La tradición del cine finlandés nos adentra en nombres como Aki Kaurismaki (premiado en numerosos festivales a lo largo del mundo) y Renny Harlin (exitosamente afincado en Hollywood hace décadas). En esta ocasión, el cineasta Klaus Härö se inmiscuye en el mundo de la pintura para recordarnos otras películas ambientadas en el negocio del arte y la venta de obras como “La Mejor Oferta” (Giuseppe Tornatore), también podemos citar a las nacionales “El Artista” y “Mi Obra Maestra” (ambas de la dupla Cohn-Duprat). “El Artista Anónimo” nos cuenta la búsqueda de un viejo comerciante de arte, a punto de retirarse, quien descubre en una subasta una antigua pintura que considera original. Allí se le presenta una valiosa oportunidad para llevar a cabo una venta millonaria. Luego de este preámbulo, nos encontramos con un drama familiar emplazado en la ciudad de Helsinki, atravesado por el uso de las melodías clásicas de Vilvaldi, Rachmaninov, Handel y Mozart que van prefigurando la atmósfera y emotividad lacrimógena del conflicto vincular que aborda, desdibujando, por tramos, la quimérica búsqueda del anciano: vender una obra de arte olvidada y menospreciada a un alto costo. Adentrándose en los turbios manejos del negocio de galeristas y exhibidores de arte, se posiciona como una inteligente reflexión sobre la industrialización en tiempos presentes de distantes vínculos humanos. La historia del arte está hecha de contradicciones, acaso las circunstancias que rigen la producción artística actual no son la excepción. La figura del artista ha ido evolucionando, sufriendo modificaciones y mutando con el trascurrir de los siglos, adaptándose al devenir de los diferentes movimientos y tendencias que conforman la historia del arte. No obstante, no ha perdido su esencia, inalterable al signo de los tiempos. Actualmente, inserto en un mundo desarrollado y capitalista, globalizado económica y culturalmente, la figura del artista se ve atrapada por un factor comercial que, con frecuencia, desprecia la tradición en su formulación clásica. Esta película, en tal sentido, resulta más que gráfica. Subyugado por la lógica del mercado, el dinero ejerce, invariablemente, su poder. Podemos interpretar los efectos de la globalización económica como un denominador común, en búsqueda de pesquisar las relaciones emergentes entre mercado y artista, sujeto éste último al devenir contemporáneo, a riesgo de convertir su arte en mera mercancía de moda funcional a los nuevos patrones imperantes de publicidad. Contraponiendo al artista contemporáneo, no sin cierto pesimismo, como una especie de “logotipo cultural”, la antiquísima obra maestra original perdida, puesta en duda y recuperada otorga valor a la identidad del artista. Resulta interesante la mirada que el director ejerce sobre el círculo de poder, el cual -de forma deliberada, usurpadora y pendular- somete a talentosos artistas al ignominioso anonimato o lo elevan a la inmediata celebridad, según sea conveniente. El mercado, los medios y la crítica de arte ejercen su influencia sin claudicar, constituyendo piezas esenciales del mapa del arte contemporáneo. Como mensaje final, y tejiendo una suerte de metáfora acerca del verdadero valor de la obra, resulta interesante pensar como “El Artista Anónimo” se posiciona respecto a la herencia del conocimiento de generación en generación (resulta interesante la relación y empatía que establece el inclaudicable Olavi con su nieto) y el valor afectivo, intransferible e imposible de mensurar, que una obra de arte posee. Haciendo una analogía, también, con la tradición de mandatos sociales impuestos que intentan rescatar el valor del objeto artístico, “Al Artista Anónimo” se adivina como posible de ser interpretada como un homenaje a todos los artistas anónimos olvidados por caprichos del tiempo y el destino, sepultados bajo las máscaras de un arte vacío y esnobista que prestigia modas pasajeras en virtud de las vertiginosas y fragmentadas tendencias actuales.
Un grupo de policías encabezados por el detective Cruz (Víctor López) están encargados de dilucidar -no sin cierta torpeza a la hora de seguir las pistas- una serie de violentos crímenes cometidos en determinados lugares inhóspitos de la capital mendocina. La trama de la investigación policial involucra mujeres decapitadas como víctimas en común de una serie de asesinatos, cuya sospecha recae sobre David (Esteban Bigliardi). He aquí el disparador principal, por lo tanto, la investigación en torno al caso remite al esquema argumental bajo el género del thriller policial pero también psicológico. Bajo esta premisa, Alejandro Fadel, el director de “Los Salvajes” (2012), nos sumerge en una historia que no oculta la influencia estilística de realizadores que han abordado el género del terror anteriormente, con la suficiente habilidad como para fusionar el mainstream y el cine clase B, en un espectro que va desde el cine gore precursor de Mario Bava al suspenso psicológico de David Lynch, pasando por guiños al emérito John Carpenter. El realizador, como buen artesano, no deja detalle librado al azar: todo elemento dispuesto en la escena responder a un concepto autoral en función al complejo rompecabezas argumental que propone, distante de cualquier tipo de narración convencional sencilla de anticipar. Para tales fines, existe un tratamiento singular de los espacios en donde se desarrolla la acción y en la relación que cada personaje establece con su entorno se percibe el trazo fino de Fadel. Haciendo gala de sus dotes de artista demiurgo, concibe el mal como una masa maleable que contamina a todo ser que transita este alucinante relato. Interpretados por actores mayormente no profesionales, las criaturas que habitan este universo se verán presas del horror. Promediando el relato, el principal acusado de los crímenes es internado en un hospital psiquiátrico, donde atribuye las muertes a la aparición de un ser monstruoso. En este punto existe un quiebre narrativo que lleva a la película a transitar terrenos de enajenación y la locura rozando con lo sobrenatural (la leyenda urbana, lo mitológico). Allí, la fertilidad narrativa del film se desdobla, y fluye hacia una zona de absoluto riesgo que transforma el verosímil del relato y convierte toda posible certeza en una pista falsa. Ante lo expuesto, “Muere, monstruo, muere” es una película que se trata de sugestiones y acercamientos más implícitos a la raíz del miedo y sobre cómo se confronta aquello horripilante. Al enfrentar la locura y verbalizar aquello siniestro, el personaje de Esteban se convierte en un primordial instrumento para Fadel, bajo el cual se pueden responder una serie de incógnitas acerca del verdadero origen del mal y su real alcance. El director se siente absolutamente cómodo en este registro, ante lo cual observaremos continuos movimientos de cámara y un ojo inquieto que busca ser testigo y narrador de esta pesadilla de muerte. El autor encuentra belleza en la extrañeza de los cuerpos mutilados y nos hipnotiza, captando la monstruosidad, lo insano, lo repulsivo y lo espantoso. Sin embargo, no persigue un impacto facilista que se ampare ni encuentre su zona de confort en el artilugio visual. Además, como crónica de las relaciones que establecen los miembros de esta comunidad sacudida por la serie de crímenes, el film se permite llevar a cabo un estudio pormenorizado al respecto. Las víctimas, decapitadas, asesinadas con saña, son mujeres y, los hombres, están al mando de la investigación. Otro hombre, el acusado, es el centro de todas las sospechas. Allí, el foco de atención también nos lleva la mirada hacia elementos de connotación social. A través de lo cual se puede pensar acerca de una crítica subliminal sobre ciertas formas de poder masculinas y hacer analogía acerca de grado de violencia directamente proporcional a una cuestión eminentemente de género, en resonancia con temas de contingencia actual. El autor busca sacudir al espectador y llevarlo al epicentro de esta pesadilla dantesca. Por ende, la sensación de extrañeza tiñe toda mirada invadiéndola de una sensación de incomodidad a medida que nos vamos insertando en la vorágine que este viaje al centro del misterio propone. Parte del cual se esconde a la espera de la aparición del siguiente cadáver tras la teoría del detective Cruz acerca de la simetría del paisaje (las letras ‘M’ que dibujan las cimas de las montañas), bajo la cual se desprende el título del film. La estética que trabaja el largometraje se apoya en el uso de lentes anamórficos que favorecen tomas panorámicas, sumado a una variada gama de colores saturados, un exquisito empleo de las texturas de sonido y un preciso uso de la iluminación que favorecen el rodaje en exteriores y la grandiosidad del paisaje. Las labores en dirección de fotografía de Julián Apezteguía y Manuel Rebella resultan, en este sentido, destacadas, efectivos al brindar preponderancia a un entorno que captura una atmósfera inquietante que reviste al relato en todo momento. “Muere, monstruo, muere” es una rara avis dentro de nuestro cine nacional, un film de gran factura técnica que sabe jugar con nuestra capacidad de fascinación sobre lo macabro. Extraer belleza del horror y convertir la extrañeza en virtud poética es una tarea cumplida con creces aquí. Elogioso trabajo de su joven realizador, inspeccionando aguas profundas de un terreno de infrecuente tránsito en nuestra industria.
Presentada en el último festival de Cannes como parte de la sección “Upcoming Fantastic Films”, la reciente creación de los hermanos Onetti ofrece un ritual de magia y sangre que incluye misteriosos asesinatos y posee una inconfundible estética setentosa. La cuarta película de Luciano y Nicolás Onetti -que vienen de presentar ‘Los olvidados’ en la plataforma Netflix- se titula “Abrakadabra” y clausura la singular trilogía Gialloque comenzara con “Sonno Profondo” (2013) y continuara “Francesca” (2015). El giallo, es un famoso subgénero italiano, heredero directo del thriller y del terror hollywoodense de los años ‘60, caracterizado por plasmar mundos violentos y profanos. Maestros italianos como Darío Argento, Mario Bava y Lucio Fulci dieron vida a estos dantescos universos de sangre y crímenes por doquier, que constituyeron todo un emblema de la industria cinematográfica con bajo presupuesto de los años ’70. Los realizadores argentinos demuestran su cinefilia hacia un subgénero hoy semi perdido, pionero de un estilo inigualable. Las marcas de culto de una concepción bizarra y fetichista están omnipresentes en esta película, que tuvo su estreno mundial en el Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges, celebrado el pasado mes de octubre. El amante del giallo recordará con nostalgia el camino trazado por ciertas obras de culto, precursoras del slasher y en donde se evidencia un uso visceral y lujurioso de la violencia. Como es usual en este tipo de relatos, el enigma que se develará al final, al tiempo que el delirio y el descontrol se apoderan de la trama para –literalmente- acribillar cualquier tipo de decoro posible, gracias a altas dosis de violencias y un sentido lúdico del morbo. Gracias a una elaborada puesta en escena y apoyado en una cuidadísima fotografía, en cuyos tonos, sombras y texturas se evidencia un estilismo notable, “Abrakadabra” juega con los nervios del espectador sólo como los grandes exponentes del género saben. El uso de la banda sonora como efecto dramático que potencia el suspenso consolida la propuesta, en donde sus autores hacen gala de un virtuosismo y una inventiva visual notables. La dupla de realizadores demuestra un contundente manejo del lenguaje audiovisual para poner de manifiesto toda una serie de guiños a las obras predecesoras, portadoras de un cine en cuyo ADN se recrean universos altamente perturbadores. El artilugio cinematográfico en estado puro.
Sebastián Schindel es un reconocido cineasta bonaerense. Productor, guionista y realizador cinematográfico, durante la primera etapa de su carrera abordó el género documental con notable desenvoltura y sapiencia. Así lo testimonian gratas incursiones como “Rerum Novarum” (2001), “Que sea Rock” (2002) y “Mundo Alas”. En el año 2014, sorprendió a la crítica especializada transformando al por entonces galán televisivo Joaquín Furriel (o la etiqueta que muchos espectadores habían posado sobre él) en un consagrado intérprete dramático, gracias al brillante film “Patrón, Radiografía de un Crimen”. Basta ver su reciente personificación de Hamlet, para darnos cuenta que estamos frente a uno de los actores más talentosos de su generación. “El Hijo” representa el regreso de Schindel al terreno ficcional y no resulta, precisamente, una incursión habitual en el cine argentino. Nuestro aparato industrial ha abordado el género del terror y su vertiente psicológica con dispar suerte a lo largo de las últimas décadas. El saldo, sin embargo, no ha sido favorecedor. Desde la poco recordada “No debe estar aquí” (co-producción con España, 2002), de Jacobo Rispa, el salto cualitativo de nuestro cine no se había manifestado en cantidad de films dignos de mencionar. ¿Conseguirá Schindel escaparle a la mediocridad? Veamos… El realizador mixtura los elementos más reconocibles del cine de terror psicológico y policial, bajo el arquetipo de una trama que el género del terror nos ha contado cientos de ocasiones: un nuevo integrante en la familia parece agrietar el abismo existencial que divide a una pareja, al tiempo que los límites de la cordura parecen confundirse con la atmósfera de irrealidad que envuelve al relato y a su protagonista principal, Lorenzo, el punto de focalización sobre el que se estructura esta propuesta. Un embarazo conflictivo, un nacimiento misterioso, un pacto siniestro y una asistencia a las labores de maternidad de lo más macabara. ¿Les resulta familiar? “El Bebé de Rosmeray” marcó un antes y un después para este tipo de propuestas argumentales y, de allí en adelante, cuesta escaparle al lugar común de cualquier resolución narrativa. Pareciera inevitable que “El Hijo” intentara tomar más de una página prestada al libreto pergeñado por Roman Polanski adaptando la novela de Ira Levin, en 1968. Fragmentando las líneas temporales, Schindel pretende prolongar la intriga, sabedor de que posee en su poder un elemento clave del que se precian este tipo de misterios: la ambigüedad que desborda la trama potenciará el engima. Los principales valores del film se apoyan en dos intérpretes de carácter como el citado Furriel y Martina Gusman. Mientras la protagonista de “La Quietud” (2018) parece esconder la verdadera naturaleza de su esencia, el intérprete de la reciente serie “El Jardín de Bronce” se luce, nuevamente, en la piel de un ser sombrío o corroído por la incredulidad. La oscura telaraña que se teje a su alrededor lo confronta con sus miedos más intrínsecos y parece no dejarle escapatoria. ¿O es que todo, finalmente, se develará como la ilusión de un demente? El cinéfilo memorioso recordará que la locura también consumía a dos antológicos protagónicos (femeninos) de Roman Polanski: “Repulsión” (1965) y “El inquilino” (1976), borrando las fronteras de todo raciocinio. Tensa, perturbadora, inquietante y de climas enrarecidos, “El Hijo” nos hace sospechar a cada instante. No obstante, Schindel prolonga en demasía la resolución del misterio y peca de resoluciones arbitrarias, dejando un sendero de cabos sueltos sin explicar. Complejizando in extremis este oscuro drama familiar, se enreda en su propio laberinto de sospechas. Cuestionar el verosímil dejando fuera de foco detalles perceptibles no es sinónimo del buen uso del tan mentado ‘final abierto’.
A lo largo de la trayectoria de Mateo Bendesky, algunos de su films lidian con la visión del realismo mágico y el autor se interesa en esta vertiente proveniente de la literatura para contar una historia. Según palabras del mismo, existen en esta obra elementos autobiográficos basados en propias experiencias, lo que convierte a “Los Miembros de la Familia”, quizás en su film más personal, no obstante la huella autoral puede rastrearse a lo largo de sus anteriores obras. En este film en particular, el enfoque parte desde el momento de la vida que sus personajes atraviesan, una instancia de dolor y pesar en donde el realismo mágico cobra vida y el lazo entre lo real y lo imaginado comienza a diluirse. Bajo este verosímil, ese mundo de fantasía se hace realidad validándose como una acertada forma para contar una historia que recurrirá a variados registros genéricos. Aquí la trama toma lugar en un ámbito pueblerino de la costa argentina. Filmado en siete diferentes locaciones que recrean un lugar ficticio y arquetípico, el desafío autoral consiste en inventar un nuevo pueblo y dotarlo de vida propia: el aire melancólico de la costa argentina es trasladado a este ámbito, un submundo que representa el refugio veraniego da la clase media argentina turística, de allí también proviene su carácter especial. En épocas de invierno, una atmósfera de misterio rodea estos parajes, en donde observamos, con un dejo de tristeza, la ciudad costera desierta. Utilizando como metáfora la idea de ‘un lugar que fue hecho para otro fin’, a través de ese sentimiento de despojo se prolonga dicha inquietud a sus personajes y su inconformismo. A través de una variada gama de sensaciones, se potenciará su emotividad desde el escenario físico hacia la hostilidad y la proyección de sentimientos encontrados. Existe un particular abordaje al género de la comedia, el cual funciona de forma eficiente cuando la seriedad de una situación dramática es connotada con el absurdo. Bajo este tono lúdico, el director trabaja una marca personal que busca descontracturar los tradicionalismos de la comedia dramática, apelando a una cadencia de tonos y una precisión de climas y humores que afectan positivamente al relato. Desde el personaje de Lucas, una serie de observaciones enriquecen la mirada sobre el film y sus texturas. Resulta particular el acercamiento que se hace desde su postura y sobre la tecnología a través de la cual la gente se comunica, como lazo indispensable para establecer vínculos en nuestro tiempo. Viviendo inmersos en un mundo de redes y teléfonos -un símil de mundo paralelo que genera una segunda vida dentro de la rutina social que atravesamos-, percibimos en este personaje la timidez propia de la adolescencia, el descubrimiento de los vínculos y la sexualidad y el culto a la estética desde la mirada de un coming of age afectado por lógicos conflictos. Potenciar la herramienta virtual para acercarse a las personas refleja la forma en que las generaciones jóvenes viven y se comunican hoy día, resultando éste un factor al que el autor presta suma atención. Pensando en ‘la vida en línea como un lugar que antes no existía’ permite indagar en cuestiones filosóficas complejas de asimilar. Bajo esta posible teoría de ver el mundo de hoy y conectarse con el, “Los Miembros de la Familia” captura el tema principal de su búsqueda: construir las necesidades para el mundo en que vivimos. Otra interesante observación de matiz social resulta el deporte desde la mirada sesgada de la masculindad, como tradición cultural en Argentina. Desde el absurdo del prototipo conservador y como una critica social a la pacatería de antaño, el film se cuestiona sobre el alcance del pensamiento radical en otros tiempos menos progresivos como un indudable llamado de atención y un compromiso para las nuevas generaciones. Bajo una óptica similar, la recreación en el uso de drogas y esteroides como vía de escape a la insatisfacción cotidiana se revela como un acertado retrato de la juventud y los excesos, algo que está presente en las generaciones que están en contacto aquí, persiguiendo una forma de realismo emparentada al mundo que los rodea. La relación entre los hermanos (Lucas y Gilda) resulta un aspecto esencial de la narración y en donde convergen una serie de tópicos de fructífero análisis. En los abordajes que se realiza sobre cuestiones como la depresión y la salud mental, el director denota una absoluta franqueza en evidenciar cuestiones muy presentes en la vida de adolescentes que están atravesando un duelo. Como esencial tramo del proceso, el abordar verbalmente estas cuestiones termina por liberarlos, si bien en realidad es el autor (como un auténtico demiurgo cinematográfico) quien suelta a sus personajes de dicha carga estigmatizada. A través de la profundidad de análisis que brinda, el film nos invita a reflexionar (sin despojarse de una mirada tierna) acerca de la vulnerabilidad y las debilidades que refleja esta etapa de la juventud, en plena búsqueda de la identidad, del destino y de su lugar en el mundo. La complejidad de los sentimientos expuestos facilita un acercamiento psicoanalítico: como se expresan aquella relación fraternal tamizada por la culpa, el hermetismo, la confusión y el enojo. Esta mixtura de sensaciones nos interpela acerca de las elecciones que tomamos y como nuestras experiencias afectan la forma en que procesamos/exteriorizamos los sentimientos: el misterio que rodea a cada relación y su extrañeza constituye la exclusividad de cada vínculo. Subjetivizando la mirada hacia una bienvenida libertad interpretativa de esta obra, el mensaje llegará al espectador para completar un posible sentido intelectual dentro de tantos probables, adquiriendo allí vida propia. ¿Se trata, finalmente, del suicidio de su madre? Los espacios de la casa que parecen vedados nos inclinan a pensar que sí . Otorgar la cantidad de espacios inconclusos a su desarrollo resulta una apuesta atractiva para que la película crezca notablemente en la mente del espectador.
La idea de esta película parte desde una imagen que proviene de la infancia del autor y que está relacionada a una visita que el mismo hiciera a Basavilbaso, el pueblo de origen de su padre, a partir de lo cual cuestiones referentes a su propia procedencia comenzaron a interpelar su fibra íntima. Casi dos décadas le llevó al realizador concretar este film y es por ello que, a partir de este disparador, “La experiencia judía” intenta desandar el camino de una imagen que permaneció en forma de interrogante acerca de la identidad, la procedencia y el desandar el camino acerca del exilio judío, la diáspora que terminó haciendo de esa huida su asentamiento. Estos recuerdos de viejos tiempos se instalaron en su memoria, permaneciendo hasta hoy, cobrando vida en la travesía concretada en “La Experiencia Judía”. Según la mirada del autor, aún existen lugares remotos que el mundo globalizado desconoce afortunadamente, y en aquellas locaciones el realizador reconstruye la historia acerca de la llegada de la comunidad sefaradí que huyó de la Inquisición hacia la selva de Surinam. En la obra de Kohan existe una indagación que se manifiesta a través de dos temáticas primordiales. Por un lado, del espacio y el lugar que cada uno se hace para sí y , por otro lado y en consecuencia, la posibilidad de que se pueda a partir de dicha conquista inspeccionar acerca de uno de forma más profunda, como el autor ya había plasmado en “Lluvia Cósmica”; film de su factura. Resulta paradójico examinar la convivencia de la comunidad con los indígenas que poseen una idiosincrasia africana como Surinam. Igualmente sorprendente, todo lo que ocurre en el rodaje en locaciones de Brasil nos remite a personas que hoy en día dudan de su procedencia, tienen costumbres judías y son todos descendientes de aquellos perseguidos que escaparon Inquisición. Resulta atractivo el trabajo de investigación previo que formó parte del proceso de gestación del film, se nota aquí muy intuitivo al autor en hacer una lectura pormenorizada de cada locación y potenciales protagonistas que intervendrán, como sobrado ejercicio de cine documental. En este sentido, “La Experiencia Judía” se torna una película reveladora: una historia tan desconocida como la presencia judaica en lugares tan inhóspitos y remotos invita a despertar nuestra curiosidad.
Una prodigiosa labor técnica, “They Shall Not Grow Old”, del director Peter Jackson, se propone una inédita restauración digital directa de archivos de registro fílmico de más de un siglo de antigüedad, capturados en el frente de combate de la Primera Guerra Mundial, brindándonos una nueva óptica sobre los documentales históricos. El neozelandés digitalizó, coloreó y reformuló imágenes existentes en tiempos de guerra conservadas por la British Broadcasting Corporation y pertenecientes al archivo del Imperial War Museum. Jackson recurre a crudos relatos de veteranos sobrevivientes de la Primera Guerra Mundial (audios que datan de más de medio siglo de existencia). Digitalizando efectos que reproducen ruidos del armamento utilizado, su enfoque prefiere hacer hincapié en una causa injustificada, por la que muchos voluntarios británicos darían su vida, inclusive ante la negativa familiar (jóvenes de tan solo 14, 15 años o 16 años, cuando la edad mínima oficial para reclutarse era de 19). Más de seiscientas horas de registro de archivo confluyen en un ejercicio técnicamente deslumbrante y exhaustivo en su labor de compaginación que pretende rescatar el coraje humano, allí donde la vida pende de un hilo. Gracias a la magia del celuloide, el pasado cobra vida en la emoción vibrante que destila el relato de los protagonistas, por momentos haciendo sentir tan lejana en el tiempo aquella coyuntura humana desprovista de los paradigmas que rigen nuestro presente. Por momentos reiterativa en recurrir al testimonio en primera persona que redunda las miserias vividas al frente de combate (con alevosía en truculentos detalles), nos relata el penoso día a día de un grupo de soldados dispuestos a entregar su vida por una causa tan fútil como toda guerra. Cruel realidad, si fuera necesario, también, de acabar con el sufrimiento de un par combatiente o circunstancial ‘enemigo’ herido de gravedad, elevando la propuesta a niveles angustiantes. De este modo, se convierte en una evocadora y en extremo realista -aunque redundante y anticipable- retrospectiva histórica hacia uno de los acontecimientos claves del siglo XX El cine bélico es uno de los géneros más transitados por realizadores cinematográficos y de los más convocantes en el público. Su evolución ha marcado etapas en la historia del cine y en el tratamiento de temáticas socio-políticas que actualmente vuelven a ser materia de opinión y polémica. La guerra y sus consecuencias siempre han interesado a los cineastas, conjugando las ópticas y perspectivas más enfrentadas: desde los productos de propaganda -como modalidad cinematográfica que exaltaban el heroísmo- hasta el mensaje antibelicista -que encierra un pedido de reflexión y toma de conciencia- como mecanismos válidos a través de una historia de ficción. Remontándonos a los comienzos del cine, desde la época del mudo, hubo films que abordaron conflictos bélicos desde un acercamiento más rustico y primario. Así se encuadran las visiones de David W. Griffith sobre la Guerra de Sucesión en la ultra polémica “El Nacimiento de una Nación” (The Birth of a Nation, 1915). Iniciada la época del cine sonoro, dos grandes hitos cinematográficos marcaron la pantalla en los años ’30: una visión romántica e idealizada de la guerra como “Sin Novedades en el Frente” (All Quiet in the Waterfront, 1930), de Lewis Milestone, y una dramática historia de amor en “Adiós a las Armas” (A Farewell to Arms, 1932), perfilaban un tipo de visión con la Primera Guerra Mundial como escenario, contienda que el presente documental de Jackson pretende revivir ante nuestros ojos. Si hacemos un poco de historia con ánimo crítico, encontraremos el film bélico que intenta destacar el heroísmo patriótico en la hazaña militar. Se sabe que el cine desde sus inicios ha sido un vehículo expeditivo en llegar a grandes masas de público para exponer los intereses del poder político de turno. Bajo otra óptica y durante la contienda misma, los documentales de Frank Capra “Porque Luchamos” (Why We Fight, 1942) fueron toda una toma de posición al respecto y un claro ejemplo de propaganda política. A la par existió una corriente hollywoodense, con menor ímpetu, que se volcó a cuestionar los horrores de la guerra exponiendo sus atrocidades a través del absurdo. Así, este fenómeno contó con John Ford como estandarte en “Fuimos los Sacrificados” (We were the Expendables, 1945). El mismo rigor revisionista es el que pretende acuñar el autor neozelandés, concientizándonos acerca del nulo valor humano que posee la vida. Sin embargo, no es habitual que el género documental ofrezca este tipo de propuestas, acaso pueden recomendarse como referencias imprescindibles “Prelude to War” (1942, narrado por Walter Huston) o el reciente registro inédito capturado por Alfred Hitchcock desde los mismísimos campos de concentración nazis (“Night Will Fall”, restaurado por la British Film Academy). De meritoria labor aún sin tratarse de una obra maestra, “Jamás Llegarán a Viejos” se suma como un singular ejemplar de absoluta validez. Finalmente, cabe destacar que el director de las trilogías “El señor de los anillos” y “Hobbit” dedica el film a la memoria su abuelo, quién luchó en la Gran Guerra, desde 1915 a 1919. No cabe duda que la amplia relación existente entre cine y guerra ha sido una constante a analizar entre los estudiosos e historiadores del séptimo arte. Algo queda claro, y es que el derrotero de películas es extenso y las miradas que estas han expresado sobre las contiendas bélicas son ambiguas y de lo más variadas. Eso le proporciona al género un atractivo único e inagotable
Nacido en Mendoza, en 1974, Sebastián Lelio es un cineasta, guionista y productor nacionalizado chileno. Su lente cinematográfica es una de las más interesantes que ha brindado el cine de autor a lo largo del último lustro. El reciente estreno de “Gloria Bell” valida los pergaminos de un realizador sumamente interesante de analizar. Luego del suceso de “Una Mujer Fantástica” en 2017 (película chilena que ganara el Oscar a la Mejor Producción Extranjera), Lelio realizó su transición al cine de habla inglesa, respaldando una década de trabajo en la producción de cortos y largometrajes. Su debut en el cine extranjero se llevó a cabo con la magnífica “Desobediencia” (2018), un drama protagonizado por Rachel Weisz y Rachel McAdams. Un año después, regresa a la pantalla con una película cuyo trailer promocional erróneamente sugiere una comedia romántica de lo más convencional. En absoluto, “Gloria Bell” es una delicia cinematográfica que ofrece un producto pensante, potenciando el lucimiento de la enorme Julianne Moore. Con su más reciente film, Lelio se anima a una empresa que pocos realizadores han llevado a cabo con elogiosa suerte. Filmar una remake de un propio film (algo para directores de la talla de Alfred Hitchcock o Cecil B. De Mille no fue una novedad), en este caso haciendo mención al plus que significa reversionar la propuesta mediante una transición idiomática. Al momento de su estreno, la “Gloria” original contó con la producción del cotizado -y coterráneo- Pablo Larrain (“Jackie”) y obtuvo nominaciones al Premio Oscar, en tiempos donde la talentosa figura de Lelio comenzaba a ser tomada en serio por el mundillo de Hollywood. La trama nos lleva directo hacia la pista de baile. Allí suena la canción homónima a nuestra protagonista, icónica canción de la desaparecida estrella pop Laura Branigan (también leit motiv sonoro del film de Adrian Lyne “Flashdance”, en 1983). A lo largo del film, también sonarán otros clásicos temas que animaron las discotecas de aquellos años, convirtiéndose en la banda de sonido de una generación: “Never Can Say Goodbye” de Gloria Gaynor, “September” de Earth, Wind & Fire, “A Little More Love” de Olivia Newton-John, “All Out of Love” de Air Supply y “No More Lonley Nights” de Paul McCartney. En la piel de Gloria se coloca la inmensa Julianne Moore. En el enésimo protagónico para el recuerdo que aborda en su prolífica e impecable trayectoria. Cinco veces nominada al Oscar y ganadora de la preciada estatuilla por “Still Alice” (2015), el caso de Moore es digno de destacar. En tiempos donde, a cierta edad, Hollywood suele ser lo suficientemente cruel con sus estrellas envejecidas, las divas del celuloide del pasado cuarto de siglo pugnan por hacerse de papeles de valía. Salvo, claro, que se llamen Meryl Streep. Sin embargo, allí esta Moore dignificando su talento imperecedero gracias a films recientes como “Mapa a las Estrellas” o “Suburbicon”. Su talento jamás deja de sorprendernos. Mostrando el ímpetu y la osadía necesarias como para encarnar un rol desafiante, allí está el talento de Moore, fulgurante. Se pone en la piel de una mujer llegando a sus sesenta años, en plena crisis existencial y afrontando el abismo de aquello que se busca ‘por venir’ mientras la propia existencia calcula el tiempo transcurrido perdido en la quimera de encontrar aquello que llamamos ‘felicidad’. En ese cruce de caminos se encuentra nuestra heroína, mujer maravilla de carne y hueso, que brinda sensibilidad, hondura e intensidad a un tiempo cinematográfico dominado por super héroes de plástico y esquemas argumentales acartonados. En las antípodas, Lelio es un cineasta original, que exhibe dinamismo y buen gusto estético a la hora de posar la cámara sobre su protagonista o seguir sus pasos. Y Moore se entrega al juego de ser observada y desmenuzada. La pelirroja musa de Neil Jordan en “The End of the Affair” no teme a brindar un desnudo en cámara a sus casi sesenta años. Tampoco a volver a abrir su corazón a un hombre que no estará a la altura de las circunstancias, el siempre delicioso John Turturro. El idilio que vive Gloria la despierta de un largo letargo. Vuelve a sentirse plena sexualmente y a compartir sueños a cumplir, no obstante la ilusión pronto se desvanece. Se da de bruces contra su propio vacío cotidiano, al que intenta llenar infructuosamente con nimiedades; también intenta hacer las pases con su pasado y sus vínculos. Ve a sus pares envejecer, a sus hijos crecer y se pregunta que quedó reservado para ella. Parece flaquear, pero sabe que rendirse no es una opción, y allí se convierte en la heroína de su propia fortuna, entregándose al rescate de sí misma. Reflexiva y tragicómica, “Gloria Bell” ofrece una mixtura genérica infrecuente. La espléndida Moore sabe como dotar de sutileza y honestidad brutal a más de un pasaje revelador, reflejando dudas, miedos y frustraciones con las que se identificará cualquier mujer que haya atravesado esos vaivenes del corazón. Corriendo en la persecución de su destino, hace realidad la letra de esa canción que resuena, como un mantra, en su cabeza. Este auténtico hallazgo cinematográfico dentro de la cartelera hollywoodense, posee el buen gusto y la emotividad de la que suelen carecer las licuadas propuestas románticas con aire de fábula dorada. Bravo por tu audacia, Julianne.
Dirigda por Julie Bertucelli, esta adaptación de la novela estadounidense “Faith Bass Darling´s Last Garage Sale” (de Lynda Rutledge), nos presenta una interesante metáfora que siembra sobre nosotros, espectadores y consumidores de arte, una plétora de inquietudes que exceden la gran pantalla, para cobrar simbolismo existencial. ¿Cuánto atesoran de nuestra vida, verdad y realidad aquellas obras de arte que nos acompañan durante nuestra existencia? ¿No son esos preciados objetos, acaso, silenciosos testigos de experiencias, traumas, silencios y secretos inconfesables? ¿Qué valor intrínseco portan esas obras de arte tal y como si fueran pistas que descifran los sentidos de una vida? El simbolismo cobra una fuerza inusitada: en “La última locura de Claire Darling” las obras de arte son más que valiosos objetos de colección. Son las piezas de un gran rompecabezas. Son los pedazos de su memoria. Son el alma esa gigante mansión que habita, detenida en el tiempo. Una soberbia Catherine Deneuve hurga en sus recuerdos crepusculares, como aquel inolvidable protagonista de la freudiana “Fresas Salvajes” (1956), de Ingmar Bergman. Esta búsqueda de la magdalena proustiana nos cautiva y nos interpela: ¿puede ser tan poderoso el simbolismo como para explicar el sentido (o la ausencia de éste) en una vida? ¿Cuál es el rol del arte, como silencioso testigo de esta familia disfuncional? ¿Qué sentido tiene esta bestial subasta de objetos preciados y poseedores de una huella afectiva imborrable? El arte es un salto al vacío, actividad valiente repleta de imponderables y llevada a cabo, generalmente, bajo la total ausencia de cálculos. Ser artista es un riesgo, es saltar sin red. A veces también aceptar la propia historia y su designio. El arte es transgredir, resistir, avanzar, pronunciar. Entonces, el arte es reescribir la mirada sobre el mundo bajo la pulsión del propio sentimiento. Claire, acaso, reescribe su propia mirada. Intenta hacer las paces con su pasado. Si fuera un pintor, daría su pincelada final. Si el artista debe estar dispuesto a seguir los designios de su deseo y sin perseguir un fin mercantil, ¿qué lugar ocupan estos objetos olvidados, apilados y luego rematados? Preparémonos a contemplarlo, Claire está a punto de concebir su obra maestra. Los mundos repletos de creaciones, donde el artista puede ejercer libremente su capacidad, están condicionados por los filtros del negocio del arte: galerías, museos y coleccionistas. El almacenar objetos bellos se refiere a lo que conocemos hoy como coleccionismo, una empresa que comenzó con gran éxito a partir del Renacimiento italiano, en el siglo XV. Prefigurando valores que determinan una noción cualitativa, el coleccionismo de arte en la actualidad predispone artistas seriados que producen y fabrican su arte para vender de modo masivo, sometiendo su sensibilidad a una necesidad mercantil. Aquí se encuadra la ecuación económica bajo la cual la dueña de casa planea su imponente subasta. Una obra de arte, para ser considerada como tal, no puede prescindir de tres instancias: el artista, la obra en sí y el público. El artista y su creación necesitan invariablemente de un receptor, que complete el hecho artístico, participando activamente del proceso creativo. Y aquí la película nos ofrece una profundidad magnífica, si sabemos descubrir el velo de esas capas que subyacen, bajo lo que a primera vista observamos. Una obra de arte es un objeto poderosamente cargado de valores, ideas, conceptos y cultura. Incluso, a menudo, atravesada por las ideologías imperantes, reflejo de su tiempo. Estas variables prefiguran aspectos fundamentales del arte contemporáneo: engranajes imprescindibles dentro de los procesos interpretativos de una obra. Retorno a la pregunta inicial: ¿puede la insignificancia de un objeto convertirse en portadora de una verdad reveladora? La colección de obras de arte de Claire Darling nos devuelve su eco trasladando propias experiencias y miradas del mundo a un territorio creativo pleno de significaciones. Espejo de su propia realidad y de recuerdos reprimidos, el arte codifica las experiencias de una vida otoñal atravesada por un delicado asunto familiar que Claire esconde en lo más recóndito de su memoria. Solitaria y corroída por la culpa Claire anticipó su finitud en este plano durante casi una y media de metraje. Un accidente (¿o no?) comprobará su profecía. Y un acto cotidiano se convertirá en la truculenta y cómplice mueca del destino. La película necesitará, en la penumbra nocturna de esta mansión que -por momentos- nos recuerda a la palaciega morada final de Chales Foster Kane- de un desenlace poético que maximice la metáfora: la explosión será radical y literal. Aquí no habrá ‘Rosebudes’ que puedan explicar los porqués, sino objetos bellos volando por los aires.
Interesado en el psico-drama desde los primeros tramos de su trayectoria teatral así como también profundamente influenciado por la obra de Samuel Beckett, existía en la concepción teatral de Eduardo Pavlovsky una búsqueda de estilo alejada del realismo. Su cuerpo, generaba y encontraba acciones, acaso no realistas sino equivalentes, con más fuerza dramática. Lo que él llamó “realismo exasperante”. El admirado y querido ‘Tato’, autor de “Potestad” y “El Señor Galíndez”, propuso un “teatro de estados”, más que un teatro de la representación. Su obra posee una gran cualidad visionaria y está dotada de valentía. Acaso, su honestidad ética e intelectual le significó el exilio durante la última dictadura militar. El psiquiatra (graduado en 1957), actor y dramaturgo argentino, fue fundador del grupo teatral “Yenesí”, así como autor de “Cámara Lenta”, “La Muerte de Margarite Duras” y “Globos Rojos”. Refiriéndose a sus textos, sostuvo, con plena convicción, que cada grupo y cada director, debía encontrar su propio camino autoral y, si es posible, multiplicar la obra y sus posibles sentidos. Las obras de este distinguido dramaturgo generan una inmanente atracción que estimula las tendencias intrínsecamente voyeristas del ser humano. ¿Qué hay detrás de un personaje? ¿Cómo se ensaya en el teatro? Nos inmiscuimos en ese mundo privado con absoluto compromiso y dicha impronta es la que persigue el flamante documental dirigido por Miguel Mirra -director, guionista y docente especializado en el área documental-. ¿De qué se trata el mundo pavlovskiano? Allí se aprecian las preocupaciones existenciales del propio autor, como la vejez, la muerte, el suicidio, el sexo, las mujeres. Temáticas que están omnipresentes en todas sus obras. También un exterior desfavorable para la representación cobrará vida en sus universos alegóricos; se sabe que Pavlovsky siempre dio pelea. Con cierto carácter circular que tiende a repetir la historia, en el autor los ambientes actúan como situaciones límites, desencadenando en los actores una pulsión interpretativa como escape ilusorio, pero también la necesidad de reflexionar y replantearse la existencia, acaso este ejercicio llamado “Resistir Cholo” persigue la respuesta a dichas inquietudes. Conocer y recorrer diferentes formas de interpretar, expresar y motorizar son instancias necesarias en la formación del improvisador, noción que Pavlovsky conoce a la perfección. Empero, los testimonios a los que recurre el director (Norman Briski, Ricardo Bartís, Susana Evans) pretender interpretar dichas búsquedas. Su teatro persiguió procesos que carecían de instancias previas de anticipación o premeditación. Por ende, el factor principal se valió de poseer el cuerpo y la sensibilidad prestos y entrenados como esencial herramienta. Pavlosky lo sabía: el hecho de no ceder a mandatos impuestos y tener un pensamiento crítico se adivinan como las mejores condiciones para resistir la hegemonía del poder. El teatro concebido como instrumento emancipador, a la pesquisa de estrategias de superación y supervivencia…un método infalible que prolongue su estado de libertad. Pavlovsky conoce el terreno sobradamente y “Resistir Cholo” se encarga de demostrarlo apelando a un registro documental elocuente. ¿Cómo dimensionar la importancia en el ámbito teatral del genial dramaturgo? La contundencia de su compromiso se adivina como una medida fiable.