Sí el género de terror es uno de los más repetitivos y esquemáticos que existe, cada tanto llegan sorpresas a cartelera como Oculus para despabilarnos y hacernos creer que no todo está perdido. Del director Mike Flanagan ya nos había sorprendido (acá) hace un año con el limitadísimo estreno de Ausencia (data de 2011) que mezclaba elementos de terror para narrar en tono y clima de drama la historia de dos hermanas que luchaban contra una criatura subterránea que había atacado al marido de una de ellas. Una producción muy independiente, que aprendía de sacar jugo de lo mínimo para crear una sugestión más por lo que no se ve. En Oculus, el diagrama es similar, dos hermanos, una tragedia del pasado, una maldición, la toma de venganza… pero en lugar de caer en el común de contarnos la típica historia de fantasmas y casas embrujadas, Flanagan trata a los fantasmas lateralmente, nos cuenta una historia de obsesión y posesión en la que el espectador en un punto no sabrá, como los personajes, si lo que ve es real o producto de la mente. Tim (Brenton Thwaites) sale de un neuropsiquiátrico en el que estuvo encerrado desde su infancia, y a la salida lo espera su hermana Kaylie (la bella pelirroja Karen Gilan). Ambos vivieron un hecho traumático cuando eran chicos, hecho que se irá narrando de a poco, en dos tiempos entre el pasado y el presente, pero del cual desde un principio sabemos esto: el padre de los chicos mató a su esposa/madre, y Tim lo asesinó a él. Recuperado, Tim se convenció (lo convencieron) que su padre era un desquiciado asesino y que él actuó en defensa de su familia; pero su hermana está ahí para recordarle cómo fueron las cosas en verdad, o cómo ella cree que fueron. La familia se mudó a un caserón, compraron un antiquísimo espejo de la colección Balmoral para el estudio del hombre, y este guardaba una maldición que de generación en generación enloquece a sus dueños haciéndoles ver cosas que no son y llevándolos a cometer actos terribles seguidos del suicidio o muerte en manos de un tercero. Eso es lo que Kaylie dice que pasó con su familia, y ella, que trabaja en una casa de remates, ahora tiene al espejo en sus manos, lista para la venganza, y quiere que su hermano participe. Terror inteligente, eso es Oculus, que no subestima al espectador, que si da sustos falsos son justificados y nunca sabemos si realmente fueron falsos. Los personajes tienen carnadura, capas, y nos meten dentro de lo que les va pasando, pasamos por todas sus sensaciones, y hasta nos compenetramos con su paranoia. Kaylie trata al espejo como si fuera una persona, un ente, le habla, lo desafía, le arroja insultos y lo provoca; y así realmente el espejo cobra personalidad como si fuese un clásico slasher, como un Freddy o Jason pero “inanimado”. Flanagan está hasta en los más mínimos detalles, demuestra ser un artesano de la sugestión, no necesita de un gran presupuesto (es más cuando se adentra en efectos, como los fantasmas con ojos brillantes, flaquea un poco) para lograr lo que otros no logran con una catarata de CGI, terror real, aferrarnos a la butaca, mirar para los costados. "Oculus" es clima puro, la recomendación es no dejarla pasar del ambiente único de una sala. Basándose en una adaptación de su corto “Oculus: Chapter 3 The Man with the plan”, el director redobla la apuesta y crea un film deliberadamente confuso, que juega con los tiempos, con la realidad y la ficción, y los enlaces entre “los mundos” son perfectos, sin fisuras. También demuestra ser un buen director de actores, algo fundamental en "Oculus" es lo preciso de los personajes, Tim nos invita a sufrir con él y a Kaylie se la odia y apoya en partes iguales; y algo no muy en común en films como estos, Thwaites y Gillan están realmente convincentes en sus roles, logran diferentes matices. Como entrar a la casa de los espejos de un parque de diversiones, Oculus crea confusión, sugestión y diversión en partes iguales; el resultado al final del viaje es el de querer volver a embarcarse, nada mejor para un género tan adepto a las secuelas infinitas.
Desde que la animación computarizada y el 3D acapararon la (casi) totalidad de producciones animadas infantiles, se viene dando una tendencia cada vez más frecuente; películas que podríamos llamar independientes, y en algunos casos de países con producción cinematográfica escaza, que nada tienen que envidiarle en cuanto a la técnica a lo que durante muchos años fue un monopolio de grandes productoras hollywoodenses (con Disney a la cabeza). Esta tendencia, que uno podría creer positiva ya que además hizo crecer exponencialmente la oferta, tiene el negativo costado de que, extrañamente o no, esas producciones (que por más que lo disimulen cuentan con un presupuesto de un tercio que los grandes tanques) constantemente intentan imitar la fórmula de los grandes éxitos estadounidenses, como si fuese un manual o un libro sagrado para ser rendidor. Este es el problema fundamental de "Khumba", que una película que pregona desde las entrañas de su historia el ser diferente para ser mejor, en realidad busque tanto parecerse a otras, y para peor aún, sin lograr ni siquiera acercarse de lejos." Khumba", co-producción sudafricana estadounidense, pertenece a la misma empresa que el año pasado trajo Zambezia, y básicamente las cosas no cambiaron demasiado. Si aquella tomaba mucho de "Rio" y de cualquier film de animales selváticos; esta toma mucho de Madagascar y cualquier film de animales en desierto africano (o sea, las copias de Madagascar). Anthony Silverston (que subió de escritor a también director) hace un trabajo de piloto automático para contar la historia de Khumba, una cebrita que nació con la mitad de su cuerpo sin rayas, y a partir de ahí, una especie de maldición cayó sobre su pueblo, una sequía interminable los asola y está arrasando con todo y todos, inclusive la madre de Khumba, que antes de morir (casi como si fuese una parodia al melodrama, pero no) intenta darle un consejo contándole de una leyenda, que el joven malinterpreta. En la antigüedad las cebras eran todas blancas, pero una de ellas se sumergió a un pantano y al salir, tenía rayas. Entonces, Khumba (no escuchando la moraleja del asunto de que luego todas las cebras se sumergieron y esa cebra única perdió lo que la hacía especial) emprende un viaje para encontrar aquel lugar mágico que le otorgue sus rayas, y así, de paso, terminar con la maldición. Por supuesto, en el camino se encontrará con toda una fauna de personajes variados, y hasta habrá historia de amor adolescente. Como es usual, el film hace un buen uso de la animación en fondos con paisajes que parecen reales (salvo ocasiones como esa deuda pendiente que es el agua), pero no se define tan bien en la animación de los personajes, que acertadamente disimula carencias volcándolo hacia lo caricaturesco. El 3D aporta algo de profundidad de campo, pero no es realmente fundamental ni destacable. Si algo caracterizaba a "Madagascar" y sus imitaciones es el ritmo frenético e imparable que a muchos (me incluyo) desagrada, "Khumba" en ese sentido es un híbrido, porque tiene todos los elementos para tomar ese ritmo de gag tras gag, de humor slapstick, pero no, su ritmo es parsimonioso, lento, casi contemplativo. Siendo así, "Khumba" se maneja en un relato en el que no pasa demasiado, en el que tanto padres como niños se relajan (hasta el casi punto de aburrirse), pero esa calma es interrumpida intermitentemente por personajes estridentes fuera de lugar, forzados, como el avestruz Bradley y el perro salvaje Skalk los cuales cumplen el rol de comic relief. Quizás los chicos más chiquitos, hasta siete u ocho años, puedan disfrutar del colorido y de algún personaje o momento tierno; también está el edificante mensaje inicial que luego queda algo trunco u olvidado. Para los adultos aquí no, salvo contados toques, no hay referencias a su mundo, quedan aquí relegados a meros acompañantes. Por último, la inexistencia de copias en idioma original, hace su aporte para que el interés sobre este film sea cada vez menos mediante la proyección avance. Khumba es un film fallido, pero no por debajo de la media de estas producciones que con muchísimos menos recursos intentan alcanzar algo que nunca podrán igualar, las hay de a varias por año y esta es una más.
Todo es cuestión de ver medio vaso lleno o medio vaso vacío, así parece que ven la vida Mecha y Ofelia, las protagonistas de Amar es Bendito, tercer largometraje de Liliana Paolinelli. Aceptar las cosas como son, y mirarlas a partir de ahí. Hablamos de las relaciones de pareja; pero también se puede tomar la misma actitud frente al film. Hay una tradición en el cine argentino de afrontar temáticas supuestamente tabú y explotarlas desde un ángulo que juega con lo zafado, lo liviano, y hasta la sátira, recordemos, por nombrar ejemplos relativamente recientes El Favor de Pablo Sofovich o Dos más Dos de Diego Kaplan. La realidad es que esa expresión rara vez suele dar resultados felices, y más en esta oportunidad en que la sociedad ha avanzado lo suficiente como para que la diversidad de sexo deje de ser tabú. Ahí están, Mecha (Claudia Cantero), recicladora, y Ofelia (Mara Santucho) que pareciera ejercer de ama de casa. Ambas forman pareja, pero en la primer escena ya vemos que las cosas están mal. Es el aniversario, y ante una inocente pregunta de Ofelia, Mecha confiesa una infidelidad; se está frecuentando con una maestra de jardín de infantes (Carolina Solari), y aparentemente, por más que llora y pide perdón, no hay intenciones de abandonarla... a ninguna de las dos. Ofelia acepta la realidad, perdona, pero ante la reiteración, corta por lo sano. No, no deja a su pareja, le anuncia que ella también saldrá a buscarse amante; y lo encuentra, en un empleado municipal (Carlos Possentini). Así las cosas, la historia sigue avanzando con una relación cada vez más distanciada entre Mecha y Ofelia, y los dos costados, que se van relacionando hasta formar una simbiosis de pareja de cuatro, o cruce de parejas permanente. Paolinelli, que también se encargo del guión, elige un registro diferente al de sus anteriores trabajos, Por sus propios Ojos y Lengua Materna, drama y comedia dramática respectivamente. Esta vez se inclina por una comedia de acciones (creemos) pretendidamente absurdas, hasta podríamos decir un grotesco medido, o una sátira. Mecha y Ofelia viven todo tipo de situaciones disparatadas, la historia a cada minuto se aleja más de hechos realistas para embarcarse en rumbos extraños. El principal problema, es que lo expresado en el párrafo anterior no es seguro que haya sido intencionalmente. Amar es Bendito es una película a todas luces fallida, los diálogos llevan a la risa, pero no por su comicidad sino por la incoherencia implícita, los errores de continuidad se suman a pasos agigantados, y hay situaciones que son imposibles de tomárselas seriamente. Hay momentos en que pareciera remar el género dramático, pero es tanto lo cargado que es imposible analizarla desde ese lado. Amar es Bendito se toma todo tipo de licencias, filmar gente caminando en cuatro patas por una plaza, otros que van y vuelven de Paraguay en pocas horas tras ser atropellados por una bicicleta, y hasta personajes que toman decisiones fuera de la lógica. El asunto es que en un momento, esto empieza a jugar a favor del resultado, cuando ya aceptamos lo que estamos viendo, cuando vemos el vaso medio lleno, podemos disfrutar de una película bizarra, no hay otra palabra que la exprese mejor. Cantero y Santucho han probado ser actrices de gran nivel, pero acá, al igual que el resto del escaso elenco, lucen deslucidas al tener que lidiar con tamañas situaciones y diálogos. Retomando el punto inicial, es una actitud de vida y una actitud frente a la pantalla, Amar es Bendito puede ser disfrutada como un gran disparate, o puede ser observada desde la seriedad y afrontar los resultados, lejos de ser los mejores.
Escribir sobre una película como Transcendence es complicado porque se trata de hablar de lo que pudo ser y no fue; de lo que con un poco menos de prejuicio y más libertad hubiese sido un resultado digno y casi de culto. En esto redunda la complejidad, ¿se puede calificar sobre un supuesto o simplemente abstenernos a lo tangible que vemos en pantalla? La ópera prima como director del director de fotografía Wally Pfister podría incluirse dentro de un subgénero (Si es que este existiese) llamado “Misterios y peligros de la ciencia”; aquel que plantea las posibles derivaciones de avances científicos más o menos cercanos en el futuro, siempre con un anclaje en los avances actuales. Esta vez es el dilema de la llamada “Inteligencia artificial”, pero no en el sentido de la megalómana A.I. de Spielberg/Kubrick, sino sobre la posibilidad de prolongar nuestra vida hasta una suerte de eternidad transmitiendo todos nuestros datos genéticos a un sistema informático que imite la inteligencia humana; o por lo menos está es la premisa de la cual parte para luego expandirse hacia otras ramas. Será más fácil si lo explicamos. El Dr. Will Caster (Johnny Depp, más centrado que de costumbre) es un científico especializado en avances informáticos al servicio del progreso humano (o algo así), una eminencia casado con la también científica Evelyn Caster (Rebecca Hall), algo más ambiciosa que él. Durante la presentación de uno de sus proyectos (el traspaso de la inteligencia de un mono a una base de datos), sufre un atentado en manos de un grupo terrorista que decide no asesinarlo en el acto sino deteriorarle su salud progresivamente hasta sí, asesinarlo. En medio del deterioro irreversible de su marido, Evelyn convence a Max (Paul Bettany, quien alguna vez fue promesa de un gran actor), colega y amigo, de realizar con su moribundo marido el mismo experimento que hicieron con el mono. Por supuesto, el mismo da resultado y tras su muerte “física” Will regresa mediante un sistema informático. Pero he aquí el dilema ¿eso que se en una pantalla es realmente Will? Esta idea es sólo el puntapié inicial de las suposiciones que hace el argumento firmado por Jack Paglen (también debutante en el área), ya que a partir de ahí se acumularán varias derivaciones que aquí no develaremos pero que lejos de sorprender, se caen de maduro. Transcendence luce para un ojo agudo como un “remache” de varias historias ya vistas. Tenemos algo (mucho) de esa obra de culto del VHS llamada Ghost in the machine y El Hombre del jardín; algo de la saga Circuity Man; un ambiente lejanamente cercano a la primer Mad Max; más derivaciones que nos hacen acordar a la miniserie o telefilm Los Tommyknockers; una idea cercana al Skynet de Terminator (sobre todo Terminator 3); la versión de Usurpadores de cuerpos de Abel Ferrara con guión de Larry Cohen y Stuart Gordon; por supuesto algo de Matrix; y hasta Star Wars Episodio II entra en el combo. Esta idea de tomar partes de otros films conocidos para hacer algo nuevo no sería del todo desacertado de no ser por un detalle; nótese que, salvando dos o tres inspiraciones, la mayoría de los films nombrados pertenecen al llamado Clase B, a esos títulos que reinaron durante los ’80 y los ’90 en los videoclubes; y justamente eso es lo que falta en Transcendence, espíritu de Clase B. Es más, es una “sana costumbre” que el Clase B se base en éxitos del mainstream para desarrollar sus creaciones y sacar su tajada, algo totalmente aceptado y hasta querible dentro de sus seguidores. Este film cumple con eso a rajatabla, así como con otros preceptos, un argumento descabellado, varias resoluciones arbitrarias, escenas exageradas y sobrecargadas así como el ambiente general, y ramificaciones que cuestan ser tomadas en serio. Pero todo esto, al contrario de restar, sumaría si se hubiese cumplido con la principal regla del B, ser deliberadamente divertido, “berretamente” entretenido; y no, tanto Pfister, como Paglen y por consiguiente todos los actores (a los que hay que incluir a Morgan Freeman y Kate Mara en roles importantes) se inclinan por una estricta solemnidad, casi como si estuviésemos en un largo institucional de las revistas Muy Interesante o Conozca Más; el problema de esa decisión es que sus planteos científicos tampoco soportan un análisis muy profundo. Técnicamente luce correcta, se nota que su director tiene más trayectoria en la dirección de fotografía y hace un buen uso de planos desérticos y un clima gélido para el laboratorio. También se agradece su duración exacta no muy extendida lo que ayuda a que sea un film conciso. Algunos de sus efectos especiales (no es un film que se caracteriza por un gran despliegue visual) también lucen bien resueltos, de superproducción. Transcendence se encuentra en esa complicada zona de los medios, los grises; demasiado descabellada y emparchada para ser un tanque o un film científico; demasiado seria y correcta para ser un entretenido producto para la noche con amigos. Paradójicamente, si se hubiesen tomado el asunto con más liviandad, hablaríamos de otro resultado; tristemente no es el caso.
Antes de empezar es obligación aclarar un par de cosas para el lector/posible espectador incauto, en el afiche y anaqueles promocionales de La Invocación hay un par de… digamos inexactitudes. Primero, el espectro greñudo que se ve como imagen principal, nunca aparece en el film (por lo menos nada cercano a eso se ve), y segundo y más importante, la frase “¿invocarías al diablo a las 12 de la noche?” el diablo no forma parte de esta película de fantasmas, y menos aún importa la hora de la invocación. Listo, ahora sí, el interesado puede saber que La invocación, ópera prima ficcional de Mac Carter, es una típica historia de fantasmas y casas que guardan macabros secretos, y lo de típica subrayémoslo varias veces, bien fuerte. Un matrimonio y sus tres hijos (parejita adolescente y nena chiquita) se mudan a la clásica casa en medio del bosque de todo film de horror que se precie. Como siempre, se ufanan de lo barato que la consiguieron, pero claro en el lugar ocurrió tiempo atrás una serie de hechos macabros que nos cuentan en un prólogo al estilo filmación en ocho milímetros. El hijo varón, Evan (Harrison Gilbertson), descubre un cobertizo secreto dentro de la habitación del altillo, y en él descubre una radio a transistores como para hacer radiollamadas. Por supuesto, lejos de empezar a hacer las maletas para volver a la ciudad (saben de antemano de las muertes alrededor de la casa), el nene pide la habitación como suya. Esa misma noche comienzan a ocurrir los hechos extraños, Evan tiene pesadillas, sale a caminar y se encuentra con una joven, Sam (Liana Liberato), vecina, que huye de su casa por un padre maltratador (o suponemos que es el padre porque no nos dicen mucho más de eso). Inmediatamente Evan y Sam congenian (más porque está se toma mucha confianza y prácticamente se instala en la casa del muchacho), y ella le cuenta más sobre la familia que vivía ahí antes, sobre la maldición que pesa sobre la casa, y la posibilidad de un juego muy divertido, invocar fantasmas con la radio a transistores. Adivinaron, acto seguido, invocan al espíritu que mora en el hogar. No contemos mucho más porque se supone que la historia guarda un par de sustos o secretos ocultos que se irán revelando… o simplemente porque no hay mucho más para contar. Obviemos que estamos frente a una película que en su país de origen, EE.UU. fue estrenada directamente online y en DVD (luego sí, tuvo un paso limitado por salas); que se nota su bajísimo presupuesto, mucho más bajo que su ambición de mostrar un fantasma hecho por un pobre CGI que lo hace parecerse a una mezcla entre el Alone in the Dark para PSOne y el mítico Cryptkeeper de la serie Tales from the Crypt. También obviemos que las interpretaciones de todo el conjunto actoral (incluyendo a Jacki Weaver que el año pasado parecía que despegaba como tardía promesa) son pobrísimas y nulas en matices. Los problemas con La Invocación pasan por otro lado, principalmente por su argumento y el desarrollo del mismo. El trabajo del nobel Andrew Barrer (cuyo próximo trabajo será realizar el guión de una nueva adaptación de Sabrina, la bruja adolescente) no consistía más que en hacer un guión parecido a El conjuro, con algo de Haunt in Connecticut, y otras tantas de fantasmas alojados en casas y bosques desde la primera Aquí vive el horror (The Ammityville Horror) hasta la fecha; no se le pedía originalidad ni nada por estilo, algo de manual. Sin embargo, La Invocación es incapaz de generar el menor suspenso o tensión; la historia está llena de actos casuales y otros inexplicables (y no precisamente por lo sobrenatural). Varios personajes simplemente desaparecen de la película sin la menor explicación (¿qué fue de la hermana mayor? ¿En dónde están los padres la mayor parte de la historia? ¿Por qué la hermana menor actúa de modo tan tenebroso? ¿Qué tiene que ver el padre golpeador de Sam con algo?), y otros aparecen ahí, justo, sin ninguna justificación, en el momento exacto, como si se teletransportaran oportunamente. La resolución del (no) misterio que plantea la película también dejará todos los cabos sueltos posibles, y no se entenderá el porqué de varias de las decisiones que los personajes toman a lo largo de todo el desarrollo. Claro, la sumatoria de estos elementos llevará irremediablemente a ese acto tan temido en una película que debería general terror o suspenso, la risa involuntaria. "La invocación" es un film fallido aun dentro de la categorización de film para el consumo doméstico; entre algo de aburrimiento por la parsimonia con que se desenvuelven los hechos, y la comicidad que provocan los sucesos incongruentes no sobrenaturales, son pocos los minutos de real interés que despierta. Aun así, probablemente, fanáticos acérrimos del género y no muy pretenciosos, encuentren algo menor pero aceptable para sus estándares
“¡Las películas tienen la culpa!, el amor no es esa cosa sensiblera y pegajosa que acaba con un beso estúpido y violines de fondo.” Se escucha decir a uno de los personajes de Ismael en uno de sus tantos diálogos; y deberíamos tomarlo como una confesión de parte, o una (tardía) advertencia. Estamos frente a la octava película del argentino, radicado hace unos años en España, Mercelo Piñeyro; director que fue construyendo una sólida carrera desde principios de los ’90, apoyado en buenas guionistas; y capaz de crear productos de impecable factura técnica, algún vuelo artístico, y siempre buena llegada al público; casi un pionero del esquema de nuestro cine industrial actual. Ese contacto e identificación con el espectador siempre se logró a través de historias cercanas, conocidas, y sobre todo, que fueran del entendimiento y conocimiento popular; aspecto que en Ismael vuelve a estar presente, pretendidamente, casi como nunca antes. Se vende como simples historias de vidas, ni más ni menos que eso. Ismael (Larsson do Amaral) es un nene de ocho años que viaja sólo de Madrid a Barcelona para conocer a su padre biológico, Felix (Mario Casas) a urtadillas de su madre Akila y su padrastro Luis (Ella KWebu y Juan Diego Botto, respectivamente). Al llegar a la dirección que tiene, Ismael conocerá a Nora (Belén Rueda), su abuela y madre de Felix que lo llevará a conocerlo pese a que hace mucho no visita a su hijo. Falta un solo personaje, Jordi (Sergi Lopez), dueño de un hotel costero y amigo de Felix; es entre estos personajes (y alguna participación de los alumnos de Luis que enseña arte en un colegio marginal) que se desarrolla toda la historia. Verónica Fernandez (guionista mayoritariamente de TV), Marcelo Figueras (colaborardor recurrente de Piñeyro), y el propio director crearon un guión que parte de una premisa prometedora, pero a su vez no lograron desplazarse mucho más allá de ella. Ismael es un film parsimonioso, en el que no sucede demasiado, y lo que se cuenta pasa en un momento, demasiado rápido tal vez, a ser una anécdota. Los seis personajes están delineados en brocha gorda, sin demasiados matices, y aunque en príncipe se los muestre como arquetípicos de clichés, más temprano o tarde caerán todos en el almíbar general que impregna el asunto. Es más, algunos de los que parecían conflictos paralelos, se desvanecen con el correr sin resolución. Ismael, como no podía ser de otra manera, tiene ocho años pero actúa y habla con frases adultas y de una inteligencia superior a la de los mayores. Nora es una mujer estructurada, de trajecito y peinado de peluquería, aparentemente impenetrable… claro, salvo por el pequeño y por Jordi, músico bohemio cuya única función en el film es liberar a la mujer. Felix es un joven arrepentido, todo corazón, que lucha por ideales y quiere redimir sus errores del pasado, incluyendo a Akila, la típica mujer que se debate entre el matrimonio estable y el amor del pasado; y Luis, con pocas escenas, es el hombre que se ve en un baile que no quiso jugar. Todo se desarrolla en base a estos simples lineamientos, remarcados en los diálogos en busca de una sensibilidad permanente que, de a ratos, choca con la poca ductilidad para transmitir emociones de alguno de los intépretes (en especial Casas y Rueda). Piñeyro se encarga de otorgar la calidez necesaria, hace uso de una banda sonora oportuna, una fotografía no tan paisajista como sí precisa, y una edición que, salvando algunos bruscos cortes en negro, aporta a la suavidad del conjunto. Todo está a la orden de pasar un momento placentero. Como en un film de Teresa Constantini (por nombrar un ejemplo), todo avanza a pulsión del amor, estableciendo la idea de que es este condimento sumado a otros como la compasión y la comprensión lo que salvará al mundo; no hay penas mayores. Ismael es un film correcto, agradable a la vista y para un público masivo. Pero quienes busquen algo de sustento, giros, o peso dramático real, deberán buscarlo en otro lado, acá los conflictos se solucionan con una sonrisa y unas palabras de aliento.
Cuando en 2001, tras una serie de rounds perdidos en la taquilla frente a Disney, Dreamworks Animations estrenaba Shrek, el éxito descomunal de esta (que “obligó” a crear los Oscar a Mejor Film Animado) hizo que la productora fundada por Steven Spielberg se reposara en la fórmula de aquella en los años siguientes. Comedias modernas, con voces de comediantes actuales, referencial a la cultura pop, guiños para los adultos (con la excusa de que estos no se aburran), una animación cada vez más repetitiva, y burla a varios de los preceptos que hasta ese momento se habían erguido en el cine infantil de animación. Esta receta despertó tantos adeptos como detractores, pero lo que no dejaba lugar a duda, es que sí Shrek había sido un soplo de aire renovador, Dreamworks estaba necesitando uno otra vez. Justamente, "Cómo Entrenar a tu Dragón" significó en 2010 el comienzo de ese cambio hacia historias más maduras no tan ligadas con lo disparatado y burlón; y es ahora su secuela, la que termina de definir con éxito el que esperamos sea su nuevo rumbo. No casualmente, los directores de aquellas eran los ex Disney Dean De Blois y Chris Sanders (Lilo & Stitch), quienes ahora regresan con el segundo solamente en calidad de Productor Ejecutivo (por sus ocupaciones con Los Croods). "Cómo Entrenar a tu Dragón 2" no sólo supera en varios niveles a su predecesora, cumple el sueño de todo film de animación, ser tomado en serio como película en sí, y no sólo dentro de la categorización menor de animación. Tal es así, tal es la complejidad de los hechos que presenta, que es mejor no adelantar demasiado por aquí. Nos encontramos cinco años después del original, Hipo se ha convertido en un gran jinete de dragones; su pueblo vikingo (comandado por su padre Estoico) ya no enfrenta a estos seres, sino que conviven y los utilizan como mascotas y medios para ir descubriendo otros horizontes. Es en uno de viajes que Hipo (al que su padre quiere delegar el mando) junto a su dragón Chimuelo, descubre una zona gélida, sumida en la destrucción; y en ella a un grupo de cazadores que responden al mítico Drago, uno de los más duros cazadores y captores de dragones. Por supuesto, cuando Hipo advierta a su padre, este le advertirá que se aleje de la zona, pero… este es sólo el comienzo, los primeros quince minutos de una historia que deparará milo y un sorpresas al espectador logrando un equilibrio justo de interés aventuresco para el adulto y calidez y sencillez para los más pequeños; aun así no es conveniente para niños menores a los ocho años digamos. ¿Qué se puede decir de un film que lo tiene todo?, De Blois como director y guionista (adaptando libremente los relatos de Cressida Cowell) creo una gran aventura épica, con gracia medida sin ser burlona, con vueltas inteligentes, emoción real, momentos trágicos perfectamente manejados para eludir los golpes bajos, mensajes edificantes, un ritmo sostenido durante toda la película, los personajes anteriores que siguen sumando capas de personalidad y otros nuevos con la suficiente complejidad como para alejarse de la chatura media en la que suelen caer los personajes animados, y una técnica que deslumbrará a grandes y chicos. "Cómo entrenar a tu Dragón 2" dosifica excelentemente sus momentos, es paisajista y deslumbrante cuando lo necesita, se mete de lleno en la acción (entendiéndose todo) haciendo vibrar emocionalmente, y toma las vueltas necesarias sin que uno se pierda en el juego. Todo esto haciendo un muy buen uso del 3D que en los films de animación (casi) siempre es rendidor. El doblaje en castellano no permite disfrutar de las voces de Jay Baruchel (Hipo), Estoico (Gerard Butler), America Ferrara (Astrid), y los nuevos Djimon Hounson (Drago) y Cate Blanchett (Valka). "Cómo entrenar a tu dragón 2" no sólo es el aire que necesitaba Dreamworks para despegarse de sus estigmas definitivamente, es probablemente una de las mejores superproducciones del año, y no hablamos sólo de cine de animación.
En su tercer film el joven y prometedor realizador rumano Corneliu Porumboiu, luego de dos films celebrados mundialmente por crítica y público como Bucarest 12:08 y Policía Adjetivo, lleva a cabo lo que muchos directores consagrados realizan recién promediando su carrera, casi como una carta de despedida; un film manifiesto de amor al cine en donde a través de un alter ego exponga todas sus teorías, amores y odios al séptimo arte. Hablemos de un 8 ½, un Viaje al Principio del mundo, un Medianoche en París, o un Madadayo; eso es Cae la noche en Bucarest, una postura cinematográfica en primera persona. 89 minutos; 17 largos planos secuencias; dos personajes principales y unos poquísimos secundarios; muchos, riquísimos y fructuosos diálogos sobre el cine, el proceso creativo, y otras yerbas. Todo esto, y nada más que esto, es lo que compone un film que sí, gusta de ser “sólo para entendidos”. El alter ego de Porumboiu es Paul (Bogdan Dumitrache), un director a punto de terminar el rodaje de su próxima película; un hombre que se nota, ama los clásicos, habla y piensa en cine, analiza todo detalladamente, y siente las películas (principalmente las suyas) en el cuerpo. Paul se reúne con una actriz secundaria, Alina (Diana Avramut) con la que poco a poco se va afianzando en una relación amorosa; pero Paul quiere filmar con ella una escena de desnudo, mientras que ella lo cuestiona, quiere saber si realmente es necesario. Entonces, recrean guión en mano una y otra y otra vez la escena, Alina la quiere modificar porque no cree que sea natural que su personaje aparezca desnudo si solamente tiene que escuchar una conversación entre otros dos personajes; Paul hace todo lo posible por mantener su idea original. Mientras tanto, las horas van pasando, el rodaje definitivo se aproxima, y Paul empieza a sentir dolores estomacales, él jura que es una úlcera por más que los diagnósticos digan que no es tal ¿Cómo llegará Paul al final de su película? Porumboriu no se priva de poner en boca de su protagonista todo tipo de alusiones y teorías, las más claras al cine de Michelangelo Antonioni, pero también una suerte de soliloquio a bordo de un viaje incierto en el que plantea la disyuntiva entre fílmico y digital, la muerte del fílmico ¿cómo evitarla?; sobre la relación del director con el resto del equipo de filmación; y otros temas como ser la comida étnica. Claramente el rumano plantea su film más personal, pero en ese juego de planos precisos, estructurados y preciosista en donde cada detalle se nota regulado y centrado como si fuese una puesta en escena teatral y milimétrica; puede dejar afuera al espectador. "Cae la noche en Bucarest" no tiene una estructura de relato regular, se maneja como si cada plano fuese una viñeta, hasta hay citas e intertextos; por lo cual, se sobrentiende, no se puede esperarse ni algo remotamente cercano a lo que llamamos ya no vértigo sino ritmo. Casi no hay música, abundan varios tramos directamente sin sonido alguno, para que el espectador preste atención al detalle ¿pero es capaz el espectador de prestar atención a todo lo más minúsculo que sucede y se dice? Por momentos, Porumboiu pareciera desafiar, querer llevar las cosas al extremo, como hizo oportunamente Lars Von Trier y los otros cultores de aquel experimento llamado Dogma. Se juega al naturalismo extremo, tomas amplias, abarcativas, poco uso de luz artificial (salvo en esas nocturnas, claro está), un uso del elipsis singular. Desde que el cine es cine existe la disyuntiva sobre si existe o no el mal llamado “Cine Arte”, probablemente esta sea una categorización falsa e inexistente, todo es arte subjetivamente. Pero sí pareciera existir un cine que los mismos realizadores parecieran jugar para una elite, con referencias y guiños “para entendidos”; algo que, por supuesto, es totalmente válido, pero el espectador debe ir prevenido. Porumboiu tendrá mucho más para entregar en su promisoria carrera; pero quizás previniendo, quizás entrando en la neurosis con toques hipocondríacas de su Paul, ya deja públicamente su testamento cinematográfico. Estos son mis gustos, mis fobias, mis pensamientos, y mis ideas; el legado puede seguir creciendo, pero el rumbo parece ya estar establecido para el espectador será cuestión de tomarlo o dejarlo.
Cuando una idea que años atrás sonaba fresca y dio sus buenos dividendos es repetida hasta el cansancio, los primeros síntomas de agotamiento llegan cuando buscando nuevos recursos disfrazados se mezcla esa misma idea con otras que causaron furor en temporadas pasadas. Esto es lo primero que uno advierte en "Buenos Vecinos", la nueva película de Nicholas Stoller, uno de los pilares de la llamada Nueva Comedia Americana, o simplemente NCA. Con gente como Judd Apatow, Greg Motola, Todd Phillips y Stoller a la cabeza, la NCA ponía en el centro de la escena a los eternos adolescentes, gente de más de 30 años, con una vida supuestamente ya establecida que continuaba comportándose en diferentes aventuras como jóvenes adolescentes guarros y zafados; y precisamente eso es lo que extraña el matrimonio protagonista de "Buenos Vecinos". Mac y Kelly (Seth Rogen y Rose Byrne) son ese matrimonio de suburbio, padres primerizos recientes, que parecen ver su vida truncada ante las nuevas responsabilidades. Ellos quisieran seguir manteniendo un ritmo de vida “joven” y alocado (entiéndase atravesado por el sexo desenfrenado), pero lo que el destino puso delante de ellos, llámese trabajo, rutina, bebé, cansancio físico, se lo impide. Aquí viene el mix con otro estilo anterior de comedia; en la casa en venta vecina a la de Mac y Kelly llega a instalarse una fraternidad universitaria, comandada por Teddy y Pete (Zac Efron y Dave Franco) con el sólo lema de diversión toda la noche. Sí, es la clásica de película de estudiantina que EE.UU. nunca parece abandonar, desde Animal House hasta American Pie pasando por Porky’s. Claro, el estilo de vida de Mac y Kelly contrasta con el de la fraternidad, y así se emprenderá una batalla de acción y revancha entre los dos lados, con el condimento de que uno de los bandos añora ser como el otro… y quizás el otro anhela en un futuro llegar a establecerse como este; en fin, el mensaje conservador que siempre se esconde en estos productos detrás de tanto “libertinaje”. Buenos Vecinos ofrece precisamente eso, un choque entre dos estilos que guardan más en común de lo que aparentan. Mac y Kelly (con ayuda de un matrimonio divorciado amigo) planean todo tipo de estrategias para hacer que los chicos traviesos abandonen la vivienda, y estos chicos cuando se enteran planean su venganza frente al matrimonio, recordando así a otro estilo, el de la guerra de vecinos. Esto asegura una emisión de gags efectivos que despertarán la gracia del espectador que va a buscar nada más que eso, pasar un rato entretenido sin ningún otro tipo de vuelo. Por supuesto, la marca de la NCA sumada a la estudiantina está bien marcada en el tenor de los chistes, la mayoría de grueso calibre y sin temerle a lo escatológico y a lo supuestamente provocativo desde lo sexual (incluyendo una reiterativa cantidad de erecciones). El trío protagónico se muestra con oficio (sumémosle a Franco que tiene mucho para ofrecer), y quien más sobresale es Rose Byrne, quizás la única que no parece estar en “piloto automático” y despierta varios momentos de gracia natural. La bella actriz australiana está necesitando de un protagónico absoluto que le haga pegar el gran salto. El resto, el verdadero dúo de enfrentamiento se ve atado a un guión no muy sólido, con varios agujeros argumentales, y que se sostiene dependiendo de la efectividad o no de sus chistes. Stoller sin dudas tiene mano para la comedia y la maneja de modo ágil y destellante, casi como si fuera uno de los tantos hip hop que suenan en la película; y utiliza a Seth Rogen ubicándolo en un rol casi de remplazo del que hasta ahora fue su actor fetiche Jason Segel, más acostumbrado y efectivo en ese rol de “nuevo habitante de suburbio”. Efron intenta despegarse de su rol de galán Disney buscando productos zafados, y se le nota buen feeling para la comedia; pero mientras tenga la necesidad (personal o de guión) de mostrar su torso – o más - desnudo básicamente porque sí, esa tarea parece difícil. En definitiva, "Buenos Vecinos" cumple su objetivo de ser graciosa y medianamente zafada; aunque denote cierto agotamiento de fórmula, de ver una y otra vez lo mismo por más que sea mezclado con otra fórmula gastada. Como una advertencia, quizás ya sea hora de ir buscando nuevos esquemas antes de caer en esa palabra prohibida y catastrófica, el aburrimiento.
Lucho trabaja como perforador de pozos de petróleo, o “boca de pozo”, en un yacimiento petrolífero de la Patagonia, trabaja de manera rutinaria, casi como por espasmo, como si fuese una máquina más del lugar. Eso se instala perfectamente en los primeros minutos de "Boca de pozo", pero no es a lo que quiere apuntar Simon Franco en su segundo largometraje, o sí, pero desde otra perspectiva. Luego de la rutina de su trabajo, Lucho se dirige a una ciudad en donde se alojan otros trabajadores como él. Pero a diferencia de lo que podríamos pensar, su rutina continúa, se expande a una nada peligrosa, como si el personaje sólo viviese en función del trabajo que realiza. El director vuelve a apuntar a cierta abulia del mundo “capitalista” luego de su debut con Tiempos menos modernos; y aquí, paródicamente, pareciera acercarse más al mensaje o trasfondo de aquel clásico de Charles Chaplin que el título de su obra anterior “parodiaba”. Ojo, hablamos del mensaje, no del tono, Boca de pozo no tiene nada de comedia o de sátira. Si en Tiempos Modernos veíamos como a “Carlitos” la maquinaria lo consumía y lo transformaba en un engranaje más, sumiéndolo por otro lado en miseria. Acá Lucho tiene un pasar, tiene una familia, pero no es feliz. con su madre mantiene largas miradas sin hablarse, de su mujer recibe reproches por despilfarrar dinero, y tiene razón, Lucho concurre a una villa para comprar y consumir droga, frecuenta bares y prostíbulos en los que se emborracha y se deja llevar, además de visitar los tragamonedas del casino. Claramente, estos escapes son síntomas de algo. Pero ese algo Franco no lo expresa, lo deja a la interpretación del espectador, que puede o no captar las (in)directas. "Boca de pozo" no es una película fácil, amable, todo lo contrario, juega al juego de la monotonía, del desafío al espectador para ver cuánto puede aguantar sin que pase nada. No hay un hilo conductor clásico, es un instante de vida. El director pretende demostrar cierta soledad y aislamiento en el personaje, y para eso utilizará todo tipo de recursos de cámara, fotografía y puesta en escena. Prevalecen los primeros planos, el enfoque recargado sobre un fondo desvanecido, y los escenarios despojados, ya sea en la ciudad o ante la inmensidad paisajística del yacimiento. Hay un as bajo la manga, Lucho es interpretado por Pablo Cedrón, excelente en su composición de un hombre que expresa todo con gestos mínimos, que vive sumido en esa rutina agobiante; sin dudas es lo mejor de la película. El resto, oscila entre actores profesionales y ciudadanos del lugar, trabajadores reales,todos en plan naturalismo "Boca de pozo" es clara en sus conceptos, pero su metodología puede favorecerla tanto como jugarle en contra; la abulia que despierta el personaje se asemeja a la de los jóvenes de aquel NCA ya cada vez más olvidado, pero Lucho no es joven. La idea a desarrollarse es certera pero también es cierto que es inevitable cierto cansancio para el público, no hablamos de un film llevadero, con ritmo; los síntomas del personaje pueden transmitirse del otro lado de la pantalla. Con sus aciertos y errores, "Boca de pozo" es un interesante ensayo analítico sobre los efectos de vivir en un sistema que no permite el lucimiento, la diferenciación, que lleva a las personas a ser absorbidas por una masa e integrar tan sólo un número más.