¿A qué edad se tiene que dejar de pensar en oportunidades que cambien la vida? ¿Hasta cuándo uno se puede llegar a relacionar con familiares a los que nunca vio en su vida? Algunas respuestas pueden encontrarse en “Ella se va” (Francia, 2013), de Emmanuelle Bercot y que encuentra en Catherine Deneuve la intérprete ideal para la historia. Deneuve es Bettie, una mujer madura que reparte sus días entre la rutina laboral dentro de su restaurante y la opacidad de su vida con su madre, y una aventura de larga data con un señor casado. El conflicto interno y externo con el mundo y SU mundo se disparará cuando se entere que su amante decidió dejar a su mujer por una joven de 25 años y no por ella. El viejo Mercedes Benz se transformará de un momento a otro en la vía de escape hacia algo que aún no tiene en claro, convirtiendo a Bettie en una Thelma sin Louise, que imprevistamente cambiará la ruta como su escenario principal para poder decidir cómo continuar su vida. Esta “road movie” se irá narrando a través de exquisitos planos (atención al circular en una rotonda) y colores de la naturaleza que avanzarán sobre la rutina gris de Bettie con una impronta plástica de la película que se fijará en aquellas pinceladas que muestran la Francia agraria, el pueblo pequeño, los bares familiares y las tardes sin hacer nada. “Perdí a la única persona que me hacía sentir viva” grita Bettie al enterarse la traición de su amante, a lo que la madre le pregunta “¿y yo?”, porque además de hablar de una crisis existencial de una mujer que intenta continuar vital, también habla de los lugares que creemos que ocupamos en la vida de los otros y en la propia. Bettie tiene una hija, a quien hace tiempo no ve, pero en medio de su viaje iniciático recibe un llamado de ella pidiéndole que cuide a su nieto (a quien nunca ha visto) y tampoco quiere ver. Haciendo un esfuerzo sobrehumano lo busca y ahí también comienza otra historia, la de una abuela inexperta que intenta recuperar el tiempo perdido. A lo largo de su aventura se relacionará no sólo con su nieto, sino con el mundo, un mundo que hace tiempo ella sólo conoce a través de los comensales que asisten a “Auberge” (su restaurant) y que ignora sobre su dureza y su hostilidad. Cada kilómetro que avanza en la ruta es una historia y una anécdota que suma, pero también es una posibilidad sobre rever su pasado. Porque también hay además de lo familiar y vincular, algo que ella reniega sobre su belleza. Otrora reina de Bretaña, se reúne con sus pares a realizar una foto homenaje, y en esa decadencia de peinados y bandas, está también ella. “Hace unos días estaba en un pequeño pueblo” reflexiona Bettie, luego de reencontrarse con su hija, conocer a un hombre y ver como sus cuentas bancarias se han anulado, y es en esa reflexión que se esconde una afirmación, aquella que inspira sobre una mujer que se transforma y que decide cambiar su destino para evitar morir sola en una habitación. “Ella se va” tiene algunas cursilerías que atentan con la totalidad del discurso, pero que pueden ser obviadas en una película hecha a la medida de Deneuve, para su lucimiento y brillo.
En estos últimos años, debido en gran parte a la política desarrollada en materia cinematográfica, se ha logrado no sólo que muchos directores nóveles concreten sus óperas primas, sino también que se produzcan muchas de ellas en el interior del país o en el Conurbano Bonaerense, dando lugar a un cine que se siente reconocible. Si por un lado, el cine argentino industrial a medida que gana adeptos va perdiendo rasgos culturales propios; en producciones más pequeñas (no menores) se ha podido encontrar al pueblo, al barrio real. Este es uno de los hallazgos de Señales, una ambiciosa propuesta de Guido Rossetti que mezcla estilos y géneros sin perder de vista los orígenes. Filmada en la localidad de Tres Lomas, provincia de Buenos Aires, Señales comienza como un policial clásico, con una impronta que hace acordar a algunas producciones locales de los ’80 y los ’90, pero poco a poco va introduciendo el drama, las historias secretas, y hasta se anima al género sobrenatural sin entrar al terror puro. Como en todo policial, o buena trama de suspenso, no vamos a contar demasiado de su argumento. Podemos decir que hay dos protagonistas reunidos ante un mismo hecho, por un lado el Comisario Molina (Roly Serrano, que pedía a gritos un protagónico y aquí recompensa), que debe resolver el cada vez más misterioso suceso de una serie de muertes con características similares, aparentemente suicidios, ocurridos en una misma hostería y en la misma hora; nada parece conectarlos, pero… A su vez, llega a Tres Lomas un joven, Mauro Silleta (Nicolás Mateo), dispuesto a colaborar con Molina, y para eso se encierra en la habitación de los crímenes en la que irá escribiendo, documentando, todo lo que va sucediendo. Nada más, el resto es mejor que sea descubierto por el espectador que podrá encontrarse con personajes que ocultan más de lo muestran, sobre todo tristezas, pasados oscuros, apariciones extrañas, y algo de mitos populares. Señales va cambiando de registros, puede en algún momento abusar de alguna técnica pero todo es en el noble ejercicio de crear tensión y mayor misterio alrededor de una historia que acertadamente se cuenta con la simpleza necesaria para que los cabos puedan atarse. A una interesante labor de cámaras y dirección de actores en manos de Rossetti, se le suma lo que sin lugar a dudas es el plato fuerte de la propuesta, su elenco. Roly Serrano se carga el film al hombro, su Molina tiene varias capas y uno lo acompaña todo el tiempo. Los secundarios de renombre como Mónica Scapparone, María Ibarreta (una actriz que debe más cine), María Duplaá y Pepo Rosetti, también hacen un aporte fundamental creyéndose sus roles. Nicolás Mateo si bien deja un saldo positivo pareciera quedar algo tapado y con menos peso del que su rol protagónico le exigía. Misterios de pueblo chico, cine de género sin perder la esencia de film argentino; pequeños gustos que pueden darse cuando el presupuesto no es tan importante como la garra y las ganas de contar una buena historia.
Allá por 2002 el errático director Michael Lehmann terminaba de tirar su carrera por la borda (y la de sus protagonistas Josh Harnett y Shannyn Sossamon consigo) cuando se estrenaba la muy fallida comedia 40 días y 40 noches que caia en todo tipo de chistes entre lo burdo y lo desagradable sobre un joven galán que jugaba una apuesta de no tener sexo durante el período del título justo cuando conoce el amor. Doce años después, el debutante Tom Gormican realiza Las novias de mis amigos, con una premisa ligeramente similar a aquella, aunque de primer plano pareciera hablar más del compromiso que del sexo. Claro, ambas se inspiran en Trabajos de Amor Perdidos de William Shakespeare (la cual también ha tenido sus adptaciones). La historia se centra en tres amigos, Jason (Zac Efron), Daniel (Miles Terrier), y Mikey (Michael B. Jordan) viviendo lo que se dice el sueño – joven – americano. Los tres son rompecorazones (por supuesto, Jason es el más “pícaro”), pero cuando Mikey es abandonado por su esposa, hacen un juramento mantenerse alejado de las relaciones con el otro sexo, y hasta crean un sistema de ayuda y contención similar al de AA. Por supuesto el destino es engañoso, y el guión de esta película no quiere darnos sorpresas, por lo que casi automáticamente, luego de hacer este pacto, los tres lo pondrán en riesgo. Jason conoce a Ellie (Imogen Poots) una chica seria a quien primero confunde con una prostituta de lujo; Daniel empieza a sentir que su amiga de toda la vida Chelsea (Mackenzie Davis) es más que eso, y Mikey pretende reconquistar a su esposa Vera (Jessica Lucas). En el medio, y sin demasiada explicación ni demasiado ingenio, los tres muchachos, por junto o por separados van a vivir “aventuras” que depararan en chistes de muy dudoso gusto y menos gracia. Erecciones, eyaculaciones, órganos sexuales de ambos sexos, y coitos de toda clase serán de la orden del día. Claro que estamos frente a un film cuya idea es poner a la ex estrellita de High School Musical en un rol de galán “joven adulto” por lo que los chistes quedan a mitad de camino, lo mismo que las escenas osadas mayormente insinuadas u ocultadas torpemente. Sí, para las chicas, Efron aparece en calzoncillito y hasta un roce de desnudez, pero del modo menos erótico posible. Por otro lado, Gormican, que también se encarga del guión, pretende hacer algunas reflexiones serias sobre el ser veinteañero en la urbe estadounidense, plagar la escena de referencias culturales, y hasta hacer inserciones publicitarias caras al estilo Sex & the City, pero todo queda trunco al próximo chiste fácil. Terrier y Jordan intentan sacar adelante sus personajes con oficio, pero todo se empeña en poner adelanta a Zac Efron que hace poco más que cualquier actor de publicidad de Colgate, mostrar una sonrisa blanca. El trío femenino no corre con mejor suerte, es papeles difíciles de definir. Es poco lo que se puede rescatar de un producto como Las novias de mis amigos, con espíritu de estudiantina y aire de post-universitaria. Algunos chistes nos pueden causar gracia porque todos tenemos el instinto de reírnos ante un absurdo. Algunos momento en donde aflora el romance también pueden ser inspirados aunque clichés, pero otra vez, luego de lo romántico, hay una necesidad imperiosa de arrojar otro momento burdo; así, a ese ritmo avanza esta película.
Desde abril y hasta fines de mayo, todos los jueves a las 19hs se presenta en el Centro Cultural de la Cooperación este esperanzador documental del documentalista Diego Braude. Fabricantes de Mundos son varias historias en una historia; como un “simple acto”, una “simple actitud” puede modificar la vida no solo de quienes adoptaron esa decisión, sino de todo un pueblo. Podríamos decir que su esquema es tripartito, por un lado la cámara sigue a Néstor Mancini, actor de pura raza teatral que regresa a su Saladillo natal para formar un grupo de teatro vocacional en el pueblo. Será él quien lleve adelante buena parte de la travesía. También está el otro lado del espejo, los integrantes del grupo, a quienes se ve y cuentan buena parte de su rutina cotidiana, de la vida en el pueblo, y de lo que para ellos significa el teatro y las clases. De este modo empieza a configurarse un mosaico coral de historias entrelazadas, el cual termina de completarse con el tercer campo, el del pueblo general, que verá su esquema de vida modificado gracias al Teatro Comedia de Saladillo. No es este un documental sobre “profesionales” de la actuación, pero sí es sobre gente que se toma la actividad muy en serio, quizá más seriamente que muchos de los que viven de la profesión. Acá hay pasión, hay vida y conexión; y eso se siente desde Mancini, hasta cada integrante del grupo y del pueblo que se siente orgulloso de sus vecinos. Acertadamente, Braude no complejiza las cosas; deja que sean sus protagonistas quienes se luzcan y carguen con el peso de la cuestión. Hay mucho de esperanza, de sueños cumplidos y por cumplir. Saladillo pareciera dar con esa idea de pueblo en el que todos se conocen, aún a quienes se fueron como Mancini. Es otra forma de ver el teatro, es una forma de expresarse, de exteriorizar y darse a conocer, como un grito de reconocimiento. Braude y Mancini recuperan ese espíritu que muchas veces parece perdido. Cada uno de sus integrantes tiene una historia distinta que contar, ninguna es más importante que la otra; y encuentran en lo teatral el modo en que todas esas individualidades se fundan. Un documental para salir con el pecho lleno de esperanzas renovadas.
Un crimen misterioso, una investigación en puerta, varios secretos a descubrir con vueltas de tuerca y manipulación incluída, un personaje principal con todos los tics necesarios y una sagacidad única, y personajes secundarios para hacer las delicias de quienes no sólo observan el plano central. Estos, ítems más, ítems menos, forman el manual del policial para que el asunto llegue a buen puerto. Estos ítems más, ítems menos son los que respeta a rajatabla Betibú, segundo opus de Miguel Cohan (Sin retorno) esta vez respetando (salvo algunas incorporaciones y extractos necesarios) la novela homónima de Claudia Piñeyro (La viuda de los jueves). Desde la primera escena sabremos que acá las reglas están para ser cumplidas, música aturdidora en tocadiscos, habitación de mansión de country, Pedro Chazarreta (Mario Pasik) es encontrado degollado en su sillón por su mucama. Si estaríamos ante una serie de TV, luego de esto, vendría la presentación de créditos iniciales con el leit motiv del programa. La investigación policíaca corre por su cuenta, pero hay un dato que nos interesa, Chazarreta era sospechoso de haber asesinado a su mujer en un episodio confuso; y ante su muerte, la atención periodística aumenta a ritmo de morbo. Esto desemboca en que el director del periódico El Tribuno (José Coronado), no solamente mande a su reciente jefe de policiales Saravia (Alberto Ammann) acompañado del semi retirado - a regañadientes - Brena (Daniel Fanego), sino que además incite a que su ex amante, la novelista de policiales y ex periodista ídem Nurit Iscar (Mercedes Morán), complete el trío de investigación y escriba la crónica diaria de la causa en recuadros especiales. No vamos a contar nada de nada de la trama criminal porque es mejor que la descubra el espectador, y porque en verdad, Betibú respira aire de saga, parece, como se insinuó, un capítulo de una serie de TV con un crimen por episodio; en el contexto general no importa tanto el crimen como la resolución que llevan a cabo sus personajes. Nurit Iscar – a quien apodan Betibú – es de esos personajes que nacen para ser protagonistas, por supuesto, ella ve lo que nadie ve, habla lo justo, pero cuando habla sus frases no son banales o resuelven algo o tiran un dardo certero. Brena es el segundo ideal, no sólo tiene una historia con nuestra protagonista, es un personaje querible, que habla lo que no habla Nurit, cabrón pero entrador… y sí, si fuese una serie se merecería su spin-off futuro. A estos dos personajes hay que agregarles la carnadura que Morán y Fanego les imprimen, convirtiéndose en lo mejor del film, lo que hace que se destaque del resto, por separados, o haciendo lujo de una química increíble (atención a las miradas), la atención siempre pasará por ellos. Ante estas dos soberbias interpretaciones, el Saravia de Alberto Ammann no logra destacarse por peso propio, queda en un segundo plano, no por una labor desacertada (su labor es más que correcta), sino simplemente que un trío una de las patas siempre es la que menos se ve; algunos problemas de acento tampoco ayudan. Los secundarios especiales del caso también aportan su plus si contamos que entre ellos figuran Osmar Nuñez, Lito Cruz, Carola Reyna, Norman Briski, Gerardo Romano, y la lista sigue. A diferencia del anterior film de Cohan, Betibú luce más formal. Allí donde Sin retorno se jactaba de hacer un análisis de la culpa, de la utilización de los medios, y de la mentira detrás del “justicia por mano propia”, su nueva película se limita a plantear un crimen atrapante y poner a sus carismáticos periodistas investigadores en medio de una trama que se va enturbiando; lo cual no es para nada poco, es tradicional.
Vuelven los amigos, vuelve la diversión, podría ser el leit motiv promocional de este nuevo film del francés Cédric Kaplish. Efectivamente, a la manera de Leconté con sus criaturas de Les Bronzes, Kaplish intenta cerrar una trilogía con los personajes que descubrió en Piso Compartido de 2002 y continuó en Las muñecas rusas de 2005. En los dos films anteriores pareciera haber sentado las bases, un grupo de amigos (mayoritáriamente mujeres y un hombre), jóvenes en etapa de maduración, con sus desavenencias de vida y sobre todo sentimentales/amorosas. Pero a diferencia de las entregas anteriores, en Lo mejor de nuestras vidas (no confundir con el film localmente homónimo de Danielle Thompson también protagonizado por Cécilie de France) ya no tenemos una historia compartida, esta vez todo se centra en Xavier (el carismático Romain Duris de la subvalorada Rompecorazones) que ahora viaja a Nueva York siguiéndole el rastro a su ex mujer Wendy (la australiana Kelly Reilly). Llegado a la gran ciudad no se halla a sí mismo, su vida se desorienta aún peor, y de todo eso (sumémosle un matrimonio con una mujer oriental), del desastre caótico que parece haberse convertido su existencia, decide hacer un libro que le es imposible ponerse a escribir a medida que todo se complica más y más.Llegado a la gran ciudad no se halla a sí mismo, su vida se desorienta aún peor, y de todo eso (sumémosle un matrimonio con una mujer oriental), del desastre caótico que parece haberse convertido su existencia, decide hacer un libro que le es imposible ponerse a escribir a medida que todo se complica más y más. Los personajes restantes cumplen ahora la función de periferia, sí ahí estarán la amiga lesbiana embarazada Isabelle (Cécile De France), y Martine (Audrey Tautou) otra amiga con hijos a la que esta vez tendremos que esperar bien avanzado el metraje para verla en acción. En donde Piso Compartido y Las muñecas rusas hacían gala de una comedia con toques dramáticos, aquí Kaplish se inclinó por un tono más delirante, de comedia disparatada. El film respira buen brío y se apoya en personajes carismáticos con peso en las buenas interpretaciones generales. No le pidan a este film del director de Aire de familia más de lo que es, se asoman algunas reflexiones y mensajes, pero lo que primará aquí es una comedia muy agradable y con gusto cosmopolita y hasta for export. Su tono “crisis de los cuarenta” hará que sea más compenetrable para esa franja de edad, ya que tocará varios temas comunes y de manual. También, si bien no es indispensable, ayuda haber visto los dos films anteriores para una mejor comprensión. Kaplish entrega un film que pareciera menor pero lo suple con mucha alegria y feliz divertimento, una invitación a relajarse y disfrutar de una buena pasatista.
Pocos directores podrán decir que poseen un estilo tan propio como el de Wes Anderson. Un estilo capáz de ubicar a sus personajes en un mundo particular, que mezcla lo real con lo imaginario, y en donde todas sus películas parecen desarrollarse alejadas de la cotidianeidad. En El Gran Hotel Budapest, Anderson pareciera haber encontrado en los textos de Stefan Sweig que le sirvieron de inspiración, un camino para llevarnos a un tour por ese mundo amplio del que anteriormente nos dio muestras específicas. Rodeado de un elenco multitudinario y reconocible para realizar participaciones especiales, comenzamos con una historia dentro de otra historia, como una suerte de muñeca rusa. De las páginas de un libro, pasamos a un escritor (Jude Law) que llegá al mítico hotel Gran Budapest para conocer a su dueño, el Sr. Moustafa (F. Murray Abraham) que le contará la historia de cómo llegó a alzarse con la titularidad del hotel; un lugar de ensueño, exquisito, en el que el resto del mundo pareciese perderse. Así saltamos a un Zero Moustafa joven (Tony Revolori) recién empleado en la conserjería del hotel que quedará bajo el aprendizaje de Gustave H (Ralph Fiennes) conserje alma de ese hotel europeo. El hombre se gana el corazón de todas las huéspedes, y de ese carisma arrollador saca todo tipo de ventajas. Estamos entre las dos Guerra Mundiales, tiempos de una paz endeble y regidos por una fuerte presencia militar. Una de las ancianas huéspedes frecuentes (Tilda Swinton haciendo gala de maquillaje protático y talento interpretativo) fallece intempestivamente, y deja como legado a Gustave un cuadro renacentista de precio incalculable. Claro, los familiares de la mujer no estarán muy conformes con la decisión, lo cual llevará a una trama de robos y venganzas, espionaje, aventuras y aprendizaje de vida alrededor de todo el continente, en el cual la situación histórica no será irrelevante. Al igual que sucede con los films de Woody Allen, hablar de un film de es Anderson ya parece garantía de hablar de amontonamiento de estrellas. Así, pasarán delante de la pantalla, además de los mencionados, Adrien Brody, Willem Dafoe, Mathieu Almaric, Saoirse Ronan (que se repone de esa ingrata experiencia que fue La Huésped), Jeff Goldblum, Harvey Keitel, Edward Norton, Bill Murray, Jasón Schwartzman, y la voz de Tom Wilkinson como narrador. Todos abrazan el ridículo carisma que les propone el director y logran momentos brillantes, pese a que algunos contarán con pocos minutos y hasta deberán ser buscados con lupa para ser localizados. El director está a sus anchas con la posibilidad de mostrar el pintoresquismo del hotel, y contrastarlo con la extravagancia oscura de los exteriores europeos. Los escenarios parecen salidos de un cuento de hadas, de la irrealidad mejor representada, y este quizás sea el punto más alto del film. Para esto, la presencia en la dirección de fotografía de Robert D. Yeoman, el mismo de toda la filmografía de Anderson, resultará fundamental. El guión tiene momentos desopilantes, de locura total, y otros en donde la historia decae en ciertas simplezas. No estamos ante un film perfecto, tampoco el mejor trabajo de su director, pero sí uno muy personal, hasta sería justo llamarlo único en su especie. Dinámico, divertido, disparatado, como un libro troquelado, así es El Gran Budapest, sin dudarlo, una alegría de cartelera.
Las pasiones son inmanejables, nos toman de imprevisto, no podemos controlar el apasionarnos o no por algo/alguien, es algo que sucede. Muchas veces estas pasiones responden a un escape de rutina, a buscar una salida en la monotonía que vivimos todos los días y que nos agobia. Esto es lo que le sucede a Fabián (Dario Grandinetti) protagonista de "Inevitable", nuevo opus del español Jorge Algora, recordado por, entre otros films, "El niño de barro". Fabián está casado con Mariela (Carolina Peleritti), una mujer opaca, muy seria, de clase, y que parece haber olvidado cómo encender el fuego en la pareja. Mariela es psicóloga, y repetidas veces la vemos en sesiones con una mujer irritada, Olga (Mabel Rivera). Pero el entorno familiar, al que hay que sumar una hija imposible de tratar, no es lo único que ahoga a Fabían; de profesión banquero, recibe presiones constantes de su jefe capitalista. El clic comienza un día en que uno de sus compañeros (Carlos Kaspar) muere de un infarto repentino, y al no recibir ninguna devolución de su familia haya un oído y consejos de parte de un hombre ciego que se sienta todos los días en la misma plaza que Fabián; este hombre (interpretado por Federico Luppi) funcionará como una voz de la conciencia liberadora. La liberación final llegará el día que nuestro antihéroe conozca a Alicia (Antonella Costa) una artista plástica, bohemia, la cual se convertirá en una obsesión por poseer. Ambientada durante los años ’80 sin una razón demasiado clara, "Inevitable" se presenta como un drama de argumento clásico, en el que se mezclan las pasiones amorosas, las disyuntivas sociales en contra del ritmo que impone la vida capitalista, y críticas a distintos tópicos comunes de una vida acomodada y de clase alta. Estos intentos se resienten en un resultado que luce forzado. Los personajes si bien podrían ser interesantes pecan de lugares comunes y se resienten unilaterales y hieráticos. Aún así, los interpretaciones del conjunto hacen su esfuerzo noble y apreciable para hacer sus criaturas creíbles. Algunos detalles como la falta de una verdadera expresión de amor más ligada en la escena a una obsesión momentánea, sumados a cierta inverosimilitud de diálogo y actitudes, tampoco ayudan a que la historia fluya. La dirección de Algora y la fotografía de Suso Bello son correctas, no tanto una banda sonora algo altisonante. Inevitable es un film con altas y bajas, con ambiciones quizás más grandes de lo que el resultado llega a ofrecer
Se acerca una de las fechas más negras de la historia argentina, 24 de marzo, y siempre en estos momentos suelen estrenarse películas ya sean ficciones o documentales afines con la temática de la última dictadura militar en nuestro país. Por esta razón, la primera expectativa al ver un documental como Nacidos vivos es la de encontrarse con un fresco que evidencie uno de los máximos horrores ocurridos durante esos ochos años, el robo y sustitución de identidad de bebés. Sin embargo, aquí está el primer impacto, "Nacidos vivos" no se limita solamente a hablar de ese terrible período. El trabajo de Alejandra Perdomo, de reciente paso por Pantalla Pinamar donde tuvo un recibimiento emocionante, arroja un dato, una cifra que desmorona, el robo y/o venta de bebés con el subsiguiente cambio de identidad afecta a más de 3.000.000 de ciudadanos en Argentina. Perdomo captura el testimonio de adultos que en pasado sufrieron este atroz crimen y que ahora buscan reencontrarse de alguna manera consigo mismos. Para esto se rescata la labor de varios intervinientes y factores actuales que en cierta forma ayudan a que ese descubrimiento sea posible. La creación de la Oficina de Derechos Humanos en el registro Civil de la Ciudad de Buenos Aires es un avance enorme, y así lo evidencian las palabras de su fundadora Mercedes Yánez. También tendremos la oportunidad de oir a otra gran luchadora Eva Giberti, todo una voz de la experiencia en temas infantiles, ahora a cargo de la Oficina de adopciones. Algo fundamental en "Nacidos vivos" es que pone en primer plano la emoción, la esperanza, sin dejar de lado reclamos como el que se considere a este crimen como de lesa humaniodad. No hay aquí banderías políticas ni militancias, si bien se reconoce un gran avance en los últimos tiempos. Por supuesto, si bien no es lo único, habrá testimonios de aquellos jóvenes que fueron sustraídos durante el último período de facto, es inevitable, y hasta ocupan un lugar central; pero también “la acción” logra trasladarse hasta España para hablar de las mismas cuestiones. Párrafo aparte para la banda sonora omnipresente y valerosísima a cargo de la ex Blacanblues Viviana Scaliza, uno de los grandes aportes del documental, quien también ofrece su testimonio como víctima de este delito. "Nacidos vivos" mezcla dolor, desesperación, angustia, pero también esperanza y una cierta amarga alegría para quienes lograron cerrar su círculo (si es que esto es posible). Un gran trabajo de investigación y recopilación de Perdomo, de visión indispensable en estas fechas y siempre, estas heridas no pueden prescribir.
Volvemos una vez más a hablar de cine de género nacional que llega al estreno comercial. En los últimos años esta constante fue creciendo y cada vez son más los títulos argentinos que se animan a contar una historia enmarcada en un género específico con sus reglas y sus vicios; y cada vez que se produce este evento, en estas líneas se lo celebra como es debido. Por otro lado, es cierto que la producción masiva de cine de género local no comenzó recientemente, y hace alrededor de veinte años, sino más, que se viene desarrollando esta actividad en lo que podríamos llamar un ambiente alternativo, ligado al video hogareño alejado de las salas. Este es el aporte de "Motín de Sierra Chica", hacer que un film que mantiene ese espíritu underground llegué, aunque limitadamente, a la cartelera de salas cinematográficas. Basada (suponemos) muy libremente en los hechos ocurridos allá por 1996 y recordado por rellenar las páginas policiales durante varios meses, el director Jaime Lozano se anima a contar la historia de este grupo de presos del penal de Sierra Chica al que los medios dio por apodar “los doce apóstoles” que llevaron a cabo uno de los motines más sangrientos que se recuerden en el país. Todos los ingredientes que adornaron la fantasía o realidad de la crónica policial y que se convirtieron en lugares comunes al hablar del mundo presidiario están presentes, y de modo bastante gráfico y expuesto. Sí, las empanadas humanas y el picadito con cabeza como pelota también. Lozano no se ahorra nada, cuenta con recursos escasísimos y utiliza técnicas que podrían considerarse demodé, añejas, y hasta para los puristas rayanas en lo ridículo (¡vuelve el croma!); pero el resultado será un festín para los amantes del cine clase B, que los hay y muchos. La historia, por si no la recuerdan, resumidamente es la de dos bandas enfrentadas dentro de la prisión, una de más peso que la otra, que colisionarán por diferentes cuestiones, y terminarán en los hechos violentos que todos recordamos en el que hasta una jueza quedará como rehén ¡y vivirá una historia de amor!. Lozano y su film no disimulan su deseo de hacer un cierto tipo de films que ya pareciese no hacerse, el que predominaba en los ’90, el que era una odisea encontrar y una osadía mirar; lo representa en varios sentidos, aún en sus mensajes y sus tonos que sí, parecieran fuera de época pero encajan perfectos en los hechos sucedidos hace casi dos décadas. En el elenco encontramos nombres como el de Norberto Ajaka, Luciano Casaux, Valeria Lorca, Jorge Sesan, Ivan Espeche, y también Piti Fernández de la banda Las Pastillas del Abuelo; todos de labores correctas siempre teniendo en cuenta el tono que impone el film. "Motín en Sierra Chica" no intenta ser un acabado real, podría ser ficción pura (los participantes reales nunca aclararon lo sucedido), y aún con todas sus imperfecciones y desprolijidades es un film que canta victoria, el logro de una lucha que lleva varios años, llegar a un estreno en salas sin condescender ni un poco en el espíritu y en la estética que es marca registrada. Sangrienta, exagerada, rockera, cuasi punk; señores hay un policial clase B para ver en pantalla grande.