Amapola

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

La ópera prima de Eugenio Zanetti tiene la particularidad de poder ser analizada desde diferentes ángulos, entregarle miradas divergentes; pero también es cierto que sea cuál sea el camino que se tome, el final del camino será el mismo.
Zanetti adquirió cierto renombre en nuestro país cuando allá por 1996 ganó un Oscar por la Dirección de arte de Restauración, film hollywoodense olvidado con el tiempo.
A partir de ahí se ha seguido aquí su carrera con atención en otros films de Hollywood como “La Maldición”.
Estos antecedentes nos auguraban un desembarco en la dirección cinemaográfica de alto impacto; y en cierto modo, “Amapola” apunta a ello.
Estructurada en tres tiempos, 1952, 1966 (fundamentalmente), y 1982; asistimos a la histoia de una familia dueña de un hotel de lujo ubicado en una isla indefinida (podría ser El Tigre) de Buenos Aires, hotel que da nombre a una de las hijas de la familia (Camilla Belle) y que a su vez ella da título al film.
En 1952, luego de la muerte de Evita, Amapola emigra con parte de su familia a los EE.UU., regresa en 1966 para nuevamente presenciar tiempos convulsivos del país, la caída de Illia. Pero hay un hecho trascendental, Amapola, al igual que su abuela Meme (Geraldine Chaplin) sufre de desvaríos que le permiten ir y venir en el tiempo, así se adelanta hasta el año 1982, otro año histórico trascendental, en donde el brillo del lugar se ve opacado por la tragedia familiar.
Claro, todo esto estará atravesado por una historia de amor que Amapola intentará vivir con Luke (François Arnaud), un fotógrafo desertor de la guerra de Vietnam.
Decíamos que “Amapola” puede ser vista desde diferentes puntos, el argumental, el estético y técnico, y el foco histórico.
Atiborrada de realismo mágico, “Amapola” se presenta como un cuento de hadas, en el que a los quince minutos parecemos asistir a un film de cantor popular de los años ’60, con coreografías porque sí y ritmo de mambo fuera de época.
Los personajes, aislados en ese hotel, en esa isla, parecen vivir ajenos a todo, por más que allá un trasfondo histórico muy lavado. Ampulosamente llevan a cabo una versión “familiar” de ‘Sueño de una noche de verano’ de Shakespeare, se divierten, bailan, cantan, se maquillan y viven rodeados de vestidos y joyas caras.
Claro, se muestran a los súbditos también, pero como personajes pintorescos, medio brutos, grotescos, y por supuesto felices. En 1946, Disney estrenó el luego controvertido film Canción del Sur, Amapola debe mucho a su estilo y tipo, quienes conozcan su trasfondo sabrán de qué hablo.
Con un elenco lujoso en el que a los mencionados debemos sumar a Leonor Benedetto, Lito Cruz, Nicolás Scarpino, Elena Roger, Juan Acosta, Esmeralda Mitre, Liz Soilari, entre otros; todos se encuentran fuera de eje, sobreactuados y ante un falta de marcación que los hace pisarse entre ellos y luchar contra diálogos “complicados”. Podríamos pensar que algunos tienen problemas idiomáticos (mezcla el castellano con el inglés indefinidamente), pero aún cuando hablan en su idioma falta naturalidad.
Tanto la fotografía como la puesta artística o dirección de arte lucen sobrecargada, algo oscura, y sobre todo anacrónica como un envase fino para un interior seco.
Errores de edición (sobreutilización del fundido a negro), baches en el argumento, y algún párrafo que lleva a la risa involuntaria, resultan detalles menores que en otros casos serían de mayor atención.
Imaginen una potencial mezcla del cine de Teresa Constantini, algo de Enrique Carreras, y un Pasolini devaluado, ahí estaríamos frente a una aproximación de lo que esta fallida ópera prima de Zanetti ofrece al espectador.