Ya sabemos qué esperar de las películas de Transformers y de las películas de Michael Bay en general: acción, acción, más de acción... y más acción todavía.
Y Transformers 3: El Lado Oscuro de la Luna no se aparta de eso.
Esta vez, la historia (aunque no lo parezca, hay una) se remonta a los ’60, cuando la NASA descubre en la Luna —en el lado, oscuro, por supuesto— una nave extraterrestre que resulta ser el Arca, perdida luego de la debacle del planeta Cybertron, antiguo hogar de los ya conocidos y multifacéticos robots. Allí se encuentra Sentinel Primer (voz del interminable Leonard Nimoy), líder de aquella civilización, mentor de Optimus Prime, líder de los Autobots. Y es justamente el alumno quien, ya en la actualidad, se encarga de traerlo a la Tierra para revivirlo. Pero todo esto es un plan de Megatron (voz de Hugo Weaving), que está dispuesto a hacer estragos nuevamente junto a sus fieles Decepticons. Una vez más, los bandos de vehículos transformistas lucharán ferozmente. Y en el medio, como de costumbre, Sam Witwicky (Shia LaBeouf), quien además debe lidiar con problemas personales mientras ayuda a sus queridos Autobots.
La película es más de lo mismo, demasiado de lo mismo, que sus antecesoras: persecuciones, explosiones, robots, militares, chicas sexies, chistes tontos, banderas estadounidenses, destrucción a granel... Una vez más, la creatividad no está puesta en el guión sino en el área de los efectos especiales y en lograr mayor espectacularidad. De hecho, la última media hora funciona como film bélico en una Chicago apocalíptica.
Michael Bay sigue siendo fiel a sí mismo. Su megalomanía y su obsesión por las emociones fuertes parecen no tener fin. Como una representación de lo que los cinéfilos más puristas detestan de Hollywood. Jamás abandonó la estética de cuando dirigía avisos publicitarios y videoclips. De hecho, una vez dijo: “No cambio mi estilo por nadie. Eso es de mariquitas”. Pero la idea aquí no es ensañarse con el pobre (¿pobre?) Michael. Para empezar, tiene un sentido cinematográfico envidiable. Recuerda un poco a Tony Scott, pero más manierista, épico y excesivo. En Transformers 3 también demostró que supo hacer una recreación histórica, mezclando imágenes de archivo con ficción, al mejor estilo de Forrest Gump. Bay ya había probado lo mismo en la fallidísima Pearl Harbor, pero aquí salió más airoso. Y no sólo eso: también es posible encontrar rasgos autorales en su filmografía. Es verdad que hay una fascinación por las fuerzas policiales y militares, y un nivel de patriotismo bastante cansador. Un detalle interesante: los protagonistas de sus films suelen ser outsiders que, contra todos los pronósticos, deben ponerse el traje de héroes, como Stanley Goodspeed (Nicolas Cage) en La Roca, los perforadores de Armageddon, Lincoln Seis-Eco (Ewan McGregor) en La Isla y Sam en la saga de Transformers. ¿Se sentirá Michael Bay un nerd con ganas de salvar el mundo?
En cuanto al elenco, vuelven los protagonistas de las dos anteriores... salvo Megan Fox. La candente actriz se peleó con el director (que la destruye con un chiste interno al principio de la película) y fue echada del rodaje. Por eso Sam tiene una nueva novia: Carly, interpretada por Rosie Huntington-Whiteley. Esta modelo inglesa es muy bonita, pero no tiene la actitud y el sex appel característicos de Megan. En cuanto a las demás incorporaciones, se destacan los veteranos: Frances McDormand como la directora de una agencia gubernamental y, sobre todo, John Malkovich, quien se roba sus escenas en el rol del extravagante jefe de Sam. Ellos, junto con John Turturro (repite su papel del agente Simmons) demuestran que no se puede vivir de los hermanos Coen. También aparecen Jen Jeong, el Mr. Chow de ¿Qué Pasó Ayer? y su secuela, y Patrick Dempsey, quien está decente como un humano aliado de los Decepticons. No podíamos dejar de mencionar la participación de Buzz Aldrin, el segundo hombre en pisar la Luna, haciendo de sí mismo[1].
Transformers 3: El Lado Oscuro de la Luna está a años luz de ser genial, pero puede llegar a disfrutarse si uno viene de ser sometido a maratones de Bergman, Antonioni y Tarkovski.
Y no, en ningún momento suena Pink Floyd.