Una comedia febril y desmadrada "El humor es lo más serio que hay, es lo que nos salva y redime". Esto lo expresó el director bilbaíno Alex de la Iglesia, heredero posmoderno de las más ilustres tradiciones de la comicidad española. El día de la bestia y Balada triste de trompeta son dos ejemplos de ese estilo. En Las brujas se propuso armonizar el policial con ramalazos de humor esperpéntico y una abigarrada historia de brujas. Y como es habitual en el cine de De la Iglesia, este filme también está cargado de violencia y de variables surrealistas de cuño buñueliano. Los protagonistas son José y Tony, desocupados y algo desesperados, que "trabajan" de estatuas en la Plaza de Sol de Madrid. El primero, semidesnudo, carga con una enorme cruz de madera a la manera de Jesús. Y el segundo, como un soldado con un fusil al hombro. Ambos se proponen salir de pobres mediante un atraco a una joyería situada en el lugar. José, que está divorciado, es acompañado por su hijo Sergio de diez años, porque es martes y le correspondía cuidar de él. Se llevan varios miles de anillos de oro, suben apresuradamente a un taxi conducido por Manuel y parten inicialmente hacia un destino incierto. Sobre la marcha deciden dirigirse hacia la frontera con Francia y llegar a París. Pero deben pasar por Zugarramurdi, un pueblo de Navarra conocido por sus cuevas en las que, según la Inquisición, se reunían las brujas para hacer aquelarres, con la supuesta presencia del demonio. Los problemas de los desafortunados ladrones se multiplicarán en ese sitio por centenares. Porque si hasta ese momento el filme podía encuadrarse, aproximadamente, en el género policial, en Zugarramurdi la historia se desmadra y adquiere proporciones alucinantes. Eso ocurre cuando los prófugos ingresan a la enorme y deteriorada mansión de las brujas, que se muestran siempre propensas a captar incautos, en especial niños, porque además de beber brebajes y comer víboras, también son caníbales. Es cierto que el director caracteriza a las mujeres como malvadas, crueles y demoníacas, pero también es cierto que a los hombres los trata de idiotas, "Dios es mujer -exclama la bruja encarnada por Carmen Maura--, y los hombres no pueden soportarlo". De la Iglesia es considerado el "rey de la comedia acelerada" y este filme es otra muestra ejemplar de ese estilo narrativo. El propio director señaló que ver su película es como asistir a una función de Abbott y Costello contra los fantasmas. Lo que no se le puede negar a De la Iglesia es imaginación, muy febril, pero imaginación al fin.
La corrupción y la inmoralidad El tema central de este entretenido thriller conspirativo, con envoltura de policial negro, es la corrupción política y la inmoralidad en las esferas del poder y sus vínculos con la especulación inmobiliaria, con la clara intención de demostrar que "el pescado se pudre desde la cabeza". El punto de partida fue un guión de Brian Tucker que no tuvo cabida en los grandes estudios de cine y pasó a integrar la "lista negra" de proyectos inviables. De allí fue rescatado por el afroamericano Allen Hughes, quien se propuso debutar en solitario con ese guión, después de haber codirigido varios largometrajes con su hermano gemelo Albert. El escenario es la ciudad de Nueva York durante los días previos a las elecciones para renovar autoridades locales. Los protagonistas son el alcalde Nicholas Hostetler y el detective privado Billy Tagart, quien hace siete años se retiró de la repartición policial por un incidente que concluyó en tragedia. Ambos se conocen desde esa fecha. Hostetler se postula para la reelección y compite con Jack Valliant, quien lo acusa de ser el candidato de Wall Street. Tagart es convocado por el alcalde para investigar la supuesta infidelidad de su esposa. Las pesquisas depararán sorpresas y derivaciones insospechadas. Fundamentalmente después que Paul Andrews, el jefe de campaña del candidato opositor, aparece muerto en la vía pública; y que Tagart descubre un negociado inmobiliario impulsado desde el poder, que pretende vender el pequeño barrio Bolton Village. Hostetler procura extorsionar a Tagart por razones que debe descubrir el espectador. Y éste, además, tiene algunos problemas afectivos por la participación de su novia, que es actriz, en una película. Como es habitual en el cine policial negro, Tagart es asistido por una eficaz secretaria llamada Katy, quien se involucra en su tarea un poco más allá de lo aconsejado. "Hay batallas que afrontas y batallas de las que huyes", afirma uno de los personajes. Y algo de esto le ocurre a Tagart, a quien el alcalde califica de "católico y estúpido", por su negativa a participar de ciertas aventuras nocturnas. Es cierto que Tagart es un poco ingenuo y por varios motivos mantiene un conflicto con el comisario Fairbanks, pero de esto no se puede deducir que sea deshonesto. También es cierto que el director desaprovecha las subtramas de la esposa del alcalde y la novia del detective, y no se ocupa en la forma que cabía esperar respecto de los entresijos de la campaña electoral. Pero esto no le resta méritos a la propuesta, que de paso demuestra que en una sociedad con instituciones consolidadas los corruptos van presos y que las famosas cámaras en las calles también sirven para vigilar a los ciudadanos honestos y, eventualmente, extorsionarlos.
Drama carcelario para entretener Este drama carcelario llega a las pantallas de nuestro país en momentos en que las fugas de las cárceles son una noticia casi cotidiana. Pero lo que ocurre en este filme no es "la realidad" sino un simple entretenimiento, dirigido a quienes les agradan los productos de ese subgénero. Después de haber compartido algunas escenas en las dos versiones de Los indestructibles, Stallone y Schwarzenegger son en este caso los protagonistas casi absolutos. Stallone tiene 67 años y el ex gobernador de California registra 66, pero están dispuestos a demostrar que la edad no es un impedimento para protagonizar acciones de alto riesgo. Stallone es Ray Breslin, un especialista en testear la seguridad de las cárceles. Ingresa como un condenado más, pero con el propósito de fugar, para poner en evidencia los puntos débiles de los sistemas de seguridad. Además es autor de un libro titulado La seguridad en las instituciones carcelarias. Breslin tiene un representante y por su intermedio le llega una propuesta a cambio de cinco millones de dólares. Debe verificar una cárcel de máxima seguridad, inexpugnable, ilegal y privada, que alberga la peor escoria criminal. También es conocida como "la tumba", porque nadie sale vivo. Y de los internos se dice que son "desaparecidos". Breslin ingresa con el nombre de Anthony Portos y toma contacto con el alemán Emil Rottmayer (Schwarzenegger), recluido por ser un supuesto cómplice de un famoso y muy buscado estafador llamado Manheim. Cuando Breslin/Portos verifica que su código de evacuación preestablecido para casos de emergencia ha sido eliminado y alguien del exterior quiere que no salga nunca más, decide poner a prueba sus conocimientos y su experiencia para huir. Y para ello recibe la ayuda de Rottmayer. En su libro, Breslin sostiene que para fugar de una prisión se requiere conocer la rutina de los carceleros, obtener la complicidad de alguno de ellos y lograr a su vez un apoyo exterior. Pero en este caso percibe que ninguna de esas alternativas es posible. Si en los años recordados ochenta, en el marco de un contexto social con una fuerte tendencia al armamentismo y el revanchismo bélico, Stallone y Schwarzenegger fueros los grandes "héroes" del cine de acción, en Escape imposible deben conformarse con actuar en un escenario cerrado y apelar más a su ingenio que a las armas. Su principal enemigo es Willard Hobbs, el director de la cárcel, partidario del castigo y la tortura para lograr sus objetivos y hacer confesar a los detenidos. Está filmada con un lenguaje clásico, al estilo de los filmes de acción de los años ochenta, pero con recursos técnicos actuales. E incluye escenas espectaculares, en especial en el último tramo del relato. Predomina una cierta tendencia a la autoparodia, pero también la brutalidad y el consabido método de la ejecución de perversidades por los "malos" para obtener la adhesión del espectador hacia los "buenos", a pesar que este esquematismo argumental ya no resulta creíble.
Los deseos, en tono de comedia Es el filme número catorce de este director sudcoreano, pero el primero que se estrena en nuestro país. Hong Sang-soo (1960) es autor de películas de bajo presupuesto, realizadas con un estilo minimalista que recuerda a los Cuentos morales y las comedias y proverbios del francés Eric Rohmer. Ha reconocido, además, la influencia de la nouvelle vague e inclusive, en 2008, filmó en París, Noche y día. El BAFICI le dedicó este año una muestra retrospectiva y un libro. En En otro país hay tres historias que repiten actores, personajes, escenarios, situaciones y diálogos. Transcurren en el balneario de Mohang y en los tres casos el eje de la acción es una mujer llamada Anne, interpretada por la francesa Isabelle Huppert. Es imposible no recordar a Tres veces Ana, un filme realizado en 1961 por el argentino David José Kohn, también integrado por tres episodios, identificados con los sugestivos subtítulos de La tierra, El aire y La nube, interpretados por María Vaner. El relato comienza con una joven estudiante de cine mientras espera en compañía de su madre la resolución favorable de un conflicto familiar. Para calmar sus nervios, escribe el guión de una película, integrada por las tres historias mencionadas. En la primera, Anne es una directora de cine que viaja a Corea del Sur para asistir a una muestra de cine en Mohang y reencontrarse con un cineasta de este país, al que conoció en el Festival de Berlín y está casado con una mujer extremadamente celosa. En el segundo episodio, es una mujer casada con el vicepresidente de una empresa dedicada a la comercialización de automóviles, que se traslada a Mohang para encontrarse con su amante, que es un cineasta infantilmente celoso. En la tercera, acaba de separarse de su marido infiel y en Mohang toma contacto con un cineasta que realiza entrevistas para un filme y está casado con una mujer celosa. También se reúne con un monje budista, al que pone en aprietes con preguntas inquisidoras. En las tres historias, Anne recorre el balneario, se cruza con un guardavidas y pregunta por un faro costero, metáfora de una claridad que está buscando con cierta ignota curiosidad. El director caracteriza a los hombres de los tres episodios como seres de pocas luces y propensos a enamorarse de mujeres extranjeras. Todos ven a Anne como una belleza y es obvio que padecen problemas en la vista. El tono dominante de la película es la comedia y en cada historia el director juega con las diferencias culturales, los deseos propios de la naturaleza humana y las ansiedades emergentes, apoyándose en algunos casos con las palabras en off de una narradora externa.
El mesianismo de los gurúes Sexto filme de este director que ha logrado crear un estilo narrativo propio y muy personal, como lo demostró en Magnolia (1999) y Petróleo sangriento (2007). Anderson reconoció que la idea le surgió después de leer un artículo que decía que los períodos inmediatos posteriores a las guerras eran propicios para la fundación de nuevas sectas u organizaciones religiosas. También se inspiró en algunos episodios de la vida de John Steimbeck, autor de Viñas de ira, y en confesiones que le hizo el actor Jason Robards en ocasión del rodaje de Magnolia, sobre el consumo de combustible mezclado con jugo de frutas, cuando prestó servicios como soldado de la Marina, hacia el final de la Segunda Guerra Mundial. Otras fuentes fueron la biografía de L. Ron Hubbard, creador de la secta de la Cienciología, de fuerte arraigo en Hollywood; la película Los mejores años de nuestra vida (1946), de William Wyler; y el documental Let there be light (1946), que John Huston filmó por encargo del Pentágono sobre los veteranos de guerra. Anderson comentó haber incorporado a su filme diálogos textuales de ese documental. La historia de The Master se desarrolla desde la inmediata posguerra y hasta mediados de la década de 1950, y centra la atención sobre dos personajes claves. Uno es el ex soldado de la Marina Freddie Quell, un hombre extremadamente agresivo, que padece pesadillas y arrastra problemas psicológicos y de integración social. El otro es Lancaster Dodd, un personaje construido sobre la figura de L. Ron Hubbard, "un intelectual brillante y de fuertes convicciones", según se señala en el filme, que funda una secta y recorre distintas ciudades (Nueva York, Filadelfia, Phoenix) para difundir sus propuestas. También publica dos libros, titulados La causa y El sable partido, en los que enuncia sus teorías sobre la posibilidad de liberar traumas y dolencias a través de "viajes" hacia el pasado, pero acusa una galopante megalomanía. Por azar, Freddie (Phoenix) toma contacto con Dodd (Hoffman), quien se fascina con su estado de desesperación, lo incorpora a su secta y establece con él una relación de maestro-discípulo. Ambos intérpretes, como siempre, concretan excelentes actuaciones. Al director le interesó especialmente el contexto histórico en que se originó y desarrolló la secta de la Cienciología, además de la naturaleza intrínseca de las religiones y el mesianismo de los gurúes, que prometen milagros y cautivan a sus adeptos con sus charlatanerías. Anderson rodó la película en 70 mm, un formato ya en desuso por el peso y tamaño de la cámara, y logró un producto de notable calidad técnica. Claramente lo demuestra el haber ganado los premios al mejor director y de la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica (Fipresci) en el Festival de Venecia.
Un Allen auténtico, con lo mejor de su producción Significa el regreso de Woody Allen a su país, después de su prolongado periplo por Europa, donde filmó siete de sus últimas ocho películas. La idea del guión habría nacido de una conversación entre Allen y su actual esposa Soon Yi. Pero es obvio que abrevó en Un tranvía llamado deseo, el célebre drama de Tennessee Williams, llevado al cine en 1951 por Elia Kazan con Marlon Brando y Vivian Leigh. No es la misma historia y los escenarios también difieren, pero los personajes poseen una inicial similitud. En el filme de Kazan, tras perder las propiedades de la familia, Blanche DuBois sale desesperadamente en la búsqueda de un puerto donde recalar y decide viajar a Nueva Orleans para alojarse en la casa de su hermana Stella y su cuñado Stanley Kowalski. En Blue Jasmine, la protagonista es Jeannette, pero cambia el nombre por el de Jasmine porque le parece más chic. Eso ocurre cuando conoce, se enamora y se casa con Hal, un acaudalado inversor financiero, inspirado en Bernard Madoff, autor de uno de los fraudes más escandalosos de la historia. Jasmine pierde su fortuna y su lugar en la alta sociedad de Nueva York cuando Hal es arrestado por el FBI. Luego de trabajar como empleada en una zapatería, viaja a San Francisco para hospedarse en el departamento de su hermana Ginger, quien es la otra cara de la moneda. Ginger trabaja en un supermercado, es ignorante, ordinaria y en esa fecha ya se ha separado de su marido y mantiene un tórrido noviazgo con Chili, el equivalente a Stanley del filme de Kazan, un personaje violento que llora o rompe cosas cuando no obtiene lo que quiere. Luego de vivir la gran mentira de aquella burbuja económica y social, Jasmine se ve súbitamente inmersa en una experiencia atroz. Procura aprender un oficio, conoce a un político oportunista en el que cree hallar su tabla de salvación, pero sigue mintiendo, engañándose a sí misma y buscando un ilusorio consuelo en el vodka y los antidepresivos. Woody Allen retrata con una enorme precisión esa tragedia de Jasmine y la galopante ordinariez de Ginger y Chili, y lo hace sin ninguna compasión. Más bien con un ensañamiento mucho más intenso que el que había utilizado en Match Point. Por la misma razón, es posible inscribir a este filme en lo que se conoce como "cine de la crueldad", cuyo máximo exponente fue en otros tiempos el español Luis Buñuel. Allen se reserva el punto de vista narrativo para sí mismo y salva a un único personaje, que adquiere así la dimensión de símbolo, modesto pero símbolo al fin, en contraste con la vulgaridad o hipocresía de los restantes personajes. La película se convertirá con el correr de los años en un testimonio insoslayable en la filmografía de Woody Allen, respecto de una realidad, la actual, vigente en su país, que parece agravarse y deja un espacio muy reducido para la esperanza. La historia de Blue Jasmine se desenvuelve en dos tiempos y dos escenarios e incluye un excelente trabajo del fotógrafo Javier Aguirresarobe, un impecable diseño de producción y dos grandes actuaciones- La australiana Cate Blanchet demuestra una vez más que es capaz de asumir todos los registros expresivos, y de la británica Sally Hawkins, quien compone a una Ginger con un rigor tal que nos lleva a dudar sobre si también es así en la vida real.
Repetición de los tópicos del terror El cine de terror se ha convertido este año en una plaga para Bahía Blanca. Mientras los filmes europeos estrenados en Buenos Aires llegan a cuentagotas, los de este género se exhiben puntualmente en nuestras salas, tengan o no espectadores. Si es cierto que el cine de terror suele florecer en épocas de crisis de valores, esa reiteración de títulos debería comenzar a preocupar. La noche del demonio 2 es la secuela de una película de igual título estrenada en mayo de 2011. Ambas fueron dirigidas por el malayo James Wan, también autor de la primera entrega de El juego del miedo y productor de todas las restantes de esa saga. Este año estrenó El conjuro, un revival del cine de terror de los años setenta y hasta ahora resultó lo mejor de su producción. Wan retoma a los mismos personajes: el profesor Josh Lambert, su esposa Rainier, quien es pianista y compositora, y sus tres hijos. También aparecen la abuela Lorraine, el investigador de casos paranormales Carl Specs y dos cazafantasmas, monigotes con más miedo que coraje. El centro de las acciones es la misma casa a la que los Lambert fueron a vivir en la versión anterior, donde de noche se recortan amenazantes siluetas fantasmagóricas. El punto de partida es el trauma que Josh sufrió de niño, en 1986, que en esta historia lo convierte en un ser que se mueve entre la tierra y el "más allá". Specs convoca a la difunta Elise y las indicaciones que surgen de sus dados lo llevan, a él y a los cazafantasmas, hasta un hospital abandonado, supuesto epicentro de crímenes atroces. Y es en esta instancia donde emerge la terrible figura de una madre castradora, que tortura a su hijo obligándolo a vestirse como una niña y a identificarse con el nombre de Marylin. ¿Los autores se habrán copiado de un caso criminal, actualizado hace escasos días, ocurrido en un campo de nuestro país, donde el asesino asumió (y aún conserva) el mismo nombre? En el contexto de la historia, un personaje aclara que "no es la casa la que está embrujada y maldita, sino una persona". Y esa es la cuestión clave de este pastiche fílmico, que repite con escasa originalidad todos los tópicos de este subgénero del cine de terror. Hasta se podría afirmar que esta película y aún más que la primera versión, es una suerte de pararrayos de ideas ajenas, robadas de películas de Hitchcock, del italiano Darío Argento y de filmes que tuvieron cierto éxito como Poltergeist o Los Cazafantasmas. Y aunque Wan hace alarde de cierto virtuosismo formal, el resultado deja abierta la sospecha de que al director se le mezclaron algunos actos, en vista de la complejidad de la historia y la dificultad para aprehender su desarrollo. Sin embargo, Wan prefiere siempre los golpes de efecto antes que una narración coherente. Encima, ha llegado a decir que quiere abandonar el cine de terror. Viendo esta segunda entrega, parece una buena idea, y digna de ser imitada, también por los espectadores cuando se trata de productos de tan baja calidad, como esta propuesta fílmica.
El ingenio para armar historias "Mi tragedia es que amé las palabras más que a la mujer que me inspiró escribirlas". Esto lo expresa uno de los personajes de este filme y adquiere sentido en el contexto de esta historia escrita y dirigida por los debutantes Brian Klugman y Lee Sterthal, conocidos en Estados Unidos como actores de series para la televisión. Su propuesta es una suerte de juego de cajas chinas o muñecas rusas (las famosas matrioskas), con una historia dentro de una historia dentro de otra historia. Un escritor llamado Clayton Hammond (Quaid) lee en público fragmentos de su última novela, una práctica frecuente en otros tiempos. La novela se titula Las palabras. Hammond narra la historia de Rory Jansen (Cooper), un joven autor de una novela a la que los editores califican de "artística y sutil", pero impublicable. Se casa con Dora (Zoe Saldana), van de luna de miel a París y allí, en una casa de antigüedades, ella encuentra y le obsequia al marido un viejo portafolios. De regreso en Nueva York, Jansen halla escondido en el portafolios y casi por azar, una novela inédita, donde un escritor anónimo cuenta el drama pasional que vivió en la época en que fue soldado en París, después de la ocupación nazi, con una joven parisina llamada Celia. Jansen se apropia de la novela, la edita con el título de Ventana de lágrimas (The windows tears) y obtiene un resonante éxito. Pero el relato fílmico toma derivaciones insospechadas con la aparición de un anciano dedicado al cultivo de plantas y flores, que mantiene con Jansen una conversación reveladora, sentados en un banco del Central Park. "Todos tomamos decisiones", afirma el anciano interpretado por un casi irreconocible Jeremy Irons. "Lo difícil, es vivir con ellas". Y tiene sus motivos para decirlo. El aforismo del anciano apunta a desentrañar la conducta ética de su eventual interlocutor que, por extensión, también alcanza al espectador, obligándolo a reflexionar y repensar la historia desde un principio y desde su propia mirada. Palabras robadas es una película algo compleja, que indaga en el acto creador, como ocurrió en El ladrón de orquídeas (2002), de Spike Jonze. Por la misma razón, es un desafío a la inteligencia del espectador, que debe enfrentar el estimulante juego de desmontar la infrecuente estructura narrativa que proponen los directores. Aquí no hay efectos visuales, porque no son imprescindibles y tampoco mejoran necesariamente el producto. En cambio hay ingenio para organizar una historia en base a tres historias que se entrecruzan sin traicionarse. De los intérpretes se destacan Jeremy Irons y Bradley Cooper, este último un actor en franco ascenso, que en este filme también oficia de productor ejecutivo. Ya lo había demostrado en su nominación en la pasada entrega de los premios Oscar por El lado luminoso de la vida.
Educar y otros interrogantes El origen de este filme es un monólogo teatral de Évelyne de la Chaneliére, que el cineasta canadiense Philippe Falardeau ambientó en una escuela primaria de Montreal en invierno, con el agregado de un grupo de escolares de entre once y doce años. La historia comienza con un episodio trágico: el suicidio --fuera de campo-- de una maestra en su lugar de trabajo. Una de las variantes argumentales es la observación de los efectos de ese hecho sobre la comunidad educativa, en especial de los alumnos que la tuvieron como docente. El refugiado argelino Bashir Lazhar toma conocimiento de la vacante y ofrece a la dirección de la escuela sus servicios. Afirma tener diecinueve años de experiencia docente y mucho tiempo. Luego se verá que su curriculum vitae no se ajusta exactamente a su versión. Bashir Lazhar se presenta a sus alumnos como un docente afable pero exigente. Les clara que Lazhar significa "suerte" y Bashir, "portador de buenas noticias". Y se manifiesta dispuesto a sacudir las certezas morales de la directora y quebrar los tabúes relacionados con la muerte, el duelo y el sentimiento de culpa. A través de las acciones desplegadas por Lazhar, el director también coloca sobre el tapete los preceptos neoliberales que separan la educación --reservada al fuero familiar-- de la enseñanza que se imparte en la escuela. Un pragmatismo que, además, excluye castigos y cualquier expresión de afecto del maestro hacia sus educandos, lo que lleva al profesor de gimnasia a manifestar que "manejamos a los alumnos como si fueran material radiactivo". Lazhar también pretende utilizar a los clásicos de la literatura francesa (La Fontaine, Balzac) en convivencia con los textos posmodernistas impuestos por el sistema educativo. Y uno de los interrogantes más álgidos que plantea es si el suicidio de la maestra constituye un extraño acto de violencia ejercido sobre quienes fueron sus alumnos. Pero paralelamente a esas cuestiones, Falardeau desarrolla el drama personal de Lazhar en su condición de refugiado político que en cualquier momento puede ser deportado a su país de origen, de donde huyó luego que su esposa publicara un libro en el que criticó la política de reconciliación nacional promovida por el gobierno. Falardeau trabajó con tecnología digital, excluyó la iluminación artificial y obtuvo de sus pequeños actores una enorme espontaneidad expresiva. Pero el mayor mérito, además de la impecable puesta en escena realizada por el director, corresponde al actor Mahomed Fellag, el "profesor" del título, quien registra un amplio curriculum actoral. El personaje y la película se suman a experiencias similares realizadas en otras excelentes propuestas por Laurent Cantet en Entre muros, Bertrand Tavernier en Todo comienza hoy y Nicolas Philibert en Ser y tener.
Verdadero despropósito y lamentable desperdicio Es una secuela de la primera versión, estrenada en nuestro país en julio de 2010, un producto que oscilaba entre la gross-out comedy o "comedia escandalosa", la chabacanería, la mediocridad y la estupidez más galopante. Pues bien, esta segunda parte es peor que la primera, fundamentalmente en el plano de la calidad cinematográfica y el nivel de su argumento, que es pésimo de cabo a rabo, una cuestión que por lo visto a sus autores les ha importado muy poco. El promotor, coproductor y coautor de ambos bodrios fílmicos es el actor Adam Sandler, quien conformó un binomio "creativo" con el director Dennis Dugan, un monigote manejado a mansalva por su inefable mandatario. En esta "historia", Lenny Feder (Sandler) se ha mudado con su familia a su pueblo natal, para estar más cerca de sus amigos Eric (Kevin James), Kurt (Chris Rock) y Marcus (David Spade) y así poder dar una mayor continuidad a sus desmadradas e infantiloides aventuras. La "historia" se desarrolla durante el último día de clases de sus hijos. Todos se reúnen para celebrar el acontecimiento en el parque de la espaciosa residencia de Lenny, aunque previamente ocurre un sinfín de desaguisados, que pretenden ser graciosos. A comienzos de la década de 1970, el norteamericano Dan Kiley describió el Síndrome de Peter Pan, característico de personas adultas que exhiben inmadurez emocional y se muestran incapaces de crecer. Es el caso de los protagonistas de esta "historia", que en esta secuela pasan del peterpanismo a la infantilización más absoluta, invirtiendo roles y su nivel mental con respecto a sus hijos. La película tuvo un costo de ochenta millones de dólares, un verdadero despropósito y un lamentable desperdicio. Fue filmada y editada a los ponchazos, pues el relato es una sumatoria de situaciones abrochadas con hilo de coser, sin respetar la continuidad narrativa, al extremo de que se podría haber invertido el orden de las secuencias sin que se notara la diferencia. El principal soporte, al igual que en la primera versión, son los cuatro actores mencionados precedentemente, más el insoportable personaje jugado por Salma Hayek y sus cambalachescas ocurrencias, dominadas por la ramplonería, donde el ingenio y la gracia brillan por su ausencia. "Nos sentimos tan seguros comentó en cierta ocasión el director Andrew Fleming- que no queremos que el entretenimiento nos dé respuestas, sino que nos escandalice. La televisión nos brinda tanta diversión cómoda, que en el cine queremos algo delirante". Somos como niños 2 aporta esa cuota de delirio, pero contaminado por la torpeza, la vulgaridad y un deliberado mal gusto argumental y estético.