“Había una vez un circo”, cantaban los payasos españoles Gaby, Fofó y Miliki. Y Agua para Elefantes podría resumirse en eso, con el agregado de una historia de amor. La vida de Jacob (Robert Pattinson), un joven a punto de recibirse de veterinario, cambia para mal cuando sus padres mueren y pierde la casa. Si a eso le sumamos que son los años 30, durante la Gran Depresión... Solo, sin idea de cómo continuar con su vida, consigue trabajo en un circo, cuidando a los animales. La habilidad de Jacob para reconocer los problemas de salud de las subestimadas criaturas lo lleva a escalar al círculo de August (Christoph Waltz), el impredecible dueño del espectáculo. Al mismo tiempo, entre payasos y otras atracciones, conoce a Marlena (Reese Witherspoon) la trapecista estrella del espectáculo... y pareja de August. En este incipiente triángulo amoroso aparece Rosie, una elefanta que revitaliza el interés del público por el circo, y que sacará lo mejor y lo peor de los protagonistas. Basada en la novela de Sara Gruen, la película fue escrita por Richard LaGravenese, que sabe de historias románticas con tragedias en el medio (Posdata: Te Amo). En este caso, se trata de un film romántico de época, con el ambiente circense como telón de fondo. De esta manera, sigue la tradición de film ubicados en contextos similares, que van desde El Circo, de y con Charles Chaplin, hasta Cirque du Freak: El Aprendiz de Vampiro, pasando por Freaks, de Tod Browning, y El Mayor Espectáculo del Mundo, de Cecil B. DeMille. Francis Lawrence es un director arriesgado, con mucho ojo para lo visual. Eso se notaba ya en sus videoclips y en sus dos largometrajes anteriores: Constantine y Soy Leyenda. Aquí demuestra que supo recrear aquella época de hambre y desesperación en Estados Unidos y en el mundo, y lo hace a través del circo (un circo moribundo, donde los artistas son explotados y los empleados que ya no sirven son arrojados del tren en movimiento). Contó con muy buena ayuda por parte del director de arte David Crank y del director de fotografía Rodrigo Prieto. De todos modos, Lawrence siempre promete más de lo que cumple. Sus films no son mediocres, pero por diferentes motivos —guión, actuaciones, elección de tono— tampoco llegan a ser geniales, aunque tienen con qué. No es Michael Bay, pero tampoco David Fincher. Sus mejores obras deben estar por llegar. En cuanto al elenco, Robert Pattinson no logra despegarse demasiado de su imagen de galán triste, apenas expresivo, que también muestra en las películas de Crepúsculo. Todavía va camino a convertirse en un actor. Reese Witherspoon vuelve a demostrar que es una actriz que pone todo en sus personajes: Marlene se muestra fuerte y segura por fuera, pero en privado sufre y es vulnerable. Además, su caracterización como artista circense resulta muy creíble. Pero quien inevitablemente se roba sus escenas es Christoph Waltz (reemplazando a Sean Penn). Su August sigue la línea de los villanos que viene componiendo desde Bastardos sin Gloria: hombres que no sabés si te darán un abrazo o te romperán el cuello. Lo demuestra muy bien en una terrible escena no apta para quienes sufren con la crueldad hacia los animales. Evidentemente, Waltz seguirá en esa línea: interpretará al Cardenal Richelieu en la inminente nueva versión de Los Tres Mosqueteros. Siguiendo con los actores, aparece en un breve pero muy emotivo rol el veteranísimo Hal Holbrook. También dice presente, Paul Schneider... pero el tapadísimo es Ken Foree. Este negro grandote supo ser el héroe de Muertos Vivos: La Batalla Final (título con el que se conoció en Argentina a Dawn of the Dead, de George A. Romero) y suele trabajar a las órdenes de Rob Zombie. Agua para Elefantes es perfecta para ir en pareja, o para grupos de amigas, dispuestas a suspirar con Pattinson. Ahora, a esperar el próximo y muy esperado —y salvaje— estreno ambientado en un circo: Balada Triste de Trompeta, de Alex de la Iglesia.
Una de las atracciones del festival. Comienza como un documental sobre la aparición del Super 8 y cómo la gente lo usaba para filmar cumpleaños, casamientos, vacaciones, etc. Pero es sólo una genial introducción al verdadero foco de la historia: la vida de Jorge Mario, un odontólogo y cinéfilo de Entre Ríos, que en los ’70 hizo películas en el mencionado formato. De las típicas filmaciones de eventos familiares pasó a crear ficciones hechas con amigos, de un modo muy amateur, justamente. La más destacada fue el western criollo Winchester Martín. Néstor Frenkel muestra cómo Jorge hizo su remake (siempre en Super 8) y cómo trata de reunir a sus viejos compañeros de aventuras cinematográficos para realizar una tercera versión. Además, podemos conocer la vida íntima del señor Mario: su mujer, siempre a su lado; su lucha por conseguir que el árbol que se ve en el film El Camino del Gaucho, de Jacques Tourner —filmada en aquellos pagos y una inspiración fundamental para Jorge—, pueda ser preservado; su trabajo con los dientes y las caries; su desempeño en un programa de radio y como líder de un grupo de Boy Scouts... Amateur tiene momentos desopilantes, hábilmente manejados por el director, quien nunca deja de mostrar a Jorge Mario con respeto, aunque la manera en que el señor organiza sus múltiples actividades provoque risas. Porque J.M. es un hombre que genera ternura, pero más que nada respeto, admiración, y es la prueba de que nunca es tarde para ser fiel a nuestras pasiones artísticas y deportivas y de las que sean. En paralelo, Frenkel también cuenta otra historia, más escondida: la evolución tecnológica, que incluye la casi muerte del Super 8, la llegada del video, la agonía del video y el surgimiento del DVD. En definitiva, otro imperdible documental de Néstor Frenkel.
Todos conocemos el cuento de “Caperucita Roja”. Aunque nunca nos hayan leído el cuento siendo pequeños, llegó a nosotros por el cine, la televisión y los medios que se les ocurran. Como todo icono pop. Si bien el trasfondo siniestro del cuentito —escrito por Charles Perrault y más tarde adaptado por los Hermanos Grimm— dio pie a films adultos (En Compañía de Lobos, de Neil Jordan, y Hard Candy, por nombrar dos ejemplos), La Chica de la Capa Roja se presenta como la versión dark oficial de la historia. La acción transcurre en Daggerhorn, un pueblito medieval, rodeado por un bosque. Un bosque en el que mora un gigantesco lobo, de carácter sobrenatural. Para que no los devoren, los habitantes de Daggerhorn sacrifican animales en su honor. Por su parte, la joven Valerie (Amanda Seyfried) debe elegir entre dos muchachos: Henry (Max Irons), que por su posición económica puede asegurarle un buen porvenir, y Peter (Shiloh Fernandez) misterioso leñador al que realmente ama. Pero todo se complica más cuando la bestia rompe el pacto y empieza a comerse a los pueblerinos. Y la pobre Valerie será el interés principal del hocicudo monstruo. La Chica... está dirigida por Catherine Hardwicke. Si bien filmó películas como A los Trece, la grandiosa Los Amos de Dogtown y El Nacimiento, su trabajo más exitoso (al menos, desde lo económico) sigue siendo Crepúsculo. Es posible encontrar varios puntos en común entre su nuevo opus y la historia de Bella Swan y Edward Cullen: hay criaturas de la noche, romance contenido (ojo, por lo menos esta vez se ve algo más de piel), actúa Billy Burke, Shiloh Fernández casi se queda con el rol que convirtió en ídolo juvenil a Robert Pattinson... Pero, sobre todo, La Chica... responde a las obsesiones de la Hardwicke: el mundo de los adolescentes, incluyendo su relación con los adultos, el amor, la alegría, el dolor, la pérdida. Lamentablemente, varios aspectos convierten a este film en uno de los más flojos de la directora. El guión —que juega con el recurso narrativo conocido como Whodunit?, en el que recién al final se sabe quién es el culpable de todo— deja bastante que desear. Irons y Fernández resultan parcos y carentes de onda como los galanes de Valerie. La mayoría de los movimientos de cámara no aportan nada a la narración, y los lobizones digitales siguen sin ser creíbles. Pero no todo es para tirar a la basura. Lo mejor, sin dudas es la protagonista. Amanda Seyfried no actúa tan bien como otras veces, pero es una preciosidad de chica y uno no puede dejar de verla. Con la indumentaria roja es una auténtica caperucita teenager. Gary Oldman interpreta al Padre Solomon, cazador de licántropos que llega al pueblo para terminar con la pesadilla usando métodos dignos de la inquisición. Oldman tampoco está genial, pero se la arregla para componer otro de sus típicos villanos. Virginia Madsen también sale airosa, y de verdad parece madre de la Seyfried. Y no olvidemos destacar a la “abuelita” de la ecuación: Julie Christie, que le da un toque esotérico y hasta peligroso a su personaje. La Chica de la Capa Roja es parte de una tanda de adaptaciones cinematográficas de cuentos infantiles, pero desde una óptica “para los más grandes”. Dentro de poco le tocarán a Hansel & Gretel y a Blancanieves. Esperemos que tengan mejor suerte.
En los ’90, Santiago Segura era un ascendente actor y comediante español, famoso por sus trabajos en las primeras películas de Alex de la Iglesia: Acción Mutante y El Día de la Bestia. Pero el estrellato llegó con un film enteramente suyo, escritor, dirigido y protagonizado por él. Estrenada en 1998, Torrente: el Brazo Tonto de la Ley cuenta las andanzas del personaje del título: un oficial de policía maleducado, fascista, homofóbico, misógino, ladrón, sexópata... Una porquería humana, bah. Claro que siempre en clave de parodia, nunca como algo serio. Como dijo Segura, es “una crítica al español caduco, cuaternario, mezquino y miserable que sigue habiendo, pero que está a punto de extinguirse”. La película fue un éxito de público y de crítica, y generó dos secuelas: Torrente 2: Misión en Marbella y Torrente 3: El Protector (con escenas filmadas en Argentina). Ahora llega la cuarta parte, ¡y en 3D! En Torrente 4: Lethal Crisis, nuestro antihéroe está más caído en desgracia que nunca. Tras provocar una tragedia en un casamiento de gente de la alta sociedad, ya nadie lo puede ni ver. Come basura de las calles, duerme con viejos travestis (¡!) y debe compartir su departamento con inmigrantes ilegales. Su lamentable presente parece cambiar cuando un hombre lo contrata para matar a un poderoso empresario. Pero todo termina siendo una trampa y Torrente cae preso. Eso no impedirá que escape y comience a buscar a quien quiso ensuciarlo. Es verdad: a esta altura ya no hay sorpresas ni en lo referente al protagonista ni a la historia. De todas maneras, los chistes escatológicos y las salidas del depravado policía siguen provocando risa. Además, Segura vuelve a demostrar que es un gran cinéfilo. La película parodia a los film de cárceles y de fugas, como El Gran Escape y hasta Escape a la Victoria, ya que Torrente y un grupo de reclusos organizan un partido de fútbol como pantalla para la huida. Entre los actores secundarios podemos encontrar a Kiko Rivera (el mediático hijo de Isabel Pantoja), como ayudante de Torrente —a la manera de Javier Cámara en la primera parte—, y Enrique Villén, que había participado en Torrente 3, pero haciendo otro personaje. También está la aparición especiales de un amigo de Segura: El Gran Wyoming, otrora conductor de la versión española de Caiga Quien Caiga, entre otras cosas. Imperdibles los cameos de los futbolistas Sergio “Kun” Agüero, Gonzalo “Pipita” Higuain, Cesc Fabregas y Sergio Ramos. Por su parte, David Bisbal actúa brevemente y canta el tema de la película. Con respeto al uso de la tecnología en tercera dimensión, casi ni se nota, y los que sí se ve en relieve son elementos como barrotes y charcos de agua. Sí queda simpático cuando las escupidas del protagonista parecen venirnos a la cara, pero no hay mucho más. De todos modos, si uno se mete en la historia, pronto se olvida el 3D. Torrente 4: Lethal Crisis está muy lejos de ser una obra maestra. Difícilmente cambie la historia del cine. No obstante, es un delirio hiperentretenido, alocado y salvaje, como sólo Santiago Segura sabe hacer.
En los ’90, los hermanos Peter y Bobby Farrelly cambiaron la manera de hacer comedia. Ya en su ópera prima, Tonto y Retonto, quedaba muy claro el estilo: protagonistas extravagantes pero tiernos y enamoradizos (siempre de mujeres hermosas), y toneladas de humor escatológico. Los Farrelly no temían hacer chistes sobre los fluidos corporales que se imaginen y con personajes gordos, enanos y discapacitados físicos o mentales. Su tercer film, Loco por Mary, los consagró a nivel mundial y se convirtió en una desopilante oda a la incorrección política, además de una influencia para comedias venideras (la saga de American Pie, especialmente). Sus siguientes películas fueron menos guarras y más románticas —Amor Ciego, por ejemplo—, y si bien son buenas, ninguna superó a aquella joyita con Ben Stiller y Cameron Díaz. Pase Libre tampoco logra estar siguiera a la altura de Loco por Mary, pero es una muestra de que los Farrelly volvieron al terreno de las guarangadas cinematográficas. Rick (Owen Wilson) no deja de mirar mujeres. El problema es que está casado y tiene dos hijos. Harta de la situación, la esposa (Jena Fischer) decide darle un pase libre. ¿Lo qué? Una semana para que Rick pueda sacarse las ganas de acostarse con quien se le antoje y así darle aire nuevo al matrimonio. Pero el bueno de Rick no estará sólo: Fred (Jason Sudeikis), un viejo amigo con sus propios problemas conyugales, recibirá otro pase libre. Ambos retomarán sus andanzas de juventud descontrolada, a pura noche, alcohol, drogas y, sobre todo, sexo. Pero descubrirán que no resultará fácil recuperar aquellas costumbres. Como decíamos, en esta película los Farrelly retoman los elementos escatológicos y atrevidos por los que se hicieron famosos. Para que se den una idea, hay planos de penes (el pene de un negro, exactamente, lo que reafirma el archiconocido mito de los negros) y un repugnante “estornudo”. Pero más allá de las simpáticas asquerosidades, la historia es acerca de cómo las personas, una vez que llegan a una etapa de estructura social y familiar —lo que suele llevar a la rutina y el aburguesamiento— extrañan épocas más alocadas e impredecibles. Pero también muestra que, llegada a determinada edad, uno descubre que no está para ciertos trotes, que es difícil comportarse como un muchacho de veinte a los cuarenta años, que no hay con qué darle a la madurez. Una secuencia que ilustra esto a la perfección se da cuando los protagonistas van a hacer la previa a un restaurant, y al terminan de comer, quedan tan llenos que prefieren irse a acostar. Owen Wilson es el actor perfecto para el papel de Rick: el tipo muere por revolcarse con otras mujeres, pero también es un hombre sensible y medido. Un rol que parece reflejar la vida real del comediante de la nariz torcida, ya que de tiempos oscuros pasó a formar una familia. Jason Sudeikis se complementa muy bien con Wilson: su Fred es impulsivo, más decididamente sexópata, y sus arrebatos lo llevarán a pasar momentos terribles para él... pero graciosos para el público. Tampoco se quedan atrás los amigos freaks del dúo, sobre todo Gary, interpretado por el inglés Stephen Merchant (actor y productor de la versión británica de la serie The Office). Christina Applegate, quien encarna de la esposa de Fred, sigue demostrando que nació para hacer comedia. Nicky Whelan es Leigh, la cafetera de la zona y objeto de deseo de Rick. Pero quien se roba sus escenas las pocas veces en las que aparece es Richard Jenkins. El actor nominado al Oscar por Visita Inesperada hace de Coakley, un señor mayor de hábitos nocturnos (un viejo fiestero, bah), que lo sabe todo sobre mujeres y no dudará en aconsejar a Rick y a Fred. Sin ser genial, Pase Libre les alegrará el momento y los llevará a pensar en aquellos años de locura in(sana) junto a vuestros amigos y amantes. Ahora, a esperar el próximo proyecto de los Farrelly: la demorada película de Los Tres Chiflados.
Roberto (Ricardo Darín) no es un hombre feliz. Vive solo, atormentado por traumas de la juventud. Se las arregla en su trabajo como ferretero, donde debe lidiar con clientes y corredores a los que detesta. Casi no tiene amigos y se la pasa encerrado, con sus propios hobbies y problemas. Parece que nadie nada podrá alterar su triste rutina. Pero todo cambia cuando ve cómo un chino es arrojado desde un taxi, donde lo golpearon y le robaron. Pese a no querer meterse, Roberto termina llevándoselo con él. Aunque no hablan el mismo idioma, será el inicio de una extraña relación, que hará cambiar mucho en la cabeza de Roberto. Luego de La Suerte Está Echada, su anterior largometraje, de 2005, Sebastián Borenzstein vuelve con una comedia dramática con mucho de crítica social. No teme mostrar los prejuicios de los argentinos para con los extranjeros, la burocracia en los sectores más poderosos (en este caso, la embajada china) y el abuso de poder que ejercen los “representantes de la Ley”. Borenzstein también escribió un guión preciso, con detalles, corazón, y que por momentos surfea el límite con otro tono de película (Piensen que una vaca cayendo del cielo hace pensar en un tipo de comedia más delirante). Es verdad que las historias de parejas desparejas y choques culturales son muy comunes y los ejemplos abundan. Pero, como suele suceder, la gracia no reside en el qué sino en el cómo, y eso se debe gracias al trabajo del director y del elenco. Ricardo Darín es él actor de cine argentino contemporáneo. Desde hace rato que forma parte del mismo grupo que Federico Luppi, Norma Leandro, Héctor Alterio y Leonardo Sbaraglia; incluso en este momento está por encima de ellos. Darín es una estrella, pura presencia en la pantalla, pero también un actor capaz de asustar, hacer reír, conmover, muchas veces las tres cosas en el mismo film. Su Roberto es un hombre devastado, tan creíble que es imposible no sentir algo por él. En eso ayuda, además, una sutil transformación física: barba crecida, panza, andar cansino... Ignacio Huang interpreta a Jun, el chino que aparece en la ¿vida? de Roberto. Huang está correcto y se complementa muy bien con Darín. Como era de esperarse, las situaciones humorísticas surgen del choque de culturas entre esos dos personajes, sobre todo por parte de Roberto, que odia tener a Jun en su casa. Pero justamente en sus quejas, insultos y nervios alterados termina siendo desopilante. Por su parte, Muriel Santa Ana hace de Mari, una chica del campo que viene a la ciudad para conquistar de una vez por todas a Roberto. Jun será una vía para que la relación por fin pueda concretarse. Muriel está perfecta en su personaje: romántica, bondadosa, un poco ingenua, pero también muy sensual (y sexual). En el elenco también podemos encontrar a Iván Romanelli, conocido diez años atrás por su personaje de El Gordo Liberosky (divertido scketch del canal Much Music) y Vivian El Jaber, otrora integrante de Cha Cha Cha. Un Cuento Chino es uno de los grandes estrenos argentinos del año, y una muestra de que la comedia dramática es un género que le sienta bien a Darín y que gusta al público. Y esperemos que Sebastián Borenzstein no tarde tanto en filmar nuevamente.
Era una de las películas más esperadas de 2011. Los avances no paraban de dejar mandíbulas por el piso. Aquellas imágenes tan asombrosas prometían un gran espectáculo. ¿Cumple Sucker Punch: Mundo Surreal con las expectativas generadas? No, no las cumple: las supera con comodidad. Zack Snyder confirma que es uno de los directores más talentosos y audaces del Hollywood moderno. Esta vez no se basó ni en películas anteriores (El Amanecer de los Muertos) ni en comics (300, Watchmen: Los Vigilantes) ni en libros (Ga'Hoole: La Leyenda de los Guardianes). Ahora parte de un guión suyo, co-escrito con Steve Shibuya. Por supuesto, hay elementos de miles fuentes distintas: la literatura de Lewis Carroll (el director supo decir que SP era Alicia en el País de las Maravillas, pero con ametralladoras), ciencia-ficción, animé, fantasía, números musicales. Pero Snyder mezcla todo esto cual DJ de categoría, obteniendo un producto con identidad propia. Así tenemos a las protagonistas combatiendo contra samuráis demoníacos, robots, soldados y zeppelines de la Primera Guerra Mundial, dragones y guerreros monstruosos como los horcos de El Señor de los Anillos. Los rasgos autorales de Zack S. también aparecen aquí. Otra vez personajes intentando sobrevivir en un contexto que le es adverso (el instituto, devenido en cabaret en el plano imaginativo); otra vez mujeres fuertes, pero con un costado vulnerable; otra vez el cuestionamiento a las autoridades, que son mostradas como brutales y corruptas... Y, sobre todo, la violencia. Esta vez no hay escenas de sexo, aunque la sensualidad del elenco femenino moviliza la libido de cualquiera. Y ya que nombramos al elenco, no tiene desperdicio. Emily Browning es Baby Doll, el personaje principal (un papel originalmente pensado para Amanda Seyfried). Baby sufre en el mundo verdadero, pero en su mente, no teme disparar con ametralladoras ni blandir katanas. El resto de sus compañeras también son pura actitud: Abbie Cornish, quien trabajó con Snyder en Ga'Hoole; Jena Malone, hipersexy y de pelo corto; Jamie Chung, quien reemplazó a Emma Stone, y Vanesa Hudgens, hasta hace poco famosa por su papel en las películas de High School Musical. Carla Gugino interpreta a Madam Gorski, justamente la madama y coreógrafa de las chicas, y que es tan prisionera como ellas. El guatemalteco Oscar Isaac hace de Blue, el siniestro dueño del burdel... con una no menos amable encarnación en el plano real. El siempre subestimado Scott Glenn se luce como el líder de las muchachas en las misiones para reunir los objetos con los que conseguirán liberarse de Blue y ser libres al fin. Y como si fuera poco, Jon Hamm, el Don Draper de la serie Mad Men, actúa unos minutos en un rol del que no conviene hablar demasiado para no revelar información. Otro de los puntos fuertes es la banda sonora. La música incidental está a cargo de Tyler Bates, fetiche de Snyder, pero esta vez tiene como socio a Marius de Vries. Este compositor británico supo darle onda musical a Romeo+Julieta y Moulin Rouge: Amor en Rojo, ambas de Baz Luhrmann. En Sucker Punch, su tarea fue similar a la hecha en aquellos films, sobre todo en Moulin Rouge: readaptar éxitos de otras épocas para adecuarlos al espíritu de la película. Por eso suenan covers de clásicos como “Sweet Dreams”, de Eurythmics; “Where is my Mind”, de Pixies; “White Rabbit”, de Jefferson Airplane; “Tomorrow Never Knows”, de The Beatles… Varios de esos temas están interpretados por Emily Browning. Tampoco nos olvidemos de “Army of Me”, de Björk, que sí suena en su versión original. La gente podrá compararla con El Origen, debido a que también sucede en el mundo de la mente y hay varios niveles de realidades. Pero no hay tantos puntos en común. Nolan armó su película como una de James Bond en el territorio del subconsciente, un producto entretenido y cerebral. SP toma otro camino. Es más un delirio vertiginoso, cool, políticamente incorrecto, visualmente impactante sin ser excesivo. Sí es posible trazar un paralelo con The Fall, de Tarsem Singh —director de La Celda—, en la que un actor convaleciente le relata una historia fantástica a una niña; los personajes y otros elementos de ese cuento aparecen representados por enfermeros y otras personas que rodean a la nena y al narrador. Algo parecido sucede en el film de Snyder. En definitiva, Sucker Punch: Mundo Surreal es dinamita pura y no para de explotar. Un trip de pura acción y maravilla. El colmo de la imaginación elevado a la enésima potencia. Una experiencia única. Como le dice el personaje de Scott Glenn a Baby Doll: “Comienza tu viaje. Si lo haces, serás libre”.
A causa de una enfermedad, Julia (Belén Rueda) está perdiendo progresivamente la vista. Cualquier situación de estrés puede acelerar el camino a la ceguera. Las cosas se ponen peor cuando Sara, su hermana gemela y portadora del mismo mal, aparece ahorcada en el sótano de la casa. ¿Suicidio? No, algo mucho más misteriosos e inquietante. Julia lo sabe y deberá averiguar qué es lo que realmente sucedió. Pero al adentrarse en una red de intrigas y asesinatos, podrá perder la visión... y también la vida. Producida por Guillermo del Toro, Los Ojos de Julia funciona como un giallo. Este subgénero policial —llamado así por el color amarillo de las ediciones de thrillers que se publicaban en Italia (giallo es amarillo en italiano)—, nació en los ’60, gracias a películas como Seis Mujeres para el Asesino, dirigida por Mario Bava. A comienzos de los ’70, Darío Argento se despachó con tres de los mejores exponentes del giallo: El Pájaro de las Plumas de Cristal, El Gato de las Nueve Colas, Cuatro Moscas sobre un Terciopelo Gris y Rojo Profundo. Rasgos característicos: asesinatos violentos y misteriosos; planos subjetivos del homicida, al punto que de él sólo vemos sus manos enguantadas; personajes extraños, potenciales sospechosos, y la identidad del criminal (por lo general, traumado por episodios de su infancia) revelándose en el desenlace. La película de Guillem Morales puede ser comparada con El Gato... ya que uno de los protagonistas (en aquel caso, Karl Malden) es ciego y así y todo debe lidiar con la amenaza. También toma de aquellos films de Argento (sobre todo de Rojo Profundo) el ambiente enrarecido, casi sobrenatural: Julia tiene sueños extravagantes y siniestros, y al ir perdiendo la visión, su mundo se convierte en un territorio de sombras y peligros. En este caso, el director hace un estupendo trabajo a la hora de crear climas y mover la cámara. Un detalle interesante se aprecia en determinado momento de la película, donde por un rato no se muestra la cara de quienes rodean a Julia, de manera que experimentemos lo mismo que ella. Algunas vueltas de tuerca del guión podrán resultar un tanto inverosímiles, pero pueden entenderse justamentesi se mira a la película como giallo, pero en versión española. Belén Rueda regresa al género tras su paso por El Orfanato (también producida por Del Toro) y sigue demostrando que le sienta muy bien este tipo de cine. Sabe hacer creíble sus personajes, sabe dotarlos de esa carga emotiva que por suerte la separa de la típica, vacía y predecible scream queen. Aquí tiene varios retos: interpretar dos papeles, ambos con ceguera, ambos atormentados. La talentosa actriz está acompañada por el excelente Lluís Homar —protagonista de Los Abrazos Rotos, de Pedro Almodóvar—, quien interpreta al marido de Julia, un hombre que permanece a su lado aunque le oculta información. Sin ser una maravilla, Los Ojos de Julia demuestra que España sigue dando cine de género, y de calidad.
Ya desde los ’50, el ataque a Estados Unidos y al mundo por parte de extraterrestres con intenciones de conquista y destrucción servía como una metáfora de la amenaza comunista de aquel entonces. De por sí, las alegorías son parte importante del género de ciencia-ficción. Pero no por eso la películas dejaban de ser, como mínimo, entretenidas. Es verdad que Invasión a la Tierra... tiene una doble lectura marcada: los personajes más heroicos son marines de los Estados Unidos, que en el campo de batalla (Santa Mónica, Los Ángeles) pronuncian frases del tipo “¡Rendirnos, jamás!” y se pone énfasis en el sentido del sacrifico y el compañerismo. Como una propaganda de dos horas. Y hay lugares comunes, empezando por Michelle Rodríguez haciendo de marimacho. De todas maneras, la película es muy entretenida y frenética gracias al estilo cinema verité que le imprime el sudafricano Jonathan Liebesman. Una estética similar a la de los films bélicos de los últimos quince años (a esta altura ya fueron nombradas por todos los medios posibles). También es muy creíble que los Ets pretenden apoderarse de nuestra agua, marcando una gran diferencia con la fallidísima e inverosímil Señales, de M. Night Shyamalan. Además, abundan los casos de grandes películas con ideologías polémicas. Tropa de Élite es considerada profascista (aunque en realidad crítica el accionar de BEPE, las fuerzas policiales de la policía brasileña). Lo mismo sucede con los policiales como Harry el Sucio y las del estilo El vengador Anónimo y Hombre en Llamas. Hasta Top Gun, una publicidad encubierta para alistarse a la Fuera Aérea, sigue funcionando principalmente como una gema pop ochentosa. Invasión a la Tierra... no es una maravilla y es difícil precisar si se convertiré en un clásico, pero bien valía la pena aclarar cierta cuestiones sobre cine e ideologías. (Un genial y atípico ejemplo de film sobre batalles de humanos contra alienígenas es Invasión —título argentino de Starship Troopers—, dirigida por el holandés Paul Verhoeven, en la que se satiriza ferozmente el universo militar en el que viven los protagonistas, uno de ellos nativo de Buenos Aires). Sin dudas, uno de los puntos altos es Aaron Eckhart. Su personaje es un marine peso pesado que carga con terribles culpas por una misión fallida en Irak. En las pocas escenas en las que no hay tiros ni explosiones ni persecuciones (incluso dentro de esas mismas partes) este gran actor sabe darle humanidad y carácter a su rol. No importa el film, que Eckhart sabe darle credibilidad. Invasión a la Tierra... puede ser comparada con otro opus reciente, muy similar, también ambientado en la mencionada ciudad de California: Skyline: La Invasión. De hecho, sus directores, Colin y Greg Strause, trabajaron en los efectos especiales de la obra de Liebesman, y casi se desayunan un juicio por parte de Sony. Sin embargo, el tono es distinto. Skyline tiene un espíritu más trash, menos propagandista, y está contada desde personas comunes y corrientes tratando de escapar. Más allá de controversias y comparaciones, Invasión a la Tierra... demuestra que el de las invasiones marcianas sigue siendo uno de los subgéneros más populares del cine fantástico.
Argentina, como el mundo en general, siempre parece al borde del Apocalipsis. Pero ninguna película nacional había mostrado cómo se produciría el the end definitivo ni cómo la gente se las arreglaría para lidiar con eso. Fase 7 juega con el “¿Qué pasaría sí...?”, y lo hace mezclando ciencia-ficción, thriller de suspenso y comedia. Una mezcla exitosa, que recuerda al cine de Álex de la Iglesia, aunque sin tantos excesos. Pero la mayor influencia en la película es la obra de John Carpenter. No hay citas ni homenajes descarados, pero sí desde el argumento y la música (minimalista, inquietante) se captura el sabor de algunas de las mejores creaciones del director estadounidense. Hay personajes encerrados ante el avance de una amenaza exterior —en este caso, una gripe mortífera—, y que deben hacer a un lado sus diferencias para salir de esa situación, como sucede en Asalto al Precinto 13. Sin embargo, pinta la paranoia, no se sabe quién está enfermo y los vecinos pierden el control, igual que los científicos de El Enigma de otro Mundo. Tenemos un personaje antiheroico, un rudo que cuestiona el sistema y el fiel a sus ideales sin importar las consecuencias, al estilo Snake Plissken (Kurt Russell) en Fuga de Nueva York. Y aparece una crítica implícita a las autoridades y su accionar frente a situaciones extremas: resultan dañinas a propósito o por su propia inutilidad. Algo que pasa mayormente en Sobreviven. Se nota que el director debutante Nicolás Goldbart es fanático de Carpenter, y también de George A. Romero, ya que también podemos encontrar en Fase 7 un fuerte paralelismo con sus películas de zombies: nosotros, los seres humanos, resultamos siendo peores que el monstruo que quiere devorarnos; que las situaciones más desesperantes pueden revelar lo más podrido de cada uno. Además, lo que también Goldbart aprendió de grandes como Carpenter y Romero es el sentido del “entretenimiento que te hace pensar” (lo que esa expresión signifique) y que menos es más. Con pocas pinceladas, nos muestra un país y un planeta al borde de la extinción, donde quienes aún no enfermaron se roban y se matan entre sí, donde las calles permanecen mugrientas y desiertas. Como la película se desarrolla generalmente dentro del edificio, sabemos lo que sucede afuera por los noticieros, por recortes periodísticos y por lo que se puede ver mirando por la ventana o desde la terraza. Otro de los puntos fuertes pasa por las actuaciones. Si bien Daniel Hendler y Jazmín Stuart están muy bien, quien se roba la película es José Carlos Guridi, mejor conocido como Yayo. El humorista cordobés, famoso por sus trabajos en televisión, interpreta a Horacio, un duro dispuesto a la violencia con tal de sobrevivir; un hombre desconfía de todos, menos de Coco (el personaje de Hendler), con quien forma una improbable pero divertida dupla... hasta cierto punto. Es verdad Yayo es responsable de la mayoría de las salidas cómicas, pero también es convincente cuando se pone serio. Incluso llega a asustar. Siguiendo con los actores, Federico Luppi no se queda atrás en su rol de Zanutto, un anciano amable pero que no está dispuesto a los ataques de sus vecinos. Horacio, Coco y Zanutto participan en las mejores y más tensas escenas del film. Fase 7 es otra muestra de que el cine de género en Argentina está pasando por un momento muy interesante, y que Goldbart es un director a seguir. Veremos qué nos dará en el futuro. En tanto, esperemos no matarnos entre nosotros.