Segundo film de Natalia Smirnoff directora de Rompecabezas, con una larga trayectoria como asistente de dirección, El Cerrajero toma fuentes de variadas para lograr en el acabado un film diferente, ubicado en el medio de varios frentes. Ya no podemos hablar de Nuevo Cine Argentino, esa vertiente evolucionó y en gran parte decantó en algo más exacto como un Cine Independiente, que escapa a las estructuras básicas de narración para buscar sus propias formas y contenidos. Un grupo de cineastas que tienen mucho para contar y lo hacen a su manera. Si en Rompecabezas Smirnoff ya había dado muestras de una capacidad para crear mundos intimistas que explotan hacia el afuera, personajes que tienen la necesidad de romper el cascarón, con El cerrajero vuelve a confirmar la misma tendencia expandiendo su universo. Sebastián es un joven empleado en una cerrajería, que como tantos jóvenes que grafica nuestro cine, vive despreocupado, se junta con sus amigos en su lugar de trabajo, pasa el rato, y no tiene nada que lo ate. ¿Drama fantástico? La historia transcurre en 2008, en unos extraños días en que la ciudad se vio envuelta en un humo permanente, pesado, o cenizas. Este hecho, inexplicable, hará ¿o no? Que Sebastián, de ahora en más, cuando abra una cerradura descubra oscuros secretos posesión de sus dueños, y como si fuese poco, tenga la necesidad de divulgarlos. Claro, hay otro factor influyente, aparece Mónica, su novia más reciente, y le arroja una bomba, está embarazada. También será a partir de ahí que nuestro protagonista comience a ver las historias ocultas ajenas. La metáfora está a la orden el día, hay mucho de exposición gráfica, y un doble sentido algo subrayado. Sebastián necesita exorcizar, cambiar, mostrar qué es lo que sucede consigo mismo y así tomar otra actitud, y el humo, las cerraduras abiertas le servirán como puentes. Esteban Lamothe es ese joven que los cineastas independientes parecen amar, es uno de esos rostros emblemáticos y reconocibles, su labor es convincente y soporta perfectamente el peso dela película. Algo más desdibujada se ve a Érica Rivas como Mónica que cumple armoniosamente con su interpretación pero en un personaje acotado. Smirnoff crea un microcosmos en el que se mueven sus personajes y maneja las escenas como títeres. Pero cierta acumulación de hechos, de sucesos, y la necesidad de encuadrar todo en ese límite entre lo fantástico y lo tangible hace que no todo tenga el mismo espesor. Algunos puntos cierran mejor que otros, y se cae en algunos baches en la narración de los que saldrá perdiendo algo de fuerza. El cerrajero es un film pequeño pero ambicioso, aún con sus fallas compensa con la mayoría de aciertos y entrega un relato que tiene mucho para decir y lo dice de un modo no convencional, mérito para nada menor.
¿Qué es un documental? ¿Qué lo diferencia de una ficción o una ficcionalización? No sabemos si estos eran los planteos originarios de este trabajo de Nele Wohlatz y Gerardo Naumann; pero el resultado final los evidencia. Ricardo es un joven misionero, perteneciente a una comunidad cerrada, que mantiene a la religión como su epicentro. Es hijo e chacareros y parece que su destino indefectiblemente será ese. Pero él quiere dedicar su vida a la religión con la que se creó, es seminarista de la Iglesia Bautista. Si uno sólo ve la primer capa, podríamos decir que es esto lo que los directores fueron a filmar, tomara l joven como botón de muestra, mostrar la vida en comunidad, la influencia de la religión, la necesidad de romper un esquema de destino tradicional, y quizás ver cómo se interactúa con el afuera. Pero Wohlatz y Naumann deciden de primera plana ubicarse dentro de su película, otorgarse un lugar fundamental. En un principio como una voz en off guiadora y explicativa de lo que vemos, algo regular en varios documentales. Pero también, no sabemos si porque se vieron desbordados o porque realmente lo buscaron, exponen la cocina de creación, una suerte de detrás de escena, o de cómo se consiguió filmar lo que se ve. Ricardo no está muy convencido de participar en la filmación, pero si lo hace tendrá la oportunidad de una beca para ir a estudiar a Buenos Aires. Menos convencidos aún están el resto de los habitantes, que no los aceptan y los miran como extraños; y ahí veremos como el dúo intenta convencer a las personas de entrar, dejarse filmar. Esto queda mucho más expuesto en la relación con la familia de Ricardo, con la cul deberán realizar un trabajo compensatorio por la cantidad de tiempo que le ocupará al joven actuar, sí, actuar. Ricardo Bär habla de asumirse a sí mismo y en esa búsqueda romper el molda, reconocerse a sí mismo como lo que uno es. Pero esa autoconciencia entra también en este film al que cuesta encasillarlo completamente como un documental, aunque definitivamente no es un ficción. Se habla de guión, de actuación, de lo que tienen que decir o hacer frente a la cámara. Sí, muy probablemente, todos o l gran mayoría de los documentales mantengan esta estructura de organización, pero Ricardo Bär decide exponerla y darle un lugar preponderante. En este sentido, lo que se ve es una mezcla, una pulsión entre dos factores que hace que ambas puntas pierdan fuerza. Por momentos pensamos si no se decidió cambiar el foco de atención porque lo que se estaba consiguiendo no tenía la suficiente profundidad; en todo caso, la decisión tomada, sólo evidenció más la problemática. Frente al espectador traspasa algo que no sabemos si es lo que fue a buscar – con la consiguiente pérdida de interés –, simplemente porque no sabemos si es lo que los directores fueron a buscar.
En 1967 Ernesto “El Che” Guevara ingresa clandestinamente a Bolivia en donde intentará dar una nueva batalla de liberación con la guerrilla, pero en octubre de ese mismo año, todo se desmorona, la Guerrilla es desbaratada y El Che es asesinado junto a otros integrantes. Si la aparición de Ernesto Guevara marcó un hito en la historia latinoamericana, su pronta desaparición marcó también un hecho trascendental, ineludible, una suerte de fin de era. Más aún en las condiciones en las que se dio, las connotaciones del hecho. De sus queridas presencias retoma esos hechos para volver sobre los pasos de esos últimos días, contarnos cómo sucedieron las circunstancias para que El Che terminara en esa epopeya, y qué pasó, cuáles fueron las cadenas de traiciones posteriores que permitieron su captura. Pero no lo hace con vista al pasado, su visión es la del presente que interpela, que indaga sobre las consecuencias que ese hecho tuvo. Su riqueza está en los testimonios presentados, los de los propios sobrevivientes de la guerrilla, los que combatieron codo a codo con Guevara y tuvieron un sueño que no pudieron cumplir, o quizás no. ¿Qué es lo que pasó? ¿Por qué no se pudo cumplir? ¿Por qué la población civil no los acompañó? ¿Cómo vive esa hoy esa gente que no se pudo/supo revelar? ¿Cuál es el precio a pagar? Norberto Forgione crea un documental de impacto, potente y revelador; y lo hace sin buscar objetividad. Su mirada claramente tiene un objetivo indisimulable, sabe en dónde poner el foco de la cámara, y es consciente de que en estos temas no se puede ser imparcial, timorato, la subjetividad no sólo es obligatoria, es necesaria. Con una estructura clásica aunque armónica, sabe otorgarle buen ritmo para que escape a lo meramente televisivo y se transforme en una obra importante, en un documento cinematográfico. Según quién sea que lo vea tomará de distintas maneras los testimonios, pero nadie quedará impávido, si algo es De sus queridas presencias es un documental movilizador. El documental político es una vertiente no tan explorada en este nuevo resurgimiento del “género”, trabajos como estos, aún sin ser perfecto, sirven para demostrar que sigue vigente, que las ideas no mueren, y que desde lo audiovisual también se puede dar contienda, bienvenidos sean.
Así como Argentina suele basar buena parte de su filmografía en revisar oscuros aspectos de su pasado, Alemania es otro país que lejos de esconder los puntos más cuestionables de su historia, los hace carne en buena parte de su cine más celebrado. "Dos Vidas", de Georg Mass y Judith Kauffman es una acabada muestra de una cinematografía valiente y poderosa. Hace pocos días, finalizó en nuestro país una nueva edición del Festival de Cine Alemán, dejando en claro el excelente momento por el que pasa el país en materia de films que conjugan una correctísima factura técnica con temáticas comprometidas bien plasmadas en sus argumentos; y este film del director de NeuFundLand no hace más que confirmarlo. No es sencillo narrar su argumento ya que lo mejor será que el propio espectador descubra todo el entramado, pero haremos el intento de no revelar más de lo debido. Basad en hechos reales, y adaptando la novela Ice Ages, se ubica aproximadamente un año después de la caída del muro de Berlín, reunificación de los dos Alemanias, triunfo de la democracia y del capitalismo. Kathrin Lehnhaber (Juliane Köhler) es una mujer que investiga hechos relacionados con un “asilo” de bebés al que fueron conferidos varios niños refugiados o separados de su familia, y que involucra a las dos Alemanias (RDA Y RFA) y a Noruega como país conector y de refugio. Ella misma, fue separada de su familia natal, y pudo regresar a su país tiempo después. Pero también maneja una doble vida, si por un lado se involucra más y más en esos hechos del pasado, intenta manejar una vida familiar en armonía que se escapa de las manos, como si ante cada descubrimiento un sombra tomara cada vez más lugar en ella. Hay cosas que ella oculta, y hay cosas que desconoce y será muy doloroso descubrirlas. Inteligentemente, el guión no se desnuda al primer minuto, pasará una buena parte del metraje hasta que lleguemos a comprender en su totalidad qué es lo que estamos viendo, como las capas de una cebolla que deberemos ir pelando y abriendo para llegar a su centro. Pero aun así, sin comprender la escena desde un principio (lo cual causará un mayor impacto llegado el momento), jamás perderemos la atención, hay una intriga que subyuga, por saber qué es lo que ocurre, cuáles serán los próximos pasos que dará Kathrin y qué será de su destino y qué fue de su pasado. El ritmo es envolvente a lo cual ayuda una fotografía de escenarios abiertos, ascéticos e impactantes y una banda sonora que acompaña armoniosamente en los momentos justos. El film sería otro sin la presencia de Köhler, su interpretación de una mujer fría, escondedora, pero a la vez confundida y sufrida es de varios matices a los que llega con total naturalidad. Pero no está sola, la presencia de la mítica Liv Ullman como su madre, y de otros intérpretes de fuste como Sven Nordin o Ken Duken serán de fuerte apoyo para lograr un todo conmovedor. Georg Mass tiene muchísima más trayectoria en el documental, y quizás esa experiencia le sirvió a la hora de narrar una historia que juega con los tiempos, que guarda los datos para el momento preciso y que no necesita ser explicativa porque tiene sus tiempos. La sucesión de flashback, los diálogos con características más técnicas, todo eso que parece confuso desemboca en una razón clara, y un final desgarrador. Dos vidas, como lo fue Lore, es otro de los grandes films estrenados este año provenientes de un país cuyo cine mira hacia adentro con una calidad tal que permite la proyección hacia el afuera. Imperdible.
El documental es el género que más ha crecido en los últimos años en nuestro país, casi todas las semanas está llegando uno (o más) a cartelera. Ante tanta oferta, es difícil lograr diferenciarse, destacarse; este quizás sea el mayor desafío de Las aspas del molino. El chileno Daniel Espinoza García toma una tarea difícil, hablar de un ícono de Buenos Aires y tratar de abordarlo desde diferentes perspectivas. Es el edificio donde funcionó el bar El Molino lugar mítico de la ciudad, perteneciente a esa etapa donde la arquitectura engalanaba la postura de ese sitio. Por sus paredes pasaron gran parte de la historia porteña y, englobada, de la argentina, quizás no tanto literalmente como metafóricamente. Su devenir, tiene mucho que ver con el del país; por lo tanto hablar de ese lugar del que quedaron las ruinas, es hablar de una porción de nuestra historia como país, como una suerte de botón de muestra. Las aspas del Molino es un trabajo básicamente de testimonios, eso sí, de lo más variado, de ahí su deseo de abarcar la cuestión desde varias perspectivas. Hay arquitectos e ingenieros que nos hablan de lo que fue y lo que es, legisladores que hablan de su historia y del proyecto para decláralo patrimonio cultural, de la gente que habita, usurpa en sus escombros, y llamativamente, también, de gente común que pasa ocasionalmente por la puerta del lugar y a la que se le pregunta si conocen qué es o fue ese lugar y qué sensaciones les deja. El resultado se asemeja a una especie de collage de testimonios, e imágenes contrapuestas. Se vislumbra que es más lo que se dice que lo que se conoce del lugar, y también que lo que antes fue un centro de reunión de clase acomodada hoy es refugio para algunos que no tienen a dónde ir, amenazados con ser desalojados. Hay un contrapunto, se hace hincapié en eso, es mostrar cómo vive esa gente sin los servicios más básicos, subsistiendo el día a día. Quizás ese sea su aporte más valioso, aunque también, el más transitado. Interesante desde su mirada con cierta lejanía sobre su investigación sobre lo que fue y es el ser porteño. Con un formato tradicional que no la destaca pero permite dar el un acabado informativo. Ante un panorama tan nutrido de documentales, no será l mejor de las propuestas, pero cumple con su objetivo, tema aprobado.
Seis amigas, un edificio capitalino, una terraza, y una época social determinada; esto conjuga el combo Las Insoladas, segundo opus de Gustavo Taretto luego de la llamativa Medianeras. Ellas tienen anhelos, sueños, inquietudes, conflictos, y bien en un lugar y en un momento determinado. Sí, estamos frente a un film de diálogos, y aunque su director y guionista asegura haberles dado libertad a sus intérpretes, pareciera que cada palabra, cada punto y coma, fueran meticulosamente diagramados. Ellas son Valeria, Karina, Lala, Flor, Vicky, y Sol; o sus intérpretes, Marina Belatti, Elisa Carricjo, Luisana Lopilato, Carla Peterson, Violeta Urtizberea, y Maricel Álvarez. Seis amigas e integrantes de un grupo de danza, que en la noche tiene un concurso de Salsa, y para eso tienen que estar espléndidas. Es fines de diciembre, y van a pasar todo el día en la terraza, de polizontes, absorbiendo cada gota de sol para dorar su piel y ver rozagantes y doraditas para el jurado. Pero claro, pasan las horas, y la temperatura aumenta, en todo sentido. Podrían decir que son estereotipos o clichés de mujeres, una peluquera, la ayudante que realiza la manicura que además cumple el rol de “la nueva”, una promotora, una psicóloga amante de cuanta terapia alternativa se cruce en su camino, una recientemente separada, y “la negativa”. Las charlas, mientras se pasean en bikini permanentemente, varían de trivialidades varias a temas que tiene más que ver con su vida, sus problemas. Hasta que se instala una disyuntiva, el año que viene hay que viajar a Cuba, basta de vacaciones de chiquitaje, tiene un año entero para juntar dinero y realizar las vacaciones que marcaran sus vidas, o así auguran. Claro, todo se sitúa en la década del ’90, año específico incierto, pero de promedio, mitad de década; y ese dato lo marca todo, Estas seis chicas son hijas de la situación que atraviesa el país, de la banalidad que todo lo envuelve, de ese aire superfluo que permite hablar del comunismo y de las revistas del corazón con la misma liviandad. Años de sueños de grandeza, del vale todo, estas amigas sueñan mirando hacia el afuera que creen un paraíso, la cuba turística; creen en la estética como superadora de conflictos, y compraron esa idea de hacer todo por el objetivo. Es el capitalismo en miniatura, un botón frívolo. Las insoladas avanza erráticamente, de un comienzo algo exasperante hasta llegar al climax cuando se proponen el objetivo; ahí sí el asunto comienza a tomar forma, y se entiende mejor a qué apunta, aunque ya haya alcanzado una parte importante del metraje. Al igual que en Medianeras, Taretto adapta un corto suyo homónimo, y otra vez, el asunto huele a estiramiento, más personajes, anécdota alargada. No obstante, se nota un cuidadísimo detalle en lo técnico y en lo estético, Las Insoladas, por momentos parece una obra pop de Andy Warhol, y hasta los colores no son librados al azar. El grupo de intérpretes despliega química y luce homogéneo aun cuando sus personajes empiecen a ventilar los trapitos al sol entre ellas. De entre todas, quien más se luce es Violeta Urtizberea, en el rol con mayores matices, más logrados, y con la mejor escena de la película a cuestas; Violeta demuestra que desde Magazine Forfai no ha parado de crecer en talento. Algunos toques confusos en la ambientación de época (por momentos pareciera que transcurre durante todos los ’90, con cosas de los primeros años y de los últimos a modo de melange) y tropiezos en la continuidad, nublan el conjunto, y llaman la atención ante tanto detalle en la puesta en escena. Con sus aciertos y sus desconciertos, Las Insoladas es una obra que pretende graficar una época a través de un cliché, d una situación que mirada con cierta lejanía suena hasta de grotesco, pero que en ese momento era real y palpable. Ese indudablemente es su mayor acierto, saber dosificar los dardos en un ámbito que pareciera de vacuidad total. Cada una con sus personalidades diferentes y marcadas, pero con la misma nada a cuestas, representan a un sector de esa sociedad que parecía dormir en un sueño eterno; quizás Taretto esté queriendo decir más de lo que parece.
Ya es momento de otra adaptación más de una saga literaria juvenil, de esas que parecen ser ya pensadas en el texto para ser llevadas a la pantalla grande. Esta vez, hablamos de la saga de "Maze Runner" escrita por James Dashner y que, por supuesto, se convirtió en u best seller inmediato. El asunto recae en manos del director debutante en el largometraje, Wes Ball, con mayor experiencia en el departamento de arte, y se nota en el resultado. Una mezcla de varios formatos, de variadas fuentes, allá está una atmósfera similar a la de Los Juegos del hambre, pero es imposible no recordar a "El Cubo" o "La Habitación de Fermat", y no tanto a aquella preciosura ochentosa y glam de Jim Henson llamada Laberinto. Un joven (Dylan O’Brien) que en un principio no recuerda su nombre pero luego sabrá que se llama Thomas, llega mediante un ascensor de carga aun territorio cuasi selvático, despojado de todo aspecto de civilización actual, habitado por un grupo de jóvenes, todos varones, en la misma situación que él. No recuerdan cómo ni por qué están ahí, pero en cierta forma, en esa desolación están encerrados. Unos enormes bloques d cemento los mantiene rodeados y entre ellos un laberinto formado por los mismos bloques con un mecanismo que cambia todas las noches y vigilado peligrosamente por unos seres llamados los Penitentes. Esa es su única forma de salir de ahí, pero nadie se atreve a desafiarla, o casi nadie, entre ellos hay un grupo llamado “los corredores” que noche tras noche se adentran hasta donde pueden y trazan un mapa del lugar, inútil porque al día siguiente cambia. ¿Hace falta decir que Thomas viene a cambiar las reglas? ¿Qué él no está dispuesto a quedarse en el molde y que quiere entrar al laberinto para salir? ¿Hace falta aclarar que Thomas es un joven especial y que en su pasado hay más de un secreto así como que en el lugar hay más de un secreto? Sí, "Maze Runner" tracciona a fuerza de clichés, de una fórmula establecida para este tipo de relatos que tanta pasión despierta en los jóvenes. Pero en un punto redobla la apuesta y supera esa barrera. Ball dota al argumento, bastante lineal y hasta previsible, de mucho dinamismo, ritmo y vértigo. Es una de esas películas que podemos decir, no decae nunca. El espectador se mantiene atento y entretenido durante todo el metraje y logra que nos interesemos en el destino de esos jóvenes. También esos personajes, aunque estereotipados, se ven con carnadura y hasta varios matices y capas, permitiendo cierta identificación. Una puesta en escena correcta, al igual que la fotografía abundante en tonos verdes sucios, ayudan a crear esa atmósfera de encierro en aire libre. La musicalización también realiza un aporte inteligente remarcando ahí donde mayor tensión se necesita, para focalizar y enfatizar. Por último, una mínima pero fundamental presencia de esa gran dama de la actuación que es Patricia Clarckson hace que todo nos termine de cerrar. Una aventura de manual pero sin que eso nos resulte molesto, "Maze Runner" ofrece más de lo que uno podría esperar de un producto de este tipo, y eso sólo ya es demasiado. Logra diferenciarse con buenas armas y sale airoso aun cuando el proyecto pareciera comenzar a derrumbarse. Definitivamente, un desafío en el que vale la pena prenderse. Por supuesto, hay garantía de saga cnematográfica.
¿Qué culpa tienen ellos? Si viven aislados de todo contacto con la civilización y no le hacen mal a nadie, ¿Por qué tienen que pagar el precio por un progreso que a ellos no les llega y ni siquiera están interesados en que les llegue? Si ellos pueden ser felices viviendo así como viven. Tunteyh o el rumor de las piedras es un documental que duele en el alma; que busca una comprensión que es muy probable que nunca llegue. En 2003 Marin Rubino se adentró en una comunidad wichí en Salta para realizar el documental televisivo Wichí del Monte y del Río; y ya ahí hablaba de la intromisión del hombre blanco en un rito ancestral. Tunteyh regresa ahí, para volver sobre la misma problemática pero desde otra perspectiva. Un juego de niños, un ritual con piedras que habla de la hermandad y la unión de pares, en ello se enlaza un relato de devastación, de desolación preocupante frente a la mirada de un integrante de la comunidad, Jairo. La comunidad de Nop ok wet ve amenazada sus costumbres y su subsistencia por razones que nada tiene que ver con ellos. Es un ataque ambiental del que ellos no forman parte más que como damnificados. El desvío de un Río hacia Paraguay, la explotación de una mina boliviana y la consiguiente contaminación del agua, deforestación, desaparición de especies animales y botánicas, y como si fuese poco una imposición cultural. Quienes viven en la comunidad no entienden las razones, desconocen qué es lo que los rodea, qué es lo que los agrede con circunstancias que escapan de sus manos, sólo quedan penas para ellos; y la sensación de hacerlos sentir inferior por ser diferentes. Tunteyh es un documental formal, de ritmo quebradizo, muchos podrán decir lento, pero es el ritmo de la comunidad. Se sigue con interés y logra penetrar en nuestras fibras emocionales. Hay una idea de que un cambio profundo, cultural, tiene que ver de parte nuestra, y también la idea de que ese cambio no va a llegar. Entonces, ¿Qué les queda a esta comunidad tan ajena a todo que desconoce lo vil que puede ser el hombre y su avaricia? Tiene que haber otra solución más allá de sufrir sin ser escuchados. Rubino, aquí, pone su granito de arena, funciona como el parlante para que su voz salga al exterior, para que nos demos cuenta que no estamos solos, que hay otra sociedad, con tantos derechos como nosotros, y que como tal, merece el mayor de los respetos.
Como una mezcla de estilos, Arrebato se presenta como un policial clásico en una tradición que parecía perdida en Argentina, matizado con los nuevos aires de cine de género de fórmula que vienen con probado éxito en los últimos años. El cuarto largometraje (sumado a tres telefilms que merecerían una interesante revisión) de Sandra Gugliotta pareciera a simple vista un film por encargo, una película hecha a puro profesionalismo; sin embargo, sin nos aventuramos, podemos descubrir más de un matiz personal que demuestran el interés de la directora y guionista por la personalidad de sus personajes y las interrelaciones entre ellos. "Arrebato" enmascara en formato de thriller con toques eróticos una historia sobre las pulsiones, el deseo, el inconformismo, y la forma en que la sociedad actual ofrece saciarlos. Luis Vega (Pablo Echarri) es un escritor bloqueado creativamente, presionado por su editor (Claudio Tolcachir en su segunda incursión cinematográfica como actor en dos semanas) que quiere sacar un nuevo éxito de ventas. Todo esa estabilidad que Luis parece no tener en su vida profesional la encuentra en su matrimonio con Carla (Mónica Antonópulos en el que parece es su año) y la hija de ambos. Cuando a las manos de él llega la posibilidad de investigar el caso de un reciente asesinato para inspirarse en una nueva novela, ese será su primer click. Luis quiere entrevistar a Laura (Leticia Bredice), esposa de la víctima, posible culpable, mujer intrigante. Entre ellos se creará un juego que afectará la rutina de Luis. Ese simple hecho será el disparador para llevar el relato de suspenso a su propia vida, comenzará a sospechar de una supuesta infidelidad de Carla, se inmiscuirá en mundos sórdidos, y poco a poco perderá el control hasta un desenlace sin retorno en su vida. "Arrebato" toma al espectador y pese a algunos baches en la narración – notorios en el medio donde se vislumbra cierto estancamiento – lo mantiene atento acerca de todo lo que sucede, y eso es gracias a una permanente mutación, a una estructura ágil que cuando comienza a quedarse pega un salto temporal hacia un desenlace (en el que aparece el fiscal interpretado por Gustavo Garzón) que se convierte en lo mejor de la película. Pablo Echarri demuestra una importante evolución de sus roles de galán de barrio en films como "Alma Mía" o "Apasionados" a este personaje ciertamente complejo y de varias capas. También son destacables las labores de Mónica Antonópulos en un papel jugado y Gustavo Garzón que necesita de pocos minutos en pantalla para mostrar un personaje punzante. Tolcachir, por su lado, necesitó de más presencia para enriquecer a su personaje, no obstante su mínima inserción es de influencia. Lamentablemente el personaje de Lura resulta uno de los puntos más flojos del film, interpretado por una Leticia Bredice cliché que no transmite la sensualidad del personaje, fuerza sus diálogos, y el personaje nunca termina de cuajar completamente en el resto de la historia. Estamos frente a una película de varias caras, interesante como film de género (aunque no del todo logrado en su resolución), y más aún cuando ahonda en la psicología de sus personajes, cuando muestra la humanidad detrás de ellos e interpela al espectador para saber hasta dónde podrían llegar ante las mismas situaciones. Formalmente cuidado y prolijo, Gugliotta le imprime nervio y cierto aire noïr moderno que favorece al mensaje implícito del argumento sobre el alejamiento de las relaciones reales afectuosas. Arrebato es un film que aún con sus imperfecciones merece ser visto más allá que como un simple producto de género, un film que intenta ir más allá; en definitiva otro paso adelante.
Parece mentira pero ya han pasado nueve años desde aquella Sin City que marcó un precedente en el modo de llevar un comic a la pantalla grande. En el medio Robert Rodriguez se cansó de homenajear aquellas películas “de complemento” en los cines continuados y Frank Miller demostró que sólo no podía hacer demasiado con la adaptación de The Spirit. En todo ese tiempo, esta nueva película estuvo siempre en el tintero, esperando para ser llevada cabo, con miles de cambios y miles de problemas en su producción. Y sin embargo, al ver "Sin City: Una mujer para matar o morir" pareciera que para ellos el tiempo no ha pasado… para mejor y para peor. Este regreso al mundo de la ciudad del pecado no es una secuela, tampoco exactamente una precuela. Si recordamos el primer film su estructura es el de varios relatos en cierto modo interconectados, sobre todo por las mujeres que habitan el lugar; eso, como muchas otras cosas, se mantiene igual. La historia principal es la de Dwight (Josh Brolin), personaje que anteriormente fue interpretado por Clive Owen, y el propósito es contarnos cómo cambió de rostro con el tiempo, hecho en el que mucho tendrá que ver la terrible Ava (Eva Green, la frutilla de esta película), una femme fatale de manual, la única mujer que Dwight amó, y que ahora lo persigue para matarlo. Esta historia transcurre tiempo antes que la que incluía al mismo personaje en la primera película, de ahí su mayor interés. Atravesando esta historia nos cruzaremos con los personajes de Joseph Gordon Levitt, Rosario Dawson, Bruce Willis, Jessica Alba, Mickey Rourke, etc. Todos con algo propio para contar. Bien o mal, "Sin City: Una mujer para matar o morir", salvo el 3D que aporta profundidad y desacartonamiento, no tiene nada nuevo que entregar. Su argumento vuelve a estar basado, casi literalmente (los diálogos son calcados), en varias historias del mítico comic de Frank Miller, y quizás argumentalmente esta sea algo más floja que la primer entrega, o quizás ya no sea tan sorpresiva y por eso ahora notamos que el argumento no es el fuerte ni de esta ni de "Sin City 1". Todo es despliegue visual, Rodriguez se abstiene a ese blanco y negro profundo que tan bien le queda a estos cuentos noïr, y los detalles en color de vez en cuando nos muestran dónde tenemos que poner el foco. Los fondos digitales (mejor utilizados esta vez gracias al 3D) y el juego de luces, suma a esa idea de irrealidad real tan buscada, dando un aspecto retrofuturista increíble. Osada, impactante, con ritmo permanente, un uso hábil de la cámara, y una fotografía de excelente nivel. "Sin City Una mujer para matar o morir" funciona como una prolongación del primer acto, nos hace preguntarnos si queríamos ver algo nuevo o queríamos más de lo mismo. En todo caso, es innegable la maestría de un director que se hizo de abajo como Robert Rodríguez que aún sin innovar, descansando en las mieles de lo probado, entrega un producto digno del mejor entretenimiento, muy por arriba de varios de los tanques de este año.