El musical sobre Frankie Valli Buena película de Clint EastwoodSurgimiento, apogeo y disolución de la banda Frankie Valli y los Four Seasons. Contar la historia de una banda de música en cine incluye necesariamente, por catálogo, representaciones en vivo, el backstage, y los conflictos, internos, entre los integrantes, casi siempre por cuestiones de egos, y familiares -por lo general, por el mismo motivo y/o flagrantes desatenciones-. A Clint Eastwood el género del musical le es, o le era, ajeno, pero no la música. Hombre de jazz de la primera hora, ha compuesto las bandas de sonido de sus últimas películas, así que si además, como confesó, era admirador de Frankie Valli en su época de esplendor, aunque nunca había visto Jersey Boys, el musical de Broadway, decidió adaptarlo a la pantalla. Y hace su primeros palotes en el musical. Lo de adaptar es una manera de decir, porque quienes firman el guión son Marshall Brickman y Rick Elice, los mismos que escribieron el show ganador del Tony. Eastwood casi no tocó lo central -formación, ascenso y disolución de Frankie Valli y los Four Seasons, de los años '50 en adelante-, reclutó a muchos actores que encarnaron a los músicos en Broadway o en otros escenarios, con excepción de uno, y le dio su toque de clasicismo, hoy casi olvidado por Hollywood. El resultado es en términos generales bueno, entretenido en lo musical, pero con agujeros dramáticos, baches llamativos en la narración. O no tanto si advertimos El sustituto o Invictus. Como si al director de Río Místico pusiera el piloto automático y confiara en su equipo técnico, y descansara en ellos. Eastwood mantuvo la estructura de "cuatro estaciones" en que se divide la pieza teatral, y en que los cuatro integrantes de la banda hablaran al espectador. Algo que en la inmediatez de un teatro en vivo tiene un efecto, y que en una pantalla implica otro riesgo. No es que esa complicidad que se quiere plantear con el público cinematográfico no llegue a ser fluida. Es que al Jersey Boys en fílmico le falta, ¿cómo decirlo? Polenta. La estructura es similar a Buenos muchachos, de Scorsese. Amigos ítaloamericanos de un barrio, aquí Belleville, Nueva Jersey, que eran delincuentes de poca monta que casi sin darse cuenta revolucionan el mundo que los circunda, y se convierten en un fenómeno pop. Otro problema es que no hay un contexto: pareciera que Frankie y los suyos lideraran los charts de la época y no convivieran con los Beach Boys ni los Beatles. No importa. El placer que Eastwood siente por los marginados es lo que levanta al filme. El frontman, la energía sexual que emanaba de sus representaciones está a cargo de John Lloyd Young, quien hizo el personaje central en Broadway y ganó un Tony por ello. Otro que no desentona, curiosamente, es Vincent Plaza, como Tommy DeVito, que es el nuevo en el cuarteto, ya que no participó de la obra. Es curiosa la construcción de los personajes femeninos (que siempre estuvieron en el debe de Eastwood, a excepción de Los puentes de Madison y Río Místico). Renée Marino ilusiona al comienzo como la primera esposa de Valli, pero luego se hunde en el olvido. La ambientación y, sobre todo, la luz de Tom Stern desde la dirección de fotografía, apunta mucho a que Jersey Boys se pueda disfrutar, con las salvedades marcadas.
Amigos para la aventura En concordancia con su vigésimo aniversario, el estudio DreamWorks SKG (S de Steven Spielberg; K de Jeffrey Katzenberg; y G de David Geffen) estrena este año Cómo entrenar a tu dragón 2, -aquí llega pasado mañana- y decidió presentarla (y festejar) en el marco del Festival de Cannes, donde en 2001 la primera película emblemática de DreamWorks Animation (Shrek) se exhibió en la muestra y -toda una rareza por entonces- en competencia por la Palma de Oro. El ogro que parodiaba los cuentos de hadas no ganó nada, ni siquiera como mejor actor, pero a partir de allí se creó un lazo entre este nuevo estudio hollywoodense y el Festival, y año tras año un título animado tiene su presentación en la ciudad de la Costa Azul. Gran parte del equipo de la película animada, que el viernes se estrenó en los Estados Unidos, y aquí lo hará este jueves, víspera del feriado del 20 de junio, habló con la prensa acreditada en el Festival hace apenas semanas, cuando Como entrenar a tu dragón 2 se exhibió fuera de competencia. Cinco años después de que el niño vikingo Hipo (voz de Jay Baruchel) se hiciera impensable amigo del dragón Chimuelo y la vida en la aldea de Berk cambiara para siempre, ahora convertido en adolescente, Hipo reniega del legado que quiere darle su padre (ser el líder del pueblo), y emprende un viaje que lo reencontrará con su madre (Cate Blanchett). Dan Deblois no sólo es el realizador de la película. Ya había codirigido la primera, y a él se debe un título entrañable de la factoría Disney, Lilo & Stitch. De hecho, las similitudes entre uno y otro filme pasan porque se centran en la relación entre un humano y un ser fantástico (Stitch es un extraterrestre azul de seis brazos -esconde dos para parecer un perro-; Chimuelo es un dragón negro). “Sin revelar demasiados detalles, una de las cosas que hemos tenido presentes desde el comienzo de la trilogía es que concluiremos la saga revelando el destino del dragón. Es algo que sigue siendo un misterio actualmente, ¡pero tal vez todo será revelado en Cómo entrenar a tu dragón 4!”, bromeó el canadiense, de 44 años. La tercera parte estará lista para junio de 2016. La primera fue candidata al Oscar como mejor filme de animación y, claro, perdió con Toy Story 3. Cate Blanchett le pone la voz a la madre de Hipo, y viene de ganar el Oscar a la mejor actriz por Blue Jasmine. “Esta experiencia ha sido un gran privilegio. Mis hijos y yo adoramos la primera película -dijo la intérprete australiana, de 45 años-. Es muy divertida, pero también tiene un gran corazón. Como actriz, utilizás todo tu cuerpo para comunicarte. En una película de animación, usás únicamente tu voz, y es una experiencia asombrosa. La diferencia más grande es que no podés interactuar con los otros actores, porque tenés que grabar sola en una cabina”. Pero como la trama implicaba el reencuentro de su personaje -al que Hipo creía que había sido raptada y fagocitada por los dragones- con Estoico, el padre de Hipo, Gerard Butler, que le pone la voz al jefe de la aldea, tuvo que regrabar su trabajo. Con la película terminada, Butler regresó al estudio para así afianzar, consolidar detalles de su interpretación vocal. “Grabé de nuevo el 75 por ciento de mis oraciones. Podrán decir que son detalles, OK, pero me sentí más seguro. Creo que así le otorgo mayor emoción a las palabras al ver cómo quedaron en el montaje final las escenas del reencuentro”. Jeffrey Katzenberg, que suele ser tan diplomático como hiperkinético, “Cannes y Dreamworks es una historia de amor que se remonta a la proyección de Shrek. La animación por ordenador sigue siendo un arte muy joven, la primera película se remonta a 1994. En la actualidad contamos con enormes recursos tecnológicos. Me siento muy orgulloso de Cómo entrenar a tu dragón 2 porque va más allá. Nuestra meta es superar constantemente las expectativas del público”. Katzenberg tiró datos como para erizarle la piel a cualquiera. “En diez años las películas se verán en cine no más de las tres primeras semanas en cartel, para pasar a otros formatos. Es posible que la entrada cueste 15 dólares, y por verla en TV, 4 y en un celular, 1,99”. También aseguró -aprovechando que creó Oriental DreamWorks, con sede en Shanghai-, que hará películas con ADN chino “desde 2016” que “en cinco o siete años China será el primer mercado mundial”. Por de pronto, la película aquí llega subtitulada al castellano. Al chino, ya se verá.
Cuán frágiles que somos Una historia de infidelidades, con un final sorprendente, debida a un joven talento independiente. El desamor y el amor no son las dos caras de una misma moneda, pero se le parecen. Cómo el arribo de un factor externo implosiona en una relación familiar -esposo, esposa e hija de 17 años- es el eje sobre el que el independiente y joven (31 años) Drake Doremus hinca el diente, y si deja un sabor amargo es porque está en las antípodas del cine de Hollywood. Hay una historia de infidelidades, al inicio más latente que concreta, que involucra a cuatro personajes. Keith y Megan son una pareja en apariencia feliz, llevan 17 años juntos y tienen una hija, Lauren, por la que se desviven. Doremus abre la película mostrándolos en una sesión de fotos en los jardines de su casa, a una hora y media de Manhattan. Por entonces, Megan se preocupa porque no salga el reflejo del sol en los anteojos de su marido en las fotos. Todo es apacible, hay sonrisas y hasta cierta complicidad. Pero cuánto hay en un cruce de miradas. Y cuánto le dice Keith a Sophie, la inglesa de 18 años que llega a vivir con ellos en un intercambio cultural, y viceversa, cuando la atracción entre ellos es más que notoria. ¿O acaso importa quién le toma primero la mano a quien? Doremus tiene la habilidad de escaparle al dramón y de eludir enjuiciar a sus personajes. Como la cámara se entromete de a poco en la familia, el espectador irá descubriendo por qué viven donde viven, y que Keith, que enseña piano a adolescentes, lo que menos quiere en su vida es eso, y está impaciente por pasar una audición y ser chelista en una orquesta sinfónica. Historia de sueños (in)compartidos, de trenes que pasan por última vez y de la fragilidad de una adolescente (Lauren, porque Sophie no sólo es mayor de edad, sino que actúa como la más adulta del cuarteto), Pasión inocente tiene mucho de pasión y poco de inocencia. Lo que se dice y más lo que no se vuelca en palabras adquiere un tono en la estructura dramática que fortifica a la película, que admite distintas miradas, de acuerdo a los personajes. Como un Rashomon a la Belleza americana, pero menos sangrienta y mucho, mucho más contenida. Doremus tiene en Felicity Jones a su actriz fetiche. Ya habían trabajado juntos en Like Crazy (2011) -de las últimas películas con Jennifer Lawrence no estrenada entre nosotros-, galardonada en Sundance, y la joven tiene una presencia que no termina siendo arrolladora para el bien del relato y que sirve para sopesar, tantear las relaciones y el peso específico de cada personaje involucrado. Guy Pearce es toda una sorpresa, ya que el actor de Los Angeles: al desnudo y Memento tiene aquí oportunidad de mostrar otras facetas sin empuñar un arma ni sentirse en peligro de muerte. Aunque dependa de cómo se lo vea, Keith está igualmente acorralado. En fin, un filme con muchas capas para ir pelando hasta llegar a un final que sólo un cineasta independiente es capaz de graficar como Doremus lo hace.
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En nombre de Saramago El actor de “Secreto en la montaña” protagoniza “El hombre duplicado”, el filme basado en una novela del Premio Nobel, que se estrena aquí el jueves. La viuda del escritor portugués elogia la versión del director, Denis Villeneuve. “El caos es un orden por descifrar”, dice el epígrafe de El hombre duplicado, el libro que José Saramago publicó en 2002. Y así comienza la película homónima del director canadiense Denis Villeneuve (Quebec, 1967), que se estrena el jueves en Buenos Aires. “Pensé en ser fiel al amor que sentí cuando leí el libro, pero más que adaptación es mi interpretación”, sostuvo el ascendente director, dueño de un cine virulento, autor de éxitos como La sospecha (2013) o Incendies (2010). Y Pilar del Río, viuda de Saramago y traductora del libro, concede: si Saramago entregó los derechos de su obra, es porque confiaba en el director (ver “Adaptación...”). No conocemos el trasfondo de la negociación entre Villeneuve y Saramago. Pero sí la que el cineasta mantuvo con el venerado dramaturgo Wajdi Mouawad para llevar al cine su Incendies, una obra que Sergio Renán trajo en 2013 a la escena local y que en su versión cinematográfica estuvo nominada al Oscar como mejor película extranjera. Cuando Villeneuve fue a pedirle los derechos, Mouawad le puso condiciones: que hiciera una película personal y que no le pidiera ayuda. Fue el mejor regalo. Para él y para los espectadores. Con el libro del Nobel portugués ocurre lo mismo. Por suerte y por respeto a todos, el director abusó de su libertad. Una libertad que también le ofrece su actor fetiche, el polifacético Jake Gyllenhaal. Su cine enigmático agobia. Su alter ego aflora sin piedad, pues Villeneuve hace cine más allá del origen de sus historias: la vida, el teatro, un libro. Tal vez la clave haya que buscarla en su infancia. De chico adoraba los western, y más tarde se vio deslumbrado por 2001 Odisea del espacio, la mítica película de Stanley Kubrick, basada en un libro del novelista Arthur Clarke. Fue la película que le enseñó el misterio. Pero lo suyo no es la ciencia ficción, sino la condición humana, las personas, amenazadas por situaciones extremas, históricas, sociales o meramente personales, si es que éstas existen. Si en Incendies el desencadenante está en el contexto, en las secuelas de la guerra de Líbano, cuyas consecuencias son atribuibles a cualquier guerra, si en La sospecha la violencia urbana además de aturdir muestra las perversiones de un padre acorralado por la desaparición de su hija, en El hombre duplicado vemos la lucha del subconsciente. La identidad, el conflicto interno que se dispara en los personajes. Y una pregunta que es la del libro: ¿Qué nos define como personas individuales y únicas? Preocupaciones compartidas, excelentemente amparadas en el guión del español Javier Gullón. Apuesta a la universalización de sus historias Villeneuve. Sus películas ocurren en Montreal, en Ontario o en Líbano, pero poco importa el lugar. Podría ser Buenos Aires. Sí sobresalen las miserias, los interrogantes y las angustias de los protagonistas. La lucha interna, que en el caso de El hombre... hasta permite reconstruir el pasado. Hay que desconfiar de Villeneuve. Lo suyo es el enigma. Y lo simbólico. Si hasta juega con las arañas de Louise Bourgeois, la artista franco estadounidense. Ella estuvo en el infierno y volvió. Su gigantesca araña es un homenaje a su madre, víctima como la artista, del padre de Louise, tiránico y mujeriego. Si van a ver la película, descifrarán la relación. Si no, es suficiente saber que a Villeneuve lo atraen los miedos, sus propios miedos.
Cuando el subrayado raya Típica “commedia all’italiana”, sobre una pareja que busca quedar embarazada, el realizador toscano Virzi remarca más de la cuenta. El problema con el subrayado en el cine es que delata más de lo que afirma. Y en esta comedia dramática italiana, Paolo Virzi remarca las características de los personajes, y termina abrumando. Claro que el énfasis es una propiedad innata de los italianos, aunque el director de La prima cosa bella pudo haberse guardado el marcador en el bolsillo. La historia de Tutti i santi giorni ( Todos los santos días ) es la de una pareja, Guido y Antonia, que buscan quedar embarazados, pero les cuesta conseguirlo. Llevan seis años juntos y las presiones de la familia y de los conocidos parecen, por suerte, no intervenir en su deseo. Y hacen todo lo que está a sus manos (y más) por ser padres. Lo del subrayado va por la manera de definir a Antonia y Guido, en contraposición a una pareja vecina. Unos son intelectuales, y Marcello es un machista a ultranza, y así. El inconveniente no sería mayor de no ser que cuando la comedia deja más lugar al drama -cuando la pareja parece que va a derrumbarse- no se reduce el número de clisés, sino que aumenta. Thony, que es música y es la primera vez que actúa en una película, está muy bien como Antonia, ya que es la única que no parece regirse por las normas, y su conducta es por momentos arbitraria. Es la bocanada de aire necesaria para que la película respire. Porque más allá de gags sexuales -la confusión con un oriental, que le pide a Guido, conserje en un hotel, que le consiga chicas o lo masturbe él- todo en Tutti i santi giorni no ofrece mucho como para asombrarse, y, menos, admirar.
Con la pólvora mojada Parodia al género del western, con Charlize Theron y Liam Neeson. Mel Brooks, que hizo la mejor parodia del western con Locuras en el Oeste (1974), tenía un método para saber si un gag era bueno o no. El director de El joven Frankenstein lo decía en voz alta, y si se reía, lo repetía cinco veces. Y si se seguía riendo, lo dejaba en el guión de sus películas. Tras la serie animada Padre de familia, cuando Seth MacFarlane, su creador, estrenó en los cines Ted, sobre un muñeco de peluche que habla y a lo largo de los años sigue siendo compañero de parranda del personaje de Mark Wahlberg, se aplaudió la osadía y, si no la originalidad, cierto aire de parodia a las comedias sexistas del llamado nuevo cine americano. MacFarlane apostó más alto y, antes de rodar la continuación de Ted, se metió con el western, uno de los géneros, junto con la comedia musical, creados por Hollywood. Y si el intento fue parodiar, aquí a MacFarlane el ingenio se lo agotó pronto. Demasiado rápido. La andanada de gags escatológicos y sexuales termina siendo como la diarrea que sufre uno de los personajes. No es puritanismo, sino que la reiteración no suma sino que resta eficacia. MacFarlane también se pone delante de la cámara (en Ted le ponía la voz al osito) y ahí tampoco zafa. Es Albert, un pastor de ovejas miedoso, que al escapar de un duelo en la calle principal del pueblo, por 1882, su novia (Amanda Seyfried) lo abandona por un bigotudo (Neil Patrick Harris). Albert conoce a Anna (Charlize Theron, con look siglo XXI), que le enseñará a disparar para poder reconquistar a su chica, y de la que, obvio, se enamora. Pero es la esposa de un bandido (Liam Neeson), y cuando pase por el pueblo, el lector ya se imagina lo que sucede. Como con la mayoría de las escenas que comienzan y terminan más o menos igual. Hay un par de cameos sorpresivos, con homenajes a otros filmes, y si decide ir a ver A Million Ways to Die in the West ( Un millón de maneras de morir en el Oeste ), ya que está, quédese hasta el final de los créditos. Incomprensible la decisión de mantener el título en inglés. No es como Flashdance, o RoboCop, éste es casi una oración. En España y en Chile lo tradujeron como Mil maneras de morder el polvo y Pueblo chico, pistola grande , como reza chico como subtítulo en los afiches locales.
El auténtico beso de amor Angelina Jolie le da un giro a la trama, y ahora todo es diferente, gracias al amor. Hay que ver cómo pasó Maléfica, la malvada de La Bella durmiente animada (1959) de ser la más perversa, peligrosa, maligna, ruin y, seguro, con peor aliento de la factoría Disney, a una villana heroica. Sí, porque no importa si uno leyó el cuento de Perrault, o vio la versión en dibujitos. Disney, como hizo con tantos personajes literarios, de La Sirenita a Pocahontas, ahora se inspiró en el filme y dio vuelta la trama como a un guante. Si hasta cambia el clásico castillo de los títulos... Porque Maléfica no es “la” versión de la misma historia desde el punto de vista de esta hada, ahora de enormes cuernos y que arrastra las alas, y tez blanca y labios rojo carmesí como Blancanieves. Maléfica descubre qué era de la vida de este personaje, desde que era una huerfanita, sonriente, bondadosa, casi casi una princesita de Disney, hasta que algo, alguien le hace cambiar el humor. Maléfica, aunque hada, es humanizada. Y si a una mujer no se le hace algo feo, no quieran saber cómo reacciona un hada con poderes. En tiempos en los que Holly-wood cree que si hay más -efectos, escenarios, colores, ruidos, metraje- es mejor, Maléfica -que sí tiene ruidos y efectos, pero dura 97’- es casi como un oasis. Porque tiene trama, no es una mera sumatoria de escenas y, sobre todo, tiene un personaje central absorbente, con la sangre de Angelina Jolie. Que impregna, empapa a la historia su impronta, y nos interesa. La maldición sobre Aurora -que cuando cumpla 16 se pinchará un dedo con una rueca, y dormirá el sueño eterno, salvo que reciba un beso de amor verdadero- es irrevocable. “La maldije así, porque el amor verdadero no existe”, dice Maléfica, quien no pestañea jamás, con sus ojos iridiscentes, y que agrega “No me gustan los niños”, justo en boca de Angelina. La creación de Jolie es tan asombrosa desde lo estético como desde su interpretación. Las aplicaciones prostáticas de Rick Baker -camino a su octavo Oscar en maquillaje- le dan un rostro anguloso, como si en vez de pómulos luciera cuchillas. Asusta, pero apasiona. Es altanera, pero a la vez simpática... Maléfica está llena de guiños e invenciones en la trama, como diálogos iguales al filme animado, o tips sobre qué hace daño a un hada. Las tres hadas madrinas que cuidan a Aurora (Elle Fanning) son como Los tres chiflados, es el único comic relief , el alivio de comicidad de un drama de acción y aventuras, en el que el arrepentimiento de la mala, no choca ni hace ruido. El director Robert Stromberg viene de hacer la dirección de arte de Avatar (las escenas con la cámara de Dean Semler en el reino de las criaturas fantásticas remite al filme de Cameron) y del campo de los efectos especiales, y se nota en la plasticidad de las imágenes. Los más pequeños a lo mejor -o a lo peor- se asustan, pero esta recreación de la villana que busca redención es un buen giro. Esperen el beso...
Es un monstruo grande... Los estudios japoneses Toho crearon a Gojira (o Godzilla) en la película original de 1954 -la primera de 28 que tiene el monstruo- como una metáfora, la representación del terror que causó en tierras niponas el ataque nuclear de los Estados Unidos sobre Japón durante la Segunda Guerra Mundial. Gojira, un dinosaurio mutante, supo salvar a Tokio antes de que lo enmarañaran con invasiones extraterrestres o seres igualmente fantásticos. El director inglés Gareth Edwards es mucho más fiel a aquel espíritu del que se alimentó el mutante, que el desastre que hizo Roland Emmerich en 1998 con su versión de Godzilla. Hoy, Godzilla es una aterradora fuerza de la naturaleza, en una trama en la que las primeras pruebas nucleares han tenido consecuencias nefastas, inimaginables, y cuyo rebote lo pagarán distintas ciudades de este siglo XXI. Tal vez se haya pensado en una nueva saga made in Hollywood, porque Godzilla aparece poco y nada. Convertido en el héroe, debe enfrentar a un OTENI, un organismo no identificado, en fin, otro monstruo que el Estado ha mantenido convenientemente oculto, y que para crecer debe alimentarse de energía. Le da lo mismo torpedos, o una planta nuclear. Una vez liberado, hacia allí va. Lo desparejo del filme es que cuenta con un elenco internacional en el que sobreabundan los nombres con talento (un Bryan Cranston - Breaking Bad- con peluquín, Juliette Binoche, Sally Hawkins, David Strathairn) que poco y nada pueden hacer con sus papeles. Y un reparto joven (Aaron Taylor-Johnson y Elizabeth Olsen) que sí, está a la altura que merece ante el monstruo de 100 metros: están chiquititos. El mensaje ecologista y antinuclear es claro, pero uno adivina que quien paga para ver Godzilla en 3D quiere ver al monstruo combatir y destrozar edificios mientras el malo se come los torpedos como pochoclo, mientras hace lo mismo -engullendo pochoclo, no destrozando nada-. Hay buenos efectos para la increíble credibilidad que se necesita en este relato. Un filme que comienza mucho más prometedor que como termina, por aquello de que generar tensiones siempre es más redituable que dar todo servido en bandeja. O en una lata de pochoclos.
Policial abarcativo Con el Chino Darín en su primer protagónico, la película es un thriller con algo de comedia, que también bucea en la identidad sexual. Una noche, mientras muchos bufaban por los cortes de energía en la Argentina de fines de los años ’80, “Copito” Figueroa Alcorta, proveniente de una familia de doble apellido y alta alcurnia, aparece muerto en su cuasi mansión en Recoleta. El inspector Chávez (el mexicano Demián Bichir, que fue Fidel Castro en el Che de Soderbergh), un policía que maneja una cupé Fuego, toma a su cargo el asunto, y conoce en el lugar del hecho al agente Gómez (Chino Darín, abriéndose camino propio), un novato al que apodan El Ganso, vaya uno a saber por qué. Bueno, ya se sabrá por qué. Muerte en Buenos Aires es un policial con intenciones de denuncia, de corrupción policial y judicial, pero también una comedia y, por si fuera poco, es un filme que busca ahondar en las identidades sexuales de los personajes para crear un entramado más grande y complejo aún que el simple que podría imaginarse al ver un tocadiscos, o una birome Bic azul de capuchón blanco. Con la reconstrucción de época acertada, con guiños para quienes vivimos esa época, Muerte...coquetea más que lo que llega a enamorar. Cada personaje tiene su costado secreto, o al menos no resuelto. A la ambigüedad sexual -“Copito” Alcorta era “un puto”, como lo define Chávez, y todas las sospechas se dirigen a Kevin (Carlos Casella), su amante y cantante- se suman jugadas turbias de parte de un comisario (Hugo Arana) y el juez de turno (justamente, de apellido Morales -Emilio Disi-). Algo raro se cocina por abajo, y Chávez, con Gómez como su mano derecha, más la agente Dolores (Mónica Antonópulos) indagarán, como siempre, hasta llegar ”hasta las últimas consecuencias”. Es, sí, un policial descontracturado, con escenas que juegan a la Arma mortal, acción, humor, sexo, sadomasoquismo, drogas, pistas falsas, sorpresas y vueltas de tuerca. La opera prima de Natalia Meta es de factura impecable, aunque algunos momentos o actuaciones que pretenden generar mayor verosimilitud no estén acordes a lo que se propone. Los giros idiomáticos muy del Buenos Aires de los ’80 (“ni fu ni fa”, qué churro”, “a calzón quitado” o “quedate piola”), tienden a acercar al espectador, a generar empatía con un filme de los llamados “comerciales” que cumple su cometido y no defraudará a su público.