¿Qué necesita una película para ser una gran película? Productos como La Sublevación demuestran que no son necesarias las grandes ambiciones, la ampulosidad, o el maximizar todo, simplemente tener algo, no se sabe qué, llámenle ángel, un toque distintivo, ese no se qué que las hace únicas. No es necesario que sea perfecta, basta con dejar conforme al espectador, lograr un entretenimiento válido, y si se puede un buen mensaje, en este caso relacionado a la llamada Tercera edad. Temática que no es novedosa en el cine, la literatura, o la dramaturgia, pero a la que siempre parece que puede encontrársele otra vuelta de tuerca. La acción se desarrolla en el Asilo Nuestra Señora de la Merced, un lugar en el que un grupo de ancianos está acostumbrados a su rutina diaria y al compañerismo que se desarrolla entre ellos como un microcosmos. Un clima tranquilo que, por supuesto, se alterará por varios sucesos; primero la llegada de una nueva “interna” Alicia (Marilú Marini), una mujer que se dejó al abandono y llega al lugar para revolucionar todo, las hormonas principalmente; también una noticia que resuena por todos los medios sobre la posibilidad de un Mesías en el pueblo; y lo principal, y lo que da título al film, la partida durante un tiempo de la cuidadora permanente la cual es remplazada por su hijo, un déspota al cual el grupo de mayores se opondrá como sea. Como es de esperarse La Sublevación es un film de argumento y realización simple, su director debutante, el brasileño Raphael Aguinaga, no pretende la sorpresa o el deslumbramiento, sino refugiarse en la calidez y la simpatía, y sí jugar un poco con el absurdo sin caer en la burla o la chabacanería. También se cuenta con otro importantísimo as bajo la manga, un elenco renombrado y de lujo integrado por la mencionada Marini (más afín al teatro pero de estupenda interpretación), la siempre eficaz y talentosísima Lidia Catalano (a ver cuando un protagónico para esta hermosa mujer), Arturo Goetz, la adorable Nelly Prince, y Luís Margani mucho más que el Rulo de Mundo Grúa. Todos componen personajes a su medida y conforman una armonía interna, entre ellos y de entrega a la historia, verdaderamente deliciosa; otra sería la película con otros actores. La sublevación logra que, tengamos la edad que tengamos, se nos instale una sonrisa desde el principio y no la abandonemos, aún en los momentos dramáticos, que los hay y varios. Otro apunte a favor es no quedarse en la simple moraleja sobre la vitalidad de la tercera edad, ya vista no hace mucho por ejemplo en Rigoletto en Apuros, sino adentrar un poco más, tocar límites de crítica social (sin meterse en terrenos farragosos), y hasta un toque bizarro y deliberadamente incoherente que le otorga luz propia. En la simpleza de las cosas La Sublevación encuentra las armas para convertirse en una pequeña gran obra, puede que no quede perpetrada en la historia del cine, pero en estos momentos de cartelera anquilosada otorga un brío que no muchas películas actuales tienen, y eso de por sí, es un gran valor.
Una familia adinerada encerrada en una casa en el medio de la nada, un grupo de enmascarados acechándolos, y un secreto a revelar. Esta fórmula repetida es la que presenta “Cacería Macabra” – desafortunado y trillado título local para “You’re Next” –, y sin embargo estamos en presencia de uno de los títulos más originales que ha entregado el género de terror en los últimos tiempos. Adam Wingard y Simon Barrett, director y guionista respectivamente, tienen trayectoria en el género, ambos forman una especie de dúo que participó de una serie de películas clase B (o directo a DVD), y también son los responsables de segmentos en “Las Crónicas del miedo 1 y 2”, y en “The ABC’s of Death” – las tres posteriores al título en cuestión que vio retrasado su estreno mundial durante dos años –. Los dos saben arreglárselas para entregar una cuota de miedo con poco presupuesto; y aunque de más está decir que sus anteriores (o posteriores) resultados fueron dispares como mínimo, en “Cacería Macabra” parecieran haber encontrado la fórmula que mejor les funciona. Los Davison son una familia de clase acomodada, distanciada entre sí. Paul y Aubrey, los patriarcas, llegan a la casa de fin de semana para festejar su aniversario de bodas con los hijos y así limar asperezas. A la reunión llegan los cuatro hijos con sus respectivas parejas. Todo marcha relativamente bien pese a las esperadas disputas y algún hecho extraño, hasta que, durante la cena una flecha es lanzada desde el afuera impactando entre el grupo; la cacería ha comenzado. Tres usurpadores, que merodean el lugar, o se encuentran escondidos en el interior del hogar, con máscaras de zorro, tigre y cordero, serán los encargados de ponerle terror al evento. Acorralados,a los ocupantes de la casa sólo les queda luchar por sus vidas. A diferencia de lo que podría haber sido una película más olvidable; Wingard y Barrett le otorgan elementos suficientes a la historia para que el público disfrute de principio a fin. En primer lugar, hablamos de un título que se arrodilla, rinde culto, a lo mejor del género slasher de décadas pasadas. No sólo hay un argumento con alguna similitud a “Funny Games” y “Los Extraños”, sino que ahí están los homenajes a Carpenter, al Raimi de “Evil Dead”, a la saga de “Martes 13”, y a otros títulos más conocidos por los fanáticos. A esto también aporta la incorporación de Barbara Crampton como Aubrey, una leyenda en películas clase B de terror y ciencia ficción. Pero no solo los adentrados en los “clásicos” de terror pueden apreciarla, todo el equipo hace una apuesta por el entretenimiento y sale ganando. La mezcla entre escenas realmente crudas pero en una atmósfera de diversión es el mayor acierto de la película. Todos los tópicos del género están presentes, las muertes cada vez más fuertes, los litros de sangre, una banda sonora logradísima, y Erin (la australiana Sharni Vinson) una heroína que se ubica en el podio de otras “grandes” como Laurie Strode, Sidney Prescott, y Nancy Thompson. "Cacería Macabra” es una película deliberadamente salvaje, tal vez encontremos alguna falla en su argumento, no todo encaje a la perfección, pero los momentos divertidos, las escenas y las frases directamente de antología logran salvar cualquier bache. Es un film hecho por fanáticos para fanáticos y adeptos fieles; y viendo los otros trabajos de sus realizadores, es una muestra que, con mayor extensión y libertad creativa se pueden lograr resultados muy positivos.
Justo en el momento en que Estados Unidos se encuentra en un duro ataque bélico hacia la Nación de Siria por “supuestas” armas biológicas y nucleares; desde Hollywood nos siguen llegando estos títulos que tienen como premisa “Norteamérica es un país pacífico que respira libertad y es invadido por grupos insurgentes que buscan terminar con la paz para instalar un régimen tirano”. Más allá de estas connotaciones chocantes, lo que tenemos en "El Ataque" es un producto conocido, reiterado, que no podría sorprender a nadie... de no ser porque va aún por más. El director Roland Emmerich pareciera ya no saber qué hacer para poner a EE.UU. (el hombre es alemán) bajo ataque permanente; puso a sus militares atacados por un imperio egipcio futurista, invadió al país con extraterrestres, con lagartos gigantes, contra los ingleses en los albores de la independencia, atacado por condiciones climáticas extremas, y ante un inminente apocalipsis... y ahora le llegó el turno a los grupos paramilitares. John Cale (Channing Tatum) es un policía que sueña con formar parte del Servicio de Inteligencia Secreta como guardaespaldas del presidente de su país; pero la fortuna no está de su lado y es constantemente rechazado. Como además de tener la vocación nata de héroe es un buen padre, decide llevar a su hija a una visita guiada a la Casa Blanca, y justo ese día un grupo armado irrumpe en el lugar rompiendo todo a balazos. Desde ese momento nuestro héroe oportuno protegerá y unirá fuerzas con el Presidente Sawyer (Jamie Foxx) para salvar al país de un ataque mayor y también salvar a la nena. Más allá de encontrarnos con un título muy similar a la también estrenada este año Ataque a la Casa Blanca, y con una ideología parecida a la aún en cartel Amenaza Roja; "El Ataque" es un film digno de toda la filmografía de su director. Los ataques son espectaculares (se estrena también en salas IMAX), la acción una vez que arranca no se detiene, y el argumento es imposible tomárselo con un mínimo grado de seriedad. Los paramilitares son malos porque sí, Cale y Sawyer arman una especia de buddy movie en donde Foxx compone a un personaje torpe que cuesta entender cómo llegó a presidente aunque sea de un club, y la balacera es tan inverosímil como para no mostrar heridos graves ni sangre de ningún tipo. En los años ochenta abundaban los films patrióticos protagonizados por héroes de acción, y a la par proliferaron las parodias que se reían de todos los lugares comunes con situaciones deliberadamente increíbles y risueñas. En "El Ataque" encontramos las mismas escenas, pero por más que haya un buscado tono de “comedia de acción” como "Arma Mortal", no estamos ante una parodia. Tatum tiene carisma y la cámara parece quererlo, aunque el porte de estrella de acción sigue quedándole grande. Lo mismo sucede con Jamie Foxx, de interpretación sólida para un rol que no lo vale. En los secundarios podemos encontrar grandes nombres como el de Maggie Gyllenhall, Lance Reddick o Richard Jenkins, todos tristemente desaprovechados. En donde sí se destaca, obviamente,es en los rubros técnicos, con todo el presupuesto para efectos y grandilocuencia (aunque la banda sonora resta). Pero esto no alcanza a tapar los inmensos baches y errores que inclinan a una risa involuntaria. "El Ataque" es un producto trillado, y siempre hay un público dispuesto a ver este tipo de películas que no ofrecen novedad sino un lugar seguro, quizás así puedan disfrutarla, se les ofrece lo mismo y en mayor desbordante cantidad.
Así como venimos hablando desde hace años de una Nueva Comedia Americana con su vertiente escatológica y cuasi salvaje; parece existir algo que llamaríamos Nueva Comedia Italiana, lejos de la americana, casi una antítesis, y también lejos de la tradición itálica de ir por el desborde y la exageración para pintar frescos realistas emparentados con el grotesco. Desde hace un tiempo nos llegan de ese país comedias con tintes dramáticos, en su mayoría corales, sobre la problemática de las crisis de edad relacionadas también con temas sentimentales y/o emocionales; la trilogía de Manual de amor y La sal de la vida son ejemplo de ellas. Un piso para tres de Carlo Verdone vuelve a transitar este camino al contar la historia de tres amigos, Ulises, Domenico y Fulvio, tres hombres de mediana/mayor edad, cuyas vidas no pasan por el mejor momento, cada uno tiene problemas propios pero tanto el entorno personal familiar como el laboral de cada uno se encuentra, digamos jaqueado. posti-in-piedi-in-paradiso Ante las adversidades económicas, y por qué no para hacerse compañía, deciden mudarse a convivir en un departamento alquilado. Esta premisa es el disparador para que nos cuenten tres historias, las de cada uno de ellos, de forma coral y simultánea, y de un modo pretendidamente gracioso. Ulises (el propio Verdone) que supo ser DJ y productor musical de cierto éxito pero ahora apenas se mantiene con la venta de una disquería, mantiene un romance con una cardióloga que atiende al personaje de Doménico (Marco Giallini) un agente inmobiliario, estafador y en la ruina. Por último, Fulvio (Pierfrancesco Favino) es otro frustrado profesional, crítico de cine condenado al periodismo de espectáculos, el de chimentos. Las tres historias están bien desarrolladas, gozan de simpatía, y en las reuniones de los tres se sacan chispas. Verdone se guardó para sí al personaje con más ribetes, o al de la historia más desarrollada; Doménico y Fulvio por momentos parecieran girar alrededor de su historia, como fuertes historias secundarias bien narradas. Es imposible que el espectador no sienta aunque sea algo de empatía por estos personajes, los tres son padres golpeados por la vida, por más terribles que se los muestre en los sucesivos, y parcialmente logrados flashback, Verdone los trata con condescendencia y un patetismo que inspira hasta ternura. Para lograr esa conexión entre sí y expresarla en pantalla se necesitan buenas interpretaciones y Un piso para tres cuenta con un trío y secundarios sólidos los cuales hacen creíble hasta la situación más inverosímil. Estamos frente a un producto formal, no es una comedia para reír a carcajadas, es más, busca tocar alguna fibra emocional dramática. Lo mismo sucede con los discretos rubros técnicos, acompañan la calidez del film sin destacarse por sí. Un piso para tres es una película simpática, que encontrará su público en aquellos que pasen por situaciones similares a los protagonistas, aunque sea de edad y posición; busca la identificación, el reflejo, y si lo logra se puede pasar un rato agradable.
La filmografía del mexicano, naturalizado español, Arturo Ripstein se ha caracterizado por los dramas de tintas cargadas, las pasiones desbordadas, las fuertes traiciones y las decisiones tajantes. Su cine retrata suele retratar vidas a punto de colapsar. Si a todo esto le sumamos que gran parte de su obra se basa en adaptaciones de obras literarias, era de esperar que, tarde o temprano, Madame Bovari, la inmensa obra de Gustave Flaubert recayera en sus manos. Claro que hablamos de una versión (muy) libra. La acción se sitúa en el México actual, la protagonista es Emilia (un trabajo excelente de Arcelia Ramírez) una ama de casa que pasa todas las penurias, o así lo ve ella y así nos hace sentir. La vida de matrimonio y madre no la complace en absoluto, al contrario, la agobia; tiene un romance con un vecino saxofonista como para desviar la atención, pero ni aún así se siente satisfecha. Encima, el amante – bastante anodino por lo menos con ella – la abandona y conjuntamente se le avecinan problemas financieros con la tarjeta de crédito; es el mundo que se le viene encima... quienes leyeron Bovari sabrán en qué derivará esto. En esta, su última película que data de 2011, Ripstein se siente a sus anchas, la guionista (y pareja) Paz Alicia Garciadiego diseñó una adaptación a su medida, para que se encuadre tranquilamente en el estilo del director, para que este pueda dar rienda suelta a lo que mejor sabe hacer. Tanta comodidad y ajuste a”a la perfección” no hace otra cosa que caer en el promedio. Filmada con un riguroso, agobiante y pesado blanco y negro, La Razones del Corazón es lo que todos esperan de una película de Arturo Ripstein, hay mucho melodrama, personajes cotidianos atravesados por momentos trágicos, ascetismo deliberado, y rigurosidad en los detalles; pero precisamente lo que no hay es sorpresa, y tampoco la sensación de estar ante el mejor exponente del estilo, aunque cueste creerlo en un estilo personal, algo del todo suena a piloto automático. Muchos/as se sentirán identificados con los personajes, se adentrarán en los profundos y constantes diálogos y frases, y terminarán compenetrándose en el intenso drama; Ripstein no ha perdido su toque de llegada al público en lo absoluto. La fotografía si bien no es preciosista logra detalles precisos y es uno de los puntos fuertes del film pese a que termine por resultar cansadora. Lo mismo sucede con la casi ausencia de banda sonora; sumada a una duración de por más extensa. La intención es traspasar la angustia y gravedad de Emilia, pero se atenta contra la atención del espectador. Quienes amen el cine de su director y no busquen innovación probablemente amen esta cinta; estamos ante una película profunda y artísticamente disfrutable. Los que pretendan una adptación actual de Madame Bovari, o un film que intente bucear en inquietudes nuevas, tal vez salgan con la sensación de haber visto una buena película, nada más (y nada menos) que eso.
Otra vez nos encontramos hablando de una película de género hecha en Argentina, a esta altura ya no tienen que sorprender a nadie encontrarnos con films propios que nada tienen que envidiarle a una producción enorme, que responden a un género clásico y trata de quitarle la mayor cantidad de “localismos” (aunque en esta ocasión persisten unos cuantos). Un thriller de suspenso hecho y derecho, eso es "Séptimo"... una película de manual. Sebastián (Ricardo Darín) es un abogado que residió en España pero ahora se ha instalado con éxito como abogado junior dentro de un estudio muy importante. Ni bien iniciado el film nos enteramos que tiene en sus manos la defensa en un caso controversial, mediático y que involucra altas esferas de poder; también vemos que maneja pocos escrúpulos y básicamente vive para el trabajo, o sea un prototipo cliché de abogado en ascenso. Separado, todos los días pasa a buscar a sus dos hijos al departamento en un séptimo piso en el que viven con su ex esposa Delia (Belén Rueda) para llevarlos al colegio, y ahí juegan un juego inocente, él baja por las escaleras, los nenes por el ascensor, quien llega primero a planta baja gana... pero hay un pequeño detalle, cuando él llega los chicos ya no están, por ningún lado. La base argumental es simple y con muchas reminiscencias a Plan de vuelo con Jodie Foster. Un padre, un lugar cerrado, niños desaparecidos, muchos sospechosos, una búsqueda que ocupará casi toda la película. El director catalán Patxi Amezcua, que también co-escribio el guión según él basándose en una anécdota personal, deja los elementos simples. "Séptimo" utiliza casi como única locación el edificio con algunas tomas aéreas o en la calle sin mayor peso para darle respiro; tampoco destaca un virtuosismo en la fotografía o manejo de cámara, y hasta la música se usa como en un programa televisivo. Su único objetivo parece ser imprimir nervio, hacer sentir al espectador lo que siente Sebastián, la angustia y la desesperación de un padre, y eso es un objetivo logrado. Como es usual, los sospechosos se instalan por todas partes desde el segundo en que comienza el misterio y hace que, al igual que el protagonista, el público saque sus conclusiones y posibles resoluciones. Sí, como suele suceder en este tipo de films, la mirada aguda encontrará los hilos, algunos puntos que no cierran del todo, y hasta cuando se sepa la verdad habrá alguna sensación de ya saberlo de antemano, pero son los lugares comunes del género, y "Séptimo" se propone bucear en cada uno de ellos. Darín vuelve a hacer de Darín, ya sea tratando de casar a su anciana madre, investigando durante años un asesinato, o tratando de estafar a incrédulos, el actor encontró un registro reconocible; y el espectador que va a ver “ una de Darín” encuentra lo que busca, es ese tipo querible, al que se le cree todo, que aunque sea un chanta indeseable se está del lado de él. La española Belén Rueda (El Orfanato, Los ojos de Julia), al igual que un elenco formado por Luis Ziembrowski, Osvaldo Santoro y participaciones de Jorge D’Elia y Guillermo Arengo lucen sólidos aunque algo desaprovechados. "Séptimo" no es una de suspenso perfecta, no es esas cajas chinas donde todo cierra a la perfección, es un producto entretenido, que intriga al espectador y hace pasar su tiempo volando; quizás no llegue a ser eternamente recordada, pero dentro del género cumple, y con eso le alcanza.
Salí de mirar "Quiero morir en tus brazos" con más dudas que certezas. Es una frase hecha decir que “no alcanzan con las intenciones”, más en un plano artístico como el cinematográfico; sin embargo, y pese a que hay que reconocer que no estamos ante un film perfecto, en este caso la buena voluntad y los suficientes logros positivos terminan inclinando la balanza hacia un lado positivo. El director y guionista Victor Jorge Ruiz parece ser un cineasta que va a contramano de la corriente, hablamos de quien se ubicó detrás de cámara en "Flores amarillas en la ventana", "Ni vino ni muerto", y "La última mirada", producciones que responden a un modo clásico/tradicional de hacer cine, quizás anticuado, aquel que resalta los momentos dramáticos, los diálogos altisonantes y que se maneja en un esquema básico. Todo esto expresado no como un punto negativo, sino como alguien que se mantiene firme a una forma de hacer cine, aquel que aprendió en sus comienzos ocupándose de la fotografía en films de los años ochenta. quiero_2 Victor Ruiz prevalece el mensaje, el trasfondo del texto por sobre el ritmo o modo estético en que este es expresado, y así esta forma, para algunos declamatoria, se ha ganado tanto detractores como adeptos. En Quiero... Ruiz vuelve a hacer uso de sus formas para contarnos un melodrama clásico pero con suficientes ribetes que lo hacen interesante. El protagonista es Eduardo (Roberto Vallejos) un hombre de un muy buen pasar económico al que le diagnostican una enfermedad terminal. Como suele suceder, al menos en las películas, estas noticias movilizadoras hacen tomar decisiones trascendentales, y es así como emprende un viaje a la Patagonia que abandonó hace 20 años en busca de un viejo amor (Melina Petriela) y una vida que cambió drásticamente. La anécdota en apariencia es simple y directa para plantear un “drama del corazón”, pero ahí está el pasado de Eduardo y su familia relacionado con los hechos más funestos de nuestro país, y hasta el obligado secreto a descubrir. Estamos ante una película que descolle originalidad, arriesgados rubros técnicos, ni vértigo en el ritmo de situación; una mirada muy aguda puede encontrar algún aspecto televisivo de no ser por la bellísima fotografía que aprovecha las bellezas naturales de nuestro Sur, y los correctos rubros interpretativos en general. Pero lo que sí tenemos es un film que se sigue con interés, que no termina de cerrar todas las historias para que el espectador lo haga, y sobre todo que deja sus bases ideológicas bien claras. Ante tanto producto destinado al público masivo, que imprime un ritmo y un desarrollo digno de una superproducción, permítanme la satisfacción de integrar un título que hace recordar a películas argentinas de décadas pasadas, aquel cine que marcó una huella y formó un estilo que, declamatorio directo o no, era identificable con nuestra cinematografía. Eduardo es un personaje perdido en un mar de ambición y progreso y a último momento, tarde, trata de descubrir nuevos valores, o en realidad los valores que existían en el pasado; con esa misma idea tiene que entrar el espectador a Quiero Morir en tus brazos.
En 1984 luego de dirigir "Conan, El Bárbaro", el director y guionista John Milius estrenó una película que, quizás no tuvo el éxito de la anterior, pero captó la atención de algunos y también fue un muestrario de las estrellas jóvenes del momento, "Red Dawn". Ahí jovencísimos Patrick Swayze, Lea Thompson, C. Thomas Howell, Harry Dean Stanton, Charlie Sheen, y Jennifer Grey entre otros se armaban para combatir contra los soviéticos que iniciaban una Tercera Guerra Mundial invadiendo EE.UU. con la ayuda de Nicaragua y Cuba. Los ochenta fueron años propicios para este tipo de producciones en donde quedaba bien claro quién es el malo y quién el bueno; pero pese al mensaje había algo que las hacía como mínimo entretenidas, disfrutables, aunque no más sea por una cuestión de estilo y espíritu clase B. Hoy en día, Hollywood parece querer reafirmar nuevamente sus ideologías y encuentra el camino con reuniones como Los Indestructibles, o remakes como es el caso de "Amenaza Roja" que estuvo lista en 2009, pero que “por cuestiones políticas escabrosas” se estrenó recién el año pasado en EE.UU. y ahora en nuestro país. Aquellos nombres ahora son los de Chris Hemsworth (antes de Thor), Josh Peck, Josh Hutcherson, Adrianne Palicki, Isabelle Lucas y Connor Cruise; y la invasión no la lleva adelante la URSS sino Corea del Norte... con la ayuda de Rusia (porque el país se dividió pero la escoria parece que quedó ahí). Ya no se habla directamente de una Tercera Guerra Mundial pero el asunto es básicamente el mismo, jóvenes atrincherándose frente a la invasión extranjera, y aún así no es igual el resultado. Jed y Matt (Hemsworth y Peck) son hermanos, Jed regresa de combatir en Irak a su pueblo natal Spokane en Washington. En la noche hay un corte de luz general, y a la mañana el cielo se llena de aviones norcoreanos que invaden al país y terminan con el ejército en pocos pases. Algunos jóvenes del pueblo escapan y se refugian en una cabaña del bosque, pero como esto no es "Evil Dead" lo que sucederá es que, a partir de ahí se formarán (cuasi) militarmente y crearán un escuadrón civil llamado Wolverines que enfrentará a los malos. No vamos a analizar el mensaje directo, los errores históricos e iconográficos porque sería redundante y porque el espectador ya debería saber qué es lo que está por ver. Pero "Amenaza Roja" adolece de otras cuestiones. En tiempos en donde abundan las sagas teens como "Twilight", "Hunger Games", o "The Mortal Instruments", el film de Dan Bradley recae en ese estilo mezclado con el obligado bélico civil del asunto. Los personajes lucen desconcertados, erráticos y sin carisma, se intenta dar un progresismo dramático que es nulo. La historia avanza a ritmo de bombas y ataques y es ahí en donde nos fijamos en lo que antes no importaba, las balas no se acaban y los jóvenes aprender a usar armas como sí. Producto fallido por varias razones, Bradley le otorga algo de ritmo y vértigo, pero no alcanza a torcer el destino de su realización... "Amenaza Roja" es una muestra de que los buenos tiempos están lejos, y no es suficiente con traer otra vez el mismo argumento reemplazando rostros solamente..., hay algo del encanto que se perdió y no parece regresar, al menos si usamos no acertamos con el camino para refrescar esas ideas.
A menos de un año del estreno en Argentina - casi en 7 meses - de la original nos encontramos con Las Crónicas del Miedo 2, secuela del ¿impensado? éxito sobre cortos found footage dispuestos en videos hogareños o VHS’s como son conocidos. ¿Cuál es la regla de toda secuela? Ir por más, ofrecer lo que el espectador quiere ver pero en mayor cantidad ya que ahora no es necesario sentar las bases. “Las Crónicas...” cumple con esta premisa obligada. Ahora si para la primera parte necesitabas ser fuerte de estómago (es realmente sangrienta) ahora prepárate para una apuesta mayor, en ese sentido… A diferencia de la anterior, hay un corto menos, son cuatro historias unidas en la base de una más, sobre una pareja de investigadores de medio pelo que, a pedido de la madre de un joven desaparecido deben ir al departamento de este para tratar de hallar rastros. Una vez en la vivienda, encuentran muchísimo desorden, gotas de sangre, y una notebook y muchos televisores encendidos con cintas de video tiradas por el piso. El hombre, que es el que filma cámara en mano toda la situación, investiga el resto de la casa, mientras la mujer se dispone a mirar los VHS’s uno a uno junto al video hallado en la notebook, primer error, vemos a la mujer mientras que la cámara se la llevó su pareja, pero ya habrá tiempo para detenernos en esto. Las cintas que podremos ver, son una copia de The Eye, una muy simple y directa historia de muertos vivos – dirigida por uno de los directores de Blair Witch -, una sobre una secta asiática – la más larga de las cuatro y que compensa sobre el faltante de una respecto a la anterior entrega -, y por último unos chicos que filman una película casera con su perro y terminan en medio de una abducción alienígena (y no, no es excelente y divertida como Súper 8). Se podrían escribir muchísimas líneas sobre los errores y “descuidos” en el film respecto al mecanismo del found footage – que obliga a que el personaje que filma siempre esté presente en la escena detrás de cámara salvo que la apoye – y confusiones en la continuidad y lógica simple, pero lo cierto es que, por más remanido, innecesario, y mal usado que nos parezca este estilo, hay un público fiel a estas películas, que gustan de ellas y aceptan sus “reglas”. Nos queda entonces decir cuáles son las diferencias respecto al primer film. En esta oportunidad la apuesta es directa hacia las historias sobrenaturales, hasta lo que sirve de conexión tiene ribetes en este sentido. Hay más apuesta hacia lo exagerado y la abundancia de sangre, lo cual asombra ya que el anterior había sido cuánto menos excesivo. >Si antes el uso de los VHS’s era innecesario, esto también se profundizó, los videos son todos de buena calidad, se utilizan varias cámaras, y no hay nada que nos haga pensar que estamos frente a una de esas cintas que hicieron furor en los ochenta y noventa. A su favor juegan un poco más de coherencia narrativa y cohesión entre las cinco partes que se relatan, si el tema de las videocintas no funciona en lo técnico sí encuentra una excusa en la historia a través de una suerte de maldición con (muchas) reminiscencias a The Ring. También que al ser de filmación más tradicional no es tan convulsiva, distorsionada y se comprende mejor. Y lo más importante, no tiene relación con la uno. Aún así, esto lejos está de lograr un buen resultado. Esto es "Las Crónicas del miedo 2", un film que entiende mareo por miedo, repulsión por susto, y confusión por misterio.
La pregunta es ¿qué tienen las road movies que nos movilizan tanto? Ya sea por el paisaje, porque suelen hablar de viajes iniciáticos (de descubrimiento), porque suelen ser historias cálidas, o simplemente porque nosotros también querríamos vivir una historia en el camino; lo cierto es que crean un magnetismo innegable, y si están bien construidas se disfrutan tanto o más que un viaje en sí. Este es el caso de "Road July," una amable película argentina, proveniente de la provincia de Mendoza que crea en el espectador la sensación de ser un acompañante más, observador silencioso de un viaje singular. El director y guionista Gaspar Gómez cuenta la historia, (pequeña), desde dos puntas, la de July, la nena que da título al film, y la de Santiago, el padre al que no conoce. July (la increíble Federica Cafferata) , huérfana de madre que vive con su tía Valeria. Ella (la hermana de su mamá) , está con muchas ocupaciones y por un tiempo no va a poder hacerse cargo de cuidarla. Santiago (Francisco Carrasco en una lograda composición de un hombre irritante pero simpático) vive en su mundo en el que nada más parece que le importa, claro desconoce de la existencia de esa hija de diez años. Valeria quiere que July pase un tiempo con su abuela en San Rafael, pero no puede llevarla, por eso recurre a su padre, al que le tira dos baldazos, tu ex novia falleció, juntos tuvieron una hija, a la que hay que transportar hasta ese destino. De ahí en más comienza una clásica road movie argentina en la que padre e hija se descubrirán a sí mismos a lo largo de las rutas mendocinas y dentro de un ponderado Citroën 3cv. Como buen film de caminos, hablamos de una película de personajes, la historia es sencilla y anecdótica como para poner a dos seres extraños a que se crucen en la soledad. July y Santiago son queribles, personajes de guión pero también deudos de logradas interpretaciones de ambos actores que realmente parecen un padre y una hija que no se conocen. Y hay otro protagonista, el ineludible de este tipo de films, el paisaje, al que Gómez retrata con belleza. Una de las virtudes de "Road July" es encontrar el equilibrio exacto entre una historia cálida, simple, que maneja su propio ritmo – es inútil negar que no estamos frente al frenesí de un tanque – con el profesional cuidado de los rubros técnicos. El film fue hecho a pulmón con la colaboración de la provincia, pero nada tendrá para envidiar a productor mucho más grandes, el trabajo en fotografía, manejo de cámara y edición es realmente envidiable, y ayuda a que lo que se ve se siga con mayor interés.Vale repetir que no estamos frente a un film para almas que busquen un entretenimiento, "Road July" merece la dedicación y calma del espectador, como en un buen viaje hay que sentarse y maravillarse con lo que se ve por la ventanilla. Estrenada hace meses en Mendoza esta cinta fue una verdadera sorpresa en la taquilla de dicha provincia, manteniéndose más de diez semanas en cartel y con unas convocatoria muy importante en un complejo cinematográfico mayor; la explicación (si es que se la necesita) tal vez esté en la identificación que provoca. "Road July" es un pasaje de micro, o las llaves de un auto puestas en el tambor a punto de arrancar; un viaje para que conozcamos a dos personajes, y como se decía en Cars, loo que importa no es la largada ni el resultado del destino final, lo fundamental es disfrutar el trayecto.