Betibú

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

Un crimen misterioso, una investigación en puerta, varios secretos a descubrir con vueltas de tuerca y manipulación incluída, un personaje principal con todos los tics necesarios y una sagacidad única, y personajes secundarios para hacer las delicias de quienes no sólo observan el plano central. Estos, ítems más, ítems menos, forman el manual del policial para que el asunto llegue a buen puerto. Estos ítems más, ítems menos son los que respeta a rajatabla Betibú, segundo opus de Miguel Cohan (Sin retorno) esta vez respetando (salvo algunas incorporaciones y extractos necesarios) la novela homónima de Claudia Piñeyro (La viuda de los jueves).
Desde la primera escena sabremos que acá las reglas están para ser cumplidas, música aturdidora en tocadiscos, habitación de mansión de country, Pedro Chazarreta (Mario Pasik) es encontrado degollado en su sillón por su mucama. Si estaríamos ante una serie de TV, luego de esto, vendría la presentación de créditos iniciales con el leit motiv del programa.
La investigación policíaca corre por su cuenta, pero hay un dato que nos interesa, Chazarreta era sospechoso de haber asesinado a su mujer en un episodio confuso; y ante su muerte, la atención periodística aumenta a ritmo de morbo. Esto desemboca en que el director del periódico El Tribuno (José Coronado), no solamente mande a su reciente jefe de policiales Saravia (Alberto Ammann) acompañado del semi retirado - a regañadientes - Brena (Daniel Fanego), sino que además incite a que su ex amante, la novelista de policiales y ex periodista ídem Nurit Iscar (Mercedes Morán), complete el trío de investigación y escriba la crónica diaria de la causa en recuadros especiales.
No vamos a contar nada de nada de la trama criminal porque es mejor que la descubra el espectador, y porque en verdad, Betibú respira aire de saga, parece, como se insinuó, un capítulo de una serie de TV con un crimen por episodio; en el contexto general no importa tanto el crimen como la resolución que llevan a cabo sus personajes.
Nurit Iscar – a quien apodan Betibú – es de esos personajes que nacen para ser protagonistas, por supuesto, ella ve lo que nadie ve, habla lo justo, pero cuando habla sus frases no son banales o resuelven algo o tiran un dardo certero. Brena es el segundo ideal, no sólo tiene una historia con nuestra protagonista, es un personaje querible, que habla lo que no habla Nurit, cabrón pero entrador… y sí, si fuese una serie se merecería su spin-off futuro. A estos dos personajes hay que agregarles la carnadura que Morán y Fanego les imprimen, convirtiéndose en lo mejor del film, lo que hace que se destaque del resto, por separados, o haciendo lujo de una química increíble (atención a las miradas), la atención siempre pasará por ellos. Ante estas dos soberbias interpretaciones, el Saravia de Alberto Ammann no logra destacarse por peso propio, queda en un segundo plano, no por una labor desacertada (su labor es más que correcta), sino simplemente que un trío una de las patas siempre es la que menos se ve; algunos problemas de acento tampoco ayudan.
Los secundarios especiales del caso también aportan su plus si contamos que entre ellos figuran Osmar Nuñez, Lito Cruz, Carola Reyna, Norman Briski, Gerardo Romano, y la lista sigue. A diferencia del anterior film de Cohan, Betibú luce más formal. Allí donde Sin retorno se jactaba de hacer un análisis de la culpa, de la utilización de los medios, y de la mentira detrás del “justicia por mano propia”, su nueva película se limita a plantear un crimen atrapante y poner a sus carismáticos periodistas investigadores en medio de una trama que se va enturbiando; lo cual no es para nada poco, es tradicional.