Es hora de una nueva edición de Historias Breves, esta colección de cortos de realizadores jóvenes y nóveles argentinos que se convirtió en algo mítico desde su primera edición allá por 1995. La definición más obvia es la de semillero, en sus diferentes etapas fuimos conociendo muchos de los directores que hoy en día son consagrados de nuestra filmografía. Sobre todo la recordada primera entrega que sirvió como puntapié o primer botón de muestra de ese boom de fin de siglo que fue el Nuevo Cine Argentino. Aquella agrupación de 1995 quedó en la retina de muchos, marcó el conocimiento para el público de lo que las nuevas escuelas de cine estaban generando dentro de sus paredes, y venía a despabilar un cine que se había anquilosado. A ese sorpresivo éxito le siguieron ocho entregas más, la segunda que más o menos continuó el mismo nivel, una tercera ambiciosa divida en dos “películas” (ojo izquierdo – ojo derecho) que ya empezó a demostrar cierto agotamiento; y a partir de ahí un declive de calidad e innovación en las siguientes entregas cada vez con menos producción y relevancia. Este síntoma que hizo que durante años dejase de prestársele atención a las Historias Breves, y que solo quedaran como un recuerdo de lo que fue, comenzó a cambiar en las últimas ediciones, se retomó un estreno anual, y así, ya en el número siete se percibía un rápido mejoramiento que se confirmó ampliamente en la octava, con varios cortos para aplaudir de pie. Claro, este surgimiento, caída, y resurgimiento tiene que ver con el paralelo de nuestra producción de largometrajes, y no es casual que Historias Breves allá comenzado a mejorar cuando nuestro cine en general ganó en producción y en el atrevimiento a relatos de género. Esta novena edición, vuelve a confirmar el excelente momento por el que está pasando nuestra cinematografía, y el promisorio futuro que nos aguarda. Por supuesto, como todo film episódico, y más aún, de varios directores, el todo es desparejo, pero en las individualidades podemos encontrar joyas que conviene perderse. Ya desde el comienzo nos maravillamos con El gran Vairitoski, de Matías Carrizo, animación stop motion, de recursos limitados, simple, pero con una garra y una pasión que se transmiten al espectador, tanto que no queremos que se acabe. Otro de los segmentos a destacar es En Crítica de Luz Orlando Brennan, en el cual Alberto Ajaca se pone en la piel de Roberto Arlt para retratarlo como el periodista que fue, pura factura técnica y reconstrucción de época que nada tiene que envidiarle a producciones más grandes. Hay para todos los gustos en el mundo de "Historias Breves 9", cortos más líricos, más relacionados al cine de género, concretados con un mensaje social, y de puro entretenimiento. Una mezcla heterogénea para llenar paladares. Los nombrados Carrizo y Brennan, sumados a Andrés Arduin (El desafío), Judith Battaglia (El pez ha muerto), Victoria Mammoliti (El paso), Luis Bernadez (Estacionamiento) y Cecilia Kang (Videojuegos); construyen un colectivo que sirve más allá de un fresco abarcador, un pantallazo al universo por venir, y de ser así, de mantener el nivel, se augura, será muy próspero.
La mítica frase que “El Mono” Gatica le expresó a Juan Domingo Perón durante su encuentro, esta semana volvió a cobrar importancia tras ser repetida por Diego Maradona en su reunión con el Papa Francisco I. Pero también debería cobrar relevancia para poder referirse a este documental que llega esta semana a cartelera, y representa un verdadero lujo; un maestro cineasta hablando de otro maestro cineasta. Ambos provenientes de una filmografía que hoy día pareciera en decadencia como la italiana, otrora creadora de grandes obras maestras; claro, muchas provenientes de estos dos personajes, hablamos de Ettore Scola y su homenaje a Federico Fellini. Sin embargo, "Qué extraño llamarse Federico" traspasa la barrera de estos dos grandes, no es solamente un ejercicio del director de "Feos, sucios, y malos" hablando de la obra del director de "La Dolce Vita"; es un trabajo con cariño, de un amigo al otro, que lo recuerda, que extraña; y en definitiva, estando estas dos monstruos, es un canto de amor al cine. Mezcla de recursos, "Que extraño…" no es un documental lineal, hay ficción, hay archivo, hay narración (a cargo de Vittorio Viviani), y hay testimonio; pero sobre todo, hay pasión. Scola irá desde la juventud de Federico, irá contando su vida, se mostrará a sí mismo en distintas etapas de la vida e irá avanzando hasta el legado póstumo de su amigo. Veremos cómo llegó casi de la nada a adueñarse de una redacción, nos adentraremos en los pormenores del mundo de los medios de comunicación de ese entonces, un mundo tan distinto al actual; porque también hay añoranza de un tiempo que parece fue mejor. Podemos observar los fragmentos más recordados de sus grandes obras, y analizados por la visión de un íntimo. "Que extraño llamarse Federico" se pretende como un film completo, abarcador de varios aspectos. En el plano de ficción (realidad ficcionalizada en verdad), Tommaso Lazotti y Maurizio De Santis componen a Federico en distintas etapas de su vida, y también a aparecerán otras representaciones míticas, además de la mencionada de Scola por Giulio Davanzati y Giacomo Lazotti, como la Marcello Mastroiani por Ernesto D’Argenio. El mejor plan para adentrarse en este film es despojarse de lo preconceptos que uno pueda tener sobre un documental y dejarse llevar por un viaje hacia el interior del amor al cine; tratar de entender cómo se crearon esas obras inigualables, de dónde salieron, sus orígenes. Lo dicho, hace algunos años, Italia carece de una filmografía recordada como la que tuvo hasta hace veinte o treinta años; pero la aparición de títulos como este, aunque sea un docudrama que pareciera pequeño y que necesita de cierto conocimiento previo, nos hacen creer que aquellos, los clásicos, aún tienen cuerda como para reflotar lo que cree perdido.
Ya no es ninguna novedad hablar del enorme crecimiento que ha tenido el cine de género en nuestro país en los últimos años. En ese aspecto, un director como Pablo Fendrick proviene de dos policiales – El Asaltante y La Sangre Brota –, independientes, chicos, pero con un nerviosismo que pocas veces se ha visto en nuestro cine, por lo menos reciente. En medio de un auge por el redescubrimiento del género, Fendrick pega el salto a una producción mucho más importante e impactante que sus dos film anteriores, y lo fundamental es que pese a cambiar de registro, no traiciona su estilo. Este año el cine argentino parece dispuesto a descubrir lo más instintivo de sius personajes, desde las caóticas seis historias de "Relatos Salvajes", el escape del matrimonio de" En Busca de la Felicidad", la pareja que estalla en "Aire Libre", o en las por venir "Necrofobia" y "Arrebato"; todos son circunstancias de algún u otro modo llevadas al límite; y "El Ardor", le suma a ese ingrediente al que no escapa, el salvajismo natural de su ambiente. Defender la tierra, eso es lo que tendrán que hacer un padre y su hija, que viven aislados en una plantación de tabaco en medio de la Selva Misionera. Defenderla del ataque de un grupo de bandidos dispuestos a la peor de las masacres con tal de quedarse con el territorio luego de hacerle firmar al hombre una venta de propiedad y ajusticiarlo. Pero Vania (Alice Braga) no está sola, desde días atrás los acompaña Kaí (Gael García Chamán), un chamán, un forastero, que despertará su salvajismo para proteger el lugar y a los suyos. Fendrick construye un relato ascético, de pocos diálogos y muchos silencios, algo emparentado en ese sentido a las recientes A la deriva y Marea Baja, pero toda la lentitud que suma ese paso parsimonio, se contrapone en buena hora a una potencia visual y técnica impactante, que refuerza los aspectos más positivos del film, logrando una narración contundente. Hay ahí referencias a "La Cautiva", a Westerns clásicos (en definitiva de eso se trata, de un western selvático), a films como "Holocausto Canibal" y "Last House on the Left", y cierto aire de erotismo latente de muchos films latinos de comienzo de los ’70. Fendrick utiliza todos los recursos a mano para crear un clima subyugante y atrapante, un banda sonora que suma tensión, una fotografía que resalta tonos sucios en contrates brillosos, y construcciones de escenas que rozan lo épico. El elenco también será otro factor fundamental, García Bernal se compenetra con ese ser osco, de pocas palabras y mucho actuar; Claudio Tolcachir compone un villano de lujo, Tarqinho es un ser a odiar; y Alice Braga sale airosa de un papel que quizás necesitaba de una mujer con más calle en la sexualidad latente como lo sería su propia madre Sonia Braga. El Ardor es un film violento, tenso, que pretende disimular sus situaciones, pone lo que hay que poner al asador y no ahorra el buen golpe de efecto, todo esto aúna un conjunto sin fisuras. Hay sí, ciertos baches en lo narrativo, le cuesta arrancar si bien está en clima desde el minuto cero y sobre la mitad vuelve a decaer otro tanto, pero cuando regresa, cuando retoma las fuertes riendas del western más descarnado, toda aquella imperfección queda atrás y los ojos se llenan del mejor cine, aquel capaz de sostener un relato con vértigo, potencia visual, y contenido real. El Ardor es de esas joyitas de género que no conviene dejar escapar.
La industria cinematográfica australiana es una de las pocas que puede equipararse en cierto nivel con la hollywoodense no tanto en cantidad como en estilo. El país emblema de Oceanía ha sido cuna de grandes directores y actores que luego cruzaron el charco e instalaron su impronta. Hasta hay géneros que parecen dársele mejor a ese país que a los “americanos”, uno de ellos, la ciencia ficción apocalíptica. Quizás por temerle menos al “bajo presupuesto” al estilo “clase B” que bordea la exageración, tanto directores como George Miller o Russell Mulcahy han sabido entregar sangrientas joyas sobre el post apocalipsis con la humanidad sobreviviendo como pueda… ahora David Michôd parece presentarse como un posible sucesor. "El Cazador", segundo opus del director, vuelve sobre este estilo violento, sucio y de tiempos tomados, el mismo en el que ya se aventuró en su ópera prima Animal Kingdom; pero esta vez echa toda la carne al asador. La historia no necesita de demasiado desarrollo. El apocalipsis esta vez es económico, y nos ubicamos 10 años después de él. El protagonista es Eric (Guy Pearce en un rol justo para su rostro endurecido) un hombre que lo perdió todo, que sufrió una tragedia que no se nos revela pwero por la que quedó devastado, y como si fuese poco, le roban el auto. Eric sólo quiere recuperar su vehículo y huir, lo más lejos posible, escapar como quieren hacer todos. En ese raid de violencia, contenida a medias, no sólo física sino gestual, Eric está dispuesto a todo para su objetivo, y en el medio se cruza con Rey (Robert Pattison, intentando despegarse de su rol de galán vampírico con éxito aunque logre una interpretación desconcertante), hermano del ladrón y un personaje con más de una vuelta y capa. Michôd hace uso de las posibilidades que le otorga su tierra, esos desiertos tan característicos de Australia vuelven a estar presentes con el sol que pega fuerte en una fotografía sucia y brillosa, para caracterizar la desolación y desesperación del conjunto. "El cazador" es un film más agónico que extremadamente violento (eso sí, cuando se desata prepárense). De diálogos ajustados y escasos, todo nos da la sensación de últimos minutos, de últimos recursos. El clima logrado sin dudarlo es el gran hallazgo del film. Algunas vueltas, un cierto aspecto ominoso y enrarecido, y unos puntos sin cerrarse del todo bien desmerecen un tanto el total que prometía cerrar mucho mejor. No obstante, "El cazador" es una interesante propuesta para aquellos que buscan algo más de un típico film de género. Otra entrega más de un país que no agota sus recursos
Sexto largometraje de Jake Kasdan, director que se maneja dentro del estilo de la Nueva Comedia Americana aunque en un límite más cercano a la comedia tradicional; "Nuestro video prohibido" es un film que termina entregando menos de lo que prometía, precisamente por eso, por estar en el medio. Luego de la exitosa (y algo sobrevalorada) Malas enseñanzas, Kasdan repite protagonistas y tono. Cameron Diaz y Jason Segel esta vez son Annie y Jay un matrimonio que, según nos cuentan en una secuencia inicial sin demasiados cambios físicos, se conocieron de jóvenes en la universidad, se enamoraron, se casaron y fueron algo así como una máquina de potencia sexual hasta la llegada de sus dos hijos y la pesadez de la rutina. Ahora Annie maneja un blog sobre la experiencia de ser madre y Jay trabaja en una empresa de reproductores musicales. Pasaron diez años (repetimos, sin ningún tipo de cambio en sus aspectos) y para ellos mantener viva la llama de la pasión se les hace cuesta arriba. Por eso, tras una idea de Annie y utilizando la tecnología provista por Jay, deciden filmarse en la intimidad haciendo una especie de video sexual educativo en el que probaran todas las poses sexuales del afamado libro The Joy of Sex. Pero claro, los reproductores digitales están en permanente conexión con “la nube”, y además, Jay tiene el agrado de regalar los reproductores que ya no utiliza, ¿qué sucederá? Sí, el video porno será distribuido entre todos sus seres queridos. Lo que sigue será Annie y Jay metiéndose en una y mil complicaciones y enredos para tratar de recuperar los reproductores y “bajar” el video de “la nube”. Hay algo que aclarar antes de seguir con el análisis, Nuestro video prohibido, así como "El diablo viste a la moda" o "Celular", es una película con tintes publicitarios. Durante su (acertadamente) no muy extensa duración se nos mostrará las mil y un ventajas de un IPad, principalmente, el estar permanente conectado y compartir todo con todo, como una gran comunidad, con gran velocidad y aplicaciones increíbles; de hecho, muchos de sus gagas se originan en estas virtudes. Si la premisa parecía dar pie a una comedia osada, sorpresivamente, el resultado es bastante más conservador de lo esperado. En referencia a partes del cuerpo, mucha parte trasera (sobre todo de Segel que ya nos tiene acostumbrado a sus desnudos cinematográficos) y poca delantera, ni hablar de genitalidad. El lenguaje suma puteadas pero dichas en plan de recato. Y en definitiva el mensaje es el de guardar las apariencias de una familia de suburbios. ¿Puede una escena salvar una película entera? Será cuestión de comprobarlo con la muy efectiva y por suerte extensa escena en la mansión de un posible comprador del blog de Annie interpretado por Rob Lowe; ahí en esos minutos, la película se olvida de intentar ser osada, se entrega a un humor más imple y tradicional y gana terreno ampliamente, otorgando carcajadas plenas. El resto, probablemente despierte esporádicas sonrisas hasta llegar a una escena final con un invitado sorpresa, más inclinada hacia lo sexual, nuevamente muy efectiva. Jason Segel (que uno podría imaginar esta es una continuación de su pareja en "How I Met Your Mother", y hasta obligadamente hay una referencia a la serie) aun estando mucho más contenido que en otras, y mejores, interpretaciones, es lejos lo mejor del film; su carisma para con la pantalla vuelve a salvar las papas cuando todo está a punto de arder. Cameron Diaz luce correcta, cómoda, pero los años no la favorecen y nose puede ignorar la sensación de que ya no está para este tipo de películas. En un medio tono entre lo zafado y la comedia familiar recatada, Nuestro video prohibido hubiese resultado mejor de jugarse un pleno hacia uno de los extremos. Así, a mitad de camino es un comedia agradable, pasatista, pero también olvidable.
Ópera prima en largometraje ficcional de Kleber Mendonça Filho, Sonidos vecinos recurre a tópicos ya vistos previamente para hablar de la difícil convivencia en un barrio brasileño. La gran ciudad parece absorbernos a todos, y cada uno de nosotros actuamos en consecuencia. Somos bichos de ciudad, rara vez mejor usada esa expresión. En Sonidos Vecinos se nota la mayor experiencia del director en el terreno del corto y lo documentalista periodístico. Hablamos de un film episódico, pero con relaciones, historias interconectadas entre sí. Maeve Jenkings interpreta a Bia, un ama de casa “alucinada” que intenta hacer callar a un perro vecino. Gustavo Jahn es João que intenta “formalizar” con una chica que conoció recientemente y encabeza una movida vecinal. W. J. Solha es Francisco, tío del huérfano João, otrora “cabecilla” de la comuna en decadencia desde que se enteró que otro viene a ocupar ese lugar con nuevas propuestas. E Irandhir Santos que interpreta a Clodoaldo, justamente la amenaza de Francisco, quien promete por una módica suma proteger a los vecinos del robo de sus automóviles, al parecer el grave delito que asola el lugar. Un puñado de personajes que establecen una relación tirante entre sí, que el director intentará distender con suerte dispar. Sonidos Vecinos juega sobre los bordes, el límite de la exageración, y combina un ritmo leneto en el que por momentos pareciera que nada pasa, con un clima circulante al grotesco aunque nunca ingresando en él. Estamos frente a un film mutante, cambiante, que vira de un lado al otro de los géneros y en el que permanente pareciera que algo está a punto de estallar; una radiografía de estados alterados. También es fluctuante su estructura de ritmos y clima, su postura estética de cámara y fotografía, como si constantemente fuese probando. No puede negársele una cierta coherecia interna frente a tantos cambios, el objetivo, el mensaje, siempre es claro y contundente, retratar la convivencia, forzada, de gente a punto de colapsar por el ritmo de la urbe. Despareja, más lograda o estancada esporádicamente; Sonidos Vecinos se sigue con un cierto interés, y aun que se ubique en Brasil, pareciera hablar de temas universales. Las vecindades existen en todo el mundo.
Finalmente se estrena una de las películas más esperadas de la historia del cine argentino, por lo menos moderno. ¿Y por qué es una de las películas más esperadas? En parte sí, por una inmensa campaña publicitaria que comenzó desde antes de su rodaje, hablando de más de un año y medio de incentivo. Seis historias son las que componen estos "Relatos Salvajes", una muestra de que el hombre no se anda con chiquitas. Pasajeros de un avión atrapados, una camarera y una cocinera en plan de venganza, un duelo de violencia automovilística, un hombre cansado de ser engañado por el sistema, otro que quiere engañar al sistema, y una novia traicionada en su fiesta de casamiento. Seis historias que podrían ser pequeñas pero que con un promedio de veinte minutos cada una, se transforman en gigantes. El lector entenderá que no puede adelantarse nada de lo que puede llegarse a ver en "Relatos Salvajes". Szifron juega con los recursos como un niño juega con sus juegos de construcción, se divierte en el proceso, armando y desarmando, creando nuevas formas y estilos; y en ese juego, se nota, hace que todos los que trabajan se diviertan a la par. Inclasificable, "Relatos Salvajes" es comedia, es drama, acción, suspenso, policial (a su modo), y es denuncia social que funcionará como un mazazo para no dejar a nadie indiferente. Historias de personas llevadas al borde por diferentes circunstancias, en ellos se despertarán diferentes emociones que inmediatamente se transmiten al espectador con el que no costará confraternizar. Casi como si fuese un análisis de pecados capitales, ahí está el odio, la venganza, la justicia, el amor, el desamor, la pasión, el engaño, el racismo, y siempre la violencia como válvula de escape de los tiempos extremos en que vivimos. Es una película ante todo movilizadora, de risas, de tensión, y de una electricidad constante. Cada plano, cada secuencia, cada tono elegido para esa envolvente y sublime banda sonora compuesta por Gustavo Santaolalla, nada está librado al azar, preciosismo y detallismo puro. Basta con mirar las formas en que las historias pasan de una a la otra, sin necesidad de un conector pero con una fluidez intacta. Szifron posee un manejo de la cámara y de la fotografía también envidiable, y en donde más queda ilustrado será en el segmento “El más fuerte” ubicado en un único punto subyugante. Algunos podrán decir que, como todo film episódico, puede resultar desparejo, que algún segmento es más anecdótico, o que algunos cierran mejor que otros. Detalles frente a un todo impactante. Pocos realizadores tan integrales como Damián Szifon que emprende un regreso con toda la gloria. ¿Relatos Salvajes está a la altura de tantas expectativas creadas? Increíblemente, las supera.
Quinta incursión en la pantalla grande de estos cuatro personajes creados en el comic por Peter Laird y Kevin Eastman y que hicieron furor con la serie animada a principio de los ’90. Mezcla de aventuras, acción, comedia y cultura pop fueron siempre el emblema (por lo menos desde la serie hasta ahora) de la franquicia; y si hablamos de acción y referencias pop la alarma Bay se enciende. Esta vez ubicado en la producción, las Tortugas Ninja son un proyecto que el director de La Roca hace rato tenía en mente, escribió un guión (rechazado), y estuvo a punto de dirigirla de no ser por sus compromisos con su otra franquicia pop, Transformers. Así, la dirección recayó en manos de Jonathan Liebesman (Masacre de Texas: El Inicio, Batalla: Los Angeles, Furia de Titanes 2), un claro director por encargo que no supo/pudo poner su “firma” en este proyecto, Tortugas Ninja es un Bay puro. Con una secuencia de títulos prometedora a modo de viñetas y contando algo de los orígenes, de inmediato nos introduce en una historia que mezcla varios exponentes anteriores. Podríamos hablar de Spiderman (más del nuevo que el de Raimi), cualquiera de Marvel de la rama Avengers, y por supuesto, Transformers. Abril O’Neil (Megan Fox en plan damita en peligro) es una reportera que trabaja para el Canal 6 de Nueva York y busca La noticia que la saque las simples notas de color. El Clan del Pie maneja el crimen en la ciudad y cada vez se suceden fechorías más grandes. Pero O’Neil, siguiéndole las pistas (y con una ayuda de la casualidad impresionante) cae en medio de un ataque que es impedido por un justiciero misterioso. Por supuesto, ese justiciero en verdad no será uno, sino cuatro, las tortugas del título. A Abril nadie le va a creer, sólo la sigue su camarógrafo Vernon (Will Arnett) y por el sólo hecho de interés amoroso. La chica seguirá investigando, cayendo en el momento justo a la hora adecuada y finalmente descubrirá la verdad y se unirá al combate. Leonardo, Rafael, Donatello y Michelangelo son cuatro tortugas de dos metros de alto, ninjas dirigidas por la rata humanoide Splinter, que combaten el crimen de Nueva York, especialmente al Clan del Pie presidido por el Samurai Destructor. Lo que sigue será obvio pero no lo adelantaremos por acá. Tortugas Ninja se presenta como una pseudo comedia de aventuras y acción, el asunto es cómo funcionan estos dos frentes. A razón de dos gags cada cinco minutos, no sólo las cuatro tortugas tienen un perfil gracioso basado en que son cancheros adolescentes, sino que sumaron un comic relief en manos de Will Arnett. Con todo esto, es sorprendente la poca cantidad de chistes que realmente surgen efecto. Mucho de su humor es base a referencia de cultura moderna (series, películas, música, productos, etc.) pero ahí en donde otras películas logran una complicidad con el espectador, acá luce forzado y fuera de lugar, hasta se permite burlarse de sí misma con un gag interno sobre el guión fallido de Michael Bay. Sumado a chistes sexistas que atrasan y rozan el mal gusto, y otros de aire escatológico; por este costado, el film pareciese subestimar a su público que entiende “film de público infantil” por argumento de recursos poco elaborados. En cuanto a la acción, Bay infla su pecho, y nuevamente tenemos ruido a metal y a aparatos electrónicos, que en esta ocasión suenan mucho más descolocados ya que no hay robots de por medio. La pirotecnia visual si bien no es tan confusa como en Transformers, sí abruma, y tiende a que en determinado momento comencemos a pensar en otra cosa. Personajes humanos unilaterales y anacrónicos a los que hay que sumar un William Firchner desaprovechado y una Whoopy Goldberg que apena. Aun con todo, las Tortugas, que siempre se destacaron por su carisma, aquí quedan relagadas a un segundo plano y a una actitud algo irritante. Un guión con todo tipo de baches argumentales, con diálogos que no avanzan (la cantidad de veces que les hacen decir “son tortugas-son ninjas-son adolescentes-son mutantes” es incontable) y la imperiosa necesidad de querer tapar todo con un golpe de CGI. Estas Tortugas Ninja no hacen recordar a las queribles tres primeras películas, al interesante film animado (que parece más serio que este), y mucho menos al punch que tuvieron con la seriue animada. ;Michael Bay lo hizo de nuevo, entrega un film para el puro disfrute de quienes lo siguen no importa cómo lo haga, y sí que tiene su público, ya está anunciada la secuela.
Típico exponente del documental “de artista”, "Amancio Williams" intenta abarcar varios aspectos del personaje del título, y en especial el valor de su obra. Williams es uno de los exponentes de la arquitectura moderna más reconocidos a nivel mundial, su obra es admirada por muchos entendedores; y sin embargo, como suele suceder, pareciera carecer del reconocimiento popular. De esto parte Gerardo Panero para plantear su recorrido, hacer que los espectadores lo conozcan. Hijo del músico Alberto Williams, una de sus obras más relevantes fue "La casa del Puente", o "Casa sobre el Arroyo", ubicada en Mar del Plata y construida en la década del ’40. Durante su vida fue admirado por el mítico Le Corbusier, quien lo convocó para colaborar en otra obra fundamental, la Casa Curuchet, en La Plata, y con quien mantuvo una estrecha relación profesional. Panero toma todas las herramientas conocidas de estos documentales y los utiliza en pos de revalorizar algo perdido. Por momentos, pareciera que Williams es sólo un botón de muestra para hablar de las huellas perdidas, de la pérdida del patrimonio cultural del país. Williams falleció en 1989 y desde ese momento, la Casa del Puente tuvo un destino variado, fue vendida y utilizada como sede una emisora radial, se le realizaron varias remodelaciones ad hoc; luego entró en un espiral en el que su titularidad quedó indefinida, sufrió incendios, vandalismo, fue declarada Patrimonio Cultural (aunque fue abandonada), y recién hoy en día es reconocida, utilizada como museo aunque falta (mucho) para reparar todos sus daños. El documentalista, se vale de testimonios de familiares, conocidos, historiadores, arquitectos, y teoristas del mundo de la arquitectura para diagramar su idea y dar una imagen de la figura desaparecida. También utilizará imágenes y filmaciones de archivos. Técnicamente formal, Amancio Williams (el documental) no va a sorprender con ningún hallazgo estético o narrativo; su peso está totalmente centrado en la figura a la que rinde homenaje y a la idea que hay detrás. El hecho de que siguen faltando políticas reales de preservación, o la aplicación fehaciente de las mismas es palpable en todo minuto. Así como la sensación de estar asistiendo a un paseo por la vida de alguien fundamental para nuestra vista del país en el mundo. "Amancio Williams" es un documental más sencillo que la figura a la que homenajea, posee buen ritmo y sabe quitar el tono aleccionador. Quedará en el público ver si Panero cumplió con su objetivo, que más y más gente conozca a un arquitecto centralque transformó su actividad con una óptica increíble, pocas veces reconocida.
Ya lo adelantábamos hace unas semanas atrás frente al estreno de "Dios no está muerto", hay una oleada de películas cristianas que cada vez más seguido aparecen en cartelera. Ya hasta podríamos hablar de una moda. Películas con una fuerte bajada de línea a favor de creencias, producidas por grupos religiosos, y que según las gacetillas que nos envían – y por qué no creerles – se convierten todas en sucesos de taquilla. "Tierra de María" se inscribe en esta tradición respetando todos los tópicos; y quizás así, como una película que sabe a qué público va dirigida es que deba ser vista. Pero la tarea acá no es discernir cuestiones teológicas, "Tierra de María" debe verse como una película más de las que se estrenan semana tras semana, y ahí la cuestión cambia. Suerte de documental con ficcionalización, el director Juan Manuel Cotelo se pone en la piel de un “abogado del diablo” un inquisidor sobre el futuro espiritual de la humanidad, o algo similar, que tiene como tarea averiguar si las apariciones de la virgen María, especialmente la Virgen de Medjugorje (Bosnia Herzegovina) son reales. Para eso, entrevista a varios que dicen haber presenciado las apariciones, y otras personalidades que hablan de cuestiones sociales religiosas, sobre todo, planteando el futuro de la religión católica en cara a volver a captar fieles. A los testimonios les suma ficcionalizaciones religiosas, muchas de ellas en clave comedia disparatada pero amable. Todo en plan de convencimiento a escépticos. Uno de los problemas del film radica ahí, en que claramente dedica sus dardos a los escépticos, plantea un debate religioso, pero no deja lugar a la segunda opinión, y claramente el público al que va dirigido el asunto no es alguien escéptico, así que incluso podría sentirse molesto por cierta subestimación. Todo está remarcado, sobreactuado, y sobreexplicado para que no queden dudas. Analizada como película, "Tierra…" cae en todo tipo de baches, interpretaciones endebles, testimonios que no aportan demasiado, y una falta importante de ritmo y timing cinematográfico. Las escenas de comedia rara vez harán reír y muchas son bastante cuestionables. Para el fervoroso religioso que quizás decida verla, no aportará más que elementos para reafirmar lo que ya está presente y consolidado en su fe, para aquellos que por alguna razón decidan verla fuera de lo religioso, se presenta una película fallida, ambigua, en la que no se sentirán cómodos en ningún momento.