El llamado cine de género se basa en determinados elementos que les son característicos y que conforman una suerte de manual con reglas inviolables para llegar a buen puerto. Pero ¿qué pasa si se incluyen elementos de un género dentro del marco de lo que parece ser una película ajena a ese género determinado? ¿Se crea un híbrido, o se da espacio a algo expansivo? Quizás la respuesta la tenga Martín Desalvo en este, su segundo opus luego de la co-autoría de Las mantenidas sin sueño. A la manera de, por ejemplo, "Låt den rätte komma in", "El día trajo la oscuridad" es un drama intimista, de espacios sofocantes, que de a poco va dando lugar a los razgos más comunes del terror, dándole otro sentido a ese clima silencioso que se venía percibiendo, de la tranquilidad a la inquietud. A las puertas de la casa alejada de Virginia (Mora Recalde) llega Anabel (Romina Paula), desmayada en los brazos de un taxista. Virginia la hospeda y parece que una extraña enfermedad la aqueja. La relación entre ambas se va tornando cada vez más, extraña, más aislada de un afuera. Pero rápidamente las cosas van a ir tomando otro significado, Virginia sufre de unas crípticas pesadillas que se irán abriendo; mientras que Anabel demuestra un extraño interés en visitar el bosque que rodea la casa por las noches. El argumento irá avanzando, saldrán secretos a la luz, ocurrirán sucesos de lo más extraños (o se escuchará hablar de ellos), y así, lo que en un momento parecía ser, no es, es otra cosa… que no adelantaremos, por supuesto. Como si fuese una de las historias de la actual serie Doce Casas, "El día trajo a la oscuridad" se centra en la relación simbiótica de estos personajes femeninos; y le agrega una cuota de misterio, suspenso, y misticismo sobrenatural que acrecienta la tirantez existente entre ambas. Puede ser un film de terror que se enmascara en un drama, o un drama que utiliza el terror para decir más de lo que aparente acerca de las relaciones (sobre)humanas. Desalvo encuentra en Recalde y Paula dos intérpretes ajustadas para los roles que se les exigen, Virginia y Anabel tienen los rostros exactos que deberían tener. El buen clima in crescendo, la fotografía nubosa y pesada, la música-el sonido o la ausencia de él también son un importante acierto. El día trajo a la oscuridad es una arriesgada propuesta que puede desconcertar a seguidores de uno u otro género, o puede, a su vez, entregarle a los mismos algo más de lo que se podía pensar. Esta subjetividad ya no depende del realizador, cada espectador deberá sacar sus conclusiones.
Esta semana sucedió el lamentable fallecimiento de Gabriel García Marquez; y como esas tretas del destino o locuras de la (des)gracia, el estreno (local, en el interior del país se estrenó la semana anterior) de El secreto de Lucía parece ser de lo más oportuno para evocar aquella invención literaria del “realismo mágico”. No es que en la ópera prima de Becky Garello abunden los elementos propios de la fantasía; pero aquella atmósfera de pintoresquismo y situaciones bordeando lo increíble, que tan bien plasmaba el colombiano en sus textos, encuentra en este film una de sus formas. En El secreto de Lucía son cuatro los personajes centrales, o tres y un objeto de deseo irrefrenable. Juan (Carlos Belloso) es un hombre ambicioso aunque no tiene bien claro qué es lo suyo. Quiere triunfar y para eso contrata a un hombre bajito, un petiso, Mario (Tomás Pozzi) al que llamará Juanito y armarán un espectáculo de ventriloquismo (obviamente, el bajito se hará pasar por muñeco). En un viaje arriba de su colectivo preparado para las giras, conocen a Lucía (Emilia Attias), una bailaora y cantante de flamenco, que parece despierta pasiones a su paso. Ambos caen rendidos a sus pies, y como si fuese poco, reaparece Pedro (Adrián Navarro), un antiguo interés romántico de Lucía dispuesto a reconquistarla. Los tres pelearan por el amor de Lucía, aunque Mario/Juanito parece correr con desventaja porque ni uno ni otro creen que la chica pueda enamorarse de él. Garello toma una premisa que, leída, pareciera escapada de telenovelas, pero en los hechos funciona con cierto interés. El principal inconveniente es que ese primer planteo se diluye más rápido de lo que debería, por lo que comienzan a acumularse vueltas de rosca e historia paralelas o antiguas que, aunque eran previsibles desde un comienzo, poco ayudan a que el espectador focalice en el nudo central. A estos cuatro protagonistas, se le debe sumar un importante elenco de secundarios que incluye a Manuel Vicente, Roberto Carnaghi, Arturo Bonín, el debut del “Turco” Naim (pareja de Attias), entre varios más. Si estamos frente a un cuadrado amoroso, lo cierto es que, tanto desde el guión como desde la puesta en escena se plagó al ambiente de un aire de “falsa fantasía” por llamarlo de algún modo. No sólo el hecho de una persona haciéndose pasar por muñeco (otra vez el mismo problema de Corazón de León confundiendo bajitos con enanos), el hecho de tres personas peleando por una mujer, y todo el aire artístico artesanal; la construcción de diálogos y el hábitat del film parecieran extraídos del mundo onírico. Los cambios de registro entre el drama, lo pintoresco, lo trágico, y lo policial tampoco ayudan en esta cuestión. El numeroso elenco pareciera poner empeño en lograr buenas performances, pero tropiezan con textos faltos de carnadura y real emoción. El secreto de Lucía es a primera vista un film de buenas e interesantes intenciones, pero de resultado fallido y confuso. Aquí también parece una adaptación de una novela del boricua, sino recuerden la gran mayoría de las adaptaciones cinematográficas de sus obras.
A veces hay que salir al exterior para encontrarse a uno mismo. Esta frase para un extracto de libro de autoayuda, o slogan para una campaña publicitaria de turismo, o leit motiv de road movie. Sin embargo, el director Alan Stivelman la convierte en tan real como palpable. Su documental no convencional Humano propone un viaje hacia el interior más profundo de nuestro ser, y lo hace emprendiendo un escape hacia el exterior más alejado. Hay varios datos que llaman la atención en Humano, escapándonos de lo meramente técnico del análisis del film, se podría decir que estamos ante un film de la “nueva era”; antes de arribar a su estreno comercial en una sala porteña, no sólo fue exhibida en distintos circuitos alternativos como es cada vez más común con nuestro cine argentino que la lucha desde abajo; su viaje (expresión nunca mejor utilizada) comenzó en internet, a través de un sitio cooperativo mediante el cual cualquiera, desde cualquier parte del mundo, puede acceder al film – en copia online o adquisición del DVD – por una módica suma colaborativa; esto ya nos da una pauta, Humano es un film con el objetivo de llegar a todo el mundo. El propio director se pone en primera persona para mostrarnos su viaje de reflexión hacia el centro de Los Andes, en busca de un sacerdote (más precisamente Paqo) llamado Plácido al que conoció hace algunos años. Es este ser especial, y el ambiente con mucho de mítico lo que ayudará a Stivelman a salir de sí mismo, a descoporizarse y fundirse con el todo para llegar a la raíz del ser humano. A través de una fotografía imponente y algunas animaciones ejemplificativas, el film indaga (o intenta hacerlo) en las preguntas que hacen a la esencia del ser, aquellas que nunca han tenido, ni tendrán a ciencia cierta, respuesta alguna; lo que Humano nos demuestra, es que, quizás no haya una única respuesta, que hay tantas respuestas como individuos, y que las mismas se hallan en nuestro interior. Humano es un trabajo claramente introspectivo a la vez que exteriorizador, hay muchas enseñanzas en él de parte del propio paisaje y de parte del hipnótico Plácido, pero a su vez, nos demuestra que las palabras sobran al prevalecer el sonido ante, los espacios enormes, y la contemplación silenciosa (o armoniosa a través de la música) de la naturaleza misma. Stivelman plantea un documental ambicioso, con una estructura difícil de definir. No hace falta aclarar que no es una película de vértigo y ritmo constante, es un film que necesita del espectador y su predisposición para completarse. Una aventura al autoconocimiento.
Dependiendo de cómo se lo tome, el documental de denuncia es un género con el cual cuesta mucho no comprometerse. Florencia Mujica debuta en la dirección con una apuesta fuerte, hablar del ocultamiento detrás de la explotación laboral – esencialmente infantil – dentro del trabajo rural; y ya desde el primer minuto uno sabe que lo que presenciará será movilizador. En 2010, Ezequiel Ferreyra de seis años, falleció de un tumor cerebral, trabajaba en una de las mayores empresas avícolas del país. Mujica toma este caso como punta de lanza, pero se desplaza hacia más atrás. Precisamente dos años antes, 2008, cuando dos inmigrantes provenientes de Bolivia llegan a un estudio jurídico para realizar una tímida denuncia. Poco a poco, a medida que avanzamos, aquella denuncia se irá agrandando hasta llegar a demostrar una realidad tan terrible como perturbadora, una verdad que no puede ser callada. Se sabe, es vox populi y se denunció hasta el cansancio en diferentes plataformas, el trabajo rural es uno de los empleos que mayor explotación recibe, con un gran porcentaje de trabajadores no registrados, condiciones infrahumanas indescriptibles, y muchos intereses corriendo por detrás logrando que quienes tienen que tomar cartas en el asunto más de una vez hagan la vista gorda. Entonces, Mujica, viene a aportar un granito de arena más al esclarecimiento. La cáscara rota es un documental que penetra, busca que nadie quede indiferente y lo logra con las mejores armas, las narrativas. Casi como si fuese un caso policial, en realidad es algo mucho más grave, lo que se muestra en pantalla tiene el peso de la contundencia, atrapa y logra que el espectador lo siga atentamente sin poder despegar los ojos de la pantalla. Su estructura es formal y resuelta de modo correcto, como suele suceder con este tipo de documentales, se sabe, lo que se tiene para contar es mucho más trascendental que el cómo se plasma en imagen; aun así, se eleve por sobre otros trabajos de denuncia manteniendo un ritmo sostenido y coherencia en el paso a paso. Hay en el trabajo de Mujica inquietudes en mostrar soluciones, salidas, mostrar que los propios trabajadores pueden hacer algo si se movilizan, si empiezan a romper ese silencio, ese huevo, en el que los metieron. Con el peso de la verdad irrefutable, y de imágenes de muchísima potencia, La cáscara rota se convierte rápidamente en uno de los mejores documentales en lo que va del año. Solo queda esperar que las voces empiecen a ser escuchadas.
Hace tres años, el director Mariano Blanco debutaba con su ópera prima "Somos Nosotros", deudora lejana del cine de Gus Van Sant sobre la problemática y cierta abulia de la juventud actual, centrada en un grupo de muchachos de Mar del Plata que pasaban sus días en esa ciudad sin mucho más que el andar en skate. Su segundo opus, "Los tentados", llega a la cartelera corriendo, un poco, el eje en la juventud, pero manteniendo no solo la ciudad costera de fondo, además y fundamentalmente el naturalismo extremo de los hechos. Lule y Rama son una pareja que vive en Mar del Plata, cada uno maneja sus círculos, y por supuesto, también comparten su rutina. Deliberadamente lo que se sabe de ellos es nada, es el aquí y ahora. "Los tentados", está compuesta por una serie de viñetas que nos muestran un instante de vida de pareja. No busca ser complaciente, no busca estremecer, no busca edulcorar, menos aún teñir de rosa; simplemente muestra. Blanco posa su cámara y deja que las situaciones fluyan, no enfatiza en ningún momento. Sin embargo, "Los tentados", logra un cierto hipnotismo en el espectador, aunque sepamos que puede ser poco lo que ocurra en la vida de estos personajes y quienes los rodean, Blanco logra un interés en el “relato”. Alguno podrá decir que estamos ante un film “festivalero”, y no estaría errado, efectivamente, "Los tentados" pasó por la anteúltima edición del BAFICI, y su estilo podría enmarcarse en cierto ascetismo despojado similar al de Lisandro Alonso o el tan en boga actualmente Santiago Loza. Blanco acierta en no variar el tono, en no buscar ir más allá, lo que hay es lo que se ve desde un principio, y puede resultar un espejo. Claro, no es un film apropiado para quienes busquen ritmo y velocidad narrativa y mucho menos vueltas de tuercas constantes. Films como "Los tentados" marcan la orientación de mucho cine jóven argentino actual, es una propuesta diferente a lo que se suele ofrecer en cartelera. Como pareciera sucederles a los personajes, hay una pulsión latente, imperceptible, de que algo está cambiando, lentamente, pero traerá convulsión.
Si el cine de superhéroes se enarboló como un bastión taquillero para el Hollywood actual, mucho tiene que ver la inspirada recreación que Sam Raimi hizo del “arácnido” allá por 2002, un pionero en mostrar al hombre con carnadura detrás del disfraz. Por eso cuando, tras la criticada El Hombre Araña 3, Sony se decidió a reiniciar las aventuras en 2012 reinventando la historia, Marc Webb, el nuevo director dividió las aguas entre quienes celebraban los cambios radicales, y quienes consideraron que podría seguirse la línea original. Dos años después, cambio de guionistas de por medio, Webb confirma que el cambio era correcto, ubicando a El sorprendente Hombre Araña 2 entre los mejores films de superhéroes de los últimos años. La historia comienza exactamente dónde quedamos anteriormente, Peter Parker (un mucho más sentido Andrew Garfield) continúa combatiendo el crimen con su alter ego por las calles de Nueva York; pero la conciencia y las últimas palabras del padre de su novia lo remuerden, debe terminar con Gwen Stacy (Emma Stone, adorable como siempre) para protegerla. Mientras tanto, la presencia cada vez más perversa de la corporación Oscorp sigue demostrando que no tiene límites para la experimentación; y hay muchos secretos que revelar, secretos que llevan al fallecido padre de Peter. Max Dillon (Jamie Foxx demostrando que se puede lograr una muy buena interpretación en este tipo de films) es un solitario empleado de Oscorp, busca por todos los medios que las otras personas dejen de ignorarlo, por eso, cuando Spidey lo salva de un accidente mortal, este se fanatiza. Pero la desgracia lo sigue de cerca, y luego de ser maltratado por su jefe, Max tendrá un accidente con cables y anguilas que lo terminarán transformando en la furia incontrolable de Electro. Sí, la construcción de este personaje, principal villano, es muy similar a la de Selina Kyle en Batman Vuelve, y lo bien que hace; como en aquel film, la construcción psicológica del personaje es uno de los puntos más altos. Mientras tanto, Harry Osbourne (el felino Dean DeHaan), heredero de Oscorp y amigo de Peter, regresa de su exilio para tomar las riendas, y descubrir que tiene que hallar pronto una cura para su enfermedad degenerativa… Los experimentados Alex Kurtzman y Roberto Orci vuelven a dar en el blanco al construir un guión acertado en varios flancos, que va creciendo y mutando en sus 142 minutos. La primera hora es la de la aventura típica y el humor muy bien dosificado, luego nos introducirán en la intriga y la acción arrolladora, siempre con un muy buen trabajo de cámaras y efectos para mostrar una Nueva York populosa; a lo que hay que sumar, una acertada banda sonora con preponderancia moderna y electrónica. Otro punto alto es darle una importancia mayor al personaje de Tía May (Sally Field) que esta vez jugará un rol fundamental en la formación de carácter de nuestro líder. El gran villano del film es el poderoso Electro, las presencias de Duende Verde y Rhino (Paul Giamatti) se irán constreuyendo progresivamente (como ya se hizo en el film anterior al vislumbrar al Duende), y pronostican sucesos terribles por venir sumados a los acontecimientos de este film. No hay personajes planos, todos tienen dualidades, virtudes, flaquezas y debilidades. A estos tres súper villanos se debe sumar la figura del más terrenal y malévolo Donald Menken (gran Colm Feore), el cerebro detrás de la corporación. El Sorprendente Hombre Araña 2: La Amenaza de Electro es un film vibrante, adrenalínico, y principalmente muy entretenido. Hay momentos, necesarios, para la reflexión, para la historia de los personajes, y para el desarrollo de guiños aquí y allá. No sabemos que nos depararán las seguras y confirmadas secuelas, pero siguiendo el camino de este film, la buena fortuna del espectador está asegurada.
La Biblia no solamente es el libro más “vendido” de todos los tiempos, también sus textos han sido los más adaptados tanto en cine como en otros medios. Entonces a la hora de encarar una nueva adaptación ¿en qué se puede variar para que se diferencie de otras adaptaciones? Sobre esto hay mucha tela para cortar, a lo largo del tiempo se inclinó hacia la polémica, hacia la violencia, hacia el realismo despojado, hacia lo teatral, al cambio de registro de estilos, y hasta la adaptación muy libre volcada hacia la aventura como lo demuestra la reciente y fallida Noé. Hijo de Dios de Christopher Spencer retoma nuevamente los lineamientos del Nuevo testamento, y por el contrario, su premisa está en no innovar. Con la voz en off de Juan (Sebastian Knapp) llevando adelante la narración, la introducción será con un breve racconto sobre los “acontecimientos” más importantes del Antiguo Testamento con imágenes a la manera de tráiler; así nos introduce a la llegada del mesías a la Tierra. Supongo no es necesario en estas líneas hablar de cuál es el argumento, Jesus irá reuniendo a sus apóstoles y a sus fieles, la cúpula judía se verá amenazada lo mismo que el poderío de los romanos encabezados por un Poncio Pilatos descomprometido; lo cual nos adentra en los hechos conocidos como La Pasión que justamente se conmemoran en esta semana. Decimos que Hijo de dios no busca innovar porque toma elementos de varios films que tocaron la historia previamente. El uso del ralentí se asemeja al abusado por Mel Gibson en La Pasión de Cristo; la teatralización de escenas, la puesta en escena y el tono debe mucho al Jesús de Nazareth de Franco Zefirelli; y la construcción de textos y diálogos encuentra su símil en las miniseries de la RAI. De esta mezcla de estilos, Spencer logra un film que va cambiando de formas, pero que logra el cometido de satisfacer al público al que indiscutidamente va dirigida. Hijo de Dios toma frases textuales del Nuevo Testamento, busca alejarse de cualquier tipo de polémica, y no enfatiza entre malos y buenos, es claramente un film religioso. Su público es el devoto, elección que termina siendo acertada. Christopher Spencer tiene trayectoria lejos del cine, en documentales de NatGeo o History Channel, eso se nota en la construcción del film que irá sumando peso mientras avance el metraje. Si a la primera media hora le cuesta hallar el lenguaje cinematográfico y resulta como puesta de viñetas, progresivamente llega la cohesión a medida que entramos en La Pasión en donde el film finalmente hallará su forma. Con un elenco casi desconocido, el Jesús del portugués Diogo Morgado tiene carisma aunque carezca de cierto escénico. De ambiciones medidas, Hijo de Dios tiene la buena elección de dirigir a su público. No busca ser una superproducción imponente, ni plagarse de efectos impactantes. Cuenta una historia que ya ha sido trasladada al cine repetidas veces, y su intención, noble, es la de llevar la palabra a las imágenes, ni más ni menos que conseguir eso.
El pueblo argentino, por qué no el latinoamericano, vive en la problemática de las heridas abiertas. La historia política ha sido dura con ellos, y durante muchos años, desde las mismas instituciones, se pregonó el olvido como un manto de silencio, un perdón inexistente que disimulaba un mirar hacia otro lado. Pasaron ya treinta años del regreso firme de nuestra democracia, tan anhelada durante muchos años, y sin embargo, hay temas que siguen siendo tabú. Los gobiernos militares de facto continúan en el centro de la discusión – cuando la lógica explicaría que debería haber consenso sobre el tema – y aún hoy, para muchos el callar es mejor que el expresar. El documental de Andrea Schellemberg, Santa Lucía es una muestra abierta de este silenciamiento, y de la necesidad imperiosa de poner fin al miedo, de que por una vez, el pueblo argentino se una en una causa común. Santa Lucía ubica como “protagonista” a Lucía Aguilar una profesora de historia que investiga la historia de los años duros en su pueblo, llamado como el título del film, ubicado en medio de la selva tucumana. Ella lleva adelante el relato recabando testimonios e información. Pero hay algo que de inmediato llama la atención, que marcará la impronta, la mayoría de los entrevistados prefieren no hablar de ciertos temas, buscan eufemismos, ocultan, dicen no saber; y la búsqueda de información tampoco será fácil. Aun cuando hable con autoridades la información no será desbordante. Lucía encuentra un lugar bajo la tierra, ocultado una vez entrada la democracia, y todo indica que eso fue usado como centro clandestino para torturas, y hasta sospecha que varios cuerpos se hallan ahí. Pero, otra vez, nadie parece conocer el lugar, ¿acaso serán como el avestruz que es conde la cabeza en el pozo? Claro, hablamos de Tucumán, una de las provincias en dónde mayor fue la represión; represión que comenzó antes del ’76 como queda aquí demostrado. Sus ingenios están manchados de sangre; y parece que ahora impera el mejor no hablar de eso, quizás porque tampoco sienten un gran respaldo de las autoridades, y de un amplio sector con vinculaciones en aquella época y aún vigente. De estructura formal, Santa Lucía, claramente, destaca más por lo que no se encuentra que por lo que hay (aunque la investigación haya servido para que se reabra la causa). El trayecto de Aguilar se sigue con interés aunque no se llegué a profundizar demasiado. Hay sobre el final un gesto, una suerte de disculpas, que en definitiva termina convirtiéndose en lo más cercano a una declaración de principios. ¿Hasta cuándo vamos a callar? ¿Hasta cuándo se discutirá si la represión de un gobierno impuesto a la fuerza es o no válida? Es hora de avanzar.
A veces, el cine aún se propone depararnos alguna sorpresa. Lo reconozco, fui a ver" El grito en la sangre" con las expectativas equivocadas, y para mi agrado salí con la sensación de ver un tipo de película que hacía mucho no veía, un estilo cinematográfico que nuestro cine andaba necesitando ante tanta producción industrial que cada vez refleja menos nuestra impronta. Basada en la novela Sapucay del gran Horacio Guarany (que también se hace cargo del guión y co-protagoniza), El grito… se inscribe en la mejor tradición del cine gauchesco, con armas tan nobles como autóctonas. Es la historia del Cali (Abel Ayala, revelación) quien al comienzo de la película, con una introducción potente, pierde a su padre (ese gran actor no reconocido Emilio Bardi) asesinado misteriosamente en medio de una carrera de caballos y ajuste de cuentas. Estamos en la década del ’50, y los mitos pesan. Según marca la tradición el Cali debe salir a vengar la muerte a traición de su padre para que el alma descanse en paz; pero ese camino no será fácil y le aguardan varios acontecimientos. Como una suerte de camino del (anti)héroe, el Cali terminará en una estancia manejada por Don Chusco (Horacio Guarany) con quien pronto desarrollará un vínculo casi paternal con mucho de lealtad; también conocerá el amor en manos de una mujer prohibida, Lucía (Florencia Otero). "El grito en la sangre" exuda valores como lealtad, honor, fraternidad y orgullo; los vínculos son realmente sanguíneos y está claro que la hombría hay que demostrarla en todos los actos. En la conferencia que dio para la prensa, su director, Fernando Musa (este es su mejor film en varios aspectos), reconoció las influencias de Leonardo Favio, y es innegable. Juan Moreira y Nazareno Cruz y El Lobo están presentes en varios tramos de este film, el espíritu alegórico, el tono crepuscular de lo nocturno contrastado con lo luminoso del día, hasta cierta narración en verso parecen apropiados de un film del genial Favio. El trabajo técnico de fotografía, ambientación, y sonido para crear clima es otro punto alto del film. El tono granulado y casi sepia deliberado (que se va diluyendo mientras va avanzando) hace recordar a buena parte del cine de la generación del ’60. La elección del elenco en roles acertados termina de configurar una propuesta redonda. A las gratas revelaciones de Ayala y Otero (este fue su primer film), y la recuperación de Guarany en un papel a su medida, se le debe sumar los sobresalientes secundarios de Roberto Vallejos, Luisa Calcumil y Carmén Vallejos, a quienes les alcanzan con pocas escenas para sobresalir. Para "El grito en la sangre" el tiempo no ha pasado, el cine gaucho, más alejado del tinte western de algunas producciones recientes, se ve vigente y en buena forma. No hay ritmo trepidante, no hay vértigo, es la calma que presagia la tormenta. Un film para salir con nuestras tradiciones en el pecho.
¿Somos los críticos de cine personas que ven el mundo de un modo particular? ¿Sueñan los críticos con ovejas hechas de celuloide? No vamos a responder esas preguntas sin sentido en estas líneas, mejor dejemos que el debutante en la dirección Hernán Guerschuny nos hable de las neurosis de estas personas que “viven” de analizar películas ajenas. Y qué mejor que un crítico devenido en cineasta para hacerlo, Guerschuny sabe de lo que habla, a dónde apuntar la gracia, ese es el principal atractivo de El crítico. Ni condescendiente ni ponzoñosa, en todo caso irónica es la mirada del director que nos habla de un crítico de cine viviendo su peor pesadilla, estar en lo que podría ser el argumento de una película que él bastardearía. Ese hombre es Victor Téllez (Rafael Spregelburd), que escribe muy a disgusto para un diario, ama la nouvelle vague, desprecia las comedias románticas edulcoradas típicas y llenas de lugares comunes, y vive para y por el cine si hasta sus pensamientos remiten a un estilo cinematográfico. Podríamos dividir la historia en dos partes, el primer tramo, más seco, nos muestra la gris vida de nuestro protagonista con todo lo que lo aqueja. Guerschuny, repetimos, crítico él también, aprovecha aquí para lanzar su mirada irónicamente humorística hacia “el mundillo de la crítica”, varias escenas filmadas en Microcine Vigo (lugar emblemático si los hay), apariciones de otros críticos reconocibles, escenas típicas que se viven a diario (como las referentes al desayuno gratis), y diálogos que bordean lo cliché. Hay aquí mucho de verdad, y también mucho del imaginario de lo que se cree es “un crítico”. Luego, llega lo que nos anuncian, Víctor conoce a Sofía (Dolores Fonzi) un arquetipo de comedia romántica, esos personajes femeninos que nos cuesta creer que existan en la vida real, hasta Víctor lo descree, pero sí ella existe, y aunque lo deteste y sepa que se está involucrando en ese género que detesta no lo puede evitar, se enamora. Se desplegará todos los lugares comunes de manual de la comedia romántica deliverádamente, y Víctor se debatirá entre mantener su esencia o quebrar su coraza. Técnicamente irreprochable (aunque, es cierto, tampoco fascinante, no lo necesita), El crítico maneja la carta de saber de lo que habla, es una mirada desde el adentro, pero que pueden disfrutar también los ajenos. Su argumento funciona en ambos niveles, en el de la fina ironía en la cual Víctor nos recordará al inefable Jay Sherman de The Critic; y en el de la típica romántica con algo lejano que nos hace acordar a la reciente y merecidísima 20000 Besos en su lenguaje. Rafael Spregelburd ya hizo una marca registrada este tipo de papeles entre lo intelectual snob y lo cotidiano; Dolores Fonzi compone uno de esos roles para amar u odiar, de tanta dulzura que o compra o empalaga. Ambos resultan elecciones acertadísimas. Simple, directa, y realmente divertida, El crítico tira abajo varias barreras; en su propio devenir está la respuesta a uno de los interrogantes, la comedia romántico no tiene por qué ser un género menor.