En 1985 se estrenó una de las más logradas combinaciones de horror y comedia: La Hora del Espanto. En esta película dirigida por Tom Holland, Charley Brewster (William Ragsdale), un adolescente fanático del cine de terror, descubre que Jerry (Chris Sarandon), su nuevo vecino, es un vampiro responsable de las misteriosas desapariciones del vecindario. El muchacho y sus amigos acudirán a Peter Vincent (Roddy McDowall), un actor y presentador de film de miedo —al estilo Peter Cushing y Vincent Price, justamente— en el programa Fright Night (de ahí el título original en inglés). Aunque Peter resulta no ser un especialista en matar chupasangres, él, Charley y su novia deberán arreglárselas para enfrentar al ser de las tinieblas. La Hora del Espanto se convirtió en un clásico menor, generó una secuela en 1988... y tampoco escapó al ataque de las remakes: Noche de Miedo. El argumento y la esencia siguen siendo las mismas, pero hay varios cambios. Ahora la acción transcurre en un pueblito de Nevada, cerca de Las Vegas, donde es común que la gente duerma de día y trabaje de noche. También hay diferencias en las características de los personajes. Charley (ahora interpretado por Anton Yelchin) pasó a ser un ex nerd convertido en un chico popular del colegio, y no es el primero en descubrir la verdadera cara de Jerry (ahora Colin Farrell), sino Evil Ed, su amigo. Este personaje —autor de la memorable frase “You're so cool, Brewster”—, inmortalizado anteriormente por Stephen Geoffreys y esta vez encarnado por Christopher Mintz-Plasse, tiene el mismo destino que en la original, pero menos participación. La madre de Charlie (Toni Collette) aparece más en la historia que en la versión anterior... pero el cambio más radical es el Peter Vincent modelo 2011 (David Tennant): un mago onda Chris Angel, bien roquero, arrogante, alcohólico y experto en lo oculto; los fanáticos de Roddy McDowall tendrán sentimientos encontrados, ya que el trabajo de Tennant es muy bueno. La guionista Marti Noxon parecía destinada a escribir este refrito: trabajó en la serie Buffy: La Cazavampiros y en el spin off Angel. Además de las modificaciones mencionadas, hizo otro cambio en la trama: ahora Jerry ya no se interesa en Amy, la novia de Charley, porque le recuerde a un amor del pasado. En cambio, agrega una relación previa entre Jerry y Peter, lo que le da más profundidad al personaje del cazador de vampiros. El director Craig Gillespie demostró que sabe hacer comedias dramáticas (Lars y la Chica Real) y comedias más tradicionales (Enemigo en Casa, con Sean William Scott y Billy Bob Thorton). Esta vez también incursiona en territorio sobrenatural y violento. Logra imprimirle un ritmo imparable a determinadas secuencias, como una dentro de un auto en medio de una persecución, muy al estilo de la de Niños del Hombre. Sin embargo, en la versión de Holland, cuando la película se ponía terrorífica, era muy aterradora, y en la versión actual, Gillespie falla en ese aspecto. La utilización de efectos por computadora tampoco ayuda, pese a que no hay abuso de dicha tecnología. Aunque no es un film extremo, es un poco más crudo que los films de Crepúsculo, a los que inevitablemente se hace referencia en un chiste. Curiosamente, el director de fotografía Javier Aguirresarobe viene de iluminar Luna Nueva y Eclipse. En cuanto a la tarea actoral, Colin Farrell se destaca por sobre el resto, dejando en claro que sabe hacer de villano. Su Jerry es tan sensual y peligroso como el de Chris Sarandon (quien tiene un divertido cameo), incluso con un sex appel postmoderno. Por su parte, la inglesa Imogen Poots le pone su cuota romántica como la nueva Amy, que resulta más bella y atrevida que la de Amanda Bearse en el ’85. Noche de Miedo será comparada inevitablemente por quienes aman La Hora del Espanto, pero no deja de ser una buena excusa para ir al cine y distraerse un rato... y no pensar si el vecino nuevo de tu vecindario es un monstruo dispuesto a arrancarles la yugular.
Las películas de terror en clave de falsos documentales se niegan a morir. Desde El Proyecto Blair Witch, en 1999, que el subgénero es usado para contar de manera más vívida y anticonvencional historias de invasiones extraterrestres (Alien Abduction, que en realidad es anterior a El Proyecto...), zombies hambrientos (REC y su secuela), bestias gigantes como Godzilla (Cloverfield: Monstruo), casas embrujadas (Actividad Paranormal y sus secuelas), posesiones satánicas (El Último Exorcismo, la argentina Incidente). Apolo 18 – La Misión Prohibida es el caso más reciente. Ahora hay más elementos de ciencia-ficción y los sucesos ocurren fuera de la Tierra. En los 60 y principios de los ’70, eran comunes las misiones tripuladas al espacio. El programa Apolo, de la NASA, realizó diecisiete misiones, y seis pudieron aterrizar en la Luna. El Apolo 17, en 1972 parecía ser la última misión al satélite natural de nuestro planeta. Parecía: un año después, una misión no oficial es enviada allá, con el supuesto objetivo de instalar un satélite artificial. Los dos astronautas responsables del objetivo empezarán a advertir que algo no anda bien en el territorio lunar. Hay algo extraño en el ambiente, en las rocas... Sus temores quedarán confirmados cuando encuentran los restos de una misión soviética, que incluye un cadáver y sangre por todos lados. Los astronautas descubrirán que el Departamento de Defensa —que financiaba la misión— sabía lo que estaba ocurriendo, y que dependerá de ellos salvarse de la inusual amenaza que mora en la Luna. Todo esto, contado con cámaras de 16mm manipuladas por los protagonistas y por las ya instaladas en el módulo espacial. Filmaciones supuestamente perdidas que aparecieron hace poco en Internet. Además, al principio y al final se recurre a la utilización de imágenes de archivo muy hábilmente mezcladas con las partes de ficción. Como una versión más barata de los primeros minutos de Transformers 3: El Lado Oscuro de la Luna, en la que también se presentaba una teoría —más delirante, por supuesto— de por qué el Hombre nunca más volvió a esa parte de la Vía Láctea. Al principio, la recreación de la vida de los astronautas en el espacio es realista, aunque bastante densa, pero con el correr de los minutos va aumentando la tensión y la sensación de claustrofobia. En cuanto a la naturaleza de lo que acecha a los personajes, no conviene adelantar demasiado. El director español Gonzalo López-Gallego viene de dirigir los largometrajes Nómadas, Sobre el Arco Iris (en donde ya había una estética de cámara en mano) y El Rey de la Montaña, en la que dirigió a Leonardo Sbaraglia. Con Apolo 18 debuta en Estados Unidos con esta película, y lo hace con muy buen pulso. Pero el nombre con más peso en el film es el del director —pero esta vez productor— Timur Bekmambetov, responsables de Guardianes de la Noche, Guardianes del Día y Se Busca. Este cineasta ruso se está volviendo un peso pesado en Hollywood y prepara Abraham Lincoln: Vampire Hunter. Pese a que los falsos documentales terroríficos ya empezaron a agotarse, y sin ser genial, Apolo 18 – La Misión Prohibida se las arregla para poner nervioso al espectador y hacerle experimentar miedo en tiempo real, como si lo que vemos en la pantalla hubiera sucedido realmente.
Eddie Morra (Bradley Cooper) no la está pasando nada bien. Es pobre, vive en una pocilga, sus intentos por convertirse en escritor siguen siendo intentos; Lindy (Abbie Cornish), su novia, lo ayuda como puede... Pero su vida pega un giro fenomenal cuando su ex cuñado aparece de pronto y le regala una píldora experimental conocida como NZT-48. Apenas la consume, Eddie es capaz de exprimir todo su potencial: aumentan su sentido de la observación, su memoria, sus energías, su sex appel. Querrá tomar más, y consigue más, y poco le importa que su dealer aparezca muerto. Escribir libros en pocas horas, aprender idiomas, ganar dinero, conocer amigos poderosos, tener sexo con bellezas 90-60-90, viajar por el mundo, todo se vuelve sencillo para Eddie. Incluso logra interesar al multimillonario Carl Von Loon (Robert De Niro), quien lo ve como una suerte de gallina de los huevos de oro. Pero justo en el Olimpo tan deseado, Eddie comenzará a padecer el costado más negativo y peligroso de la droga. Los efectos secundarios resultan perturbadores, y será acechado por diferentes personajes que también buscan las pastillitas milagrosas. Sin Límites funciona como un thriller y una fantasía de éxito inmediato e ilimitado, y muestra los aspectos positivos y negativos de un medicamento experimental, desde el punto de vista de Eddie. El espectador sentirá deseos de poder tomar esa droga y convertirse en el mejor, pese a las terribles consecuencias (ojo, si nunca hacer apología de las sustancias prohibidas). El director Neil Burger —quien la pegó con El Ilusionista, protagonizada por Edward Norton y Jessica Biel— lo reafirma en la estética utilizada. Antes de que Eddie se drogue, todo es gris, opaco, tranquilo, carente de vida; pero apenas ingiere la pastilla, predomina el delirio visual, empezando por un aumento en la intensidad de los colores. Un estilo cercano al d Darren Aronofsky, especialmente en Réquiem para un Sueño. Claro que Burger, pese a ser un buen cineasta, todavía está lejos de ese nivel de genialidad. Algunos recursos del guión quedan sin una solución coherente y bordean lo inverosímil, como el hecho de que la pastilla pueda hacer efecto tan rápido y de manera tan espectacular (los especialistas en temas farmacéuticos sabrán opinar con más propiedad). Y el final es atrevido, pero puede entenderse de distintas maneras. Sin embargo, nunca deja de ser una historia bien contada, y el espectador nunca deja de encariñarse por Eddie. Además de protagonizar, Bradley Cooper debuta como productor. Aunque reemplazó a último momento a Shia LaBeouf, demuestra que no sólo es atractivo y gracioso como en ¿Qué Pasó Ayer? y su secuela: puede transitar varios géneros, sabe llevar él sólo una película y no le tiembla el pulso actuando junto a Robert De Niro (un De Niro rutinario y poco inspirado, pero que sigue siendo De Niro). La australiana Abbie Cornish está correcta como Lindy. Su físico y talento como actriz dramática y de acción recuerdan a sus compatriotas Nicole Kidman y Naomi Watts, pero en versión sub-30. Sin Límites es entretenida, clásica y moderna al mismo tiempo... y, hay que admitirlo: lleva a pensar “¡Quiero esa píldora! ¡Aunque sea sólo una!”.
Si luego de ver la primera Destino Final, estrenada en 2000, el espectador quedaba con miedo de moverse de la casa (aunque siempre se puede caer el techo), las continuaciones lo dejan a uno con temor hasta de respirar. Destino Final 5 sigue en esa línea mortal. El argumento es siempre el mismo: ocurre un terrible accidente del que sobrevive un puñado de personajes, porque uno de ellos tuvo la visión de que ocurriría algo muy malo. Pero pronto comenzarán a morir de maneras tan misteriosas como sangrientas. Esta vez, la tragedia del principio tiene lugar en un puente que se derrumba. Sólo un grupo de oficinistas logra salir de un micro a tiempo. Como corresponde, la Parca irá por ellos. Pero, una vez más, surge una estrategia que podría garantizarles la salvación: matar a otra persona para tomar su vida. Esto hará que los protagonistas reconsideren su sentido de la moral, al tiempo que se fijan hasta por donde pisan o miran al cielo por si les cae un piano. Algunas vueltas de tuerca no resultan ser demasiado significativas, y da la sensación de estar viendo siempre la misma película. Sin embargo, la mezcla de entretenimiento, paranoia y muertes horripilantes y creativas nunca deja de ser efectiva. La primera parte y la tercera fueron dirigidas con James Wong, que le dio un estilo más serio. En la dos y la cuatro, David R. Ellis se despachó con toques decididamente trash. En esta oportunidad, el debutante Steven Quale no se va ni para un lado ni para el otro, pero conserva el humor negro de las películas anteriores —canciones relacionadas a episodios trágicos, por ejemplo— y, como Ellis en El Destino Final, aprovecha el uso de tecnología 3D (de hecho, Quale viene de trabajar con su mentor James Cameron en Avatar). Es una divertida experiencia ver pedazos de gente volando hacia nosotros o sentir que un fierro parece salir de la pantalla para atravesarnos. En cuanto al elenco, quien vuelve es Tony Todd. Al igual que en las primeras dos entregas, interpreta al misterioso forense que parecer conocer bien los planes de la Muerte. Desde su actuación en Candyman, allá por 1992, Todd se convirtió en una suerte de icono del cine de terror moderno. Lo cierto es que su altura, su mirada y su voz son capaces de inquietar a cualquiera. Todos los film de Destino Final están conectados entre sí, ya sea por referencias a personajes o detalles. La quinta parte no es la excepción. De hecho, tiene un fuerte vínculo con uno de los film que la precede; un vínculo que se sabe en el final. Y si bien algunas pistas dan a entender por dónde irá el asunto, el resultado es forzado y tramposo... aunque sorprenderá a los fanáticos más acérrimos. Pese a que el esfuerzo y la imaginación está más puestos en elaborar las muertes de los personajes que en el escribir un guión menos repetitivo, Destino Final 5 cumple. No pretende ser más de lo que es. Forma parte de una de las sagas terroríficas más exitosas del nuevo milenio, demuestra que el 3D le sienta perfecto al cine de horror... y provocan que hasta lavar los platos nos parezca una actividad con riesgo de mandarnos al otro barrio.
Los casamientos —y hasta los eventos y personajes que giran alrededor de dicho ritual— supieron nutrir al cine desde siempre. Muchos de los mejores y más famosos exponentes son en clave de comedia y provienen de Hollywood, pero Argentina también contribuyó con el subgénero. La trilogía Divorcio en Montevideo, Casamiento en Buenos Aires y Luna de Miel en Río, con Niní Marshall y Enrique Serrano, y ¡Qué Noche de Casamiento! (las dos versiones cinematográficas, basadas en la obra teatral de Ivo Pelay) son algunos ejemplos. Hasta El Hijo de la Novia podría ser incluida. Este año llega LA película argentina sobre el tema: Mi Primera Boda. Adrián (Daniel Hendler) y Leonora (Natalia Oreiro) están a minutos de casarse en una quinta bien alejada de la civilización. Familiares, amigos, todos están allí para presenciar la ceremonia. Pero faltando menos para dar el “Sí”, Adrián pierde un elemento crucial. Lejos de contarle a los demás lo sucedido, hará lo imposible por retrasar la boda con tal de recuperar lo que extravió. En el camino, fortalecerá lazos y enfrentará enemigos inesperados. Luego de su debut en 2006, con la estupenda Cara de Queso-Mi Primer Ghetto (cuyo argumento está incluido en un chiste de MPB), Ariel Winograd regresa al largometraje con una comedia basada en una cadena de errores, enredos y conflictos que parecen empeorar a medida que pasan los minutos. Y una vez más queda patente su sentido cinematográfico y su habilidad para la comedia y el drama (que no hay casi, pero lo hay). En vez de tomarse como modelo a las películas cómicas argentinas que suelen filmarse en el ámbito industrial, aquí hay saludables influencias de películas estadounidenses; se nota en cómo está estructurado el guión, en el ritmo, en los encuadres, en determinadas situaciones. No obstante, sigue siendo una historia universal, ya que podría pasar en cualquier parte del mundo. Además de entretenida y desopilante, MPB también funciona como una sátira de los casamientos (sobre todo los modernos y de clase media, que se realizan al aire libre, por lo general) y al grupo heterogéneo de invitados: la esposa castradora, el marido sumiso, los amigos de los novios queriendo engancharse con alguien, los ex de los novios... Lo mismo se aplica a la religión: como Adrián es judío y Leonora, católica, eligieron para casarlos a un cura (Marcos Mundstock) y un rabino (Daniel Rabinovich), quienes, con sus conversaciones, son responsables de las escenas más antológicas de la película. Y ya que hablamos del elenco, no tiene desperdicio, ya que el director se las ingenia para que cada actor pueda lucirse, aunque sea unos segundos. Daniel Hendler está perfecto en el papel de Adrián, un hombre que aún no está seguro de tomar la gran decisión de su vida, pero que es capaz de todo por amor (incluyendo dejar sin agua corriente a una residencia y andar a caballo para desviar el rumbo de los sacerdotes). Al actor uruguayo le bastan con un par de gestos para comprar al espectador y provocar risas. Su compatriota Natalia Oreiro lo tiene todo: preciosa, carismática, fresca, buena actriz; sabe hacer reír y llorar. Nació para interpretar a Leonora, una chica perfeccionista y algo mandona, pero no por eso menos romántica. Imanol Arias es Miguel Ángel, profesor de filosofía, antiguo novio de Leonora y, sobre todo, un ser arrogante y despreciable que pretende seguir cerca de la novia... y que podrá influir decisiva y peligrosamente en el casamiento. Martín Piroyansky se roba sus escenas como Fede, el primo de Adrián y su principal aliado durante el film; un personaje tierno y gracioso. Pepe Soriano vuelve a dar cátedra de comedia interpretando al abuelo del novio, un señor mayor recién separado y con ganas de fumar cosas raras. Gabriela Acher y Gino Renni están bien haciendo de los padres del novio, y Soledad Silveira, pese a tener una actuación que bordea el grotesco, también se destaca. Los amigos de Adrián están encarnados por Alan Sabbagh, Clemente Cancela y Sebastián De Caro; aunque están muy bien y forman parte de una de las secuencias más graciosas, dan ganas de verlos más tiempo en pantalla e interactuando más seguido con el novio. Como sí pasa con Muriel Santa Ana en el rol de Inés, la enamoradiza mejor amiga de Leonora. Mi Primera Boda —que arranca con una de las mejores secuencias de créditos iniciales del cine argentino, a cargo del dibujante Liniers— es una nueva prueba de que el cine argentino industrial está pasando por un momento más que interesante. Se apuesta al cine de género, a cineastas jóvenes, a actores nuevos (muchos de ellos, provenientes del cine independiente). Los films son masivos, pero también de calidad. Y hay mucha aceptación por parte del público y de la crítica. Es la prueba de que muchas de las mejores películas nacen cuando lo comercial y lo artístico llegan al altar y dicen “Sí, acepto”.
Pese a su carácter alegre y simpático, los payasos siempre dieron un poco de miedo. La ropa, el maquillaje, el pelo, la risa demasiado estridente, todo produce una sensación de inquietud, de terror. Como si detrás de esa caracterización tan chillona se encontrara alguna clase de bestia hambrienta. Tan serio es esto, que hasta existe un nombre para la fobia a los clowns: coulrofobia. La cultura popular supo darnos varios payasos malvados. Todos gritamos cuando el niño de Poltergeist es atacado por su muñeco de payasito. Una generación entera se aterró con Pennywise (Tim Curry), el ente demoníaco que acechaba a un grupo de niños en la miniserie It, basada en una novela de Stephen King. Y no nos olvidemos que el Guasón (en todas sus versiones), el más famoso archivillano de Batman, también luce como un pagliaccio. Para contribuir a este subgénero, Alex de la Iglesia nos presenta una de sus mejores obras: Balada Triste de Trompeta. La acción empieza en 1937, en plena Guerra Civil Española, cuando el Payaso Tonto (Santiago Segura, quien no trabajaba con De la Iglesia desde Muertos de Risa) y otros artistas de circo son reclutados por el Ejercito Popular Republicano. Y así, con indumentaria circense y un tremendo machete, combate contra los soldados de Franco. Claro que los hombres del General logran apresarlo con fines oscuros. En 1973, Javier (Carlos Areces), el hijo de aquel Payaso Triste, empieza a trabajar en un circo. Allí queda alucinado por Natalia (Carolina Bang), trapecista, bailarina y estrella del show. Lamentablemente para Javier, la chica es la pareja de Sergio (Antonio de la Torre), el arrogante y sádico payaso principal del espectáculo. De todos modos, Javier y Natalia comienzan a salir en secreto. Pero Sergio se entera. Sergio, quien minutos atrás dice “Si no fuera payaso sería un asesino”. Claro que, en esa misma escena, Javier dice “Yo también”. Como no podía ser de otra manera, lo que sigue es un frenesí de obsesión, violencia y muerte que parece no terminar jamás. Salvo en Los Crímenes de Oxford, cada vez que Alex de la Iglesia se metió con géneros como el terror, la ciencia-ficción y el suspenso, lo hizo en clave de humor negro. En Balada... hay algunos momentos que sacan una sonrisa, generalmente por parte de los estupendos actores secundarios. Pero ahora el tono es de horror puro y duro, que llega a niveles extremos y delirantes. La brutalidad dentro del ámbito en el que se mueven los protagonistas funciona como una metáfora de la que se vivió en España durante los tiempos del Franquismo. Como si el clima violento, de desesperación, de locura, impregnara a todos. La película remite a la mencionada Muertos de Risa. Otra vez tenemos dos personajes que compiten entre sí, con las peores consecuencias. También hay otra excelente reconstrucción histórica, de los ’30 y de los ‘70. Para lograr mayor realismo, el director mezcla imágenes de archivo y sucesos de la vida real con la historia de ficción. Además, hay constantes referencias a personajes de la cultura popular de aquel entonces. El más destacado tiene que ver con el nombre del film: el cantante Raphael. En una escena, Javier entra en un cine donde proyectan Sin Un Adiós, en la que El Niño, maquillado como payaso, en un circo, canta “Balada de la trompeta”, tema musical que en la Argentina fue popularizado por Estella Raval y los Cinco Latinos. Un tema que habla de sufrimiento y del pasado que se niega a desaparecer. De la Iglesia es muy cinéfilo, y cada vez que homenajea o parodia a otros films, lo hace lo más disimuladamente posible. Una vez más, hay recursos y secuencias hitchocokianos, y también reminiscencias a Fenómenos, esa genialidad de Tod Browning, en la que también había una historia de amor con final nefasto. Es cierto que ninguno de los protagonistas entra en la categoría de buena persona, pero a quien el espectador podrá entender más es a Javier. Carlos Areces genera compasión, lástima y miedo en el rol de Javier, un hombre atormentado por los traumas infantiles relacionados con su padre, y al que las circunstancias lo llevan a canalizar su miedo, su dolor y su rabia por la vía más sangrienta. Antonio de la Torre no se queda atrás como Sergio, uno de los seres más desagradables y enfermos del cine moderno. La sensual y sexual Carolina Bang (esposa de Alex y su reciente actriz fetiche) encarna a Natalia, una femme fatale masoquista que pretende jugar con los dos hombres que la desean, y que podrá terminar muy mal. Y el enorme Santiago Segura, en los pocos minutos que aparece, compone a un payaso nada gracioso, pero inolvidable. Balada Triste de Trompeta es la película más trágica, más política, más psicológicamente retorcida y más perturbadora de Alex de la Iglesia, además de una de las mejores de su ya muy rica filmografía. Y, no pudiendo con su genio, logra que volvamos a —o que nunca dejemos de— temerle a los payasos.
El western y la ciencia-ficción siempre estuvieron relacionados. Desde Viaje a las Estrellas hasta Avatar , muchas de las más famosas historias de naves espaciales, ambientadas en otros mundos, toman su estructura de los relatos con vaqueros, indios y diligencias. También hubo mezclas de los géneros en la serie Las Aventuras de Jim West (y en su fallida adaptación cinematográfica, Wild Wild West). Por ese camino transita Cowboys & Aliens. Estamos en los tiempos del Far West. Un hombre (Daniel Craig) despierta en medio del desierto, sin saber quién es ni cómo llegó allí... ni cómo apareció en su brazo una extraña pulsera metálica. Enseguida descubrirá que es Jake Lonergan, uno de los forajidos más temibles del Oeste. Y justo cuando es atrapado por la ley y por el Coronel Woodrow Dollarhyde (Harrion Ford), quien asegura que Jake le robó oro, hará un descubrimiento más inusual y peligroso: aparecen naves espaciales que atrapan gente, y la pulsera es la única arma que parece detenerlas. El ladrón, el coronel y un grupo de antihéroes deberán ir en rescate de los secuestrados, aunque para lograrlo deberán hacerle frente a una amenaza desconocida y feroz. El argumento tiene puntos en común con el de uno de los mejores westerns jamás filmados: Más Corazón que Odio, de John Ford, en donde John Wayne debe rescatar a su sobrina de manos de los indios. Aquí, es Dollarhyde quien va en busca de su inmaduro hijo (Paul Dano)., y en vez de nativos, hay extraterrestres. En realidad, sí hay una tribu, pero se alían con Jake y el Coronel para combatir a los nada simpáticos visitantes espaciales, quienes están en la Tierra... por el oro. Se nota que en esos tiempos, la fiebre por ese material se extendía a toda la galaxia. En cuanto a los aliens, son muy similares al de la reciente Super 8, que a su vez se parece al monstruo de Cloverfield, pero de menor tamaño. Criaturas realistas, con rasgos de reptil, múltiples brazos, y muy peligrosos. Una tendencia de estos tiempos, así como en los ’80, por ejemplo, muchos ETs tenían cualidades lumínicas. Jon Favreau, director de Iron Man y su secuela, la tiene clara a la hora de entretener. Cuenta una historia y usa los efectos especiales de manera que no resulte empalagosa. Pero aquí no tiene un Robert Downey Jr. para sumarle carisma y encanto al resultado final. Dato curioso: el Tony Stark de la pantalla grande iba a formar parte del elenco, pero se bajó para hacer Sherlock Holmes 2. Aunque ninguno de los dos tiene una actuación inspirada esta vez, Daniel Craig y Harrison Ford demuestran que saben interpretar a tipos recios, cínicos, pero de buen corazón y dispuestos a luchar. La química entre ambos es muy interesante; dos rivales que deben trabajar en equipo. Sin embargo, esa química no está muy explotada, ya que casi no interactúan entre ellos tanto como con el elenco secundario. Olivia Wilde deslumbra con su belleza, pero también sabe actuar, y hasta queda un poco mejor parada que sus co-protagonistas masculinos. De los protagonistas secundarios, se destacan el gran Sam Rockwell como Doc, el sumiso cantinero que se hará fuerte, y Keith Carradine en el papel del sheriff. Ambos tenían experiencia en el western, sobre todo Keith C. Hasta actuó con sus hermanos David y Robert (y con papá John, aunque sus escenas fueron eliminadas) en La Cabalgata Infernal, obra maestra de Walter Hill. Cowboys & Aliens no será genial, pero nunca deja de ser entretenida. Pero es cierto que podría haber estado para más.
Clásicos del cine de ciencia-ficción hay muchos, pero ninguno es tan singular como El Planeta de los Simios. Basada en la novela de Pierre Boulle y estrenada en 1968, la película contaba la historia de Taylor (Charlton Heston), un astronauta que aterrizaba en un planeta en el que los simios son la raza dominante, y los humanos, sus esclavos. Si bien el punto de partida es bastante extraño, se convirtió en un gran éxito de público y crítica. El Planeta... no sólo era un entretenimiento del mejor: también fue revolucionaría en cuanto a técnicas de maquillaje, sorprendía por su contenido político y social... y el final es uno de los más inesperados y potentes del cine fantástico y del cine a secas: Taylor se topa con la Estatua de la Libertad semienterrada. Sí, el protagonista siempre estuvo en la Tierra, sólo que viajó en el futuro. El suceso del film originó una saga de películas que expandía la mitología: Bajo el Planeta de los Simios, Escape del planeta de los Simios, La Conquista del Planeta de los Simios y La Batalla del Planeta de los Simios. Y no sólo eso: se hizo una efímera serie de televisión, un programa de dibujos animados. Con el tiempo aparecieron incontables plagios, homenajes y parodias (las más inolvidables son las de Los Simpson); y en 2001 fue estrenada una “reinvención” de la película original, también llamada El Planeta de los Simios, en la que se destacaban el maquillaje realista del experto en maquillaje —y en monos— Rick Baker y la actuación de Tim Roth. Pero hoy en día, todo vuelve a empezar, sobre todo en Hollywood, y tenemos un nuevo reinicio de la saga: El Planeta de los Simios: (R) Evolución. En su afán por encontrar la cura para el Mal de Alzheimer, Will Rodman (James Franco), un joven científico, prueba una droga experimental con chimpancés. El resultado: los monos se vuelven cada vez más inteligentes. Las cosas empiezan a salir mal cuando una mona pierde el control, ataca a los científicos y es asesinada a balazos. Recién ahí Will descubre que en realidad el sujeto de prueba estaba protegiendo a su cría. Con su reputación por el piso, el científico se convierte en el padre adoptivo de la criaturita, a la que llama César... y que heredó la naciente inteligencia de la madre: aprende a leer, a escribir, a hablar mediante el lenguaje de señas. Es más humano que animal. Pero un incidente con un vecino provoca que sea encerrado junto a otros monos en una reserva-prisión comandada por John Landon (Brian Cox) y su desagradable hijo (Tom Felton). Allí padecerá el mismo maltrato que sus compañeros de celda. Ni Will ni Caroline (Freida Pinto), su pareja, pueden hacer nada para liberarlo. Furioso con las personas, y sacando provecho de sus cualidades, César se convierte en el líder de una revolución capaz de destruir a la raza humana. El argumento toma ideas de películas de la saga original. En Escape..., Zira (Kim Hunter) y Cornelius (Roddy McDowall) viajan a nuestro tiempo, tienen un hijo al que bautizan Milo, que es adoptado por un humano cuando los padres mueren. En La Conquista..., Milo (También McDowall), ahora esclavizado junto a otros monos, se cambia el nombre por el de César y lidera una rebelión. Y no sólo eso: (R) Evolución contiene una importante cantidad de citas a aquellos films, especialmente a la primera parte. La nave Icarus (la misma en la que accidentalmente Taylor viaja en el tiempo) despega y se pierde en el espacio. Y los nombres: el orangután se llama Maurice, por Maurice Evans, quien interpretaba al también orangután Dr. Zaius; el personaje de David Oyelowo es Jacobs, por Arthur Jacobs, productor de la saga original... y así varios casos y chistes, como Charlton Heston por televisión. Todo esto permite conectar los sucesos de este film con todo lo que se vio en los anteriores. Sin embargo, los devotos más acérrimos detectarán aspectos narrativos que no se corresponden demasiado con aquellas obras. (R) Evolución también toma elementos de varios subgéneros que son mezclados exitosamente. Por un lado, el concepto del hombre tratando de emular a Dios remite a Frankenstein y, sobre todo en este caso, a La Isla del Dr. Moreau, novela de H.G. Wells que todavía espera una gran adaptación cinematográfica, en la que el doctor del título modifica animales para acelerar su evolución. Por supuesto, la naturaleza siempre se impone, y de manera salvaje. Además, funciona como una “película de cárcel”, pero original (de hecho, la acción transcurre en San Francisco, donde se encuentra Alcatraz), ya que los prisioneros son primates y no hay diálogos. Como en muchos de esos films, cada recluso tiene una personalidad distinta. Está el protagonista (César en este caso), que al principio es maltratado por los otros presos pero luego se gana la confianza y el respeto de ellos; el matón (un chimpancé gris) que recibe su merecido y se vuelve amigo del héroe; el amigo (Maurice), que habla con señas; el duro (un gorila), que deviene en el aliado más poderoso. El director inglés Rupert Wyatt parece ser fanático de estos largometrajes con personajes encerrados que burlan al sistema: The Escapist, su ópera prima, mostraba a Brian Cox (esta vez, del otro lado de las rejas) como un condenado a cadena perpetua que, con ayuda de sus compañeros, planeará y ejecutará un gran escape para reencontrarse con su hija enferma. Siguiendo con Wyatt, le pone garra y corazón a la historia. Maneja muy bien elementos tiernos, dramáticos, el humor y la acción. Su estilo realista, incluso a la hora de hacer un film de género fantástico, lo emparienta con muchos de sus compatriotas cineastas. Y recurre a los efectos especiales sólo cuando es necesario, jamás abusando de eso. En cuantos a su vida personal, se sabe que a los cuatro años fue enviado a un internado con reglas muy estrictas (como todo internado, bah). Como corresponde, el joven Rupert odiaba todo eso. De allí viene su obsesión por el encierro y la liberación. En cuanto a los actores, James Franco está apenas correcto como Will, un hombre ciencia que quiere ayudar al prójimo y se vuelve en una figura paterna para César, pero termina desencadenando el fin de la raza humana. Freida Pinto sigue en una línea parecida a la de Franco, y su personaje se queda en “la chica del protagonista”. El siempre genial John Lithgow interpreta a Charles, el padre de Will y el principal motor de los experimentos, debido a que tiene Alzheimer y su hijo está empecinado en curarlo. Brian Cox y Tom Felton vuelven a demostrar que saben interpretar a tipos jodidos; el espectador quisiera meterse en la pantalla para golpearlos. David Oyelowo encarna a Jacobs, el empresario que decide seguir con los experimentos y puede terminar muy mal. La aparición más curiosa es la de David Hewlett como el vecino malhumorado de los Rodman. Este actor nacido en Inglaterra pero criado en Canadá comenzó actuando en oscuridades absolutas como Pin, El Juguete Peligroso, pasó a ser actor fetiche de Vincenzo Natali (director de El Cubo y Splice, todavía no estrenada en nuestro país) y hoy es conocido por los fans de la sci-fi por su trabajo en las series Stargate y Stargate: Atlantis. Sí, todo un artista de culto. Pero quien se roba la película es Andy Serkis. Este actor se hizo famoso por prestarle su cuerpo a personajes digitales. Primero fue Gollum, en la trilogía de El Señor de los Anillos. En la versión de King King dirigida por Peter Jackson hizo del enorme gorila. Pronto volverá a Gollum en los dos films de El Hobbit y, dentro de unos meses, en la película de Tin Tin de Steven Spielberg. Por lo tanto, Serkis es un veterano en el trabajo de captura de movimiento, tecnología que fue perfeccionada por Weta, empresa de efectos especiales co-comandada por Jackson. Como en los personajes mencionados, AS le otorga a César un grado de realismo, humanidad (incluso más que los verdaderos humanos de la historia), compasión, dolor, una fuerte intensidad dramática. Es convincente como un ser que pasa de la inocencia a una posición de liderazgo que lo hará tomar el control de su destino y el de su especie. El Planeta de los Simios: (R) Evolución es un gran espectáculo entretenido, un llamado a la reflexión el cuanto a la manipulación genética y el trato para con los animales, y el estupendo reinicio de una saga memorable. Si no la ven, les irá... como la mona.
Todos le tememos a la oscuridad. Imagínense si ésta cobra vida y se propusiera invadir el mundo, succionando a las personas, provocando el Apocalipsis. Bueno eso es lo que sucede en La Oscuridad. Detroit está en tinieblas. Casi no hay rastros de vida en los alrededores. Sólo unos pocos están tratando de sobrevivir: Luke (Hayden Christensen), un presentador de noticias; Rosemary (Thandie Newton), una madre angustiada por la desaparición de su hijo; James (Jacob Latimore), un niño que espera a su madre, y Paul (John Leguizamo), un proyectorista de cines. Los cuatro se refugian en un bar con generador, ya que la única manera de estar a salvo de la noche eterna y de los entes negros que se allí surgen es estando a la luz. Por supuesto, eso no impedirá que el Mal trate de devorarlos. Luego de dirigir comedias independientes con elementos románticos y dramáticos, el director Brad Anderson se sumergió en el cine de suspenso y terror. Primero con Session 9, acerca de unos obreros (encabezados por David Caruso y Peter Mullan) que la pasan muy mal en un hospital psiquiátrico abandonado. Luego vino su mejor película hasta la fecha: El Maquinista, un descenso a los infiernos protagonizado por la versión más raquítica de Christian Bale. Siguió con Transsiberian, coproducción europea estelarizada por Woody Harrelson, Ben Kingsley, Emily Mortimery Eduardo Noriega. Y supo dirigir un interesante capítulo del unitario Maestros del Horror. A diferencia de la mayoría de sus colegas actuales en el cine de horror, Anderson no recurre a los efectos gore ni a efectismos; lo suyo pasa por los climas y las actuaciones, y por generar miedo en base nuestros terrores y fobias y secretos más primarios y ocultos. La Oscuridad tiene algo de sus obsesiones, incluso ahora la amenaza es a una escala gigante. Pero se queda a medio camino. Hayden Christensen —el fallido Anakin Skywalker— demuestra que, si bien no es un actor desastroso, tampoco le alcanza para llevar adelante una película. Está acompañado por Thandie Newton y por John Leguizamo, pero, aunque el personaje de la Newton tiene más carga dramática, no alcanza para sentirse muy identificados con ellos porque nunca llegamos a conocerlos demasiado bien, y nunca hay química entre los sobrevivientes. El concepto de gente encerrada a merced de una amenaza exterior remite al cine de John Carpenter y a los films de muertos vivos de George A. Romero. También hay paralelismos con La Niebla, devastadora película de Frank Darabont, basada en una novela de Stephen King. Pero Anderson no consigue imprimirle el nivel de tensión ni el ritmo como los que manejaban los mencionado directores, y cae en la monotonía. Y el final, aunque muy abierto, es bastante predecible. El paisaje apocalíptico está logrado. Las primeras secuencias, en las que se muestran las reacciones de los protagonistas ante las malas nuevas (calles atestadas de coches abandonados, gente que se desvanece, un avión estrellándose) son lo mejor de la película. Recuerda a Exterminio, de Danny Boyle, que también se nutría de obras literarias como El Día de los Trífidos, escrita John Wyndham, y Soy Leyenda, a cargo de Richard Matheson. Y también es acertado que nunca se expliqué por qué pasa lo que pasa, como en las películas de zombies de Romero. La Oscuridad pudo haber sido un buen film, pero sin garra ni buenas actuaciones, termina... en las sombras.
J.J. Abrams, el cerebro detrás de Lost, el director de Misión Imposible 3 y de Star Trek, moría por hacer un film sobre sus épocas juveniles, cuando filmaba cortometrajes con amigos.Pero la idea no terminó de arrancar hasta que la juntó con otro concepto en el que venía trabajando: la teoría de que en el Área 51 ocultan secretos relacionados con extraterrestres. En un proyecto con niños y alienígenas no podía faltar un experto en la materia: Steven Spielberg, quien ocupó el puesto de productor junto a Abrams y su socio Bryan Burk. El resultado: Super 8. Una de las mejores películas del año. Lillian, Ohio, 1979. Un grupo de amigos pretende aprovechar el verano para filmar una película de zombies usando una cámara Super 8. Cierta noche, escapan de sus casas para rodar cerca de las vías, cuando ocurre un impresionante accidente en el que descarrila un tren del Ejército de los Estados Unidos. Los niños sobreviven y juran no hablar de lo sucedido. Sin embargo, en el pueblo comienzan a ocurrir misteriosos cortes de energía eléctrica y desapariciones de animales y personas. Los chicos descubrirán que esos fenómenos están relacionados con un ser monstruoso que escapó de uno de los vagones. Una criatura que ni los militares parecen poder frenar. La película funciona como un homenaje a los films de visitantes espaciales dirigidos por Spielberg: Encuentros Cercanos del Tercer Tipo, E.T: El Extraterrestre y La Guerra de los Mundos. Las citas ya se notan desde el argumento, la ambientación de época, menores de edad en los papeles protagónicos... Además, la presencia de seres de otro mundo es una excusa para contar una historia intimista acerca de familias con problemas. Por un lado, Joe Lamb (Joel Courtney) acaba de perder a su madre en un accidente de trabajo, y su padre (Kyle Chandler), un oficial de policía, no sabe cómo hablarle. Por otro lado, Alice Dainard (Elle Fanning, hermana de Dakota, quien actuó en La Guerra...) debe soportar los ataques de su progenitor (Ron Eldard), justamente atormentado por tener responsabilidad en la muerte de la mujer. Por supuesto, los hombres no pueden ni verse. Si a esto le sumamos que Joe y Alice se enamoran, tenemos una especie de Romeo y Julieta en versión preadolescente. La relación entre el grupo de amigos remite a Los Goonies (producida por Spielberg, alcoyana alcoyana) y a Cuenta Conmigo. Aquí, como en aquellos casos, los chicos se veían involucrados en aventuras que significaban la transición a la madurez. Sin dudas, la mejor del joven elenco es Elle Fanning, quien recientemente actúo en Somewhere, en un Rincón del Corazón, de Sofía Coppola. Su papel es uno de los más emotivos y dramáticos de la historia. Ojo, que también hay persecuciones, explosiones (el descarrilamiento es terrible y pesadillezo) y un monstruo del que no conviene adelantar nada. Al igual que Steven S., Abrams sabe mezclar drama, humor y ciencia-ficción, poniendo en primer plano, siempre, la historia y los personajes. Incluso los más secundarios tienen su encanto y su importancia en la trama, como el hippie que atiende el negocio de revelados de películas y trata de levantarse a la hermana del niño director. Spielberg no es el único director que tiene su peso en la película: en el corto de zombies que quieren filmar los chicos hay un claro y simpático homenaje a los muertos vivos de George A. Romero, que ya desde esa época impactaban a generaciones de cineastas. Siguiendo con las alusiones, el personajes que conoce la naturaleza de la bestia y otros secretos militares, se apellida Woodward. Por esta cuestión paranoica, Abrams seguramente quiso referirse al periodista Bob Woodward, quien, junto a su colega Carl Bernstein, destapó el escándalo Watergate, en 1972. La recreación de época es excelente. El director de fotografía de Larry Fong (habitual colaborador de Zack Snyder) le da a la imagen una estética de los largometrajes de fines de los ’70 y principios de los ’80. También ayuda el estupendo soundtrack, compuesto por hits de la talla de “Don’t Bring Me Down”, de Electric Light Orchestra y “My Sharona”, de The Knak. Super 8 es lo mejor de Abrams en cine, un hermoso tributo a esas películas con la que muchos de nosotros nos criamos y también un gran film por sí mismo. ¡Y quédense durante los créditos finales!