Broken City

Crítica de Agustín Neifert - La Nueva Provincia

La corrupción y la inmoralidad

El tema central de este entretenido thriller conspirativo, con envoltura de policial negro, es la corrupción política y la inmoralidad en las esferas del poder y sus vínculos con la especulación inmobiliaria, con la clara intención de demostrar que "el pescado se pudre desde la cabeza".
El punto de partida fue un guión de Brian Tucker que no tuvo cabida en los grandes estudios de cine y pasó a integrar la "lista negra" de proyectos inviables. De allí fue rescatado por el afroamericano Allen Hughes, quien se propuso debutar en solitario con ese guión, después de haber codirigido varios largometrajes con su hermano gemelo Albert.
El escenario es la ciudad de Nueva York durante los días previos a las elecciones para renovar autoridades locales. Los protagonistas son el alcalde Nicholas Hostetler y el detective privado Billy Tagart, quien hace siete años se retiró de la repartición policial por un incidente que concluyó en tragedia. Ambos se conocen desde esa fecha.
Hostetler se postula para la reelección y compite con Jack Valliant, quien lo acusa de ser el candidato de Wall Street. Tagart es convocado por el alcalde para investigar la supuesta infidelidad de su esposa. Las pesquisas depararán sorpresas y derivaciones insospechadas.
Fundamentalmente después que Paul Andrews, el jefe de campaña del candidato opositor, aparece muerto en la vía pública; y que Tagart descubre un negociado inmobiliario impulsado desde el poder, que pretende vender el pequeño barrio Bolton Village.
Hostetler procura extorsionar a Tagart por razones que debe descubrir el espectador. Y éste, además, tiene algunos problemas afectivos por la participación de su novia, que es actriz, en una película.
Como es habitual en el cine policial negro, Tagart es asistido por una eficaz secretaria llamada Katy, quien se involucra en su tarea un poco más allá de lo aconsejado.
"Hay batallas que afrontas y batallas de las que huyes", afirma uno de los personajes. Y algo de esto le ocurre a Tagart, a quien el alcalde califica de "católico y estúpido", por su negativa a participar de ciertas aventuras nocturnas.
Es cierto que Tagart es un poco ingenuo y por varios motivos mantiene un conflicto con el comisario Fairbanks, pero de esto no se puede deducir que sea deshonesto.
También es cierto que el director desaprovecha las subtramas de la esposa del alcalde y la novia del detective, y no se ocupa en la forma que cabía esperar respecto de los entresijos de la campaña electoral.
Pero esto no le resta méritos a la propuesta, que de paso demuestra que en una sociedad con instituciones consolidadas los corruptos van presos y que las famosas cámaras en las calles también sirven para vigilar a los ciudadanos honestos y, eventualmente, extorsionarlos.