Aballay

Crítica de Matías Orta - A Sala Llena

Aunque no lo parezca, hay varias y buenos exponentes de westerns argentinos. Desde La guerra gaucha hasta Juan Moreira, pasando por la paródica Los irrompibles, el cine nacional supo utilizar códigos del que fuera considerado el género estadounidense por excelencia.

Pero la mejor exponente llega ahora con Aballay, el Hombre sin Miedo.

Siglo XIX. Años después de presenciar el asesinato de su padre, Julián (Nazareno Casero, soberbio como siempre) sale a vengarse de los asesinos. No tardará en descubrir que Aballay (Pablo Cedrón), el líder de los forajidos, dejó la violencia tras aquel episodio y decidió no bajarse de su caballo. Su sentido de la culpa es tal que los lugareños lo consideran un santo. Pero el pasado se niega a quedar en el olvido, y pronto volverá a correr sangre.

Basada en el cuento de Antonio DiBenedetto, Aballay posee la esencia y la fuerza de los clásicos de Far West, como los film de John Ford y hasta los spaguetti westerns, principalmente los de Sergio Leone. Allí están los planos generales (ya no de Monument Valley, pero sí de los hermosos cerros de Tucumán, donde se filmó la película); allí están los atracos a diligencias; allí están los personajes intentando sobrevivir en una tierra sin leyes, pero donde subsisten los códigos... hasta cierto punto. También hay elementos de tragedia, ya que Julián está al borde de convertirse en lo que más odia.

Fernando Spiner vuelve a demostrar que es un conocedor de los géneros cinematográficos y que sabe reinterpretarlos de un modo argentino. Ya lo había hecho con la ciencia-ficción, en La sonámbula y Adiós, querida Luna.

En cuanto al brillante elenco, además de Cedrón y Casero brillan Claudio Rissi como El Muerto, temible y amoral gaucho, otrora esbirro de Aballay. Moro Anghileri se luce como Negro, el interés romántico de Julián, la única que evita la deshumanización del muchacho. En roles secundarios pero interesantes aparecen Luis Ziembrowski (matón aliado de Aballay), Gabriel Goity (un sacerdote español) y Horacio Fontova (curandero cordobés).

La película demuestra que las historias gauchescas no murieron con Martín Fierro y Don Segundo Sombra, y que el cine de género en Argentina está pasando por un momento más que interesante.