Otra cara de un crimen político El director Andrés Baiz nació en 1975 en Cali, Colombia. Estudió producción y dirección cinematográfica en la Universidad de Nueva York. Roa es su tercer largometraje y está inspirado en el libro El crimen del siglo, de Miguel Torres. El crimen al que alude el autor es el asesinato del dirigente liberal Jorge Eliécer Gaitán, un caudillo popular que aspiraba a la presidencia de la nación. El trágico episodio ocurrió el 9 de abril de 1948 en una calle de Bogotá, al mediodía, frente al edificio donde la víctima tenía su estudio jurídico. La autoría del hecho fue adjudicada a Juan Roa Sierra, nacido en 1921. Roa estaba casado con María y tenía una hija llamada Magdalena. Era un desocupado que tomó contacto circunstancial con Gaitán y esperaba que éste lo convocara para trabajar como chofer, guardaespaldas o asistente, lo que nunca ocurrió. Era un pusilánime que padecía delirios de grandeza y solía recurrir a los consejos de un quiromántico alemán de nombre Johan Umland Gerd, a quien le confesó que creía ser la reencarnación del general Santander y del conquistador Gonzalo Gómez de Quesada. En la última etapa, previa al crimen, trabajó como pegador de carteles en la vía pública. El asesinato de Gaitán derivó en protestas, desórdenes públicos, saqueos y represiones policiales que se conoció como "Bogotazo". Eso ocurrió en la capital y también se extendió a varias ciudades del interior del país. Existen versiones contradictorias sobre el crimen y su autor. Una de ellas es la de Gabriel García Márquez, quien llegó al lugar apenas unos minutos después de ocurrida la tragedia. Pero el director expone su propia versión, que pone en duda la entronizada por la historia. Por la misma razón, centra la atención sobre Roa, a quien describe con minuciosidad. Desarrolla el relato desde su punto de vista y lo erige en una suerte de símbolo de los desheredados de entonces de su país. Tampoco glorifica a Gaitán, a quien retrata como un político más, algo demagogo, que recurre al clamor del pueblo para alcanzar el poder. De hecho, el director rompe el mito del líder o héroe sacrificado y ratifica la vigencia de la lucha de clases. Es una coproducción colombiano-argentina, que registra una encomiable actuación de Mauricio Puentes como Roa, quien concreta su primer papel importante en el cine. Un concepto similar merece Catalina Sandino como la esposa de Roa, de recordada labor como "mula" en el filme María llena eres de gracia, por la que fue nominada al Oscar.
Los nefastos niveles de la mafia del tercer milenio "La globalización es la mafia", ha dicho el escritor y filósofo italiano Gianni Vattimo, quien simplemente constató una verdad. Y aunque "la verdad no tiene temperatura", como afirma uno de los personajes de este filme, siempre quema a quienes osan acercarse demasiado. Vattimo alude a la mafia del tercer milenio, que ya no sólo trafica drogas, sino misiles y diamantes, controla el mercado negro de las obras de arte y las grandes obras civiles, y lava dinero en paraísos fiscales. Sus artífices viven en Londres, Nueva York, Hong Kong, Moscú o París, son invisibles a los ojos del mundo y suelen actuar en complicidad con los gobiernos, aunque no necesitan de ellos. Simplemente los usan. La mafia del tercer milenio se mueve en tres niveles. En el primero están los ya mencionados; en el segundo aparecen los monigotes, con o sin mostachos, que cumplen órdenes y ríen mucho, aunque nunca son los últimos en reír. En el tercero figuran los que hacen el trabajo sucio. Son los que matan y mueren. Los gobiernos actúan sobre estos y, eventualmente, sobre los del segundo nivel, cuando pretenden volar con alas propias, olvidándose que son nada más que intermediarios. Esta realidad es la que expone Ridley Scott en este filme, un poco groseramente, es cierto, a partir de un guión aportado por Cormac McCarthy, autor de Sin lugar para los débiles, con la que El abogado del crimen guarda algunas similitudes estilísticas. Los personajes claves son Westray (Pitt), el sonriente Reiner (Bardem), y la amante de éste llamada Malkina (Cameron Díaz). También el "abogado" (Fassbender), que sonríe y no tiene nombre, porque simboliza a todos los inversionistas de riesgo que se creen inteligentes. Y Laura (Penélope Cruz), su prometida. Personajes que en raptos de sarcasmo se atreven hablar de moral. El motor de la acción es un cargamento de drogas valuado en veinte millones de dólares, transportado dentro de un camión atmosférico. Violencia mediante, el botín pasa por varias manos y en algún momento inclusive se pierde el contacto, aunque uno de los personajes afirma que siempre supo su ubicación. Varios mueren atrozmente, porque la mafia nunca perdona. Ni siquiera a quien dice que podría vivir sembrando rabanitos, porque ya armó su colchón de dólares. El director se dedica a caracterizar a sus personajes y por eso incluye prolongados diálogos. Menciona las películas snuff y describe con imágenes repelentes el sanguinario modus operandi de los cárteles. Se trata de un filme difícil de encasillar, porque es una mezcla de géneros, pero no es un "zafarrancho". No abunda la acción, porque la atención está puesta en los personajes. Es buena la tarea de Fassbender hasta el momento que comienza a llorar sobre "la sangre derramada"; Bardem exhibe un rostro diabólico; Pitt se presume previsor; Cruz hace bien el papel de inocentona enamorada del dinero, y Díaz es un gran interrogante, hasta que demuestra su verdadero perfil.
Una magnífica expresión visual "La pintura no se explica, se mira". Esto lo dice Pierre Auguste Renoir en el contexto de este filme, que no es estrictamente una biografía del célebre pintor impresionista francés. Porque el director lo asume en una época concreta: 1915, en Les Colletes, en la Costa Azul. Recordemos que Renoir nació en 1841 y falleció el 3 de diciembre de 1919. En 1915 murió su esposa Aline y en esa fecha sus hijos Pierre y Jean se habían alistado para luchar en la Primera Guerra Mundial. El tercer hijo, Claude, era todavía un adolescente algo rebelde. El relato aborda a Renoir en ese momento de su vida, cuando a su espaciosa residencia llega una joven llamada Andrée Heuschling, apodada Dedée, quien se ofrece como nueva modelo, después que Aline expulsó a Gabrielle, la preferida de Renoir. Andrée dice ser actriz, bailarina y cantante, y se convierte en la musa inspiradora del pintor, estimulando su creatividad a pesar de la artritis que lo atormenta. Renoir se consideraba un simple "obrero de la pintura". El arribo de Andrée coincide con el regreso de Jean del frente de batalla, herido y arrastrando una cojera que ya no lo abandonará por el resto de su vida. Jean no tenía entonces definida su vocación y Andrée lo induce a introducirse en el mundo del cine. Contrariando la opinión de su hermano Pierre, para quien "el cine no es para los franceses", Jean (1894-1979) se inicia en la dirección en 1924 con Catherine o Une vie sans joie, protagonizada por Catherine Hessling (1900-1979), que fue el seudónimo artístico de Heuschling, con quien se casó en 1920 y fue su actriz fetiche en otros seis largometrajes hasta 1929. "Debes vivir como un corcho que flota sobre el agua, no ir en contra de los acontecimientos, sino dejarte llevar por ellos", es el consejo que Renoir le da a Jean y éste lo aplicó puntualmente, tanto en su vida como en su obra fílmica. "Una cosa que ha sido apasionante para mí como cineasta -expresó Bourdos en el Festival de Cannes-- fue descubrir que el mayor director francés de todos los tiempos era un joven sin vocación. Eso rompe todos los clichés que tenemos sobre los genios". El protagonismo de la película, que es una fiesta para los ojos por su belleza visual, se reparte entre Renoir, Jean y Andrée. El guión recrea el libro Le tableau amoureux, de Jacques Renoir, hijo del director de fotografía Claude Renoir y nieto de Pierre, el hijo mayor del pintor. El filme es a la vez una clase de Historia, de pintura y la recuperación de aquellos tres personajes en un momento muy especial de sus vidas, cuando la vitalidad de Jean y Andrée contrasta con la creciente decrepitud física del artista, que aun así se resiste a dejar su trabajo.
Un hombre con hielo en las venas El título alude a Richard Leonard Kublinski (1935-2006), también conocido por sus apodos de Ritchie y Polack. Fue un asesino a sueldo de la mafia. "Soy polaco solía decir-, trabajo para todos. Pero no mato a mujeres ni a niños". Estaba casado y tenía dos hijas. El relato lo asume desde el momento que conoce a quien luego sería su esposa, a comienzos de la década de 1960, y lo sigue hasta 1986. No es estrictamente un biopic, es decir, un filme biográfico, porque las pretensiones del director israelí Ariel Vromen son otras. Vromen se propuso describir el modus operandi criminal de Kublinski, la relación con su familia (aparentemente fue un buen esposo y padre de familia) y, fundamentalmente, explicar cómo ingresó a la mafia y por qué procuró mantenerse dentro de sus cuadros como asesino. Previamente trabajó en un taller de reproducción de filmes pornográficos, lo que fue durante un tiempo, antes que la piratería se generalizara, un lucrativo negocio dominado por la mafia. Quien primero contrató a Kublinski fue Roy DeMeo, un capomafia de tercera categoría. En la película se menciona tangencialmente a la Familia Gambino, pero sin profundizar sobre los contactos de Kublinski con ese grupo mafioso, que debe su nombre a Carlo Gambino, más conocido como "el capo de los capos", que inspiró al escritor Mario Puzo para dar vida a Don Corleone. Sin embargo, algunos textos biográficos sobre Kublinski y un documental realizado por la televisión, sostienen que trabajó como matón a sueldo de la Familia Gambino y que habría intervenido en los asesinatos de Paul Castellano y su segundo Thomas Bilotti, el 16 de diciembre de 1985, ordenados por John "Don Teflón" Gotti. Ese doble crimen habría sido uno de sus últimos trabajos. Pero también fue el ejecutor de Carmine Galante y del famoso dirigente sindical Jimmy Hoffa. Sin embargo, estos datos no aparecen en el filme, porque nunca pudieron ser confirmados fehacientemente. Además de exponer los rasgos caracterológicos de Kublinski, el director se propuso responder una pregunta tan compleja como urticante: ¿puede un asesino a sueldo, que mata sin piedad y con absoluta sangre fría (por eso lo llamaban El Hombre de Hielo) no ser un psicópata? El director apela a lo que se conoce como "estética sucia" o "realismo sucio", porque la propia historia lo reclama. En las imágenes predomina el tono oscuro y no sólo porque muchas secuencias se desarrollan de noche, sino para remarcar el carácter macabro de la trama. Por la misma razón, y por las características del protagonista, The Iceman no es un espectáculo agradable de ver. Tampoco resulta muy convincente. Winona Ryder hace esfuerzos por componer a una mujer inocentona que, supuestamente, desconocía las actividades criminales de su esposo. Pero el que da perfecto el fisic du rol es el gigantón Michael Shannon, que seguramente seguirá interpretando a villanos y matones, porque se podría decir que lo hace sin mayor esfuerzo.
Un tema que merecía un tratamiento más cuidado Omisión coloca a Gonzalo Heredia en el rol de un cura en el dilema de exponer a un penitente como asesino o ser su cómplice silencioso. Es una historia atractiva, pero no ha sido llevada a buen puerto. Los personajes centrales son un cura, un psicoanalista y una fiscal. Todo sucede en un barrio de, se supone, Buenos Aires. El cura se llama Santiago Murray. Hace diez años dejó una novia y viajó a España, donde siguió la carrera sacerdotal. Pasado ese tiempo regresa para trabajar como auxiliar de la parroquia de aquel barrio, que dirige el padre Carlos. Pero trae consigo un secreto. El psicoanalista es Patricio Branca. Entre sus pacientes hay profesionales, mujeres abusadas y personas de moral dudosa. Cansado de escuchar sus confidencias, decide convertirse en "justiciero" y asesinar a lo que considera la escoria del barrio, a razón de dos cada cuatro días. Esto ocurre después de escuchar una homilía de Murray, donde explicó que la Iglesia identifica cuatro clases de pecado: de pensamiento, palabra, acción y omisión. Este último lo cometen quienes callan deliberadamente u omiten cumplir sus obligaciones. El conflicto dramático se instala cuando Branca le cuenta a Murray, en el confesionario, sus crímenes y le dice que continuará con su cruzada. Los asesinatos comienzan a ser investigados por la fiscal Clara Aguirre, quien en otros tiempos fue la novia de Murray. El relato abre con innecesarias citas del Catecismo de la Iglesia Católica que aluden al sigilo sacramental: el juramento de los sacerdotes que les impide revelar las confesiones de sus penitentes. Según el Código de Derecho Canónico, quien lo hace incurre en excomunión. En el filme también se menciona el secreto profesional de los médicos. El sigilo obliga a los sacerdotes a guardar el secreto aunque el penitente, por cualquier motivo, no obtenga la absolución o la confesión resulte inválida. Por ejemplo, cuando la persona no manifiesta arrepentimiento por sus pecados. El dilema que enfrenta Murray es qué hacer frente a la acción criminal emprendida por Branca, para no cometer pecado de omisión. Se puede presumir que el director tomó en cuenta un famoso filme de Hitchcock titulado Mi secreto me condena (1952), con Montgomery Clift, Karl Malden y Anne Baxter, sobre un cura que recibe la confesión de un asesino y se ve en la encrucijada de romper el silencio o guardar el secreto y, eventualmente, ser condenado o morir como mártir. Este año también se conoció Secreto de confesión, del venezolano Henry Rivero, donde un sicario le dice a un cura, en el confesionario, que éste será su próxima víctima, con el propósito de poner a prueba su juramento, sus principios y su fe religiosa. Pero la propuesta de Páez Cubells, cuando saca a relucir el pasado de los protagonistas para cerrar las variables dramáticas de la historia, se vuelve cambalachera y cae en el grotesco. Y es una pena, porque el tema merecía un mayor vuelo narrativo. La película posee un buen tratamiento técnico, pero los diálogos a veces pecan de infantiles y en otras ocasiones incurren en los habituales tópicos expresivos del cine argentino. Las actuaciones de Belloso, Heredia y Wexler son aceptables, aunque sin alcanzar la convicción.
Un filme político al estilo Redford En 1969 surgió en Estados Unidos una organización de extrema izquierda identificada como The Weather Underground, también conocida como los Weatherman. El nombre lo extrajeron de una canción de Bob Dylan. Fue una derivación de la Students for a Democratic Society, alineada con los movimientos de derechos civiles y la lucha contra la Guerra de Vietnam. La organización perdió peso tras la finalización de esa contienda, pero se recuerda el tardío asalto a un Banco de Michigan, ocurrido en 1980, donde murió el policía Hugh Krosny. Los Weatherman colocaron artefactos explosivos en edificios públicos como el Pentágono y el Capitolio. Lidiaron con el FBI, que inclusive creó un grupo de elite para combatirlos. La historia que narra Redford, a partir de una novela de Neil Gordon, comienza cuando Sharon Solarz (Sarandon), una ex integrante de los Weatherman, se entrega al FBI para blanquear su nombre, después de vivir treinta años en el anonimato. El caso es asumido por Ben Shepard (LaBeouf), un joven periodista del "Albany Times Sun", que descubre la existencia de Jim Grant (Redford), un abogado graduado en la Universidad de Virginia, que se rehúsa defender a Solarz y cuyo verdadero nombre es Nicholas Sloan. Sloan es viudo (la esposa falleció hace un año en un accidente) y padre de Isabel o Izzy, una niña de once años, y tiene un hermano llamado Daniel. Presume que el FBI irá por él, deja a Izzy a su hermano y emprende la fuga. La intención de Sloan es encontrar a Mimie Lurie (Julie Christie), una de las integrantes más aguerridas de los Weatherman, cuyo paradero desconoce. Los motivos para ubicar a Lurie son varios y de distinto carácter, pero los debe descubrir el espectador. En ese itinerario tendrá la ocasional ayuda de ex camaradas, mientras se ve sometido a un doble acoso: del FBI y de Shepard, quien en algún momento toma contacto con Osborne (Gleeson), un policía que intervino en la represión del asalto al banco. Causas y consecuencias es una mezcla de cine político y filme de suspenso, cuya historia ofrece algunos paralelismos con la realidad que se vivió en nuestro país en los años setenta. Redford se propone recuperar la memoria histórica y verificar por qué algunos de los protagonistas prefieren sepultar el pasado, mientras otros mantienen firmes las ideas por las que lucharon. "Cometimos errores, pero estábamos en lo correcto", afirma Solarz en una entrevista con Shepard. "No éramos -añade-- hippies drogadictos. Violencia era no hacer nada mientras el gobierno cometía un genocidio". Y otro personaje manifiesta no estar dispuesto a entregarse a un sistema que detesta. "Quien se rinde -dice--, pisotea sus principios. Estaré dispuesto a entregarme cuando los políticos y las corporaciones hagan lo mismo, por todo el mal que hicieron". Redford también cuestiona al periodismo actual ("está muerto", dice) y observa la evolución del joven Shepard, convertido en motor de la historia expuesta en el filme.
Entre la belleza y la nostalgia La historia de este filme comienza en Foshan y concluye en Hong Kong, de donde es el director Kar-Wai, y se desarrolla desde 1936 hasta 1953. Entre ambas fechas se produjeron acontecimientos trascendentes para China. Por ejemplo, la invasión y ocupación de ese país por Japón (1937-1945); la guerra civil (1945-1949) entre las fuerzas del Partido Comunista conducido por Mao Tse Tung y los nacionalistas de Chang Kai-Shek; y la proclamación de la República Popular el 1 de agosto de 1949. Con este telón histórico de fondo, Kar-Wai narra la trayectoria de Ip Man y Gong Er, quienes representan dos estilos del kung fu. Ip Man es un maestro del wing chun y un personaje real, legendario y muy popular en China, entre cuyos méritos figura el haber sido mentor de Bruce Lee. Gong Er es una joven de veinte años, maestra del estilo ba gua y la única que conoce la figura de las 64 manos, que aprendió de su padre, el gran maestro Bao Sen, quien preside la Orden de las Artes Marciales de China y ha decidido retirarse y dejar un heredero. Ip Man y Gong Er se conocen en esa instancia. Ella sostiene que el camino hacia la maestría del kung fu registra tres etapas: ser, conocer y hacer, y reconoce que no ha logrado superar la segunda. Sin embargo posee el título de maestra, porque al igual que su padre, nunca perdió una pelea. De él, dice, aprendió el código de honor del kung fu. Cuando Bao Sen es asesinado por su discípulo Man San, la hija no puede eludir un sentimiento de venganza. Para caracterizar la alevosía de Man San, el director lo convierte en colaborador de los invasores. El antagonismo entre Gong Er y Man San, que también responde a varias otras razones, constituye una de las subhistorias de este filme. En cambio, la rivalidad de Ip Man con Gong Er, que conforma otra subhistoria, posee otras características, que es necesario reservar al espectador. Además, el director simboliza la ideología de estos personajes en el hecho que ambos concluyen refugiándose en 1950 en Hong Kong. Se sabe que Kar-Wai es un exquisito cultor de la imagen y en este filme ese virtuosismo alcanza una altura y una belleza inauditas. Hay secuencias de antología, como la pelea inicial bajo una lluvia intensa; el combate junto a un tren que comienza a moverse; o el cortejo fúnebre que se desplaza sobre una planicie helada. Pero El arte de la guerra también está transitada por una profunda nostalgia por otros tiempos, tanto del kung fu, en trance de convertirse en una variable académica, como del cine de China, que ha iniciado un viaje hacia otras esferas temáticas y estilísticas. Esa añoranza por un mundo que va sucumbiendo frente a la realidad también estaba presente en Con ánimo de amar (2000), de Kar-Wai. Y en ambos filmes, la función de la puesta en escena consiste en recuperar la pena que provoca la pérdida de ese mundo, con sus valores, tradiciones, legados y códigos de honor. Además de los recursos formales y las coreografías de las peleas, también se destacan las actuaciones de Tony Leung (Ip Man), quien fue coprotagonista de Con ánimo de amar; y de Ziyi Zhang, una de las figuras de El tigre y el dragón (2000), una fábula sobre el honor y el amor dirigida por Ang Lee. Ambos filmes exhiben muchas similitudes.
Propuesta aleccionadora, pero no tan combativa La parte por el todo: el filme resume la prolongada lucha de la población afroamericana por sus derechos civiles a través de un hombre sencillo, afable y honesto, pero que nunca pierde la conciencia de que trabaja para los blancos. En la película se llama Cecil Gaines, pero el personaje está inspirado en Eugene Allen, quien trabajó como mayordomo en la Casa Blanca durante 34 años, desde 1957 hasta 1986. Allí sirvió a siete presidentes (Eisenhower, Kennedy, Johnson, Nixon, Ford, Carter y Reagan) y falleció en 2010. El artífice de este cuento de hadas histórico es el afroamericano Lee Daniels, director de Preciosa y El chico del periódico. La película posee la apariencia de una superproducción, pero no lo es, porque no tuvo el respaldo de ninguno de los grandes estudios, sino el aporte de una treintena de pequeñas compañías asociadas. El protagonista también oficia de narrador de la historia. El relato comienza con un prólogo ambientado en 1926 en una plantación de algodón en Georgia, donde Gaines es testigo del asesinato de su padre. "He escuchado comenta años después sobre los campos de concentración. Aquí tuvimos campos de concentración durante doscientos años". Gaines huye de ese campo y llega a Washington, donde trabaja en un hotel y luego es convocado para desempeñarse en la Casa Blanca. Se casa con Gloria y tiene dos hijos. Su cercanía con los presidentes le permitió ser testigo involuntario de la historia que se "cocinó" en el despacho oval, en especial la evolución de las luchas de los negros por sus derechos. Esa historia, además de la sucesión de los presidentes, tuvo algunos hitos fundamentales: los asesinatos de Kennedy, Martin Luther King y Malcom X, la Guerra de Vietnam y la aparición del aguerrido movimiento de los Panteras Negras. Pero el director alterna la crónica de esos y otros episodios históricos, con escenas domésticas en la casa de Gaines: su relación con su esposa, que no oculta su hartazgo por el puntilloso esmero laboral del marido, y con sus hijos, en particular con Louis, el mayor, un rebelde con causa que ingresa a la universidad y se convierte en activista de los derechos civiles. Esa actividad de Louis lo distancia del padre, que en términos ideológicos y de una manera simplista, puede resumirse en la apreciación que ambos tienen respecto del filme Al calor de la noche (1967), de Norman Jewison: mientras el padre la defiende, el hijo acusa a Sidney Poitier de ser un negro que interpreta papeles de actor blanco. El director obtiene un producto más refinado que en sus filmes precedentes, pero el relato es convencional y algo disperso por un exceso de subhistorias y la vastedad del período evocado. La película se propone aleccionadora en cuanto alegato contra las discriminaciones raciales, pero con una línea narrativa menos combativa que la del otrora contestatario Spike Lee. A la mediocre caracterización de los presidentes, el director opone dos actuaciones que seguramente tendrán su reconocimiento en la próxima edición, en marzo, de los premios Oscar de la Academia de Hollywood: Forest Whitaker como el estoico Gaines y Oprah Winfrey (como Gloria), quien demuestra ser mucho más que una exitosa conductora televisiva.
Terror psicológico y con mesura El filme comienza con una cita del famoso escritor de ciencia ficción Arthur Clarke que dice: "Existen dos posibilidades: que estemos solos en el universo o que no estemos solos. Cualquiera es aterradora". Los protagonistas de esta historia de terror psicológico es el matrimonio integrado por Daniel y Lacy Barrett, y sus hijos Jesse y Sammy. Son de clase media, habitan una casa de dos plantas y están atravesando una situación económica difícil. Daniel está sin trabajo. Súbitamente descubren fenómenos extraños en la casa, que prima facie carecen de explicación. Sammy, el más chico de los hijos, comienza a hablar de "El hombre de los sueños" y Lacy sufre pesadillas. Colocan alarmas y cámaras de seguridad, descubren manchas en sus cuerpos e inclusive detectan, de noche, figuras que desaparecen misteriosamente al encender las luces. Vencido por las "evidencias", Daniel acepta acudir a un especialista en temas paranormales llamado Edwin Pollard, quien les explica que podría tratarse de extraterrestres. También les aclara que hay tres clases de alienígenas y que los más frecuentes son los "Grises", que buscan abducir a las personas con las que primero tomaron contacto. Pollard destaca la importancia de conservar a cualquier precio la unión de la familia y les señala que "la existencia de los alienígenas es tan cierta como la muerte y los impuestos". Y la corrupción, se podría agregar. La historia se desarrolla sobre estos tópicos, ya tratados hasta el hartazgo en infinidad de filmes. Por la misma razón, la originalidad es el valor ausente de esta propuesta fílmica. Cabe agradecer al director Scott Stewart (Legión de ángeles) que no haya recurrido a los habituales borbotones de sangre o el cercenamiento de miembros, como ocurre en tanto cine de horror. Prefiere el terror psicológico, la sugerencia y el efecto emocional derivado del saber que podemos ser manipulados por invasores invisibles. También apela a guiños cinéfilos, como las marcas y mensajes que aparecen en Señales, de M. Night Shyamalan; o la invasión de pájaros como en el filme de Hitchcock, que se estrellan contra las ventanas de la casa de los Barrett, como ocurría en El conjuro, de James Wan. Nadie aporta una explicación sobre por qué los Barrett son los "elegidos" por los supuestos extraterrestres y esto incrementa la inquietud. Además es algo que, según Pollard, le puede suceder a cualquier familia. Y por aquí se cuela lo terrorífico de la advertencia de Clarke, que el director de este filme supo manejar con cierta habilidad, mesura y recursos narrativos, al igual que el suspenso y la tensión creciente de los protagonistas.
Una atmósfera tensa y ominosa Christian Petzold es miembro de la Escuela de Berlín y con apenas cuatro títulos en su haber, se ha convertido en un referente del último cine alemán. Con esta película ganó el Oso de Plata al mejor director en el Festival de Berlín de 2012. El guión lo escribió con su maestro y colaborador Harun Farocki y recrea la novela homónima de Herman Broch. La historia está ambientada en 1980 en un pueblo situado en el norte de la República Democrática Alemana, una denominación que fue siempre una ironía macabra. Un dato importante para abordar esta historia es recordar que los padres de Petzold son originarios de la ex Alemania Oriental, de donde lograron escapar en 1960, unos meses antes de su nacimiento. La protagonista es Barbara Wolff, médica pediatra que ejercía en el Hospital Charté de Berlín y se volvió sospechosa tras solicitar una visa para salir del país. Su intención era reunirse con su amante, que reside en Dinamarca. Por ese motivo y a manera de castigo, es transferida a un hospital rural cerca del Mar Báltico, donde le asignan un departamento pequeño y miserable, y recibe frecuentes visitas de los agentes secretos de la Stasi, que la vigilan a sol y a sombra y la humillan en cada ocasión. El jefe de Barbara en el hospital es el doctor André Reiser, quien se muestra insistentemente amable, aunque ella presume que puede ser otro miembro de ese Estado espía y represor. André la invita a pasear en bicicleta y le obsequia un ejemplar del libro Memorias de un cazador, de Iván Turguénev. Pero ella se mantiene distante y silenciosa, interesada sólo en sus pacientes. Entre ellos, un muchacho que intentó suicidarse y una joven recluida en un campo de trabajos forzados. Pero su idea fija de huir hacia el sector occidental. Petzold exhibe una notable precisión y austeridad narrativa, valoriza los silencios y las miradas de los personajes y demuestra una enorme capacidad para recrear la atmósfera ominosa, tensa, de contenida paranoia que entonces se vivía en ese país. Y lo hace apelando a colores vivos, sin los clásicos grises u oscuros de películas que abordaron temas similares. Por caso, La vida de los otros. Otra baza de Petzold es su talento para construir personajes creíbles, que resisten ese clima de falta de libertad a fuerza de tenacidad e inteligencia. Y el director procura compartir ese clima con el espectador, que no puede eludir sentirse afectado por esa asfixia moral y existencial que vive la protagonista.