La noche en la que todo sucedió ¿Son el cine y el teatro estructuras irreconciliables? Hace una década Paula Manzone escribía el texto de Anoche, la cual se presentó como puesta teatral con éxito durante dos temporadas. Ahora, uniéndose a su pareja Nicanor Loreti, decide retomar su propia obra para llevarla al cine y hacer su debut como directora habiendo colaborado ya en el guion de Kryptonita, el hito de género dirigido por Nicanor. Hay una palabra clave rondando siempre que hablamos de llevar teatro al cine, “Airear”. Sacar la acción de las cuatro paredes del escenario, descomprimir lo lógicamente estático de una puesta teatral. ¿Es necesario “Airear”? Manzone y Loreti lo ponen a prueba en Anoche, una comedia que, como su título lo indica, transcurre toda en una noche y en el mismo lugar. ¿Quién no tuvo una de esas noches que parecen nunca acabar, en la que todo converge al mismo tiempo? Anoche nos invita a ser parte de una. La mujer propone y las visitas disponen Pilar (Gimena Accardi) atraviesa un momento crucial, se encuentra estancada en varios aspectos de su vida y debe replantearse cómo seguir. Su plan para esta noche es matar sus penas encerrándose en el departamento, relajación, y engordar a puro dulce sin que importe nada de lo que pasa del otro lado de la puerta. Claro, eso es lo que ella quería, pero los planes son falibles y esa noche de tranquilidad y depresión pronto se convertirá en un caos de interrupciones y visitas inesperadas. Una llamada por teléfono de su madre (voz de Mirta Busnelli en la mejor escena de la película), y el timbre que suena por primera vez. Es Marcos (Benjamín Rojas), su novio y uno de los motivos de ese estancamiento, quien tiene planes de celebrar el segundo aniversario y otros planes más a futuro. Futuro, justo esa palabra que Pilar no quiere ni escuchar. No paran de plantearse las cuestiones con Marcos cuando el timbre vuelve a sonar por Emma (Valeria Lois), la hermana de Pilar, que tiene sus propios problemas maritales y viene a desahogarse con la sufrida Pilar. Finalmente, llegará el ex marido de Emma (Diego Velázquez) aportando su cuota de presión al cuadro. ¿Noche de relajación? Sí, claro, que Pilar se vaya olvidando. Situaciones de una noche urbana Cuatro personajes, mucho diálogo y acciones que no paran de sucederse en un mismo lugar (salvo en una escena). Anoche es teatro, no lo disimula, pero a su vez también es cinematográfica. La decisión de Manzone y Loreti (convengamos que parece más una película de ella que del co-director de Socios por Accidente 1 y 2) es otorgarle dinamismo más que en los escenarios, desde los planos y el espacio abierto. La cámara va y viene, juega, corre (sin ser convulsiva, obviamente), aprovecha todos los lugares de ese departamento y pasa la acción de un personaje a otro, a través no solo de los diálogos sino de primeros y primerísimos planos con muchos detalles. En ese juego de crear un lenguaje visual propio y decirle al espectador que observe los gestos, en un montaje ligero y dinámico, es que Anoche se transforma en un evento cinematográfico indudable. Nicanor Loreti ya tenía experiencia en este aspecto con la celebrada Diablo, quizás su mejor película, que también ocurría toda en un departamento en el cual se desataba un violento caos. En ese aspecto, el director parece haber otorgado la experiencia para traspasar una dinámica similar aunque el género y los resultados generales sean diferentes. Anoche gana por poseer un timing casi perfecto, por ser fresca, pasatista, bastante realista e identificable en sus personajes urbanos. Y sobre todo muy divertida. Es muy sencillo tomarle cariño a los personajes por más que estos expongan distintos grados de patetismos. En más de una arista pueden resultar como espejos. ¿Quién la tiene sencilla en la vida afectiva? Los cuatro actores se lucen con mucho carisma y cada uno tendrá sus momentos de lucimiento. Quizás Lois y Velázquez son los que cuentan con los personajes más histriónicos y lo aprovechan. Como dijimos, el aporte de Mirta Busnelli es fundamental y celebrado. Anoche es una comedia simple, ágil, bien planteada y bien interpretada. Paula Manzone y Nicanor Loreti lograron una propuesta que parece ideal para ver en pareja en un día de los enamorados pronto a llegar. Ambos la van a pasar muy bien.
Nueva versión del clásico de Dario Argento, "Suspiria", de Luca Guadagnino, se aparta lo suficiente para entregar un espectáculo tan único como impresionante. Remake, esa palabra maldita del mundo del cine, que nos hace temblar cada vez que es anunciada. No nos importa tanto si el remake es sobre alguna película menor, insignificante, o que significó algo en su momento, pero ya perdió su puesto (aun así es difícil encontrar un ejemplo). Pero no se metan con los clásicos. Ya lo dijo Sidney Prescott en Scream 4 “No jodan con el original”. Desde que se anunciaron los planes de realizar una nueva versión de "Suspiria", las voces críticas empezaron a gritar cada vez más fuerte. El clásico de Dario Argento, mezcla del típico giallo con terror impresionista y toques de slasher, es intocable, y de sólo pensar en una nueva película, se nos revolvían las tripas. Bueno, déjenme tranquilizarlos. Sí, la obra cumbre de Dario Argento es intocable, su "Suspiria" es imposible de ser adaptada… por eso, esta nueva "Suspiria" no es aquella, es algo (casi) completamente nuevo, y estamos frente a otra propuesta para el asombro. Algunas cosas van a encontrar, la premisa es muy similar, y hay nombres que se repiten. Pero los personajes son otros, y la historia en sí, más allá de su punto de partida, es bien diferente. Podría decirse que Luca Guadagnino y David Kajganich (el guionista) odian tanto a la "Suspiria" de 1977 que fueron por un camino completamente diferente, y hasta en algún sentido, opuesto. También podríamos decir que la respetan tanto que prefieren ir por otro camino para ni animarse a tocarla. Ahí están Susie Bannion (la original era Suzy, pero es lo mismo), Madame Blanc, Olga, Sara, Miss Tanner, Patricia, y el mito de Helena Markos. Pero cada una es diferente de aquella que conocimos. Susie Bannion (Dakota Johnson) aborda la estación Suspiria en Berlín para llegar a la aclamada academia de danza. Hace unos días, Patricia (Chloë Grace Moretz) desapareció del instituto, dicen que lo abandonó. Aunque los espectadores ya sabemos que no es así. Aquí el primer y fundamental cambio, desde la primera escena ya sabemos qué es lo que se oculta en el instituto, un aquelarre de brujas, y cuál fue el destino de Patricia, que llegó hasta el consultorio del Dr. Josef Klemperer, su psicólogo para seguir hablando de este descubrimiento. Susie es una joven ambiciosa, proviene de una comunidad estadounidense cerrada, Amish, y llega al instituto como una llamada del destino a liberarse. Es 1977, en Alemania. El país, y Berlín se encuentra divida por un gran muro, no hay mucha felicidad en las calles, la pasión sanguínea (por la danza) parece ocurrir puertas adentro. Nueva diferencia, en esta ocasión, el contexto histórico es fundamental. "Suspiria" nos irá contando el ascenso de Susie dentro de la compañía de danza, en la que rápidamente obtiene un protagónico, y la profesora Madame Blanc (Tilda Swinton) posa su mirada sobre ella. Mientras tanto, su compañera Sara (Mia Goth) sospecha cada vez más que algo funesto ocurre ahí. Puertas adentro también hay división. Esta versión más que beber de la película de 1977, parece tomar de la trilogía completa de las madres ("Suspiria", "Inferno", "Madre de las lágrimas" – de hecho, la más similar a esta –), y plantea bandos diferentes dentro de ese aquelarre entre brujas que responden a una y otra madre. Todas se disputarán a Susie. Puertas afuera, algo inédito, el Dr. Josef Klemperer comienza a unir cabos y está cada vez más atormentado por lo que puede suceder, y por sus propios fantasmas del pasado. ¿Cómo se justifica que esta "Suspiria" dure más de una hora más que la original? Porque aporta nuevos elementos, y toda una subtrama original dramática sobre lo que ocurre en el exterior con una Berlín sumida en el dolor. Aquella película de 1977 podía manejar un lenguaje visual sutil en el cual los más expertos podían encontrar algunas sublecturas relacionadas con la opresión. Lo cierto es que, parecía una propuesta de género más directa y concreta (no por eso menor ni mucho menos, al contrario). "Suspiria" versión 2018 posee toda una carga dramática nueva, es más enigmática, críptica, llena de imágenes que habrá que interpretar; y se permite la libertad de no siempre ser lineal sobre lo que dice; a veces, cuesta entenderla punto por punto, pero siempre atrapa, hipnotiza, y al final nos quedará la idea de haber entendido el maravilloso concepto global. El director de la sutil "Llámame por tu nombre", cambia totalmente, y hace una puesta enorme, que explota por todos lados. Los cuadros de danza son potencia pura; los colores vivos, con la sangre como detalle protagónico por todos lados, como personaje; los escenarios son inmensos; y los planos están cargados de capas y detalles para deleitarnos las varias veces que la miremos. Es una obra profundamente cinematográfica, con un gran uso del campo visual y del sonido como marcación. Permanentemente tenemos la sensación de estar viendo algo inmenso, y lo hacemos siempre con la boca abierta. Sus dos horas cuarenta minutos son para el asombro, y pasarán rápido, no por poseer un gran ritmo (que no posee), sino porque todo lo que sucede nos atrapa y nos envuelve, y queremos más. La construcción episódica en seis actos y un epílogo, y saberlo de entrada, también es un gran acierto. Se plantea como una puesta orgánica en la que cada cuadro expone algo propio. Si bien se diferencia completamente de "Suspiria" (como dijimos, no tanto de Argento y sus madres), hay referencias a otros grandes del género como Nicholas Roeg, Claire Denis, y Michael Soavi. La paleta de colores se juega por los tonos opacos, apagados, pero shockea con el rojo impacto, la sangre que palpita aún a través de una luz penetrante. Se aparta del impresionismo, el neón, los juegos de luces, y la música golpeadora de Goblin, que tanto amamos de la original. Su propuesta es decididamente otra, y aun así, no se siente como traición. Hay lecturas sobre la opresión; sobre la división dentro y fuera del instituto; sobre el nazismo; y sobre el feminismo en base a los reclamos actuales, con el rol de la mujer empoderada como una sanguinolenta y severa madre rectora frente a las actitudes patriarcales; y como institutriz para las nuevas generaciones. Permanentemente le descubrimos nuevas posibilidades de lecturas. Guadagnino pone mano férrea en la dirección actoral, y no solo las coreografías, sino cada cuadro compuesto es preciso en cuanto a la marcación. Así mismo, las interpretaciones son otra virtud. Lejos quedó la Dakota Johnson de 50 sombras de Greys, hace rato que viene demostrando que está para más, y Suspiria es su consagración absoluta como gran actriz. Mia Goth puede quitarle el protagónico en vario tramos, también demuestra ser una joven con muchísimo talento. Párrafo aparte para esa estampida actoral llamada Tilda Swinton, por si no leyeron la cantidad de spoilers que circulan sobre su interpretación, es mejor que descubran viéndola qué es lo que hace, algo sin palabras que le hagan justicia. Algunos pueden decir que es un capricho del film ponerla a hacer eso, pero nuevamente, es obra de otra lectura que se permite dar. Varios guiños como el de poder ver a Jessica Harper o a Sylvie Testud también serán disfrutables. Dentro de los rubros técnicos todo pareciera ser perfección, hasta llegar a la banda sonora, con canciones de Thom Yorke que no cuadran del todo bien dentro de la propuesta. Sus tonos melódicos, como salidos de un propuesta indie, desentonan en algunos tramos, sobre todo en las escenas finales que necesitaban de algo con más potencia, operístico, que acompañaran la inmensidad de las imágenes. Sin recaer en grandes dosis de gore, "Suspiria" también es un film que impacta, crea secuencias de mucho dolor, un terror mucho más extremo que el del simple susto o el baldazo de sangre. La sentimos. Es mucho más que un film de terror. Esta nueva versión de Luca Guadagnino no es deudora de aquel clásico de 1977, inteligentemente toma distancia porque sabe que es imposible igualar un film tan personal como aquel; y quizás esa sea su mayor virtud. Construye su propio camino y entrega una obra de gran potencia, con un gran rigor estético, y varias lecturas que superan lo simplemente expresado en palabras. Solo el tiempo dirá si estamos frente a un nuevo clásico, elementos no le faltan.
Tercera entrega de la mejor franquicia de la factoría Dreamworks, "Cómo entrenar a tú dragón 3", de Dean DeBlois, mantiene en alta la vara de sus predecesoras. Allá por 2010, "Cómo entrenar a tú dragón", significó un antes y un después para la gente de Dreamworks. Aquellos que habían comenzado bien alto con "Antz", y descubrieron el mega éxito con "Shrek", se habían quedado en la cómoda de repetir el esquema de la saga del ogro verde una y otra vez en historias cada vez más vacías y ofensivas. Referencias pop, chistes bordos, montaje adrenalínico, listo, tenemos una nueva película. Ni siquiera la calidad de la animación estaba en buen nivel (solo voy a decir "Vecinos invasores"). "Cómo entrenar a tu dragón" llegó en un momento en el ya estábamos considerando el juego como un caso perdido para la empresa del nene pescador en la luna. Una sorpresa absoluta, una aventura realmente épica, profunda, que se alejaba del chiste fácil, con personajes adorables, y un guion que podía desarrollarse en varias capas sin subestimar al espectador. Volvimos a tener fe. Su secuela de 2014, volvió a confirmar que esta historia era la gema de la factoría, más oscura, y a la vez más tierna; y el nivel de la animación, que ya había sido sublime en la primera, fue aún mejor. Es turno ahora de "Cómo entrenar a tú dragón 3", y de entrada, ya hay un dato auspicioso, Dean DeBlois continúa en la dirección como en las dos anteriores. Nuestro héroe Hipo es ahora el líder de la isla de Berk, y lo que hace es concientizar a los pobladores acerca de la convivencia pacífica con los dragones, a los que pueden considerar sus amigos. Por otro lado, emprende junto a los suyos la labor de liberar a otros dragones apresados por cazadores renegados y llevárselos a la isla. Como consecuencia, Berk se transforma en un blanco para todo aquel que quiera capturar dragones. Así es como aparece Grimmel, el malvado de ocasión, que comanda a la nueva horda de cazadores, y está convencido del peligro que estos representan, y más aún la aberración de considerarlos pares. El plan de Grimmel consiste en liberar y enviar a una furia nocturna hembra, que llamarán Furia luminosa, que enamore y distraiga a Chimuelo, el fiel compañero dragón de Hipo. Así, en Berk se iniciará un migración en busca de un utópico lugar en el que humanos y dragones puedan convivir en armonía alejados de las amenazas. Sí, Cómo entrenar a tu dragón 3, no tiene la premisa más original del mundo; y si lo piensan las dos anteriores tampoco lo tenían, el asunto es el cómo está planteado. Muchísimas veces vimos aprovechar el recurso de introducir el elemento romántico en una secuela. Es más, tampoco es ninguna novedad que el romance comience como un engaño del villano. Sin ir más lejos, el año pasado "Hotel Transilvania 3" lo hizo. Pero mientras que en aquella fallida secuela el recurso iniciaba y se agotaba en eso, acá es sólo un disparador para ir a más, tal como sucedía en las entregas anteriores. Cómo entrenar a tú dragón 3 puede ser vista sin dificultad por los más chicos que van a disfrutar de la gran aventura, la colorida animación, y el carisma de los personajes. Pero aquel que pueda elevarse más allá descubrirá mensajes hablando sobre el conservadurismo naciente en diferentes regiones del mundo, el asunto de las inmigraciones extranjeras, y por supuesto el tema siempre presente en la saga, el cese armamentico y la búsqueda de la paz entre “rivales”. Obviamente, la protección a los animales y al medio ambiente en general, no dejarán de estar presentes. En esta oportunidad, el asunto del cese armamentico y pacifismo, alcanzará un nivel cercano al movimiento hippie de los años ’60, acompañado de algunas imágenes ineludibles. Quizás esa sea la respuesta al nuevo conservadurismo exterminador de las diversidades, como lo fue en aquella oportunidad. Si bien alguno podría decir que esta nueva entrega no innova tanto como las anteriores (no las supera en calidad de animación, pero por lo menos las iguala), y recurre a algunos lugares comunes. No podrán decir que lo que ofrece es un espectáculo minúsculo. Hay secuencias de muchísima belleza, como los rituales de apareamiento; y un ritmo que no decae y nunca opta por el camino fácil de rematar todo con chistes tontos. Los personajes tiene el carisma de siempre, y los vilanos nuevos están a la altura. Puede ser que esta tercera entrega se recueste un poco más sobre seguro; lo lógico luego de dos entregas de muchísimo éxito y nivel; pero aun así, no descuida al producto y asegura tener mucho para dar y decir. "Cómo entrenar a tú dragón 3" no necesita ser una secuela superadora de las dos previas para ubicarse en un nivel altísimo respecto de sus competidoras. Cuida bien el trofeo para que sigamos creyendo que esta es una de las mejores franquicias animadas de la actualidad.
Basada en sendas autobiografías de sus protagonistas, "Beautiful Boy: Siempre serás mi hijo", de Felix Van Groeningen, es un pesado drama sobre la drogadicción juvenil y la abnegación de un padre por tratar de rescatarlo. ¿Qué grado de responsabilidad tienen los padres sobre la conducta autodestructiva de sus hijos? Este sería el gran planteo de "Beautiful Boy: Siempre serás mi hijo", basada en la historia real de Nic Sheff, y su padre David, atravesada por la grave adicción del primero. Cada uno escribió una autobiografía narrando el mismo hecho desde sus perspectivas. El difícil proceso de recuperación de una adicción en Tweak: growing up on methamphetamines de Nic Sheff; y la difícil tarea de acompañar a un hijo adicto en "Beautiful Boy: A Father's Journey Through His Son's Addiction", de David Sheff. Además, ambos escribieron otros libros sobre la materia. El guion de "Beautiful Boy: Siempre serás mi hijo", a cargo de Luke Davies y el propio director Felix Van Groeningen se encarga de unir ambos puntos en un solo conjunto, y el resultado es algo ecléctico y confuso. A través de sucesivos flashbacks y saltos temporales, iremos de la infancia, a la adolescencia, y la juventud de Nic (Timothée Chalamet, en la etapa más importante de Nic); pero no de un modo lineal, sino como viñetas unidas por frases o recuerdos aleatorios. Nic es hijo de padres divorciados, y de hecho, David (Steve Carell) formó una nueva familia con una nueva mujer (Maura Tierney) y otros hijos. A simple vista, Nic no parece ser un chico con muchas necesidades por lo menos no económicas; y su padre trata de estar lo más cercano posible a él. En cuanto a su madre, la iremos conociendo, un poco, más a lo largo de la película, pero el eje no pareciera centrarse del todo en ella. Sin embargo, Nic tiene una conducta autodestructiva, y de manera experimental comienza con el consumo de metanfetaminas, lo cual será una peligrosísima adicción. Nic comenzará un largo trayecto entrando y saliendo de centros de rehabilitación, y volviendo a recaer, apoyándose en su padre, haciéndole reclamos, y tratando de continuar con su vida, aunque una y otra vez, vuelve a las metanfetaminas cada vez con mayor consumo, y hasta arrastrado a otros ¿Por qué Nic mantiene esta conducta? Claramente, esta película ofrece un drama denso, y lo plantea a través de un ritmo lento y una construcción de diálogos grandilocuentes llena de frases que suenan a postulados sobre las conductas de los personajes. La historia no hace el menor esfuerzo por eludir los lugares comunes, y todo lo que podemos esperar de una propuesta de este estilo, estará ahí remarcado. La puesta de van Groeningen también va en la misma dirección, utiliza tonos pálidos, luces blancas brillantes, colores celestes y verdes acuosos; a lo que suma un montaje suave que se contrapone con el confuso ir y venir en el tiempo del relato. Todo esto da la conjunción de una suerte de manual de autoayuda calmo, y con las escenas de impacto para que los alejados se escandalicen. La estructura narrativa no permitirá un progresivo correcto, y así comenzaremos por un estado muy demacrado de Nic, para pasar a su infancia dorada, y volver a los inicios de su adicción, y otra etapa de su infancia. Los esfuerzos técnicos tanto en la banda sonora como en la composición de imagen no pasan de los miles de telefilms, o “películas de Netflix” sobre adicciones, y el mensaje no parece diferir mucho de aquellos, más allá del verosímil de uno y otro (que tampoco es del todo fuerte en este caso, dado lo episódico de varias escenas al azar). Todo en un tono pretendidamente indie y “para los premios” independientes. Nic es un personaje muy difícil de compenetrar. Más allá de una correcta interpretación de Chalamet, el personaje no convence porque el mismo film no parece comprenderlo. En su búsqueda de razones de por qué es como es, muchas veces arriba al “es así porque es así”. Todo apunta a que seamos la mirada de David y nos desesperemos con él. Ya no sabe qué hacer, cómo actuar; él también va perdiendo su vida para dedicársela a su hijo. La película refuerza esta idea a través de golpes bajos y todo tipo de maniqueísmos. Steve Carell sigue insistiendo con el drama, su labor es correcta, aunque a veces se limite a poner rostro de “cachorro mojado”. El resto de los personajes, carecen de peso e importancia. "Beautiful Boy: Siempre serás mi hijo", se planteaba como una realista mirada al mundo de las adicciones, pero la sumatoria de lugares comunes y golpes bajos, la colocan nuevamente en la media de este tipo de películas panfletarias. Finalmente, la falta de carisma y brío, la ubican por debajo aún de aquellas.
Mezcla de géneros y estilos, "Los últimos románticos" de Gabriel Drak, es una comedia con mejores intenciones que logros. ¿Existen las amistades a prueba de cualquier sacrificio? ¿Es verdad eso de que a un amigo no se lo traiciona? El cine dio incontables cantidad de pruebas de que esto no es tan así, y "Los último románticos", segunda película de Gabriel Drak, terminará siendo otra más. ¿Por qué terminará? Porque en la película del director de "La culpa del cordero", se plantean dos escenarios distintos. Algo que comienza de un modo y a (menos de) mitad de camino virará hacia otro. El cine uruguayo sigue en notable crecimiento; y como si aún no hubiesen podido superar la etapa de lo que acá se conoció como Nuevo Cine Argentino, gran parte de su producción siguen siendo retratos de personajes abúlicos, a los cuales la vida (que no saben qué hacer con ella) y la rutina, les pasó por encima dejando una estela cansina. Así comienza "Los últimos románticos", contando la historia de dos amigos, Perro (Juan Minujín), y Gordo (Néstor Guzzini), que no hacen mucho de sus vidas más allá de encontrar excusas y seguir eludiendo responsabilidades (como hacerse cargo de la mujer y el hijo que tienen). Viven en un pequeño pueblo costero olvidado, y ese parece se el lugar ideal para estos dos seres que hacen de su patetismo algo (más o menos) querible. Van de un lado al otro todo el día, plantean diálogos superfluos hablan de conquistas de mujeres, de escribir el guion de una película, y de cómo hacer para seguir viviendo sin tener un trabajo importante que les quite ese estilo de vida. Ellos están tan quietos como el lugar que habitan. Paralelamente, en montaje paralelo, se nos muestra a Chassale (Ricardo Cuoto), un inspector de policía que es denigrado de su cargo, a hacerse cargo de la comisaría de ese pequeño pueblo. ¿Qué tiene que ver Chassale con lo otro que se nos muestra? De a poco se irán uniendo ambas historias, y ahí, Los últimos románticos vira hacia otro lado. Chassale quiere hospedarse en un hotel semi abandonado que hay en el lugar, pero Perro y Gordo se lo niegan sistemáticamente. No quieren que nada ni nadie les interrumpa su estilo de vida que incluye alguna plantación de marihuana (el nuevo tópico star uruguayo). Coincidiendo con la llegada del inspector, que también debe lidiar con los inoperantes policías del lugar, Perro y Gordo encuentran una importante suma de dinero que no parece provenir de manos limpias, pero que les aseguraría poder mantener su vida por un largo tiempo más. De ahí en más, Drak nos presenta una película de género policial, con pinceladas de comedia, y algo de negrura porque las traiciones y giros estarán a la orden del día. En su ópera prima, Gabriel Drak había presentado algunos problemas de amateurismo, y un guion que se apoyaba demasiado en la rutina. Los últimos románticos es un paso adelante respecto de La culpa del cordero. Su puesta, sin deslumbrar ni sorprender, responde a cierto criterio, y los personajes, aunque no despierten empatía, están bien encuadrados. El giro policial le otorgará cierto dinamismo, aunque de todos modos se trate de una propuesta que nunca llega despegar y oscila demasiado en mostrar la rutina de los protagonistas. Una banda sonora esporádica e invasiva, tampoco parece ser del todo acertada. También demuestra una disparidad marcada en las interpretaciones, con Minujín, Adrián Navarro, Vanesa Gonzáles, y Guzzini, colocándose por encima de un elenco muchas veces sobrepasado por lo que se trata de contar. En La culpa del cordero, Drak ya había demostrado interés en querer contar historias cotidianas que desmenuzaran miserias humanas. En Los últimos románticos pareciera querer ir por el mismo camino, pero al igual que en aquella, no siempre tiene algo para contar. Sobre el final del trayecto, una sumatoria de giros y vueltas, más o menos sorpresivas (para quienes no vieron ningún policial) repuntarán el resultado y convencerán el conjunto. En Los últimos románticos se notan las intenciones de una película, de querer dejar plasmada una idea, una visión. No siempre lo consigue, y la sensación es la estar viendo algo aceptable pero que pudo ser notoriamente mejor ¿Alcanza?
El cuento del criado En base a un premisa esquemática que planteaba la amistad inesperada entre dos seres de mundos distintos, Amigos intocables se convirtió en 2012 en uno de los films franceses más taquilleros de la historia, no solo dentro del país sino a nivel mundial en el que explotó como un verdadero suceso. Su propuesta claramente for export de producción cuidada y estructura prototípica, inmediatamente hizo que el mundo posara los ojos en ella, no solo para llevar audiencia, sino para intentar repetir la fórmula. 2016 vio llegar las dos primeras adaptaciones de la misma historia, la hindú Oopiri (que se despacha con unas dos horas cuarenta minutos que deben desafíar a dejar nuestras extremidades en condiciones similares a las del protagonista), y la argentina Inseparables, lógicamente la más recordada en estas tierras en las que tuvo muchísimo éxito. Ahora es turno del país al cual no le gustan los subtítulos. Hollywood no podía dejar escapar la chance y la traslada a su idiosincrasia bajo el título Amigos por siempre. Más allá de los variados cambios respecto al original, la base se mantiene. Bienvenidos otra vez a la historia del millonario que le enseña al pobre cómo refinarse, mientras que el pobre le retribuye ofreciéndole un poco de humanidad… o algo así. Tu serás mis piernas, yo seré tu conducta Lo primero que hay que resaltar de Amigos por siempre, es que presenta varios cambios respecto al original, y más aún respecto a Inseparables (no tuve el placer de perder casi tres horas en ver la versión de la India). Y algo positivo: la mayoría de los cambios son para bien. Será cierto que a medida que se va puliendo una idea se la va mejorando. La secuencia de inicio es siempre la misma, la de la supuesta emergencia médica arriba de una autopista. Hasta pareciera que por contrato siempre debe ser filmada igual, con los reflejos de luces y la misma música de piano de fondo. Eso sí, en este punto, la original sigue siendo la mejor pensada porque guarda un poco el misterio. De ahí, volvemos hacia atrás. Dell Scott (Kevin Hart) sale de prisión y lo único que busca son empleadores que le llenen su tarjeta de referencias para hacer notar en asistencia social que está buscando trabajo; cuando en realidad, está pasando el momento. Su pareja ya no lo espera cuando sale de prisión, y lo único que desea es que pueda cumplir con la cuota alimentaria y eventuales visitas para el hijo que tuvieron. Dell quiere enmendarse con el niño y su ex mujer, pero no hay caso, las cosas no le salen bien, o no hace las cosas bien. En una de esas búsquedas “de trabajo”, Dell termina en el penthouse de un empresario y escritor de libros sobre emprendedurismo, Phillip Lacasse (Bryan Cranston), que luego de un accidente durante unas vacaciones quedó postrado de por vida y solo mueve su cabeza. Su secretaria Yvonne (Nicole Kidman) es la que toma las pruebas para el empleo de asistente terapeútico de Phillip, y por supuesto rechaza de plano a Dell. Pero Phillip quiere que sea él, porque no lo trata con misericordia por su estado físico. Lo que sigue es Dell tratando de adaptarse al lugar, y empleador y empleado desarrollando un vínculo de amistad en el cual, supuestamente, ambos aprenden algo del otro. Cambio de filtro y aceite Sí, en líneas generales estamos hablando de lo mismo. Pero nótese las pequeñas pero significativas diferencias: la mansión fue remplazada por un penthouse, y la historia de los dos protagonistas es diferente. Un dato particular: los que hayan visto alguna de las versiones anteriores se preguntarán por qué un papel tan chico y sin peso como el de la secretaria, es interpretado por una estrella de primer nivel como Nicole Kidman. Aquí está quizás el cambio más importante, si bien sigue siendo un secundario, Yvonne gana una importancia en la historia que antes no tenía y se genera algo así como una nueva arista bastante cumplidora. La historia y los hechos fundamentales siguen siendo los mismos. De hecho, conviene no analizarla ni un poco ideológicamente si se la quiere disfrutar. Pero digamos que en esta adaptación de Hollywood se aplica una fórmula básica de las adaptaciones mainstream de productos extranjeros: hacer la cosa mucho más liviana. Lo que en otras situaciones resulta molesto porque pierde peso y trasfondo, acá lo favorece, porque la convierte en una película menos odiosa que las anteriores. Amigos intocables era manipuladora, forzaba todo para caer en golpes bajos y hacernos llorar, todo encajaba como en un inverosímil cuentito de hadas bien pensante. De Inseparables mejor ni hablar, ideológicamente aberrante, torpe narrativamente, maliciosa en cuanto a la construcción de personajes. Por suerte, de la versión de Carnevale es de la que más se aleja. Bryan Cranston vuelve a demostrar que es buen actor y no exagera con la gesticulación de su difícil personaje. No es la mejor actuación de su carrera, pero aprueba holgadamente el desafío. Kevin Hart se desprende de muchos de sus mohines, logrando balancear bien el drama con la comedia, su actuación es quizás la más satisfactoria. Nicole Kidman sabe ubicarse en un secundario, cumple, se la ve natural, y también sabe que su personaje tendrá peso en la historia. En el apartado negativo hay demasiadas cosas dadas por hecho, como si presupusieran que sus espectadores conocen la historia previamente de los otros films. Hay tramos en los que se apura o arroja más datos de los que debió a la ligera. No es un film que busque trascender. Neil Burger demostró que está para cosas mayores, y esto es claramente una propuesta por encargo en la que apenas hace algo correcto. Amigos por siempre no sorprende, se disfruta el rato que dura (eso que es bastante larga), y es menos molesta de lo que pudo ser. Esta vez la ecuación de ir a menos y presentar una simple propuesta pasatista mejora el resultado.
Cine para todos Como todo círculo cerrado, el de les “cinéfilos” suele ser un micro mundo muy particular, con códigos propios y un lenguaje lleno de referencias que puede dejar afuera a todo aquel que no lo comparta. Tal como se plasmaba irónicamente en películas como El crítico o 20000 Besos, el cinéfilo habla permanentemente de cine de modo naturalizado, y más de una vez cree vivir dentro de una película, sin importarle que el “excluido” lo vea como una rara avis. En el otro polo, están los que viven la pasión por el cine como forma de inclusión, los que creen que el cine se comparte con “el pueblo” y traducen su pasión en obras de acercamiento: Daniel Burmeister, el cineasta retratado por Eduardo de la Serna en El ambulante; gente como Fernando Martín Peña y su obsesión por el fílmico y lo popular en Filmoteca en vivo; los creadores de festivales como el Hacelo corto de Saladillo; o la tarea de la DAC llevando cine nacional a escuelas rurales como se ve en El cine argentino va a la escuela. Omar José Borcard claramente entra en esta segunda categoría, y la documentalista Luz Ruciello nos permite conocerlo en su ópera prima Un cine en concreto. El cine de la resistencia Omar es un albañil entrerriano. Pero sería injusto decir que es solo un albañil. Con más de sesenta años, sus riquezas son más de espíritu que económicas. De chico, el cine de pueblo lo ayudó a sobrepasar los malos momentos de bolsillos flacos refugiándose frente a la pantalla. De grande, quiso retribuir ese regalo inconmensurable. Su oficio de albañil lo ayudó a construirse una sala, El Paradiso, y con un proyector ya oxidado sigue proyectando sus películas en fílmico para todo aquel que las quiera ver. Ruciello hace todo lo posible para que adoremos a Omar. De todos modos, la tiene fácil, nuestro protagonista se hace querer y es imposible no tomarle (mucho) cariño desde la primera frase. Como suele suceder con este tipo de documentales que siguen a una vida, a una persona, Un cine en concretoparte de lo particular para ir hacia algo más grande y general, solo que en este caso ese traspaso tendrá que hacerlo el propio espectador desde su análisis; la directora nos da las herramientas. Un cine en concreto no es solo sobre un personaje, si se quiere, pintoresco; es sobre una vida sacrificada pero apasionada. Es sobre el cine, y lo que este significa en las vidas de la personas. El cine como hecho social. También nos habla de los cambios de paradigmas y de la resistencia del formato clásico. El Paradiso puede ya no tener el brillo de otrora y su concurrencia no es la que era, pero Omar no va a claudicar. No entiende cómo la gente dejó de ir a las salas, no le hablen de otra cosa que no sea algo que pueda pasar por su proyector, el fílmico. En el “ir al cine” había una ceremonia, y Omar no quiere que desaparezca. Del dicho al hecho Más que ser un erudito catedrático sobre teorías cinematográficas, Omar vive el cine, aún sin participar en nada que incluya “hacer una película”. Mantiene toda una tradición artesanal en la selección de películas, promocionarlas de un modo cuasi casero, y seguir abriendo las puertas de la sala que él mismo se/nos construyó. Es un modo de compartir no solo con “los que saben y entienden”, sino con la espera de que alguien se acerque y descubra; ir de la palabra a la acción. Un cine en concreto es un documental formal, sin grandes hallazgos estéticos ni narrativos porque no los necesita, el cine le brota a cada cuadro, porque su homenajeado exuda celuloide por todos sus poros. Podremos conocer algo de la vida diaria y la historia de Omar, escucharlo hablar, exponer y dejarnos bien claro qué es lo que, para él, el cine debería ser. En definitiva, Un cine en concreto es un documental sobre el cine desde lo más profundo, desde la pasión y las locuras hermosas que nos lleva a hacer, y la garra que le ponemos para que el fuego de la pasión no se apague. Si quieren entender a qué nos referimos cuando hablamos de la ceremonia del cine, imposible de repetirla viendo algo en casa, Luz Ruciello nos regala la clave.
Mezcla de terror, suspenso, e intento de drama, "No mires", de Assaf Bernstein, causa menos pavor que risas involuntarias. En aquella subvalorada joya de Disney, "Mulan", su protagonista nos cantaba en la voz de Christina Aguilera “Who is that girl I see staring straight back at me? When will my reflection show who I am inside?” (¿Quién es la chica que veo parada frente a mí? ¿Cuándo mi reflejo mostrará quién soy por dentro?). Exactamente veinte años después de aquel 1998, ese estribillo podría resignificarse en la sufrida y cancina voz de la protagonista de No mires. Ella es Maria (India Eisley), una adolescente que sufre, eso es lo que subraya una y otra vez el guion. Cual si fuese un capítulo de La rosa de Guadalupe, o cualquiera de las ficcionalizaciones de un programa evangelista, Maria vive deprimida, y sumida en una timidez y negrura que no la deja reaccionar. No conecta con sus compañeros de colegio que oscilan entre ignorarla y hacerle bullying. Con sus padres la cosa no es mejor. Su madre (Mira Sorvino) tiene sus propios asuntos que resolver y mantiene una irritada relación con María. Con su padre (Jason Isaacs), la cosa es bastante más turbia, parece protegerla, pero… María da todos los síntomas de tener graves problemas psicológicos para relacionarse y expresarse, pero claro, nadie la escucha. Un buen día, lo que tenía que suceder, sucede. María escucha voces en su cabeza que reprime, siente que su reflejo en el espejo actúa de forma independiente, y llegado el momento sucederá el cambiazo. María queda atrapada en el espejo, y en nuestro plano surge Airam (sí, leyeron bien, es María al revés, como Drácula y Alucard) la contraparte de María, todo lo que María no es. De golpe, esa adolescente retraída, se convierte en una chica provocadora, sexy, y desafiante. "No mires" pudo ser una comedia (bueno, en cierta e involuntaria forma lo es), pero no. Airam se pone muy extrema, y no temerá en asesinar si es necesario para lograr sus fines. El guion del también realizador Assaf Bernstein puede recordar a películas ochentosas como "Christine", "La llamada del diablo (976 Evil)", y por supuesto la saga "El Espejo" ("Mirror, mirror" 1 & 2); pero en todas aquellas (por favor no mancillemos el clásico de Carpenter) existía una auto consciencia de ser una película de estilo clase B, libérrima, y con la diversión absurda como objetivo principal. Por el contrario, "No mires" pretende tomarse en serio, es oscura, densa, y con una gravedad inusitada en sus diálogos. Por supuesto, lo único que logra es ser una exquisita comedia involuntaria, o un digno exponente del consumo irónico. Las situaciones se ponen cada vez más ridículas y fuera de lógica, hay determinadas escenas que deberían considerarse clásicos instantáneos del placer culposo. India Eysley, hija de la argentina Olivia Hussey, demuestra una incapacidad absoluta para expresar algo. Lo suyo recuerda a la mediática Karina Jelinek pasando de “cara de mala”” o “cara sexy” sin cambiar nada en absoluto. No puede componer bien un personaje, y debe componer dos contrapuestos. Carita de pato para todo, haciendo quedar a las recordadas gemelas buena/mala de Andrea del Boca como hitos de la gran interpretación. Mira Sorvino termina de arrojar su Oscar por la ventana y transita por la película a los gritos, hieráticamente. Peor le va a Jason Isaacs que se esfuerza en demostrar que es buen actor (como siempre), pero debe lidiar con la línea narrativa más incoherente, no se entiende qué es lo que sucede con ese personaje. Pensada como telefilm, extrañamente esta película llega a nuestra cartelera, lo cual no hace que mejore su calidad. Su realizador israelí, debutante en EE.UU., no hace nada por mejorar el promedio, todo se ve gris, azul, con apenas destellos de rojo para marcar la diferencia. Como si los diálogos no fuesen lo suficiente subrayados sobre todo lo que les pasa a los personajes, el lenguaje visual también es de por más obvio. Mejor ni hablemos de los abundantes problemas de continuidad. Sus hora y cuarenta y tres minutos pueden hacerse eternos. La única solución que nos queda es comenzar a reírnos, y con ganas. Todos es tan ridículo, tan estúpidamente presentado, que la risa brota sin mayores esfuerzos, contraponiéndose al aburrimiento general de la propuesta. "No mires" termina pareciéndose a ver un show de bloopers o los cásicos videítos con filmaciones caseras fallidas online, nos reímos culposamente de la desgracia. Una niña buena, y una niña mala; una película aburridísima, y una divertidísima comedia del desastre. Las dos caras de un mismo espejo...
Contrariando cualquier moda, "El regreso de Mary Poppins", de Rob Marshall, es una oda al musical más clásico y puro, con una Emily Blunt que brilla. El género musical debe ser la representación del Ave Fénix en el cine. Vive de picos de auge a prontas caídas, y cuando parece que ya está dejando de ser tendencia, vuelve a renacer. El año pasado tuvo un glorioso retorno con el exitazo de "El gran Showman", película que no tardó en convertirse en un clásico instantáneo. ¿Cuál fue el secreto del film protagonizado por Hugh Jackman? La reversión del clásico musical con canciones originales en clave pop, hiper pegadizo, y cuadros musicales cercanos al videoclip. Claramente una adaptación del género a los tiempos que corren. Exactamente un año después llega "El regreso de Mary Poppins", y los caminos eran dos. Perfectamente podía subirse a la nueva ola, intentar llegar a las nuevas generaciones con el estilo de "Glee" en la pantalla chica y "El gran showman" en la grande; o volver a los orígenes y ser fiel a su procedencia. Debimos adivinarlo cuando el director escogido fue el experto en musicales Rob Marshall (Chicago, En el bosque), "Mary Poppins..." no solo toma, abraza el segundo camino; apegarse al clásico como si el tiempo no hubiese pasado. Algo similar había sucedido en otro género cuando en 2006 Bryan Singer presentó Superman regresa. Contrariando toda moda, su hombre de acero tomaba cosas del film de Richard Donner, y de los cortos animados de Max Fleischer realizados en los años ’40. En ese entonces las aguas se dividieron, y es probable que esto vuelva a ocurrir. ¿"El regreso de Mary Poppins" es un film fácil de vender? No, pero eso no afecta a su maravilloso resultado. La historia es tan sencilla como práctica, y sirve para poner a todos otra vez en marcha. Michael (Ben Whishaw) y Jane (Emily Mortimer), crecieron. Michel es viudo y tiene dos hijes. Los problemas comienzan cuando producto de una crisis financiera, Michael está por perder la casa familiar en la que ahora él vive junto a sus hijes. Un prestamista (Colin Firth) está dispuesto a rematar la vivienda con tal de cobrar su hipoteca, y cuenta con la asistencia de dos empleados, uno más decidido que el otro. Todo se vuelve un caos, Jane tampoco sabe cómo ayudar, Michael se desborda entre los problema de dinero y su situación de estanco emocional que complejiza la crianza de los niños. Cuando se dice caos, ya se sabe quién viene a ayudar. Nuevamente desde el cielo con su paraguas, llega Mary Poppins, que ayudará a Michael y Jane a criar a los niños, hallar el lado positivo de la vida, y encontrarle solución a todos los problemas. Todo es cuestión de creer, cantar, y bailar. Entre todo el asunto, el farolero Jack (Lin Manuel Mitranda) se amalgama en la historia y en la vida de los personajes como guía al espectador. El guion de David Magee y la puesta de Marshall (que realiza, quizás, su mejor labor) se estructura a través de cuadros bien diagramados. Una vez que Poppins arriba llevará a toda la troupe a un recorrido que presentará distintos personajes en busca de una solución. Los musicales de Disney de los años ’60 son todo un subgénero aparte dentro del musical, y "El regreso de Mary Poppins" no pretende apartarse de ellos ni un poco, es un way back absoluto. No falta nada, las canciones de corte clásico, como salidas de una pianola; la colorida y amable animación 2D fundida en el live action; el tono naif tanto en la historia como en la elección de vestuario, escenografía, y fotografía; el positivismo a ultranza. Las canciones, propias de un musical clásico, se funden en una puesta de estilo teatral inmensa, a todo trapo, al mejor estilo Broadway brillante. La novedad de los efectos digitales serán utilizados a favor de la estética para que parezcan artesanales. Todo encaja sin salirse ni un milímetro. Emily Blunt se come la pantalla. Julie Andrews será recordada siempre como aquella Mary Poppins amable y dócil. Pero desde su primera escena, Blunt es Mary Poppins y logra que no extrañemos a la original. La hace suya, es más cínica y apegada a la novela de P.L. Travers. La mirada pícara, cuasi endiablada de la actriz de "Un lugar en silencio", le viene perfecto a este personaje. Andrews y Blunt cada una son Mary Poppins, no se pisan, y tienen su lugar en nuestros corazones. Lin Manuel Miranda por fin tiene su gran oportunidad en la pantalla grande, y la aprovecha. Si el género regresa a la gloria, puede catapultarse como estrella fuerte. A Colin Firth se lo aplaude, siempre. Su viillano es tan odioso como querible, dignísimo de esta propuesta. Whishaw y Mortimer (que no terminamos de entender por qué nunca despegó de los secundarios) también están muy bien el lo suyo, al igual que les niñes, adorables. También está Julie Walters, divertidísima; y la gran Meryl Streep tendrá su cuadro propio, quizás el mejor de la película. Esperen a ver a Dick Van Dyke y Angela Lansbury, es lo gloria. Todo es una fiesta. "El regreso de Mary Poppins" es una film infantil, quizás para los niños de aquella época que ya no es la actual. En todo caso, toma el riesgo, y plantea el por qué no se puede llevar aunque sea por un rato a les niñez, nuevamente al terreno de la pura inocencia. Luego de que los productos infantiles transitaran un camino árido en el que a base de humor pop moderno se presentó el desangelado mensaje de no creer en cuentos de hadas, "El regreso de Mary Poppins" nos dice que quizás no sea tan tarde. Aún si la película es difícil de vender al público infantil actual, el consumidor del musical clásico, que los hay, se sentirá a sus anchas, y por dos horas diez minutos, sentirá que le están devolviendo la magia que anhelaba. Si lo pensamos un segundo, la película tiene como regalos a Van Dyke, Lansbury, Streep y Walters; ni a una estrellita joven de Disney Channel. Podemos decir que esta película es puro ritmo, agilidad, sin ser un torbellino, gracia, dulzura, y desborde de carisma. Al salir de la sala la sonrisa de oreja a oreja perdura por un rato largo y dan gana de, camino a casa, cruzarse con alguna flor o pajarito de animado color pastel ¿Tarea cumplida? ¡Oh sí!
Secuela del éxito de 2015, y octava entrega de la franquicia Rocky, "Creed II", de Steven Caple Jr., apuesta a la emoción y sale triunfante. Muchas veces se asoció a la historia de la franquicia Rocky con la historia de la propia sociedad de Estados Unidos. El caído que se levanta una y otra vez, la guerra fría, el resurgir de las cenizas, bajar de la arena del ring para dar pelea en la calle, enseñarle la lucha a una nueva generación. De ser así, esta "Creed II", nos habla de las segundas oportunidades, siempre apostar por el de abajo, y no depositar las frustraciones en los triunfos o pérdidas momentáneos. Con Creed habían logrado trasladar una franquicia propia de una década a un estilo actual. Aquel film de 2015 podía ser disfrutado tanto por los seguidores de la saga, como por alguien que apenas supiese quienes eran Rocky y Apollo, manteniendo la mística dentro de un estilo ágil y moderno. "Creed II" redobla la apuesta ¿Cómo seguir la apuesta? ¿Ganaría el espíritu de la saga o el nuevo estilo impuesto por Creed finalmente haciendo un corte definitivo? Buenas noticias ochenteros, en "Creed II" la pulseada la ganó el peso de la saga. Ya trajimos de nuevo a Rocky, y reivindicamos a Apollo a través de su hijo Adonis. ¿Qué nos podría ofrecer una nuevo entrega? Revivir el que quizás sea el enfrentamiento más mítico. EE.UU. vs Rusia, Rocky Balboa vs Ivan Drago. El guion de Cheo Hodari Coker, Sascha Penn, Juel Taylor, y el propio Stallone, pudo haberse quedado en poner a Ivan Drago como un mero gancho, un dulce, para volver a contarnos la misma historia. Pero no, desde la escena que abre el film con su presencia, veremos que Drago obtiene el peso que se merece un personaje fundamental. En la ahora dividida Unión Soviética, más precisamente en Ucrania, se encuentra Ivan Drago (Dolph Lundgren) junto a su hijo Viktor (Florian Monteanu). Lejos quedaron los brillos y la grandeza pasada. Ivan vive bajo la sombra de la derrota, y su gloria fue sepultada luego de aquella derrota frente a Balboa. Ivan recuerda su cuarto de fama cuando venció y mató a Apollo en el ring. En ese momento era la figura emblema de su país; un país que luego no le perdonó el fracaso. Todas sus frustraciones las carga sobre su hijo, que para nada vive como el heredero de una gloria del box. Son obreros esperando una mínima chance de robarle una revancha a la vida. Del otro lado del mundo y del destino se encuentra Adonis (Michael B. Jordan) disfrutando de las mieles del éxito. Todo le sonríe, sostiene el título de campeón, está por casarse con su mujer Bianca (Tessa Thompson), y hasta se anuncia la llegada de la descendencia. Pero siempre el diablo mete la cola. Un oportunista productor quiere revivir aquella pelea, a los Drago los convence de inmediato, y con Creed hará un fino trabajo de despertar el rencor por la muerte de su padre. Aunque todos le aconsejen que no lo haga, Adonis no podrá luchar contra su ego, y aceptará el desafío. Como en la anterior entrega, Rocky (Sylvester Stallone) sigue siendo el sabio consejero de la experiencia de Adonis, pero adquiere mucho más peso y protagonismo que en el film anterior. Creed II despliega varios arcos dramáticos simultáneos, y apunta a la emoción directa. No se ahorra ni un golpe bajo, ni pierde el tiempo en disimularlos. Pero tiene la capacidad de colocarlos justamente, en un encastre fundamental. Lejos de perturbar y entorpecer, estos golpes bajos funcionarán como emoción genuina, espontánea, y valedera. Refuerzan la propuesta del film. El mejor arco dramático será el de Ivan y su hijo. A través de ellos funcionará un espejo en el que el resto se puede reflejar como una contraparte. Las mieles de uno serán el rencor del otro. Pero también las mieles de uno fueron construidas en base al fracaso del otro. Lejos de la obvia lectura propagandística de aquella "Rocky IV", la posible lectura política de "Creed II" es más amplia y profunda, revuelve el pasado y el presente. Hay guiños y regalos para todos, escenas en las que nos sorprenderemos, aplaudiremos, sonreiremos (el humor funciona muy bien), y sí, lloraremos. Los fans se sentirán en casa. El corte de Steven Caple Jr. es más clásico que el entregado por Ryan Coogler en "Creed". De aquí se despliega que esta entrega es más deudora de las seis Rocky, que de Creed. Se abandonó el montaje ligero, videoclipero, y casi bombástico; para volver al Hollywood clásico de las épicas de ciudadanos comunes. De aquel que muerde el polvo y se levanta con un buen leit motiv sonando de fondo. Michael B. Jordan hace crecer a Adonis, lo hace más humano sumándole capas. En eso tendrá mucho que ver Tessa Thompson como Bianca, que deja de ser un mero romance para transformarse en la Adrian de esta nueva era, el apoyo emocional de Adonis. Stallone ya no sorprende, sino que confirma que sabe actuar, o hacer de sus falencias y ese hablar trabado, un elemento a favor. Esta nueva postura del experto que ya está de vuelta y busca su propia redención le queda muy bien. Dolph Lundgren es otro que aprovecha toda su rigidez y dureza y lo hace a favor del personaje. Ivan es pura frustración y rencor. Lo mismo sucede con Viktor, que casi ni habla en toda la película, y carga con culpas que ni son propias. Ambos expresan desde las miradas y esos (no) gestos. Como ya lo sabíamos desde la primera entrega allá por el ’76, "Creed II" es más que una película de boxeo, es un drama de personajes que buscan su lugar en el mundo mediante las piñas. Con la emoción a flor de piel, esta secuela supera a su predecesora y es una digna heredera del legado. Para los viejos, para los nuevos, "Creed II" marca el camino de lo que está bien.