Blue Jasmine

Crítica de Agustín Neifert - La Nueva Provincia

Un Allen auténtico, con lo mejor de su producción

Significa el regreso de Woody Allen a su país, después de su prolongado periplo por Europa, donde filmó siete de sus últimas ocho películas. La idea del guión habría nacido de una conversación entre Allen y su actual esposa Soon Yi.
Pero es obvio que abrevó en Un tranvía llamado deseo, el célebre drama de Tennessee Williams, llevado al cine en 1951 por Elia Kazan con Marlon Brando y Vivian Leigh. No es la misma historia y los escenarios también difieren, pero los personajes poseen una inicial similitud.
En el filme de Kazan, tras perder las propiedades de la familia, Blanche DuBois sale desesperadamente en la búsqueda de un puerto donde recalar y decide viajar a Nueva Orleans para alojarse en la casa de su hermana Stella y su cuñado Stanley Kowalski.
En Blue Jasmine, la protagonista es Jeannette, pero cambia el nombre por el de Jasmine porque le parece más chic. Eso ocurre cuando conoce, se enamora y se casa con Hal, un acaudalado inversor financiero, inspirado en Bernard Madoff, autor de uno de los fraudes más escandalosos de la historia.
Jasmine pierde su fortuna y su lugar en la alta sociedad de Nueva York cuando Hal es arrestado por el FBI. Luego de trabajar como empleada en una zapatería, viaja a San Francisco para hospedarse en el departamento de su hermana Ginger, quien es la otra cara de la moneda.
Ginger trabaja en un supermercado, es ignorante, ordinaria y en esa fecha ya se ha separado de su marido y mantiene un tórrido noviazgo con Chili, el equivalente a Stanley del filme de Kazan, un personaje violento que llora o rompe cosas cuando no obtiene lo que quiere.
Luego de vivir la gran mentira de aquella burbuja económica y social, Jasmine se ve súbitamente inmersa en una experiencia atroz. Procura aprender un oficio, conoce a un político oportunista en el que cree hallar su tabla de salvación, pero sigue mintiendo, engañándose a sí misma y buscando un ilusorio consuelo en el vodka y los antidepresivos.
Woody Allen retrata con una enorme precisión esa tragedia de Jasmine y la galopante ordinariez de Ginger y Chili, y lo hace sin ninguna compasión. Más bien con un ensañamiento mucho más intenso que el que había utilizado en Match Point.
Por la misma razón, es posible inscribir a este filme en lo que se conoce como "cine de la crueldad", cuyo máximo exponente fue en otros tiempos el español Luis Buñuel.
Allen se reserva el punto de vista narrativo para sí mismo y salva a un único personaje, que adquiere así la dimensión de símbolo, modesto pero símbolo al fin, en contraste con la vulgaridad o hipocresía de los restantes personajes.
La película se convertirá con el correr de los años en un testimonio insoslayable en la filmografía de Woody Allen, respecto de una realidad, la actual, vigente en su país, que parece agravarse y deja un espacio muy reducido para la esperanza.
La historia de Blue Jasmine se desenvuelve en dos tiempos y dos escenarios e incluye un excelente trabajo del fotógrafo Javier Aguirresarobe, un impecable diseño de producción y dos grandes actuaciones-
La australiana Cate Blanchet demuestra una vez más que es capaz de asumir todos los registros expresivos, y de la británica Sally Hawkins, quien compone a una Ginger con un rigor tal que nos lleva a dudar sobre si también es así en la vida real.