Tensión que corroe Christian Bale encabeza un elencazo en este thriller en el que el director sabe exprimir lo mejor de sus intérpretes. Hay vidas, en la ficción, pero en la realidad cotidiana también, que parecen complicadas hasta que un hecho, o una serie de hechos, hacen ver que aquello que se presentaba enrevesado o complejo, podría ser mucho peor. Y lo es. Pregúntenle a Russell (Christian Bale), operario en una acería. Se queja de que nunca sale del pueblo, tiene a su padre moribundo, y una novia, eso sí, que lo quiere. Pero un incidente o accidente que no hace vamos a adelantar hace que su existencia se transforme en un calvario. Prisión, muerte cercana, liberación de la cárcel pero pérdida de su pareja, un hermano que se mete en problemas de apuestas, y sigue la lista. La ley del más fuerte es, increíblemente, recién la segunda película de Scott Cooper, un joven director que además de saber imprimirle ritmo a las secuencias, sabe exprimir lo mejor de sus intérpretes. Jeff Bridges logró su único Oscar por aquel debut de Cooper en la realización, Loco corazón. Y si aquí tiene un elencazo (Casey Affleck, Woody Harrelson como el malo, Willem Dafoe, Forest Whitaker, Sam Shepard, Zoe Saldana), ahora mismo está dirigiendo a Johnny Depp y Dakota Johnson en Black Mass … Por un lado, el filme se enlaza en los que se basan en un fuerte vínculo familiar, y de camaradería masculina, con mínima presencia femenina como interés amoroso. Y por otro, hay algo -mucho- de El francotirador. Aquí también hay trabajadores metalúrgicos, y una guerra lejana Irak, de donde regresa Rodney (Affleck), hermano de Russell, cuando en aquel filme de Michael Cimino con Robert de Niro era Vietnam. Y trascurre enla misma Pensilvania. Y hay una escena en la que un personaje no sabe si cazar, o no, un ciervo. Punto. Punto, porque las situaciones son otras, las épocas, también, y los realizadores detrás de la cámara, lo mismo. Cooper se preocupa por mostrar la podredumbre de una sociedad postindustrial, en un terruño de límites difusos. Se habla de “las colinas” para referirse a un submundo en el que impera el mal y al que, si se interna en él, difícilmente se pueda salir de la misma manera de la que se ingresó. Las actuaciones son el punto más alto del filme. Hay que ver la mirada seca y pletórica de angustia y explosión de Affleck. La composición -una vez más, es cierto- como malvado de Harrelson. Y observen cómo contiene la respiración Bale en el momento culminante de su actuación. Eso sólo lo logra un director atento a sus actores. Cooper lo es, y también es actor. Donde el filme se entorpece un tanto es allí donde Cooper se esfuerza por el simbolismo y el montaje paralelo entre lo que le sucede a los hermanos. Eso y algún clisé entre las nociones de justicia/venganza no pueden opacar, enturbiar una realización en la que el papel de la música, tanto como el de la iluminación, son tareas de esencial importancia para este thriller que no defrauda en sus casi dos horas de proyección.
La mirada indiscreta Cómo un hecho político y social es visto desde afuera, con ojos extranjeros, y los protagonistas parecen seguir sumergidos en su propia vida aunque la realidad circundante los altere y no los deje escapar. De eso, en parte, trata La gran noticia, una comedia con el fondo de la Revolución de los claveles en Portugal, en abril de 1974. Quienes llegan hasta allí son periodistas francófonos de una radio suiza. A Julie le encargan realizar un informe sobre los aspectos del aporte económico que su país brindó a Portugal, antes de que estallara la revuelta. La acompaña Cauvin, uno de esos periodistas que se dicen estar a la vuelta de todo, que ha tenido centenares de coberturas en el exterior y que ve casi todo con cinismo. Para cerrar el grupo se suma un sonidista que los lleva en una camioneta Volkswagen, y un muchacho del lugar, apodado Pelé, que los ayudará como pueda, entre otras cosas con el idioma. El director Lionel Baier (37 años, director de Un autre homme) dedica la mayor parte del tiempo a tomarles el pelo a sus personajes, o al menos a reírse de y con ellos. Por ejemplo, de los principios de Julie (Valérie Donzelli), una periodista feminista que acepta que lo acompañe el autosuficiente Cauvin (Michel Vuillermoz) porque cree que logrará su cometido: conducir su propio programa en la radio. Lo llamativo es cómo el punto de vista actual sobre tópicos de la época -como la liberación sexual, y las libertades que ganan espacios luego de una dictadura- se sitúa casi en una tragicomedia, eso sí, muy amable y con mayor énfasis en la sonrisa. Los contrapuntos entre los personajes tienen punch, por lo que la comedia sigue su trecho sin desviarse demasiado. La realización baja el promedio cuando los gags sobre las barreras idiomáticas ya no causan la misma gracia que al comienzo, ni cuando los clisés y la mirada pintoresca se tornan algo rutinario.
El sexo y el placer Comedia entretenida y con una base de disparate, se lucen especialmente Woody Allen y Sharon Stone. La premisa de Casi un gigoló ya da risa. John Turturro, con esa facha, como un gigoló, y Woody Allen como su manager, consiguiéndole clientes ricas. Si suena increíble, también lo es que la dermatóloga del personaje de Allen, de la nada le haya contado que quiere hacer un menage a trois . Y si cuando uno entra al cine y empieza la proyección entra en estado de ensueño -las luces que se apagan sería bajar los párpados-, allí todo es posible. Como que la dermatóloga en cuestión sea Sharon Stone; su amiga, para el menage, Sofia Vergara, y que ambas sucumban ante la parsimonia -y más- de Fioravante, un florista venido a menos convertido en Don Juan. Tal vez, que reciba propina sea demasiado. Es que salvo el personaje de Turturro, que es una metáfora de él como director -pocas palabras, pocos gestos, economía de recursos: con poco, logra mucho- el realizador presenta a Allen y a Stone en personajes que si pueden parecer reiterativos en su trayectoria, no lo son. Allen, en las películas en las que se dirige, parece siempre variaciones de un mismo individuo. Aquí, no tanto: Murray ha formado una familia de color, algo desopilante, y tiene muchas capas para ir descubriendo, por más que hable rápido y tenga salidas ingeniosas, esta vez, surgidas de un libreto ajeno. Y la rubia está muy lejos de la Catherine Tramell de Bajos instintos. Sexy, pero ¿alguien podía imaginarla vulnerable? Turturro casi no se toma tiempo en presentar a los personajes, y a los pocos minutos ya están lanzados en la trama. Casi un gigoló son dos películas en una. La primera mitad es comedia pura, que se vuelve entre romántica y dramática -sin exagerar- con Avigal, el personaje de Vanessa Paradis (la ex de Johnny Depp). Cómo una viuda judía ortodoxa cae a los pies de Fioravante, y éste a los de ella es también cosas del destino, del azar y del guión. Siempre amable, con las confusiones y los enredos a la vuelta de página, Casi un gigoló entretiene y cuando parece ponerse más seria, por suerte tiene un gag para bajar el tono melodramático. El dinero no podrá comprar amor, pero sí la entrada para esta agradable, divertida comedia.
El crimen puede ser muy divertdo Los Muppets participan, sin querer y sin saberlo, del maléfico plan de un criminal de gran parecido con la rana Kermit. Son adorables, cómicos, ingenuos y, salvo al Oso Figaredo (o Fozzie) como para ponerlos en la mesita de luz. Los Muppets han regresado en otra comedia con un malvado muy malo que atenta contra ellos, pero en especial se vale de la ingenuidad de los muñecos creados por Jim Henson para llevar adelante su malévolo plan. Que Constantine, una mente criminal, un maestro del delito, sea casi idéntico a la Rana René (o Kermit), salvo por un lunar cerca de los labios (¿las ranas tienen labios?) y nadie lo distinga aunque tenga una voz diferente, pronuncie con acento ruso y se tape (mal) el lunar con crema verde, no debe sorprender a nadie. Muppets 2: los más buscados tampoco sorprende, porque su humor es blanco, como siempre, pero esta vez también hay dardos hacia Hollywood -por su secuelitis aguda-, y hasta se ríe de sí misma con su propia secuela. Y, también, de los críticos de cine. La película arranca ni bien terminada la de 2011, pero sin que medie explicación alguna de por qué ya no están más que de espaldas en la primera escena Gary (Jason Segel) y Mary (Amy Adams). Sí sigue el pequeño Walter, su nuevo amigo, y, ya reunidos, los Muppets aceptan la sugerencia de un productor (Dominic Badguy) de hacer un tour por Europa. Es una pantalla, ya que lo que planea, una vez que Constantine se fugue de una prisión rusa, es reemplazarlo por Kermit, e ir robando obras de arte y siguiendo pistas para finalmente alzarse con las joyas de la Corona británica. La trama es lo de menos y cada escena está hecha para lucimiento de los muppets. Algunos extrañaremos mayor protagonismo del perro pianista Rowlf, o El chef, pero el staff, el círculo íntimo de Kermit (Miss Piggy, Figaredo, Gonzo y hasta Animal) están allí para regocijo de todos. La cantidad de cameos de estrellas invitadas, como en Los Muppets, es mucha y vamos a dejar que cada uno los descubra. Tina Fey es la guardia de la prisión en Siberia, Riky Gervanis, el Número 2 del crimen, y Ty Burrell, el agente francés de Interpol que sigue los robos, trabajando codo a codo y ala con ala con Sam, el Aguila, de la CIA. Hay canciones con letras y coreografías muy bien resueltas, golpes de efecto humorísticos logrados y un clima festivo que, aún pese a las preocupaciones por el destino de Kermit -encerrado en un calabozo siberiano- sigue con la marca de los muñecos. Que, por séptima vez en la pantalla grande, vuelven a deleitar a los chicos, y a los adultos, que volvemos a ser niños sentados viendo a los Muppets.
Hispana, muda y en blanco y negro Para aquellos que critican a Disney por adaptar a su gusto clásicos de la literatura, esta Blancanieves trascurre en 1920, en Sevilla, y la hacendosa jovencita en vez de limpiar la casa termina como torera. Ah, y rodada en 2012, es muda y en blanco y negro. Y española. Blancanieves es una película atosigada de riesgos, de los que sale bien parada en la mayoría de las oportunidades. Porque toma la tauromaquia por las astas, porque tiene al cuento de los hermanos Grimm al lado, sólo como referencia. Porque tiene realismo mágico, a una malvada madrastra que viste de negro, y hasta enanitos (seis), y una maestría en lo visual pero que no emparda con el relato. Lo que se ve es mucho mejor que el guión. Y en parte eso es aquí fundamental, ya que al ser muda la película se refuerza el lenguaje fílmico, el impacto visual, los encuadres y la iluminación para el blanco y negro. En muchas películas la labor del iluminador o director de fotografía es determinante -y se ha dicho en esos casos que el que dirige el relato es él, y no el realizador-. En Blancanieves hay un trabajo mancomunado entre Pablo Berger y el vasco Kiko de la Rica (asiduo iluminador de Alex de la Iglesia), y escenas con aliento del cine expresionista. Toda una apuesta. La trama toma a un torero (Daniel Giménez Cacho, de Profundo carmesí), cuya esposa rompe bolsa en la plaza de toros por el susto que le da la corneada que sufre su marido famoso. En el parto, la mujer fallece, y habrá una madrastra, una enfermera (Maribel Verdú) quien se aproveche de la situación del torero lisiado y le haga la vida imposible a Carmencita (la debutante en el largometraje Macarena García). Que será Blancanieves, se irá del palacete y encontrará un circo rodante, donde conocerá a los enanos, uno de ellos, travesti. La música del catalán Alfonso de Villalonga suple bien la falta de diálogos y aporta con sus acordes esos climas tan necesarios para la dramaticidad del filme mudo. Si el francés Michel Hazanavicius le ganó de mano en estrenar El artista, a Blancanieves eso no le hace mella. Es más que un ejercicio, una invitación a los sentidos en tiempos en que las sorpresas en el cine no abundan.
Más animado que nunca El universo de la animación se apodera del cómic en esta saga de acción y melodrama. “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad” . Eso ya lo sabemos desde hace años: lo decía Peter Parker en El Hombre Araña 2. “Las promesas que no se cumplen son las mejores” . Con esa frase terminaba Parker el reboot (reinicio) de la saga arácnida, la primera El sorprendente Hombre Araña. En esas dos frases puede resumirse qué espíritu anida en una y otra saga. La nueva es más pop, y tiene un estilo visual mucho más de dibujo animado que la anterior. Las cosas que Peter Parker disfrazado de superhéroe eran imposible de ver en cine (o, al menos, resultar medianamente creíble) cuando Stan Lee y Steve Ditko crearon al personaje, por 1962. Ahora parece que el universo de la animación se apodera del cómic, al menos en esta El sorprendente Homre Araña 2: La amenaza de Electro. Tantas vueltas le vienen dando a Parker, el Duende verde y Gwen Stacy (que es otra novia de Parker, no confundir con Mary Jane de la primera saga) que ahora tenemos a los tres personajes jóvenes, de la misma generación, huérfanos. Peter, de padre y madre; Gwen, ya en el final de la primera, de padre; Harry Osman, de padre, apenas arranca esta película. También, y por si un malvado solo no alcanza, aquí abundan. El principal es Electro, que como suele suceder con los malditos con que se enfrenta Parker/Hombre Araña, en el fondo no era malo, pero las circunstancias o las sustancias los vuelven más malos que pegarle a la madre, o a la tía May (Sally Field). Antes de convertirse en Electro, Max Dillon era una mezcla de nerd ingeniero eléctrico que trabaja en la compañía Oscorp (la misma donde trabajaba el papá de Peter; la misma que comanda Harry; la misma donde está empleada Gwen; la misma donde a Peter lo mordió la arañita). Max diseñó unas redes eléctricas capaces de alimentar energéticamente a toda Nueva York, pero… La gran diferencia que el Hombre Araña tiene, por ejemplo, con Batman, que anda por la misma ciudad con distinto nombre, es que él adquirió superpoderes, más allá de lanzar telarañas. No tiene la plata de Bruce Wayne, pero se las ingenia. Entonces, lo que hace el Hombre Araña desafía a la física y también a la lógica. Pero tal vez, sólo tal vez, si en la película no lo hicieran tan adolescente y decir tantos chistes bobos cuando lleva el traje azul y rojo (como la bandera estadounidense, hasta Peter lo aclara en la película) parecería menos soso, altanero, agrandado. Ya bastante tiene con esquivar balas, golpes y volar entre los rascacielos. Pero la película, cuyo público destinatario es esencialmente el de los adolescentes, a los adultos parece que los tienen algo alejados de la mira, es un melodrama. Y así la película salta de la acción a las situaciones pseudo románticas, con frases de manual tipo, textual, “Creo que es tiempo de terminar lo nuestro, no porque no te quiera sino precisamente porque te quiero”. Y todo, llegado el momento, tiene su explicación (la desaparición de los padres de Peter incluida). “Lo espontáneo es bueno”, dice Peter. Lástima que ni los guionistas ni el director lo escucharan.
Los unos y los otros ¿Qué mejor que tomar la comedia para hacer una crítica social? Eso, tal vez, hayan pensado Agustín Toscano y Ezequiel Radusky, los jóvenes realizadores y amigos tucumanos, a la hora de pensar y filmar Los dueños, que se llevó una mención en la Semana de la Crítica el año pasado en Cannes. El tema es el eterno de la lucha de clases, pero dicho como en voz baja. Por un lado están los propietarios de una finca en Tucumán, y por el otro, los caseros que la cuidan, y que en los meses de ausencia de aquellos, se la apropian y se sienten como en su casa. El problema surge cuando, por el casamiento de una de las dos hermanas dueñas, con un corrupto que está con el manejo de la finca, la otra hermana (Rosario Blefari) llega a Tucumán. A partir de allí, las tensiones -internas, sexuales, de mando, por miedo- afloran. Algunas permanecían ocultas, otras se cocinan al calor ambiente. ¿Quiénes son los dueños? es la pregunta que se hace y nos realiza el filme. Los debutantes Toscano y Radusky le escapan a las resoluciones simplistas de cada situación, y del mismo filme. El tono termina siendo como de comedia, pero cáustica, con ciertos toques de absurdo, aunque lo que se cuente no dé precisamente para la risa. Los dueños hace referencia a la propiedad de la estancia, pero también a quién maneja o no las situaciones. Es una cuestión de poder, y los directores saben hasta dónde tensar la cuerda. La película tiene algún punto en común con La ciénaga, de Lucrecia Martel, como la decadencia de la burguesía del interior, y la tirantez, el nerviosismo por algún encuentro sexual. Salvo Rosario Blefari, particularmente notable, y Germán De Silva -el protagonista de Las acacias, aquí como uno de los cuidadores-, el resto son actores tucumanos. Y ninguno de ellos desentona. La cohesión que lograron los directores en el nivel interpretativo es loable.
Siguiendo la Biblia al pie de la letra El portugués Diogo Morgado compone a Jesucristo. Si usted pagó su entrada para ver Hijo de Dios, cuando comience la proyección no se levante de su butaca. No se ha equivocado de sala en el multicine. A esos dinosaurios peleando le seguirá el Arca de Noé embistiendo las aguas, y hasta estarán Adán y Eva. Uno de los apóstoles, Juan, llevará adelante el relato para contarnos cómo Dios siempre estuvo, está y estará en la Tierra. Es una suerte de preámbulo de lo que es Hijo de Dios, una película que sigue casi al pie de la letra lo que dice la Biblia. Centrándose en Jesús, y no solamente en su Pasión. Así, el filme está a kilómetros de la crueldad que puso en pantalla Mel Gibson hace diez años en La Pasión de Cristo -que, un dato no menor, con sus 2.800.000 espectadores es una de las películas más vistas en la historia del cine en la Argentina-. En parte, quizá, porque es la parte de la miniserie La Biblia que Christopher Spencer estreno en History Channel el año pasado. No hay, por supuesto, nada nuevo, ni una investigación realizada para aportar otros puntos de vista o lo que fuera. Sí hay efectos que permiten, en el cine del siglo XXI, atraer seguramente a los más jóvenes una vez que se sumerjan a la historia bíblica. A Jesús se lo sigue desde sus humildes comienzos, pasando por cómo la gente comenzó a seguirlo, su encuentro con Pedro en el Mar de Galilea, su ingreso a Jerusalén. Obviamente la fecha elegida para el estreno local es adecuada. Lo más destacable en la película es la puntillosidad con la que se narran los hechos, sin recargar las tintas en algún milagro o personaje (Barrabás, Poncio Pilato, Caifás). Los religiosos israelíes son pintados como temerosos e incrédulos, y tal vez a la actriz que compone a María (la irlandesa Roma Downey, también productora) le sobran cirugías estéticas que seguro no se hacían en los tiempos de Nuestro Señor. Las dos horas y cuarto que dura Hijo de Dios, y pese a que la historia es conocida por todos, pasan como si nada, quizá debido a las proporciones épicas, y a los acordes que el gran Hans Zimmer compuso para acompañar la historia.
Un ejemplo de vida Disneynature es una marca de cine independiente dentro de The Walt Disney Company, que incluye no sólo filmes sino también videos y galerías de fotos, más material educativo. En los últimos años estrenó La Tierra, Chimpancés y ahora esta Osos que, con el relato en off del actor John C. Reilly, sigue a una osa y sus dos cachorritos en el primer año de vida en Alaska. Este tipo de trabajo documental, entonces, tiene su fin didáctico, y sus enseñanzas de vida. Mamá Sky tuvo a Amber y Scout (papá oso no está, se fue, no sabe/no contesta) y tras hibernar, deben realizar una extensa travesía por montañas nevadas hasta llegar a la costa y poder alimentarse de peces, principalmente salmones. En el camino nada les resultará sencillo. Al margen de una avalancha de nieve, lluvia y demás, Magnus y Chinook, dos osos enormes, están al acecho, y Tikani, un lobo, mira con ojos de hambre a los hermanitos osos. Para quienes todos los osos son pardos, es un tanto difícil discernir cuál oso es cuál, pero al final eso es un tema menor. En estos documentales el punto de vista es fundamental. Es decir, si en vez de estar centrado en los osos lo estuviera en los salmones, que los osos pescan y devoran en cámara, éstos serían algo así como la amenaza y los malos de la película. No es el caso. También está la duda de cómo hicieron los realizadores para retratar y reflejar lo que cuentan. Para dilucidarlo, no hace falta más que quedarse en la butaca mientras pasan los créditos finales, y ver cómo entrenadores manipulan y/u ordenan a los osos a realizar determinados movimientos que en pantalla, hace minutos nomás, parecían naturales. El fin justifica los medios, y Osos es un documental entretenido, con momentos de humor, aventura, peligro y más enseñanzas de vida. Que de eso se trata.
Curso gratis de liderazgo Primera de una saga de cuatro películas, tiene romance, acción, malos malísimos y a Shailene Woodley (“Los descendientes”). No empezó, por cierto, con aquel niño mago de los anteojitos rotos, pero las historias con protagonistas que no encajan en una sociedad se fueron convirtiendo en sagas literarias y luego cinematográficas. Ya a esta altura da lo mismo si Harry Potter en Hogwarts pertenecía a Gryffindor o a otra de las cuatro casas de la Escuela de magia, y si Bella no sabía si enamorarse de un vampiro o un lobo en Crepúsculo. En Divergente, Beatrice (luego Tris) no ensambla en ninguna de las cinco facciones en las que quedó dividida la sociedad luego de una guerra, en una Chicago futurista y apocalíptica. Pero si en la saga de Potter era el sombrerito el que elegía adónde pertenecía cada alumno nuevo, en Divergente la decisión de ser lo que se quiere ser es de cada quien. Las facciones son Erudición, Abnegación, Osadía, Verdad y Cordialidad. La familia de Beatrice está en Abnegación, la casta que gobierna, pero al hacerle un test ella resulta Divergente y cuando decide, opta por Osadía. Lo que sigue es una fuerte competencia dentro del grupo, en un entrenamiento feroz (cual Los juegos del hambre) porque pocos seguirán adelante, y el resto serán desclasados. La comparación con las sagas ya nombradas no es ociosa, y hay aquí mucho de Los juegos del hambre -protagonista femenina que debe luchar por su supervivencia-, pero sin la crítica social a los medios de comunicación y en especial al reality. Divergente es el comienzo de una saga adolescente de fuerte impacto, con ritmo sostenido y gran despliegue de producción. Y, de paso, el tanque de Semana Santa. En esta saga está más claro que en otras que el poder de uno mismo es el motor que lo lleva adelante. Tris no tiene un físico como para estar en Osadía, pero a ella el miedo, el temor, no la paraliza. La despierta. En ese ejemplo está, tal vez, la razón por la cual el libro Divergente se convirtió en un éxito instantáneo, y tenga en los cines un correlato acorde. La autora, Veronica Roth, tenía sólo 22 años cuando publicó la novela, que tendría dos continuaciones (Insurgent y Allegiant -la saga fílmica contará con cuatro películas, ya que el último libro estará dividido en dos filmes-). Sheilla Woodley (la hija adolescente del cornudo George Clooney en Los descendientes) da perfecto con el rol. Su personaje tiene su costado romántico, cómo no, pero lo que más atrae es que es una más, que si triunfa es porque persevera. Y si está algo desperdiciada Kate Winslet, como la malvada que desde Erudición quiere tomar el poder y eliminar a los Divergentes, la película tiene suficiente brío en cada vuelta de tuerca, en sus sorpresas y su desarrollo para nada lineal.