La noche del demonio 2

Crítica de Agustín Neifert - La Nueva Provincia

Repetición de los tópicos del terror

El cine de terror se ha convertido este año en una plaga para Bahía Blanca.
Mientras los filmes europeos estrenados en Buenos Aires llegan a cuentagotas, los de este género se exhiben puntualmente en nuestras salas, tengan o no espectadores.
Si es cierto que el cine de terror suele florecer en épocas de crisis de valores, esa reiteración de títulos debería comenzar a preocupar.
La noche del demonio 2 es la secuela de una película de igual título estrenada en mayo de 2011. Ambas fueron dirigidas por el malayo James Wan, también autor de la primera entrega de El juego del miedo y productor de todas las restantes de esa saga.
Este año estrenó El conjuro, un revival del cine de terror de los años setenta y hasta ahora resultó lo mejor de su producción.
Wan retoma a los mismos personajes: el profesor Josh Lambert, su esposa Rainier, quien es pianista y compositora, y sus tres hijos.
También aparecen la abuela Lorraine, el investigador de casos paranormales Carl Specs y dos cazafantasmas, monigotes con más miedo que coraje.
El centro de las acciones es la misma casa a la que los Lambert fueron a vivir en la versión anterior, donde de noche se recortan amenazantes siluetas fantasmagóricas.
El punto de partida es el trauma que Josh sufrió de niño, en 1986, que en esta historia lo convierte en un ser que se mueve entre la tierra y el "más allá".
Specs convoca a la difunta Elise y las indicaciones que surgen de sus dados lo llevan, a él y a los cazafantasmas, hasta un hospital abandonado, supuesto epicentro de crímenes atroces.
Y es en esta instancia donde emerge la terrible figura de una madre castradora, que tortura a su hijo obligándolo a vestirse como una niña y a identificarse con el nombre de Marylin.
¿Los autores se habrán copiado de un caso criminal, actualizado hace escasos días, ocurrido en un campo de nuestro país, donde el asesino asumió (y aún conserva) el mismo nombre?
En el contexto de la historia, un personaje aclara que "no es la casa la que está embrujada y maldita, sino una persona".
Y esa es la cuestión clave de este pastiche fílmico, que repite con escasa originalidad todos los tópicos de este subgénero del cine de terror.
Hasta se podría afirmar que esta película y aún más que la primera versión, es una suerte de pararrayos de ideas ajenas, robadas de películas de Hitchcock, del italiano Darío Argento y de filmes que tuvieron cierto éxito como Poltergeist o Los Cazafantasmas.
Y aunque Wan hace alarde de cierto virtuosismo formal, el resultado deja abierta la sospecha de que al director se le mezclaron algunos actos, en vista de la complejidad de la historia y la dificultad para aprehender su desarrollo.
Sin embargo, Wan prefiere siempre los golpes de efecto antes que una narración coherente.
Encima, ha llegado a decir que quiere abandonar el cine de terror.
Viendo esta segunda entrega, parece una buena idea, y digna de ser imitada, también por los espectadores cuando se trata de productos de tan baja calidad, como esta propuesta fílmica.