Miguel Mirra, reconocido documentalista de amplia trayectoria, ha demostrado en varias oportunidades tener buen ojo para captar “hechos sociales” con armoniosa sensibilidad. A lo largo de su filmografía podemos encontrarnos con retratos personales como el de Norita, Nora Cortiñas; y documentales de denuncia como Darío Santillán, Cantata de la tierra nuestra, y principalmente Los ojos cerrados de América Latina. Justamente de este último, llega hoy una secuela, o la culminación de un bloque,. Algo no muy frecuente en el mundo de los documentales, pero con antecedentes cercanos como los últimos films de Pino Solanas. Entonces, es imposible hablar de "Los ojos abiertos de América Latina" sin referirnos a "Los ojos cerrados...". En aquél, producido en 2008 y estrenado en 2011 se denunciaba el avasallamiento de empresas multinacionales sobre los países menos favorecidos (siempre en Latinoamérica, por supuesto) que veían a sus habitantes originarios arrasados de sus tierras en pos de una ganancia sin límites ni escrúpulos. Contaminación, trabajo esclavo, tierras inutilizables, depredación de recursos naturales; todos acontecimientos atroces frente a un pueblo indefenso, que no era escuchado ni por las empresas, ni por los gobernantes, ni por sus propios con-ciudadanos de clases más altas. En esta “segunda entrega” veremos cómo el pueblo dice basta. Continúa la denuncia sobre los hechos de devastación, pero el foco está en cómo los habitantes de esas tierras se unen, se organizan para enfrentar esta situación. Protestas, reclamos legales, varios canales, para que su voz sea escuchada. Al igual que en "Los ojos cerrados...", Mirra apunta a un tono didáctico y de documental clásico; es una voz, un canal extra para que esas voces sean escuchadas. Se recorre gran parte de Latinoamérica a lo largo y a lo ancho del continente y se recogen testimonios y arrojan datos para el conocimiento del espectador. Por supuesto, la visión aquí es más optimista que en la primer entrega, se nos demuestra que no todo está perdido, que no está muerto quién pelea; por ese sólo hecho es un complemento ideal. Los ojos abiertos de América Latina nos muestra hasta cuánto un pueblo puede ser empujado, cuánto puede soportar hasta hacer que su voz sea escuchada, cómo sea. Es un llamado a la conciencia, y eso de por sí, es un mérito para el director.
Joel Hopkins se había dado a conocer disimuladamente en el mundo del cine con el pequeño éxito que significó la amable Tu última oportunidad en 2008. Una historia centrada en un hombre que ya estaba de vuelta de la vida, tratando de enmendar los errores con su hija y enamorándose casualmente de una desconocida; la presencia de Dustin Hoffman y Emma Thompson en los roles principales tenía mucho que ver con el resultado de esta comedia dramática romántica adulta. Seis años después, Hopkins vuelve sobre una historia de amor destinada al público adulto, aunque esta vez en un tono muy distinto. Love punch, su tercer largometraje (su ópera prima es la ignota Jump Tomorrow), mezcla el romance más en plan comedia disparatada con dosis de cine de acción e intriga; por supuesto, el resultado es otro. Esta vez son Kate y Richard (nuevamente Emma Thompson, y Pierce Brosnan respectivamente), un matrimonio divorciado que mantienen una relación más o menos amigable pero a la vez ácida en los conceptos del uno hacia el otro (sobre todo de ella hacia él). Richard, mujeriego, irresponsable, mantiene una empresa con la que subvenciona a Kate (típica mujer ordenada de suburbio), mantiene la universidad de su hijo, y sostiene la vida de varios empleados. Pero una serie de malos negocios, más una venta que hace que la empresa sea absorbida por un empresario extranjero que quiere llevarla a la quiebra para sacar ganancias dejando a todos en la calle complica, y mucho, las cosas. Aprisionados por ver su futuro, los gastos de la universidad, y sobre todo (lo repiten una y otra vez) la pensión de sus empleados, en peligro; Richard y Kate planean una solución. Casualmente – término que podría ser muy utilizado en esta película – Kate se enteró por TV de la venta de una joya carísima, que marcó un record en la subasta; y ahora, esa misma joya, la ve en el cuello de la prometida del hombre que los estafó. Entonces, casi como si decidiesen ir a hacer las compras al Súper, deciden viajar a Francia para robar la joya y así hacerse con lo que llaman una recompensa justa. No analicemos lo descabellado del asunto, cómo una pareja conservadora se convierte sin más en timadores y reyes del disfraz, como viajan por el mundo sin demasiado dinero, cómo aprenden a usar armar de un momento al otro, nada, digamos que son las leyes de la comedia. El cine inglés tiene una larguísima trayectoria en cuanto a la comedia, especialmente con toques negros o ácidos. Este no es el caso, quizás haya algo de acidez en su crítica social, pero todo es muy solapado e impostado. Hopkins, también autor del guión, tiene la sola intención de crear una comedia con mucho ritmo, de tono ligero, pero con un elenco de figuras mayores; el resultado es como mínimo, desparejo. Emma Thompson y Pierce Brosnan demuestran oficio, ambos tienen anclaje en la comedia, y por separado sacan alguna escena del apuro; pero entre ellos la química es inexistente, si observamos con cuidado son pocas las veces en que aunque sea se miran a los ojos. A todo debemos sumarle que lidian con diálogos bastante complicados de pronunciar para personas que rondan los 60 años con la más mínima credibilidad. A la pareja protagónica la acompaña otro matrimonio amigo compuesto por Timothy Spall y Celia mrie, nadie puede negar que son buenos comediantes, pero aquí se limitan a repetir varias veces el mismo chiste. El argumento carece de gags efectivos, las escenas se extienden más de lo debido perdiendo la gracia del remate justo en el camino, y lo que puede ser un chiste ingenioso se repitre varias veces perdiendo su efectividad la segunda vez. Sí, puede esbozarse alguna sonrisa tímida en varios tramos del asunto, pero en lo que queda de metraje se bordea la palabra que menos queremos escuchar en una comedia, aburrimiento. La utilización de elipsis circulares, sonidos para el comienzo y fin de determinadas escenas, y algún timing payasesco nos hacen pensar que tal vez el director quizo rememorar algún programa televiso de sketch de 30 años atrás, digamos Benny Hill para mantenernos en nacionalidad. Para rematar el asunto, los personajes secundarios son unilaterales (¡ay, el personaje de la prometida!), y la pareja protagónica deberá sortear varios tramos cercanos a la humillación, como cuando cerca de la resolución, terminen disfrazados de texanos. "Love Punch" claramente es una comedia pasatista, sin pretensiones edificantes ni morales, sin vueltas de tuerca ni pasajes complejos; se limita a lo méramente turístico y anecdótico; lo cual no sería necesariamente errado, de no porque pese a sus pocas ambiciones, aun así luce fallida.
Tuve la suerte de conocer a Ramón Ayala el año pasado durante la presentación del documental sobre el Comandante Andresito; y tal como lo que aquí demuestra, puedo dar fe de que se está ante un hombre entrador, de un carisma increíble. En aquella oportunidad, en el salón de presentación del Congreso de la Nación, encaró un extenso discurso que puso en aprietos a la coordinadora con tiempos ajustados. Sin embargo, lejos de molestar, quedó como un hecho simpatiquísimo y de honda sabiduría, estábamos en presencia de alguien que es un placer escuchar. Marcos Lopez realiza un documental a la medida de su homenajeado (nunca mejor usada esa palabra), Ramón Ayala utiliza varios recursos acertados para configurar la persona que se esconde detrás del título del film. Ayala es un músico misionero, un artista de ley, que debe mucho de su arte a su tierra, a su país, a su provincia, a su pueblo. Esto queda plasmado en cada una de las palabras que el propio Ramón expresa a lo largo de los cortísimos 66 minutos. Al misionero se lo muestra en su cotidianeidad y desplegando su arte; pero además se exponen testimonios de variada índole haciéndole honor a su persona, desde músicos como Juan Falú o Liliana Herrero, hasta familiares cercanos, y admiradores. Todos expresan qué significa Ramón Ayala para sí y para nuestra cultura. En este collage no faltarán tampoco algunas imágenes oníricas o alegóricas, y por supuesto mucha música para graficar las mismas. No sólo los allegados o uno mismo hablan de una persona, el lugar, la raigambre cultural también tiene para decir. Se cuenta también con material de archivo y con muestras de clips cinematográficos que aluden a lo que se está diciendo. Estamos en presencia de un documental multiorgánico. Ramón Ayala (el documental), servirá para quienes admiren a este músico, y también para quienes quieran averiguar más de él. López se empeña en demostrarnos que es una persona digna de desgranar y descubrir. Artista comprometido, difícilmente se encuentre otro cantautor capaz de describir tan bien la vida misionera y las costumbres de la tierra. Reconocido por su lucha a favor del trabajador del campo, y por ser la voz de los que no la tienen. Ayala pareciera ser ese tipo de artistas del interior por el que vale la pena adentrarse. Pese a sus varios elementos, su estructura es sencilla aunque dinámica, y despierta cierta alegría, quizá la misma que despierta Ayala.
La ópera prima de Eugenio Zanetti tiene la particularidad de poder ser analizada desde diferentes ángulos, entregarle miradas divergentes; pero también es cierto que sea cuál sea el camino que se tome, el final del camino será el mismo. Zanetti adquirió cierto renombre en nuestro país cuando allá por 1996 ganó un Oscar por la Dirección de arte de Restauración, film hollywoodense olvidado con el tiempo. A partir de ahí se ha seguido aquí su carrera con atención en otros films de Hollywood como “La Maldición”. Estos antecedentes nos auguraban un desembarco en la dirección cinemaográfica de alto impacto; y en cierto modo, “Amapola” apunta a ello. Estructurada en tres tiempos, 1952, 1966 (fundamentalmente), y 1982; asistimos a la histoia de una familia dueña de un hotel de lujo ubicado en una isla indefinida (podría ser El Tigre) de Buenos Aires, hotel que da nombre a una de las hijas de la familia (Camilla Belle) y que a su vez ella da título al film. En 1952, luego de la muerte de Evita, Amapola emigra con parte de su familia a los EE.UU., regresa en 1966 para nuevamente presenciar tiempos convulsivos del país, la caída de Illia. Pero hay un hecho trascendental, Amapola, al igual que su abuela Meme (Geraldine Chaplin) sufre de desvaríos que le permiten ir y venir en el tiempo, así se adelanta hasta el año 1982, otro año histórico trascendental, en donde el brillo del lugar se ve opacado por la tragedia familiar. Claro, todo esto estará atravesado por una historia de amor que Amapola intentará vivir con Luke (François Arnaud), un fotógrafo desertor de la guerra de Vietnam. Decíamos que “Amapola” puede ser vista desde diferentes puntos, el argumental, el estético y técnico, y el foco histórico. Atiborrada de realismo mágico, “Amapola” se presenta como un cuento de hadas, en el que a los quince minutos parecemos asistir a un film de cantor popular de los años ’60, con coreografías porque sí y ritmo de mambo fuera de época. Los personajes, aislados en ese hotel, en esa isla, parecen vivir ajenos a todo, por más que allá un trasfondo histórico muy lavado. Ampulosamente llevan a cabo una versión “familiar” de ‘Sueño de una noche de verano’ de Shakespeare, se divierten, bailan, cantan, se maquillan y viven rodeados de vestidos y joyas caras. Claro, se muestran a los súbditos también, pero como personajes pintorescos, medio brutos, grotescos, y por supuesto felices. En 1946, Disney estrenó el luego controvertido film Canción del Sur, Amapola debe mucho a su estilo y tipo, quienes conozcan su trasfondo sabrán de qué hablo. Con un elenco lujoso en el que a los mencionados debemos sumar a Leonor Benedetto, Lito Cruz, Nicolás Scarpino, Elena Roger, Juan Acosta, Esmeralda Mitre, Liz Soilari, entre otros; todos se encuentran fuera de eje, sobreactuados y ante un falta de marcación que los hace pisarse entre ellos y luchar contra diálogos “complicados”. Podríamos pensar que algunos tienen problemas idiomáticos (mezcla el castellano con el inglés indefinidamente), pero aún cuando hablan en su idioma falta naturalidad. Tanto la fotografía como la puesta artística o dirección de arte lucen sobrecargada, algo oscura, y sobre todo anacrónica como un envase fino para un interior seco. Errores de edición (sobreutilización del fundido a negro), baches en el argumento, y algún párrafo que lleva a la risa involuntaria, resultan detalles menores que en otros casos serían de mayor atención. Imaginen una potencial mezcla del cine de Teresa Constantini, algo de Enrique Carreras, y un Pasolini devaluado, ahí estaríamos frente a una aproximación de lo que esta fallida ópera prima de Zanetti ofrece al espectador.
Luego de años escudado detrás de la creación sus series animadas, en poco tiempo Seth McFarlane hizo un meteórico ascenso en el mundo de la “acción real”. Como director de Ted, una de las comedias más populares de los últimos tiempos; con la presentación de la anteúltima gala de los Oscars; ya era el turno de protagonizar, y sí, A million ways to die in the west lleva la firma y el sello de McFarlane por todos lados, principalmente desde su absoluto protagónico. Es la historia de Albert Stark, un cobarde, un hombre con la palabra y el chiste justo para salir de cada situación; sí, Albert es Seth McFarlane. Lo que sucede con Albert podría resumirse en pocos renglones, es abandona por su pretenciosa novia Louise (Amanda Seyfried) y para intentar reconquistarla contará con la ayuda de la nueva visitante del pueblo, Anna (Charlize Theron) que nadie sabe es la esposa del pistolero más peligroso del Oeste Clinch Leatherwood (Liam Neeson en un rol que no vale el estar tercero y en el afiche). El resto, puede adivinarse, Louise lo abandona para irse con el dueño de una bigoteria (Neil Patrick Harris), y este y Albert terminarán con la promesa de un duelo. En realidad, el argumento del film es sólo una excusa (más o menos) hiladora para enganchar un chiste con el otro, y así funciona; como una suerte de films de sketchs que no es, o como un film episódico, que tampoco es. McFarlane tiene gracia y chispa, eso es innegable, más de una vez con solo verle la cara ya alcanza para empezar a reírse. Sus chistes rondan lo sagaz, lo provocativo, la crítica social, lo burdo, y lo más ramplón y directo, hay para todos los gustos y efectividades; eso sí, hay que ir sin ningún tapujo. Tal como sucedía hace una semana atrás con Maléfica en otro “rubro”, el excesivo centralismo en Albert/McFarlane hace que el resto sea periférico, así personajes graciosos como los de Giovanni Ribissi, Sarah Silverman, y el siempre efectivo Neil Patrick Harris pasan a un segundo plano. Hasta Charlize Theron se da el lujo de mostrar sus dotes de comediante (de guión, por supuesto) y sale airosa, aunque también, relegada al segundo lugar. A million ways to die in the west plantea una mirada actual sobre una historia del Lejano Oeste, la gran mayoría de sus chistes apuntan a la cultura reciente, incluyendo referencias fílmicas y cameos importantes (hay escena post crédito que no agrega nada); por supuesto, hablamos de la cultura estadounidense, por lo que si no se es muy ducho, mucha de la gracia quizás se pierda. Con todo, si la triada de guionistas hubiese creado un entorno más sólido estaríamos hablando de una gran comedia. Desde la primera escena se nota que asistiremos a una serie de monólogos de McFarlane, sino fíjense en la cámara, que cuando él habla, tiene a enfocarlo en exclusiva como si el resto se desvaneciese. Divertida, entretenida, muy llevadera; el director/guionista/productor/protagonista apunta a su creciente ola de fanáticas, y es posible que acierte, para el resto, para los que quieran ver una comedia a secas como cualquier otra, tendrán que aceptar las reglas del personaje, guste o no.
Dos seres llamativos se cruzan en este atrayente documental, uno es el “protagonista”, Miguel, a quien iremos descubriendo a través de diferentes tramos, una personalidad tan extravagante como interesante aunque se compartan o no sus opiniones; el otro es quien se ubica detrás de cámara, Baltazar Tokman, un documentalista al que habrá que ponerle un ojo a sus pasos a seguir. Tokman ya había “pateado el tablero” con su anterior documental, Planetario, a través de una forma de promoción diferente, y una estética y trabajo único. Si en Planetario se acercaba a un tema transitado como la paternidad pero de un modo original y en extremo naturalista como el seguir durante años diferentes historias; en I am MAD, vuelve sobre sus pasos, hay naturalismo (o más bien frescura), y si bien acá ya no hay pluralidad de historias sino una sola, en la figura de Miguel, se abre un abanico divergente. Miguel es Miguel Ángel Danna, de ahí las siglas MAD del título, la misma frase que tiene tatuada en la espalda y que juega con el inglés “Yo estoy loco” o Yo soy MAD”. Su historia es bastante particular y se comprenderá el porqué de las siglas, Miguel fue llevado a una secta a una secta junto a su familia en la que pasaría veinte años hasta “escapar” de ella. Un hecho trágico en su niñéz lo marcaría a él y a su familia para siempre, y de ahí todo se derrumbaría. Con su padre (al que define como eterno hippie) siempre mantuvo una relación extraña, y su madre se encuentra prófuga de la justicia junto al gurú de la secta, Mehir, un hombre del que también descubriremos sus oscuros secretos. Es inevitable que con esos antecedentes Miguel no esté loco, no es fácil pasar por lo que pasó, y sin embargo, aquí hay un cuestionamiento sobre el qué es ser loco; un debate abierto. Tokman hace uso de recursos varios, todos empleados de manera ágil, hay testimonios y mucho archivo, pero utilizados en diferentes formatos, lo que da una idea de collage creativo, similar a lo que vimos en Planetario. Esta urgencia creadora hace que el ritmo no decaiga y que siempre se mantenga un altísimo interés por lo que sucede, como si estuviésemos frente a la mejor de las ficciones. Un dato relevante es que el propio Danna es productor del documental, lo que nos asegura tener su mirada, pero también de quienes lo rodean o rodearon, como su ex esposa, su controvertido padre, o miembros de la secta. Así iremos armando un todo para armar una personalidad, como si fuese un rompecabezas humano. No estamos frente a un documental tradicional, porque Miguel Ángel Danna no es convencional, y porque Tokman no es un documentalista más. El primero maneja sus propios hilos, sus formas, y el segundo también. Si I am MAD sirve para descubrir a un ser tan peculiar como el retratado, también sirve para descubrir el trabajo de un director que promete tener mucho para entregar, no quedarse en la comodidad de lo tradicional. Definitivamente, estamos frente a un documental sobre la locura creativa.
El boxeo desde siempre fue un deporte para las masas por su contexto. Las historias alrededor de él han servido como metáforas tanto en la vida real como en la ficción retratando el duro ascenso de los marginados y caídos en desgracia; aquel que le hace frente a los golpes de la vida (literalmente), a las injusticias, y sale victorioso. "Maravilla, la película" representa ese límite entre realidad y ficción, ese punto no tan claro en el que la realidad puede ser ficcionalizada sin apartarse de lo real; esta es su atracción mayor, pero como en el boxeo, el golpe maestro puede ser también su mayor debilidad. Este documental ópera prima de Juan Pablo Cadaveira parte de un hecho personal convertido en gran injusticia, cunado en 2010 el personaje homenajeado, Sergio “Maravilla” Martinez gana el título mundial en peso mediano; posteriormente y mediante maniobras no muy claras, se decide que él no disputará nuevamente para defender el título que había ganado; que el campeón será Julio César Chávez Jr. Y que será él quien lo dispute (en una pelea de la que sale victorioso y se consagra como campeón mundial de ese peso), mientras que a Maravilla le corresponde un título “honorífico”. Díganme si esto no es el puntapié para una gran tragedia griega épica o como mínimo una entretenidísima telenovela para las tardes. Ahí veremos sus orígenes humildes, como la peleó siempre desde abajo; como en el 2001 tuvo que emigrar a España por la debacle política-económica argentina, y cual ave fénix resurgió para convertirse en el gran boxeador que es y consagrarse campeón… pero nuevamente, volvemos al punto inicial, una vez que se consagra campeón, en una oficina (como repiten una y otra vez) le quitan el título porque él no es una figura popular como Chávez Jr. porque no es redituable. Pero este nuevo golpe al contrario de hacerle bajar los brazos, hace que junto a los suyos se diagrame un plan para demostrarle a los que los ningunearon quién es Maravilla, mediante una fuerte campaña (de la que todos fuimos testigos), Martinez se convierte en una figura de popularidad mundial, con una historia detrás y con mucho para demostrar, y ahora sí, en la cresta de la ola, podrá disputarle el título que le arrebataron ¡y al boxeador al que le dieron el título en su lugar!... ¡¡Es como Rosa de lejos pero deportiva!!. Cadaveira hace uso y lujo de una producción considerablemente mayor a la de los documentales argentinos que semana tras semana se estrenan en nuestro país. Un despliegue escénico impactante y vivaz para mostrar archivos y testimonios varios de las personas que rodearon a Sergio en los distintos momentos de su vida. El estilo de narración ficcionalizado cierra una experiencia muy ágil en dónde es imposible no empatizar con nuestro protagonista; más teniendo en cuenta el enorme carisma de este. Pero a su vez, se peca de alguna falta de naturalidad; Maravilla, la película es un trabajo diagramado en todos los aspectos, como una pieza más de merchandising de una figura ultrapopular, y se nota su extremo cuidado. El entramado épico, aunque todo es real – y no lo cuestionamos – la aparta parcialmente de la realidad de los boxeadores que diariamente la pelean desde el anonimato en clubes barriales. Por momentos ¿involuntariamente? Se convierte más en una observación de un objeto publicitario (con el entramado del negociado y luego la banca de la imagen) que un documental deportivo. Triste realidad, los deportes profesionalizados están atravesados por los grandes negocios, y este film lo deja bien claro. Con sus pros y contras, Maravilla, la película es un documental impecable desde su puesta; de visión casi obligatoria para sus seguidores; y de visión curiosa para comprender la creación de un fenómeno para quienes lo miran de afuera. Para quienes sigan esta novela, el último capítulo se juega fuera del film, ahora en junio de este año con la esperada revancha.
“Ya no quiero sufrir más” es una de las frases que se espetan uno al otro la pareja protagónica de Aire Libre, y también podría servir como síntesis de la sensación que el nuevo film de Anahí Berneri puede despertar en algún espectador. Que no se malentienda, no estamos frente a una película imposible de apreciar, sus aciertos son varios; pero el sufrimiento pasa por el clima agobiante en que vive el matrimonio, y que se transmite en la pantalla, una incomodidad latente, casi perturbadora. Es la historia de Lucía y Manuel, Celeste Cid y Leonardo Sbaraglia respectivamente, un matrimonio de arquitectos con un hijo pequeño, Santiago (Máximo Silva), que pasa por el desgaste del tiempo. Quizás tratando de buscar un nuevo ambiente, deciden construirse un nuevo hogar desde las ruinas de una casa de campo, alejada de la urbe. Pero la finalización del proyecto se retrasa, la familia debe vender la casa en la que viven actualmente para no sumar gastos y se mudan, en un principio a la casa de la madre de ella (una Fabiana Cantilo al natural, uno de los puntos altos y relajantes del film). La tirantez crece paso a paso, Manuel se siente sapo de otro pozo, así toman otra decisión, él se muda hasta que el nuevo hogar esté terminado a la casa de sus padres que acaban de volver de España (Marilú Marini y Rodolfo de Souza, matrimonio real); así la distancia se acrecienta más y más… o puede que se produzca el aire que la pareja necesitaba. Con una filmografía ecléctica, teniendo en común el tono intimista en toda su obra, Berneri retoma varios puntos de su anterior obra, Por tu Culpa (es más la protagonista de aquella, Érica Rivas hace una participación aquí que bien podría servir de precuela) y los expande. Si en aquella era una madre que lidiaba en medio de una noche fatídica con sus hijos endiablados y el padre ausente; acá el endiablado es el mismo matrimonio, y el hijo queda en el medio de la puja. "Aire Libre" funciona a tracción de reproches (muchos de ellos en forma de metáforas), Manuel y Lucía se enrostran todo tipo de frases y gestos hirientes; aun cuando hacen (o intentan) el amor parece más una escena violenta y hasta cercana a una violación. Parecen encontrar la paz cuando cada uno actúa por su propia cuenta, Lucía cantando para la banda de su hermano (con un músico interesado en ella), y Manuel visitando a la esposa e hijo de uno de sus empleados accidentado. Pero también se siente una pulsión, como si ambos gustasen de esa fricción; o mejor dicho, produciendo una atracción y repulsión mútua simultánea. Berneri, como en Por tu culpa, vuelve a co-escribir el guión junto a su marido Javier Van de Couter, y se nota que sabe de lo que habla. No se puede negar en Aire Libre la naturalidad con la que todo fluye. Así el espectador es sometido a una sesión tensa, difícil de ver, casi imposible para la relajación, y sin embargo dueña de una mirada que merece atención. Un consejo, conviene dejarla decantar. Otra sería la experiencia sin estos actores, Lucía y Manuel son personajes complicados, con los que cuesta crear una entera empatía, y tanto Sbaraglia como Cid le ponen el alma a esta difícil tarea. La (anti)química entre ellos es fundamental para la fluidez. Promediuando la conclusión los hechos se precipitan, como en Por tu culpa ocurrirá un hecho desgraciado deliberado y traumático, como un resumen de lo que vinimos viendo; llevando a un final que dividirá aguas. "Aire Libre" se caracteriza por su incomodidad permanente, por el nerviosismo que transmite; puede ser un fiel reflejo de muchas relaciones actuales. Pero se corre el riesgo, como aquellas personas que viven mirando su reflejo en un espejo, que tanta triste realidad termine por abrumar.
Hay películas que valen más por el contexto y por el peso de su trasfondo que por lo que significan en materia artística. Hecho muy común en los documentales (que se acrecientan en cantidad exponencial semana tras semana); dentro de las ficciones también suele suceder, sí, como n este caso, hablamos de algo “testimonial”, de denuncia aunque sea (a medias) solapada. "La bicicleta verde" es el primer film de la directora saudí Haifaa Al-Mansour, pero no sólo eso, es el primer film dirigido por una mujer en la historia de ese país; un Arabia Saudita en el que hasta hace nada, pocos años, las salas de cine estaban prohibidas; en el que la segregación hacia la mujer sigue vigente y hasta es apoyada por un sector importante de las propias mujeres; en el que la rebeldía puede pasar por hechos para nosotros cotidianos. Con todo este marco llega un argumento sencillo, sin demasiadas complejidades, apuntando a una cierta ternura y un mensaje claro y remarcado. La bicicleta verde puede entrar en ese subgénero “drama protagonizado por niños” y aun ahí se destaca por cierta amabilidad en el trato. Es la historia de Wadjda (Waad Mohammed), una niña de 10 años que desde el vamos pareciera diferenciarse del resto en pequeños detalles. Ella tiene un objeto de deseo, una bicicleta que se encuentra en una tienda, y con la que quiere correrle una carrera a su amigo. Claro, esto sería digno de un argumento de una película infantil de los años ’60, de no ser porque en Arabia Saudita las bicicletas son sólo para los hombres, y porque ¿qué es eso de que Wadjda tenga un amigo? La madre, convencida férrea de las tradiciones de su país, rechaza todos los “peros” de su hija, teme que esta se vuelva impúdica y hasta pierda su virginidad si monta una bicicleta. Entonces, la niña se verá “obligada” a conseguir el dinero de otras fuentes, realizando actividades que tampoco están bien vistas en ese país, como pasar correspondencia amorosa entre adolescentes. Mientras, su amigo Addulah (Abdullrai Iman Algohani) la ayuda enseñándole a usar su bicicleta y prestándosela; lo cual podría indicar una cierta esperanza de aires de cambio en generaciones futuras, casi recién nacientes. Los adultos representan el costado duro, comenzando por la madre y la directora del colegio, atemorizante y sentenciadora. No pareciera haber ahí un estímulo de cambio, por lo menos no pronto. "La bicicleta verde" es un film discreto, con algunos aciertos técnicos sobre todo en fotografía, con una puesta en escena ligera y apurada (algunas escenas fueron filmadas en clandestinidad precisamente por la prohibición de reunión entre hombres y mujeres). Si otro fuera el ambiente, hasta hablaríamos de algún exceso de fábula, de diálogos remarcados, y hasta de un ritmo algo lento que puede aburrir en ciertos tramos. Pero no estamos frente a un film más, en cierto modo el de Haifaa Al-Mansour es un hecho histórico, y desde ese punto debe ser visto para apreciarlo correctamente.
Allá por comienzos de la década del ’90 la por entonces “innovadora” Nacha Guevara aparecía en distintos medios presentando su nueva obra, el Heavy Tango, una risueña versión de tangos clásicos cantados en un estilo techno glam punk muy propio de los ’80. No sabemos sí José Celestino Campusano habrá visto alguna vez el “experimento” de Nacha, pero Fango parte del mismo lugar, de mezclar el tango con el heavy metal, y no sólo nos referimos a géneros musicales. Este es el quinto largometraje del director, anterior a Fantasmas de la ruta, y hay que decirlo, siempre se mantuvo fiel a un estilo, a sus orígenes. Campusano es egresado del Instituto de cine de Avellaneda, y este no es un hecho menor, su espíritu se mantiene siempre ahí, en el Conurbano, más que como una representación, como una toma de posición. A diferencia de Raúl Perrone (otro director acostumbrado a historias del Gran Buenos Aires), Campusano no habla de la abulia juvenil ni del sector marginado en barrios carenciados; trata despojadamente a esa inadaptada, de costumbres que pueden parecer violentas, de decisiones tajantes; el Conurbano trash. En esta oportunidad retoma al protagonista de su película más conocida Vil Romance, Óscar Génova como El Brujo, un músico de Heavy Metal (muy) venido a menos, que tiene el deseo de triunfar con su nuevo proyecto; se junta a El Indio (Claudio Miño) y ambos arman Fango, una banda que fusiona el trash con el tango; mix atípico por lo menos. De mientras, la pareja de El brujo es secuestrada por los familiares de la esposa de su amante; lo cual genera un caos que tendrá mucho de tango trágico y explotación suburbana. En medio de la historia se entremezclan personajes extremos, cada uno más violento que el otro, y la situación poco a poco se irá desbordando, logrando la perfecta fusión entre el trágico tango y el estallido heavy. En 2010 se estrenaba la excelente película guatemalteca Las marimbas del infierno, sobre una banda que fusionaba el rock pesado con las marimbas. Fango tiene mucho de ella, sobre todo en su búsqueda de integrantes para la banda y en el tono algo (muy) disparatado. Pero imagínense mezclar esa obra de Julio Hernández Cordón con Crónica de una muerte anunciada de Gabriel García Márquez. Ahí tendrían una aproximación de lo que Fango es. Campusano filma sucio, despojado, sin hallazgos estéticos para el regodeo; todo es funcional a lo que se quiere contar. Utiliza no actores y exprime su naturalidad; tanto en el manejo de cámara como en la dirección de ctores deja que todo fluya. Como buen film extremo, Fango no será de público amplio, es una película consiente de lo que habla porque vive en su trama (aunque se permite algunas exageraciones que pueden llevarla al cuasi grotesco). Para quienes quieran ver una verdadera tragedia de la Zona Sur de nuestro Gran Buenos Aires, sepan que Fango es una aproximación áspera pero en cierto punto, realista.