Traten de ir descansados a ver la nueva versión de The Boogeyman, o, como le pusieron acá, Boogeyman: Tu miedo es real. El café en las venas es necesario para no dormirse ante los planos con poca luz que se suceden con ese profesionalismo técnico que a veces se confunde con calidad cinematográfica. La película dirigida por Rob Savage está basada, como otras, en El coco, el cuento de Stephen King recopilado en el libro El umbral de la noche, y cuenta con un elenco relativamente talentoso, como Sophie Thatcher en el papel de Sadie Harper, Vivien Lyra Blair como la pequeña Sawyer Harper y Chris Messina como Will Harper, el padre psiquiatra y viudo que trata de superar la reciente pérdida de su mujer. Un buen día llega a casa de los Harper un tal Lester Billings (David Dastmalchian) para pedirle ayuda psiquiátrica a Will, y para confesarle que mató a sus tres hijos (si no leyeron el cuento de King, háganlo porque es genial). Ante la incómoda situación, Will llama a la policía para informar sobre el extraño Lester, quien trae consigo un fantasma que queda en la casa para aterrorizar a la familia, fundamentalmente a las niñas. En principio, la película es sobre el duelo, sobre lo tormentoso y terrorífico que puede ser perder a un miembro importante de la familia. Tanto la adolescente Sadie (quien además es maltratada por sus compañeras en el colegio) y la niña Sawyer tratan de sobrellevar el duelo como pueden, con la ayuda y la compañía del padre Will, quien también hace lo que puede. Savage no es del todo fiel al cuento, ya que es de los que creen que las adaptaciones no tienen que respetar el espíritu de la fuente. El problema es que no toda película bien hecha (a nivel técnico) es buena. Esta está bien realizada, pero es apenas buena porque su terror se sostiene en la trillada fotografía con poca luz y en la construcción de un suspenso que se desarrolla a fuego lento mientras se dosifican los sustos. El juego con las luces que se prenden y se apagan y esa pelota luminosa que se desplaza por debajo de la cama para alumbrar son recursos que no están mal, pero que cansan al ser tan mecánicos, como si a los responsables no se les ocurriera otra manera de representar el terror. Boogeyman: Tu miedo es real tiene muchas escenas bajo la luz de las velas, como si más que buenos técnicos y guionistas, necesitara electricistas. Aburre un poco que los focos se rompan para justificar una oscuridad que, a veces, no pide estar en la película y que no necesariamente significa atmósfera o clima acorde a la situación. Sin embargo, es un digno exponente del subgénero de hombres de la bolsa monstruosos y del subgénero que lleva libros o relatos de Stephen King a la pantalla grande. King es garantía de éxito, por más fallidas que sean sus adaptaciones. Su genio siempre es más poderoso que la falta de creatividad de quienes lo adaptan. Es por eso que Boogeyman: Tu miedo es real funciona, además de mantener el suspenso con personajes que tratan de huir del monstruo y que aprenden a cerrar la puerta del placar antes de ir a dormir.
Decir que Spider-Man: A través del Spider-Verso es brillante es poco, ya que la película basada en el personaje de Marvel Comics, Miles Morales, no se conforma con su perfección técnica y entrega un velado y demoledor diagnóstico del estadio actual de la modernidad, a través del dilema que se le plantea al superhéroe protagonista. Dirigida por Joaquim Dos Santos, Kemp Powers y Justin K. Thompson, y escrita por Phil Lord, Christopher Miller y Dave Callaham, esta secuela de la también magnífica Spider-Man: Un nuevo universo (2018) engancha con su ritmo frenético y con su capacidad para contar una historia de más de dos horas sin permitir que ningún elemento desentone, poniendo en escena a personajes tan magnéticos como bien diseñados, que se mueven en el colorido multiverso del Hombre Araña para que Miles (voz de Shameik Moore en la versión original), el Spider-Man de Brooklyn, impida que su némesis La Mancha (voz de Jason Schwartzman) haga estragos. La historia se ubica un año y medio después de los eventos de la anterior película, y con una formidable introducción a cargo de Gwen Stacy (voz de Hailee Steinfeld), que es como estar pasando las páginas de un cómic en una sala de cine, nos presenta la actualidad de Miles, quien aún no le dijo a sus padres que es Spider-Man. Miles sigue enamorado de Gwen y un buen día la joven se le aparece en su pieza y lo convence de completar una misión para salvar cada universo de las maldades del inexperto enemigo. El costado político de la animación asoma sus narices cuando Miguel O’Hara (voz de Oscar Isaac), líder de la sociedad arácnida, le dice a Miles que no debe romper el canon del Spider-Verso, porque de ese modo se convertiría en una anomalía, y que, por lo tanto, tiene que elegir entre salvar a la gente o a sus seres queridos, recordándole que ser un superhéroe es un sacrificio. Sin embargo, la postura de Miles es firme: quiere salvar a su familia y a la gente, ¿por qué no? ¿Quién lo impide? Y ahí entra el elemento político, porque O’Hara representa las reglas del Spider-Verso, mientras que Miles propone romperlas diciéndole que se puede salvar a todos. En un momento, un personaje responde, irónicamente, “es una metáfora del capitalismo” cuando otro le pregunta qué es eso que hace La Mancha. En ese chiste, que se burla de los que decodifican todo como si se tratara de una referencia al sistema, está la clave de la película. Conscientes o no, los guionistas ponen esa frase porque la intención es que dé a entender lo contrario de lo que insinúa la ironía, es decir, que efectivamente todo se trata del capitalismo. Y lo que confirma esta lectura es cuando Stacy dice “¿o sea que nosotros (los del Spider-Verse) somos los malos?”. Claro que sí, porque son los que respetan las reglas del multiverso, mientras que Miles propone romperlas, ser la anomalía. Visualmente hipnótica, con muchísima información y con un conocimiento de la historia de los cómics y de los personajes como ninguna otra película demostró hasta ahora, Spider-Man: A través del Spider-Verso es una combinación perfecta de rigor teórico y calidad estética, de entretenimiento y subtexto político, una lección de animación moderna y de cómic llevado a la pantalla grande, una clase de filosofía política y de crítica cultural, una obra maestra para pocos que merece ser para muchos.
La versión live action (acción real) de La sirenita, dirigida por Rob Marshall y escrita por David Magee y Jane Goldman, es otro logro de Disney, que hace algo novedoso con un personaje que viene cautivando al público desde 1989, cuando la historia de la sirena Ariel fue llevada al cine por primera vez en una versión animada y basada libremente en el cuento de hadas de Hans Christian Andersen escrito en 1837. Una de las principales virtudes de esta nueva versión es que combina sus elementos de manera efectiva y milimétricamente calculada, uniendo fantasía y realismo con una historia de amor que estalla desde el océano sin esquivar las exigencias inclusivas de los grandes estudios, a las que les saca provecho para hacer que todo sea más conmovedor. La sirenita de Marshall logra una combinación perfecta de musical, humor, drama, aventura y efectos especiales que no empalagan ni quiebran el realismo fantástico de la película, y presenta a los personajes como nunca antes se los presentó, encarnados por actores que se mezclan armoniosamente con personajes creados con CGI. Ariel, protagonizada por Halle Bailey, es la hija menor (y la más rebelde) del Rey Tritón (Javier Bardem), gobernante del reino submarino Atlántica. Ariel es la única que se muestra interesada en el mundo de los humanos, y la única dispuesta a salir de su zona de confort para ir a espiarlos mientras andan en sus barcos. Es así como conoce al joven y apuesto príncipe Eric (Jonah Hauer-King), cuyo barco pierde el control en el medio de una fuerte tormenta y se hunde en el mar. Ariel salva a Eric y se enamora profundamente. Y Eric, aún inconsciente, sabe que alguien lo salvó, pero no sabe quién, y así empieza la búsqueda de su salvadora desde su reino, en el que vive con Sir Grimsby (Art Malik), su mayordomo y confidente, y la Reina Selina (Noma Dumezweni), su madre. Por su parte, Ariel empieza a hacer todo lo posible para volver a ver a Eric (a pesar de las prohibiciones de su padre), siempre acompañada por sus amigos inesperables, el cangrejo Sebastián (voz en inglés de Daveed Diggs), el pez tropical Flounder (voz de Jacob Tremblay) y la alcatraz común Scuttle (voz de Awkwafina). Las ganas de Ariel de conocer a Eric la llevan a hacer un trato con la bruja del mar Úrsula (Melissa McCarthy), quien le quita la voz y le da piernas para que se pueda hacer pasar por humana en el mundo de Eric. Además, Ariel le tiene que dar un beso al príncipe antes de que se cumplan tres días, de lo contario, vuelve a convertirse en sirena, pero esta vez obedeciendo a Úrsula, quien quiere apoderarse de Atlántica. La sirenita se trata, en el fondo, de las ganas de amar por primera vez. La tensión amorosa que hay en la primera escapada que hacen Ariel y Eric es uno de los grandes logros de la película, porque deja en claro que el asunto va del despertar de ese sentimiento y de lo maravilloso que es cuando se siente por primera vez. Las barreras creadas por la cultura se disuelven cuando se enciende la chispa del deseo amoroso. De ahí que La sirenita siga siendo una fantasía romántica clásica y progresista. Los planos finales son un triunfo de la inclusión, de la comprensión y del amor, con un Tritón aceptando el destino de su hija porque entiende que para el amor no hay especies, no hay géneros, no hay ideologías.
Pasaron más de 20 años de la primera Rápidos y furiosos (2001) y la transformación positiva que sufrió la saga capitaneada por Vin Diesel es notoria. El actor se convirtió en una figura clave del cine de acción gracias a su personaje de Dom Toretto, hecho a la medida de una industria que es mucho más contestataria y disruptiva de lo que el lugar común del prejuicio cree. Rápidos y furiosos X es la primera parte de la décima y última entrega de la franquicia. El elenco original se mantiene inalterable (hasta el fallecido Paul Walker aparece unos minutos), se incorporan nuevos nombres y reaparecen otros fundamentales, como el de Jason Statham, John Cena, Charlize Theron, Rita Moreno y Helen Mirren. La esencia y el espíritu de la saga también se mantienen. El equipo de Toretto sigue defendiendo a los suyos y luchando contra el enemigo de turno, que esta vez está interpretado por Jason Momoa, quien hace del demente Dante Reyes, hijo del mafioso y narcotraficante Hernán Reyes, el villano al que matan en la quinta parte (de 2011). El plan de Dante lleva a los del bando de Toretto por distintas ciudades del mundo, como Roma, Londres y Río de Janeiro (y hasta la Antártida), siempre con largas y espectaculares persecuciones explosivas, clases magistrales del desplazamiento a toda velocidad con piruetas que se entienden a la perfección. Dante no quiere matar de entrada a Dom, ya que primero lo quiere hacer sufrir. El sadismo y la crueldad de Reyes están interpretados con desparpajo por un Momoa suelto, perverso y juguetón, que se divierte con el personaje. Tampoco faltan los autos tuneados, que son como los superpoderes de los personajes, sobre todo de Toretto, quien tiene que salvar a su hijo y a su mujer, porque la familia está por sobre todas las cosas, valor inamovible del personaje y de la saga. Rápidos y furiosos X está escrita por Justin Lin y Dan Mazeau y tiene como director a Louis Leterrier, quién agarró las riendas tras la renuncia de Lin. Leterrier entiende cómo tiene que hacer las cosas y descomprime el exceso de situaciones disfrutablemente ridículas que caracterizó a las dos entregas anteriores, incorporándole secuencias de acción más concentradas y efectivas. El director le dedica tiempo a cada grupo de personajes, los desarrolla, les da la importancia que se merecen. Allí están los amigos Roman (Tyrese Gibson), Tej (Ludacris), Ramsey (Nathalie Emmanuel) y Han (Sung Kang), quienes realizan parte de la misión en Londres. También se le dedica tiempo a Cipher (Charlize Theron), quien pasa a ser una aliada, y al tío Jakob (John Cena), quien tiene que proteger al pequeño Brian (Leo Abelo Perry). Y a Letty (Rodriguez), claro, quien tiene su pelea cuerpo a cuerpo con Cipher. Además, está el momento de la carrera en Brasil, en el que aparece Isabel (Daniela Melchior), quien también tiene su historia. La película tiene humor en su justa medida y, por suerte, no cae en la gravedad dramática de Tortetto y en su mambo con la familia y el pasado. Leterrier se concentra en el despliegue de la acción y lo único que se le puede reprochar es que al personaje de Mia (Jordana Brewster) lo olvida un poco. Rápidos y furiosos X se ajusta al universo mítico de la saga. Diesel/Toretto se arroja de cabeza al género, salta al vacío en su auto y todo es libertad, espectáculo, entretenimiento, adrenalina y cine de acción en estado puro y duro.
Una película casi nunca trata de lo que está contando, porque si no sería pura literalidad, y una película es mucho más que lo que vemos en pantalla. Las películas de género casi siempre están tratando de contar algo más, algo que corre por debajo de la historia aparente, y eso que corre por debajo es, a veces, mucho más interesante que lo explícito. Cría siniestra es el prometedor debut de la directora finlandesa Hanna Bergholm, una ópera prima que retoma el tema del doppelgänger (vocablo alemán para definir el doble o sosias malvado de una persona viva) con un manejo preciso de la puesta en escena y con una lograda mezcla de horror body y terror psicológico, y con un guion que, a pesar de algunos detalles ilógicos, entrega momentos que sorprenden gracias a la plasticidad de los efectos especiales y a un suspenso que se cuece a fuego lento. En contra se puede decir que esa precisión, esa prolijidad y esa pulcritud de la imagen atentan contra la película y la tornan aséptica, como si no quisiera embarrarse (hasta los vómitos de la pequeña protagonista y los líquidos pegajosos del monstruo huelen a limpio). Es decir, le falta suciedad y animarse a dar un paso más que el que marca la fórmula del género (un indicador de esto es cuando la niña protagonista baña al monstruo, lo mismo que hace la película con el subgénero que aborda). La historia se centra en una familia de clase media alta de Finlandia que intenta vivir en una superficialidad ejemplar, de felicidad impostada, con mamá radiante y joven (Sophia Heikkilä), papá inexpresivo y obediente (Jani Volanen) y con dos hijos hermosos: Tinja (Siiri Solalinna), la niña gimnasta, y el pequeño Matias (Oiva Ollila), el consentido del padre. La madre es “creadora de contenidos” y graba su vida cotidiana para subirla a las redes. Tinja hace gimnasia artística con barras asimétricas y trata de complacer a su madre exigente, quien la filma en los entrenamientos y la reprende cuando no logra el salto perfecto. En el inicio vemos cómo un cuervo entra al living de la casa y destroza todo. Cuando la niña lo atrapa, la madre lo mata y le dice que lo tire en el tacho de la basura. Tinja queda impresionada con el pájaro y a la noche decide ir a sacarlo del basurero, momento en el que descubre un huevo que lleva a su pieza para criarlo. Con el tiempo, el huevo crece hasta que de su interior sale un pajarraco antropomórfico monstruoso. Con un logrado y grotesco diseño, el bicho empieza una relación de amistad y compañerismo con la niña, lo cual hace que la película se vaya, por un instante, al terreno de la comedia familiar con monstruo. Ambos viven en el cuarto de Tinja y están cada vez más unidos, lo que la directora aprovecha para introducir el juego del doble. La película pretende decir, por debajo, que las familias que viven en una burbuja de irrealidad, y que quieren que sus hijos alcancen la perfección, pueden crear monstruos. Sin embargo, no basta con que sea una película bien hecha y que tenga un villano aterrador y logrado. A Cría siniestra, que recuerda a El cisne negro, de Darren Aronofsky, le falta arriesgarse y atreverse a más. Aun así, tiene momentos que justifican la entrada al cine.
La vuelta de James Gunn a Marvel (después de haber sido cancelado y despedido, y de haber dirigido El escuadrón suicida para DC) le hace tanto bien que tendría que seguir haciendo Guardianes de la Galaxia todas las veces que quisiera. En el Volumen 3 se encarga nuevamente del guion y la dirección y demuestra que puede darle a la saga un toque personal y una onda como ninguna otra película de superhéroes tiene, además de conjugar a la perfección el carisma de sus personajes con secuencias de acción que ponen en el centro de la escena al humor y a la música. La historia gira alrededor de Rocket, el personaje del mapache (cuya voz en inglés pertenece a Bradley Cooper), al que si le sacamos las dos últimas letras queda en un contundente Rock, porque siempre en las buenas películas importa más lo subrepticio (lo que está entre líneas) que la historia que vemos en pantalla. Si seguimos el subtexto podemos afirmar que Guardianes de la Galaxia – Volumen 3 es sobre salvar al Rock(et), y es también la despedida del grupo tal como lo conocemos, o quizás no, porque Marvel se las ingenia para seguir sorprendiendo con la vuelta de personajes que mueren o que prometen no regresar. Y todo parece ser que de Rocket va el asunto, ya que muestra su origen, cómo lo crearon y lo mantuvieron enjaulado en la compañía Orgocorp, una especie de gran laboratorio en el que se experimenta con animales para, supuestamente, perfeccionarlos con intervenciones y modificaciones genéticas que los dejan como Frankenstein en versión animal. Los Guardianes están reunidos en Knowhere, su cuartel general, hasta que una noche son atacados por Adam Warlock (Will Poulter), quien quiere llevar a Rocket a su creador (y villano de turno), el Alto Evolucionador (Chukwudi Iwuji). En la furiosa pelea, Rocket queda gravemente herido y Peter Quill (Chris Pratt) y el resto de Guardianes tratan de reanimarlo, pero no pueden porque el mapache tiene incrustado un interruptor de muerte, lo que hace que el grupo decida viajar al Orgoscopio, la sede de Orgocorp, para encontrar el código de anulación del interruptor y recuperar el archivo personal del amigo moribundo. De este modo, Guardianes de la Galaxia – Volumen 3 se convierte en una aventura para salvar a Rocket, que es también el Rock, y esta lectura se apoya en indicadores que la película esparce a lo largo de sus dos horas y media, partiendo de la base de que el título es “Volumen 3″, como un disco, además de la afición a la música tanto de Rocket (cuyo nombre está inspirado en la canción de Los Beatles, Rocky Raccoon) como de Peter Quill, quienes siempre andan escuchado clásicos del rock. Las palabras rock y Rocket están juntas en un filme con la impronta del director y su melomanía exquisita, que incluye canciones de Radiohead, Beastie Boys, Rainbow, The Replacements, Bruce Springsteen, The Florence + The Machine, entre otras. Y todo al compás de escenas de acción con una estética que se parece al interior de un organismo vivo, con paredes gelatinosas y personajes grotescos. James Gunn firma (y filma) una maravillosa carta de amor al rock, al que quiere mantener como es, con sus defectos y virtudes, sin tocarlo, porque el rock, al igual que Rocket, es un animal deforme, un híbrido, un injerto valiente y rebelde. Viva el rock, viva Rocket. Y ojalá Gunn siga al mando de la franquicia.
Los créditos finales de Los Caballeros del Zodiaco: Saint Seiya – El inicio son tan largos que no queda más que preguntarse por qué si hay tantas personas detrás, entre técnicos, especialistas y artistas, ninguna fue capaz de advertir que estaban haciendo una película del montón, que no será recordada ni siquiera por el fan menos exigente del animé en el que está basada. Este reinicio de los personajes creados por Masami Kurumada es una trillada película industrial de fórmula, sin nada novedoso, sin nada creativo, sin nada que se salga de lo ya hecho en piloto automático por grandes productoras, lo que a esta altura significa una falta de respeto total a su público, a quien lo subestima con peleas y personajes que parecen diseñados por un niño de jardín de infantes. El filme dirigido por Tomasz Baginski y realizado por el estudio japonés Toei Animation, entre otros, incurre en todos los lugares comunes del género y mezcla la acción, la aventura y la fantasía sin demasiado éxito, además de contar con personajes superpoderosos que apenas se destacan por su destreza para las peleas, lo que la emparenta con las películas de superhéroes. La historia se remonta a los tiempos en los que la diosa griega Athena cae a la Tierra y reencarna en un bebé para proteger a la humanidad de las fuerzas del mal. La niña se convierte en la joven Sienna (Madison Iseman), quien crece con sus padres adoptivos, Alman Kido (Sean Bean) y Guraad (Famke Janssen). Sienna necesita encontrar a los guerreros que la protejan, sobre todo de Guraad, quien se convirtió en su enemiga número uno y quien quiere el “Cosmo”, ese poder que tienen los dioses y que solo algunos pocos guerreros lo poseen. Por otro lado, está el joven luchador callejero (y huérfano) Seiya, interpretado por el actor japonés Mackenyu, quien demuestra una habilidad tremenda para las peleas en jaulas, y que tiene el Cosmo, al que descubrió cuando vivía con su hermana mayor, quien se encargaba de cuidarlo antes de que Guraad la secuestrara creyendo que era ella la que tenía la energía poderosa. Alman, con la ayuda de su compañero Mylock (Mark Dacascos), encuentra a Seiya en una pelea con Cassios (Nick Stahl) y lo lleva a su isla para entrenarlo y para que proteja a Sienna, porque sabe que Seiya tiene el Cosmo y que es uno de los futuros Caballeros del Zodiaco. Seiya aprende a sacar su armadura (la armadura de Pegaso) y a manejar su energía interior con una guerrera enmascarada en una montaña donde se entrenan los guerreros. Es muy difícil que los fanáticos de Los Caballeros del Zodiaco salgan contentos con este producto desangelado. El cine tiene la obligación de alejarse de la fórmula remanida e intentar algo nuevo, que no solo entretenga, sino que también aporte algo original a la tradición del género. Hay algunas escenas con un gran despliegue de efectos especiales y un par de peleas que se disfrutan. Pero en general es una pieza cansadora, que pierde puntos en sus momentos dramáticos y, sobre todo, cuando coquetea con la historia romántica entre Seiya y Sienna.
Cualquier director que haya incursionado en los grandes géneros cinematográficos quiere hacer en algún momento de su carrera, aunque sea en el tramo final, su película/homenaje al cine negro y al subgénero de crimen ambientado en Los Ángeles, en lo posible en la década de 1930, y recurrir a Chandler como inspiración y a Hitchcock como guía para resolver la trama. En Sombras de un crimen, el irlandés Neil Jordan (El juego de las lágrimas, Entrevista con el vampiro) se prueba en este género (después de haber hecho muchas películas que lo avalan como artesano con talento) y elige al veterano Liam Neeson para interpretar al detective Marlowe, quien tiene que investigar la desaparición de Nico Peterson (François Arnaud), actor de Hollywood y examante de Clare Cavendish (Diane Kruger), una de esas típicas rubias del cine negro, hija y heredera de la glamorosa Dorothy Quincannon (Jessica Lange), la otra femme fatale de la película. Clare sospecha que Nico no está muerto, por eso le encarga a Marlowe que lo busque, que averigüe por qué desapareció de un día para el otro y por qué fingió un accidente a la salida de un club nocturno, cuando un auto, supuestamente, lo pasó por encima. Los personajes empiezan a desenvolver los característicos diálogos de un género con reglas bien marcadas, como la búsqueda sin descanso del detective mientras recolecta datos, sigue pistas y entrevista a personajes cada vez más oscuros, quienes dejan en evidencia la corrupción de la ciudad y el peligro que significa meterse con ellos. A Nico aparentemente lo atropellaron a la salida de un club y nadie sabe por qué. El personaje forma parte de la industria del cine, es un actor secundario, casi desconocido, y todo indica que está en el negocio ilegal de estupefacientes, que involucra a personas poderosas. El policial con detectives es un género apasionante y se basa principalmente en los diálogos y en la acción, distribuidas con moderación. El encargo de buscar a alguien (o averiguar los motivos de su muerte) es la excusa para recorrer los márgenes de una ciudad con mucho para ocultar. Jessica Lange fluye en su papel de madre competitiva, cuya elegancia y carácter la convierten en una mujer imponente. Y Diane Kruger resuelve de manera práctica su personaje, quien trata de conquistar la confianza (y algo más) de Marlowe. Esto permite que el detective interactúe con ambas mientras despliegan sus armas de seducción y su inteligencia para sacar y esconder información. Jordan se apoya en la novela de John Banville, La rubia de los ojos negros, para hacer una película respetuosa de los códigos y las reglas del género, que pretende ser un canto de amor al cine negro y a la literatura de detectives. El director también le guiña el ojo a Hitchcock, a quien reconoce como un maestro para resolver la trama, y a Los Ángeles, una ciudad que ya es un género en sí mismo. Sombras de un crimen tiene momentos en los que los personajes se lucen con diálogos directos e ingeniosos, pero la mayoría de las escenas son predecibles y le falta fuerza y efectividad para redondear el misterio. La salva la presencia de Neeson, quien se pone al hombro una película un tanto mecánica y siempre al borde del aburrimiento. Aunque sin caer en él.
Sam Raimi escribió y dirigió las dos primeras Evil Dead en la década de 1980 y en 1992 estrenó El ejército de las tinieblas, tercera parte camuflada de una saga con personalidad y algunas características particulares, como la prioridad del humor, la cámara subjetiva hiperquinética y las miradas desorbitadas de Ash, el personaje de Bruce Campbell. Eran comedias de terror que reunían la desfachatez, el desenfado y la libertad que la época y el bajo presupuesto permitían. En 2013, el uruguayo Fede Alvarez resucitó la franquicia con un reinicio que ajustaba algunos aspectos técnicos y afinaba las incoherencias que arrastraba la saga bajo el argumento de que los detalles no importan porque lo importante es la sangre empapando el rostro de los personajes mientras cortan cuerpos con una motosierra. Diez años después de aquella incursión rescatista de Alvarez, el director Lee Cronin hace la quinta parte, ya muy alejada de la original de 1981 pero siempre respetando su esencia. Sin embargo, Evil Dead: El despertar no tiene mucho más para ofrecer que el consabido desparramo atolondrando de hemoglobina para contentar a los fanáticos. La película tiene el típico prólogo con matanza ubicado un día posterior a la acción central, desarrollada un día antes para desembocar en el comienzo. La historia tiene como protagonistas a las hermanas Beth (Lily Sullivan) y Ellie (Alyssa Sutherland), quien tiene tres hijos: la pequeña Kassie (Nell Fisher) y los adolescentes Bridget (Gabrielle Echols) y Danny (Morgan Davies), aficionado a pinchar vinilos. Ellie acaba de ser abandonada por su pareja y Beth es plomo de una banda de rock y está embarazada, lo que la lleva a ver a su hermana, quien vive en un edificio enorme que se ve sacudido por un temblor que parte el subsuelo, justo cuando los niños se encuentran en el garaje. Ahí es cuando el joven Danny descubre, en una grieta abierta por el temblor, un misterioso libro y unos discos en los que voces siniestras advierten sobre el peligro del llamado “libro de los muertos”, al que Danny abre sin querer. Por supuesto, el demonio sale y posee a Ellie, quien se va a encargar de perseguir a todos para matarlos. La película se circunscribe a este espacio (el departamento de Ellie y el edificio), en el que los personajes corren por pasillos y ascensores con poca luz (lograda y terrorífica fotografía a cargo de Dave Garbett). Lo mejor del filme es el subtexto. Beth está embarazada y es como si la película nos dijera que eso significa el advenimiento de una posesión infernal. Sin embargo, la acción, los sustos, las matanzas tapan esa línea secundaria, que no llega a quedar del todo clara. Escudada en el supuesto respeto al espíritu libre de las originales, Evil Dead: El despertar se permite ciertas inconsistencias lógicas que molestan, aunque se entiende que es parte del juego y del sentido de estas películas, en las que la abundancia de sangre y las mutilaciones tienen que ser la prioridad. El filme de Cronin hace del idiotismo la convención de la saga que hay que homenajear. Y hace del “qué me importa” el guiño para los amantes del terror con espíritu clase B. Es un entretenimiento ideal para ver en cine con amigos porque tiene mucho de fiesta cinéfila de género. Pero es una fiesta cansina y de fórmula, a la que ya asistimos cientos de veces.
Las comparaciones son odiosas, pero cuando se trata del subgénero de exorcismos es imposible no poner como ejemplo a El exorcista (1973), la obra maestra de William Friedkin, quien inauguró y agotó el subgénero con una sola película: allí están sentadas las bases, perfeccionados los lugares comunes y abordados con seriedad los temas teológicos, morales y filosóficos. Es una película inabarcable y completa, aprobada con cinco estrellas tanto por Dios como por el Diablo. Con este inevitable y tremendo antecedente, lo que se puede decir a favor de El exorcista del Papa, la película en la que Russell Crowe interpreta al padre Gabriele Amorth, el exorcista oficial del Vaticano (hasta su muerte en 2016), es que transita los tópicos del subgénero con cierta convicción y se permite algunas innovaciones en la historia, aunque abusa del formulismo y los efectos especiales en el tramo final. El director Julius Avery se basa en dos libros de Amorth que narran sus experiencias como exorcista para hacer algo profesional y entretenido, logrando algunas escenas que sugestionan y otras en las que se luce el corpulento Crowe, cuyo personaje no para de tirar chistes que distienden la trama. Sin dudas, el carisma del actor salva una película llena de giros y recursos trillados. La primera media hora es muy interesante, es decir, cuando se presenta al padre Amorth y a la familia que será víctima de la posesión: Julia (Alex Essoe), la madre que perdió al marido, y Henry (Peter DeSouza-Feighoney) y Amy (Laurel Marsden), los hijos adolescentes, quienes se mudan a una antigua abadía en España con un oscuro pasado que se remonta a los tiempos de la Inquisición. Es en este tétrico lugar donde el pequeño Henry será poseído por un poderoso demonio. En el prólogo vemos cómo Amorth despliega su método y sus trucos para exorcizar. Allí se ve una relativa incredulidad en el padre, pero su fe es inquebrantable y sabe que, aunque no todos los casos son exorcismos, el Mal existe y hay que tener cuidado. Crowe es un actor con mucha presencia y dominio del plano, y aporta diálogos graciosos mientras respeta los clichés del guion. El jefe de Amorth es el papa, interpretado por el legendario Franco Nero (si bien no se dice, el personaje es el de Juan Pablo II, ya que la película está ambientada en la década de 1980), quien le designa el caso de Henry y le asigna como ayudante al joven e inexperto padre Esquibel (Daniel Zovatto), quien cumple como secundario en la lucha contra el demonio de turno. El problema es que no queda clara la posición de la película. Al comienzo, Amorth se enfrenta a un comité eclesiástico que le recrimina ciertos procedimientos indebidos, y da a entender que es la Iglesia la que imagina al Diablo. El padre no habla en términos de “demonio”, sino que se refiere al “Mal”, y les dice que el 98 por ciento de los casos no fueron exorcismos, y que el 2 por ciento restante se trata de casos complejos. Sin embargo, en los últimos minutos Amorth sostiene que las atrocidades cometidas por la Inquisición fueron ejecutadas por el Diablo, y no por quienes estaban al frente de la Iglesia. Lo cual hace que sea una película conservadora y cómplice, que no se decide si ser una ficción basada en hechos reales comprometida o un entretenimiento sin rigor histórico.