En su tercer largometraje, el iraní Asghar Farhadi, célebre a partir de la recordada La separación, vuelve a ubicar a la pareja y a la familia como centro del relato y como máscara para más de una analogía. Otra vez la visión de los niños/hijos como el equilibrio de puja, y cierto desamparo de los adultos abogados a sus propios asuntos sentimentales, que en definitiva también los atañen. La problemática esta vez parecen ser las familias (mal) ensambladas. Ahmad (Ali Mossafa) debe viajar de Teheran a París a pedido de su (ex) esposa para firmar los papeles del divorcio que le permitan a ella, Marie (Bérénice Bejó) formar una nueva familia con Samir (Tahar Rahim). Al llegar a este nuevo país, Ahmad deberá quedarse unos días en casa de Marie, sirviendo la última gota a un vaso que ya estaba rebalsado. El hombre observa desde el afuera (y no tanto), que el mundo de su ex pareja hace eclosión entre tratar con las dos hijas que tiene con él, y el hijo que Samir tuvo con su esposa actualmente en estado comatoso. El pasado parece basarse en las miradas ajenas, en el tercer punto. Ahmed observa la frágil relación de una familia que ya no es la suya, y los hijos (en especial una de las hijas) ven el extraño comportamiento de Marie para con Ahmed y Samir, creando aún más conflictos. El Pasado es el primer film de Farhadi realizado fuera de su país, en Francia, y eso pareciera reflejarse en el resultado. Ahmed es un israelí que viaja a Francia y observa el comportamiento de ese país desde el afuera, un país con comportamientos al que pareciese no poder/querer amoldarse. Como ya se hizo costumbre en su cine Farhadi compone varias capas de relato, manipula al espectador, lo lleva y lo trae, y lo va metiendo de este modo cada vez más en el relato. Tenemos un típico drama francés en la relación de Marie con los jóvenes, y una historia más intimista (el que predominó en los anteriores films del director) en el personaje de Ahmed que funciona como un espejo, como si quisiese hablar de sí mismo. Esa composición de varios elementos que complementan Farhadi la realiza armoniosamente y sale más que airoso; es un mecanismo de caja china, de emociones muy potentes, que encaja perfectamente sin fisuras. Pero el film se reciente en sus 130 minutos de idas y vueltas, tanta manipulación y compromiso que se le solicita al espectador termina agobiándolo y en un punto, sobre el final, el interés tiende a dispersarse. Farhadi parece haber tenido alguna dificultad en encontrarle un nudo resolutivo a todo lo que quiso contar; no obstante, si bien llevará tiempo, todo cerrará sin aberturas. El pasado es un film irregularmente perfecto, con grandes hallazgos narrativos e interpretativos, con un soberbio manejo de imagen. Pero como en toda familia ensamblada, por más que las piezas se acoplen y se integren, no dejan de pertenecer a orígenes diferentes, llegar al cause común no es tarea sencilla, Asghar Farhadi da muestra de ello.
Filmada en un riguroso blanco y negro El mejor de nosotros es una propuesta atípica para una cartelera acostumbrada a títulos convencionales que no toman ningún riesgo a la hora de su realización. Su director Jorge Rocca es un todoterreno de nuestro cine, pasó por todos los rubros detrás de cámara, mayormente especializado en áreas de producción. Dentro de la dirección este es su prolongado segundo largometraje luego de que en 1993 debutara con el film de culto Patrón, película con la que comparte alguna decisión estética y no tanto narrativa. El Mejor de nosotros adapta la novela de Sergio Olguín, Lanus, a la cual le introduce los suficientes cambios para adaptarla a una realidad actual más ligada a lo rural, a lo interno de nuestro país. Filmada en Tucumán (la novela transcurre en el Gran Buenos Aires), nos cuenta la historia de cinco amigos que crecieron en un pueblo chico del interior de la provincia norteña. Como suele suceder, al madurar cada uno tomó caminos distintos, y mientras tres de ellos se quedaron en el pueblo, dos ellos probaron suerte en la Ciudad. Pero un hecho los sacude, Francisco (el joven integrante de Los Nocheros Álvaro Teruel en su debut actoral), uno de los tres que se quedaron en el pueblo es asesinado, esto hará que los cuatro restantes vuelvan a reunirse. Adrian (Iván Balsa) regresa y se encuentra con que las cosas no han cambiado demasiado, sus dos amigos Gustavo (Joaquín Ferrucci) y El Chino (Sergio Prima) aún continúan en actividades no muy claras, una peligrosa relación con la típica mafia que maneja pueblos del interior. Por otro lado, Rafael también regresa, pero transformado en Vanesa (Claudinha Rukone). Ahí están los cuatro juntos nuevamente, a los que hay que sumar a Mariela (María Luz Subiela), la novia de Francisco, que hace su juego para sembrar la duda y hacer que los cuatro empiecen a sospechar entre sí. Típica historia de intriga y traición de amistades, lo sorpresivo y auspicioso de El mejor de nosotros es su austeridad de recursos pero su ambición de contar una historia que apunta a más. Muchas tomas abiertas, aire libre, fotografías ascética (como la que ya utilizó Rocca en Patrón), actores locales o pocos conocidos, y resultados que si bien pueden ser desparejos no dejan de ser alentadores. El mejor... es una película que respira pueblo e interior por todos sus poros, es una producción chica y que maneja sus ritmos de relato. Pero aún así, aún cuando se toma la oportunidad de hacernos creer que no pasa nada, hay una cierta tensión creciente, apenas percibida. Con los elementos que contaba se podría haber recaído en la típica historia de cotidianeidad mezclada con drama de progreso, sin embargo se anima a un suspenso que interesa al espectador; con eso sólo le alcanza para ser un proyecto digno de celebración.
¿Casualidad o producto del oportunismo? En un momento en el que el país se encuentra en una cierta obsesión con el asunto del narcotráfico despertado tras el estreno de las series televisivas Escobar: El Patrón del Mal y El Señor de los cielos y todos parecen expertos opinólogos sobre el tema, llega tardíamente a nuestra cartelera un film mexicano del 2011, que precisamente habla del bajo mundo del narcotráfico, y que pertenece a una trilogía no oficial de las cuales sus dos primeras partes no tuvieron estreno de ningún tipo en nuestro país. Sin embargo, El Infierno mantiene muchísimas diferencias con las nombradas series provenientes de la Cadena Telemundo, y (casi) todas redundan en lo mismo, el tono desprejuiciado y redundante en el humor negro/paródico con el que varios tópicos son tratados. Al igual que en La ley de Herodes y Un mundo maravilloso (las dos primeras partes), el protagonista es Damián Alcazar, quien esta vez interpreta a “El Benny” García quien al comienzo de la película deja a su familia para probar suerte en los EE.UU. Se sabe, el sueño americano es prohibitivo para la gran mayoría de los extranjeros que lo intentan, y tras 20 años, “El Benny” regresa, exportado, a México para darse cuenta que las cosas estan mucho peor de cuando él se fue. Su hermano menor se metió con el narcotráfico y acabó muerto, y él buscará una vida mejor para sí mismo y su madre pero le será imposible, recayendo también en peligros de toda clase relacionándose con pandillas. El director Luis estrada hace uso de varios elementos para retratar la peligrosidad de un sector muy importante de su país, pero siempre teniendo como primera medida el realizar un film llevadero, que simula ser a gran escala. Estrada mezcla una violencia bastante extrema con toques de humor irónico y otros pretendidamente patéticos, algo similar a lo que solís hacer Guy Ritchie en sus primeros pero sin ese frenesí de cámara del que abusa el británico. Cada sector, cada clase social, será digna de un estilo y una fotografía especial, denotando lo sucio, lo peligroso, y lo oscuro; eso sumará a la hora de instalar una idea en el espectador. Las interpretaciones, con Alcazar a la cabeza son de desempeño correcto, aunque en ciertos tramos los diálogos se apropien de cierto argot propio que no será de fácil entendimiento para la platea normal argentina. Como suele suceder en este tipo de productos, hay una excesiva utilización de lugares comunes y prototipos, lo cual terminará afectando negativamente el resultado final. Varios personajes son unilaterales y cumplen con lo que “todos pensamos que son” los personajes que se dedican a ese tipo de asuntos. Esto le resta brío y credibilidad. El infierno es un film irregular, que se anima a alguna crítica a las políticas y el trato que el país del norte aplica contra ellos (y toda Latinoamérica), que busca en la parodia alguna toma de conciencia, pero que en un punto, en su carga violenta y en sus obviedades remarcadas condesciende con la mirada que “el imperialismo” pretende marcar sobre ese país al que históricamente quiere dominar. Una mirada más audaz hubiese apuntalado muchísimo los resultados.
Estrenada comercialmente con cierto retraso (su producción es de 2011 y fue exhibida hace dos ediciones del BAFICI), La segunda muerte es otra muestra más del muy buen momento que está pasando el llamado “cine de género” en Argentina. El director Santiago Fernández Calvete hace su debut en la dirección tomando elementos nobles que enmarcan al film dentro de una buena corriente de cine de misterio y terror sin perder el localismo que la hará muy identificable con nuestro país. Ese localismo se debe a que cuenta una historia de pueblo, plagada de mitos palpables y personajes identificables. Se sabe que en la gran mayoría de los pueblos del interior hay mitos y leyendas que nutren la riqueza de esa Localidad, los habitantes más antiguos pueden contar o atestiguar historias con algún elemento de fantasía o mística que será cuestión de creer o reventar. Ante esta disyuntiva de creer o no se encontrará Alba Aiello (agustina Lecuona) una policía que deberá resolver una serie de muertes extrañas. Misteriosamente empiezan a contarse los cadáveres calcinados, desde el interior hacia fuera, como a causa de un shock eléctrico, y sin explicación alguna. Varios de los habitantes parecen practicar el arte del secretismo, y Alba, mujer de carácter inquebrantable, empezará a adentrarse dentro de un mundo que presenta más de un elemento sobrenatural. Dentro de esas creencias de pueblo que deberá afrontar Alba se encuentra un niño (Tomás Carullo Lizzio), al que se le atribuyen condiciones de clarividencia y que ayudará en la resolución del caso. Por momentos, la trama de La segunda muerte se complejiza y se vuelve un tanto extraña, sobre todo en su conjunción de sueños, visiones y realidad; pero si bien corremos el riesgo de perdernos, a la vez se suma la intriga, ese clima de extrañeza y peligro inminente que Fernández Calvete maneja con muchísima solvencia. Agustina Lecuona se encuentra fuera de los registros en los que comúnmente la vemos y ciertamente está a la altura de la circunstancia entregando un rol muy convincente como una mujer policía dura y dolida (por circunstancias que no develaremos) en partes iguales. El resto del elenco, en los que se cruzan rostros conocidos y otros a conocer, también es de entrega correcta. De factura técnica impecable, La segunda muerte hace un muy trabajo de clima desde la fotografía en colores grises y sepias, un ritmo en crecimiento, y un puñado de efectos nada desdeñables más aún tratándose de una producción pequeña. Con películas como esta, Argentina goza de muy buena salud en materia cinematográfica en distintos géneros y estilos. Fernández Calvete mezcla el intimismo de un pueblo, con el terror más tradicional sin recaer en regodeos de ningún tipo, y de esa mixtura sale más que airoso. Ya no se puede hablar de una nueva ola naciente de cine nacional de género, sino de un estilo que ha logrado instalarse y competirle con las mejores armas a proyectos mucho más grandes y a su vez mucho más pobres de contenido.
El maestro Osvaldo Soriano dio (nuevamente) en la tecla cuando escribió su maravillosa novela que da tíulo a esta reseña. En ella se narraban las desventuras de unos Tan Laurel y Oliver Ardí (recordados El gordo y El flaclo) luego de su apabullante popularidad, luego de la llegada del cine sonoro al que no pudieron adaptarse, viejos, y sumidos en una miserabilidad máxima en la que también había caído su acérrimo enemigo, Charles Chaplin. Triste... es un tratado sobre la fama efímera y el cachetazo que recibe el artista luego que le pasa su cuarto de hora. Pero Soriano, habil narrador, no se quedaba en ese penoso retrato de miseria, lo adornó con cierto aire de tragicomedia y le adosó una trama de policial negro atrapante... esto es lo que no encontramos en Balada de un hombre común. Los hermanos Coen, fieles a su estilo, crearon otra historia de perdedores que terminan volviéndose, a la fuerza, en queribles. Esta vez se trata de Llewin Davis, músico de género folk, que tuvo un momento de cierta fama en el que cantó algunas canciones en dúo con un amigo, pero ahora (se ambienta en los años ’60) el éxito le es esquivo, y este “hombre común” transita por la vida, básicamente porque el aire es gratis. Abandonado a la suerte, Davis duerme en el sillón de varios amigos, realiza algunas pruebas, se hunde cada vez más en la miseria, y su vida no parece tener rumbo alguno; sólo se tiene a él mismo y a su música. Muchos de los que lo tratan, como su ex novia, su hermana y algún amigo lo detestan, otros lo tratan con lástima, con condescendencia lastimosa; y realmente Llewin Davis es un ser que llama a que nos compadezcamos de él. Joel y Ethan Coen narran esto, la historia de un hombre con una mano atrás y otra adelante, que no tiene nada, y no puede salir de la miseria en la que se encuentra, que viaja, que quiere hacer una presentación para un importante productor para ver si su futuro de una vez por todas cambia (aunque sabe que esto es muy difícil y lo abruma el espíritu derrotero); y nada más. Hay historias que quizás nazcan para ser cortometrajes, y ciertamente Balada de un hombre común se vuelve un film repetitivo, que no avanza, y que pareciera quedarse sin nada más que contar promediando la mitad de su metraje. Sí, la interpretación de Oscar Isaac como Llewin Davis merece todas las palmas, está acompañado por un elenco de lujo que no desentona, y se sabe que los Coen poseen un soberbio manejo de planos, cámaras y tonalidades para una fotografía más que interesante. Por supuesto, la banda sonora también será de gran aporte. Pero estos logros se diluyen en un material poco interesante. Como historia de vida, Balada... no presenta salida, abruma. Allí donde Soriano utilizaba esa miseria como punto de partida para una serie de personajes magistrales, los Coen hicieron un todo, tomaron una premisa y no la desarrollaron. Quizás, quienes quieran sentirse felices con los logros que alcanzaron en sus vidas encuentren en este film un aliciente a su alma. Por otro lado, no conviene analizar ideológicamente una postura que nos plantea un camino trágico para aquel que decide vivir únicamente de acuerdo a sus ideales.
No Te Va Gustar es una banda de rock uruguaya nacida de la última explosión de popularidad que dio a conocer gran parte de los grupos provenientes del país de Jaime Ross que actualmente suenan en todas las radios de nuestro país. Eso es todo lo que necesita saber el posible espectador no avispado antes de entrar a la propuesta que presenta El verano siguiente, o sea, meternos en la intimidad (y no tanto) de una banda. El documental de Gabriel Nicoli nació de una prolongación natural que el director creo cuando estaba filmando algunas imágenes para lo que sería el DVD que acompañase una edición de lujo del último trabajo de NTVG, El Calor del Pleno Invierno. Según cuenta, en un momento de la filmación, por determinadas circunstancias, vio que el material capturado era extenso y se decidió a continuarlo en un trabajo cinematográfico que hoy llega a las salas. El asunto (¿y gancho?) es que El Calor del Pleno Invierno no es una placa más del grupo, se trata del trabajo posterior al fallecimiento de uno de sus integrantes, Marcel Curuchet, durante un accidente de tránsito; y eso se hace notar en los 69 minutos que dura este film dedicado al hijo de Curuchet que naciera con posterioridad a la muerte de su padre. El verano mezcla pruebas de ensayos, intimidades, silencios, reflexiones, diálogos y todo lo que le puede interesar al seguidor de estos muchachos y que quiera saber un poco más de ellos, si es que todavía no sabe lo suficiente. En realidad, a pesar de su duración de largometraje, no se diferencia demasiado de esos mini documentos que acompañan los CD’s mostrando a los músicos ensayando, bromeando y reflexionando (acrecentado por la desgracia que atraviesa el conjunto); por esa misma razón es que pareciera que el único destinatario del asunto es quien conozca de antemano a NTVG y más aún, exclusivamente a sus seguidores o fanáticos. El Verano Siguiente no hace presentaciones, arroja algunos datos que serán de entendimiento para quienes los conocen de antemano e intenta generar algún fervor o guiño para el público, su público. Quienes lo miramos desde el afuera el asunto se nos hará algo más cancino, hasta se podría pensar en el propósito de presentar en una sala una gira y grabación de material musical; pero lo cierto es que El verano Siguiente no está pensada para el que mira desde afuera, pretende al cómplice; y claro está, no se la puede culpar por eso, no es la primera en hacerlo, hay una larga trayectoria en este tipo de documentales. En el trabajo de Nicoli no hay destreza, riqueza de imágenes o una fotografía jugada. Sí, por supuesto cobra importancia la banda sonora, por cuestiones circunstanciales. Pero no necesita nada de ello, el director tiene un objetivo, el de inmiscuirse, y más de una vez la cámara pasa desapercibida logrando que los integrantes actúen con total naturalidad. Quizás ese sea el objetivo y logro de El verano siguiente, descubrir el día a día del ídolo, sin nada en particular, aunque por los hechos del destino termine transformándose en un testimonio del adiós a un amigo.
Un anacronismo es “algo impropio de las costumbres o ideas de una época”, ubicándolo en el terreno del cine hablaríamos de colocar un elemento o un comportamiento en los personajes que no se corresponde al momento histórico que se representa. Hollywood ha hecho cátedra en este arte, y 300 de Zach Snyder fue uno de los ejemplos más acabados en cuanto a compendio de anacronismos se habla. Aún así, el film del director de El Hombre de Acero se hacía fuerte en el poderío visual, utilizaba como “excusa” el estar basada fielmente en la novela gráfica de un artista como Frank Miller, para entregar una paleta de imágenes hipnóticas que parecían salidas directamente de las viñetas, estilo que luego perfeccionó en Watchmen. 300: El Nacimiento de un Imperio vuelve a repetir la fórmula, potenciándola en todos los sentidos, menos en la carga visual. Viendo el filón de la oportunidad, Frank Miller realizó una secuela de su novela gráfica y simultáneamente se pensó en su adaptación al cine (tanto es así que el film se estrena antes que el comic); una historia que funciona no como secuela, no como precuela, sino como hechos paralelos a los que se contaban en el film protagonizado por Gerard Butler. En un principio, la voz en off permanente de Reina Gorgo (Lena Headey) nos narra el final de la película anterior para luego ir a los orígenes de Xerxes (Rodrigo Santoro) el personaje más icónico de la franquicia. Ahí conoceremos a Themistokles (Sullivan Stapleton) guerrero ateniense que influenciará involuntariamente en la transformación del Príncipe Xerxes en ese rey deidad dorada que tanto gustó anteriormente. Ya en un salto en la historia volvemos a ubicarnos en la guerra que Persia lleva a cabo contra toda Grecia sin que se expliquen demasiado los motivos (por supuesto, hablamos de una invasión territorial). Mientras Xerxes (que pronto desaparece de la escena) parte a combatir con su enorme ejército contra los 300 espartanos, Artemisia (Eva Green), comandante del ejército, se enfrentará a un ejército liderado por Themistokles y formado por soldados de toda Grecia. Las líneas argumentales escritas en los párrafos anteriores son narradas en el film en pocos y esporádicos minutos para dar pie a batallas interminables y escenas con el único objetivo de mostrar el honor y valor de los personajes principales. Por supuesto, el film de Noam Murro (Una familia Genial), se toma todas las licencias posibles, desde mezclar sin miramientos mitología e historia, utilizar diálogos con términos coloquiales impropios de la historia antigua (es notoria la utilización de insultos), ni hablar de una mujer guerreando a la par de los hombres, y darle un ritmo a la historia que la asemeja a una de gangster vs. policías. El espectador puede decidir pasar por alto estos “detalles”, también ignorar la pobre excusa de argumento, y hasta sobrevolar una de las escenas sexuales más ridículas que dio Hollywood en mucho tiempo; todo eso en pos de un supuesto entretenimiento basado en la épica guerrera y el mejor de los recuerdos de los buenos Peplum (género al que pertenece a medias y lejos está de empardar a los grandes clásicos). Pero ahí está el problema de 300: El Nacimiento de un Imperio, ni aún a fuerza de batallas el asunto parece avanzar, se acumulan las imágenes y no importa si pertenecen a uno u otro momento del metraje; la acción se torna aburrida, y los diálogos cada vez más inverosímiles. No hay rigor de ningún tipo, y la riqueza estética reinante en el original se pierde en un film chato claramente menor a su predecesor. Eva Green se empeña en mostrarse aguerridamente sexy cada vez que la cámara se posa en ella (y para las muchachos, sí, habrá desnudez) pero tanto ceño fruncido termina por enfriarla, y si encima tiene que pronunciar con voz de gata en celo palabras como Verga, Carajo o Mierda, el asunto se vuelve engorroso. Del resto del elenco es poco lo que se puede agregar, llamando particularmente la atención la innecesaria participación de Lena Headey. “Continuación” menor, 300: El Nacimiento de un Imperio luce como un aprovechamiento multiformato del éxito del 2006, quienes hayan disfrutado del exceso de pectorales sepia de aquella obtendrán más de lo mismo en menor calidad; entonces ¿qué nos queda decir para el resto del posible público?.
Como ya lo demostró en la esplendorosa "Conociendo a Julia", István Szabó sabe cómo hacer retratos intimistas de una mujer, mostrarla más allá de lo que ella muestra para el exterior. Una mujer debe preciarse de ser misteriosa, debe guardar secretos, y la cámara tiene que ser la encargada de revelarlos. A diferencia del anterior film del aclamado director húngaro, en "Tras la puerta" no tenemos los amores y el glamour de una diva hollywoodense, casi como si fuese un contrapeso, la figura central aquí es un ser oscuro, introvertido, parco y hasta aparentemente lleno de rencor. Basada en la aclamada novela de Magda Szabó, "Tras la puerta" en realidad narra la relación entre dos mujeres, Emerenc (Helen Mirren) y Magda (Martina Gedeck), la primera es “la criada”, la sirvienta en la casa de familia de la segunda, una escritora que destila intelectualidad y clase alta. El foco es Emerenc, esta mujer que vive retraída en sí y de sí misma, de gestos mínimos, actitud oscura, apesadumbrada, rodeada de gatos y un perro a los que trata como personas, y que vive en una casa a la cual nadie más que ella entra ¿por qué? ¿Qué secreto guarda tras la puerta? La respuesta es que una vez que cruza su puerta es ella misma, y no quiere que nadie vea como es. "Tras la puerta" es una obra compleja y de variadas aristas, es complicado reducirla a unas líneas de reseña, es un film de relaciones humanas y a su vez introspectivo, un film con críticas sociales y a su vez psicoanalítico desde lo particular. Magda no es una mala mujer, hay muchos como ella que sienten cariño, aprecio, por Emerenc, pero la mujer mayor es un hueso duro de roer, está curtida por la vida, y se autoencerró para no salir lastimada, y entonces, desde su mirada, pareciera que el mundo la castiga. Ya no nos tenemos que sorprender si decimos que István Szabó hace magia con la cámara, la lente parece acompañar el estado de ánimo de Emerenc, irá variando de acuerdo a los momentos, mientras ella se vaya abriendo o se vaya cerrando, pero aún en la oscuridad, en los tonos pasteles tristes, encuentra belleza y cierta majestuosidad. Tampoco asombra decir que Helen Miren es una excelente intérprete que le pone el cuerpo y más a su personaje, otra sería la película si ella no estuviese al frente, y aún así cuesta reconocer a la actriz que hizo La Reina en esta mujer ojerosa y (auto)castigada. El resto del elenco también consigue sólidas interpretaciones, pero quedan a la sombra del peso narrativo e interpretativo de Emerenc/Helen Miren. Szabó también es un excelente director de actores y puesta en escena, nada está librado al azar, todos dicen y hacen lo que deben hacer y se maneja como un delicado juego ajedrecista; hay un lenguaje aparte en la imagen, en los gestos, en las miradas, fuera de las palabras. "Tras la puerta" es una película sensible, compleja y a veces tan parca y abrumadora como su personaje. No es fácil de ver, pero si nos adentramos podemos descubrir una pequeña gema.
Sorpresas como La Corporación son menos frecuentes de lo que deberían en nuestra cartelera y menos aún en nuestro cine. Una película que parte de una idea simple de cine de género para ir más allá, tocar varias aristas y lograr un entramado complejo, y a su vez disfrutable. Su director y guionista Fabián Forte proviene de ese mundo que hace rato la viene peleando desde abajo en el cine de género argentino, su trabajo más conocido hasta la fecha es haber co-dirigido Malditos Sean, ese film episódico que en cierta manera marcó la llegada del terror clase B nacional al terreno del estreno comercial fuerte de modo independiente de las grandes empresas cinematográficas. Ahora Forte da otro paso más que importante en su carrera ampliando sus espectros, y lo hace para contar la historia de Felipe Mentor (el excelente Osmar Núñez) un hombre encerrado en la vida soñada. Todo es perfecto, si bien pareciera venir de orígenes humildes, hoy día es un empresario exitoso, está a punto de cerrar otro contrato millonario, y cuando llega a su casa lo espera Luz (Moro Angheleri en el mismo nivel sobresaliente de Núñez), su joven esposa modelo; una ama de casa abnegada pero que no descuida para nada el aspecto físico, de seducción, y de atención en todos los sentidos para con Felipe. Todo marcha sobre ruedas... o no ¿qué son esas señales que ve por la calle, esos hombres que parecen seguirlo, esos mensajes enigmáticos que recibe? El guión nos depara unas cuantas sorpresas ya desde poco iniciado el metraje, pero claro, acá no adelantaremos ninguna. La corporación maneja el humor negro, el suspenso, y un cierto clima cercano al terror; pero pese a lo que se podría suponer, nada hay de sobrenatural en ella, todo parece extrañamente posible por más disparatado que suene, y ese es su gran acierto. Con una fuerte crítica (no muy) enmascarada hacia el estilo de vida que la sociedad nos impone; La Corporación gana en personajes interesantes, con carnadura, en situaciones tan insólitas como atrapantes, y en una historia que nos va atrapando y de la que queremos saber más y más. En roles pequeños podremos encontrarnos a Sergio Boris, Juan Palomino y una participación antológica de Federico Luppi, todos más que correctos en lo suyo. Pero La Corporación es Núñez y Angheleri, otro sería el film sin ellos, entre ellos se teje un juego que se va convirtiendo en otra cosa, que muta hacia zonas inesperadas, y los dos intérpretes acompañan esos giros con variaciones complejas en sus tonos. La Corporación es del tipo de films que verdaderamente vienen a renovar nuestro cine, a entregarnos un aire nuevo, un fresco que nada tiene que envidiarle a producciones mucho mayores, aún extranjeras. Ideas tan gratas como las que presentan este film hacen que el espectador quede reflexionando una vez abandonada la proyección, hay mucho más detrás de lo que parece, una postura ideológica mucho más interesante y digna de análisis que lo que pareciera por su “disparatada” premisa. Bienvenidas sean estas nuevas opciones.
Ya no es original decir que Liam Neeson se convirtió de acá hace algunos años en un verdadero astro del cine de acción. El hombre se reinventó así mismo; cada tanto podemos verlo ahora en dramas o comedias de tinte social, pero su fuerte de atracción al público resultó ser una suerte de personaje que construyó alrededor suyo. No es el héroe de acción prototipo de los ’80 lleno de músculos y sin ninguna incorrección; claro, tampoco es el joven galán que se queda con la/s chicas mientras corre la adrenalina por su cuerpo; es un antihéroe, un hombre común arrastrado por la desesperación de la circunstancia (aún encarnando a un policía o un agente cuyo trabajo sea salvar el día); quizás el referente más cercano en su estilo sea Bruce Willis en ciertos aspectos, pero Neeson le gana en su tono parco, recio, y a su vez entrador. Sí, Non-Stop es otro vehículo para demostrar lo mucho que tiene para entregarle al género, y hay que decirlo, es otro acierto en su carrera. Películas como esta ponen en una encrucijada a quien tiene que comentarlas, no se puede adelantar demasiado de su argumento que cambia repetidas veces y guarda varios cambios de rumbos. Veamos en resumidas líneas, Liam es Bill Marks un Agente de seguridad de a bordo; se encuentra dentro de un vuelo que se dirige de Nueva York a Londres. Como saben los adeptos al género, estos personajes no pueden tener una misión tranquila; en pleno vuelo Bill recibirá un mensaje de texto alarmante, sino se transfieren U$S150.000.000 un pasajero morirá cada veinte minutos. Con eso alcanzará para el lector, y estamos sólo frente a la premisa principal, sólo hay que agregar que Bill es alcohólico y tiene un pasado complicado. Más allá del protagónico absoluto del actor que inmortalizó a Darkman, Non-Stop tiene otros ases bajo la manga; por ejemplo, un elenco secundario en dónde encontramos a la eternamente eficaz y todoterreno Julianne Moore (¿Habrá algún papel que no le quede a su altura?), la promesa Lupita Nyong’O, y esa cara conocida de Linus Roache que merece muchísimo más reconocimiento del que tiene. Son muchos los factores positivos de Non-Stop, pero lo que hace mover tan bien su engranaje, su ancho de espadas, es su director. Juame Collet-Serra ya no debería tener que ser presentado, cuanta en su haber con films como La Huérfana, la tardíamente reconocida La Casa de Cera, y otro hito en la carrera de acción de Liam Neeson, la sobresaliente Desconocido. El director catalán le otorga todo lo que un film de este tipo tiene que tener, muchísima tensión, ritmo, clima opresivo, una cuota de acción clásica sin abrumar, un mecanismo de reloj, y unas cuantas vueltas de tuerca que si bien son de un guión que no le pertenece son manejadas con claridad. Películas como Non-Stop logran que se les perdonen algunos hilos notorios, ciertas incongruencias, y sobre todo ese patrioterismo simple al que Hollywood nos ha acostumbrado. Todo eso viene a descontar, pero en la balanza pesa mucho más el haber pasado un rato demasiado entretenido, en medio de personajes que nos importan, y habernos mantenido realmente aferrados a la butaca.