Nocturna

Crítica de Maximiliano Curcio - Revista Cultural Siete Artes

Una historia hecha de trizas. Su director, Gonzalo Calzada, ensaya puntos de conexión para su propio viaje sensorial. En “Nocturna” existe algo maravillosamente inasible. Fantasmas mentales rodean a sus protagonistas. Percibimos cierta fragmentación temporal, espacios que convergen. Nos encontramos ante una propuesta radicalmente experimental. El ejercicio audiovisual llevado a cabo por el realizador de “Resurrección” (2’15) y “Luciferina” (2018) explora el resquebrajado estado mental de un personaje (el inmenso Pepe Soriano) perdiendo su memoria. Con espíritu evocativo, reflexiona acerca de la vejez, el deterioro físico, la pérdida de la identidad y el espacio reservado a las personas adultas en las grandes ciudades. Sin embargo, el autor no expone la debacle de su criatura, sino su redención, en diálogo directo con el tejido social en donde se encuadra.

Podemos trazar cierta analogía con el malestar de la cultura, tamizado a través de la mirada de Oscar Wilde y aquello de que ‘toda vida se define en un instante’. Para ello, Lozada lleva a cabo un enfoque atractivo desde lo cinematográfico, como es apropiar los recursos literarios del narrador objetivo y el fluir de la conciencia. No obstante, en “Nocturna”, el realismo muta en fantasía circunscripta al thriller psicológico. La imagen degradada nos devuelve el reflejo espejado: la carencia de humanidad nos interpela. Allí está el dispositivo cinematográfico y el misterio atávico que encierra una imagen en celuloide. Lozada, con cierto carácter filosófico, expone cierto carácter simbólico existente entre la degradación del cuerpo en relación al cuerpo de la imagen y sus texturas proyectadas en la pantalla. El suyo es un teorema audiovisual que desnuda cierta trascendencia mitológica.