Desde el famoso Chucky hasta los terribles e inagotables Puppet Master, pasando por la reversión malvada e italiana de Pinocho; el mundo de los muñecos y el cine de terror ha sabido entregar obras variadas despertando la curiosidad del espectador. Siempre se le puede dar una vuelta de tuerca más; y en este punto, nadie puede negar que la propuesta de El Niño resulta original; aunque sea, tomando un poco de cada lado y entregarlo en un frasco novedoso. Greta Evans (Lauren Cohan) es la típica estadounidense en tierras extranjeras, en este caso, Reino Unido. Llega a una apartada mansión empleada como niñera de Brahms, el hijo de los ya mayores señores Heelshire (Diana Hardcastle y Jim Norton). Si bien es evidente que Greta huye de un pasado tumultuoso, el trabajo parece ofrecer la tranquilidad y regularidad que ella necesita; salvo por un pequeño detalle, Brahms no es un niño de carne y hueso, es un muñeco articulado de porcelana. Los Heelshire, sobre todo Mamá, exigen que Brahms (que representa a un hijo real muerto hace varios años) sea tratado como un niño real, con todo lo perturbador que eso puede ser, más aún cuando la pareja decid salir de vacaciones y Greta quede sola al cuidado del niño muñeco. ¿Qué secretos se esconden detrás de Brahms? ¿Hay alguna maldición? ¿Tiene vida pese a no tener piel? El debutante guionista Stacey Menear nos depara varios giros que acá, por supuesto, no asomaremos a develar; en medio de una estructura hermética que juega más con la sugestión y el susto falso que al hecho concreto. ¿Cuántas veces asistimos a una idea que suena mejor en la premisa que a la hora del desarrollo y la concreción? Un aporte fundamental para disfrutar El niño como se debe, es dejar la lógica básica de lado. El argumento presenta cuestiones que no cierran del todo bien, las preguntas abundan a los diez minutos de iniciada, y no, no siempre van a tener respuestas, por lo menos, no de las coherentes. El director William Brent Bell (con alguna experiencia en el género, esta, por lejos, la más satisfactoria) aporta el clima necesario, le otorga el ritmo y la parafernalia correcta para que una película encerrada, con pocos personajes, no suene a una obra teatral o con el peso de la monotonía. Ahí están personajes periféricos, como el interés romántico Malcolm (Rupert Evans) para hacer también a la suma de dinamismo. El niño se sostiene mejor mientras se presenta, mientras nos va enseñando cuáles son sus cartas. Por eso, su primera mitad, su primer hora para ser más laxos, es más potente que a la hora de empezar a atar cabos y entregar ese as bajo la manga que se guardó para el final. Lauren Cohan, conocida por la serie The Walking Dead, carga con el peso del relato, prácticamente no abandona ningún plano, en varios tramos del film se encuentra ella sola, y siempre luce convincente, aun cuando su Greta tome decisiones no del todo acertadas. Hay un buen clima, varios momentos de sobresaltos, un objeto inanimado que puede soportar ser el vehículo del miedo a la perfección, y una propuesta que nos desafía a arrojar varias hipótesis. Cuando abandonamos la sala hay más dudas que certezas, es cierto, una sensación de que algo no está bien o que debieron pensarlo mejor. Pero en el tramo que estuvimos dentro, la experiencia fue satisfactoria, y ese muñeco se ligó un par de maldiciones de nuestra parte, vale la pena conocerlo.
Siguiendo la tradición iniciada hace ya más de una década, es el turno de la comedia anual de los hermanos Wayans, en su mayoría spoof movies (o parodias para hablar en criollo). Esta vez, abandonan la premisa de burlarse del taquillazo de terror, para arremeter contra lo que fue el furor de la temporada 2014, inicios de 2015, 50 Sombras de Grey. A decir verdad, como en los dos últimos films, del clan, solo quedó el hermano Marlon – aunque se las siga reconociendo como películas "de los Wayans" – sumado a un nuevo equipo formado por el director Michael Tiddes y el co-guionista, junto a Marlon, Rick Alvarez; nombres que solo cuentan en su filmografía con estos tres largometrajes. Retomando, esta vez, el eje central es la adaptación al cine de la novela de E.L. James, producto que ya de por sí rozaba la comedia involuntaria; punto de partida para disparar todo tipo de chistes hacia la cultura y actualidad moderna. Hannah (Kali Hawk) es una estudiante universitaria de Letras que tiene que remplazar a la compañera con la que convive en una entrevista al ¿Empresario? Christian Black (Marlon Wayans). Ni bien se conocen el flechazo es inmediato, pero hay varios asuntos que los distancian. Hannah pareciera ser mucho más introvertida que Christian. El hombre sufre de una suerte de bloqueo emocional que lo lleva a prácticas sexuales extremas y no está dispuesto al compromiso; es más, pretende que Hannah firme un pesado contrato dando permiso a esas prácticas. Uno de los aportes nuevos corre por cuenta de la ignota actriz Jenny Zegrino quien interpreta a Kateesha, la compañera de departamento de Hannah, una burda copia de los roles que suele jugar Rebel Wilson. Burda en todo sentido, si ya el humor grueso de Wilson es de dudosa eficacia, Zegrino redobla la apuesta componiendo uno de los personajes más desagradables que recuerde en los últimos tiempos. Hay otros agregados como las clásicas apariciones de alguna estrella, en este caso Jane "Dra. Queen" Seymour, como la madre de Christian, limitándose a dos secuencias en donde solo espetará todo tipo de humoradas racistas, supuestamente hilarantes. Cincuenta Sombras Negras oscila entre el aburrimiento y el gesto de desagrado, rara vez transita con acierto el humor (sí, algún gag suelto si nos agarra desprevenido puede dibujar una sonrisa o hasta una solitaria carcajada). No vamos a cuestionar el por qué de su realización, tienen su público y suelen ser de cierto éxito fugaz. Es simplemente la opinión de quien escribe, pensando en la paradoja de su premisa y los resultados del film. Sí, es calcado el argumento del film original, con algunos agregados y quites menores. ¿Es eso un problema? No, los problemas pasan por otro lado. En lo que parece un copiar y pegar de opiniones en todos los films de esta camada; hay que aclarar que no hay casi nada nuevo bajo el puente. El error es simple, Cincuenta Sombras Negras no es graciosa en ningún momento. Agradeciendo una duración corta – que lo podría ser más sin embargo – se suman gags repetidos (aun dentro de la misma película), obvios hasta ser adivinados antes de que ocurran, infructuosos, otros de mal gusto, remarcados, de remate tardío (o sin él), y lo que es mucho peor, explicados. Es una regla básica y primordial del humor, si al chiste hay que explicarlo pierde la gracia; no hay necesidad de verbalizar un gag visual, alcanza con ver lo que sucede en el cuadro de escena; parece algo simple, pero para esta película es casi una tarea imposible.
Con algo de retraso llega a nuestra cartelera este film de género fantástico del ópera primista Alejandro Hidalgo; y no son pocos los elementos para destacar. Si de por sí es extraño que llegue a la cartelera mundial un producto de la filmografía venezolana, más aún lo es que sea un film de género, y grata es la sorpresa al enterarnos que se trató de un taquillazo en su país, y recorrió varios festivales acumulando una parva de premios (Incluido el BARS a Mejor Film Iberoamericano) . La conclusión es rápida, es gratificante ver el crecimiento del cine fantástico en la región latinoamericana. La protagonista indiscutida es Dulce (Ruddy Rodriguez, ex chica Bond en Su Nombres es Peligro) una mujer que en 1981 es condenada a treinta años de prisión luego de aparecer en el piso, ensangrentada, con un espejo roto, su marido muerto y uno de sus hijos desaparecido. Transcurren esos treinta años y Dulce, ya anciana logra la prisión domiciliaria regresando al hogar donde todo ocurrió. Si dos más dos son cuatro, no hay que ser muy lúcidos para adivinar que los ecos del pasado comenzaran a hacerse presentes, y que nada será lo que parecía en un inicio. La mayor virtud de Hidalgo es el manejo de los diferentes planos temporales, a lo largo de hora cuarenta minutos, La Casa... fluctuará más de una vez, pero nunca resulta confusa, jamás se le pierde el hilo. Esos cambios permanentes, entre el pasado y el presente, los giros argumentales constantes, también se sentirán en el tono y el ritmo del relato. Lo que en un principio se avecina como una de terror con pinceladas de suspenso, pronto irá virando al misterio, a las resoluciones fantásticas, nunca abandonando cierto halo de tensión. De cocción lenta, la historia no se deglute desde el primer momento, va in crescendo, con los datos apropiados y un ritmo que más de una vez puede parecer lento o estancado para luego retomar con fuerza. De este modo, el director se despega del típico film de casas embrujadas y fantasmas (que sí, en el fondo es eso) entregando una carga dramática similar a films como El Orfanato, en medio de una línea argumental que conjuga varios elementos dispares todos bien resueltos. Si el film se reciente en algo es en cierta precariedad técnica, propia de provenir de una filmografía no muy fructífera, aún menos en lo que a cine de género se trata. Una fotografía algo oscura, algunos problemas altisonantes de sonido, nada que una mano correcta como la de Hidalgo y su equipo no pueda “tapar” en base a oficio y sentido de las propias limitaciones. La Casa del Fin de los Tiempos no es un film ambicioso, y quizás sea su mejor arma. Crea un gran clima, permite el lucimiento de protagonista, y viaja por diferentes estilos sin perderse en el camino. Para una ópera prima, proveniente de un país y una región naciente en cine de género, y con elementos acotados, es más que suficiente para llenarnos el pecho de orgullo.
¿Qué se esconde detrás de una figura? ¿Sabemos los entretelones de una interpretación memorable? María Falconetti pasó a la inmortalidad del mundo del arte con la insuperable interpretación de Juana de Arco en La Pasión de Juana de Arco de Carl Dreyer en 1928. Para siempre será recordada como aquella sufrida y penetrante mujer. Pero detrás de esa puesta, había una actriz, con una historia, y un misterio que la envuelve hasta el día de hoy. El debutante documentalista Mirko Stopar planea desentrañar el secreto detrás de Falconetti, y de esta manera llegar al corazón de lo que fue esa mítica filmación. Con una voz en off acogedora y permanente se recorre en paralelo la historia de la actriz, nacida como Reneé Jeanne Falconetti, y una suerte de detrás de escena sobre La Pasión de Juana de Arco. Es poco lo que se sabe sobre la figura, y eso es lo que la hace más atrayente, a la actriz y a la película. Hay pinceladas detectivescas, y una pasión enorme hacia el cine y uno de sus momentos cumbres. Hay poco material de archivo, hay pocas certezas; y eso solo acrecienta el interés. Stopar recurre a dramatizaciones y fuentes de mitos, hay una delgada línea entre lo que pudo ser y lo que fue. Hay una idea clara, la elección de Falconetti como la Doncella de Orleans no pareciera ser aleatoria, hay un destino escrito. Con mayor trayectoria en el teatro, recayó en el único papel cinematográfico que la marcaría, de la mano de su director, que buscaba alguien que pudiese interpretar todo el dolor contenido en aquella santa que dio su vida para defender a su pueblo. María, Juana, ambas mártires, pareciera decirnos el documentalista. El destino quiso que esa actriz, sumida en la ruina financiera iniciara un periplo por Sudamérica, que la llevaría luego de un breve periodo por Brasil, a Buenos Aires, donde terminó sus días a muy temprana edad. ¿Qué fue lo que pasó? ¿Por qué hay tan pocos rastros? ¿Se puede descubrir la verdad? Llamas de Nitrato, de reciente paso por los últimos BAFICI y Festival Internacioanl de Cine de Mar del Plata, plantea más interrogantes de los que puede resolver, y siente que tampoco es necesario hacerlo; que en aquellos misterios que envuelven al arte existe algo de materia. La propia película La pasión de Juana de Arco sufrió su propio destino, sus copias originales en nitrato fueron presas dos veces del incendio, y su encumbramiento tampoco fue sencillo. Otra vez la figura de Juana de Arco se hace presente en paralelismos Con más pasión que recursos, Mirko Stopar construye un trabajo que seduce más por lo que cuenta que por lo que puede mostrar. Sin lugar a dudas, sus destinatarios serán los amantes del cine, aquellos que buscan más allá de la superficie y se adentran en los grandes mitos que hacen grande a un período. Para ellos puede ser toda una delicia.
Llega la temporada en que Hollywood nos presenta sus películas pensadas “para los premios””. Proyectos que desde su génesis y posterior lobby nacen en las carpetas como firmes candidatos a alzarse con alguna estatuilla dentro de su propio mercado. Claro que esto significa también, la aparición de títulos con cierta condescendencia moral hacia su ciudadanía. EE.UU. y Hollywood deciden mirarse el ombligo con historias que incluyen críticas amables al racismo, odas al American Way of Life, y la que tal vez sea su peor versión, las supuestas críticas al sistema que esconden detrás una bajada de línea, digamos, permisiva. Lamentablemente, La Gran Apuesta, se encuentra dentro de este último ítem. Dirigida por el hasta ahora, director y guionista de comedias Adam McKay (conocido por las más famosas películas de Will Ferrel), pareciera pesar más en el resultado, el autor del libro en que se basa, Michael Lewis, hombre detrás de las novelas que dieron pie a Moneyball y Un sueño posible. Habiendo visto ambos films, ya sabemos a qué abstenernos. Veamos como La Gran Apuesta, respeta la “fórmula ganadora”. Un elenco importante, capaz de incluir figuras populares y/o ganadoras como Christian Bale, Steve Carell, Brad Pitt, Ryan Gosling, y varias apariciones más. Una historia local, que hable de ellos, mediante un hecho mundialmente trascendental. La cuestión se muestra simple, aunque la realidad no lo es. Estamos en 2005, Estados Unidos vive en una burbuja financiera que pareciera irrompible; todo pareciera marchar sobre rieles; salvo para Michael Burry (Bale, haciendo de Christian Bale otra vez) un gestor de fondos que advierte una grita en el sistema, y decide ir contra la corriente, pese a ser considerado un lunático, e invertir en contra del gran sistema. Pronto, se le unen otros tres hombres “de negocios”, otro gestor Mark Baum, el corredor de bolsa Jared Vennet, y el financista retirado Ben Rickett (Carrel, Gosling, y Pitt, respectivamente). ¿Qué es lo que se nos muestra? Una serie de llamadas telefónicas sobre inversiones financieras inmobiliarias. En la letra escrita pareciera algo aburrido, pero McKay se encarga de alivianar buscando diálogos ágiles, gags con figuras del ambiente, y un juego de palabras sencillas para que se entienda de lo que se habla. ¿Logra su cometido? Parcialmente. El asunto de fondo va a seguir sonando aburrido para quienes se encuentren lejos de las finanzas, pero los momentos efectistas levantan la puntería y hacen que la situación pase más rápido de lo esperable. Por supuesto, el principal ingrediente para que la fórmula funcione. La Gran Apuesta es un film de personajes, e intérpretes con aparente rienda suelta para lucirse. Los cuatro, presentan diferentes excentricidades remarcadas; excentricidades a las que todos los actores sacan jugo para tener su momento. McKay, desde la puesta en escena y desde la adaptación de su autoría, pareciera esgrimir una crítica al sistema desde la comicidad. Nos habla de cómo se engañó a la población, y nos muestra, a través de la inocencia de sus cuatro seres, el lado oscuro de ese mundo regido por el dinero y las acciones inmobiliarias. Pero (no tan) en el fondo, estamos frente a un film más similar a los basados en novelas de Lewis, historias de superación, de triunfalismos, de misericordias, y de la imposición del ciudadano individual medio como motor de la economía. No hablamos de La Gran Apuesta como un mal film; estamos frente a algo correcto, con buenas interpretaciones y el ritmo suficiente para que lo estático de la situación no abrume. Es un ejemplar digno de un tipo de propuestas que nos llegan todos los años por estas fechas. Ni uno mejor, ni uno peor.
Religión, herencias familiares, un hecho histórico trascendental, mitos gauchescos, y un halo de misterio que lo envuelve todo. En su tercer largometraje, Gonzalo Calzada (Luisa, La Plegaria del Vidente) toma partida por una apuesta mayor dentro del cine de género; lograr una acabada ambientación gótica, respetando todos los cánones esperados, y sin jamás lucir sobrecargada. Desde la primera escena advertimos que estamos frente algo distinto, con un cuidado trabajo en la fotografía de Claudio Beiza impregnado de un penetrante azul, un sacerdote se desangra mediante una cruz de plata, punzante. Los créditos iniciales, con ilustraciones de Enrique Breccia cierran el cuadro de presentación que ya nos tiene atrapado. Aquel sacerdote es Aparicio (Martín Slipak), misionero, que recibió un llamado divino que lo lleva a dirigirse a Buenos Aires para asistir a los enfermos de La Peste. Estamos en 1871, presidencia de Sarmiento, año conocido por la devastación causada por la fiebre amarilla; se habla de la Capital como un enorme cementerio. Antes de llegar a su destino, Aparicio decide visitar a su hermano Edgardo (Adrián Navarro) en la quinta que pertenece a la familia. Pero allí, todos parecen estar infectados, o escondiéndose del mal. Edgardo se encuentra en el lecho de muerte, su esposa Lucía y su hija Remedios (Ana Fontán y Lola Ahumada, respectivamente) se auto encerraron en la capilla del lugar, y Lucía no tiene deseos de salir al exterior. Todos, menos Ernesto (Patricio Contreras), el casero, que no presenta síntomas y hasta pareciera ser quien controla la situación en ese paraje. Hay también un campesino (Vando Villamil), ¿un curandero?, que merodea el lugar. La atmósfera se impregna de inmediato en Aparicio, que solo encuentra caos, comienza a tener ¿Pesadillas? ¿Alucinaciones? ¿Visiones de la realidad?; él también parece estar infectado, y los límites entre lo real, lo imaginado, y lo sobrenatural, se tornan confusos. Confusión, esa es una palabra correcta para hablar del clima que logra Calzada, entendido en buenos términos. En sus 100 minutos, el espectador es sometido a una suerte de ensoñación en dónde es posible que se pierda, que se deje llevar (sobre todo en sus inicios); para luego ir cerrando todos sus cabos y arribar a la deseada resolución o aclaración. El subgénero gótico tiene antecedentes claros, tanto en el plano de la literatura, como en el cine. Con Poe y Lovecraft a la cabeza de lo escrito, y Corman/Price e Ibañez Menta (por nombrar algún acercamiento local) dentro del séptimo arte. Calzada se nutre de todo ello, y le otorga una pátina actual, aunque no moderna. Resurrección es un film al que cuesta encuadrar dentro de uno similar, más aún en la filmografía nacional. No se inclina por los colores saturados, decide mostrar menos y sugerir lo necesario, no apura su ritmo, ni enfatiza exageradamente en las características de sus personajes. La cámara de Miguel Caram juega con primeros planos, planos cerrados y cercanos; para acrecentar la sensación de encierro también creada desde la fotografía de tonos oscuros, el montaje cortado, y una sonorización ominosa. Las interpretaciones son el elemento fundamental para que esta historia con ribetes sobrenaturales y anclaje en lo real, sea creíble. Y ahí está el conjunto todo en un tono correcto. Contreras demuestra nuevamente que no hay rol que le quede incómodo, brilla en lo que sea. Ana Fontán y la revelación Lola Ahumada son las encargadas de cargar con el enigma y salen airosas de tamaño desafío. Pero es Martín Slipak, que no deja de sorprendernos cada vez que lo vemos en pantalla, con una interpretación que pasa por todo su cuerpo, quien domina la escena; no porque cargue con todo el peso del relato, sino a fuerza de presencia, actitud e imperceptible hiper gestualidad. Párrafo aparte para el trabajo en vestuario y maquillaje de Laura Vega y Rebeca Martinez, respectivamente. El cuidado en los detalles de ambos rubros colabora en gran modo en crear el clima lúgubre, extraño, y a su vez, creíble que se necesitaba. Resurrección tiene de film histórico, de terror, de misterio, de suspenso, y de drama; y todo en las exactas dosis que la mano hábil de Gonzalo Calzada – nombre que ya pisa fuerte en el mercado de cine fantástico nacional – ha sabido construirle; desde el guión (acompañando una novela también de su autoría que se edita en simultaneo); y también desde una correcta elección en los rubros técnicos que realzan la puesta de este, en definitiva, film independiente y hecho a pura pasión. Enigmas como este no son corrientes en la cartelera, adéntrese sin temor.
Treinta y dos años tuvieron que pasar para que los fanáticos pudieran ver cómo continuaba la historia de su saga favorita. En el medio hubo de todo; desde historias paralelas dentro del mismo universo, continuaciones en otros formatos (novelas y comics) que dependiendo el grado de fidelidad y fanatismo se tomarán como parte o apócrifas; y por supuesto, la gran hazaña de narrar los hechos previos a lo que nos habían contado. La espera terminó, se tardó, pero bien que valió la pena. Hay un nuevo capítulo; esta vez de la mano del director J.J. Abrams quien se encargó de que la magia se mantuviese intacta. Transcurrieron treinta años desde que Luke, Leia, y Han lideraran la rebelión que pusiera fin al Imperio. Varios hechos ocurrieron en el medio, el Lado Oscuro volvió a sentirse formando la Primer Orden en base a lo que fue el Imperio. Luke ha desaparecido refugiándose, y se ha convertido en el ser más buscado desde ambos lados. Y hay nuevos personajes, los héroes, Poe Dameron (Oscar Isaac) el mejor piloto de la rebelión, encargado de ubicar a Luke; Finn – o FN 2187 - (John Boyega) un Stormtrooper en fuga que se une a Poe; Rey (Daisy Ridley) una chatarrera a quien el destino la está llamando; y por supuesto, BB8, el nuevo droide de la saga. Del otro lado, en la oscuridad aguardan el líder Kylo Ren (Adam Driver) con una historia que lo une a la luz; el duro General Hux (Donham Gleeson), y Snoke (con la voz y movimientos del experto en la materia Andy Serkis) el Supremo. ¿Qué función cumplen cada uno dentro de esta historia? ¿Cómo entran a jugar nuestros personajes clásicos? No, vayan a verla. Abrams, acompañado en el guión por Michael Arndt (Toy Story 3) y el experto en la saga Lawrence Kasdan, creó una película que funciona dos puntas. Por un lado, trae toda la nostalgia del clásico, sobre todo del original Episodio IV del cual casi es una remake; por otro, permite que las nuevas generaciones o los hasta ahora inexpertos, se puedan adentrar cómodamente. Tal como hizo con las celebradas dos Star Trek, Abrams conjuga los elementos de modo tal que fanáticos y nóveles salgan contentos; porque sabe narrar la aventura como pocos en el Hollywood actual. Hay emoción, hay diversión, sobran los momentos vibrantes; y esperen a ver las entradas de Han, Chewie, C3PO, y el Halcón Milenario, verdaderas pruebas para fanáticos. Los personajes rebozan de carisma y carnadura, y agrega un elemento que hasta ahora se había visto en menor cantidad durante los seis episodios anteriores, humor; no parodia, humor. Los diálogos son ágiles y el todo se comprende sin perderse nunca. Hay momentos más calmos (jamás aburridos, siempre sucede algo), y otros en donde revienta la acción, siempre comprendiéndose todo lo que se nos muestra, sin apabullar y con un inteligente y cuidado uso del 3D. A diferencia de lo realizado por George Lucas en los episodios previos estrenados en 1999, 2002, y 2005; Abrams no hace un despliegue tecnológico; retoma el camino de una aventura “como las de antes”, siendo inevitable la utilización de CGI en varios tramos lógicos. Esto no es detrimento de uno u otro realizador, simplemente son estilos diferentes. Como siempre, la omnipresente partitura de John Williams agrega el plus de esplendor; y la fotografía de Daniel Mindel (usual colaborador del director) aprovecha los enormes escenarios para que todo luzca realmente inmenso. Son solo elogios para una saga que se mantiene viva a lo largo de los años y que, pese a los cambios de mano (aunque la mano “invisible” de Lucas siempre se nota) supo otorgar los suficientes cambios sin necesidad de modificar su espíritu. ¿Qué más se puede decir? Que Star Wars nos deja siempre a la espera de más; y ahora tiene la posibilidad de desarrollar toda una gama nueva de personajes que recién empezamos a conocer pero ya nos conquistaron. Me olvidaba, Que La Fuerza los acompañe.
La función principal de cualquier film de género será cumplir con su cometido; ya sea si es suspenso generar tensión; si es terror exponer cantidad de sangre o generar pavor; buscar la lágrima en el drama; elevar la fantasía en la ciencia-ficción; y en la comedia crear situaciones risueñas, hacernos pasar un momento entretenido mediante el recurso de la risa. Inconveniente principal de Operación Ultra, rara vez crea genuinos momentos de comicidad efectiva. El segundo opus de Nima Nourizadeh (Proyecto X) intenta ser un homenaje a varias cosas, a la vez que una parodia de otras. Con solo leer su premisa ya caeremos a qué antecedentes hace referencia. En primer plano tenemos a Mike Howell (Jesse Eisenberg) un fumón de pueblo que pasa sus días sin hacer mucho más que escribir un comic alternativo y probar algún humo recreativo. Lo acompaña Phoebe (Kristen Stewart), su novia que lo apoya y soporta, en todo. Lo que Mike no sabe es que en verdad es un Agente encubierto de la CIA, entrenado para ser un arma mortal. Ya sabemos, por más amnesia que se tenga, el pasado siempre regresa a tomar partido. ¿Se acuerdan de El Largo Beso del Adiós?, y más cerca en el tiempo, la saga Bourne, o Desconocido; o cualquier otra película sobre agentes que perdieron la memoria o deben escapar de su antigua agencia, las hay a montones. Tomen esas ideas en clave parodia y mézclenlas con las comedias fumadas de los setenta e inicios de los ochenta. Eisemberg y Stewart se esfuerzan en salvar sus personajes. El actor de Red Social vuelve a reinterpretarse en el personaje atribulado que ya le vimos hasta el cansancio, pero le sale de taquito. Stewart sigue intentando despegarse de la insípida Bella, y logra algún matiz extra, algo más de carisma o color. De todos modos ambos están lejos de la química que habían conseguido en Adventureland, fundamentalmente porque aquí nada los acompaña. Un puñado de secundarios como los de Connie Britton, Thoper Grace, Bill Pullman o John Leguizamo, poco aportan. El guión de Max Landis (Poder sin límites) pareciera adorar a los míticos Cheech & Chong, pero ni Eisemberg y Stewart son Cheech Marin y Tony Chong, ni Landis y Nourizadeh poseen el timing para emular las viejas épocas. Aún en la muy fallida Proyecto X quienes gustan de las estudiantinas modernas, tenían sus momentos de regocijo efectista, suerte que aquí no encontraron durante casi todo el metraje. Algo de mejor suerte parecieran correr las escenas de acción, correctas en su mayoría, trilladas, y con alguna inventiva sobre el arte de matar. Operación Ultra intenta ser desfachatada en una época en la que se habla de hierbas hasta en programas y películas infantiles, recurre a viejas estructuras y recursos sin agregarle algo de frescura. Estéticamente busca asegurarse algún lugar dentro del nuevo estilo comic, y lo logra a medias, siendo sin embargo uno de los puntos destacables. Comúnmente las comedias buscan el efecto pasatista, hacer que nos olvidemos del alrededor y dejar transcurrir el tiempo. Operación Ultra en su escaza hora y media nos hace sentir que el tiempo transcurre más lento; quizás sea el efecto de algún alucinógeno contrario.
De vez en cuando hay una película que lo cambia todo, que nos hace pensar que acabamos de ver algo totalmente novedoso, original. Son situaciones cada vez más aisladas, pero El Regalo es una de ellas. Al debut en la dirección (más allá de varios cortometrajes) del reconocido actor Joel Edgerton le podemos encontrar similitudes con muchísimas películas, pero combinadas, el resultado es realmente sorprendente, o mejor dicho, inquietante. Simon y Robin (Jason Bateman y Rebecca Hall) forman un matrimonio próspero, con una de esas vidas cuasi idílicas, si bien desde el principio vemos un dejo de tristeza sobre todo en el rostro de Robin, más tarde nos enteraremos de un reciente aborto espontáneo. Acaban de mudarse a un barrio de suburbio, y en las vueltas de la vida se cruzan con Gordo (el propio Edgerton), un compañero de preparatoria de Simon, con el cual perdió todo contacto, que de inmediato entra en confianza, quizás mucha confianza. Los regalos no tardarán en llegar, en forma de intromisiones, paquetitos en la puerta de la casa, peces en un estanque, y frecuentes visitas sin previo aviso. ¿Realmente se trae algo entre manos Gordo? ¿O es solo alguien necesitado de algo de atención y compañía? ¿Pasa algo con Robin y su errático comportamiento? ¿Y Simon, por qué rechaza tan de plano la presencia de Gordo? ¿Qué fue de la vida de Gordo durante este período? El regalo plantea más dudas de las que va resolviendo, y eso es lo que la hace única. Durante un largo período, casi todo el metraje, el espectador no sabrá para dónde dirigirse, ni siquiera sabrá por qué está tan tenso, ¿Todo lo que vemos es real? El gran acierto de Edgerton, con experiencia previa en los guiones de The Square y Felony (dos películas que recomiendo ver), es la creación de personajes. Quién lleva adelante el asunto pareciera ser Robin. Es ella quien duda entre la inocencia o perversidad de Gordo, la que conduce “la investigación”, la que cuestiona a su propio marido. Pero los tres personajes tienen un trasfondo, algo que contar, no son simples piezas de un ajedrez, hay carnadura y trabajo previo. Esto también se complementa con la labor del trío actoral, perfectamente marcados por una dirección rígida. Hall hace uso y abuso de sus ojos exaltados como una Shelley Duvall actual; por su rostro pasa todo el pavor y la incertidumbre. Bateman sabe componer perfectamente esos personajes que se hacen odiar aunque tengan razón, la constante actitud molesta traspasa la pantalla. Edgerton se guardó par sí una criatura divina, Gordo es empatía, es un personaje entrador por más extraño que sea, podemos entender todo lo que haga. Perfecta pieza de suspenso, tiene un mínimo bache sobre el final del segundo acto que rápidamente repunta con un final a toda pasión. Desde el trabajo en fotografía y dirección de arte, hasta la imperceptible e intranquila banda sonora, todo se maquina en función de ponernos nerviosos y hasta se da el lujo de pegarnos unos cuantos sobresaltos. Si hasta la mirada de un perro nos estremece. El Regalo tiene todo para ubicarse entre lo mejor del año, por lo menos en materia de cine comercial, y más si estrictamente hablamos del cine de suspenso dramático cada vez más devaluado. La reflexión, todos alguna vez fuimos Gordo, Simon o Robin; desde ahí partirá nuestra mirada para entender o no a cada uno de los personajes. Edgerton nos deja jugar y hacer las propias deducciones, nosotros encantados.
La sensación de los Premios Lola 2014 arriba finalmente a nuestras salas comerciales luego de su paso por el reciente Festival de Cine Alemán que contó además con la visita de su protagonista. Victoria se inscribe en esa tradición del cine alemán que busca permanentemente la vanguardia. En su cuarto film como director, el también actor Sebastian Schipper, bucea por los riesgos estéticos y, en definitiva, narrativos; desafiando al espectador a ubicarse en un polo o el opuesto. Ciento cuarenta minutos es lo que dura Victoria; dos horas y veinte minutos, y un solo plano, por supuesto, en tiempo real, ubicado en la medianoche frenética de Berlín, casi siempre con cámara en mano, y/o realizando un exceso de los primerísimos planos. Victoria es el nombre de su protagonista (Laia Costa), una veinteañera española que se encuentra viviendo hace tres meses en Berlín, y entre la típica adaptación, por las noches se enamora de la ciudad bailando, sola, en una discoteca. Ella ama el ritmo berlinesco; y Berlín, o Schipper, la ama a ella. Destello de luces de neón, láseres, planos muy detallistas; no hay necesidad de apurar. Calma que, en ese entonces parece frenesí. Más tarde ella se cruzará con un grupo de jóvenes, uno de ellos cumple años y están de festejo. Ella parecía irse con su bicicleta, pero no, la noche recién empieza. Victoria hace un quiebre y de ese calmo frenesí se ira in crescendo a un clima extraño, entre este grupo de amigos y ella. Tensión, drama, sugestión; lo que sí, el frenesí no culmina nunca, sólo cambia de esencia. Schipper sigue al conjunto con una cámara subjetiva, adentrándose entre ellos, mezclándose y haciéndonos sentir que somos uno más con alguna copa encima. ¿Qué es lo que sucederá? ¿Cómo cambiará la vida de la joven de acá en más? Para eso habrá que seguir su periplo de 4 a 7AM. Victoria es un film que fascina, que transmite varias de las emociones de su protagonista, que por momentos parece una carta de amor Berlín y por otros una advertencia. Pero también es un experimento, indefectiblemente importa más el plano extentisísimo y ver sino se corta y cómo lo sostiene, que lo que se cuenta. Argumentalmente pareciera una premisa sobre la cual los intérpretes improvisan. Hay ciertas contradicciones, si por un lado la impronta estética subyuga tanto que no permite alejar la mirada de la pantalla; su duración y un exceso de recursos que afecta contra la sensibilidad óptica del espectador nos obliga a hacerlo. Laia Costa se carga el asunto ella sola y está a la altura, hay tanto de magnetismo en ella como en el film. Un film que se deglute a sí mismo; que atrae, quizás primero por una curiosidad y luego en buena ley; y a su vez, ese mismo efecto atractivo es el que lo encorseta, y no lo deja fluir con mayor vitalidad. Adéntrese si se atreve.