventura de Bond sale airosa gracias a su atmósfera de constantes amenazas, ambientes fastuosos como el casino de Shangaii y un ejército al mando de Silva (Javier Bardem), el villano rubio de turno que esconde un terrible secreto. En el elenco también aparecen Naomie Harris, Marlohe Berenice, y Ralph Fiennes y Albert Finney en la secuencia final. En esta ocasión quizás se agradece una historia más simple y efectiva, sin tantos detalles que distraen al espectador y hace foco en la pérdida de algunas capacidades especiales del agente y en el móvil de la venganza que se pone en marcha en los 50 años que cumple Bond en la pantalla grande después del debut de El satánico Dr. No. A Daniel Craig, el Bond más violento y oscuro de toda la saga, el personaje le sigue dando sus frutos, entre tragos, bellas mujeres y un automóvil que preserva con cariño de tanta balacera. El siempre está listo para la acción: ya sea colgando de un ascensor, conduciendo una moto por las azoteas de Turquía o corriendo por las vías del metro londinense. Operación Skyfall cuenta con una presentación acorde a la serie, un video clip con la canción de Adele que retrotrae a otras realizaciones de la saga y presenta al agente con "licencia para matar" en un colorido collage que se mueve entre el fondo del mar y el rojo sangre del tiro al blanco. La película será muy bien recibida por sus seguidores y, sin poder adelantar demasiados detalles, imprime también cambios para las próximas aventuras. Todo un desafío. Pero como dice la canción "Mantén la respiración y cuenta hasta diez". Ësa es la clave.
Los Diamantes son Eternos Posiblemente sea su falta de moral, su elegancia, su carisma, su sentido del humor, su puntería, su poder de seducción o todo esto junto, combinado con una buena dosis de acción, adrenalina, ironía, crítica, intriga, misterio, fantasía y cinismo británico, lo que lo convierten en un personaje inmortal. No, no solamente son los guionistas los que tienen el mérito de resucitar al personaje una y otra vez dentro de cada película, sino también los actores, los directores, las actrices, el público. Mezclemos el fanatismo con lo mencionado anteriormente en una coctelera fría y sirvamos este trago seco pero delicioso, tanto como el vodka martini, sobre la pantalla gigante… y nos encontramos con Bond… James Bond. Si, señores, soy fanático del agente 007. Me vi todas las películas y por esto mismo Casino Royale - 2006 - pudo haber sido un interesante entretenimiento pero no era una película de Bond. Desde Al Servicio Secreto de su Majestad no veía tanta cursilería. Pero tardé dos películas en poder apreciar lo que Broccoli y Wilson se proponía hacer con este Bond platinado y duro a cargo de Daniel Craig. Dalton no había sido bueno y Brosnan no consiguió los objetivos deseados. Había que resetear. Borrón y cuenta nueva. Con Casino Royale conocimos el lado melancólico, romántico y moral del personaje. Entendimos una parte de sus orígenes. En la subvalorada Quantum of Solace, Bond tiene el carisma de las películas de Roger Moore. El film no es muy sólido pero abundan guiños al pasado cinematográfico del personaje… y se empieza a construir un interesante villano en la figura industrial de empresas S.P.E.C.T.R.O, antiguo antagónico del personaje - liderada varias veces por Blofeld. Sin embargo, en Operación Skyfall, nuevamente nos acercamos al personaje desde un punto de vista más sentimental, pero no tan romántico. La película habla sobre el pasado. De que forma el pasado siempre vuelve. Y en el personaje de Silva se encuentra la clave. Un ex agente que desea vengarse de M. Así de simple es el argumento. Esta vez no hay complots internacionales, espionaje industrial, guerra fría, misiles, amenaza nuclear. Es una guerra de espías, un juego de gato y ratón clásico, un partida de ajedrez para destruir a la reina. Pero en el medio Bond vuelve en el tiempo y no solamente se empieza a deslucidar un poco del pasado del personaje, lo cuál es lo que menos les interesa a los fanáticos, aunque le aporta un poco de humanidad, sino, y acá están los méritos del film, empiezan a resurgir antiguos personajes de la saga, aparecer viejos trademarks y sobretodo valorar aquello que inmortalizó Sean Connery de la mano de Terence Young y Guy Hamilton en los primeros films. Detalles no menores como que Bardem platinado remite a Robert Shaw, persecuciones, encuentros y frases en donde se citan en forma retrospectiva pequeñas joyas del universo Bond de estos últimos 50 años. Sí, Bond cumple 50 años y sigue pareciendo un pibe. Y cuanto más nos acercamos al final del film, más cerca estamos de aquel nacimiento en 1962. Se trata de uno de los films más autoconscientes de toda la saga, pero también en forma independiente, es una película vigorosa y divertida, que nunca pierde el ritmo. Sam Mendes en conjunto con el gran Roger Deakins cuidan cada encuadre para embellecer las escenas de acción sin necesidad de darle una estética grasosa a lo Michael Bay. Es otra cosa, más clásica, casi barroca. Habrá quiénes piensen que esta superficie esconde falencias narrativas, pero no es así. No confundamos simplismo argumental o linealismo con un guión fallido. Quizás sea el aporte de John Logan - por fin dejaron a Paul Haggis afuera - pero el guión de Skyfall está muy bien planteado. Tiene escenas memorables como un sutil diálogo entre Silva y Bond que se convierte en un juego de seducción. Y acá se nota el cálculo, pero también cierta sagacidad de parte de Mendes para lograr un film equilibrado con buenas dosis de acción y suspenso, fiel a la tradición, pero también un toque humano que no termina siendo del todo impostado como sucedía con las dos obras anteriores. El villano que compone Javier Bardem es grotesco, border. Uno de esos personajes tan destinados a resaltar que terminan siendo odiados o amados por igual, pero lo cierto es que Bardem logra en muchas escenas robarle la película a Craig y eso no sucedía desde que Christopher Walken compusiera al gran Zorin de En la Mira de los Asesinos (1985). El duelo interpretativo funciona y en el medio queda la chica Bond de turno, aquella por la que luchan el héroe y el villano: M. Esta vez no hay duda de que la jefa es el interés romántico del protagonista, y Judi Dench, único enlace con el Bond de Pierce Brosnan le aporta una calidez y humanismo que la convierten en uno de los personajes más sensuales de toda la saga. Ni las bellas Naomie Harris o Berenice Marlohe pueden superarla en presencia. Porque como si fuera parte de un leit motiv, en Skyfall, lo viejo le termina ganando a lo nuevo; los juguetes superan las nuevas tecnologías, lo antiguo sobrevive. Este es el juego de estas bodas de oro del personaje con el cine. Consolidar la juventud con la fórmula - la mejor metáfora está en el personaje de Q - los nuevos puntos de vista narrativos y cinematográficos con la nostalgia que impera alrededor del mundo Bond. Skyfall apunta al corazón del fanático, ya sea empleando una cita clásica en el momento justo o la aparición sorpresiva del compañero inmortal del personaje, y el tema de Monty Normal sonando en primer plano, asegurando una y otra vez, que no estamos frente a una imitación mediocre y poco inspirada, sino que tenemos delante nuestro al verdadero Bond… James Bond.
Inevitablemente volvió Bond, volvió Daniel Craig y volvieron muchas cosas de la franquicia que esta nueva etapa había dejado olvidadas. Esta vez dirige Sam Mendes con guión de Neal Purvis, Robert Wade y John Logan. Volvió Bond, James Bond. Es muy difícil empezar a escribir una review acerca de un personaje tantas veces hecho, con tantas aristas y con tantos actores que lo interpretaron, seguramente vos lector tenes a un Bond favorito. Este Bond (Daniel Craig) que ya no es tan nuevo, introdujo a la franquicia muchas cosas nuevas que no se veían, esa cuota de espionaje real, peleas heredadas de la trilogía Bourne y misiones más autenticas con enemigos realmente palpables que cambiaron la manera de ver películas como esta. Un tipo Simple James se encuentra en Turquía bajo la pista de lo que podría ser un maletín con información sobre agentes encubiertos, tras el fallo del agente en esa misión, varios agentes encubiertos del MI6 comienzan a morir alrededor del planeta y la sede de inteligencia es atacada, obligando a M a trasladarla a otro sitio mientras Mallory, el nuevo Jefe de Inteligencia y Seguridad, comienza a presionarla para que deje su cargo. Ahora M con amenazas tanto internas como externas a la agencia solo puede confiar en su mejor agente, Bond, James Bond. Bond 23: El personaje de Ian Fleming está cumpliendo 50 años en la pantalla grande y creo que no hay mejor manera de festejarlo que yendo a ver Skyfall (desde ahora vamos a utilizar el verdadero título de la película y no ese fastuoso “Operación Skyfall” que nada tiene que ver con la trama de esta). La última incursión de Sam Mendes en el cine no puede ser de mejor manera, Skyfall arranca con una escena de persecución (como no podía ser de otra manera) realmente interesante, metiéndonos de lleno en la acción; y lo que viene es aún mejor, todavía no viste nada. Los personajes de este nuevo film son sombríos y cuando digo personajes me refiero a todos, todos esconden un pasado terrible que los condena, que los aprisiona y que los hace actuar en consecuencia. Esta nueva faceta de la franquicia se inauguró con Casino Royale, donde conocimos a Daniel Craig, pero ahora todo va a ir más allá. El personaje del villano de turno interpretado por Javier Bardem es uno muy real, motivado por causas terrenales y no de ideología política o religiosa, esto lo hace mucho más contemporáneo y temible con una personalidad absolutamente perversa que va a llevar hasta el límite a Bond y a M (Judi Dench). Nuevas caras se presentan en la franquicia como la de Ralph Fiennes que representa al poder y la burocracia, Nahomie Harris una ex agente de campo y Bérénice Marlohe como el nuevo interés amoroso de Bond. El Papeleo. La técnica es una de las cosas que resalta en esta película, una fotografía impecable que hace avanzar la trama metiéndonos en los no-lugares más conocidos por todos y nos dan esa sensación de familiaridad que tan bien nos hace. Le película tiene ambientes muy oscuros (presten atención a la pelea en contraluz en Shanghai porque es una de las secuencias que va a quedar grabada en mi inconsciente cada vez que recuerde a Bond) en los que se puede ver lo justo y necesario que la mirada de Mendes nos quiere mostrar. Voy a destacar la participación del chileno Alexander Witt quien es el encargado de planear en detalle todas las secuencias de acción del agente del MI6, más allá de que las películas de Bond tengan un director de cabecera (en este caso Sam Mendes), nada esta librado al azar y para eso hay un gran grupo de trabajo detrás de cada película y encargados de pensar milimétricamente cada secuencia en la que el personaje de Daniel Craig mostrara sus aptitudes. La música es justa y resalta muchos momentos icónicos de la saga, sin embargo creo que tiene uno de los mejores clips y música original que vi en una película de James Bond, el tema compuesto por Adele y la estética de este es increíble. Pueden verlo acá. Conclusión: Bond vuelve con todo, con muchos guiños de personajes y lugares que remiten a “Dr. No” la primer película del agente protagonizada por Connery y de la mano de un director inglés que sabe cómo balancear todo en su medida justa, sin que James Bond pierda dramatismo frente a su espectacularidad. Definitivamente hay que verla porque Craig ya firmó para dos películas más, así que, James Bond will return.
50 años no es nada... Hacer un episodio de la saga de James Bond debería ser una materia obligatoria en la industria de cine. Digamos: un realizador se hace famoso, tiene un estilo al que podríamos llamar propio y se le pone como test filmar una aventura de 007. El trabajo implicaría, obviamente, aplicar su propia sensibilidad a un formato con mucho de prestablecido, poder aportar su universo a un mundo ya creado y reconocido por varias generaciones. Es que la saga de Bond se ha caracterizado por dos cosas que hoy han pasado de moda: el director desconocido y la película descontextualizada. Desde que surgió la saga, pocos capítulos de 007 fueron dirigidos por realizadores famosos, con lo cual siempre se priorizó al Bond de turno (Connery, Moore, Dalton, Brosnan, etc.) que a quien estaba detrás de cámaras. Y lo mismo sucedía con la trama de cada nueva película: nunca se las consideraba como “secuelas”, parte de una gran historia o una enorme mitología, sino, más bien, como “stand alone films”: películas que se sostienen solas, aventuras con principio y fin, y sin conexión con casi nada que viniera antes o después. Pero en estos tiempos de series y sagas “mitológicas” (sólo basta observar todos los grandes tanques de taquilla de la última década y pico), en las que es importante contar orígenes y evoluciones de personajes a lo largo de varias películas, y en medio de un generación de realizadores que no teme poner su firma detrás de productos “industriales” como puede ser una película de 007, ese criterio ya no parece funcionar. Cada nuevo Bond tiene que conectar con el anterior, tiene que contar el origen, revisarlo, tiene que crearle marcas, como arrugas o llagas, a un personaje que siempre fue intercambiable y, finalmente, fugaz. Si bien uno no pensaría en Sam Mendes a la hora de hacer una película de la saga Bond (me da curiosidad saber que harían con el personaje Christopher Nolan, Bryan Singer, Quentin Tarantino, Brian De Palma, Danny Boyle, y hasta David Cronenberg antes que el director de Belleza americana) hay que reconocer que la apuesta de los productores fue audaz. Y que salió muy bien. 007: Operación Skyfall es una gran película de James Bond. Inteligente y humana, clásica y moderna a la vez, con escenas de acción narradas y estructuradas a la perfección, con un villano memorable (una elección y caracterización riesgosa la de Javier Bardem, pero que funciona) y una trama que se sostiene por sí misma y que apunta a sumar a la mitología Bond, a conectar una película con otra, y a dejar de pretender que las películas existen en un tiempo y un espacio desconectado. De sí mismas con el mundo real y de unas con otras entre sí. La trama del film tiene algo de las Batman de Christopher Nolan, pero Mendes logra -para sorpresa- ser más liviano y menos grave que su compatriota y hoy más celebrado realizador. No sobredimensiona la importancia de la trama y la pone al servicio de los personajes y de escenas de acción fuertes y bastante realistas, que logran ser creíbles y poderosas y -a la vez- estar enmarcadas en la tradición algo absurda a la que fue virando la saga 007, en especial la primera y la última. En ese sentido, Daniel Craig vuelve a ser el Bond duro y físico de las películas anteriores, pero aquí Mendes le da un espacio un poco mayor para el humor y la ironía autoconscientes de la tradición “bondiana”. Craig clava a la saga en el mundo real, pero Skyfall logra llevarla un poco más lejos de manera sutil, nunca obvia. El suyo es un Bond moderno y realista, pero también “old school”, una idea madre de toda la película (en la puesta en escena, en los gadgets, en las ideas que circulan a lo largo de la narración), sostenida desde el principio hasta su explosivo final. La trama es simple: Bond es dado por muerto al caer al mar tras perseguir a un villano que tenía un disco duro con nombres de agentes secretos a ser revelados, pero luego reaparece -en pésimo estado físico y mental- cuando el servicio secreto británico (el MI6) es bombardeado por un malvado con acceso a los secretos del poder. M (Judi Dench, más protagónica que nunca) lo acepta de regreso y, aún en inferioridad de condiciones, lo envía a China a buscar la pista del culpable. Bond lo encuentra y lo trae a Londres. Y es ahí donde empiezan los problemas en serio… Esa misma mezcla entre realismo y absurdo maneja Bardem en el rol del villano de turno. Puede gesticular y exagerar como personaje de una película de Bond de los ’70 (o una mezcla entre el Guasón y Hannibal Lecter), pero -también como ellos- deja entrever su sensibilidad y la verdad emocional de su personaje con sólo algunos gestos y su ya natural intensidad. El suyo es un personaje a lo Nicolas Cage, pero allí donde “El Rey del peinado absurdo” hubiese llevado la situación al extremo (no parece mala idea Cage, pero no para una película “cuidada y prolija” de Mendes), Bardem es capaz de manejarse con sabiduría en la línea exacta entre el “camp” y la credibilidad. Es, para resumirlo en una idea, un personaje de película de Almodóvar metido en un film de Bond: pasado de rosca pero, en un sentido profundo, verdadero. Se discutirá si lo mejor de Skyfall son las escenas de acción y hasta qué punto son responsabilidad de Sam Mendes o del director de segunda unidad del film (Mendes no es famoso por filmar acción, digamos). Pero más allá de los debates en los que entrarán los obsesionados por la “teoría del autor”, no hay duda que los 150 minutos de la película se siguen con gran interés y que Mendes logra -milagro de milagros- poder ser relevante y cinéfilo a la vez. Skyfall es una película que lo guiña el ojo al espectador que conoce la historia de la saga y que quiere saber más, pero lo hace sutilmente, permitiendo que el recién llegado se meta de lleno en una trama de espías tan vieja como esas con lapiceras que explotaban y autos que eyectaban a sus conductores por los aires, pero contada como si fuera la primera vez.
Estamos ante uno de los mejores Bond de la historia. Si bien el personaje se había revitalizado con la llegada de Daniel Craig a la saga, en esta su tercera incursión en el universo de 007, lo encuentra más maduro, recio, implacable... Además la historia vuelve a las fuentes, haciendo gala de un sinfín de persecuciones, combates cuerpo a cuerpo, intriga, bellas mujeres, glamour y humor ultra British. Y como si esto no fuera suficiente, los rubros técnicos son impecables: una fotografía virtuosa de mucho contraste, gran dirección de sonido y la puesta en escena eficaz de Sam Mendes, un realizador que ha sabido hacer valer sus pergaminos de "gran director de actores" El tema de apertura a cargo de Adele, con bases en las clásicas oberturas de la serie, es un punto más a favor de esta cinta adrenalitica, que cautiva y no da respiro. Larga vida a James Bond!
007: LICENCIA PARA MATAR DE ABURRIMIENTO 50 años cumple James Bond en el cine, y los productores no encontraron mejor idea que destrozar la franquicia poniendo a un director que ignora el entretenimiento y un villano preso de la sobreactuación. Una verdadera traición a 007. James Bond es la franquicia más longeva y fructífera de la historia del cine. Cincuenta años cumple el personaje en la pantalla y esta nueva entrega venía muy recomendada, con un rumor de que era “el mejor Bond de todos los tiempos”. Los rumores incluso, parecían ir tan atrás en el tiempo que hasta podría dudarse de su origen. Pero la bola empezó a correr y tanto el número redondo como la aparición de un director ajeno al género produjeron una revolución. De los escasos méritos de Sam Mendes como director se puede decir mucho, sus films, siempre tendientes al trazo grueso, la reflexión superficial y la solemnidad a prueba de balas, no se parecían en nada a la serie de James Bond. Pero como ha quedado demostrado, la fuerza del personaje equipara a todos los directores, que deben renunciar a su mundo personal para entregarse a los mandatos del famoso agente. Sin embargo, Sam Mendes cae en el peor de los escenarios: no aporta nada valioso como director, pero a la vez impide el normal desarrollo de una historia de acción y espionaje al estilo Bond. Operación Skyfall (en el original sólo Skyfall, sin ninguna operación) es una película hecha desde el desprecio por la franquicia, desde el menosprecio por el entretenimiento y el gran espectáculo. Mendes es un palo en la rueda, no aporta nada nuevo ni nada bueno. Pero claro, frente a un proyecto tan grande culpar sólo al director es demasiado. No se puede saber hasta que punto es responsable, pero es muy posible que lo sea. Pero la idea de colocar al director de Belleza americana frente un film de James Bond parece un plan nefasto. Y de hecho lo es. La franquicia que en algún momento no quiso abrirle la puerta a Spielberg, hoy la entrega a este desastre. Peor aun, el villano no es otro que Javier Bardem, el protagonista de Biutiful de Alejandro González Iñarritu. Es decir, films de prestigio prefabricado, de solemnidad absoluta. Y lo peor es que eso se nota a lo largo de toda la película. Los guionistas –tres en total- provienen de la franquicia Bond en dos de los casos y el tercero tiene un interesan curriculum con buenas películas, así que el director vuelve a ser el punto más bajo. Operación Skyfall intenta refundar la serie, darle giros nuevos, renovar temas, bucear en espacios nuevos. Pero genera una tensión que no resuelve: seguir la tradición o subvertirla. Todo el tiempo en la trama se habla de hacer las cosas al viejo estilo, pero en la película esto no se evidencia. Salvo una buena escena inicial, el resto de la película no tiene nada de la tradición, excepto algunos detalles que llevan al comienzo de todo este fenómeno. Pero el supuesto realismo que apareció con Daniel Craig (esta es su tercera película Bond) no cede acá ni un milímetro y los aires de melodrama que intenta plasmar el director terminan por convertirse en un aburrimiento sin precedentes. No hay película de toda la saga de Bond, más aburrida que Operación Skyfall. Dos horas treinta minutos dura este film. Es cierto que los films de Bond nunca fueron obras maestras, aun cuando muchas de ellas tuvieran encanto o simpatía. Alguna canción excelente o chicas muy lindas o memorables villanos, eran elementos que funcionaron mejor o peor según la combinación de cada título. Se extraña a Sean Connery al ver esta película, y más aun a Roger Moore, y se extraña también a Pierce Brosnan. Incluso se extraña a George Lazenby, quien en su momento protagonizó un Bond con algo de melodrama llamado Al servicio secreto de su majestad. Algunos pequeños detalles sobreviven bien a esta debacle, como por ejemplo de Ralph Fiennes, quien interpreta a Gareth Mallory, un personaje ambiguo que en realidad no tiene misterio para quien conozca la mitología artúrica. Y sin duda el mejor logro es la presencia de Roger Deakins como director de fotografía. Gracias a él, hay grandes momentos visuales, sobre todo en la primera mitad del largometraje. Por aportar belleza y complejidad, hay que agradecerle. El resto son muchas, no pocas, escenas aburridas, sin magia, sólo con diálogos y solemnidad teñida de psicoanálisis barato. Las escenas finales, irónicamente, parecen filmadas en locaciones que hubiera disfrutado y aprovechado un director como John Woo. Al recordarlo uno entiende que más allá de la traición al género, el problema es que a Mendes le falta corazón y compromiso con la película. Si hubiera visto The Killer, tal vez podría haber rescatado al menos algo digno en el final. Pero ni eso. El éxito mundial de Operación Skyfall será el fracaso del entretenimiento y la fantasía, en manos del aburrimiento y la gravedad. No son buenas noticias, claramente.
Una pistola y una radio Este 28 de Diciembre se van a cumplir 117 años de la primera proyección cinematográfica comercial, de esa primera proyección de los hermanos Lumière hasta hoy el cine ha sido quizás el arte que más rápido ha cambiado en cuanto a lenguaje y formas. Dentro de esos 117 años, la leyenda del Agente 007 ya tiene una antigüedad de 50 años, o sea, desde el comienzo del cine hasta ahora hubo una saga de películas que hablaron sobre un personaje, James Bond, y que ocupan casi la mitad de la joven historia del cine. Este es un dato esclarecedor sobre la razón por la cual cada nueva entrega de las aventuras del 007 despierta tantos sentimientos en cada estreno. Operación Skyfall es una película que tiene consciencia de todo esto, quizás es la más autoconsciente de toda la saga y por eso en esta Bond 23 se mantienen los guiños a la "Cultura Bond" (una impronta tan marcada y con tanto nivel de adaptación al paso del tiempo no puede denominarse de otra manera), guiños como los que ya mostraba Quantum of Solace sólo que estos guiños y chistes esta vez tienen sumado un factor que eleva las cosas a otro nivel, esta vez lo que aparece como conflicto es el pasado de Bond y la tensión entre ese pasado y su futuro, esto mediante Silva, el villano que interpreta Javier Bardem, que al igual que él fue en su momento el agente preferido de M. Toda esta carga esta mantenida en un argumento simple, de los más simples de la saga, Silva, el ex Agente, quiere vengarse de M y para hacerlo no necesita de complots internacionales ni nada por el estilo. La interpretación de Bardem es perfecta, es una de los antagonistas más eficaces que he visto al lado de Bond y parte de esta eficacia tiene que ver con la dirección de Sam Mendes que decidió muy inteligentemente llevarlo todo al terreno de lo humano. Este Bond de Daniel Craig es sumamente verosímil en cuanto a interpretación, es una persona, tiene sentimientos, tiene dudas, sabe que sus aptitudes físicas ya no son las mismas y ve en Silva el reflejo de su futuro y la posibilidad del olvido de sus pares como paga de retiro, todo esto lleva a Operación Skyfall a un terreno al que ninguna otra Bond se animó a transitar, James Bond difícilmente pueda tener alguna vez el honorífico final que se merece. Este film cuenta con escenas dirigidas magistralmente, la secuencia inicial seguida inmediatamente por la irrupción de la canción de Adele y los excelentes créditos iniciales a los que las Bond ya nos tienen acostumbrados te mantienen al borde del asiento, luego más adelante la pelea en Shangai que cuenta con una destreza fotográfica única son algunos de los más grandes logros del director en este film. Operación Skyfall no es una película de James Bond más, Operación Skyfall es la celebración de un icono y de una idea, en el film termina prevaleciendo lo simple y lo clásico por sobre ciertos cambios inertes de la modernidad, acá lo moderno aparece como un retroceso hacia lo clásico, ya no hay lapiceras explosivas, el MI6 ha cambiado y con él cambio la realización técnica de los films de Bond, acá con un Sam Mendes que mantiene todo el tiempo la sobriedad de lo clásico en la cámara. Todo esto es una postura filosófica, una postura que lleva viva 50 años, después de todo que mejor manera de describir cual es la esencia de James Bond que la planteada por la propia película: "Una pistola y una radio".
Un Bond inesperado A estas alturas (van 50 años de Bond), una nueva película con el espía internacional más resucitado de la historia va a estar más allá de todo juicio: seguramente habrá mucha gente a la que no le gusta James Bond, pero si siguen haciendo nuevas secuelas es porque su público sigue (milagrosa, casi inexplicablemente) intacto. A los que les gusta Bond, Skyfall les va a gustar y lo más probable es que la película sea un éxtio de taquilla. Dicho esto, hay que reconocer que Skyfall es mucho más interesante que un simple producto en cadena. Por varias razones. En primer lugar, se mantienen varias de las características que vienen definiendo esta nueva "época Daniel Craig": un 007 más físico, más vulnerable (aunque no por eso menos inmortal), más tosco (aunque no por eso menos sofisticado). A toda esa atención sobre el costado físico del agente se suma en Skyfall una atención especial sobre el tema de la edad (una de sus cuestiones centrales) y el costado ligeramente anticuado del agente: algo que hoy resulta evidente pero que se opone a los Bond tradicionales, siempre tan preocupados por mostrar la modernidad de sus artefactos y su liberalidad sexual. Gracias a su continuado (aunque sinuoso) éxito en la taquilla, Bond hoy es un anacronismo: un personaje de los 60 que llegó al siglo XXI. Gracias a unas cuantas piruetas logró sobrevivir al fin de la Guerra Fría hasta llegar hoy un poco más cómodo al mundo del terrorismo internacional; pero aquella obsesión por lo moderno (tan de los ''60) no podía mantenerse intacta hoy que ya vivimos en el futuro: la tecnología real superó los artefactos del MI6. Bond no podía seguir estirando el fetiche tecnológico, corría el riesgo de caer en el ridículo. La estrategia de Skyfall, entonces, es perfecta: de un golpe deja de lado la obsesión por lo nuevo y transforma a Bond en un símbolo de lo anticuado. Este nuevo Bond que se afeita con navaja cuadra perfecto con el Bond/Craig capaz de sufrir las consecuencias de una herida a lo largo de toda la película, que disminuyen su capacidad física. A este nuevo Bond vulnerable y viejo (algo absolutamente impensado en las anteriores encarnaciones de Bond, que siempre fueron atemporales) se le suma finalmente un trasfondo personal: no solo la melancolía de un gentleman sino toda una historia familiar y personal anterior a su trabajo como espía internacional. "Skyfall" es la clave de este nuevo Bond: un Bond retro en el mundo del futuro que, paradójicamente, se muestra más vital y vibrante en la pantalla (y con posibilidades reales de nuevas secuelas) en la medida en que es más humano y vulnerable. Todo este contexto concreto para Bond se extiende también a las demás piezas de la película: por primera vez (creería), MI6 tiene un edificio identificable en Londres; la organización tiene que responder ante el gobierno de turno; M (que hace tiempo ya viene siendo interpretada por Judi Dench) adquiere un gran peso como personaje y, a su vez, todo un trasfondo de historia dentro de la agencia (que se cruza, de paso, con la historia de Gran Bretaña). La trama lleva a poner en cuestión la relevancia (y la posibilidad de que no siga existiendo) de toda la organización MI6. En cierta forma, Skyfall busca ser una refundación de Bond: ahora el héroe no solo tiene un pasado y vive en nuestro presente, sino que la trama (y el villano) ponen en duda toda la estructura sobre la que se sustenta su actividad (y sus aventuras) para, finalmente, volver a darles un sentido. Como si finalmente Bond hubiera podido llegar al siglo XXI. La otra gran sorpresa de Skyfall es su director San Mendes. Mendes es posiblemente uno de los últimos directores que uno hubiera imaginado para la saga de 007. Conocido por películas como Belleza Americana y Solo un Sueño (Revolutionary Road), hasta ahora mostró una preferencia por historias con más "contenido social" o más intimistas. Pero, misteriosamente, la alquimia funciona: la levedad de Bond aliviana a Mendes y el peso de Mendes trae a Bond más a la tierra. Por otro lado, las escenas de acción (que vaya uno a saber si las dirigió Mendes) están bien en general. La elección de Bardem como el villano era peligrosa y hasta cierto punto es la que más pone en riesgo Skyfall: sin la contención que le exigía, por ejemplo, su papel en Sin lugar para los débiles pero sin el contexto exagerado del cual parece surgir el personaje, este nuevo villano Bond está siempre al borde de caerse del otro lado del ridículo. Su historia de torturas y locuras lo acerca al melodrama (sobre todo en el desenlace final) y el melodrama no se lleva bien con los espías. Entre tanto inglés, el personaje de Bardem (vagamente latino) desentona. Sin embargo, durante buena parte de la película este nuevo villano se manifiesta más a través de planes conspirativos complejos y no tanto con primeros planos. Por suerte.
En una escena de Skyfall, Q. le da a Bond nada más que una pistola para salir en su misión. Bond se sorprende de que Q. (que es un nuevo Q., más joven y nerd) no le haya dado alguno de los gadgets ridículos que se le suelen dar. Y Q. le dice: “¿Qué esperabas? ¿Una lapicera explosiva? Ya no hacemos esas cosas”. Es en esta escena donde se ve a las claras la intención del Bond de Sam Mendes: para Skyfall, una lapicera explosiva, elemento que sirvió para una escena memorable a puro suspenso hitchcockeano en Goldeneye, es una estupidez. Los gadgets, que en toda la saga Bond sumaban a la diversión general, hoy son considerados una chiquilinada. Esa arrogancia; esa manera de intentar diferenciarse y ponerse por encima del resto del cine de acción, que Skyfall considera “para la gilada” aunque este mismo año haya tenido un exponente extraordinario en Misión: Imposible - Protocolo Fantasma, la antítesis de Skyfall, resulta muy molesta, y es un elemento que recorre toda la película...
Herido de cuerpo y alma Daniel Craig le dio nueva vida a Bond. Algo maltrecho, ahora el 007 debe salvar a su jefa. Cuando en la piel de Pierce Brosnan Bond ya era una parodia de sí mismo, la llegada de Daniel Craig, más que devolverle credibilidad, le dio una vida nueva. El 007 de Craig es más seco que un Martini, y en Casino Royale redobló la apuesta por un personaje que, si sigue siendo inoxidable, está ahora más anclado al mundo real. Y por favor olviden Quantum of Solace : en Operación Skyfall Bond vuelve a lucir en su mejor forma, herido en su cuerpo. Y también en su conciencia. Pareciera que los héroes del cine siglo XXI deben ser huérfanos (Batman, Harry Potter, James Bond, como nos contaron en Casino Royale ) y en el transcurso de sus sagas hay que develar misterios de su infancia. Rechazo patológico a la autoridad originado en un trauma infantil figura en el expediente del 007, algo que ni en sueños hubiéramos imaginado en los años en que Roger Moore vivía y dejaba morir. Bond arranca, como de costumbre con una secuencia de acción de aquéllas -difícil empardar la persecución con que abría Casino Royale - en la que 007 va tras un hombre que tiene una lista con agentes infiltrados en organizaciones terroristas. Si se difunden sus identidades, es casi un suicidio. Bueno, Bond pierde al hombre y encima lo matan. A Bond, a James Bond. Tras los títulos, M (Judi Dench) está a punto de que la retiren. “Al diablo con la dignidad”, casi que le escupe a Mallory (Ralph Fiennes), nuevo presidente del Comité de Inteligencia. No pregunten cómo, pero Bond cual Sparky en Frankenweenie renace. Su pulso al empuñar el arma no es el mismo. Medio maltrecho, estará a las órdenes de su superiora cuando un ataque ciberterrorista esté por destruir al MI6 y a la seguridad nacional. Que el villano Silva tarde en aparecer, y que sea un Javier Bardem rubio y afeminado no hace más que acrecentar el desafío. Ya no hay científicos locos ni multimillonarios recluidos en una isla desierta donde planean conquistar el mundo. El peligro en Skyfall es más real. Silva parece un Hannibal Lecter, y así Bond tiene un malvado a su medida, como se merece. Los seguidores del agente con licencia para matar saldrán más que conformes. Hay abundantes guiños (tras una década era hora de que regresara Q, el creador de gadgets , Bond dice que un informe es For her eyes only , por Sólo para sus ojos - y ¿se acuerdan de Moneypenny?), antiguos secretos revelados y más. Hay algo que es cierto. Bond nunca corrió tanto como con Craig agitando sus bracitos. Y está más patriota que nunca. El humor está más acotado, pero el cinismo sigue en la punta de su lengua. Y que Sam Mendes ( Belleza americana y Camino a la perdición ) haya sido el director elegido habla a las claras de que Bond no sobrevivió 50 años para ser cine de autor . Pero un autor puede aportarle mucho al cine de Bond.
Un Bond clásico y moderno Primero, la sorpresa: Sam Mendes, director de la pretenciosa Belleza americana y sin grandes antecedentes en el género, regala una muy buena película de la saga Bond. Después, la ratificación: tras su brillante trabajo en Casino Royale y la decepción de Quantum of Solace , Daniel Craig se consolida como uno de los mejores 007 de la historia. Lo tendremos en al menos dos entregas más como para completar una serie de cinco participaciones. Aunque pueda resultar un poco larga, aunque sus chicas Bond (Berenice Lim Marlohe y Naomie Harris) esta vez no se luzcan demasiado, aunque pueda ser calificada -otra vez- de machista y misógina, Operación: Skyfall es un muy sólido entretenimiento a gran escala que conjuga la espectacularidad de las largas escenas de acción (rodadas en su mayoría por el director de la segunda unidad Alexander Witt) y una densidad emocional en los personajes que no es habitual en la franquicia y que es el principal logro de Mendes. Lo que también combina con solvencia este 23er. film de la saga es la elegancia y los inevitables (y premeditados) clichés, la tradición de 50 años de historia y la modernidad de un tanque modelo 2012. El film arranca -incluso antes que los créditos de apertura- con un largo set-piece de más de diez minutos con una persecución en moto por escaleras, techos, calles y bazares de Estambul para terminar sobre un tren a toda velocidad. Esa secuencia termina con el (aparente) fallecimiento de Bond, al punto de que M (Judi Dench) escribe su obituario. Pero, claro, el agente 007 vuelve de la muerte y regresa -física y mentalmente maltrecho- al servicio de M (que esta vez sí tiene una participación protagónica) y de un MI6 jaqueado por terroristas informáticos que hasta vuelan sus instalaciones. Recién a los 70 minutos aparece el villano perfecto, un lunático megalómano interpretado con gracia y desparpajo por un excesivo y desopilante Javier Bardem, quien parece salido de una película de Pedro Almodóvar e incrustado en un film de espías. La trama -de la que no adelantaremos ningún detalle- va de Estambul a Londres y de allí a Shanghai y Macao, con un despliegue de locaciones y recursos que el talentoso director de fotografía Roger Deakins aprovecha en todas sus posibilidades. Así, Mendes (con Deakins, Craig, Dench, un cínico Ralph Fiennes y hasta una notable aparición en la excelente secuencia final del enorme Albert Finney) termina redondeando un Bond para el disfrute. Y, por qué no, para el recuerdo.
Vivir y dejar morir en el post 11/9 Con un notorio repunte con respecto a la entrega anterior, la película número 23 de la serie, que está celebrando su 50º aniversario, tiene como leitmotiv a la muerte, si no de Bond, al menos de una concepción del mundo que iba con él. Nadie debe alarmarse de que en una de las primeras escenas de 007: Operación Skyfall se vea a la hierática M redactando el obituario del Comandante James Bond. Al célebre agente secreto al servicio de su majestad lo dan oficialmente por muerto, cuando obviamente no lo está. Pero ése, en todo caso, será el leitmotiv de la película número 23 de la serie, que está celebrando su 50º aniversario: la muerte, si no del personaje, al menos de una concepción del mundo que iba con él. Alguna vez –en tiempos de Sean Connery, por cierto, e incluso de Pierce Brosnan– James Bond fue sinónimo de elegancia, sofisticación, sorpresa, humor. Poco y nada quedaba de aquella marca de fábrica en la primera película de la era Daniel Craig. Casino Royale (2006), sin embargo, tuvo una legión de defensores: quienes alegaban haber leído la novela de Ian Fleming y afirmaban que Craig estaba más cerca que nunca del personaje literario (como si alguna vez los textos originales hubieran importado algo en la saga) y aquellos legos que simplemente preferían que todo se redujera a una mera película de acción, suponiendo que así 007 se modernizaba y adecuaba a los tiempos que corren. Quantum of Solace (2008) –la segunda de Craig y la número 22 de las versiones oficiales–, parecía confirmar lo que ya hacía temer la anterior: que Bond había quedado reducido a una suerte de Duro de matar de segunda mano. Pero ahora aparece esta Skyfall con intenciones de volver a poner las cosas en su lugar, como si la familia Broccoli –productores de la franquicia–, con la excusa del aniversario redondo, hubiera recapacitado y vuelto a mirar hacia atrás, a esos detalles que siempre distinguieron a Bond de todo lo demás. Es verdad, todo el prólogo parece más una de Jason Bourne que de 007, desde la vertiginosa persecución en moto por los tejados del Gran Bazar de Estambul hasta la pelea a trompadas sobre el techo de un tren en marcha a toda velocidad. Por no mencionar la “muerte” de Bond que –como Bourne– va a parar al fondo de un río, a unas aguas bautismales de las que no tardará en emerger resucitado. Pero, ¿para qué? parece preguntarse Skyfall. ¿Es que en el mundo post 11 de septiembre tiene sentido un agente como Bond? ¿Acaso ya no es anacrónico? ¿Y M, su histórico superior directo, jefe del MI6, el servicio secreto británico? Desde Goldeneye (1997), a cargo de esa venerable dama del teatro inglés que es Judi Dench (hoy 77 años), Skyfall le da a M un lugar de preeminencia que nunca antes tuvo en la serie. Y la hace partícipe de esa pregunta por un mundo que ha cambiado y por la inevitabilidad del tiempo que pasa. Es M quien –mientras Bond transpira su traje a medida persiguiendo por las catacumbas de Londres al villano de turno– se enfrenta a una comisión parlamentaria y, citando un encendido poema de Tennyson, enarbola los viejos ideales del imperio británico a la manera victoriana. Y señala que ahora ella y sus agentes deben enfrentarse a enemigos sin banderas y sin uniformes. Mirándolo bien, nunca los tuvieron, al menos en el universo Bond, donde al calor de un mundo bipolar, escindido entre potencias capitalistas y comunistas, había surgido Spectre, una organización al servicio del mal, plena de memorables villanos, ansiosos por enfrentar a unos y otros para quedarse con el dominio del globo. En Skyfall, el archienemigo de Bond es Raoul Silva, quien por pleno derecho se gana un lugar de preeminencia en esa galería de sádicos y megalomaníacos. Interpretado con tanto humor como doble sentido por un osado Javier Bardem, Silva aparece recién a los 70 minutos de película y, con sus manos rozándole la entrepierna, pone más nervioso a Bond que cuando Goldfinger lo amenazaba con cortarlo en dos con un rayo láser. Hablando de Goldfinger... En Skyfall reaparece aquel maravilloso Aston Martin blindado, pertrechado con ametralladoras retráctiles y asiento del acompañante eyectable. No es el único gadget, pero seguramente sí el más entrañable, en una película en la que vuelven los Martinis (agitados, no revueltos), la pistola Walther PPK/S 9 milímetros y las mujeres que se sienten desnudas si no tienen una Beretta en su liga. A priori, parecía difícil abrirle crédito al director Sam Mendes (sobrevalorado por Belleza americana) para hacerse cargo de este mundo, pero la saga Bond siempre fue de sus productores antes que de los directores. Y lo cierto es que Mendes ha logrado darle densidad a la película sin restarle humor ni ligereza, a pesar de un guión que lleva al film a las dos horas y media de duración y tiene una sucesión de dos o incluso tres finales consecutivos. ¿La mejor escena? No es precisamente de acción: el encuentro de Bond con el flamante Q, un joven imberbe que compara a 007 con un viejo buque de guerra a punto de ir a desguace.
Viejo es Bond, pero todavía mata Daniel Craig se presentó ante el público como James Bond en "Casino Royale", donde se lo vió como un rudimentario agente que poco a poco iba adquiriendo estilo, mientras se enamoraba de la bella Vesper. Tras la muerte de esta, Bond salió en busca de venganza en "Quantum of Solace", y allí pareció haber cerrado un capítulo, al tiempo que se consolidaba como el 007. Sin embargo, para que no queden dudas sobre el cierre de etapas, y el nacimiento de otras, la secuencia inicial de este filme plantea claramente el concepto de "muerte y resurrección", clave en el desarrollo de la trama. El comandante Bond ahora debe enfrentarse no solo a sus fantasmas, sino también a una amenaza mucho más tangible. El sistema de seguridad británico está en peligro y M, la jefa del MI6, está en la mira de la clase política que no solo busca a quien echar culpas, sino que además considera anacrónicos los métodos utilizados por el servicio secreto. Quien pone en vilo a la férrea jefa es Silva, un villano a la medida de las historias del 007, y que gracias a la interpretación de Javier Bardem ya puede ser incluido entre los históricos. La entrada de Silva en el relato es de antología, especialmente cuando se presenta cara a cara a Bond, en una escena que ya califica como clásica. La trama plantea una discusión no ajena a nuestra cotidianeidad. Lo nuevo ante lo viejo. el avance de la tecnología antes los usos artesanales. La ausencia de un enemigo visible, sea una nación o un líder determinado, reemplazado ahora por piratas informáticos capaces de cambiar el voto de toda una nación a cambio de dinero. El director nos lleva en un viaje histórico, con buen ritmo, aunque tal vez con un extenso prolegómeno, combina buenas dosis de acción con una notable fotografía e impactante banda sonora, en la que se destaca la canción de apertura interpretada por Adele, tal vez una de las mejores entre tantas que han prologado las aventuras de James Bond. "Skyfall" tiene muchas sorpresas, especialmente para los fanáticos, por eso no conviene contar demasiado. Solo agregaremos que Mendes logra una parábola entre el inicio y el final que es todo un guiño para quienes aman a este personaje. Estos, sin dudas, van a emocionarse. Permítanselo, cincuenta años no se cumplen todos los días.
Con licencia para seguir Sin repetir y sin soplar: ¿Cuál fue el mejor villano de las últimas películas de James Bond? Es difícil recordar alguno con mucha precisión. Con 007 - Operación Skyfall no ocurrirá lo mismo: el malvado que interpreta el español Javier Bardem no sólo está muy bien sino que le da a James Bond la contraparte necesaria para construir una historia electrizante e intensa, quizás la mejor y más riesgosa de los 50 años de vida del espía. Además de Bardem como Raoul Silva –un malo con un objetivo cruel pero muy humano, sin ansias de dominar o destruir o conquistar al mundo–, Craig como Bond ofrece muchos matices exquisitos: a las virtudes populares conocidas del personaje se le suma enojo, dolor, rebeldía, cinismo, y un puñado de recuerdos de la infancia que ayudarán a entender a este héroe que en esta entrega juega muchos momentos de antihéroe. Sam Mendes (el mismo director de Belleza americana o Camino a la perdición) logra muchos climas bien diferentes a lo largo de una película extensa pero que no se desgasta con el correr de los minutos. No faltan las potentes escenas de acción o las persecuciones desenfrenadas, pero no son ellas el eje del asunto. Ni siquiera tiene un papel principal la “chica Bond”, en este caso una Bérénice Marlohe intrigante y sensual, pero con poquísima incidencia en la historia. ¿De qué va Operación Skyfall, entonces? De una de las mejores películas de espionaje que se han hecho, con personajes también muy dramáticos y con perfiles bien definidos, más lejos del folletín melodramático y más cercanos a la vida real, donde el bien no siempre es tan bueno y mal no siempre es tan malo. M (Judi Dench) tiene más protagonismo que nunca, y se enfrenta a decisiones importantes, propias y ajenas: una es sobre su futuro, ya que la quieren jubilar en el servicio secreto de inteligencia y le han puesto un controlador (Ralph Fiennes como Gareth Mallory, un papel digno de continuar en el futuro) que la tendrá permanentemente en jaque. También hay un joven Q (Ben Whishaw), que adecua a los tiempos modernos la provisión de tecnología para el agente 007, aunque la verdad que no se luce mucho. Hay muchos guiños al pasado y piezas infaltables de la saga (ni hablar, Bond se toma su martini), pero en el laberinto de la trama y especialmente en la interrelación de los personajes es donde Skyfall más se luce. Los duelos verbales son casi tan intensos como las patadas mortales o las persecuciones, y entre Bond y Silva se llevan todos los aplausos desde el primero al último encuentro. James Bond cumplió 50 años, pero no sólo que no ha envejecido sino que con esta película tiene un nuevo renacimiento. Las dos anteriores protagonizadas por Craig (Casino Royale y Quantum of Solace) parecían atadas al lastre de la vieja y repetida historia del espía canchero y seductor, aunque en esta ocasión apunta a un perfil mucho más creíble. No hacía falta llenar de artilugios la película para volver a Skyfall una pieza entretenida y popular al mismo tiempo. También se puede hacer de modo inteligente y sensible, que muestre que detrás del espía infalible también hay un hombre.
Mendes, Sam Mendes Quienes esperaban un cambio de dirección en este segmento de la franquicia Bond protagonizada por Daniel Craig, quedarán sorprendidos. Quienes esperaban otro intento por profundizar la atmósfera montada en Casino Royal (2006) y la caracterización falible de 007 también quedarán sorprendidos. En símiles proporciones. M16 es atacado. Una lista de agentes infiltrados es extraída, poniendo en riesgo de vida a todos los valientes encubiertos. La misión de Bond (Daniel Craig) es recuperarla. Falla y se retira por tiempo indefinido. M16 es atacado nuevamente. Está vez, una explosión detonada desde la computadora de la directora, M (Judi Dench), destruye el edificio central. “Piensa en tus pecados” es el mensaje para la jefa. Mientras la identidad del terrorista se devela, Bond batalla contra el paso del tiempo para volver a su mejor forma. El proceso de concepción creativa de Sam Mendes es lento y disfruta de ello demasiado como para apresurarlo. Así lo afirma. En 1999 estrenaba su primer largometraje para cine, Belleza Americana (American Beauty, 1999). Debut auspicioso, si los hay. Allí comenzaría su excéntrica incursión por los Estados Unidos, que tendría a los suburbios y sus habitantes de clase media como protagonistas estelares. Desde ese momento, con un minúsculo hiato para Soldado anónimo (Jarhead, 2005), Mendes horadó de manera incesante en la impavidez de una burguesía conformista con súbitos lapsos de claridad e ímpetu de cambio. El escenario y la brillantez son las dos características que tienen todas en común. Belleza Americana pone el foco sobre una familia en los 90’. Camino a la perdición (Road to Perdition, 2002) lo hace durante los 30’. Solo un Sueño (Revolutionary Road, 2008) en los 50’. En todas ellas, Mendes logra deslizarse tenuemente en la percepción de los espectadores para realizar daños irreparables. Algo así como una gentil sodomización mental. No por taciturna menos significativa. ¿De qué recoveco norteamericano surgió Sam Mendes, entonces? Ninguno. El director es oriundo de Berkshire, Inglaterra. Y además, créase o no, Operación Skyfall (SkyFall, 2012) es la primera película situada en su país natal. Podría ser el comienzo de una serie de retratos de la singularidad británica o podría ser un incidente aislado. En esta, la película que nos convoca, demuestra eficacia para capturar un ritmo y atmósfera londinense muy peculiar en donde coquetea constantemente con los arquetipos actitudinales y evidencia cierta comodidad con la idiosincrasia de la ciudad. Si hay algo que impacta, como en el resto de su repertorio, es la estética distintiva, con una fotografía invariablemente idílica y una sensación persistente de austeridad que indica que ninguna escena está de más. Todo está perfectamente orquestado. En Operación Skyfall se vuelve a marcar el rumbo para la franquicia. Uno creería que la esencia es mucho más próxima a las primeras películas que a las últimas. Pero hay un giro difícil de clasificar, una especie de cualidad invisible que sugiere que se está en presencia de algo completamente nuevo. Quizá sea su sentido del humor, la capacidad de reírse de sí misma. Es estructuralmente clásica, quizás a modo de homenaje, pero el contenido es original. Esa sucesión de tributos se vuelve más evidente en la construcción de los personajes, como el villano en igual medida estremecedor e hilarante compuesto magistralmente por Javier Bardem.
Daniel Craig recibe el título oficial de James Bond luego de tres películas. Cuando anunciaron a Daniel Craig para la resurrección de Bond, allá por 2006 (cuatro años después de Otro Día Para Morir, la última intervención de Pierce Brosnan en la saga) los fanáticos del agente 007 en el mundo pusieron su grito en el cielo: Craig no es Bond, decían, y muchos (yo inclusive) estaban de acuerdo. Pero cuando Casino Royale salió, la gran mayoría de los que nos quejamos tuvimos que cerrar la boca y guardar las pancartas. Craig todavía no era Bond, pero estaba muy cerca. Y no por una cuestión de talento, sino por el nuevo hilo conductor que surgía a partír de la película. Recordemos que a partír de Casino Royale, la saga volvió a comenzar, desde antes de que Bond se convierta en un doble cero (agente con licencia para matar) hasta su ascenso. Ahora, en Operación Skyfall (Skyfall, 2012), Daniel Craig termina de tirar sus cartas en la mesa, y son buenas. Craig si es Bond, y no un Bond más, sino uno a la altura de Sean Connery y Roger Moore, uno de los grandes que quedará en la historia de la saga y que se convertirá en un referente para el (pobre actor) que deba reemplazarlo cuando decida colgar el saco. En Operación Skyfall, Bond es dado por muerto en una de las primeras escenas de la película, en una misión que no sale para nada bien. El destino de Bond fue responsabilidad de M (Judi Dench) por dar una orden polémica y por fallar en esa tarea, que pone en jaque a todo el Servicio Secreto Británico. Políticamente, se quieren deshacer de los espías y los infiltrados, ya que los ven como algo pasado de moda, antiguo e inútil, pero la veterana sostiene que la lucha contra las sombras, debe ser desde las sombras. Su rival en este escenario burocrático es el estirado Gareth Mallory (Ralph Fiennes), que busca que M se jubile de una buena vez para renovar las oficinas. A todo esto, Bond se la está pasando muy mal, bebiendo a tres manos en un paraíso costero, hasta que se entera que en los cuarteles generales del Servicio Secreto hubo un atentado cibernético. Eso lo empujará a "resucitar" y volver, pero sus condiciones no son las mismas: el disparo que recibió y la falta de entrenamiento en los meses que estuvo desaparecido lo dejaron herido interna y externamente. Así y todo, viajará hasta China para rastrear a este genio informático que parece conocer muchísimo sobre el ambiente del MI6 y, sobre todo, sobre M. Así está planteado el escenario en Operación Skyfall, una invitación a las fuentes originales de James Bond, en donde podemos ver decenas de guiños a los clásicos, personajes que vuelven (como un brillante y extremadamente joven Q, interpretado por Ben Wishaw) y sobre todo a un Bond renovado, no tan sentimental como en las anteriores entregas, sino que más ácido y más hipócrita, ya que el daño lo tiene, solo que lo esconde debajo de capas de sarcasmo y puñetazos, y de paso, de litros y litros de alcohol. Daniel Craig es brillante en su interpretación, tanto pasiva (en diálogos, en escenas de suspenso) como en la activa, en donde protagoniza excelentes batallas cuerpo a cuerpo y tiroteos llenos de adrenalina. Mención aparte merece el genio de Sam Mendes, que teniendo en la mano un guión brillante no se quedó sentado en los laureles esperando que todo el trabajo pase por los textos, sino que agregó tomas, planos y escenas completamente novedosas (y al mismo tiempo "retro") que le dan un respiro enorme a esta saga, que se había vuelto tan solemne y oscura (y no por eso peor, eh). James Bond volvió. Algunas cosas no cambiaron y su aire Old Fashioned se siente más que nunca, pero al mismo tiempo, aquí comienza la verdadera renovación, y con Operación Skyfall, Bond vuelve a nacer y vuelve a comenzar para dar paso a quién sabe qué. De lo que estoy seguro es que estoy ansioso por verlo. @JuanCampos85
James Bond fue bien reciclado Sam Mendes con sus guionistas le dio ‘clase’ a un mito, lo cargó de sombras y dudas, triplicó su eficacia en sus descabelladas acciones, lo enfrentó con el peligro actual y futuro del cibercrimen y puso a su lado a un jovencito muy Harry Potter (Ben Whishaw, en el papel de Q) que con el accionar de las computadoras lo descoloca por primera vez en la historia. Cuando la singular voz de la cantante Adele, le dice al espectador, mientras aparecen los créditos, “Este es el final, aguanta tu respiración”. Cuenta hasta diez y una exquisita escena submarina con luces aceradas envuelve el campo visual, uno piensa que se equivocó de película, o algo diferente está por pasar. Y pasa. James Bond (Daniel Craig) renació y sorpresivamente lo hace desde una posible muerte. Persiguiendo a uno de sus enemigos que robó los nombres de agentes secretos infiltrados en redes terroristas, Bond es aparentemente rematado por una orden a distancia de la jefa M (Judi Dench), para algunos un peligro más que una protección en la compleja burocracia del espionaje. AVE FENIX Pero no todo es tan así y OO7, un poco gastado y tambaleante reaparece como un Fénix que hace rato huyó de pesas y paralelas. Y como el gimnasio está cerca, Bond revive. Tendrá tiempo de escenas excepcionales, conquistas internacionales: Sévérine (Bérénice Marlohe), la morena Eve (Naomie Harris) y casi un decepcionado Silva (Javier Bardem), impresionantes incursiones en Singapur y Macao, desaforadas persecuciones en trenes y subtes, y hasta momentos de edípicas reflexiones freudianas en tierra escocesa. ‘007 Operación Skyfall’ es un Bond puro, reciclado a la manera de Sam Mendes, su director. No por nada Mendes estudió en Cambridge y formó parte de la Royal Shakespeare Company. Con un rico guión que recrea un Bond con sombras y luces, muy Batman y ansioso sin saberlo de un confesional sillón freudiano, la película se enriquece. Las mejores escenas de acción, significativas, nunca vanas. Con un villano para recordar, anótenlo para todo premio internacional que aparezca, Javier Bardem, en el papel de Silva, es una mezcla del temido Hannibal Lecter y el Moriarty, de Sherlock Holmes. Verdaderamente deslumbra. Y no sólo por su pelucón de pajiza pelambre, o su paladar desmontable que estremece ante su ausencia súbita. VILLANO PERDURABLE Mendes con sus guionistas le dio ‘clase’ a un mito, lo cargó de sombras y dudas, triplicó su eficacia en sus descabelladas acciones, lo enfrentó con el peligro actual y futuro del cibercrimen y puso a su lado a un jovencito muy Harry Potter (Ben Whishaw, en el papel de Q) que con el accionar de las computadoras lo descoloca por primera vez en la historia. Ah, y le dio su cuota de humor!. Un exacto Daniel Craig (James Bond), la realeza interpretativa de Judy Dench (M), el inefable Bardem (Silva), un promisorio Ben Whishaw (Q), más las bellezas de turno, Eve (Naomie Harris) y Sévérine (Bérénice Marlohe), junto con locaciones sorprendentes (las de tierra escocesa abruman) y un Albert Finney (Kincade) como salido de un western de John Houston. Verla y disfrutarla son sinónimos.
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James Bond cumple 50 años a toda superacción Para festejar sus 50 años, «Skyfall» empieza con la muerte de James Bond. Peleando con un criminal en el techo de un tren que está pasando un puente a gran altura sobre una cascada, 007 recibe un disparo ordenado por la propia M a pesar de que el blanco no estaba claro. En todo caso, la secuencia inicial de «Skyfall» es formidable y obviamente todo el mundo sabe que no hay manera de que Bond vaya a morir en ninguna de sus películas (para el caso, ya estaba «Solo se vive dos veces»). La nueva entrega de la franquicia plantea ya desde el principio un tono distinto a las películas anteriores protagonizadas por Daniel Craig. Y esa escena inicial a toda superacción parece diseñada para superar los contundentes prólogos de los 22 títulos previos. Pudiendo disfrutar de una amable existencia post mortem, Bond se vuelve a reportar al servicio secreto cuando se entera de que el edificio del MI6 ha sido blanco de un atentado terrorista. «Skyfall» le da un papel muy importante a Judi Dench (M) y, como nunca en la saga, el guión se preocupa por explicar que Bond es un agente del servicio de inteligencia británico, es decir el MI6, que ahora está obligado a interactuar con un sistema democrático (el espectador se podría preguntar cómo era todo antes, pero tal vez eso sería hilar muy fino). Los mejores momentos coherentes con la saga tienen lugar en Shanghai, con una antológica fotografía de Roger Deakins y una de esas escenas en casinos que desde siempre han servido para explicar al personaje. Las escenas chinas también permiten el lucimiento de un gran archivillano: el demente Javier Bardem brilla sobre todo cuando aparece como un todopoderoso genio del mal que hasta consigue imprimirle una clara tensión homoerótica a su sádico juego con Bond. Pero las escenas clave del film, como pocas veces, transcurren en el Reino Unido. Si bien esto tiene que ver con el énfasis en el homenaje al medio siglo de películas de 007, aportando detalles atractivos obviamente relacionados con los títulos clásicos de la franquicia, también termina derivando en un delirante desenlace, que no sólo se atreve a revelar algunos misterios biográficos del agente con licencia para matar, incluyendo a un carismático mayordomo escocés interpretado por Albert Finney, sino que también se ocupa de poner un poco de orden mirando hacia el futuro de la franquicia, con un nuevo «Q» y hasta una nueva Miss Moneypenny. Bardem es un memorable villano, la película esta repleta de escenas de acción impactantes (que deben lucir aún mejor en la versión IMAX) y de guiños vintage dedicados a los fans de 007. Además, la secuencia de títulos ultrapsicodélica con un tema de Adele realmente está a la altura de la circunstancias. «Skyfall» se disfruta por todos estos elementos, a pesar de que se hace demasiado larga, dado que con 143 minutos es una de las más extensas de la serie, pero sobre todo, debido a que sólo en contadas ocasiones el director Sam Mendes logra generar verdadera tensión o suspenso.
La última entrega en la saga de James Bond es probablemente la mejor de la nueva era cinematográfica del famoso espía inglés (a partir de GoldenEye) en lo que refiere a una construcción de guión y desarrollo de personajes, sobretodo de su villano. Es por eso que el director Sam Mendes debe agradecer a Christopher Nolan, de hecho ya ha declarado en entrevistas que The Dark Knight fue su fuente de inspiración para crear el mundo de Skyfall y eso se puede apreciar a simple vista. El personaje creado por Ian Fleming en 1953 regresa al cine por tercera vez en la piel de Daniel Craig, amado por unos y odiado por otros. Es ahí donde radicará si a los puristas del 007 les gustará la película o no, o sea, los que no disfrutaron las entregas anteriores tampoco lo harán con esta. Asimismo es una gran propuesta para disfrutar en la pantalla grande para cualquier tipo de espectador, sobretodo de aquel que sabe tomar este tipo de películas como son y no buscar verosimilitud en escenas de mucha acción donde miles de balas son disparadas y el héroe no solo sale ileso sino que también tiene tiempo para seducir a la chica Bond de turno. Hay grandes secuencias y la producción es realmente impresionante, todo enmarcado por una soberbia fotografía que no solo captura explosiones y persecuciones de autos sino que también a los actores en una labor destacable. Por ello el trabajo de Mendes con el reparto es realmente para aplaudir porque si bien Craig vuelve a interpretar al mismo personaje en esta oportunidad logra darle más profundidad y en un par de escenas con Judi Dench crea un ambiente espléndido. Por esa misma senda el personaje de M llega a su máximo esplendor, y hay que hacer una mención aparte para el trabajo de Javier Barden quien logra robarse la película por momentos. Para completar las dos horas y cuarenta minutos que dura el film el amante de Bond se va a encontrar con todos los elementos clásicos del personaje (más que en las dos anteriores) incluso el mismo Aston Martin DB5 que manejó en Goldfigner. 007 invade las pantallas por vez número 23 y ese es motivo más que suficiente para que cualquier cinéfilo festeje, más aún cuando al finalizar se leen las clásicas palabras: “James Bond will return”.
Es difìcil, pensaba mientras entraba a sala, ser objetivo con esta franquicia. Cumple 50 años. Está arraigada en el corazón del público y es ícono del cine de espionaje y acción a nivel global. Ha pasado por muchas manos, muchos productores, guionistas y actores de primer nivel. No es una saga más, Bond. Y "Skyfall" es un homenaje a ese espíritu del agente británico más famoso, recorriendo a través de guiños y personajes que abandonan o reingresan a la trama central, gran parte del camino recorrido. La temporalidad, funciona de manera sorprendente en este opus 23 del espía más longevo en la historia del cine. En este "Skyfall" conoceremos parte de la historia del protagonista desde su infancia, veremos como la estructura que lo contiene cambia y también seremos testigos de una reformulación del equipo en pos de la defensa de los intereses ingleses, de cara a enfrentar al terrorismo, flagelo de esta posmodernidaduerte de un puente herido bajo fuego propio, en la desesperación por detener al ladrón del documento. Arrancamos con James (Daniel Craig, cada día mejor), en Turquía, se han robado una lista importante (aún sin desencriptar) de agentes encubiertos y hay que recuperarla a cualquier precio. La cabeza de M (Judi Dench) está en juego: se la responsabiliza por no poder conseguirla, así que presiona a sus agentes en campo para conseguirla, pero algo sale mal y 007, cae herido de muerte. Una vez que él sale de la escena, entra a tallar lo político. Aparece Gareth (Ralph Finnes) para recordarle a la jefa del MI6 que va siendo hora de retirarse, visto y considerando que el asunto se le fue de las manos. M reacciona y decide enfrentarse a su momento cumbre como profesional: alguien intenta destruirla por razones personales y ella debe poder detenerlo. Quién es el villano de turno? Silva (Javier Bardem), ex agente británico que se pasó de bando luego de una situación determinada (evitamos spoilers!) y que maneja muchos recursos. El quiere matar a M y ese es su objetivo primordial a lo largo de la trama. Por otro lado, Bond regresa a la fuerza y se organiza con parte del nuevo staff para detener la amenza que se cierne sobre el MI6: el cuartel es atacado en pleno Londres...Estoy tentado de describirles cuantos personajes de estas últimas entregas dicen adiós, pero prefiero que los descubran por si sólos, hay interesantes apuntes y notas para el espectador corriente. No contamos más. Si decir, la banda de sonido es excelente, las escenas de acción están justas y muy bien filmadas. Sam Mendes (el prestigiosísimo director a cargo) le pone mucha oscuridad a su caracterización. Nos encanta como este Bond es todo cuerpo, conserva el ácido sentido del humor (aunque es un toque más cínico diría) y lleva adelante una historia de traiciones, objetivos tecnológicos y violencia a granel. "Skyfall" debe ser de las mejores 5 películas de Bond en la historia. No tienen que perdersela.
La resurrección Operación Skyfall no sólo representa la vuelta de Q a la saga -es su primera aparición desde que Daniel Craig encarna al agente 007- sino que también nos entrega a Javier Bardem como un villano claramente inspirado en el Guasón más oscuro, el que interpretó Heath Ledger. Bardem vuelve a ponerse en la piel del villano con un peinado estrafalario y esta vez platinado, aludiendo al Max Zorin de En la Mira de los Asesinos. Uno de los logros de la película es sin duda la construcción del villano: un personaje incómodo -que por momentos bordea el ridículo-, ambiguo, enfermo, retorcido y totalmente desquiciado con un plan siniestro: matar a M...
007 Skyfall, tan clásica como James Bond Esta película número 23 del icónico agente 007 es probablemente la mejor, no solo porque su protagonista está mejor que nunca sino porque como pocas veces ha pasado durante los 50 años que tiene el personaje en la pantalla grande, su director no había tenido tanta influencia en el trabajo final. Para sincerarnos, pocos eran los que confiaban en que el director del drama Belleza Americana podía estar a la altura, para lograr rescatar al agente de la MI6 luego de lo decepcionante que terminó siendo Quamtum of Solance. Skyfall (es el verdadero nombre de la película y no Operación Skyfall, que NADA tiene que ver con la trama) nos introduce a la nueva historia con una secuencia de acción bastante excéntrica en su concepción y tan bien planificada, que pone en duda si el resto de la película podrá superarla. Como respuesta a este enigma, la presentación de los títulos característica del personaje, esta vez, acompañada por el tema Skyfall interpretado por Adele, te deslumbra con su estética y acá, más allá de los gustos, no quedan dudas que es el mejor de todos. Desde el vamos, las expectativas creadas, son altas. Curiosamente, la historia es más simple de lo que ya estamos acostumbrados. James Bond (Daniel Craig) intenta recuperar un disco lleno de información de los agentes encubiertos que hay por el mundo. Luego de que Bond falle en su misión y sea dado por muerto, comienzan a atacar la MI6 y a sus agentes, dejando en claro que M (Judi Dench) es el blanco. Para Bond hubiese sido más fácil quedarse como muerto, pero ante la amenaza, aun destruido física y mentalmente, decide volver y buscar a quien se llevó el disco antes de que todo el asunto con M termine en una tragedia peor de lo que ya es. Ser realista es la moda y por eso, el guión de Neal Purvis, Robert Wade y John Logan, le dan a Skyfall un villano palpable, movido por causas creíbles, libre de una idea de venganza cuya justificación es no la mera diversión, la avaricia de poder o una oposición de pensamiento político y/o ideológico. Javier Bardem como Silva es brillante y demente tal cual como lo era la vieja escuela de villanos de Bond. Intercalando su personaje con varias capas de locura (y pelo) y con su intensidad por naturaleza, Bardem se sabe mover, de forma algo poética, entre el odio y el amor hacia su ex mentora, M. El agente 007 de Daniel Craig es tan duro y activo físicamente como en sus dos películas anteriores, que lo diferencian de las otras 20 películas, pero los guionistas lo hacen más irónico y gracioso, más reflexivo y sentimental que nunca, sin caer en el romanticismo débil de Casino Royale, que a algunos les supo molestar. Esta vez, Skyfall nos remonta al pasado de Bond y M, sirviendo como explicación a la frialdad de ambos protagonistas, logrando una historia mucho más cálida y personal. Simple y clásico, es la clave Cuando Silva burla todo protocolo y la seguridad de MI6, James Bond toma riendas en el asunto y opta por lo simple y clásico. Desde volver a conducir su querido Aston Martin, hasta usar armas más simples de lo común. La trama hace trotar a James Bond por Turquía, Shanghái, Macau, por una isla abandonada y por uno de los lugares más desafiantes hasta ahora en la historia de 007: el subte de Londres en hora pico. Así de sencillo, Sam Mendes prefiere optar siempre por ideas más tradicionales. El clasicismo termina por predominar en la película así como la pomposidad británica y su tradición nacionalista. En su país, James Bond tiene su misión más difícil. No hay nuevas tecnologías que permitan dejar de lado las viejas. Skyfall tiene guiños que se remontan a todo lo que conocemos y termina por ser una lavada de cara para la historia. Hay un quiebre en la trama y nuevos personajes que dejan atrás lo que se ha visto. Sirve como metáfora la introducción del nuevo agente Q (Ben Wishaw), quien hace un chiste a costa de las extravagantes tecnologías ya vistas, y el personaje de Mallory, interpretado por Albert Finney, que, y perdón por la redundancia de la palabra, parece ser un clásico ‘pain in the ass’. M, es la chica Bond en esta entrega y no hay belleza alguna que pueda opacar el trabajo de Judi Dench. Las acciones lúdicas de la película y aquella gran entrada de la soberana británica, Isabel II, durante los Juegos Olímpicos, hace difícil no ver a Dench como la Reina. Esta mención aparte sirve para remarcar que Skyfall no sería tan buena sin la planificación de las escenas de acción a cargo del cineasta chileno Alexander Witt, director de la segunda unidad de la película, por lo que no todos los laureles son para Mendes, que claro estaba, no tenía idea de cómo hacer una película de acción. Por otro lado, la fotografía de Roger Deakins permiten decir que, y perdón por la cursilería de la palabra, bella. Basta con ver la escena inolvidable, a oscuras que tiene lugar en un alto edificio de Shanghái, para que sepamos apreciar el trabajo que conllevan los directores de fotografía. Skyfall es el resultado de un gran trabajo ostentoso, sumamente pensado que no peca de ampulosidad. La frase de ‘menos es más’ le cabe como anillo al dedo. Sam Mendes y los guionistas le permiten a los fanáticos regodearse con cada cita clásica dicha, con cada símbolo, con cada personaje que hacen eco en los 50 años que cumple el personaje dentro de la pantalla grande, siendo Skyfall un regalo que hace honor a la mitología de Bond, James Bond, que muy pronto, will return…
La película de M (Judi Dench) Hace cincuenta años se estrenaba “El satánico Dr.No”, primera película basada en el personaje de James Bond creado por Ian Fleming. Quien entonces lo interpretara, un joven Sean Connery de algo más de 30 años, volvió a personificar al espía 007 varios años seguidos con títulos tan célebres como “De Rusia con amor”, “Dedos de oro”, “Operación trueno” y “Sólo se vive dos veces”. Y de repente el productor Albert R. Broccoli optó por un cambio radical en 1969 cuando reemplazó a Connery por el ignoto George Lazenby en “Al servicio secreto de su majestad”. Pero dos años después volvió al 007 original con “Los diamantes son eternos” y pareció que la fórmula se repetiría. No fue así y a partir de 1973 y con notable puntualidad británica cada dos años se estrenaron nuevos films del célebre agente secreto, ahora personificado por Roger Moore. De los siete títulos que compuso el actor de “El santo” rescatamos al menos tres: “La espía que me amó”, “Sólo para sus ojos” y “Octopussy” en 1983. Ese año fue además muy particular pues también se presentó “Nunca digas nunca jamás” con Sean Connery en el rol de 007. Pero como la producción no fue de Broccoli no se lo computa entre los 23 films de la serie que con “007: Operación Skyfall” cumple cincuenta años en 2012. La historia continuó con Timothy Dalton en dos oportunidades y Pierce Brosnan en otras cuatro a lo largo de otros 15 años en que Barbara Broccoli sucedió a su fallecido padre en 1996. No fueron grandes realizaciones y recién en 2006 con “Casino Royale” y el recambio de Daniel Craig como nuevo Bond se produjo una verdadera resurrección que pareció tambalear con la opaca secuela “007 Quantum of Solace” de 2008. Por suerte en su tercera caracterización como Bond, Craig nos devuelve al mejor 007 en varios años. “Skyfall”, tal el nombre original remite al pueblo de Escocia donde se supone nació el agente secreto y en donde transcurre la parte final de este nuevo opus. Pero antes de llegar a esta localización la acción habrá mudado varias veces de lugar geográfico, algo habitual en este tipo de producto. El comienzo es sorprendente con persecuciones en diversos medios de transporte en Estambul, incluyendo su Gran Bazar. La más espectacular será encima de un tren de carga y allí sobrevendrá la primera sorpresa cuando M (Judi Dench) le ordene a una joven agente del MI6 que dispare desde lejos intentando matar al villano. Claro que a esa velocidad y con los cuerpos de ambos combatientes tan juntos, Eve (Naomie Harris) corre el riesgo de no acertar su tiro y quien es alcanzado es nada menos que Bond que cae del convoy al agua. Y en la siguiente escena se la ve a M, su jefa, leyendo su obituario. Han transcurrido apenas unos pocos minutos de las (algo excesivas) casi dos horas y media que dura el film pero no se comete ninguna infidencia al informar que, aunque algo maltrecho, el agente 007 seguirá con vida. De todos modos hay ya aquí varios mensajes, que se vuelven a reiterar más adelante, sobre la fragilidad de la vida y la inseguridad en los tiempos que corren. La acción se trasladará ahora a Londres con la aparición de un nuevo personaje de la serie, Mallory (Ralph Fiennes), como máximo responsable del servicio de inteligencia. Tendrá sus roces con M, la jefa de Bond, al señalarle que ella ya está en edad de retirarse. Pero una tremenda explosión en las mismas dependencias del MI6, realizada a distancia por un “hacker”, postergará la partida de la mujer. Y la reaparición con vida de su agente llevará a éste a otros destinos sobresaliendo las escenas en China (Shanghai, Macao) y en particular en un vistoso casino. Allí conocerá a una típica chica Bond de sugestivo nombre (Berenice), interpretada en forma algo opaca por la modelo francesa Berenice Marlohe. Recién a mitad del metraje aparecerá el habitual malvado, de nombre Silva, interpretado por Javier Bardem. Su personaje recuerda en alguna medida a Hanibal Lecter aunque aquí se le ha agregado una cuota de afectación sexual y sobre todo una gran perversidad. Habrá una escena increíblemente filmada en el “tube” de Londres, cuando logre que una formación del subterráneo se le caiga literalmente encima a Bond. Y hacia el final, ya en Skyfall, será el turno de un ataque con un helicóptero de los delincuentes, con música ensordecedora, a la casa natal donde hará su aparición el viejo mayordomo de la familia en gran actuación del veterano Albert Finney. La dirección estuvo a cargo de Sam Mendes (“Belleza americana”). La fotografía de Roger Deakins realza los aspectos visuales y en roles secundarios debe destacarse a Rory Kinnear (Tanner), cuyo padre Roy se destacó en films como “Help” y “Melody” y Ben Whishaw como el nuevo Q así como la ya mencionada Naomie Harris (“Piratas del Caribe”), cuyo apellido resulta ser Moneypenny, para nostalgia de los adictos a la serie. Para estos este cronista les tira un pequeño “quiz” para el final con varias preguntas: 1) nombre del director que más películas de 007 hizo, 2) qué director de Estados Unidos dirigió alguna/s de las 23 películas de la serie y 3) qué actor o actriz actuó un mayor número de veces a lo largo de toda esta serie, que acaba de celebrar sus primeros 50 años.
Con licencia para seguir Lindas contradicciones generan estas nuevas películas de James Bond. Mucho más esta Operación Skyfall, la más redonda de la saga protagonizada por Daniel Craig: es que se trata de un film de acción bien narrado, con secuencias de alto impacto y con una serie de giros y situaciones que intentan (y logran) darle más carnadura al histórico personaje, a la vez que se aleja deliberadamente del estilo de las películas del agente británico. Una de las contradicciones que se genera es la siguiente: ¿es un conflicto sobre el paso del tiempo y los orígenes de James Bond lo que venimos a ver? Si el personaje fue siempre pura superficie ¿por qué intentar profundizar en ese sentido? ¿No es ese un rol que deberían cumplir -y ya han cumplido sagas como las de Bourne, por ejemplo- otras películas? En defensa de Operación Skyfall hay que decir que la solemnidad de la franquicia ya fue instalada con la interesante Casino Royale y fue continuada con la pésima Quantum of solace. Por eso, a nadie debería llamarle ya la atención y tendríamos que estar seguros de que esta va a ser la tónica de acá en adelante. Mientras los guiños a lo Bond pueden ser encontrados en películas como Misión: imposible IV o Encuentro explosivo, el 007 modifica su ADN en busca de un realismo más sucio y del puro melodrama. Las películas de Bond han sido siempre un diseño de producción y nunca un trabajo autoral. Pero precisamente en esa bendita búsqueda del melodrama que señalábamos antes, es que se ha decidido emplear a nombres más “prestigiosos” para llevar las riendas: primero fue Marc Forster y ahora le toca el turno a Sam Mendes (Martin Campbell en Casino Royale significó un puente de la vieja guardia a lo nuevo). Desde la producción se entiende que lo que precisan estas nuevas entregas es que aquellas secuencias que van de una escena de acción a la siguiente, que antes no importaban demasiado, ahora estén bien actuadas y puedan alumbrar algo del interior de los personajes. El drama surge, pues, cuando descubrimos la inoperancia de un tipo como Forster para filmar una escena de acción decente y allí todo se desbarranca: el melodrama, el entretenimiento, la película. Con Operación Skyfall la lección fue aprendida y a sabiendas de que la acción no era el fuerte de Mendes, se contrató un director de segunda unidad experimentado como Alexander Witt. Por eso las secuencias de acción lucen bien narradas y con cierta espectacularidad. Hay un nombre aquí que resulta clave para entender algunas críticas que se han hecho sobre Operación Skyfall: Sam Mendes. Si bien cierto sector de la crítica quiere hacer ver que se trata de un director importante, hay otro (entre los que me puedo incluir) que cuestiona sus procedimientos y deja en evidencia al oportunista que desde esa copia mainstream del cine indie que fue Belleza americana ha evidenciado una pulsión por autodefinirse como trascendente. Por eso se escuchan acusaciones de solemnidad y pesadez sobre este Bond, pero acá hay que hacer un parate y, como dijimos antes, reiterar que esas cuestiones ya estaban en el germen de este nuevo agente 007 interpretado por Craig. Sin embargo el trabajo de Mendes aquí es acertado cuando imprime cierto estilo sin ponerse por encima del personaje, a la vez que deja que la mitología ligera y desprejuiciada contamine su cine habitualmente acartonado. Es cierto también que hay algo que sigue sin cuajar en esta nueva era del 007, y es que si bien las escenas de acción son grandotas y generosas, carecen del nivel de fantasía y creatividad que eran marca de estilo: acá no veremos nunca a un Pierce Brosnan tirándose de cabeza para agarrar una avioneta al vuelo o a Roger Moore partiendo el techo de su Renault 11. Ese verosímil áspero y seco que se pretende resulta impersonal y quita parte del encanto del personaje. Porque, convengamos, los conflictos que se construyen alrededor del agente, con ese villano tan pintoresco que interpreta Javier Bardem (un intento algo fallido de Joker a lo Nolan), no son tampoco tan importantes como para sostener un relato que se alarga hasta los 143 minutos. El problema no es de dirección, sino más bien de producción: tiene que ver con los objetivos acerca del personaje en el presente. Pero si hay algo juega a favor de Operación Skyfall, es que a diferencia de las anteriores (que parecían querer sepultar toda la iconografía Bond) hay aquí un placer por regurgitar lo simbólico: aparece esa lascivia grasa con las mujeres que bordea la misoginia, se recuperan piezas históricas como el viejo Aston Martin, aparece algo de humor y sobre el final (sin querer anticipar mucho) se revela el nombre de un personaje que tiene que ver con la genealogía. Posiblemente esa necesidad de la continuidad, que no existía en el original (donde sólo importaba la misión y la habilidad del agente para escapar cientos de veces de una muerte segura), y que pretende darle una unidad a la serie de películas pueda parecer una infidelidad para con el original, pero es cierto que como trabaja aquí los elementos Mendes hacen que se genere un interés en eso que vendrá más adelante. Es decir, si analizamos Operación Skyfall sobre los parámetros de este nuevo Bond, podemos decir que se trata de un muy buen entretenimiento. Lo demás será cuestión de gustos. Y que quede claro, yo también prefiero al viejo 007.
La vida de M se encuentra en peligro cuando esta se siente atormentada por el pasado. Ahora Bond demostrará su lealtad. Todo comienza con una estupenda persecución: la operación en Estambul junto a la agente Eva (Naomie Harris), mientras lucha por un maletín Patrice (Ola Rapace) y James Bond (Daniel Craig), termina mal y es dado por muerto. Un fracaso muy importante, porque otros agentes quedan en peligro ante una serie de hechos, y quien queda muy mal y expuesta es M (Judi Dench). El presidente del Comité de Inteligencia y Seguridad, Gareth Mallory (Ralph Fiennes) comienza a presionarla para que deje el puesto pero esta se niega, y el único que puede ayudarla es Bond. Alguien ingresa al sistema y comienza a amenazar, aquí el experto en informática es Q (Ben Whishaw). Cuando todo se encuentra en peligro incluyendo a M, James Bond (Daniel Craig) quien se encuentra en una isla del caribe, regresa a la acción y es cuando le informa que sólo seis personas en el mundo pueden hackear sistemas. En la investigación todo lo acerca al misterioso Raúl Silva (Javier Bardem). La misión es encontrarlo antes que todo se convierta en una catástrofe. Una de sus chicas será la guía, Sévérine (Bérénice Marlohe), la nueva chica Bond. El personaje de Bardem recién aparece a la hora y diez minutos de transcurrida la película. Es un villano brillante hasta se atreve a rozarle la entrepierna a Bond, loco, medio amariconado, teñido de rubio, por momentos un chiflado especial que logra en algún punto resultar querible. En pantalla James Bond cumple 50 años y hay momentos emblemáticos. Esta es la tercera entrega de Daniel Craig como James Bond, y me animo a decir que es la mejor (para aplaudir), visualmente es impactante, maneja muy bien los climas, todos los personajes se lucen y están a su medida. Hay mas: persecuciones, acción, espionaje, suspenso, peleas cuerpo a cuerpo, adrenalina, intriga, secretos, bellas mujeres para este agente, glamour. La banda sonora tiene mucho ritmo, no decae y posee una dosis importante de humor. Viajes a: Turquía, Shangai, Macao, las calles de Londres, etcétera. A Daniel Craig le sienta muy bien el papel. El director Sam Mendes sabe aprovecharlo no solo como actor, sino que además repara en su vestuario y en lo físico. Además de lo mencionado, solo nos resta esperar James Bond en el 2014, ya que esta saga continúa.
007 vuelve de la muerte y de la infancia Opus 23 de una saga interminable que cada tanto renueva su artillería y se maquilla por dentro y por fuera. Los años muestran al imbatible Bond con algún drama de conciencia. La búsqueda del villano es casi un pretexto para ir al encuentro de su oscura infancia y así poder saldar cuentas con sus padres. Un buen libro le da consistencia a una historia bien contada, que tiene, por supuesto, la espectacularidad de siempre, aunque se alarga más de la cuenta. Sus padres ausentes recobran presencia en esa inmolación final que le da sentido a una vida que más que correr tras los malvados parece haber estado huyendo de sus malos recuerdos. Este 007 parece no tener tiempo para los lujos ni las ironías. Pero no sólo para él ha pasado el tiempo: el espionaje ha quedado atrás, los hackers hacen más daños que los sicarios, los gobiernos cada vez necesitan más dominio y menos héroes. Y por allí anda Bond, sagaz, infalible, reconcentrado. Lo dan por muerto en la escena inicial y cuando reaparece podrá advertir que su ausencia pasó sin pena ni gloria. Por eso hay algo de revancha en su regreso. Hay persecuciones espectaculares, acción incesante, una trama bien armada fácil de seguir, secundarios rendidores y un impecable tratamiento visual. La escena final tiene extrañas resonancias: el padre es un símbolo aparte, y el villano y 007 irán a recoger en los brazos de esa falsa madre el sentido cabal de sus destinos.
A esta altura, después de 23 películas, es evidente que los films de James Bond se hacen un poco solos. También, dada la inepcia del pésimo Marc Forster, un director puede arruinar el preciso cúmulo de ingredientes que tiene hoy la serie. Daniel Craig es bueno, Judi Dench es buena, la mitología es sólida, todo es una enorme fantasía y el villano de Bardem, ampliamente copiado al Guasón de Heath Ledger (no es culpa de Bardem, claro) cumple. Y el director es Sam Mendes, un tipo “prestigioso” al que se recuerda por Belleza Americana. Pues bien: Mendes opta por las invenciones más o menos gráficas (se nota que es un satirista, se nota su oficio como puestista teatral y régie de ópera) en algunas secuencias que atraen el ojo –en esto mucho tiene que ver el fotógrafo Roger Deakins, que inventa bellos contrastes de colores- y justifican la entrada. A la hora de narrar, como siempre, Mendes es torpérrimo, con secuencias superfluas que no encuentra cómo justificar en la trama. Por cierto, Bardem y Craig y Dench (esta vez las “chicas Bond” son simple escenografía) sostienen el show con mucho brío, y la primera secuencia, con pocas palabras y mucho movimiento –quizás una de las pocas secuencias de acción más o menos precisas del film- ata al espectador a la butaca. Mejora sustancial respecto de la “cosa” anterior, no deja de ser apenas una vitrina para un gran personaje que, aún y después de medio siglo, no ha hallado su gran película.
Algo huele a podrido en el MI6 James Bond es un fenómeno especial en la historia del cine. A través de los años (cincuenta ya) se va reescribiendo como una tradición inevitable. Van cambiando los guionistas, los directores y también los actores, pero el personaje se ha vuelto inmortal. Precisamente, en estos días, se ha estrenado el hiperanunciado film de Sam Mendes, que es la versión 23a. de la saga Bond, con Daniel Craig como protagonista -quien ya hizo dos versiones anteriores y dicen que firmó para dos más- y con el ultrapromocionado tema musical compuesto e interpretado por Adele: “Skyfall”. El caso es que las películas del superagente 007 no se pueden ver como una película más sino como una manifestación de ese fenómeno complejo que tiene su impronta propia. Es lo que es, un entretenimiento, pero además es un símbolo y constituye un capítulo aparte en la filmografía de todos los tiempos, hasta ahora no emulado por ningún otro experimento cinematográfico, siempre dispuesto a renovar su vigencia. Aunque le han salido y le siguen saliendo imitadores en todos lados. En esta oportunidad, el director británico Sam Mendes asume el desafío y con un guión escrito por Neal Purvis, Robert Wade y John Logan, consigue otra vez atraer la atención del público, inyectando algunas características novedosas a la historia y también a la concepción del personaje. Es evidente que en lo que respecta a trucos, las clásicas persecuciones, las peleas con armas o sin ellas, y el despliegue de escenarios, además de las mujeres bonitas y los automóviles fantásticos, Mendes ha preferido no innovar y pone de todo un poco. ¿En qué consiste su toque? En llevar el conflicto al mismo seno del MI6, algo que desencaja a Bond. Un Bond que en esta oportunidad, a poco de empezar la película, cae bajo el ataque de “fuego amigo” y es dado por muerto. Esta situación provoca una crisis en los servicios de inteligencia británicos, y la propia M (Judi Dench) es sometida a una suerte de juicio político, donde un sector del aparato pretende destituirla. Bueno, el caso es que Bond no murió y al enterarse de los aprietos por los que atraviesa su jefa, reaparece para brindarle su apoyo. Entretenimiento puro Aquí comienza la verdadera acción de “Skyfall”. El superagente deberá enfrentarse a la conspiración, que está dirigida por el malvado Silva (Javier Bardem), que no es más que un ex agente descarriado, ofendido y resentido, que ha formado su propia organización y pretende destruir el poder del MI6 en venganza. Es algo así como un asunto personal, que trasciende como una cuestión interna. No se trata, en este caso, de un enemigo público que pone en peligro la paz del mundo. Mendes apuesta entonces a la construcción de una trama de intrigas que pone en juego pasiones, sentimientos, lealtades y traiciones. Una lucha de egos, una competencia por el poder en la polifacética estructura de los servicios secretos británicos, con un malvado que roza lo caricaturesco. Y si bien resulta que Bond no murió, parece que la que sí debe morir es M, para dar lugar a la renovación. Habrá que esperar las otras dos entregas prometidas para ver qué pasa. Si es fanático de la serie, encontrará muchos detalles para disfrutar, ya que la película abunda en guiños referidos a las versiones anteriores. Aunque también se pueden encontrar similitudes, que no parecen casuales, con algunas propuestas de la competencia. Juegos y más juegos, para entretenerse durante dos horas y media.
Un excelente 007 clásico y moderno El 6 de octubre de 1962 nacía un personaje cinematográfico que no tendría comparación. Hoy, luego de 50 años y 22 películas (oficiales) vuelve a la pantalla con lo más clásico de él, pero también con una imagen moderna. James Bond ha regresado con toda su fuerza y en el mejor de los films en los que Daniel Craig le pone el cuerpo al agente secreto de Su Majestad. “007 – Operación Skyfall” nos trae al mismo Bond de los dos films anteriores. Ritmo vertiginoso, mucha violencia y poco de los anteriores. Fue como el primer paso del aggiornamiemto de Bond a la era moderna de la cinematografía. Aquí se le suma a eso elementos típicos de los mejores Bond : desde el enfoque de las chicas Bond hasta el léxico, las formas y los modos sarcásticos e irónicos de los villanos. A eso súmele algunas cosas que vuelven a aparecer en escena después de 50 años y que va ha hacer delirara a los fanáticos de este personaje que Sean Connery hiciera famoso mundialmente. Esta vez Bond (Craig) tiene que recuperar un disco rígido con los nombres de todos los agentes británicos infiltrados en grupos terroristas sino lo hace pondrá en peligro la carrera y la vida de M (Dench), Para eso tendrá que enfrentar un villano muy especial, muy Bond. Silva (Bardem) es un hombre que quiere hacer sufrir a M volviendo a recordarle acciones que derivaron en sacrificio de algunos agentes, entre los que se encontraba Silva. También les hará ver el gran peligro que es la tecnología que todos el mundo avala si cae en un desquiciado (pero simpático) y peligroso ser humano.
La asombrosa capacidad de reinvención de la saga Es la película número 23 de James Bond, la saga de mayor permanencia en la historia del cine. Fue lanzada para conmemorar el cincuenta aniversario del inicio de la serie y de la primera aparición del famoso 007, el espía con licencia para matar. Comenzó en 1962, en plena Guerra Fría, con El satánico Dr. No , interpretado por Sean Connery. Desde entonces, con cada cambio de actor, el personaje también asumió características particulares. Daniel Craig lo encarna desde Casino Royal, en 2006. En ese filme y también en Skyfall , Craig aporta una renovación de los hábitos de Bond. Es un poco menos mito y está algo más cerca de la realidad. Además, ya no posee la sofisticación de otros tiempos y, en cambio, aparece más dispuesto a "ensuciarse" en el cumplimiento de sus misiones. Bebe cerveza y no sólo martinis e inclusive su expediente registra una leyenda que alude a "un rechazo patológico a la autoridad, originado en un trauma infantil". Además de su sentido literal, ("caído del cielo"), el título posee un componente emocional que se revela hacia el final de la película. En este caso, los escenarios elegidos para ambientar la historia son Londres, Estambul, Macao, Shanghai y Escocia. El villano de turno es Raoul Silva, también conocido como Tiago Rodríguez, interpretado por el español Javier Bardem. Aparece a la hora de iniciado el relato, y aunque un poco afeminado, es sádico y un "malo" de verdad, algo que Bardem sabe hacer bien. Hay un prólogo que se desarrolla antes de los créditos: una secuencia espectacular, con una frenética persecución de Bond a un delincuente, ambos montados en motos, sobre los tejados del Gran Bazar de Estambul. Lo que sigue no mantiene el mismo ritmo, pero lo retoma en la última media hora, que es francamente dantesca. Alguien logró introducirse en el sistema del M16 y robó una lista de agentes de esa central de inteligencia británica infiltrados en organizaciones terroristas que, si toma estado público, podría acarrear consecuencias funestas. La tarea asignada a Bond es identificar al "ladrón" y evitar la difusión de esa lista. Y otra preocupación suya es proteger a M, a quien el filme le concede un mayor protagonismo, por razones que el espectador descubrirá en la penúltima secuencia. M, nuevamente interpretada por Judi Dench con 77 años a cuestas, sostiene que ahora los enemigos no son naciones, sino personajes que se desenvuelven en las sombras. En este filme reaparece el famoso Aston Martin, el automóvil blindado y pertrechado con ametralladoras retráctiles, preparado por Q, el habitual proveedor de Bond de gadgets y armas, que en esta ocasión posee la figura del veinteañero Ben Whishaw. Entre los personajes nuevos se destacan Gareth Mallory (Fiennes), el presidente del Comité de Inteligencia; y Kincade, el cuidador de la mansión que perteneció a los padres de James Bond, interpretado por un barbado e irreconocible Albert Finney. Una inclusión poco afortunada es la de la morocha Naomi Harris como Eve, la nueva "chica Bond", quien cumple una tarea opaca y casi siempre al borde de la tragedia. La saga de James Bond fue desde sus inicios sinónimo de acción y aventuras, y Operación Skyfall no desmerece esa constante narrativa. Con algunos altibajos, un poco más dialogada, pero con una acertada dirección del británico Sam Mendes ( Belleza americana, Camino a la perdición), Operación Skyfall es también una demostración de la asombrosa capacidad de reinvención de la saga y de su protagonista.
La caída de la casa Bond. Desde Casino Royale, uno paga la entrada de la última película de James Bond para ver a Daniel Craig y su 007 brutal, rígido, trágico. La primera estuvo bastante bien, Martin Campbell entendió enseguida al personaje y fue capaz de acoplarlo con el cine de acción sin perjuicio de ninguna de las dos partes. La segunda, Quantum of Solace, a cargo de Marc Foster, resultó un pegote de escenas mal filmadas y peor editadas, con una historia endeble y un Bond que tenía que soportar sobre sus hombros el peso de una película que se desmoronaba minuto a minuto. 007: Operación Skyfall, por momentos parece que tuviera las intenciones y el pulso necesarios para volver al comienzo de la saga Craig: una persecución interminable, imposible, que incluye una carrera de motos sobre los techos de Estambul y el manejo de una topadora arriba de un tren de pasajeros, invita a ilusionarse un poco. Durante un buen tramo, Skyfall cumple más o dignamente con las expectativas, hasta que a Sam Mendes parece no alcanzarle el cine de acción y espionaje y cede ante los subrayados y las metáforas, que terminan por aplastar la historia y los personajes. La idea es clara desde el principio: este Bond habita un mundo en descomposición, el de la agencia de inteligencia británica MI6 que se encuentra más amenazada que nunca desde flancos múltiples que incluyen un enemigo salido de sus propias filas, una tecnología cómodamente vulnerable y la presión política del parlamento inglés y su pedido de explicaciones a la jefa M. El gran problema es que Skyfall no para de remarcar hasta el más mínimo detalle de la caída del protagonista y de los que lo rodean, por ejemplo, cuando Bond no se afeita durante varios días; incluso habiendo retornado al servicio el rústico agente gasta una barba exagerada que parece recordarle a los gritos al público la decadencia del personaje. Llega un momento en que no se habla de otra cosa que no sea el retirarse o el seguir en carrera, el estar o no apto para hacer un trabajo; prácticamente no hay acción y los diálogos se suceden unos tras otros, cada vez más pesados y reiterativos. La otra cosa es la mención al pasado, que comienza con un leve guiño al uso y abuso del gadget en la saga (esta vez, a Bond la agencia le entrega solo una cajita con una pistola y un rastreador, y nada más), que pasa a convertirse en el motivo que el guión machaca a cada rato, y hasta lleva a forzar una situación final inverosímil por donde se la mire: la vuelta al pasado metafórica que los personajes enuncian permanentemente se materializa, de manera sorprendente, en una antigua casona perdida en Escocia que, un poco al estilo de Perros de paja, habrá de servirles de fortaleza última. De paso, en ese único movimiento, Skyfall (que también es el nombre del caserón que perteneció a la familia Bond) arruina completamente no solo la credibilidad de la historia, sino también la constitución narrativa del protagonista, cuando se empieza a desenterrar su pasado de manera gruesa y totalmente anticlimática. Algo de esto ya estaba sugerido cuando se discute con el mismo Bond el resultado de sus tests, entre ellos, el psicológico: de golpe y porrazo, el personaje pierde su impenetrabilidad y se vuelve fácilmente explicable a partir de un trauma infantil. Es curioso cómo la película de Mendes, a pesar de su insignificancia en el marco de una historia que cuenta numerosos libros y transposiciones al cine, consigue dañar al personaje arrancándole para siempre una buena dosis del misterio que lo caracterizó a lo largo de las décadas. Pareciera que el director, inexperto e incómodo dentro de un género y una línea argumental que no entiende, se desquita minando la coherencia interna de la película. Encima, en ese mismo final se vuelve un problema inmanejable la tensión entre realismo y exageración que al comienzo había dado una persecución memorable. Si el atrincheramiento en la casa familiar asemeja un chiste mal hecho, una metáfora que inexplicablemente termina volviéndose literal, Mendes trata de balancear ese desborde con un exceso de realismo sobre todo a partir de la fotografía, trabajando solo con luz natural y con la oscuridad que provee la mansión. La escena acaba siendo una confusión de gente y de movimientos rápidos en las sombras que no se deja apreciar y mucho menos comprender: de vez en cuando, uno distingue la cara de Craig mal iluminada, pero solo eso. Para colmo, como si todo eso no alcanzara para dar con uno de los peores finales imaginables de cine de acción, el desenlace es acartonadísimo, con diálogos y acciones completamente inverosímiles que son el corolario obligado de la pérdida de rumbo del guión y de la sobreactuación y la pose que aporta Javier Bardem como Silva, un malo paupérrimo: el español trata de ser un villano Bond exquisito y amanerado pero nunca despega realmente de un exotismo impostado. Alguien podría decir que todo esto ya se veía venir en la escena con M dándole una lección sobre el estado del mundo a una ministra, donde el problema no es tanto las cosas que dice M y el tono en el que las dice sino el torpe, torpísimo montaje paralelo que empareja sus palabras con las imágenes de Silva yendo impunemente a asesinar en público a la jefa del MI6 (nota al margen: acá Mendes realiza –o al menos lo intenta– una mala copia de las dos últimas Batman, sobre todo de El caballero de la noche, con el Guasón infiltrado entre los policías o huyendo del hospital). Además de lo feo de la edición, la cuestión es que no se sabe cuál es el pensamiento de la película, o sea, si se avala lo dicho por M (como parece indicarlo la solemnidad con que se retrata el momento –¡al final ella lee unas líneas de Tennyson!) o si las imágenes intercaladas de Silva, por el contrario, vienen a desmentirla (porque el villano y su deseo de venganza son fruto del entrenamiento del MI6 y de una decisión terrible de M). No se sabe, y no se trata de una ambigüedad buscada sino solo de una falta de centro, de no poder formular con claridad una visión del mundo; esa misma incapacidad es la que lleva a malinterpretar el universo Bond y a someterlo, entre muchas otras calamidades, a la violencia tremenda que representa el tiroteo final en una antigua casa escocesa.
Un doble esfuerzo por permanecer James Bond, con más ganas de jubilarse y de vivir la vida loca que de seguir como espía, enfrenta una nueva misión. Difícil ser James Bond y ser original en un mundo y en un cine con Batman, Ethan Hunt ("Misión Imposible") y un Jason Bourne. Será por eso que el director Sam Mendes despojó al agente 007, por tercera vez en la piel de Daniel Craig, de cualquier gadget loco y lo manda a su última y más delicada misión solo con una 9mm corta y un transmisor de radio para ser localizado cuando lo solicite, logrando que la tensión y el peligro no decaigan ni un minuto de las dos horas y media que dura el filme. La tecnología ya no es lo que sorprende, sino la humanidad: Bond ni siquiera activa el asiento eyectable del Aston Martin DB5 en un momento en el que todos hubieran querido que lo hiciera, aunque en el fondo era sabido que se trataba de una falsa amenaza: él no haría volar por el aire a su madre M (Judi Dench), la presa más buscada de esta nueva cacería. Quien tiene la tecnología en "Skyfall", la 23 y última entrega del personaje de Ian Fleming, es el villano. Con miles de computadoras interconectadas es capaz de hacer caer la bolsa, o arreglar las elecciones en algún país remoto, o apropiarse de una isla solo porque "todo el mundo tiene un hobby". Sin disparos, sin correr, sin transpirar. A partir de su aparición, cuando ya ha transcurrido poco más de una hora, el psicótico e inquietante Raúl Silva, encarnado por Javier Bardem, se come la cancha y opaca al propio Bond, quien no está preparado ni física ni volitivamente para afrontar una nueva tarea. Pero no le queda otra opción. Sus días haciéndose el muerto en Medio Oriente, donde derrochó su entrenamiento con noches largas, alcohol y sexo envidiables se tienen que terminar. Porque la agencia MI6, de la que el propio Silva ha sido miembro, está en peligro tanto por las inentendibles intenciones del villano como por la mirada del Gobierno, que la señala como obsoleta. Aquí hay un hallazgo, porque si el argumento fuera únicamente tener que encontrar un disco rígido con información de agentes secretos, la historia caería mucho rápido por poco original. La pregunta que sobrevuela es ¿Le hace falta al mundo el MI6? ¿Le hace falta al cine James Bond? La película es, por partida doble, un esfuerzo por permanecer en un espacio y un tiempo que han cambiado mucho en los cuatro años sin Bond en la pantalla. La mala puntería, las ganas de jubilarse y ponerle fin a la acción se dan vuelta hacia el final. En un pirotécnico paso por Escocia 007 consigue prender fuego a su pasado y está listo para la próxima misión. El anuncio de la canción de Adele, que asegura que "este es el final", no es tal. Para Bond, el mundo necesita a Bond.
"Martini seco. Espere. Tres medidas de Gordon’s, una de vodka, media de Kina Lillet. Agítelo con hielo, y agréguele una fina rodaja de cáscara de limón" (James Bond, Casino Royale, 2006) Skyfall es una película decisiva, que llega en un punto crucial de la serie del 007. Luego de la muy buena Casino Royale, una floja Quantum of Solace -fallida desde el malo de turno hasta la chica Bond- ponía contra la pared al director por llegar, Sam Mendes, y al film número 23 de la saga. Un realizador ajeno al género, como las críticas negativas se empeñan en destacar, es fácilmente el culpable de un proyecto que no logre estar a la altura de las circunstancias. No es este el caso, entonces, ya que lo que se encuentra en el ganador del Oscar por American Beauty es un hombre capaz de encauzar el camino perdido del mítico personaje, capaz de equilibrar un argumento centrado en lo contemporáneo pero en forma tal que sea coherente con la tradición y, de esta forma, recuperar unas raíces que ya no eran visibles. El logro central de esta nueva aventura es el devolverle al MI6 el peso que tuvo durante mucho tiempo en los 50 años de James Bond. La vuelta de Q, el recorrido por las instalaciones y el contacto con otros miembros importantes de un equipo que se había reducido a la simple interacción con M, son elementos que Skyfall vuelve a poner en pantalla. Lo hace sin descuidar las escasas relaciones personales que el protagonista logró desarrollar en el tiempo, fundamentalmente con esa figura materna encarnada por Judi Dench. Todo esto, incluso la vuelta literal a los orígenes, se hace posible por un volantazo importante en lo que era la idea de esta saga con Daniel Craig como actor principal. Tras sentar una sólida base con Casino Royale, que lejos de ser autoconclusiva como en años anteriores dejaba las puertas abiertas para una secuela, los logros alcanzados se disolvían con una segunda parte demasiado servil a la primera, al punto de no poder despegar sin hacer constante referencia a la anterior. Una película con vuelo propio, como es esta de Sam Mendes, es lo que el personaje necesitaba para volver al ruedo, sin la pesada herencia de la del 2006 pero sin descartarla del todo, armando una estructura alrededor de ella capaz de ser retomada en años posteriores. Skyfall funciona más allá del 007. Aquella fórmula precisa cual Martini Vesper no se repite, se cambian las medidas, se agrega otro aperitivo y el sabor es tan refrescante como el trago en sus mejores épocas. El mal sabor de boca del anterior, cuya receta del éxito -chica Bond, villano de turno, lugares exóticos, secuencia de créditos- falló por usar ingredientes de poca calidad, da lugar a una nueva película que limpia el paladar y se deja disfrutar. Aún sin las grandes dosis de acción que se podrían haber esperado, se hallan sobre todo en la gran secuencia inicial y en un tercer acto símil Mi Pobre Angelito, hay potentes ráfagas de adrenalina que vienen y van, pero que dejan la sensación de que algo grande se está cocinando. Más allá de su impacto en la saga, este nuevo film se destaca desde sus particularidades, con un guión de Neal Purvis, Robert Wade y John Logan que logra eludir la solemnidad en la que fácilmente se podía caer con una trama que, a diferencia de las otras, se adentra en el pasado oscuro de sus personajes centrales. Hay además poco espacio para las bellezas de la ocasión y un villano –gran interpretación de Javier Bardem- que aparece a los 75 minutos de película pero deja su trazo indeleble en la historia, desde su motivación hasta su forma de dirigirse, pasando por un look -defecto físico incluido- que se inscribe en la línea de la saga. Finalmente cabe destacar el ya habitual enorme trabajo del director de fotografía Roger Deakins, cuyo sello queda marcado a fuego en un film estéticamente impecable que da cuenta de lo mejor de sí en su primera realización en digital. Skyfall es una muy buena película, que recupera los mejores años de James Bond, como lo había hecho Casino Royale más de un lustro atrás. Su fuerza reside en que no sólo se sostiene por su cuenta, como una producción independiente de las otras, sino que también apuntala los pilares subterráneos que mantienen a la franquicia viva. Una tercera parte que se siente como si fuera la primera. Un gran logro de Sam Mendes.
Para los ansiosos intentaré resumir Operación Skyfall en pocas palabras: es una gran película Bond pero no es una gloriosa pelicula Bond. No hay nada en el filme que sea fascinante o descomunalmente original - entendámonos bien: Skyfall no es la nueva Goldfinger, algo que rompe la tierra y empieza a ser imitado a rabiar por medio mundo -, pero sin lugar a dudas es un sucesor más que digno para la cercana Casino Royale y, desde ya, que le pasa el trapo a Quantum of Solace. A mi gusto personal me sigo quedando con el filme de Martin Campbell y, en caso de compararlos, diría que Skyfall es un 10% más floja. Mientras que los personajes y la acción son notables, la historia de fondo empieza a resquebrajarse cuando uno comienza a analizarla después de ver el filme. ¿Era necesario armar todo este complicado bardo para intentar matar a una sola persona?. A final de cuentas, si 007 entra y sale del departamento de M como pancho por su casa, ¿por qué idear una satánica conspiración para liquidar a una anciana a la cual la artritis apenas le deja tomar un arma?. Operación Skyfall marca la entrada número 23 en la saga oficial de 007, la misma que en estos momentos se encuentra cumpliendo 50 años de antigüedad. Pero la génesis de Skyfall fue larga y complicada, especialmente después que la Metro Goldwyn Mayer - co poseedora de los derechos cinematográficos de 007 - se declarara en quiebra en el 2010. Lo que siguió fue una sucia comedia de enredos, en donde un puñado de estudios independientes comenzaron a chicanearse mutuamente para hacerse con el control de los activos de la MGM (en parte o en su totalidad) a precio de pichincha, y que terminó con un gobierno consensuado por los interesados, el cual consiguió inyectar algo de liquidez al estudio en vista del rodaje de dos futuros tanques de taquilla - como lo son la saga de El Hobbit (sobre la cual la MGM tiene los derechos) y la película de 007 que ahora nos ocupa -. Todo esto devino en una demora de cuatro años entre Quantum of Solace y Skyfall, un parate sólo comparable a los seis años de impasse ocasionados por el desastroso final de la era Dalton (tras el fracaso de Licence to Kill) y la llegada de Pierce Brosnan en Goldeneye. Al menos los cuatro años de espera valieron la pena para que el equipo creativo puliera y enriqueciera la trama. Además de los habitués Robert Wade y Neal Purvis figura el guionista John Logan (Rango) y el oscarizado director Sam Mendes, el mismo de Belleza Americana. Ciertamente es un mix bastante inusual, pero la fórmula de traer a la saga a gente que no es del género le ha venido dando excelentes resultados a la dupla de productores Barbara Broccoli y Michael G. Wilson. Aquí Mendes demuestra que es un director todo terreno, y que maneja tan bien a los personajes como a las secuencias de acción más salvajes. En sí, Skyfall es la historia de una venganza. Otro ex agente del Mi6 que viene a cobrarse una vendetta personal contra M y el Mi6. Para ello urde un rebuscado plan, el cual no sale como corresponde cuando 007 decide meter sus narices en todo el asunto. Toda esta historia se divide en un esquema clásico de tres actos, los cuales están claramente diferenciados: en el Acto I se pierde una lista que contiene las identidades de todos los agentes secretos occidentales infiltrados en las principales organizaciones terroristas existentes en el mundo (¿la lista NOC?). En el Acto II nos topamos con el tipo que se apoderó del archivo, un ambiguamente gay (!) ex agente británico que piensa ventilar esos datos para provocarle un despiole a M, su antigua jefa en el servicio secreto, y a la cual se la tiene jurada ya que ésta la mandó a otra de esas típicas misiones sin retorno. Y, en el Acto III el villano provoca tanto caos que nuestros héroes deben refugiarse en un chalet en la campiña escocesa, listos para montar una improvisada resistencia ante la llegada inexorable del malvado y sus sicarios. El Acto I es típica rutina Bond - 007 encuentra una pista en el punto A y va al B; allí encuentra otro dato y va al punto C; y, en el medio, hay pirotecnica verbal con sus superiores de turno -, hecha con prolijidad pero sin ser impresionante. Ciertamente hay una excelente escena de acción (en la secuencia pre créditos), pero el resto es bastante charla y muchas peleas mano a mano. Pero donde Operación Skyfall cobra personalidad es en el Acto II cuando - después de una hora - nos topamos con el villano de la película. Empiezan a aparecer excelentes piezas de diálogo - Bond como una fuerza letal e imparable, capaz de cambiar el destino de las personas; el malvado Raoul Silva como un individuo brillante y cinico, dotado de su propia visión del mundo - y el filme comienza a levantar vuelo de gran altura. Sin dudas Raoul Silva es el primer villano homosexual (o bi norma, como quiera llamarlo) de la saga y - como para que no queden dudas - al tipo se le hace agua la boca al ver los trabajados pectorales de Daniel Craig, tras lo cual no escatima en epitetos e indirectas para ver si el blondo protagonista agarra viaje. Ese primer encuentro podría haber devenido en una escena soberanamente kitsch, pero el libreto - y la perfomance de Bardem - se dan maña para dar vueltas las expectativas y transformar al villano en un personaje sofisticado e interesante. Raoul Silva es brillante, expeditivo y, sobre todo, carismático: el tipo sabe captar la atención de la gente que lo rodea con sus pensamientos y anécdotas. En más de un sentido Raoul Silva no deja de ser un villano nolanesco - su genética malvada es muy similar al Joker de Batman, el Caballero de la Noche: otro terrorista brillante y sangriento, chiflado y desbordante de humor negro -. Incluso la escena en donde Javier Bardem está encerrado en una celda en el Mi6 y, de pronto, toda la estación comienza a quedar bajo ataque, parece extractada del clásico de Christopher Nolan. Faltaba que Bardem comenzara a aplaudir en su celda para completar la sensación de deja vu. Y el Acto III es extraño. En vez de destruir una gigantesca base secreta, lanzarse a una persecución interminable, o pelear contra un exótico secuaz, 007 se embarca en un duelo propio de una película western. Algo así como A la Hora Señalada pero en Escocia. Toda la secuencia es tensa y prolija, pero resulta rara verla en una película Bond. Ya para ese entonces el filme transpira peligro por todos sus poros - otro punto en común con Batman, el Caballero de la Noche - por lo cual no tenemos garantía alguna de que los personajes principales lleguen vivos a la secuencia de créditos finales. Ciertamente la trama tiene problemas cuando uno la analiza en perspectiva - ¿tanto era el odio de Raoul Silva? ¿no había un método más simple de intentar matar a M? - pero los personajes y los diálogos son tan interesantes que uno nunca termina por revisar seriamente la lógica de sus actos. Quizás uno de los puntos menos fuertes del filme sea que el villano (que es un constante ladrón de escenas) aparece demasiado poco. Aún así, no me sorprendería que alguien tirara al ruedo el nombre de Bardem como posible candidato a una estatuilla como mejor actor secundario. El otro punto interesante tiene que ver con la mitología Bond. Acá pasa por dos aspectos: por un lado caen las últimas fichas que faltaban para completar la leyenda - aparece Q, esta vez como un imberbe ciber nerd, lo cual resulta muchísimo más logico y realista que ver a un geronte con guardapolvo, y lo que termina por producir algunos contrapuntos deliciosos con la hosquedad de Daniel Craig; Bond recibe su Walther PPK oficial (aunque ahora cuenta con reconocedor de huellas dactilares); y llega del cielo la dichosa Moneypenny, aunque su inclusión en la mitología 007 está metida con calzador - y, por el otro lado, toda la trama trasunta guiños a la tradición cinematográfica y literaria del personaje. Esto no es un catálogo de obviedades al estilo de Otro Dia Para Morir, sino que están mejor camufladas; por ejemplo, el Aston Martin de Craig no es el coche de serie que ganó en la apuesta de Casino Royale sino el vehículo recargado de gadgets que manejaba Sean Connery en Goldfinger (los homenajes van desde un par de tomas similares a la persecución de Connery en la fábrica suiza del filme de 1964, hasta un delicioso gag en donde Craig contempla la posibilidad de presionar el botón rojo de la palanca de cambios y expulsar a Judi Dench por el techo!). Los homenajes abundan, incluyendo un nuevo obituario de 007 (y su falsa muerte, tal como en Solo Se Vive Dos Veces), nos topamos con otro agente renegado al estilo de Goldeneye; e incluso el duelo final parece extractado del libro original de La Espia que Me Amó. Operación Skyfall es un sólido film Bond. Es mucho más satisfactorio que Quantum of Solace, pero no supera a Casino Royale (al menos, a mi juicio). Hay un gran villano, pero está muy retaceado, y hay muchos personajes interesantes en una historia que es mucho mas simple de lo que parece. Termina con éxito la trilogía de "precuelas" que sirven para parir el James Bond tal como conocemos; y, aunque no haga historia, desborda de talento creativo como refrescar este cuento kabuki que venimos siguiendo desde hace 50 años, y que parece estar encontrando la madurez justa en la etapa de Daniel Craig como protagonista. 5 CONNERYS : Gran villano, pero aparece poco y la trama es mucho más simple de lo que parece. Hay excelentes personajes y grandes diálogos, pero la historia precisaba ser más original para convertirse en un clásico. De cualquier modo, una de las mejores entradas en toda la saga.
EL PASADO Y LO QUE VENDRÁ El pasado puede ser una pesada ancla que empuja hacia el fondo y no deja avanzar. Pero también puede ser los cimientos sobre los cuales construir el futuro. Y OPERACIÓN SKYFALL, la película número 23 de James Bond, es una reflexión en torno a eso, a la misma esencia de un espía que tras 50 años de aventuras cinematográficas se sigue reinventando. El film se planeta qué hacer con un personaje casi convertido en cliché, luego de Bournes y parodias varias. ¿Reinventarse o morir? ¿Vale la pena seguir resucitando? ¿Y qué hacer con medio siglo de misiones, chicas Bond, martinis agitados no revueltos? El pasado también se convierte en un elemento central en la trama, cuando M (Judi Dench) y toda la organización MI6 es amenazada por un terrorista, alguien que quiere que la jefa de 007 piense en sus pecados, en lo que hizo, tal como le dice en un mensaje cuando hackea su computadora. Bond (Daniel Craig), quien había sido dado por muerto en una misión en Turquía al comienzo del film, regresa (resucita) y será el único capaz de detener al villano. La trama también profundiza en la relación entre M y Bond y nos permitirá conocer algo del pasado del protagonista, más allá de la superficie, más allá de sus trajes elegantes. OPERACIÓN SKYFALL (que, nota aparte, es un pésimo título traducido porque en la película no hay ninguna “Operación Skyfall”) regresa a las raíces de Bond, en cuanto creación y en cuanto personaje/persona, algo curioso porque, tras medio siglo, nos damos cuenta de que no sabemos mucho acerca de él y de su historia personal (hasta ahora se había mostrado como un hombre sin pasado). Aquí, 007 es presentado como un agente maduro y experimentado, que prefiere hacer las cosas a la vieja usanza (se afeita con una navaja, por ejemplo). Hay constantemente una tensión con el futuro, con lo que vendrá: así, Bond se muestra algo reacio a trabajar con el nuevo Q, personaje característico de la saga (ese que le da a Bond sus artefactos tecnológicos) que regresa ahora convertido en un joven nerd. En su primer encuentro, 007 le dice que “juventud no garantiza innovación”. El jokerístico villano Raoul Silva (Javier Bardem) también está vinculado al pasado de M y de la organización MI6: tarda en aparecer, pero cuando lo hace, lo primero que llama la atención es su aspecto, más rubio que Bond, sus movimientos amanerados y sus gestos, que mezclan locura y agobio. Es para destacar su presentación, con un largo monólogo mientras camina, y su contradictoria filosofía anti-pasado (“Perseguir espías es tan anticuado”, dice), pero al mismo tiempo es el pasado lo que impulsa su venganza. Lamentablemente sus planes resultan ser algo estúpidos y le quitan fuerza como antagonista. Lo más importante que hace Silva es obligar a los personajes a recordar, a pensar en lo que hicieron mal. Y esto, indefectiblemente, lleva a mirar hacia el futuro: ¿Cómo seguir? ¿Qué cambiar? ¿Qué mantener? Quizás sea simplemente la nostalgia por el festejo de los 50 años del personaje, pero la etapa Daniel Craig, que comenzó con CASINO ROYALE (2006), parece haber tomado un nuevo rumbo. De hecho, en OPERACIÓN SKYFALL no hay ningún punto de contacto con la historia que se venía contando hasta ahora sobre la organización terrorista Quantum. Esto puede verse como un paso atrás, pero fue necesario luego del tropezón que supuso QUANTUM OF SOLACE. Esta es una película que reflexiona sobre sí misma y sobre toda la saga, con varios homenajes a entregas anteriores, como la reaparición de ciertos personajes (por ejemplo, Q) y del famoso auto Aston Martin DB5. Hasta ahora, el Bond de Craig se había parado frente al mundo como un héroe realista, tratando de mostrarse moderno y alejado de los Bond anteriores y sus clichés. En OPERACIÓN SKYFALL, abraza y acepta su pasado: se reconoce, se admite, reivindica su esencia. Bond volverá, como siempre, para seguir avanzando hacia el futuro, pero sin dejar de mirar nunca hacia el pasado.
Vivir y dejar morir Si algo de diferente, o podría decir de antología, hay en esta última entrega de la ya conocida historia del espía, no tan secreto, es la que se produce casi al promediar el filme, el encuentro entre James Bond (Daniel Craig) y su villano de turno Raul Silva (Javier Bardem), más por el lado del villano que del héroe transgeneracional. Es que la construcción del personaje de Silva esta plagado de sutilezas, desde ser un ex agente, compañero de Bond, a mi entender, y en cuanto a discurso, la más importante, ya que presenta a M (Judi Dench) y todo su grupo como la productora del monstruo salido de sus propias entrañas. Hasta la derivación en una mezcla en el que aparece por momentos Anton Chigurh, en su personaje de “No es país para viejos” (2007), mezclándose con el Guasón de Heath Leadger, en “El caballero de la noche” (2008), o con la impronta en otros momentos el Hannibal Lecter de Anthony Hopkins, tal el grado de humor rayano en el cinismo, el doble sentido constante desde sus líneas hasta del como articula su rostro y su cuerpo para decirlas. La historia es bastante pueril en varios aspectos, luego de una primera secuencia más de película de acción pura y mucha adrenalina, James Bond muere. Su obituario es escrito por su jefa, mentora, protectora y otros etc, M, quien esta involucrada siendo casi directamente responsable del fallecimiento de su agente preferido. Pero como el bueno de James es como el Ave Fénix, resurge, no de las cenizas, sino de las aguas del río al que cayó, tal como Jason Bourne (JB) lo hace en “Identidad desconocida” (2002). Este también es un guiño para el resto del relato. La verdad es que la amenaza se cierne sobre la persona de M, alguien intenta matarla, y ahí estará Bond para salvarla. No hay demasiado más en respecto del cuento. El director ingles Sam Mendes, ganador del premio de la academia de Hollywod por “Belleza americana” (1999), sabe darle su propia impronta a la producción, sobre todo en algunas de las escenas más intimistas, en tanto que las de acción bien podría ser rodadas por cualquier director técnico, ya que se establecen en el ámbito de filmes cuyos responsables son los productores. De tener que elegir un Bond me sigue quedando en la memoria el personificado por Roger Moore, igualmente que Sean Connery, uno haciendo gala de todo el humor fino ingles, el segundo más serio, y en medio de los dos, como una conjugación de ambos, Pierce Brosnan. Daniel Craig, y no es por culpa del actor, personifica a un James Bond mucho más violento, sanguinario, sin sutilizas, con muy poco humor, y menos humanitario. Sólo se desprende del texto si hay tiempo para la sensualidad y la referencia obligada a las chicas Bond de cada película. Pues aparte de los homenajes a los nombrados, ya sea con el rescate del Aston Martín utilizado por Connery, o una escena que hace recordar a Moore saltando entre cocodrilos, en todo momento se hace referencia a que todo tiempo pasado pudo ser mejor. Lo clásico no pasa de moda, y al mismo tiempo la modernidad se hace presente en evolución constante. El realización dura 150 minutos, el equilibrio narrativo esta dado por el balance necesario entre las escenas de acción y las de reconstrucción mínima de la historia del personaje. El titulo original hace referencia a la infancia del personaje principal, que hasta parece una excusa para regalarnos la presencia de Albert Finney en el personaje de Kincade, de importancia vital en la niñez de Bond y muy posiblemente en su futuro inmediato. La continuidad esta asegurada. (*) Realización de Gay Hamilton, de 1973.
Renuncia voluntaria Nueva entrega de James Bond con Daniel Craig interpretando al mítico agente 007 de manera física y explosiva. Aquí él resurgirá de su muerte para evitar que su querido MI6 sea desmantelado y como es de costumbre esto implicará mucha acción y entretenimiento. Sin embargo lo que más se destaca de la película es su impresionante pasionalidad, donde a diferencia de las otras historias, los personajes tiene motivaciones mucho más profundas que el deber o la ambición. Un relato tan disfrutable como atrapante, ya que después de todo es una película de espías. Esta tercera entrega parece querer dejar atrás todas las tradiciones de las películas de James Bond. A medida que los minutos van corriendo cada vez se nota más el dilema entre continuar con los clásicos procedimientos o modernizarse. Es asombroso e interesante como a pesar de estar orgulloso de su pasado, es consiente que su tiempo ha pasado y se exige que por propia voluntad se renuncie a los viejos hábitos para así poder dar paso al futuro. La escena donde se encuentran "Q" y "007", lo sentencia de la manera más brutal: ya es tiempo de remolcar el viejo buque de guerra. Las historias de redención o revancha siempre presentan un cuadro más que prometedor. En esta oportunidad un debilitado Bond debe recuperarse rápidamente si quiere poder detener a un criminal fantasma del cual nada se sabe. Todos los personajes tienen más de una faceta o propósito y aunque hay resultados dispares (Fiennes es tan medido como efectivo mientas que Bérénice Marlohe no es ni incidente ni interesante), el trío protagónico sale muy airoso gracias a su complejo conflicto maternal. No es casual que por primera vez se habla con tanta importancia sobre el pasado de Bond. Lamentablemente la trama de 007 no es del todo aprovechada. Incluso la disputa entre tradición o renovación tampoco encuentra un desarrollo entermamente satisfactorio. Sin embargo ambas logran ser de mucha utilidad para crear grandes escenas. En el primer caso, el dilema estalla en una competencia de tiro similar al mito de Guillermo Tell y en el otro lado, aparece una conmovedora audiencia pública donde M recita un poema de Tennyson. La acción y los efectos visuales son atrapantes. Cada secuencia es sinónimo de peligro, vértigo y adrenalina. Su majestuosa realización técnica le permite crear escenarios extremadamente tensos e hipnóticos. Hay persecuciones llenas de velocidad, momentos de sigilo agobiante y tiroteos repletos de acción. Aunque la película, durante toda su duración, mantiene en vilo al espectador, es inevitable resaltar que su historia se va desdibujando a medida que se acerca al final. Bardem pasa de ser un villano muy meticuloso y letal a convertirse en alguien enceguecido de odio y cuyas acciones finales cada vez son más forzadas y poco creíbles. Incluso mientras más se desarrolla la trama más inverosímil se convierte, donde los distintos acontecimientos se van asociando de maneras extrañas e inútiles. Sin ir más lejos, es absurdo creer que Bardem haya podido planificar semejante plan lleno de idas y vueltas si su objetivo era una tarea tan simple como matar a una persona. El principal mérito de Skyfall radica en su exaltación de emociones y complejos por parte de sus protagonistas. Personajes solitarios que tienen fuertes lazos entre sí y cuya interacción despierta traumas bastante severos. Por lo tanto, queda claro que esta vez no son solo negocios, es personal.
007 Operación Skyfall empieza muy bien. La persecución que finaliza con una lucha cuerpo a cuerpo en el techo de los vagones de un tren posee un montaje inteligente. Plano detalle, plano general, movimientos circulares veloces. Geometría y timing. Así, Bond parece imbatible y su inteligencia práctica para resolver en segundos situaciones insólitas se puede intuir a través del montaje. Él mira y resuelve; el montaje, mientras tanto, reproduce la observación, su decisión y la resolución. Pero Bond muere. Y luego resucita, hasta quizás descanse un poco. Pero no: Bond necesita siempre obedecer; allí está su placer y es por eso que acostarse con alguna belleza exótica más bien lo deprime (no tanto jugar con escorpiones y tomar un poco). Bond regresa y su adorable madre putativa, M, lo admitirá. Por un hijo una madre hace cualquier cosa, incluso alterar los exámenes físicos de un Bond disminuido. Después llegará el malvado de turno. ¿Acaso Bardem se fugó del film de los Coen? ¿Un hijo no reconocido de Hannibal Lecter? Su maldad no responde aquí a ninguna voluntad de poder. Su terrorismo informático es un método terapéutico; el objetivo real es casi edípico y esparcir el mal en el mundo resulta secundario. Tema principal: el espionaje analógico y físico se mide ahora y prueba su legitimidad respecto del espionaje digital e inmaterial. Observación general: los superhéroes y los agentes secretos ya no se definen por sus acciones; es la hora de la psicología profunda. Se trata de legitimar lo que está detrás de un disfraz a menudo ridículo y de maquillar el estereotipo del agente secreto. Observación específica: la psicología desplaza la exposición ideológica. Los traumas de Bond y su melancolía son ostensibles, y así olvidamos su reconocida misoginia y su aristocracia pop. O más bien se sustituyen los viejos atributos por otros. Segunda observación específica: Bond ya no es un agente de la oligarquía británica y un fiel guardián del imperio y sus simpáticos reyes. Es un desamparado; ya ni siquiera está la escena final en el que sus proezas militares se recompensan con un buen polvo en alguna isla perdida del mundo. Primera y última observación secundaria: la elegancia textil de Bond no calza con su físico. El cuerpo es proletario, y quién nos dice si en el próximo capítulo el deseo de 007 se orienta hacia “el amor que no se atreve a decir su nombre”. Primer y último elogio: sí, hay una gran secuencia en el film de Sam Mendes. La lucha cuerpo a cuerpo en un rascacielos de Shanghái es extraordinaria (aunque la resolución narrativa de la escena es intrascendente). En otro tiempo, un film de Bond consistía en descubrir avances tecnológicos ingeniosos, verificar (involuntariamente) sweatshops en países exóticos y transitar sin agotamiento alguno un relato liviano y divertido. El inconsciente político del film estaba brutalmente expuesto. No había posibilidad de equivocarse. Síntesis general: es el fin de la era del puro entretenimiento. Hoy entretenerse es entrenarse en los misterios del alma y en la mitología del Yo. Advertencia política: el enemigo vive en las sombras. Bond sabe de ellas y nos defiende, e incluso sufre por nosotros y jamás capitula.
No conviene adelantar prácticamente nada de la trama de esta aventura número 23 del agente inglés más famoso del mundo. A la altura de “Casino Royale”, una de las mejores -si no la mejor- de todas las historias de James Bond, aquí M (Judi Dench) cobrará el protagonismo que nunca le fue reconocido y la trama girará en torno a su pasado y de qué modo esto afectará su futuro personal y profesional. Allí estará 007 (Daniel Craig, nuevamente uno de los mejores –si no el mejor- Bond) para ayudarla, acompañarla, rescatarla y redimirla. Desde su logradísima secuencia de acción anterior a los títulos de apertura (Sam Mendes sorprende en su habilidad dentro de un género en el que nos era desconocido, aunque contó con la invaluable colaboración del director de la segunda unidad), los créditos en si mismos armonizados por la potente voz de Adele, el villano perverso y lleno de dobleces de Javier Bardem, y un desenlace a puro tiro, explosión y genuina emoción, Operación Skyfall ingresa dentro del listado de lo más destacado en la extensísima trayectoria Bond.
007: Operación Skyfall (Skyfall, Sam Mendes, 2012) Otro plato Nada menos que cincuenta años se cumplieron desde la primera película de James Bond, El satánico Dr. No, y su conmemoración debía hacerse con una obra a la altura de una saga que significa un orgullo para la potencia inglesa. El paladín de los servicios secretos británicos que se abre paso con impunidad y a los tiros en un plano internacional, persiguiendo maleantes de diverso tipo y calaña nunca dejó de tener un peso simbólico considerable para un país que se esfuerza en mantenerse presente. Pero los tiempos y las sensibilidades cambian, y también las formas de mostrarse al mundo. Como Jason Bourne supuso un cambio importante en la percepción del agente internacional de elite, un agente del MI6 debe de justificarse a sí mismo –esta película no para de hacerlo- y además no podía quedar en desventaja comparado con uno entrenado por la CIA. Esta última imposición requería de un aggiornamiento forzado, y es todo un síntoma que los recambios de James Bonds duren cada vez menos. Está claro que se necesita un actor a la altura, cuarentón, buenmozo, carismático y en buen estado físico. Pero el margen para reunir estos requisitos y que, encima, logre proezas atléticas a lo Bourne, es muy acotado. Si Sean Connery y Roger Moore, los Bonds más activos, duraron en su papel respectivamente veintiún y doce años, el penúltimo, Pierce Brosnan, lo haría tan solo por siete, y hoy Daniel Craig parecería al borde del retiro luego de seis años y tres extenuantes rodajes. La apuesta al director Sam Mendes (Belleza americana, Solo un sueño) pareció apuntar a una firma oscarizada y de renombre, y al envoltorio estilizado, tan del cine british. Es así que las escenas son pulcras, la acción es vistosa, la secuencia de créditos inicial de tan bien diseñada da gusto, y los primeros tramos de acción aferran al espectador con fuerza y convicción. La persecución inicial, con Bond en moto a través de los techos de las calles de una feria en Estambul (!), en montaje paralelo a otra agente recibiendo instrucciones y siguiendo la persecución lateralmente dan mucho y prometen aún más. El interés no decae en las dos horas y media que dura el metraje, hay adquisiciones que caminan muy bien y que suponen otro reinicio a la saga –Naomie Harris como la nueva Moneypenny, Ralph Fiennes, y sobre todo Ben Whishaw, un Q hacker muy post-Millenium- y adquiere protagonismo Judi Dench, quizá la mejor M que se haya visto. Javier Bardem logra un villano impagable, -que como señala el crítico argentino Diego Lerer parece extraído de una película de Almodóvar- que se presenta con un notable y desagradable monólogo sobre ratas e impone acercamientos homosexuales que parecieran perturbar más a Bond que cualquier tortura física. Pero la película pareciera redondear todos los vicios del cine británico. Las escenas de acción, aunque cumplen con la cuota de espectacularidad necesaria, no se desenvuelven con imaginación. Digamos que está bien la idea de las motos por los techos, pero los grandes cineastas de acción (Steven Spielberg, Brad Bird) logran imprimir una creatividad extra que llevan las situaciones a un vértigo insospechado. El enfrentamiento final no dignifica la muerte de un villano tan esforzado y deja con ganas de resurrección. Como la mayoría de las películas inglesas, Operación Skyfall es formalmente bella y atractiva a priori, pero mantiene a la espera de un vuelo audiovisual que finalmente no llega.
Lo que fue y lo que será No soy un fanático de James Bond, ni mucho menos. De hecho, vi muy pocas de sus películas, ya sea las viejitas o las más nuevas. Recuerdo haber escuchado maravillas de Casino Royale y -ajeno a la saga como siempre fui- no prestarle demasiada atención más allá de haber visto partes en el cable, muy entretenidas, dicho sea de paso. Por eso, cuando me acerqué a ver Skyfall, al calor de las geniales críticas, tuve que abstraerme un poco de pensarla como un producto más de la franquicia (que desconozco casi en su totalidad) y asimilarla como un filme de acción específico, más allá de los Martinis, los "Bond, James Bond", las chicas sensuales y los aparatitos modernos. Lo extraño es que esta Bond es una película a la cual considerarla como un producto de franquicia es equivocado: Skyfall es un filme que carece casi por completo del espíritu que hizo famoso a la marca, para dar lugar a una progresiva añoranza al pasado en donde lo moderno y los guiños al personaje que todos conocemos pasan desapercibidos, como si fueran cameos de películas pasadas. Una de las cosas que llamó la atención de Skyfall desde el comienzo de su producción fue la elección del director. Sam Mendes, ganador del Oscar por Belleza Americana, es un director cuya única incursión en algo parecido al género de acción fue Camino a la perdición, por allá por el año 2002, un filme que está lejos del rimbombante estilo que propone James Bond. De todas formas, no habrán sido tantos los que dudaron de su capacidad para ponerse al hombro una película de este calibre siendo que Mendes siempre salió bien parado de sus producciones. Menos aún cuando se eligió al maestro Alexander Witt como director de segunda unidad, el responsable de las escenas de acción de las películas más impactantes que se les ocurran (Gladiador, La Caída del Halcón Negro, Casino Royale, American Gangster, The Town, Safe House o la escena del robo al tren en la última de Rápido y Furioso), un verdadero genio en el ámbito de la acción. Aquí no se quedan atrás y desde el primer minuto del filme nos encontramos con trepidantes persecuciones, tiros, patadas, trenes, motocicletas, accidentes, explosiones y caídas de 100 metros al vacío. Todo con la calidad que estos dos grandes artistas suelen proponer en sus trabajos. El guión de Neal Purvis y Robert Wade (usuales colaboradores de la saga) sumados a otro talento, John Logan (guionista de Gladiador, La Invención de Hugo Cabret, El Aviador, El Último Samurai, entre otras) plantea un motor principal para el villano: la venganza. Mediante una ordenada construcción, distribuye el relato de manera intrigante y aprovecha bien su texto para plantear problemas interesantes: la ambigüedad de M, por ejemplo, quién es responsable de tomar las decisiones y dejar a su suerte a sus agentes llegará a un punto de quiebre que mantendrá el suspenso durante toda la trama. Por supuesto, los clisés y las frases cómicas antes y después de cada disparo estarán presentes banalizando un poco la historia y también habrá situaciones típicas en donde el villano tiene todo en sus manos y desaprovecha la oportunidad de eliminar a sus víctimas, como en casi todas las películas de acción de la historia. Otra de las cuestiones destacables aún sin haber visto la película era la presencia de Javier Bardem interpretando al enemigo de turno, en lo que se esperaba una especie de revival del personaje que lo catapultó a la fama hollywoodense (y me hizo tener ganas de escribir sobre cine, dicho sea de paso) Anton Chigurh, el villano de Sin Lugar para los Débiles. La sola idea de que el personaje de Bardem se acercara a aquel mítico asesino que imaginó Cormac McCarthy ya era un motivo suficiente como para ir corriendo al cine. De más está decir que toda expectativa alta no logrará ser llenada en la mayoría de los casos. Este es uno de ellos. Silva es un buen villano, extrañamente amanerado (su elección sexual no le suma ni resta al personaje), interpretado con corrección y naturalidad por el actor español. Está a años luz de aquel Chigurh, pero es lógico que así sea. El resto del elenco (Judi Dench, Ralph Fiennes, Naomi Harris) aporta la sobriedad necesaria para una nueva entrega de esté personaje renovado y terrenal, alejado de los artilugios y las peripecias de superhéroe. El Bond de Craig ya se había vuelto más humano, más verosímil, pero aquí es un personaje prácticamente despojado, afectado, envejecido. Ya no es el fiero luchador, ni el arma más rápida de la agencia. Como Batman en The Dark Knight Rises, Bond sufre los achaques de la edad y los golpes de la vida. Se refugia en las tecnologías más antiguas y no utiliza ni lapiceras explosivas ni relojes que disparen. Y cuando el villano lo pone en aprietos, elige la austeridad y el despojo de una casa en medio de la campiña y la escopeta de caza de su padre como su último bastión y refugio. Es especialmente en esa última media hora en donde la calidad de la fotografía pegará un salto destacado para ofrecer imágenes imponentes y bellas, colores e iluminaciones bien pensadas y puestas en escena que no solo embellecen sino que aportan a que el cuento se cuente mejor. Skyfall, vista como una más dentro del género y no como la última de la franquicia, es una estupenda película de acción que no aburre a pesar de sus más de dos horas de metraje. Mucho más cercana a Duro de Matar o a El Último Boy Scout que la del famoso agente secreto inglés, es una película que se aprecia mejor como un exponente del género que como un eslabón más en esta historia que cumplió ya 50 años. Aunque es de esperar que muchos fanáticos festejen este Bond recio y despojado, más terrenal y austero como la gran resurrección de un personaje que se hallaba algo raído. En ambos casos, será cuestión de disfrutarlo.
Operación Skyfall es pura calidad en todos sus rubros y verla en DVD realmente es un sacrilegio. Todo lo que uno puede esperar de una película de 007, incluso sus elaborados títulos, se lo puede encontrar en Skyfall, teniendo la particularidad de seguir fiel a su estilo, pero sumamente modernizada. Su secuencia final, no sólo es majestuosa y vibrante, sino...
Nadie lo Hace como él La nueva peli de 007 llega festejando la cincuentena de las producciones sobre el personaje célebre y exitoso de Ian Fleming, y lo hace a full, con una nueva aventura, aunque más sombría y oscura a la semejanza de lo que sucede con las actuales pelis de otros íconos como Batman. Esto seguro es muestra del talento del director Sam Mendes -nadie podía imaginar que es el mismo hacedor de las inolvidables: "Belleza americana" o "Revolutionary road"-, como si se basara en un cuento de Borges, el tema que centraliza la historia es la lealtad. A ello es que James Bond sufre como cierta regresión a sus inicios en la misteriosa Escocia, parte de la trama final se cumple allí, aunque antes él tipo ha pasado por el Reino Unido, China y Turquía, esquivando explosiones, balazos, curvas femeninas y todo su acostumbrado panorama variopinto. Daniel Craig es un agente absolutamente encastrado en su personaje, que nada tiene que ver con los parámetros de los antiguos Sean Connery, el divertido Roger Moore o el más frío Pierce Brosnan de los años 90. El malvado villano es Javier Bardem, que está magnífico y más que divertido, casi una coprotagonista es la veterana Judi Dench con su "M" que provoca reacciones alternativas en un guión espléndido que hace el resultado de uno de las mejores filmes de agente con licencia para matar. De yapa en la parte final está el inmenso actor inglés Albert Finney, de tradición cinematográfica infinita y uno de los lores del teatro mundial, y hace su parte estupendamente como siempre. Solo se difrutará mayúsculamente en la oscura sala de cine, sin dudas.
Una joyita en la saga El 007 vuelve más maduro que nunca, aunque con algunos toques de renovación que pone contento al espectador que no se cansa de sus operaciones secretas y querrá verlo por mucho tiempo más en la gran pantalla. La otra vez había una trivia en una red social muy conocida donde se preguntaba a los fans de la saga ¿cuál era el mejor James Bond de todos los que han dado vida a esta histórica franquicia? La respuesta fue contundente, Daniel Craig. Creo que su elección como el mejor Bond puede ser discutible, pero sin dudas está en el Top 2 de intérpretes. Con Craig volvió la frialdad, el anti heroísmo, la personalidad más recia y no tanto ese perfil "Larry Crowne" que le había dado Brosnan. Este nuevo Bond está adaptado a estos tiempos, es más profundo, pero no pierda los sellos característicos que lo distinguen de otros super agentes del cine. En esta ocasión, un ex agente del MI6 vuelve a escena para atormentar y vengarse de M, personaje interpretado por la siempre bien recibida Judi Dench. Un aspecto muy positivo y a la vez un poco bizarro, tiene que ver con la personalidad que se le imprimió al villano, un Javier Bardem fabuloso que se paseó entre los traumas de la traición seudo maternal, la indefinición sexual y la genialidad informática. La película presentará los ingredientes clásicos, chicas Bond infartantes, equipamiento de última tecnología, redes de engaños al por mayor, y por supuesto, tiros y trompadas, muchas trompadas! También, habrá algunas sorpresas e introducciones que dejará contento a más de uno. No es menor mencionar que el director de este trabajo fue nada más y nada menos que Sam Mendes, responsable de la ganadora del Oscar "Belleza Americana", "Camino a la perdición" y "Revolutionary Road" entre otras. Se nota el toque dramático que aporta Mendes, pero sin perder la línea que se viene trazando con el Bond de Craig. Creo que no es la mejor película de toda la franquicia como anduve esuchando por ahí, pero si se puede considerar que es un muy recomendable exponente de lo que significa la saga Bond y lo que representa un buen entretenimiento de acción y espionaje.
El mundo se derrumba La saga de James Bond cumple 50 años con el estreno de este filme que parece ser una vuelta a las raíces. Una película con un agente más humano que atrapa y entretiene. El agente 007 vuelve a los cines. Como hace dos entregas (Casino Royale, 2006; y Quantum of solace, 2008), Daniel Craig vuelve a encarnar a James Bond. Y Judi Dench es, por séptima vez en su carrera la enigmática M. Las chicas Bond de turno son Naomi Harris y Bérénice Marlohe. Mientras que el villano es Javier Bardem. Ese elenco es el que da vida a Operación Skyfall (a nivel mundial, simplemente Skyfall). El filme es dirigido por Sam Mendes (el de Jarhead y Belleza americana), quien parece haber sido influenciado por Christopher Nolan y la nueva trilogía de Batman: Skyfall es una vuelta a las raíces, tiene más psicología y muestra a un 007 más humano, que hasta por momentos está más cerca del retiro que del servicio activo. Ese fue un acierto de Mendes, quien así logró una trama más entretenida y realista. Otro fue que, en una época con tantos efectos especiales y posibilidades técnicas, le esquivo al estilo de G.I Joe y equipó a Bond con lo básico, nada de autos invisibles ni relojes multifunción, solo una 9mm.. El resultado son dos horas donde se renueva la fórmula de Iam Fleming y se la hace más creíble: persecuciones, mujeres hermosas, paisajes paradisíacos, mucha acción y una pizca de humor -un poco británico, un poco negro- que James utiliza para distender la trama. Esos elementos son los que esquivan al aburrimiento, y se les suma una trama más compleja, donde el título no es el nombre de un satélite o un arma de destrucción masiva. Además, Bardem encarna a Silva, un villano terrible porque parece el lado B de Bond. La frutilla del postre, como no falla en la saga, es la banda sonora -esta vez representada por el tema homónimo de Adele- que musicaliza la tradicional presentación. La voz de la británica acompaña cinco minutos de imágenes extrañas, surrealistas que parecen ser un sueño (¿premonitorio?) de Bond: armas, cuchillos, cementerios, mujeres, agua... En definitiva, Skyfall es digna de pertenecer a la saga y hasta de compararse con su época dorada, con un Daniel Craig que mejora día a día en su rol de súper agente.
La intimidad del espía La vuelta de tuerca a la personalidad de James Bond le sentó perfecto a una saga que ya cumplió los 50 años y aún se mantiene en vigencia tanto en la taquilla como en el imaginario cinéfilo de culto. Y si a eso se le agrega la inclusión del inteligentísimo Sam Mendes en la silla de director, es un combo aún más efectivo para una de las películas más personales -por así decirlo- del mítico espía británico. Los personajes obtuvieron relieve. M (Judi Dench, genial en su papel) toma importancia en el porvenir de la MI6, y resulta clave en el desarrollo de la trama por su vinculación (involuntaria, eso se deja claro en la historia firmada por Purvis, Wade y Logan) con el gobierno de Gran Bretaña, así como también es vital y necesaria para su desenlace. Un villano interpretado caricaturezca pero notablemente por Javier Bardem, le da el tono romántico al film, aunque, si bien se entiende que la idea era crear un némesis caótico, con un pasado como disparador de su accionar y a la vez como leitmotiv, no logra redondear muy bien la concepción de fatalidad que engloba su construcción (y el final no ayuda mucho, ciertamente). Y Bond. James Bond. El Bond más ¿frágil? tal vez, pero sí humano y palpable que jamás haya tenido la saga. Un Agente 007 al que los años se le vinieron encima y con ellos la noción de modernidad se despedazó por el suelo. Como si el universo Bond hubiera caído en la cuenta de que la realidad lo superó en paranoia terrorista y psicosis tecnológica. Bond es el personaje que nunca fue y que a partir de ahora quizás será, por su nueva condición humana. Y ahí está el logro de Sam Mendes. Este personaje de Daniel Craig se venía caracterizando por su fuerza física, y poca dependencia a las armas y artefactos de Q, pero ahora con eso también llega un pasado que lo invita a usar su personalidad como arma (el significado de "Skyfall" va mucho más lejos de lo que uno puede suponer con el título) y su contexto social como escenario de batalla. He ahí que quizás Skyfall (2012) sea una de las películas con menos acción de la historia de esta saga, con un desenlace tan intimista y tan humanizado como sólo Mendes podía proponer. No obstante, descuiden, las secuencias de acción (como la inicial) están muy bien filmadas y no tienen nada que envidiarle a las obras que dirigió Martin Campbell o Marc Foster en la era Craig. Se destaca la secuencia de créditos, con la canción homónima cantada por Adele, y unos efectos visuales muy llamativos, como no podía ser de otra forma en la saga del espía. Skyfall es, además, un disfrute técnico, con una deslumbrante fotografía por parte del gran Roger Deakins, quien hace de la iluminación un elemento clave en la puesta en escena y eleva aún más el status cinematográfico de este gran acierto que es este nuevo capítulo de 007. No dejará indiferentes a los iniciados en este universo de acción y espionaje, y a los seguidores acérrimos de la saga seguramente dejará más que contentos. A esperar la próxima, entonces, con la esperanza de que se repita la fórmula completa.
Publicada en la edición digital Nº 4 de la revista.
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James Bond acaba de cumplir sus Bodas de Oro con la pantalla grande. Nadie imaginaba en 1962, cuando el desconocido Sean Connery se calzó por primera vez las ropas del agente 007 en “El satánico Dr. No”, que la creación de Ian Fleming sumaría unas 23 películas y unos cuantos rostros para Bond (los de Connery y Roger Moore siguen siendo los más recordables). Era un producto británico que amaban los americanos. Se pensó que como se trataba de un personaje típico de la Guerra Fría, sus días estaban contados. Error. Daniel Craig vuelve a encarnarlo por tercera vez, combinando intensidad con elegancia. Bond debe lidiar ahora con un ex empleado del M16 (J. Bardem), un terrorista cibernético capaz de atentar contra el comando en jefe y mucho más, si lo dejan. Herido tras una persecución, el agente de Su Majestad no está en las mejores condiciones para enfrentarlo. Dirigió Sam Mendes, sin desentonar.
Sam Mendes no podía fallar. Yo estaba seguro que el haría un mejor trabajo que Marc Foster, y no me defraudó. Eso no quiere decir que “Skyfall” sea la película perfecta. Es mas, sigo creyendo que “Casino Royale” (de Martin Campbell) sigue siendo la mejor película de Bond en muchos años. Pero “Skyfall” es, por así decirlo, el “manifiesto Bond”. Mendes quiso volver a los viejos tiempos, a la clásica película de Bond, y lo logra. En esta entrega, Bond vuelve después de unas largas vacaciones, y se encuentra con que “M” esta por ser jubilada (si parece que al MI6 lo agarró Boudou). El no se encuentra en su mejor momento físico ni mental, y se esta por enfrentar a una de sus mas duras misiones. La película tiene una premisa, “los viejos tiempos son los mejores”. En todo momento se hace ver el contraste de lo antiguo, con lo moderno. De los agentes viejos, con los nuevos, de la modernización del MI6 y del paso del tiempo, del que inclusive Bond, no puede escapar. Justamente la película lo que quiere demostrar, es que hay que volver a las raíces del personaje. A lo más clásico, y no perderlo. De hecho Mendes construye la película como una clásica del personaje. Bond vuelve a tener esos momentos que solo a el pueden quedarle bien (como ajustarse los puños de la camisa luego de saltar dentro de un vagón de un tren en movimiento). Inclusive en esta película, el agente no cuenta con ningún dispositivo estrafalario, si no que enfrenta una misión con su clásica pistola walter y un simple radiotransmisor, ademas de volver a utilizar su carácteristico Aston Martin. Sigo pensando en que Daniel Craig, es el mejor Bond de la historia, por lejos. Me creo absolutamente que es el mejor agente secreto que existe (hasta me lo creí en la ceremonia de los juegos donde custodiaba a la reina). Aun así “Skyfall” falla en algunos aspectos. Uno es, que en esta película, como en la anterior (“Quatum of Solace”) no hay una chica Bond que sea realmente importante en la trama. Es más, las dos son insignificantes, tanto Berenice Marlohe como Naomi Harris (haciendo de Eve), y creo que “Casino Royale” tiene la chica Bond mas interesante (Vesper Lynd, protagonizada por Eva Green), y tanto “Quantum of Solace” como “Skyfall” hacen agua en ese aspecto. Algo que hace a la película de Campbell muy interesante. Otro aspecto importante es el villano. Toda buena película Bond tiene un gran villano. El que interpreta (muy bien) Javier Bardem, no logra desplegarse totalmente. Silva, es aparentemente un tipo del cual hay que tener real miedo, pero en ningún momento se siente eso. El personaje no esta totalmente desperdiciado, por que tiene algunos buenos momentos, pero no esta desarrollado completamente, y eso hace que nos quedemos con un villano, un poco light. Lo que hay que destacar, es que esta peli de Bond, es la que mejor fotografía tiene de toda la historia. Nunca vi un trabajo de esta manera en una película del agente del MI6. Todo gracias a un colaborador de Mendes, el único e inigualable, Roger Deakins, director de fotografía de “Jarhead”, “No Country for Old Men”, “El Lector”, entre otras. La escena en el edificio en Shangai, y la entrada del casino de Macau, son geniales. Para resumir, Mendes se sumergió en un ámbito que parecía muy ajeno a el, pero que logro controlar bien. Logrando una película de Bond entretenida, con una historia interesante, con el impulso de volver a lo clásico que, creo, es el camino a seguir.