Se trata de la ópera prima de Sabrina Moreno, que tuvo su estreno a nivel nacional por la pantalla de CINE.AR. El film podrá verse durante más de dos meses en distintas plataformas de cine virtual y su génesis se rastrea en recuerdos que se convierten en ficción, partiendo de un proceso creativo de guión basado en sueños y remembranzas de infancia y de viajes, que la directora realizó a la costa atlántica junto a su familia, en sus años de niñez y adolescencia. Teniendo como referencia fotografías de la época (pertenecientes a los años ’90), la realizadora utiliza texturas y colores que tejen analogías con las formas de relacionarse que traman sus protagonistas, factores que hablan a las claras de un cine de autor, en donde la forma se somete al contenido. La contraposición de espacios entre la naturaleza y la calma versus el vértigo de la ciudad también nos habla una búsqueda estética plagada de metáforas. En el centro del relato nos encontramos con un personaje en conflicto con su familia, en la piel de Umbra Colombo (la excelente intérprete que deslumbrara hace un par de años con “Julia y el Zorro”). Una mujer de mediana edad que ve derrumbarse las estructuras ideológicas de toda convicción, incluyendo su vocación, su pareja y su lugar en el mundo. “Azul el mar” nos muestra un universo familiar, en apariencia, sencillo que oculta complejidades. También es un viaje adentro de otro viaje. Una travesía existencial que se disfraza bajo la travesía meramente física en el traslado de esta familia hacia la ciudad de Mar del Plata. Esta óptica nos remite a la filosofía de “Fresas Salvajes” de Ingmar Bergman, y tantas otras películas que han abordado este tipo de conflictos. En su desarrollo, nos hablará del amor, del paso del tiempo, de los deseos individuales y compartidos. En el personaje de Colombo, centro gravitacional del relato, operan una marea de dudas, presa del desconcierto, que coloca en completa inestabilidad la forma en que eligió conducir su vida y su familia.
Participante de la última competencia en el Festival Internacional de Mar del Plata, esta ópera prima de nos lleva a descubrir nuevas formas y procesos de rodaje del cine independiente nacional. Sutil y sugerente, la directora nos trae una historia que habla del duelo en el núcleo de un grupo femenino. “Mamá, mamá, mamá” retrata el tránsito entre la infancia y la pubertad, poniendo en perspectiva las emociones de un momento de vida atravesado por luces y sombras. El elemento trágico que dispara la muerte de un infante resulta la puerta de entrada más directa hacia el atribulado universo personal de un personaje y su conexión con el entorno que la rodea. Allí podremos conocer el vínculo que establece entre pares de la misma edad y género, como posible metáfora de alianza y sororidad. En búsqueda de comunicar fielmente los sentimientos de sus protagonistas, el plano onírico y el elemento de fantasía sobre el cual elige desenvolverse la autora otorga al relato un bienvenido dinamismo y profundidad. Decisivo a la hora de posibilitar a la ficción cierta gama sensorial que el enfoque naturalista priva, el film se beneficia notablemente a la hora de concluir un retrato que no teme inmiscuirse en íntimos y sagrados lugares personales.
“Buenas Noches Malvinas” surge en su idea primaria en el año 2011, a partir de una entrevista realizada por la dupla de directores (Ana Fraile/Lucas Scavino) a Dalmiro Bustos, terapeuta psicodramático y nativo de la ciudad de La Plata. Dalmiro, atravesó la guerra en su rol de padre (su hijo Fabián fue enviado a combatir) y también como coordinador de un grupo de madres y padres de conscriptos; y es en esta historia de vida, y la experiencia profundamente conmovedora, el punto de partida de este logrado documental. También, rastrea parte de la historia en un programa de radio que surge a partir de este vínculo entre padres (emitido por Radio Provincia, durante el período que duró la contienda). Se trata de un emotivo material que no nos deja ajenos, con todo lo que conlleva el tramo de la guerra, transitándolo en busca de reconstruir la realidad socio-política que atravesaba el país. Bajo dicha perspectiva y echando mano a sólidos recursos técnicos, la película transcurre en tres espacios concretos prefiriendo la heterogeneidad estética: las islas registradas en imágenes y acompañadas por textos de crónicas redactadas por el propio Fabián (extraídas de su libro “Crónicas de un Soldado” y leídas con la voz en off de Rafael Spregelburd), los testimonios que forman parte de las entrevistas de investigación y la interpretación teatral espontánea. Un ejercicio audiovisual enriquecido por su mixtura a la hora de comunicar un potente mensaje, y el cual nos retrotrae casi cuatro décadas en el tiempo cuestionando toda mirada conformista, para percibir que, tanto en sus protagonistas como en el colectivo social, algunas heridas aún no sanaron.
Los orígenes de esta película datan de 2001, en tiempos donde Argentina vivía una realidad análoga al relato que plantea el libro de Paul Auster, en el cual se basa esta flamante película de Alejandro Chomski (“Existir sin Vos, una noche con Charly García”, 2013). El concepto abstracto y atemporal de la pérdida de las libertades personales nos arroja hacia un halo imaginario y distópico rodado en blanco y negro, con el cual muchos países podrían identificarse en la actualidad. El traslado de la literatura al cine siempre presenta obstáculos y desafíos sumamente estimulantes. El concepto primario que viene desde la palabra escrita y cobra vida en el formato audiovisual, obliga a tomar decisiones para lograr que ese concepto reformulado funcione correctamente. Aquí, la búsqueda de equilibrio entre la fidelidad a la obra y la marca de autor, resguarda la idea de esta totalidad macro universal. En “El País de las Últimas Cosas”, el acento idiomático representa una cultura y un país, pero su abordaje excede las fronteras y nos hablan de la condición humana. Despojarse de las etiquetas también acusa recibo en su faceta genérica: abandonar las ropas de la ciencia ficción nos coloca en el plano atemporal que contiene a la historia. En su génesis podría encumbrarse una nueva torre de babel, o construirse la próxima arca de Noé. No resulta un aspecto menor, observaremos un diseño musical sumamente cuidado, que sirve de atmósfera a este lugar mutante: una ciudad en movimiento, tal vez un espacio sin ubicación geográfica. Una travesía como disparador narrativo, una búsqueda como ancla argumental. Sin embargo, en las profundidades subyace cierta mirada acerca de la devastación del espacio habitado, cobrando magnitud metafórica.
“Ceniza Negra” es una película preseleccionada para los Premios Oscar y Goya, como representante de Costa Rica. En su amplio abanico temático, nos habla acerca de abandonar la infancia y comprender el duelo por la pérdida de un ser querido a tan corta edad. Desde los ojos de una niña, la cosmovisión se ve atravesada por un fuerte sentido de fantasía y la pérdida de la inocencia viene a romper, de cierta manera, con tal paradigma. Es válido preguntarse, entonces, como una niña enfrenta sus últimos días de infancia mientras acompaña a morir a su abuelo. Y en ese vértice emocional, el film nos habla acerca de un tiempo de transición y abandono físico. Ese soltar de ilusión, ese amarrarse al mundo real. Acaso cuando la fantasía que encuentra a la muerte. Una posible visión de la vida circular y de esa fantasía que nos protege de la realidad, a menudo insoportable. Filmada en el Caribe Sur costarricense, la realizadora realiza una investigación antropológica y sociológica del lugar; y allí, en el centro del relato, una niña que debate su visión de mundo real y su noción de fantasía. Ese plano al que se regresa en la vejez, intenta decirnos la autora, cuando la proximidad de la muerte se vuelve palpable. La partida de un ser querido dispara esta profunda exploración de la muerte desde la juventud. Quizás, la conexión tan fuerte que ella establece con los animales y con la naturaleza le otorguen la sabiduría necesaria para comprender los ciclos de la vida. “Ceniza Negra” aborda enriquecedores tópicos y nos habla sobre crecimiento, despedidas y pasajes etarios. Es tan universal y esencial como la vida y la muerte.
El proceso creativo nace en 2012, cuando, en Uruguay, una noticia impacta a los medios: se conoce la historia de dos enfermeros, que compiten entre sí, exponiendo sus motivaciones y miserias, al momento de aplicar la eutanasia a dos de sus pacientes. Sobre este caso no resuelto y la investigación policial en la que desembocó, Martín Kraut escribe un guión propio que también se basa en casos acontecidos alrededor del mundo (en Alemania, Japón, España y otros países). Este largometraje es la ópera prima de este joven director, y aborda la falta de emoción empática, la manipulación y la reacción calculada que persigue un objetivo. Buscando correr el límite de aquellos que concebimos como piedad y encendiendo la polémica, nos inserta en este laberinto moral en forma de thriller y platea un debate. La búsqueda por transmitir esta serie de inquietudes, otorga a “La Dosis” una factura loable. Reformulando el caso en el cual se inspirara, nos coloca en el centro de un dilema que examina el sistema de salud y el uso de la eutanasia. De peculiar abordaje narrativo, se aparta de otros relatos que han abordado la temática desde la ficción, invitándonos a generar nuestra propia mirada, como espectadores, frente a las distintas posiciones que pueden adoptarse acerca de la elección de vida.
La primera película cordobesa enteramente accesible, a través de la plataforma Teilú, incluye subtitulado para sordos y audio texto para ciegos. La idea de “Paraíso” parte desde un cortometraje, punto de desarrollo desde el cual la mirada de la actriz y productora del film, Marina Arnaudo, se trasluce en su historia personal como disparador para interpelar al espectador. Desde el punto de vista del personaje y su subjetividad, la película y su director (Pablo Falá) se preocupan más por la forma narrativa y el juego que establece simbólicamente con su interlocutor, a la hora de explorar la sensorialidad de sus personajes. El Valle de Traslasierra sirve de escenario para esta singular historia de reencuentros afectivos, a través de la búsqueda interior de una pareja protagonista, como vehículo de cuestionamiento a ciertos paradigmas narrativos por parte de este atípico, valiente y llamativo ejemplar.
Dos mujeres y una amistad protagonizan este drama experimental, en donde la inmensidad del océano se convierte en inesperado protagonista. Confrontarse con el océano como punto de partida creativo resulta un disparador de potentes imágenes y múltiples posibilidades. La directora se pregunta y nos interpela: ¿qué significa esa gran proyección de espacio para nosotros? La investigación personal la llevará por diversos caminos, teniendo en cuenta su dimensión mítica, literaria, académica y, también, cinematográfica. Previos documentales han abordado la temática desde un costado convencional antropológico (inevitable resulta pensar en el guiño del título a “Drifters”, el precusor documental social de John Grierson), tanto como la ficción lo ha hecho desde la reflexión metafórica. Y en esta especie de híbrido, complejo y críptico, la autora Helena Wittmann se sumerge en un período de descubrimiento, en búsqueda de captar las señales que este gigante emite, en un modo de conceptualizar la historia ficcional que toma parte en el relato. Puede la inmensidad de un paisaje traducirse en el vacío igualmente vasto e inabarcable del alma humana. Puede el mar y su magia apoderarse de la atmósfera circundante e inundarnos de sus sonidos, su fuerza y su poder de fascinación. La deriva es interior.
Según sus palabras, Victor Cruz concibe al cine como una experiencia transformadora. Y con el séptimo arte como herramienta, esta historia nace en Costa Rica, en una localidad ubicada en una península (Nicoya), donde existen comunidades conformadas por personas sumamente longevas. A partir de este dato vital, el documentalista parte en búsqueda de reconocer distintos lugares en el mundo (Cerdeña, Okinawa) con iguales características. El rodaje de la película se hizo a través de cuatro años, desde 2014 a 2017 y fue posible gracias al apoyo de distintas instituciones cinematográficas a nivel mundial. Resulta un desafío abordar un proceso de investigación enfocado en este singular hecho humano durante un período de tiempo tan extenso. Su realizador lo sabe y el resultado ha sido más que loable. Este docente de la Facultad de Cine es conocido por sus anteriores largometrajes “El Perseguidor” y “Boxing Club”, y aquí nos transmite la vitalidad y los sueños de la tercera edad; sentimientos que se ponen de manifiesto en este documental, con la intención de cambiar la perspectiva que tenemos acerca de la vejez. La alegría, la intensidad y la emoción afloran en el maravilloso mundo de aquellos afortunados que superaron la barrera de los cien años. Estrenado virtualmente a través de la plataforma CONTAR, “Que Vivas 100 Años! nos regala pequeñas fábulas sobre estos seres unidos por las ganas de vivir. Una mirada inspiradora y plena de cariño. Una manera distinta de observar la tercera edad, despojada de todo lugar común.
“Los que Vuelven” tiene sus génesis en el cortometraje rodado en 2010, titulado “La Vuelta del Malón”. Convertido en película, fue desarrollado tomando elementos propios del monte misionero para trazar una película de género fantástico, que fusiona el melodrama histórico, anclándose en un imaginario 1930. Relatándonos el devenir de una familia para la cual trabajan un grupo de mensúes, la directora Laura Casabe rompe la linealidad argumental y convierte a la historia en una suerte de ‘caja de muñecas’ de intriga, trabajando con el punto de vista y la noción de saber, en la focalización del espectador, resignificando ideológica y narrativamente lo contado al inicio. Al correrse tangencialmente del realismo narrado, la selva y su fuerza natural (también su incertidumbre climática) se convierte en un protagonista extra, donde los espíritus que la albergan se posicionan como elementos extra del relato. Un viaje sensorial, hipnótico, que sumerge al espectador en una atmósfera que se apoya en Leo Martinelli, creador de sonoridades e instrumentos propios de la zona que, en su uso, generan el tipo de sensorialidad necesaria a la propuesta. Asimismo, podemos observar una fotografía contrastada, que revela una selva lluviosa e interiores oscurecidos, en búsqueda del relato realista de época que representa, quizás inspirados en los climas lumínicos de algunas pinturas de Ernesto de la Cárcova.