Para quienes estén ausentes de los movimientos y causas políticas quizás les resulte difícil comprender los difusos límites del reclamo, las elecciones de los participantes que se juegan por lo que creen; pero ahí están, ellos ponen sus ideales ante todo. Trabajos documentales como En Obra vienen a poner de manifiesto el entendimiento de un reclamo y explicitan el terrible dolor de las vidas muy injustamente perdidas en lo que debería ser un hecho pacífico. El nombre de Carlos Fuentealba cobró un trágico renombre cuando en 2007 fue asesinado a quemarropa por las fuerzas policiales neuquinas en medio de una protesta docente. Como ocurre muchas veces con las víctimas inocentes, de inmediato se convirtió en una insignia en contra de la represión en tiempos de democracia, en una estampita de la que luego se siguió adelante, y aunque se condenó al policía responsable de la muerte al año siguiente, y de hecho fue la muerte política de su gobernador Jorge Sobisch, quedó en la provincia y en el país un sabor a impunidad del poder. Los directores Damián Finvarb y Ariel Borenstein buscan con este documental recuperar esa imagen perdida, demostrar que no se continúa y se olvida, que para los que luchan, las causas siempre están presentes. Con una estructura de documental clásico, En Obra sigue la vida de Fuentealba a través de entrevistas y archivos. Se lo sigue desde la militancia, el foco principal es ese, como hombre político que peleaba por causas justas, claro que al ir de la mano la vida privada también estará presente. Fuentealba comenzó su lucha organizando el sindicato de la UOCRA cuando Neuquen creció en base a la construcción en Piedra del Águila; y de ahí emprendió un camino junto a los necesitados que no abandonaría cuando ingresara en la docencia cuando emprendería un nuevo desafío sindical. Lo llamativo de En Obra es que en sus dos horas de duración predominan los momentos previos a la docencia, destacando los momentos en que participó activamente en política de raíz. Los testimonios son variados y valederos, lo mismo que la información sobre la continuación de las causas por la que luchó y las consecuencias de su muerte. Carlos-Fuentealba El tinte es claramente político y hasta si se quiere partidario, y no esta mal que así sea, buscar objetividad en estos temas es una tarea imposible y falsa. Un trabajo hecho a pulmón y con mucha colaboración de los intervinientes, quizás no sea lo más cinematográfico, como suele suceder con este tipo de films, quizás no tenga el ritmo de la ficción ni su edición cuidada, el fraccionamiento es típico de los documentales que intercalan muchas entrevistas y de distinto tipo y origen. Pero En Obra importa por su peso testimonial, por lo que se dice más que por lo que (y cómo) se ve; la riqueza de los valores, y de descubrir una personalidad jugada, interesada por los demás; para luego caer en el peso de su “absurda” muerte y pensar en por qué no han tenido mayor reconocimiento en vida, el análisis es siempre el mismo.
Salí de ver Jobs con una idea en la cabeza, como ha cambiado el cine a lo largo de los años. La referencia inmediata que vino a mi mente fue la de otra “biopic” sobre un magnate, Citizen Kane del y con el maestro Orson Welles; sus miradas sobre el poder son tan distintas, tan ideológicamente opuestas que al segundo comprendí que era inútil continuar con esa comparación. Aún generalizando podemos encontrar películas biográficas sobre grandes personalidades de la humanidad, o por lo menos que dejaron su huella; pero Jobs es heredera del éxito de Red Social y el camino parece ser otro, el de la benevolencia. En los primeros veinte minutos de este film de Joshua Michael Stern encontramos sus más grandes falencias, y es cierto que luego mejora bastante. Una presentación ante empleados en 2001 del propio Steve Jobs para adelantar el lanzamiento de un invento revolucionario que cambiará la vida de las personas, así es representado, el Ipod, para quienes no lo sepan un reproductor digital de música. De este modo abre el film para luego pasar directamente a escenas en la universidad del personaje que a la manera de un hippie se viste andrajosamente, no usa calzado alguno y no tiene otro rumbo que no sea descansar, pasar sus días y engañar a sus amoríos; todo finalizado con una secuencia cuasi musical en la cual Steve salta por un prado mientras resuena un poupurri de éxitos de los setenta. Jobs se propone relatarnos la vida de un genio de la computación desde sus primeros años creativos al término de la universidad hasta casi la actualidad cuando vuelva a ser nombrado CEO de su multinacional Apple y la lleve a ser la empresa con mayor valores cotizados en bolsa. En primer lugar, la duda más grande, y lo que mayor expectativa creaba, Ashton Kutcher cumple en su caracterización casi mimética. El modo de caminar, mirar, hablar y actuar es muy similar al Steve Jobs real, y el carisma del actor ayuda cuando se quiere demostrar la habilidad en los negocios; este es el mayor acierto del film. Los roles secundarios también son otro acierto, pese a que muchos nombres conocidos pasen como un cameo de una escena; los personajes de Woz (Josh Gad) la mente creativa originaria detrás de Apple y Mark Markkula (Dermot Mulroney), el inversor original, tienen el peso necesario y se roban muchas escenas, más aún Gad como una suerte de comic relief. Pero detrás de los personajes bien delineados lo que encontramos es una historia que avanza a saltos, que muestra momentos importantes y trascendentales de una vida, y que hace énfasis en un mensaje de progreso cueste lo que cueste. La idea de mostrar a Jobs como un ser ambicioso, (casi) inescrupuloso, que pase sin más de ser un idealista a un empresario cuyo único objetivo sea el bienestar económico, no parece ser inocente; y aún en los obligados y escasos momentos cuestionables de su vida que se exponen, para cada uno de ellos habrá un momento de redención. Es más ni siquiera se lo enfatiza como un genio informático, prevalece un lugar empresarial dejándole la creación en manos de otros. Stern hace un buen trabajo de recreación de época e imprime tensión a la historia como un thriller de negocios; también habrá momentos logrados con una cuidada fotografía; pero la idea cuasi heroica copa todo el relato y la sensación de ve estar viendo un institucional de Apple es más fuerte que la de ver una verdadera historia de vida. Es extraño decir esto de una biopic, en Jobs sobran los aspectos técnicos pero falta el aspecto vital.
De reciente paso por la última edición del BAFICI, Habi, la extranjera fue una de las sorpresas de dicho festival. Encontrarse con una ópera prima tan delicada, cuidada, armoniosa y a la vez profesional no es algo que ocurra todas las semanas, y que un título así ahora renueve nuestra anquilosada cartelera menos. ¿Cuántas veces jugamos de chicos a ser otra persona?, ya sea un artista, alguien al que admirábamos, o simplemente uno cualquiera cambiando nuestro nombre, ¿qué pasaría si llevásemos ese “juego” a la realidad adulta? Una chica de 20 años (de la cual desconocemos su nombre hasta casi el final del relato) llega a Buenos Aires desde el interior simplemente a hacer una entrega de artesanías que realiza su madre. Desde el primer momento, se nota que ella busca algo más, tiene otras intenciones, y el clic llegará cuando ocasionalmente haga una de sus entregas en un centro musulmán en donde se realiza el velorio de una mujer. Sin buscarlo, pero tampoco sin disculparse, ella pasará como una más, la saludarán y, como es la costumbre, le darán pertenencias de la difunta. Como un plan ¿inocente? ella pasará a llamarse Habiba, apodada Habi, y frecuentará lugares relacionados con esa cultura, desde una mezquita, tiendas, y un centro de aprendizaje de idioma y costumbres para mujeres. Su otra personalidad, aquella del interior, desaparecerá salvo por los llamados escapistas que hace a su madre, y Habi tomará por completo el cuerpo, consiguiendo un trabajo afín, inventándose un pasado, y viviendo en una pensión para extranjeros, hasta tendrá la oportunidad del amor; y lo de tomar el cuerpo es literal, su actitud cambiará, hasta su físico, como si volviese a nacer. María Florencia Álvarez nos cuenta en su debut una historia de descubrimiento, de reinicio cuando no queremos seguir siendo lo que somos, y más de un espectador puede sentirse identificado con su protagonista. A simple vista uno podría esperarse un film sobre la cultura musulmana, pero Habi, la extranjera es otra cosa, o es mucho más, pareciera que no cambiaría demasiado si el entorno fuese otro, o si fuese al revés; Álvarez profundiza, habla de ser quien uno quiere ser, de que siempre se puede cambiar; eso sí, habrá que pagar las consecuencias. Con un ritmo acertado que atrapa y a su vez entretiene con dosis de humor, debe sumársele un trabajo cuidadísimo en la fotografía, edición, y en la estructura del guión. La productora Lita Stantic ha basado gran parte de su enorme trayectoria en descubrir nuevos talentos, y con este film parece haber vuelto a dar en el blanco. El elenco también luce muy sólido, Martina Juncadella como Habi es un rostro a seguir, cada sentimiento y decisión es transmitida de manera espontánea, con mínimos gestos; y a su vez es acompañada por un conjunto de interesantes secundarios como Martín Slipak, Lucía Alfonsín, Maria Luísa Mendonça que rodean ese mundo “ficticio”. Habi miente en su personalidad, se inventa una historia para sí, y sin embargo, pareciera encontrarse a sí misma, hacer un viaje de autodescubrimiento, tanto como para no reconocer a quien fue; el asunto es cuánto puede durar ese equilibrio. María Florencia Álvarez abre más preguntas de las que contesta, y lo hace como si fuese una pequeña y simpática anécdota, sin lugar a dudas es una artista a la que debemos prestar atención.
Cuatro adolescentes, el fin de una década devastadora, y nada, la nada misma. Eso es A La Cantábrica de Ezequiel Erriquez. Lola, Lija, Choco y Zota son cuatro amigos que están abandonando la infancia y descubriendo ese misterio de sensaciones que es la adolescencia; pero el contexto no es cualquiera, los años ’90 arrasaron con la esperanza de toda una generación, y ellos que están empezando a vivir parecen poder sentirlo. A La Cantábrica es un film deliberadamente seco, parco, de imágenes y secuencias más que de diálogos, y eso expresa algo interno que sucede con estos chicos. Cada uno de ellos vive realidades diferentes, no todos afrontan los mismos problemas, des más ni siquiera comparten mucho entre sí salvo los encuentros en aquella fábrica abandonada del título. Son jóvenes del Oeste del Conurbano Bonaerense, zona muy castigada por la desidia de la década mientras otros festejaban, y La Cantábrica es ejemplo de época, un lugar abandonado que cerró sus puertas dejando un caudal importante de desocupados. Hoy día pertenece a una de las tantas fábricas recuperadas en la zona. Pero todo esto no está en el film de Erriquez, nada es expresado directamente, aunque todo se intuye por las actitudes de los propios chicos y del entorno. A La Cantábrica pareciera no avanzar, no es film de grandes sucesos, al contrario, son vivencias diarias sin que suceda nada particular hasta un giro llegando el final que resignifica un poco lo visto hasta entonces. Pero este gesto, que hace al film realmente lento en realidad expresa algo de lo que fueron los últimos años del Siglo XX llenos desesperanza y en donde nada aparecía que pueda cambiar la situación; si se lo analiza de esta manera, A La Cantábrica adquiere nuevos valores. El grupo de adolescentes lucen naturales, aunque difícilmente despierten aluna simpatía por la forma de ser de cada uno de ellos y por lo que les toca vivir. Nada es sencillo, y hay un gusto amargo aún en los momentos de diversión. Erriquez filma de modo directo y con sencillez, como si simplemente posase la cámara y dejase que las cosas sucedan, fluyan; también se posa en determinados cuadros, objetos o planos, lo que acentúa la idea de un tiempo que no pasa, de espera permanente. A La Cantábrica es un fresco de época, de una época triste y abúlica, y por lo tanto eso es lo que sucede con el film, no hay diálogos trascendentes, ni hechos que llamen la atención, solo queda ver pasar la vida de costado, vidas que recién comienzan y ya están deslilusionadas; la única esperanza es que suceda algo que cambie la situación que los haga pensar que puede haber algo más, lástima que tarda en llegar, demasiado, parece no venir. La Cantábrica es una fábrica abandonada, una buena metáfora del interior de estos jóvenes, quizás en algún momento, como la fábrica, logren recuperarse.
Pocas veces podemos decir esto de un film, su título local es más acertado en significancia que el original de su idioma. “Causas y consecuencias” es el noveno trabajo como director del otrora galán cinematográfico Robert Redford, y como tal, vuelven a lucirse las mismas inquietudes que ya asomaron en sus últimos trabajos, las causas políticas y los dilemas morales; pero lo llamativo y lo que distingue a este film del resto es el retorno, en un cierto punto del relato, a su otra etapa narrativa, la inicial, más preocupada por relatos de vida con “problemas” emocionales, lo que llamaríamos una historia del corazón, o simplemente un drama emotivo. Redford vuelve a dirigirse a sí mismo como Jim Grant, abogado especializado en Derecho Administrativo (causas contra el Estado) que ve invadida su vida cuando Shjaron Solars, una simple ama de casa (Susan Sarandon, que al igual que los vinos mejora con los años) decide entregarse a la policía y revelarse como una activista terrorista buscada desde los años ’70. Quien ata los cabos es un joven periodista, Ben Shepard (Shia LaBeouf en otro rol que le queda grande), que en pos de una primicia investiga hasta concluir que Grant no es solo un posible abogado defensor de la mujer sino que mantiene una identidad oculta, Nick Sloan, un compañero de Sharon en el activismo, y al que también buscan por la muerte de un guardia de seguridad en medio de uno de aquellos actos. Todo esto desembocará en fuga de Jim/Nick, quien irá localizando a sus ex compañeros de lucha en pos de ayuda y tratando de encontrar a su antigua novia que formó parte del núcleo más duro de aquella agrupación (Julie Christie). Así, el relato irá por dos vías, los antiguos activistas que ahora llevan apacibles vidas con secretos; y por otro lado Shepard que realiza su investigación, con dudas internas cada vez más grande y que intenta colaborar y a la vez eludir a un FBI a cargo de Terrence Howard. Evitemos hablar de algunas incongruencias o puntos de la historia que no suenan muy lógicos – Redford con una hija que podría ser su (bis) nieta, o escapando y corriendo más rápido que un helicóptero por un bosque – el problema de “Causas y consecuencias” es otro. El viraje que hace la historia, al que hicimos referencia al principio, va minando la energía del relato, hace que el film pierda consistencia y tal vez esa indefinición, ( es un thriller político puro o un drama clásico?), suma confusión a sus prestigiosos secundarios . Eso genera que se pierda interés, la acción decaiga y la cinta pierda fuerza a medida que avanza el metraje. Basándose en una novela de Lem Dobbs, Robert Redford vuelve a demostrar cómo ser un director que ama el sistema en el que vive. Maneja bien lo que hubiese sido una historia mucho más interesante, pero abandona la rebeldía a mitad de camino para plantear otro ángulo de la cuestión y termina entrampado en un relato demasiado previsible, casi un culebrón. La sensación al final de la proyección es que Redford tiene las condiciones intactas como director, sólo necesita analizar más en profundidad los guiones que le llegan y acepta.
Ken Loach se ha hecho un nombre en el mundo cinematográfico como lo que podríamos llamar un director denuncia. Su foco suele estar en las duras penas que deben pasar las clases extranjeras frente a una sociedad que los hostiga. A lo largo de una extensa filmografía se le han reconocido dramas formidables, sobre todo aquellos ambientados durante procesos histórico-sociales. Pero a todo director consagrado le toca el turno de relajarse, de hacer films más livianos, algunos dirían menores, y en su caso particular, hacerlo sin dejar de lado sus ideas, lo cual es algo muy valeroso. Esta “Parte de los Ángeles” probablemente no sea una película memorable, puede que no integre una lista selecta de sus mejores obras, y aún así, en su simpleza ser una obra remarcable que sigue colocando a su director dentro de los nombres más firmes del cine europeo, más aún de un cine inglés tan de capa caída. Hablamos de una comedia divertida, fresca y hasta desprejuiciada. Los protagonistas son un grupo de personas, en especial unos jóvenes, y en particular uno de ellos Robbie (Paul Brannigan), que deben cumplir servicio comunitario como parte de una condena para reducir la misma. Pero lejos de aplacarse, estos jóvenes no perderán la rebeldía y seguirán haciendo “de las suyas”. Este grupo son lo que llamaríamos pequeños delincuentes o bándalos, una cultura emergente de los barrios bajos de Glasgow, gente si se quiere desclasada, que las instituciones intentan reformar, pero a la manera de un “La naranja mecánica” muy light comprobaremos que el fuego interno es imposible de aplacar. Robbie y los suyos ingresan a este programa de ¿rehabilitación?, pero pronto se enteran de la existencia de un Whisky muy bondadoso, raro, inclasificable, y claro muy caro, y esa botella muy pronto va a entrar en subasta... Claro que no sería Ken Loach sino se tomara su tiempo para retratar el día a día de la clase obrera, y además sino nos mostrase un poco de los conflictos internos de Robbie, y ahí sí, el drama toma la escena, aunque tampoco carga las tintas. Robbie se debate entre hacer buena letra, quedar limpio y en libertad para poder disfrutar de su hijo por venir, o mantenerse en la suya, “no venderse” y seguir por el mismo rumbo cueste lo que cueste. También habrá lugar para la marginación de los pobres frente a esa otra clase que los quiere encasillar y en definitiva encorsetar. La conclusión al ver un film como “La parte de los ángeles” es que se está frente a un trabajo de más de una capa. En una primer mirada se observa la liviandad, los momentos divertidos y graciosos; pero más allá de eso, en una segunda impresión asoman las mismas vueltas de siempre, la lucha del marginado por surgir, por no dejar que lo opriman, y los dramas tan disímiles con los de una clase pudiente. Acertadamente Loach convocó a un elenco casi ignoto (por lo menos para nosotros) que se adapta perfectamente en sus roles de desclasados, casi como si hubiese manejado a un puñado de no actores, lo cual le otorga frescura y realismo al relato. Repetimos, no se la recordará como una obra trascendente, es el propio film de un director septuagenario que sabe que ya no tiene que demostrar nada, y sin embargo es un film valioso en su mixtura de liviandad y cruda realidad social; podríamos decir un Ken Loach puro.
Esta semana se ofrece en la sala Leopoldo Lugones un programa doble compuesto por un largometraje de escasa duración y un mediometraje, ambos del director Matías Piñeiro, y que, pese a no haber sido trabajados en conjunto, se complementan mutuamente. El largometraje es "Viola" (resñada por mi compañero Rodrigo Chavero que pueden leer aquí: ,http://bit.ly/13HERcj ) y fue presentado en la última edición del BAFICI y el mediometraje (objeto de esta reseña) lleva por título "Rosalinda", formó parte de un tríptico junto a otros cortometrajes para el Festival de Jeonju en Corea, y está inspirado en otra obra del autor inglés "Como les guste". Piñeiro es de esos directores a los que les gusta jugar con las formas, manejarse en el borde de lo críptico y lo lúdico, y al fin usar la imagen de un modo sensorial, y en Rosalinda (al igual que en Viola) parece sentirse a sus anchas con este “método”. El lugar es la Localidad bonaenerense de Tigre, mucho verde, muchos colores, mucho sol. Allí un grupo de jóvenes se encuentra ensayando una puesta en escena de cómo les guste, pero lo que podía empezar como una suerte de movedizo making off, pronto se intercala con una historia dentro de la historia, Rosalinda, una de las chicas comienza a utilizar su celular para resolver problemas sentimentales, y entre el desagrado y desconcentración del grupo comienzan los enredos amorosos propios del Shakespeare inspirado, le letra pasa a la realidad. Algo similar a lo que ocurre en la excelente "César debe morir", reciente estreno de los hermanos Taviani, pero casi en un sentido opuesto. Piñeiro opta por el trabajo con la imágen, el movimiento constante, la contraposición de formas y colores, y sin dudas, por el texto ligero y alborotado; en momentos casi una puesta Kitsch del clásico en que se inspira. Es cierto que la obra de este joven cineasta (estudió en NY y su estilo desprejuiciado es difícil de encasillar), parece propicia para el regodeo festivalero, para el público ávido en la intertextualidad, para aquellos que aman el poderío críptico de la imagen. Puede ser útil advertir a un espectador más “desarmado” que se encontrarán con 43 minutos que no serán fáciles de digerir para alguien que busque algo más tradicional, o lineal, por definirlo de alguna manera. "Rosalinda" maneja los ejes ligeros y chispeantes de una obra directa, pero a la vez con varias vueltas que dejan entrever que no estamos frente a una esquemática comedia inocente. Lo dicho, este díptico de Piñeiro hará las mieles de quienes admiran un cine que otros consideran selecto, aquellos que van en busca algo más a una sala. Su sentido de la curiosidad y su estilo narrativo le ha significado las palmas en más de un festival y la máxima aprobación en las miradas de muchos entendedores.
La sensación antes de ver “Últimas vacaciones en familia”, de Nicolás Teté la tuve presente desde el inicio de la proyección. Hace unos meses ví un exponente similar de Chile, “De jueves a domingo” de Dominga Sotomayor, que giraba sobre una familia con dos hijos pequeños que emprendían un último viaje antes de separarse. La idea era generar esa salida, en plan de “explicarles” la nueva situación a los chicos que terminaban quedando a la buena de Dios. Sin embargo, terminada la experiencia, el recuerdo fue otro, el de la también reciente (vista en el último BAFICI y aún pendiente de estreno comercial) “Tanta Agua” del dúo uruguayo Ana Guevara y Leticia Jorge, en el que un padre divorciado hace tiempo, emprendía un viaje de escapada para reconectarse con sus dos hijos pre y adolescente. Eso me conectó con esta propuesta inmediatamente, por su abordaje desde un ángulo diferente. Es que en el film de Teté (íntegramente filmado en Merlo, San Luis), la familia parece estar separada entre sí desde hace rato, y solamente conservan las debidas apariencias, aunque si sienta que el tiempo que permanecerán unidos termina, inexorablemente. Hablamos de los López Araujo que llegan a Merlo en plan vacacional, pero ya en las escasas imágenes iniciales del viaje de ida se presiente que el clima es entre impostado y tirante. Son los últimos días de Marcela y Arturo, mamá y papá, como pareja y matrimonio; cuando el viaje llegue a su fin, ya no compartirán más el hogar, nada, pero igual el viaje familiar se hace. En el medio están Camila y Joaquín, los hijos adolescentes, que viven también situaciones que los atraviesan y afectan. Cada uno actúa por su lado, como partes independientes de algo que alguna vez estuvo unido pero que ahora existe separadamente; y sin embargo, cuando conviven (en esta suerte de despedida), hay un cierto ritmo interno, una extraña unión familiar que nos hace pensar en aquello de que cada grupo sostiene, su propia manera de regularse, única e individual. Marcela es la encargada de mantener las apariencias, aunque no se sabe muy bien para qué/quién, probablemente para ella misma, actúa como si fuesen un grupo feliz y unido, una familia perfecta. Arturo es casi la contracara, quiere terminar cuanto sea para continuar una nueva vida que, de algún modo, ya empezó tiempo antes del viaje. Los chicos también, se escapan, reniegan, y viven sus propios descubrimientos, dentro de una atmósfera sugestiva y bien estructurada. Nicolás Teté, también autor del guión,. maneja su historia desde varios planos, y el logro está en haber encontrado unidad entre ellos. Cada emoción tiene su tiempo, y los vínculos se desgranan frente al espectador. El paso del tiempo va definiendo escenarios nuevos, impredecibles. Y esa emoción domina la escena. Es imposible filmar en Merlo y no caer en cierto regodeo visual paisajístico, el escenario termina siendo otro protagonista con una muy bella y armoniosa fotografía. Las interpretaciones a cargo de Many Diaz, Luís Alvarez Moya, Naiara Awada, Camilo Cuello Vitale, y una participación de Nicolás Condito son dispares pero en el conjunto, correctas. “Últimas vacaciones en familia" es como esos videos que uno filma durante un recorrido con sus seres queridos, la diferencia es que este, probablemente, sea la postal de despedida para un tiempo que ya no volverá.
Extraños personajes los payasos, con diferentes caras según quien los vea, y con estilos de rutina diferentes entre sí. A algunos (la mayoría) los divierte, les causa gracia; a otros les produce miedo, pavor; otros se explayan sobre la decadencia de lo absurdo y de lo burdo; los hay clásicos, más estilizados, con una gracia a puro chiste slapstick, o con rutinas de crítica social. Una masa gigante que queda englobada en una sola palabra, payaso; y esa es la impresión que da esta ¿docu-ficción? de Lucas Martelli, un muestrario de estilos diversos que confluyen en el mismo punto de la payasada. La excusa inicial es la de una reunión de payasos de todo el mundo para crear “el mejor espectáculo de payasos de la historia”, todos concurren al mismo lugar, se juntan, y realizan una suerte de competencia o de actuación conjunta, reunión de anécdotas, como sea. En un principio esto parece recordarnos al film de Guy Maddin La canción más triste del mundo, con toda esa carga absurda y delirante. Los distintos payasos son retratados de un modo – adrede – decadente, llegando al lugar de encuentro desde puntos diferentes, mostrando su existencia, y conviviendo (basta como botón de muestra ver los numerosos trailers que circulan por la red), como una suerte de fábula reversionada. Pero pronto el documental copa la escena, y serán los mismos payasos quienes a través de entrevistas cuenten su vida y las anécdotas más significativas de la profesión. El título Sólo para payasos tampoco es aleatorio, Martelli (que también es acróbata) busca rendir un homenaje a estos seres a los que, se nota, admira, y que muchas veces no son reconocidos como los grandes artistas que son; y su visión cobrará otro matiz para quienes sigan la profesión, los que podrán contar las anécdotas como propias logrando la identificación. Para quienes miramos desde el afuera, es un trabajo de descubrimiento, de conocer un poco de un mundo que desconocemos, y por qué no, sacarnos algunos prejuicios. La también profesión circense de Martelli se nota a la hora de la dirección, no estamos frente a un film solemne, es un festejo, y se nota desde el ritmo, la seguidilla de escenas, y algunas escenas de un extraño preciosismo. No conviene adelantar nada de las anécdotas ni de los intervinientes, cada aparición causa una sorpresa distinta, como en una caja misteriosa, y el descubrimiento es grato. Hace dos semanas llegó a nuestras carteleras Cirquera que retrataba la historia de vida de dos artistas de circo contrastando el estilo actual con el tradicional. Si bien por temáticas se complementan, uno y otro trabajo son bien diferentes. Acá predominan la gracia, el desparpajo, y la autoconciencia de la parodia, del absurdo, que conlleva el arte payaso. Como si los mismos payasos se hicieran cargo del film y lo manejasen a su antojo. Mezcla de documental con escenas ficcionalizadas, pero en uno y otro ámbito predomina el espíritu jovial de la diversión. Martelli comprende a las personas de quienes habla y los expone tal cual son frente a la pantalla; y exige del espectador exactamente lo mismo, comprensión y una total descarga, al fin y al cabo estamos frente a un show de gracia y la expectativa principal es que el público se divierta.
El universo Marvel parece tener la particularidad de ser, como mínimo, polifacético. En él conviven “armoniosamente” distintos mundos y realidades y así también historias disímiles. Desde los clásicos films de superhéroes de Los Vengadoes y cada uno de sus integrantes en particular, al drama de un adolescente nerd con doble identidad de Spiderman, a la Ciencia-Ficción pura de los X-Men, la suerte de terror de Blade y Ghosth Rider, y las más directa acción de Daredevil y su Spin-Off Elektra. Dentro de ese universo se ubican las películas Wolverine, y la lógica indicaría que siga las riendas de sus orígenes en X-Men. Sin embargo, tal cual se vislumbró en X-Men Orígenes:Wolverine y ahora se confirma en Wolverine:Inmortal, Guepardo, cuando está solo, opta por la acción a raudales. Para quienes no conozcan de historietas, Wolverine maneja una línea propia además de seguir al grupo de mutantes, y cierto es que de ahí proviene una inclinación más propensa a la acción. Para quienes sí sean lectores del comic, Wolverine: Inmortal sigue, muy libremente, la Saga del Samurai de Plata, y las licencias no solo están en cuanto a la historia en sí sino sobre el lineamiento de los personajes, veamos. La acción se ubica tiempo después de X-Men: La Batalla Final; Wolverine (Hugh Jackman en un rol que ya adoptó y compró) está atormentado por la muerte en sus manos de su amada Jean Gray (Famke Janssen con cara de por qué me sacaron de la franquicia) que se le aparece en sueños. Es así como vive oculto del mundo, hasta que una joven oriental, Yukio (Rila Fukushima) lo localiza y lo traslada hasta Japón con la supuesta excusa de darle la despedida a un ex aliado en un campo de concentración en Nagasaki, Yashida (Haruhiko Yamanouchi) actual magnate empresarial moribundo. Lo cierto es que el anciano le propone a Logan/Wolverine otorgarle la mortalidad transfiriendo su don de la inmortalidad para acabar con un sufrimiento eterno. Esta paz en el argumento no durará demasiado, pronto se desatará la muerte del anciano y Logan deberá proteger a Mariko (Tao Okamoto), nieta y heredera del magnate, de un clan de mafia Yakusa en el cual parece estar metido el propio padre de Mariko, y la peligrosa Viper (Svetlana Khodchenkova) una poderosa y ambiciosa mujer con variados dones que se irán conociendo a lo largo de la trama. Luego que la anterior entrega en solitario de Wolverine no rindiera lo económicamente esperado, se había anunciado para esta un cambio de estilo. Lo cierto es que estamos frente a un argumento clásico de film de acción, el típico y transitado del recio protegiendo a la damisela en peligro con todas las reglas del manual adentro, incluido el romance y si es mejor el exotismo de las tierras lejanas. Wolverine: Inmortal se plantea como un film de acción puro, y la verdad es que avanza a fuerza de escenas adrenalínicas. El multifacético James Mangold toma acá la dirección y lo hace casi en piloto automático, talvez hubiese convenido algún director oriental experto en films de artes marciales; así y todo, Mangold cumple su labor y algunas escenbas tienen real vértigo. Jackman hizo suyo al personaje, y hay para el deleite de todos, desde la estrella de acción, hasta la semidesnudez para las chicas, y la comicidad natural que le aporta al personaje. Este protagonismo absoluto a la vez se consume al resto, que resultan mucho menos interesantes, sobretodo Viper con severos cambios desde su original del comic asemejándola a una suerte de Jade del videojuego Mortal Kombat. En los ’80, la Cannon Group. Se especiazó en films de americanos introduciéndose en el mundo de la acción oriental; Wolverine: Inmortgal parece retomar ese camino, con aciertos y errores, y entregando precisamente eso, piñas, patadas, armas, japoneses peleando en traje, y Logan desplegando sus garras contra ellos en todo momento.