Los superhéroes siguen a full. Y este año, sus aventuras están ambientadas en otras épocas. Ya ocurrió con la estupenda X-Men: Primera Generación, que transcurre en los ’60. Ahora le toca el turno a la no menos notable Capitán América: El Primer Vengador, ubicada durante la Segunda Guerra Mundial. Hacía años que este personaje de las historietas estaba por tener una revancha en el cine. La fallida versión anterior data de 1990, dirigida por Albert Pyum (un paladín del cine de bajo presupuesto). Dato curioso: el patriótico muchacho fanático del escudo estuvo interpretado por Matt Salinger, hijo del mismísimo J.D. Salinger, el autor de El Cazador Oculto. Ahora por fin el personaje cayó en manos hábiles. El director Joe Johnston no será recordado como una leyenda del séptimo arte, pero sabe hacer films muy entretenidos, como Querida, Encogí a los Niños y Jurassik Park 3. Su estilo de dirigir es clásico, muy adecuado para cuando hace películas ambientadas en otros períodos históricos. De hecho, una de ellas es con una suerte de superhéroe: Rocketeer, protagonizada por Billy Campbell y Jennifer Connelly. En Capitán América vuelve a demostrar que sabe poner los efectos especiales (trabajó en Industrial Light & Magic) al servicio de la historia. El estilo —pleno de acción, aventura, drama, romance, peligro— remite al de los seriales de los ’30 y ’40, que también supieron inspirar a Steven Spielberg y a George Lucas. Chris Evans está muy correcto como Steve Rogers y su Otro Yo superheroico. Ya había demostrado que esta clase de roles le sientan bien cuando interpretó a la Antorcha Humana en la impersonal Los Cuatro Fantásticos y su secuela. Gracias a la inteligente utilización de los FX digitales, al principio del film aparece delgado y pequeño, para luego pegar el estirón y ponerse musculoso luego del experimento que lo convierte en un soldado ideal. Y eso es lo que hace que el público se pueda identificar más fácilmente con Steve que con Thor, por poner un ejemplo cercano: pasa de joven maltratado e ignorado a ser ídolo de multitudes, sobre todo de las chicas. La fantasía secreta —o no tanto— de muchos de nosotros. Por su parte, Hugo Weaving también sigue dejando en claro que sabe componer villanos. Esta vez hace de Red Skull, un jerarca nazi tan poderoso como el Capitán América. Weaving habla con un acento alemán que confesó haber copiado del director Werner Herzog. Tommy Lee Jones podría haber estado mejor aprovechado, pero igual le da su sobria personalidad al Coronel Chester Phillips. Stanley Tucci y Toby Jones componen a científicos que juegan con grandes poderes, a veces para bien, a veces para todo lo contrario. Dominic Cooper hace del ingeniero Howard Stark, quien resulta ser un playboy como también lo será su hijo Tony. La cuota femenina la pone Hayley Atwell, bellísima y de armas tomar. Sin llegar a la altura de otras adaptaciones cinematográficas de comics, Capitán América: El Primer Vengador continúa siendo de los más vibrantes y divertidos exponentes, y otro muy buen adelanto de lo que será The Avengers, la película que reunirá a casi todos los superhéroes del universo Marvel. Es más: no se vayan del cine apenas aparezcan los títulos de créditos, porque al final podrán ver el trailer de esa tan esperada orgía comiquera encabezada por Robert Downey Jr., quien desde esas pocas imágenes demuestra que estará por encima de sus co-protagonistas.
Casi no quedan directores como George Andrew Romero. Junto a John Carpenter, Wes Craven y David Cronenberg, supieron usar el cine de género (género fantástico y de terror, sobre todo) como un vehículo para hablar del mundo que nos rodea y, en especial, de nosotros mismos, de nuestro costado más oscuro y asqueroso. Y todo esto sin jamás dejar de entretener... ni de aterrar y perturbar. La Noche de los Muertos Vivos, su ópera prima, tiene múltiples méritos: con ese blanco y negro de estética documental —alejada de las piezas góticas que se filmaban en ese tiempo— revolucionó el cine de horror allá por 1968; convirtió a los zombies en seres hambrientos de carne humana, creando un subgénero muy popular incluso en estos días; originó copias e imitaciones a granel; puso el nombre de su director en el mapa, y dio lugar a innumerables lecturas políticas y sociales. En aquella historia de un grupo de personas encerradas en una casa, resistiendo el ataque de cadáveres vivientes, se hablaba de la situación de los Estados Unidos y del mundo en general en esa época; una época turbulenta, pesimista (los asesinatos de John y Robert Kennedy y de Martin Luther King; la Guerra de Vietnam) y revolucionaria (el Mayo Francés). Un claro retrato de la tensión racial en Norteamérica se aprecia en el final: el personaje protagónico más heroico y único sobreviviente es negro y, OJO CON EL SPOILER, muere asesinado por otros humanos que o lo confunden con un monstruo o le disparan por su color, eso nunca se explica. En sus siguientes películas de zombies, Romero siguió satirizando la peor cara de su país: la fiebre consumista y materialista, en Muertos Vivos: La Batalla Final (título argentino de Dawn of the Dead); el militarismo de la era Reagan, en El Día de los Muertos Vivos; la diferencia de clases sociales y el gobierno a través del miedo, al estilo George W. Bush, en Tierra de los Muertos y el poder de los medios de comunicación, en El Diario de los Muertos. Si bien el director también mostró su acidez en otros de sus grandes films —The Crazies/Contaminator; Martin, el Amante del Terror; Creepshow y Monerías Diabólicas—, es en las películas de muertos caminantes donde más se nota su cínica visión de las cosas. Y lo vuelve a demostrar en La Reencarnación de los Muertos. En esta oportunidad, un grupo de soldados hartos de masacrar zombies escapan a la Isla Plum, que parece ser un lugar tranquilo pero, sobre todo, sin resucitados molestos. Error: además de las criaturas antropófagas, allí se está librando una batalla entre dos clanes de sobrevivientes. Los de O’ Flynn matan a todos los mordidos por las criaturas, sin importar el grado de parentesco. En cambio, los de Muldoon optan por preservar a sus amigos y familiares zombificados, a la espera de una cura. Como suele suceder desde La Noche..., los sobrevivientes son peores que la amenaza de ultratumba. La Reencarnación... funciona como un western con muertos vivos. En la Isla Plum, la sociedad está regida por códigos dignos del far west. Los habitantes visten como vaqueros, montan a caballo, usan sombreros y disparan armas como las que usaba John Wayne. Tampoco faltan los tiroteos ni los duelos. La idea de los clanes enfrentados y la llegada de terceros remite principalmente a Por Un Puñado de Dólares, de Sergio Leone (a su vez, inspirada en Yojimbo, de Akira Kurosawa, que se inspiró en la novela Cosecha Roja, de Dashiell Hammett, y en la que se basó Walter Hill para Entre Dos Fuegos). Curiosamente, el cineasta identificado con el terror que filma westerns encubiertos siempre fue Carpenter. En esta oportunidad, el blanco a criticar no es tan evidente, pero lo que queda demostrado sigue siendo lo mismo que las cinco películas anteriores: en situaciones extremas, las personas sacan lo más negativo de sí mismas. Locura, egoísmo, ira, resentimiento, delirio mesiánico, hacen que se comporten casi como animales (Este aspecto por lo general está plasmado en clave de humor negro y hasta absurdo, como cuando un humano pesca zombies usando una oreja como carnada). Sólo quienes logran trabajar en equipo son los que tienen más chances de permanecer cuerdos y vivos. Una vez más, Romero nunca explica por qué los muertos se levantan para comer gente, detalle que sigue dándole a estos films un halo de misterio. A diferencia de la mayor parte de sus imitadores, la violencia no es gratuita, ya que el director se concentra en la historia y en los personajes y sus conflictos (aunque las actuaciones no suelen ser del todo geniales; y bueno, Romero no es Elia Kazan ni pretende serlo). Pero ojo, que sí hay gore: el especialista en efectos especiales sanguinolentos Tom Savini no está desde El Día..., pero su influencia se hace notar en el tercer acto, más que nada. Hay detalles que bordean la parodia, como una chica zombie que monta un caballo, pero Romero se las ingenia para hacer verosímil lo que parece imposible. Aunque estas películas no están directamente interconectadas, aquí hay una excepción. Al principio, los militares protagonistas se encuentran con los cineastas de El Diario... y les roban. También podemos encontrar referencias a El Día... —Muldoon quiere domesticar a los zombies para que coman carne de animales y no de humanos— y a La Noche... Las fallas pasan por una innecesaria voz en off al principio y al final, y por un botín millonario que pintaba para ser clave en la trama pero casi queda en el olvido. La Reencarnación... está lejos del nivel de La Noche... y Muertos Vivos..., pero demuestra que George A. Romero continúa en forma. A sus más de 70 años, sigue haciendo películas divertidas, sarcásticas, sangrientas, pero con contenido. Ojalá pueda liberar en los cines a sus muertos vivos (y a sus otras creaciones) por mucho tiempo más.
"Tras Fantasmas de Marte, pensé: 'No quiero hacer esto más. Es demasiado duro. Es demasiado jodido'. Pero después de rodar el par de episodios para Maestros del Horror, hace unos años, lo volví a disfrutar. Fueron cortos, contenidos y pensé (sobre Atrapada): 'Bueno, intentémoslo'". Palabras de John Carpenter. Pocos directores supieron combinar con maestría el sentido del entretenimiento con inteligencia y una visión nihilista del mundo. Un narrador clásico de los que casi no quedan, que jamás necesita abusar de efectos especiales para contar una historia. Un cineasta tan talentoso como influyente (si no, pregúntenle a Robert Rodríguez, por ejemplo). Un rebelde que supo jugar el juego de los pesos pesados hollywoodenses, pero que decidió hacerle un fuck you para no comprometer su visión. Un artista al que estábamos extrañando. Luego de diez años sin realizar largometrajes, Carpenter regresa al cine, y lo hace con el género que lo volvió famoso y con el que siempre se lo identifica: el terror. De hecho, este es su primer film bien de horror desde En la boca del miedo, allá por 1994. 1966. Kirsten (Amber Heard) es internada en un hospital psiquiátrico luego de incendiar una casa. Pero la chica no recuerda nada de lo sucedido. Muy pronto hará dos descubrimientos: 1) los médicos suelen utilizar recursos tan cariñosos como electroshock para tratar a sus pacientes, 2) sus compañeras comienzan a desaparecer a manos de un ser demoníaco que ronda por los pasillos. Kristen deberá escapar cuanto antes para evitar correr la misma mala suerte. A primera vista, las principales obsesiones de Carpenter están aquí: personajes encerrados (en este caso, en contra de su voluntad), una amenaza que los irá atacando de a uno, autoridades que no inspiran confianza. Remite en particular a Noche de Brujas. El elenco protagónico es mayormente femenino, la amenaza es de carácter sobrenatural y es menos sangrienta de lo que parece. Es verdad que hay cuellos cortados y electrocuciones horribles, pero JC profundiza más en los climas (noche, truenos, pasillos desiertos), que en el gore más guarro, como suele pasar en el cine de terror de los últimos tiempos. Otro de los puntos altos de la filmografía de Carpenter era la banda sonora, generalmente compuesta y ejecutada por él mismo. Esta vez la labor corrió por cuenta de Mark Kilian, y, si bien algunas melodías remiten al hit como La Niebla, suena más al estilo Goblin, la banda italiana responsable de musicalizar varios de los films de Darío Argento. Y las coincidencias con el maese no terminan ahí: Atrapada tiene bastante aire a Suspiria. En vez de una escuela de danza, tenemos una institución psiquiátrica pavorosa, con oscuros secretos y asesinatos perpetrados por un ente desagradable que es más intuido que visto. Amber Heard es la nueva scream queen del universo carpenteriano, y una con mucha actitud. Kristen no es virginal como Laurie Strode (Jamie Lee Curtis) en Noche de Brujas, sino más una mina de armas tomar, onda Melanie Ballard (Natasha Henstridge) en Fantasmas de Marte. Toda una antiheroína digna del director. Sin embargo, el look y los rasgos salvajes de la actriz se ven demasiado modernos para una historia ambientada en los ’60. El resto del elenco, sobrio, con lindas señoritas (como Lyndsy Fonseca, vista en Kick Ass) y Jared Harris en el rol del enigmático doctor Stringer. A modo de novedad, este es el primer film de JC con final tramposo. Dar pistas sería imperdonable. Atrapada es una película menor, muy alejada de las obras maestras que Carpenter solía darnos. Pero, al igual que otras de sus creaciones menos geniales, nunca es aburrida, tiene golpes de efecto todavía muy eficaces, y depara más de una sorpresa. Esperemos que John Carpenter filme más seguido. Aunque ya no dirija al nivel de otras épocas, sería un pecado perdernos —y en pantalla grande— de las creaciones de un verdadero titán del séptimo arte. ¿Cuántos directores logran que vayamos a ver con ganas sus películas, sin la expectativa de si serán buenas o malas, pero sabiendo que al menos pasaremos un muy buen rato?
Ya de por sí, ser adolescente es un tema. Y más para Lucas (Nahuel Pérez Biscayart): vive en un pueblito de la Patagonia donde nunca ocurre nada fuera de lo común. Para calmar la monotonía, canta en una banda de rock, da vueltas con Nacho (Nahuel Viale), su mejor amigo; se masturba, y hace amistad con Andrea (Inés Efrón), que está tan aburrida como ellos. Los tres se las arreglarán para pasarla bien pese a los problemas familiares y al calor del verano. Presentada en la edición 2006 del Bafici (donde ganó el Premio a la Mejor Película de la Competencia Nacional, el Premio del FEISAL y e Premio del Público), Glue: Historia Adolescente en Medio de la Nada nos muestra una visión personal de esa etapa tan compleja de nuestras vidas. Es cierto que abundan las películas independientes sobre jóvenes apáticos. Generalmente, los directores de estos films llevan a sus personajes por el lado de la más cruda autodestrucción: sexo duro, alcohol, drogas, violencia, muerte. Larry Clark es el ejemplo más notorio. Si bien en Glue los protagonistas en determinada escena se ponen a aspirar pegamento mientras ven porno por televisión y luego beben alcohol de más, la ópera prima de Alexis Dos Santos es menos sensacionalistas y más real, inocente y tierna. Los protagonistas están en una etapa de autodescubrimiento. Comienzan a ver el mundo y a las personas de una manera más crítica, rompen reglas, sueñan con viajar —viajar a la Capital de Neuquen, lo más cercano en cuanto a ciudad—, buscan el amor. Ayuda la estética elegida por el director: cámara en mano y, para los pensamientos de los personajes, filmaciones en Super 8 milímetros (la película fue rodada en digital), acompañadas por voces en off, lo que le da un aire de ensoñación. Como complemento, una banda sonora a cargo de grupos de rock alternativo como Violent Femmes y Kimya Dawson. Nahuel Pérez Biscayart se consagra en el papel de Lucas. Su actuación es tan fresca y realista que no parece estar componiendo un personaje. Quiere peinarse con jopo, al estilo de una auténtica rockstar, debe aguantar las ideas y venidas de sus padres, y se siente atraído por Nacho y por Andrea. Y hablando de la chica, la por entonces debutante Inés Efrón ya comenzaba a demostrar que no le teme a los desafíos, ya que en algunas escenas aparece semidesnuda y protagoniza un momento de carácter onanista. Verónica Llinás y Héctor Díaz son los únicos actores más conocidos en ese momento y de los pocos adultos con peso en la trama, ya que interpretan a los padres de Lucas. Dos Santos realizó esta película cuando preparaba Unmade Beds, que se convirtió en su segundo opus y fue proyectado en el Festival de Cine de Mar del Plata de 2009. Ambos films comparten la preocupación por la cultura joven, los dramas familiares y el amor, por lo que ya queda clara la marca autoral del director. Teniendo en cuenta que Unmade Beds es una película aún más lograda, Dos Santos es un cineasta que está en constante crecimiento. Glue capta muy bien lo que es tener 16 años y vivir lejos de todo y soñar con más. Una obra que, como aquel hit de Nirvana, huele a espíritu adolescente.
Ya sabemos qué esperar de las películas de Transformers y de las películas de Michael Bay en general: acción, acción, más de acción... y más acción todavía. Y Transformers 3: El Lado Oscuro de la Luna no se aparta de eso. Esta vez, la historia (aunque no lo parezca, hay una) se remonta a los ’60, cuando la NASA descubre en la Luna —en el lado, oscuro, por supuesto— una nave extraterrestre que resulta ser el Arca, perdida luego de la debacle del planeta Cybertron, antiguo hogar de los ya conocidos y multifacéticos robots. Allí se encuentra Sentinel Primer (voz del interminable Leonard Nimoy), líder de aquella civilización, mentor de Optimus Prime, líder de los Autobots. Y es justamente el alumno quien, ya en la actualidad, se encarga de traerlo a la Tierra para revivirlo. Pero todo esto es un plan de Megatron (voz de Hugo Weaving), que está dispuesto a hacer estragos nuevamente junto a sus fieles Decepticons. Una vez más, los bandos de vehículos transformistas lucharán ferozmente. Y en el medio, como de costumbre, Sam Witwicky (Shia LaBeouf), quien además debe lidiar con problemas personales mientras ayuda a sus queridos Autobots. La película es más de lo mismo, demasiado de lo mismo, que sus antecesoras: persecuciones, explosiones, robots, militares, chicas sexies, chistes tontos, banderas estadounidenses, destrucción a granel... Una vez más, la creatividad no está puesta en el guión sino en el área de los efectos especiales y en lograr mayor espectacularidad. De hecho, la última media hora funciona como film bélico en una Chicago apocalíptica. Michael Bay sigue siendo fiel a sí mismo. Su megalomanía y su obsesión por las emociones fuertes parecen no tener fin. Como una representación de lo que los cinéfilos más puristas detestan de Hollywood. Jamás abandonó la estética de cuando dirigía avisos publicitarios y videoclips. De hecho, una vez dijo: “No cambio mi estilo por nadie. Eso es de mariquitas”. Pero la idea aquí no es ensañarse con el pobre (¿pobre?) Michael. Para empezar, tiene un sentido cinematográfico envidiable. Recuerda un poco a Tony Scott, pero más manierista, épico y excesivo. En Transformers 3 también demostró que supo hacer una recreación histórica, mezclando imágenes de archivo con ficción, al mejor estilo de Forrest Gump. Bay ya había probado lo mismo en la fallidísima Pearl Harbor, pero aquí salió más airoso. Y no sólo eso: también es posible encontrar rasgos autorales en su filmografía. Es verdad que hay una fascinación por las fuerzas policiales y militares, y un nivel de patriotismo bastante cansador. Un detalle interesante: los protagonistas de sus films suelen ser outsiders que, contra todos los pronósticos, deben ponerse el traje de héroes, como Stanley Goodspeed (Nicolas Cage) en La Roca, los perforadores de Armageddon, Lincoln Seis-Eco (Ewan McGregor) en La Isla y Sam en la saga de Transformers. ¿Se sentirá Michael Bay un nerd con ganas de salvar el mundo? En cuanto al elenco, vuelven los protagonistas de las dos anteriores... salvo Megan Fox. La candente actriz se peleó con el director (que la destruye con un chiste interno al principio de la película) y fue echada del rodaje. Por eso Sam tiene una nueva novia: Carly, interpretada por Rosie Huntington-Whiteley. Esta modelo inglesa es muy bonita, pero no tiene la actitud y el sex appel característicos de Megan. En cuanto a las demás incorporaciones, se destacan los veteranos: Frances McDormand como la directora de una agencia gubernamental y, sobre todo, John Malkovich, quien se roba sus escenas en el rol del extravagante jefe de Sam. Ellos, junto con John Turturro (repite su papel del agente Simmons) demuestran que no se puede vivir de los hermanos Coen. También aparecen Jen Jeong, el Mr. Chow de ¿Qué Pasó Ayer? y su secuela, y Patrick Dempsey, quien está decente como un humano aliado de los Decepticons. No podíamos dejar de mencionar la participación de Buzz Aldrin, el segundo hombre en pisar la Luna, haciendo de sí mismo[1]. Transformers 3: El Lado Oscuro de la Luna está a años luz de ser genial, pero puede llegar a disfrutarse si uno viene de ser sometido a maratones de Bergman, Antonioni y Tarkovski. Y no, en ningún momento suena Pink Floyd.
Aunque no lo parezca, hay varias y buenos exponentes de westerns argentinos. Desde La guerra gaucha hasta Juan Moreira, pasando por la paródica Los irrompibles, el cine nacional supo utilizar códigos del que fuera considerado el género estadounidense por excelencia. Pero la mejor exponente llega ahora con Aballay, el Hombre sin Miedo. Siglo XIX. Años después de presenciar el asesinato de su padre, Julián (Nazareno Casero, soberbio como siempre) sale a vengarse de los asesinos. No tardará en descubrir que Aballay (Pablo Cedrón), el líder de los forajidos, dejó la violencia tras aquel episodio y decidió no bajarse de su caballo. Su sentido de la culpa es tal que los lugareños lo consideran un santo. Pero el pasado se niega a quedar en el olvido, y pronto volverá a correr sangre. Basada en el cuento de Antonio DiBenedetto, Aballay posee la esencia y la fuerza de los clásicos de Far West, como los film de John Ford y hasta los spaguetti westerns, principalmente los de Sergio Leone. Allí están los planos generales (ya no de Monument Valley, pero sí de los hermosos cerros de Tucumán, donde se filmó la película); allí están los atracos a diligencias; allí están los personajes intentando sobrevivir en una tierra sin leyes, pero donde subsisten los códigos... hasta cierto punto. También hay elementos de tragedia, ya que Julián está al borde de convertirse en lo que más odia. Fernando Spiner vuelve a demostrar que es un conocedor de los géneros cinematográficos y que sabe reinterpretarlos de un modo argentino. Ya lo había hecho con la ciencia-ficción, en La sonámbula y Adiós, querida Luna. En cuanto al brillante elenco, además de Cedrón y Casero brillan Claudio Rissi como El Muerto, temible y amoral gaucho, otrora esbirro de Aballay. Moro Anghileri se luce como Negro, el interés romántico de Julián, la única que evita la deshumanización del muchacho. En roles secundarios pero interesantes aparecen Luis Ziembrowski (matón aliado de Aballay), Gabriel Goity (un sacerdote español) y Horacio Fontova (curandero cordobés). La película demuestra que las historias gauchescas no murieron con Martín Fierro y Don Segundo Sombra, y que el cine de género en Argentina está pasando por un momento más que interesante.
La Argentina de los ’80 —la del regreso de la Democracia luego de años de dictadura, miedo y dolor—, supo tener una vibrante movida cultural en el sector más underground. De allí surgieron actores, músicos, artistas que rompieron reglas, dejaron su marca en la cultura popular y aún hoy siguen vigentes. En ese colorido clima de audacia, creatividad, anticonvencionalismo e inspiración, nadie se destacó tanto como Batato Barea. Clown. Travesti. Performer. Literato. Actor. Batato era todo eso y mucho más. Un ser con una necesidad constante de expresarse. Un talento que, por su temprana muerte a los 30 años, a causa del Sida, rápidamente se convirtió en mito. Si bien escribieron tres libros al respecto, estaba faltando el registro audiovisual que transmitiera la esencia de su figura y de su arte. Y La Peli de Batato lo logra. Este detallado y ambicioso documental se remonta a su infancia en Junín (cuando todavía era Salvador Walter Barea), la difícil infancia y adolescencia, la relación con los padres, el suicidio de un hermano... para luego ocuparse del comienzo de sus inclinaciones artísticas, su participación en los grupos Los Peinados Yoli y el El Clú del Claun, sus legendarios trabajos al lado de Humberto Tortonese y Alejandro Urdapilleta, sus escasas apariciones televisivas... su vida privada, su fascinación por el travestismo, su anhelos, su modo de pensar... Los directores Peter Pank y Goyo Anchou se valen de diferentes recursos, principalmente de entrevistas. Tenemos testimonios de familiares, vecinos, amigos de la infancia, formadores, amigos de la edad más adulta. Sin dudas, las anécdotas más coloridas y más profundas provienen de las amistades y colegas del under: los mencionados Tortonese y Urdapilleta, Divina Gloria, Tino Tinto, Ronnie Arias, Karina K, Verónica Llinás, Carlos Belloso... Pero hay material todavía más jugoso: grabaciones inéditas de Batato en los escenarios y en su vida íntima (fellatio y operación de siliconas incluidos), más entrevista realizada por Peter Pank, quien estaba filmando un documental sobre él cuando murió; dicho documental supo convertirse en el mediometraje Batato/14 Pavos Reales. En paralelo, La Peli de Batato retrata el auge y la caída de la movida contracultural argentina de los ’80 y principios de los ’90, que tuvo lugar fundamentalmente en el Centro Parakultural —por donde desfilaron grupos de teatro como Las Gambas al Ajillo y Los Melli, además de bandas de rock que recién comenzaban: Sumo, Los Violadores, Virus y hasta Los Redonditos de Ricota— y en el Centro Cultural Rojas, cuya sala principal lleva el nombre de Batato. Para reforzar la temática contracultural de la obra, los directores le dieron una estética diferente a la de los típicos documentales: pantalla múltiple, generando un efecto de collage; entrevistas a cargo de Peter Pank, casi sin editar, en climas distendidos, a veces fumando cosas extrañas con los entrevistados; diálogos que se funden. Una estética arriesgada por parte de los realizadores, que por momentos puede confundir al espectador poco preparado. Se le puede criticar la excesiva duración. Aunque había muchísimo material para mostrar, podría haberse hecho un trabajo más corto e igualmente muy bueno. De todas maneras, La Peli de Batato es el documental definitivo sobre Batato Barea. Una película indispensable para conocer y comprender a un artista como no hubo otro igual.
El suceso actual del cine de terror se titula La Noche del Demonio. Comienza de manera muy clásica: una joven familia norteamericana se muda a una casa en la que comienzan a suceder fenómenos paranormales. Aterrados por ruidos, apariciones y otras manifestaciones sobrenaturales, deciden mudarse. ¿Fin de la película? Nada que ver: el Mal los acompaña a la nueva vivienda. El motivo: uno de los tres hijos del matrimonio, luego de quedar en una especie de coma, es rondado por espíritus nada amigables y por un perverso demonio. Sus padres deberán actuar rápido antes de que el niño termine poseído por las fuerzas del más allá. En la década pasada, el director australiano —aunque nacido en Malasia— James Wan demostró ser un nuevo talento en el género de horror. Su ópera primera fue El Juego del Miedo, un hit que género imitaciones, parodias y varias secuelas. Luego filmó El Silencio de la Muerte, mucho menos exitosa pero con ratos de bastante miedo. También probó que podía con otros géneros y nos dio la efectiva película de venganza Sentencia de Muerte, con Kevin Bacon y Garret Edlund. La Noche... lo reúne nuevamente con su amigo, el actor y co-guionista Leigh Whannell, a quienes se suman los responsables de otro reciente éxito comercial en materia de sustos: Actividad Paranormal. Esta vez, Wan se nutre de tópicos reconocibles en las mejores películas de terror: familias, niños, fantasmas y/o seres demoníacos. Historias en las que el terror no se encuentra en un castillo europeo ni en bosques sino en la casa de cualquiera de nosotros. Imposible no pensar en El Exorcista, La Profecía, El Resplandor y, sobre todo, Poltergeist. De hecho, la película captura muy bien el sabor y los climas de aquella obra dirigida por Tobe Hooper y producida por Steven Spielberg (Según cuenta la leyenda, Spielberg dirigió las mejores escenas). Sin renegar de las evidentes influencias, Wan le da personalidad a su film, y logra secuencias escalofriantes, sobre todo en la primera mitad de la película. Tampoco se priva de homenajearse a sí mismo: en el pizarrón de un aula aparece dibujada la cara del siniestro muñeco que usaba Jigsaw (Tobin Bell) para comunicarse con sus víctimas en El Juego... La segunda mitad aparecen las explicaciones y la resolución, que incluye más fantasmas e intentos de salvataje en el mundo de los muertos. Sí, también a la manera de Poltergeist, pero mostrando lo que hay en ese otro plano de existencia. También hay algunas fallas y baches en el guión (uno de los hijos casi desaparece de la trama en determinado momento, y no por culpa de los espectros), pero tampoco hunde el resultado final. Además de tenerla clara a la hora de asustar, Wan también es muy correcto a la hora de elegir actores. Patrick Wilson y Rose Byrne interpretan al matrimonio que no sólo debe aprender a llevar adelante una familia sino que, para colmó debe lidiar con criaturas del inframundo. El pequeño Ty Simpkins es Dalton, el hijo cuyo cuerpo es codiciado por ánimas en pena y por un monstruo de cara roja. También aparece la cada vez más reaparecida Barbara Hershey, quien supo protagonizar un film de características similares en 1982: El Ente. Whannell, además de co-escribir, compone a un parapsicólogo nerd que utiliza aparatos extravagantes. Sin ser una obra cumbre del género, La Noche del Demonio es una interesante propuesta para dejarse asustar un rato. ¿Si habrá secuelas? El final y el éxito económico hablan por sí solos.
Piratas en el cine hubo muchos, desde el período mudo. Errol Flynn, Douglas Fairbanks y Tyrone Power fueron sólo algunos de ellos. Pero ninguno llama tanto la atención como Jack Sparrow. Es decir, el Capitán Jack Sparrow, el excéntrico personaje de Johnny Depp en Piratas del Caribe: La Maldición del Perla Negra (2003). Imposible no simpatizar por aquel bucanero políticamente incorrecto, con aires de rock star, pero audaz y bonachón. Un rol que consagró a Depp no como actor (ya tenía un prestigio muy bien ganado, a base de personajes jugados en películas arriesgadas) sino como estrella taquillera. Pronto llegaron las secuelas, que completan una especie de primera trilogía: Piratas del Caribe: El Cofre de la Muerte (2006) y Piratas del Caribe: En el Fin del Mundo (2007). Ahora llega la cuarta parte (o tal vez el inicio de una nueva trilogía), y Johnny sigue demostrando que como Sparrow es capaz de sostener él sólo una película. Y eso que esta vez su actuación (la película toda, en realidad) no es tan inspirada, si la comparamos con la de los otros films. Está lo que uno espera de Jack Sparrow, pero no mucho más. Sí es interesante la química entre Depp y Penélope Cruz, la incorporación más notoria del elenco. Angélica es una mujer ruda, que primero golpe y después pregunta, pero en el fondo sigue lastimada por el abandono por parte de Jack. Cruz tuvo algunos inconvenientes durante el rodaje (debido a su embarazo, la filmaron con primeros planos y tuvo que ser doblada por su hermana Mónica para los planos generales), pero igual lleva muy bien su personaje y hasta por momentos le juega de igual a igual a Sparrow. Siguiendo con los nuevos, Ian McShane da miedo como el sádico Barbanegra. Stephen Graham compone a otro chico malo, aunque de buen corazón y algo tonto. Esta vez, a falta de Orlando Bloom y Keyra Knightley, quienes aportan la subtrama romántica son Philip (Sam Claflin), un joven clérigo, y Syrena (Astrid Berges-Frisbey), una sirena usada para acceder a la Fuente de la Juventud. Muy gracioso el cameo de Judi Dench. Entre los que vuelven, Geoffrey Rush interpreta de taquito a un Barbosa convertido en empleado de la Corona Británica y con pata de palo. Y no podía faltar el más pirata de los piratas: Keith Richards, de nuevo como el padre y consejero de Jack. Esta vez, Gore Verbinsky, director de las tres anteriores, es reemplazado por Rob Marshall, responsable de Chicago, Memorias de una Geisha y Nine. En su momento, el periodista Guillermo Hernández definió acertadamente a Verbinsky como una mezcla de Chris Columbus y Tim Burton con algo de Terry Gilliam. Y eso se notó principalmente en estos films, para darle ese tono ATP con elementos esotéricos y humor negro. Marshall es otra clase de cineasta. Incluso podríamos decir que, pese a casi ganar un Oscar, es difícil catalogarlo como autor o artesano. Pero al contar con casi todo el mismo equipó técnico que Gore, casi no hay diferencia desde el aspecto visual. Sí se nota que Marshall fue coreógrafo y trabaja principalmente con musicales: las secuencias de acción —como el escape de Sparrow del principio— están manejadas como pasos de ballet (en el buen sentido), y hasta hay un mini número musical, ¡al ritmo de tango! Sin tener la magia de sus antecesoras, Piratas del Caribe: Navegando Aguas Misteriosas es un entretenimiento piola y una buena excusa para ver a al Capitán Jack Sparrow de nuevo en acción. Ah, y no se vayan de la sala apenas empiezan los créditos finales, porque se perderán una escena que, si bien no es ninguna gran cosa, da una pista de la próxima secuela, de la que ya hay un guión escrito.
En 2001, meses antes del ataque a las Torres Gemelas, se estrenaba Rápido y Furioso. El guión estaba calcado de Punto Límite, de Kathryn Bigelow, con autor y picadas en lugar de surf y paracaidismo. No obstante, la película fue un hit gracias a sus increíbles secuencias de carreras (con planos del interior de los autos) y al carisma de los actores, empezando por Vin Diesel, quien se convirtió en una estrella de acción a partir de ese momento. No tardaron en llegar secuelas, que constituyen la saga más tuerca del cine contemporáneo: + Rápido + Furioso, Rápido y Furioso: Reto Tokio y Rápidos y Furiosos. Ahora llega la quinta parte, esta vez ambientada en un paraje latinoamericano: Brasil. Ahora en su faceta de fugitivos de la ley, Brian O’Conner (Paul Walker) y Mia (Jordana Brewster) recalan en Río de Janeiro. Allí se encuentran con Dominic Torreto (Diesel). Los tres encabezan un atraco que les permitirá tirar un tiempo más. Pero el robo sale mal y terminan siendo localizados por el FBI y perseguidos por Reyes (Joaquim de Almeida) el hombre más poderoso de tierras cariocas, además de mafioso implacable. Lejos de escapar nuevamente, Dom y Brian organizarán un plan para robarle todo su dinero a Reyes y ser libres de una vez por todas. Todo esto, con tiros, persecuciones y, por supuesto, carreras automovilísticas. Si Rápido y Furioso hacía acordar a Punto Límite, Rápidos y Furiosos: 5in Control remite a films de robos espectaculares como La Gran Estafa o, más precisamente, a La Estafa Maestra, que involucraba vehículos. Para armar un dream team, los protagonistas convocan a personajes que aparecían en las películas anteriores de la franquicia: Vince (Matt Schulze, de la primera), Roman y Tej (Tyrese Gibson y Ludacris, de la segunda), Han (Shun Kang, de la tercera en adelante) y Gisele (Gal Gadot, de la cuarta). Tampoco faltan Santos y Leo (los reggaetoneros Don Omar y Tego Calderón), quienes hacen de comic relief. Entre las incorporaciones se destaca Dwayne “The Rock” Johnson como Hobbs, un agente de la DEA muy fornido, muy agresivo y muy adepto a los códigos... hasta que descubre los asuntos turbios dentro de las fuerzas policiales brasileñas. Por su parte, la española Elsa Pataki hace de Elena, una incorruptible oficial cada vez más alejada de sus superiores y sí cercana a Dom y sus valores. El director taiwanés Justin Lin sabe tirar toda la carne al asador, ya que con cada film de la saga sube la apuesta. Aquí logra secuencias impactantes, como una persecución en una favela y una lucha cuerpo a cuerpo entre Diesel y The Rock. Y la persecución automovilística del clímax es una de las más vertiginosas y originales de los últimos años. No por nada, Lin parece ser el elegido para dirigir la nueva película de Terminator, y con Arnold Schwarzenegger. Los paisajes de Río de Janeiro (aunque las escenas de riesgo fueron filmadas en Puerto Rico) aportan exotismo a la historia. Otra prueba de lo mucho que pegaron en Hollywood Ciudad de Dios y Tropa de Élite: ahora las favelas sirven como un interesante marco para situar historias. Ya se había notado en los primeros minutos de El Increíble Hulk. Rápidos y Furiosos: 5in Control es la mejor de las cinco películas por la acción, por el elenco, por la onda, por la actitud de “me importa un carajo el Sistema” y, por supuesto, por los autos. Y no se vayan del cine apenas comiencen los créditos finales, que se perderán una escena que anticipa muchas cosas.