Presentada en el último BAFICI, alcanza con unos pocos minutos de Ciencias Naturales para darnos cuenta que estamos frente a una obra tan pequeña como delicada y sensible, capaz de crear un universo propio. La ópera prima de Matías Luchessi es una roas movie clásica, en la que sí, hay un destino, un punto de llegada que importa, y mucho, en el argumento, pero mucho más importa la fuerza movilizadora que lleva a realizar ese viaje. Cada fotograma muestra más que mil palabras, Lila tiene 12 años, es alumna de un colegio rural, pupilo quizás por la propia circunstancia de que costaría demasiado ir y venir de ese lugar tan alejado, todos los días. Sin andarse con medias vueltas, lo primero que vemos es a Lila escapándose, subiéndose a un poste, una antena, para sacar una placa con el nombre de la empresa que lo colocó. Lila no conoce a su padre, y su deseo más profundo es hacerlo, lo único que sabe por boca de su madre es que el hombre era un empleado que ocasionalmente llegó al pueblo a colocar esas antenas, que trabaja en esa fábrica, nada más. Ella quiere averiguar, llegar a él, y no está dispuesta a que nada la frene, por lo que se escapa una y otra vez del colegio. La única que parece escucharla es Jimena, su maestra, que en vano intenta hablar con su madre, hacerle entender a su directora. No, no tiene sentido, la única solución es ayudar a su alumna; sí, escaparse juntas. Por un lado Jimena intenta que Lila entre en razón, que termine con el viaje y vuelvan, pero también sabe que en ese "reto" hay un guiño de complicidad y que la acompañará hasta las últimas consecuencias. Así, las dos emprenderán un viaje rutero por el interior de Córdoba, irán conociendo distintas personas, varios hombres que pueden o no ser los padres de Lila, porque los datos no son muy certeros. Hay dos búsquedas, el del padre de Lila, y una búsqueda interior, de lso dos personajes, que nos abre las puertas hacia un microcosmos femenino, de dos generaciones que juegan a ser madre e hija. A una fotografía bellísima que sabe utilizar el fresco natural de los paisajes con un tono apagado pero acogedor, a un ritmo justo y medido que no apresura las cosas pero tampoco se ralentiza convirtiendo una anécdota en algo interesante de ver; Luchessi le suma dos protagonistas para batir palmas. Jimena es Paola Barrientos, gran actriz que habla a través de trabajo. Si con la publicidad de Banco Galicia y sus roles en telecomedias como Graduados, Contra las cuerdas y actualmente Viudas e hijos del Rock & Roll demostró su amplia ductilidad para la comedia; aquí demuestra la frescura para el drama, para componer la voz de la razón y de la ternura; más ligada a lo que suele hacer en su extensa carrera teatral. Hay que prestarle atención a Paola, sé de lo que les hablo, no tiene techo. Lila es Paula Herzog, que a pesar de ser una niña, ya tiene una carrera a cuestas, y con este rolo probablemente se consagre ya no como una promesa, sino como un gran talento de su generación. Entre las dos hay química, se miran y no hace falta que se digan nada, y hay también una suerte de duelo actoral enriquecedor, ¿primará el deber o el deseo de la búsqueda? Ciencias Naturales es mucho más que un film de y para festivales, es una película que parte de la sencillez para lograr un acabado reconfortante. Es ese tipo de películas que penetran por varios lados. Es un film enorme con el envoltorio más simple; no hay que dejarla pasar.
Rodrigo Moreno regresa a la cartelera local, luego de su paso por el anteúltimo BAFICI, con Réimon, film intimista poseedor de un clima particular. Así como en su celebrada El custodio nos contaba la callada actitud servil de un guardaespaldas, ahora, tres films adelante, retoma la idea de un empleado silencioso. Ramona llega a la ciudad dejando a los suyos, todos los días tiene largas horas de ida y vuelta para trabajar como mucama de una casa habitada por un grupo de jóvenes estudiantes. Ramona no habla… porque no tiene con quien, limpia, acomoda, se queda mirando esa casa, y luego viaja hasta una casa en la que también sus únicas compañías serán el televisor y el equipo de audio. Mientras, estos jóvenes, que la llaman Réimon, leen El Capital de Marx y distintas leyes laborales en voz alta, expulsando todo tipo de teorías (ajenas, por supuesto) sobre la alienación laboral y el tiempo productivo; y a su vez le ofrecen a la empleada sus sobras, y la llevan a un divertimento del que no sabemos si “Réimon” quiere ser parte. Moreno cuenta en realidad una no historia. Réimon es un film pequeño en su duración y en su estructura. Los diálogos escasean, y muchas de la palabras expresadas no parecen salir de un intercambio fluido, sino de expresiones sin correspondencia. Esto influye en el modo narrativo, construido a través de suerte de viñetas con ilaciones ocasionales, simples, pero no por eso fragmentadas. Este estilo naturalista extremo, el director lo complementa con el uso de una cámara subjetiva, curiosa, espía, ¿de visitante ajeno?, casi documentalista. Lo cual se termina definiendo con un uso casi ascético de cualquier otro tipo de artilugios como música, o ambientaciones externas. Réimon podría ser catalogada dentro de esa nebulosa no muy bien definida de “film festivalero”. Sus pretensiones corren por el lado del fresco social, de plasmar una realidad marcando las diferencias entre dos mundos opuestos y la incomprensión de un mundo sobre el otro. Marcela Días se luce por su frescura de la no actuación encarnando a esta Ramona/Réimon que muestra su soledad eterna con gestos mínimos. Entre los jóvenes encontramos a Esteban Bigliardi, y es casi imposible no sentir algo de antipatía frente a estos personajes tan esnobistas como ajenos a lo palpable. Se podrían hacer muchas comparaciones entre el Rubén de El Custodio y esta Ramona, como si Moreno hubiese corrido su eje pero sin apartarse demasiado. La soledad del que sirve vuelve a ser el centro, y la incomprensión del otro la contraparte. Detallista, preciosista, Moreno logra un film en apariencias pequeño pero lleno de mensajes. Escapándole al lugar común del pobre mal vestido y sufrido. Una declaración de principios a la que hay que prestar atención.
Si algo faltaba para redondear esta torta de creciente cine de género en nuestro país es una cinta que se entregara por completo a la acción, sin necesidad de codearse con otros géneros; tiros, explosiones, músculos, testosterona, y un héroe de acción pétreo en todo sentido. En ese marco, llega Justicia propia para llenar ese hueco. Los pocos antecedentes, más o menos recientes que tenemos en esta materia nos llevan a Peligrosa Obsesión (con demasiados toques de comedia y facherismo), Comodines (muy televisiva, casi una extensión de Poliladron), y ya luego remontsrnos mucho tiempo atrás a las parodias creadas por los Mentasti en Exterminators 3 y 4 (tiempos de Brigada Cola). Por eso, este film de Luis Calcagno es tan celebrado en su estreno en cartelera. Se trata de un film under, de presupuesto limitado, y aspiraciones ad hoc. Pero su aspecto más positivo es justamente ese, que sabe dar “vuelta la tortilla” y hacer de sus flaquezas puntos a favor, claro, para entendidos. Hablábamos de cinta, y sí, es inevitable, porque Justicia Propia nos lleva a aquellas épocas de films de acción berretas lanzados directo a CHS y que eran todo un furor, hasta contaban con estrellas propias. Algo así es Juan Olmedo, reconocido doble riesgo que cuenta con una empresa afín, y que aquí debuta como protagonista encarnando a Diego Ponce, suerte de policía de elite, que se encarga sólo de los casos más complicados de la fuerza, aquellos que sólo tienen solución mediante el uso de la fuerza y la inteligencia aplicada a la táctica. A nuestro héroe, los malosos de turno le secuestran a su sobrina, y sí, se metieron con el hombre equivocado… No hay mucho más que eso en el argumento de Justicia propia, pero acaso, ¿había mucho más que eso en los films de un Van Damme, Michael Dudikoff, Olivier Grunner, Steven Seagal, o Jeff Speakman?, el film de Calcagno nos lleva directamente a eso, es un film perfecto para ver en un continuado con una de artes marciales japonesa y mal doblada al inglés, por ejemplo. Las escenas de acción son desenvueltas con la suficiente pericia, hay buenas secuencias de peleas bien coreografías, y explosiones para que los adeptos aplaudan. Sí, el guión cae en todo tipo de clichés, baches, las interpretaciones son risueñas, y los diálogos sobrepasan la verosimilitud; pero en un punto, nos convence que si todos esos rubros fuesen correctos la película no sería lo que es, un entretenimiento barato para la muchachada. Otros desaciertos los encontramos en el sonido y fotografía con alguna toma muy oscura o demasiado brillante (quizás intentando disimular los tonos oscuros), pero nuevamente, eso que nos hace acordar a los problemas que nuestro cine tenía hace más de veinte años puede parecer hasta un detalle de color que nos hará recordar a nuestras propias producciones directas al temprano VHS, con Pipio Luque y Silvia Peyrou en sus mejores formas. Justicia propia es confeti para los que buscaban un estreno de acción under, orgulloso clase B (real, significando film de segunda línea), en cartelera, otro paso más para que este cine pase a primera plana.
Capitalismo salvaje. Aquello que nos pone siempre una zanahoria adelante para que la persigamos; y cuando la alcanzamos, aparece otra zanahoria y tenemos que volver a hacer lo imposible para alcanzarla. Hacer lo imposible, eso lo sabe bien Diego (Diego Peretti), conflictuado protagonista de Showroom, debut en la dirección ficcional del hasta ahora documentalista Fernando Molnar. Diego es el empleado estrella de una empresa de eventos. Él es al que no se le escapa ningún detalle y dirige la batuta en el lugar, todo está en orden gracias a su gestión, la cual también incluye por lo que vemos en la primera escena, un sistema de control de posibles daños. Pero la empresa cierra, y Diego pierde el trabajo, y ya no está en la flor de la juventud. Peor aún, no solo pierde el trabajo, peligra su status de vida. Casado y con una hija, el hombre intenta tapar los baches inútilmente, no quiere resignarse a perder a los amigos del club house, el colegio privado de su hija, las clases de hockey de la misma, ni menos ese coqueto departamento en el que viven. Pero el trabajo no aparece y sólo ve puertas que se cierran. La única puerta que se abre una y otra vez es la de su tío (Roberto Catarineu), hombre de una posición más instalada que él, dedicado a los bienes raíces, le ofrece una posibilidad. Por un lado, antes de ser desalojado, puede ir a vivir a una casa en el Tigre que el hombre no utiliza (perfectamente podríamos hablar de un capítulo de la excelente y reciente serie televisiva La Casa), y además le ofrece un trabajo para vender departamentos en una torre en construcción en Palermo. No es cuestión de negar las oportunidades, hacia allí va Diego con su familia, que en un principio parece intolerablemente reticente a la idea de vivir en esa casa a la cual el tiempo no le pasó en vano y rodeado de un ambiente que no es el de ellos. También acepta el trabajo, por lo cual todos los días, Diego deberá viajar desde el Tigre a Palermo para vender el sueño que él anhelaba para su vida y el cuál se le escurrió de las manos. Producida por Magoya Films, esto no es un dato menor, hablamos de una productora cuyos responsables son los directores Nicolás Battle, Sebastián Schindel y el propio Molnar. Los tres compartieron un interesante camino en conjunto como documentalistas, y no es casualidad que Schindel (también de la mano de Magoya, por supuesto) al igual que Molnar haya debutado en la ficción este año con un film como "El patrón". A primera vista, no hay demasiados puntos en común entre ambas películas, pero hilando un poco más fino, veremos que no solo comparten producción y dos de sus excelentes actrices (Andrea Garrote y Victoria Raposo), su temática, en cierto punto, parecen dos aspectos de un mismo factor, el capitalismo explotador. Si en El patrón, Hermógenes era un humilde campesino en la ciudad esclavizado por su despótico empleador que lo trataba como a una cosa; en Showroom, es el sistema el que explota a Diego, lo trata como a un elemento más, le ofrece algo que no puede tener, pero que debe anhelar para, aunque sea de fantasía, seguir perteneciendo. Diego es su propio esclavizador. Está dispuesto a lo que sea para volver a recuperar su posición, se exige más y más, entra en una competencia sin sentido con un colega, deja de ver a su familia, se aparta de los obreros con los que antes compartía los ratos de distención. La única manera de escalar es pisando cabezas que nos permitan elevarnos. Dentro de un mensaje realmente duro, Molnar elige un tono que bordea ciertos puntos de comedia y de pequeña anécdota. Su mirada es más bien intimista, con un cámara que sigue a su protagonista en todo momento, como si el resto de los personajes fuesen aleatorios que se va cruzando, es más algunos planos escogidos, no de manera inocente, nos hace pensar que el mismo Diego tiene puesta una cámara consigo que la lleva a todos lados. Primeros planos, planos detalle, en movimiento, mucho naturalismo sucio. El mensaje rara vez será directo, se prefiere inteligentemente la sutileza y las metáforas, plagado de diálogos que parecen no decir nada pero dejan entrever mucho. El alrededor va mutando y Diego no lo percibe, está aferrado a uñas y dientes a ese sueño que cada vez le exige más. En este punto de emociones cambiantes, las interpretaciones son fundamentales, y a la ya acostumbrada solvencia interpretativa de Peretti (que acá se luce en una suerte de personaje del neorrealismo) se deben sumar las correctas intervenciones de Roberto Catarineu – como una suerte de voz de la conciencia endiablada – y Andrea Garrote como la esposa y sostén emocional cada vez más alejado. "Showroom" posee un término medio, entre el cine popular y algo más íntimo y particular, quizás no sea abiertamente un cine de masas, tampoco llega a ser algo “sectario”, críptico. Su estilo es el de los films en los que parece que poco pasa, pero a medida que avanza intuimos que por detrás sucede más de lo que pensábamos, y más aún, horas, días después de verla, queda impregnada en el recuerdo como algo contundente, con ideas bien claras. Sin dudas, es un excelente debut en la ficción para un director ya consagrado en lo documental social, el secreto quizás sea el no haber abandonado sus temáticas.
Se conmemora nuevamente el Día Mundial de la Tierra, y desde hace un par de años eso significa una sola cosa, es el estreno mundial de un nuevo documental de Disney Nature. “Género” difícil de encuadrar el documental; sencillamente porque no hay un único estilo. En este sentido, Disney Nature se ha apoderado de un estilo propio; documentales sobre la fauna global, algunos enfocados en varias partes del mundo y con diferentes especies animales, otros más específicos en un punto geográfico y especie concreta. Pero todos, hasta ahora, en un mismo sentido, una fuerte necesidad de alejarse precisamente del formato documental gracias a una férrea ficcionalización de todo lo que se ve. Este fenómeno, que tuvo su punto de mayor éxito y status de clásico para la eternidad con la japonesa Las Aventuras de Chatrán allá a finales de los ochenta, revivió a mediados de la primera década del Siglo XXI con esa bomba promocional que fue La Marcha de los Pingüinos, y de inmediato la corporación del ratón vio el filón para un negocio propio que se inició con aquella Tierra. En este caso, la especie retratada son simios, que ya habían sido filmados en Chimpancés por el mismo equipo de filmación. Salvo que ahora son unos tiernos monitos; y el lugar elegido es el Sur de Asia, específicamente las ruinas de la civilización antigua en Polonnaruwa, Sri Lanka. La protagonista es Maya, madre de Kip, perteneciente a una familia extensa y variopinta cada uno con su elocuente “personalidad”. Ella está dispuesta a todo por su hijo, y las adversidades no tardarán en llegar. Su hogar es usurpado por otra comunidad, y ella y los suyos son obligados a iniciar un camino de reubicación, deben aprender a conocer el nuevo lugar, adaptarse, y una vez instalados hacer algo para intentar retomar lo que es suyo, su hogar originario dentro de las ruinas. Por si se olvidaron, esta sinopsis argumental, se refiere a monos y no a personas; lo cual, por otro lado, nos hace pensar si tranquilamente no se podría haber utilizado las mismas líneas para, por ejemplo, un film sobre una tribu indígena, o simplemente para una serie de ciudadanos obreros desclasados. Esto es lo que logran Alastair Fothergill (director de todos los documentales de Disney Nature), y Mark Linfield (co-equiper habitual de Fothegill en la mayoría de sus documentales), crear un argumento que permita a las almas sensibles sufrir junto con las desventuras de los monitos. Con una narración, que en su versión original está a cargo de Tina Fey, El Reino de los Monos no se priva de nada, hay emoción, vértigo, lágrimas, momentos para el humor y varios golpes bajos acentuados por una banda sonora ad hoc. Un punto a favor, al igual que siempre, es la bellísima fotografía natural, por supuesto, algo turística pero necesaria. El documental se nota muy cuidado y detallista, se utilizan hasta distintos tipos de montajes como ralentis, planos secuencia, y contra planos cortados y picados; todo en pos del mismo objetivo, que el espectador no pierda el interés por lo que ve. Hay una cierta idea en este tipo de films que los hacen desde la campaña publicitaria orientarse al público infantil; visto desde el punto de vista del mensaje y cierta carga de inocencia, no es mala idea concurrir con los chicos a ver esta película si lo suyo es la naturaleza y los bichitos. En cierto punto se asemeja a acudir a los espectáculos propuestos por los acuarios. Ahí se nos ofrecen lobos marinos que se disfrazan de hombres, delfines saltando aros de fuego y que se dejan montar felices, o pingüinos que hacen las veces de mozos en una suerte restaurante; es como una necesidad de humanizar todo, de llevar todo a nuestro terreno. Hay una realidad, los documentales de Disney Nature suelen ser los más exitosos a nivel mundial ¿Si se ofrecería simplemente mostrar a los animales en su ámbito natural haciendo lo que los animales hacen a diario y nada más, atraerían la misma cantidad de público? En definitiva, esto es cine, la máquina de sueños, y quizás no debería importarnos cuánto de lo que vemos es verdad y cuanto es “inventado” en pos del argumento; aún si nos presentan algunos animales que no viven realmente en el lugar en el que nos dicen. Lo dicho, quienes aceptan y disfrutan las reglas de este tipo de productos y se dejen llevar por el tierno momento, no deberían perdérsela, se trata de algo muy cuidado y de efecto seguro comprobado.
Criticado y apreciado casi en partes iguales, no se puede negar la tenacidad del comediante Adam Sandler en buscar distintos caminos que lo aparten de vez en cuando de las comedias simples que realiza con una fórmula aplicada. A lo largo de su carrera cinematográfica (que ya lleva más de veinte años), se ha probado en diferentes estilos, instalando una marca propia o dándole lugar al estilo de su director. Desde comedias cuasi estudiantiles como "Billy Madison"; de grueso calibre como "Happy Gilmore", "Going Overboard", o las más recientes "Jack & Jill" y "Yo los declaro marido & Larry"; comedias familiares como "Click", "Un papá genial", o "Son como niños"; románticas como "Una esposa de mentira" y "Como si fuese la primera vez"; y productos más atípicos en los que intenta correrse del molde. En esta última línea podríamos anotar "Línea de locos", "Ocho semanas de locura", "Embriagado de amor", y precisamente "En tus zapatos". Si en "Punch-drunk-love", Sandler se alejaba del centro de la escena para darle espacio al estilo propio de Paul Thomas Anderson; ahora es el turno de volver a hacerlo para que sobresalga la impronta de Thomas McCarthy, director de "The Station Agent" y "The Visitor". entuszapatos_2_ew Quien haya seguido la prominente carrera de este actor y cineasta, habrá notado que su fuerte son las comedias ácidas con un marcado toque de dramatismo y melancolía. Todo eso volvemos a encontrarlo en este film que por otro lado, se inscribe en una tradición de “comedia judía” como ya lo hiciera Sandler en "Ocho semanas de locura". Luego de un preludio histórico, se nos presenta a Max Simkin (Sandler), un zapatero neoyorkino que mantiene una tienda que pasó de generación en generación dentro de su familia. En un principio, su personaje se asemeja en actitud a aquel ferretero apesadumbrado que Ricardo Darín nos entregara en "Un Cuento Chino"; y aquí entra el elemento fantástico que lo cambia todo, o no tanto. Un buen día, Max se topa con una máquina de coser calzados, que al utilizarla le permite parecerse físicamente al dueño del zapato con tan solo probárselos. Ojo, no toma la vida del otro a “modo conciencia”, no, durante el lapso que Simkin tenga puestos los zapatos, co-existiran dos personas iguales. A diferencia de una comedia como "Click", acá no hay momentos para que el personaje haga bromas con el aparatejo, desde el principio sabemos que solo traerá problemas. Es que Max utiliza 'la magia' para intentar de algún modo ayudar a sus clientes, pero termina enredándose cada vez peor hasta caer en un asunto mafioso como para darle al argumento algo de dinamismo. Atención, quienes quieran encontrarse con ese Adam Sandler histriónico, gritón e hiperquinético, no lo verán aquí. entuszapatos_3_ew Max es un personaje de mirada triste y hombros caídos, y el ritmo del film es más bien el de una comedia al estilo Woody Allen de los noventa con menos diálogos, con música de tradición judía y trompetas incluídas. A Sandler lo acompaña un sólido elenco que va desde participaciones especiales de Dustin Hoffman (el padre) y Steve Buscemi (un peluquero y amigo), a un secundario de Ellen Barkin (que claramente comparte cirujano con Cameron Diaz y Christine Chenowith) como la mafiosa de la que hablábamos. "En tus zapatos" recae en ciertos lugares comunes (hay que creer que una tienda de reparación de calzados es bastante exitosa), y por momentos algunos gags recuerdan al Sandler más burdo de modo algo extraño y desencajado. Pero el tono general es el de un producto entretenido, amable y realmente simpático. Muchos comediantes se han probado en otros rubros distintos a los suyos, pero pocos salen tan airosos como Sandler de esas proezas. "En tus zapatos" es una película si bien no perfecta, lo suficientemente divertida e inteligente como para ubicarse por encima de una media anual que se limita a la simple repetición. No es poco.
Casi un trabajo arqueológico es el que realiza Mitra Farahani en “El Picasso de Persia” (Irán, 2013) al lograr dar con un mito de la pintura y escultura iraní como Bahman Mohasses. A través de imágenes de archivo en una primera instancia podemos conocer el trabajo de Mohasses con el relato en off de la directora de la historia de éste y el destino de su obra. Hasta ahí la película deambula entre el clásico documental y en este caso con el potencial de poder conocer a un artista del que sólo en la oralidad se pudo recuperar parte de su trabajo. Pero Farahani logró ubicar a Mohasses, viviendo en un hotel de Roma, luego de 30 años de que no se sepa nada de él. Ahí asistimos a una segunda parte, en la que los intentos de congeniar entre ambos y el mostrar a Mohasses en su cotidianeidad (encerrado y fumando sin parar) son el punto para disparar una reflexión sobre el trabajo de los artistas y cómo éstos ven su propio derrotero y reconocimiento. Para sí mismo Mohasses no es un gran pintor, de hecho al poder comprender su propio arte como un mero transmisor de información y puesta de posición política. “No es importante qué transmitimos sino cómo lo transmitimos” afirma en alguna de sus extensas charlas. Porque Mohasses antes que pintor y escultor es un conversador por excelencia. Una persona que disfruta en el compartir a través del diálogo de su conocimiento y su particular mirada sobre la realidad y la importancia. Todo es un disparador para él. Una tapa en una revista italiana sobre el nuevo modelo de mujer iraní lo hace reflexionar sobre el real lugar de la mujer en su país hasta el punto de generar un analisi semiológico sobre la imagen que ve. Farahani posa la cámara, lo escucha, captura algo que sabe que hace 30 años es inasible, como su obra, de la cual solo hay algunas fotos y el resto se terminó por destruir. Porque Mohasses cree en eso, no sólo en el proceso de producción de una obra y su cristalización, su trabajo continua al hacer desaparecerla, tal como lo hizo el auto imponiéndose un exilio en un pequeño hotel boutique en el que acumula diarios, revistas y ceniceros llenos de cigarrillos. Pero también anécdotas, sobre su juventud, su homosexualidad, la sociedad, el cine, sobre cada cosa que llega a sus manos y le permiten crear. Para él nada está terminado hasta que lo pueda visualizar, y sí, también vende humo, como a esos dos hermanos a los que les promete la mejor obra de su vida por un adelanto. “El Picasso de Persia” busca en el pasado de un artista fantasma y termina encontrándose con un personaje que genera empatía en cada carcajada que suelta y en cada pitada a sus cigarrillos que da. Y Farahani sabe la oportunidad que tiene ante su cámara y la aprovecha.
Simon Pegg se hizo conocido en el mundo del espectáculo por el humor satírico de series de TV como Spaced y el salto al cine con el mismo equipo en Muertos de risa. Claro que el éxito rotundo de esta lo hizo, no solo profundizar el trío formado con Nick Frost como co-equiper y Edgar Wright en la dirección, sino que pronto captó la atención de Hollywood para llevarlo hacia otros terrenos, los suyos. Así, llegamos a un film como Héctor, "En Busca de la Felicidad", sin ningún rastro de lo que fue Simon Pegg, ni siquiera el de Corre, Gordo, Corre. Dirigida por Peter Chelsom (realizador fascinado por los films por encargo), hablamos de una tradicional comedia dramática, en el más flojo de los sentidos. Pegg es el Héctor del título (a no confundir, ningún parecido con "El misterio de la Felicidad", argentina) un psiquiatra (más bien parece un psicólogo), frustrado en su carrera y en su vida que decide darle un giro a la misma – a la carrera y a la vida – emprendiendo un viaje alrededor del mundo buscando aquello que lo haga feliz, el misterioso secreto de la felicidad… bueno sí, me retracto, es parecida al espécimen de Burman de 2014, pero aleatoriamente digamos. Héctor abandona todo y se va de viaje con varias paradas por distintas partes del globo, y en cada parada algo nuevo lo espera… porque sí, porque lo dice el guión y porque como es psiquiatra la gente con problemas se le arrima. En este deambular por distintos parajes y distintos personajes (que no los revelaremos acá, porque sino arruinaríamos el mínimo chiste del asunto) aparecerán varios rostros reconocibles, como el de Rosamund Pike, Jean Reno, Toni Colette, Christopher Plummer, Stellan Skarsgård, Ming Zhao, todos en roles encasillados y sin demasiado vuelo. Basada en la novela “Le voyage d'Hector ou la recherche de bonheur” de François Lelord, no hay que ser muy avispado para notar desde el minuto cero sus descaradas intenciones de manual de autoayuda. Todo suena a lavanda y vainilla, como si la película se posase sobre nubes y algodones. Abundan los consejos al espectador y las frases obvias de sobrecito de azúcar. Por supuesto, como sucedía con "Comer, rezar, amar" (a la cual esta película debe mucho al igual que a "La vida secreta de Walter" Mitty), la idea que nos queda en la cabeza es que para encontrar la felicidad que nos haga plenos hay que contar con mucho pero mucho dinero, por lo menos el suficiente como para viajar por varias paradas del mundo sin hacer nada productivo. El resto, bueno, a ajustar los cinturones y al hecho pecho. Pegg luce realmente incómodo con el personaje que le toca en cuestión, no encuentra química con ninguno de sus partenaires momentáneos, y si bien no podemos decir que no cumpla una correcta labor actoral, cumple a raja tabla y muy lejos de la chispa a la que nos tiene acostumbrado. Peter Chelsom está más acostumbrado a este tipo de cuentos de vidas felices con moraleja, un poco más un poco menos, todos sus films han tenido algo de autoayuda, solo que a veces le sale encantadoramente bien (como en Señales de amor) y otras todo lo contrario. En un punto de comparación, Héctor… es su film que más se le parece a El Poderoso, aquel film con Kieran Culkin como un niño sabio de la vida. ¿Podrán disfrutarla quienes gusten de ese tipo de literatura y cine consejero? Escapa a mis habilidades deductivas, puede ser. Como producto cinematográfico puro que me toca analizar, Héctor, "En Busca de la Felicidad" es un film que hace agua por varios flancos, como si fuese poco, alcanza las dos interminables horas de duración. Luego de esa maratón turística, uno ruega por favor, volver a poner los pies sobre la tierra.
A esta altura de las circunstancias ya se encuentra instalado en el mercado hollywoodense el llamado método Besson para iniciar una saga de acción. El director de "El Perfecto Asesino" y "El Quinto Elemento", hace años viene colocándose en el rol de productor de una decena de films de acción, producidos a medias por su equipo francés y una productora estadounidense; y más o menos repiten todos los mismos esquemas. Director francés, galan de acción maduro que suele venir de otro género, una mujer en peligro muy probablemente más joven que él, un pasado que viene a cobrarse revancha, escenas de acción que oscilan entre el vértigo automovilístico y las explosiones causadas por armas de calibre mediano, villanos que no entienden que se enfrentan al mejor de la materia, y escenarios internacionales presentados cuasi turísticamente. Esto pudimos verlo en "El Transportador" (que este año presenta una temprana remake), "Búsqueda Implacable", "Tres días para matar", o "MS1: Máxima Seguridad", entre otras, y ahora es el turno de "Gunman: El Objetivo", que no obstante presenta algunas características propias que le otorga su actor principal. Sean Penn es Jim Terrier, un soldado, agente encubierto en tierras del Congo al cual se le encarga asesinar al Ministro de Minería de ese país. El hombre debe cumplir, pero el hacerlo lo obliga a abandonar la vida que había formado en dicho país, incluida Annie (Jasmine Trinca), que se la disputa junto a su colega Felix (Javier Bardem). Terrier, es entonces un soldado, agente encubierto en tierras del Congo, al cual se le encarga asesinar al Ministro de Minería de ese país. El hombre debe cumplir, pero el hacerlo lo obliga a abandonar la vida que había formado en dicho país, incluida Annie (Jasmine Trinca), que se la disputa junto a su colega Felix (Javier Bardem). Pero el tiempo pasa, y Jim, otra vez en Congo, vuelve a ser el blanco a eliminar, por lo cual, aún traumado por lo que perdió, decide ponerse de nuevo en acción, descubrir lo que se oculta detrás de su cacería, y de paso, recuperar a Annie. Por supuesto, que este viaje de huída y reconstrucción lo llevará por distintos puntos europeos (principalmente España), encontrarse con viejos compañeros (entre ellos un inoxidable Ray Winstone y el pillo de Javier Bardem) y tener que colaborar con un agente de Interpol a cargo de Idris Elba (que ya prepara su carta de presentación por si es elegido como el futuro 007); todo muy al pie del manual. La película no presenta mayores sorpresas, funciona a tracción de clichés y lugares comunes; pero también son esos clichés y lugares comunes que el público adepto a estos films ama. Por otro lado, en el primer tramo del film, se asoma un entramado político más cercano al Penn de los últimos tiempos, una verdadera lástima que esa historia sea abandonada de raíz cuando se entrega a la acción profunda. Dirigida por Pierre Morel (el mismo de la primer "Búsqueda Implacable"), basada en una novela de Jean-Patrick Manchette y co-adaptada por el propio Penn, Gunman no es el mejor ejemplo de la fórmula Besson, en eso, la franquicia protagonizada por Liam Neeson y la iniciada por Jason Statham ganan la cabecera abiertamente; quizás por poseer al héroe que más incómodo se lo ve en su rol de acción. Algunas escenas exageradas, otras que tienden a la risa, nada demasiado grave, pero lo fundamental, es que posee el ritmo necesario para no aburrir. "Gunman" no será la mejor, pero demuestra que el método Besson sigue siendo rendidor, por lo menos para sus adeptos.
Tiempo de revisar su pasado para Alemania. No solo abarcar lo referente a la Segunda Guerra Mundial, la figura de Hitler y el nazismo como vienen repasando con aplomo y seriedad hace varios años, sino hablar de los hechos posteriores, quizás desconocidos para el resto del mundo. Está claro que el horror para ellos no terminó con el fin del Holocausto, estaba comenzando un período dolorosísimo como sociedad de separación y desintegración; y el inmediatamente posterior, un período de resurgimiento y/o fuga según de que “bando” se encuentren. Así como la estrenada el año pasado en nuestro país, "Lore", revisaba qué sucedía con una familia pro nazi cuando el régimen había caído; es ahora el turno del director de "Triángulo" y "Yella", Christian Petzold, de poner el foco en la otra arista del conflicto, los sobrevivientes del Holocausto. Nelly (Nina Hoss, actriz fetiche de Petzold), es una cantante judía que fue enviada y sobrevivió al peor de los horrores. Quedó desfigurada, irreconocible tanto que su mismo aspecto plagado de vendas le permite eludir un control militar. Su deseo ahora es arrancar de cero, a través de un cirujano logra reconstruir su rostro lo más similar a su aspecto original y a partir de ahí reencontrarse con su marido Johnny (Ronald Zehrfeld), pianista. El rencuentro se logra entre ruinas, pero todo está lejos de culminar. Ella pretende averiguar dos cosas, si él aún la ama y si son ciertos los “rumores” de traición por parte de él. Nelly lo reconoce de inmediato, para su disgusto, él no, es más le pide que se haga pasar por su esposa (o sea, ella misma) por un asunto familiar. Misterio, dolor, traición, amor, crueldad, e identidad, todos elementos que Petzold maneja con mucha solvencia logrando un drama personal e intimista envuelto en un halo de thriller socio político que enaltece el resultado. Así, el espectador observa todo el panorama de situación casi como si estuviese frente a un complejo film de espionaje, cuando en verdad se está frente a un desgarrador drama personal. El director juega a las metáforas conjuntas, pero inteligentemente no las arroja a la pantalla, las desliza sutilmente, en los diálogos, en las decisiones y actitudes, y por supuesto en ese juego de personalidades en que se ve envuelta Nelly. Nina Hoss logra una interpretación contenida y sufrida, dotando a su Nelly de personalidad propia, toda la confusión que vive, todo el dolor frente a la imposibilidad de no poder ser quien es, pasan frente a su rostro. El resto del elenco acompaña con solvencia, aunque tiende a ser deglutido frente a la presencia de la actriz. El único reproche que podría hacerse es cierta incapacidad para mantener un ritmo parejo de acción en noventa y ocho minutos que terminan pareciendo mucho más. La narración cae en determinados pozos de los que sale reteradas veces de modo correcto. El tono frío y compacto que Petzold aplica a todo el metraje, ayuda a crear el halo de intriga pero a la vez, ayuda a que el film no fluya tanto por sí solo. "Ave Fénix" es un film maduro que puede mirar su pasado con cierta superación, asumiendo sus errores y fracasos. Una gran alegoría que vuelca en una sola mujer las diferentes personalidades de una sociedad que fue cerrando sus heridas como pudo, y literalmente, se transformó en algo muy distinto de lo que fue.