Luego de romper con su novio, Jen (Katherine Heigl) decide acompañar a sus padres en un viaje a Niza, Francia. En ese atractivo paraje conoce al no menos atractivo Spencer (Ashton Kutcher), un joven que se dedica a la poco salubre actividad de matar gente por encargo. Pero ambos se enamoran, y Spencer decide abandonar su trabajo para vivir con la chica. Corte a tres años más tarde. Los recién casados viven en un típico barrio de clase media, rodeados de vecinos amigables y llevando una vida rutinaria. Pero el pasado siempre regresa: Spencer descubre que un grupo de asesinos, vinculados a un ex jefe suyo, pretende quedarse con su cabeza. Él y su esposa deberán correr por sus vidas en medio de tiros, choques automovilísticos, gags y comentarios jocosos. Asesinos con estilo pretende ser una comedia romántica de acción, al estilo de Mentiras verdaderas y Sr. y Sra. Smith, pero el resultado está muy por debajo de las dos mencionadas. Le falta onda, le faltan chistes buenos, le falta imaginación. Kutcher (también productor) está flojo, pero queda claro que lo suyo es la comedia. Katherine Heigl demuestra que es una buena actriz, y le pone garra a los momentos románticos y humorísticos. Pero, en materia actoral, las perlitas pasan por el lado de los padres de Jen. Por un lado, Tom Selleck, con el inolvidable bigote que inmortalizó —y lo inmortalizó— en la serie Magnum; aquí hace de un padre guardabosque, atento a los detalles. Por otro lado está Catherine O'Hara, otrora madre de Wynona Ryder en Beetlejuice: el superfantasma y de Macaulay Culkin en Mi pobre angelito y su segunda parte. En esta oportunidad, compone a una señora que vive pasada de copetines, pero que no por eso deja de querer a su hijita. El director Robert Luketic supo hacer películas como Legalmente rubia, su ópera prima. Es evidente que este australiano tiene talento y sabe manejar la comedia, el romance y también el drama en determinados momentos. Pero también es evidente que a la hora de filmar este film no estaba demasiado inspirado. Algo similar debió sucederle al guionista Ted Griffin, quien escribió La gran estafa y Los tramposos, dirigida por Ridley Scott. Dato curioso: Griffin y su hermano Nick corrigieron el guión de la reciente Encuentro explosivo, otra de agentes secretos, asesinos y persecuciones, pero no aparecen acreditados. Los Asesinos tendrán Estilo, pero la película, por desgracia, no.
Pocas cosas son tan inquietantes como las películas sobre exorcismos. ¿Será porque es, o supo ser, una práctica común en la vida real? Si es así, entonces quiere decir que los demonios también andan entre nosotros... El exorcista es la obra cumbre de este subgénero y del cine de terror en general, pero también hay otro ejemplos, como El exorcismo de Emily Rose y la alemana Réquiem. Estas últimas, basadas en un supuesto caso real de posesión diabólica. El último exorcismo va por ese lado. Y en clave del recurso más usado (y más efectivo) de los últimos años: el falso documental. Si bien hay grandes obras filmadas de esta manera —REC y su secuela, Cloverfield: monstruo—, ya está empezando a agotarse. Si no, fíjense en la infladísima Actividad paranormal, de la que se viene una segunda parte. Pero el film de Daniel Stamm todavía sabe valerse de la sensación de realismo e inmediatez que permite el formato, logrando momentos de tensión, que a uno se hacen mirar con la cara semitapada. Teniendo en cuenta que Eli Roth es uno de los productores, podía esperarse un producto decididamente trash, muy extremo y gore, con momentos de humor negrísimo. Pero no hay nada de eso: El último exorcismo funciona como un thriller de suspenso y como un retrato de la vida de los pueblerinos, sus costumbres, sus miserias y sus oscuros secretos. Es más, por momentos amaga con parecerse a una de Harmony Korine que a una de miedo (a veces no hay tanta diferencia). Esto no es una mala crítica, al contrario: le otorga más profundidad a la historia y a los personajes. Sí, hay algo de sangre y violencia, pero muy poca. También ayuda la casi no utilización de efectos por computadora ni de los otros. El terror es más sugestivo y todo ocurre en una casa, en un ambiente intimista. Una esencia similar a la de El exorcista, que resulta aterradora porque no sucede en un castillo embrujado sino en la casa de uno, en la habitación contigua, en un lugar donde no debería suceder nada malo. Ah, El último exorcismo nos hace una extraña revelación: los demonios —o las personas poseída, al menos— saben usar filmadoras.
Nacido en Uganda pero criado en Australia, Scott Hicks es uno de esos directores capaces de tomar una historia en apariencia convencional y convertirla en una joyita. Si bien ya había dirigido películas desde los ‘70, su consagración vino en 1996 con Claroscuro, la historia de un eximio pianista (Geoffrey Rush, en el papel que le valió el Oscar) con varios trauma personales. Luego de recibir no pocos premios internacionales, Hicks filmó Mientras nieva sobre los cedros, basada en la novela de David Guterson, un drama ambientado en estados Unidos luego del ataque a Pearl Harbour, protagonizado por Ethan Hawke, Sam Sheppard y Max Von Sidow. Si siguiente film también estuvo basada en un libro, pero de Stephen King: Nostalgia del pasado, estelarizado por Anthony Hopkins y un todavía pequeño Anton Yelchin. Tras unos años dedicado a realizar publicidades, regresó a los largometrajes con Sin reservas. En todas sus películas, Hicks muestra personas, no personajes. Seres humanos que, a pesar de sus imperfecciones, tratan de salir adelante. Además, el director hace un manejo del drama con un estilo realista, nada artificial. Esto se debe a su vasta experiencia como documentalista; lo suyo es poner la cámara y captar lo que sucede delante de ella, sin forzar las cosas (De hecho, Hicks confesó que prefiere no ensayar con los actores, para lograr más espontaneidad en el set). Esta metodología de trabajo sin dudas lo ayudó mucho a la hora de encarar De vuelta a la vida. Joe Warr (Clive Owen), un periodista deportivo inglés que reside en Australia, queda viudo cuando su esposa (Laura Fraser) muere de cáncer. Entonces deberá hacerse cargo de la crianza de Artie (Nicholas McAnulty), el hijo de ambos. Claro que no tiene idea de cómo hacerlo, así que lo suyo será una suerte de búsqueda, un prueba-y-error. Al poco tiempo aparece Harry (George MacKay, muy parecido a Ruper Grint), el hijo de un matrimonio anterior; un hijo con el que nunca tuvo relación. Joe deberá aprender a ser un padre responsable para sus dos vástagos, tarea nada sencilla. Si bien suena como un producto televisivo digno del canal Hallmark, Scott Hicks escapa a los tópicos de esos productos sensibleros y nos presenta una historia muy humana, muy palpable, sobre personas que aprenden a relacionarse entre sí para seguir adelante con sus vidas. Hay escenas duras y tristes, es verdad, pero están manejadas de manera inteligente, sin transitar los lugares comunes del género, sin recurrir a frases hechas. Curiosamente Hicks viene de dirigir Sin reservas, que tenía un argumento similar, ya que en aquella película, el personaje de Catherine Zeta Jones debe aprender a criar a la hija de una amiga muerta. Clive Owen continua demostrando que es un actos muy versátil. Así como le quedan muy bien los roles de acción, sus trabajos en films intimistas permiten mostrar su talento a la hora de lograr una gran actuación con un mínimo de recursos, sin nunca exagerar. El resto de elenco está a su altura... pero quien se roba la película es el jovencísimo Nicholas McAnulty. En las películas, los chicos tan chicos no actúan: juegan, son libres de hacer lo que quieren. Y eso es lo que sucede en el film, porque el director estuvo pendiente de cada uno de sus movimientos y reacciones para registrarlos con la cámara. Un desafío tanto para Hicks como para el elenco. El resultado es de una inmediatez y una espontaneidad que no siempre son fáciles de conseguir. Junto con James L. Brooks y Juan José Campanella, Scott Hicks es uno de los directores contemporáneos que mejor se mueve en el terreno de la comedia dramática. Esperemos que muy pronto nos conmueva con otra de sus creaciones, que siempre vienen bien en medio de tanto blockbuster.
Abundan los casos de mujeres desempeñándose como espías o agentes secretos, en la vida real —Mata Hari— y en la ficción, desde donde surge un nuevo y rudo exponente. La agente de la CIA Evelyn Salt (Angelina Jolie) planea festejar el aniversario de casados con su marido (August Diehl, de Bastardos sin gloria, otra peli reciente con espías femeninas), pero le toca interrogar a un misterioso espía ruso (Daniel Olbrychski). En un breve interrogatorio, el hombre revela información crucial: 1) Hay un complot para matar al Presidente de los Estados Unidos; 2) El responsable será un agente ruso, infiltrado desde tiempo atrás entre la sociedad norteamericana; 3) La asesina es Evelyn Salt. A partir de ese momento, la sospechosa (en más de un sentido, je), aunque dice no ser culpable, escapa de las oficinas de la CIA. Entre persecuciones, tiroteos, explosiones y atentados políticos, Salt deberá demostrar que es inocente. Pero... ¿es en verdad inocente? En la película queda claro que Angelina disfruta esta clase de personajes: mujeres fuertes, astutas, inteligentes, capaces de disparar ametralladoras, pegar saltos de un camión a otro, escapar de sus rivales como una pantera. Una rol que le sienta genial a la esposa de Brad Pitt. Durante el film, para que sus perseguidoras no puedan encontrarla, adopta distintos colores y cortes de pelo, y hasta se caracteriza como alguien del sexo opuesto. La Jolie parece haber nacido para interpretar a Salt. ¡Y eso que originalmente el papel fue pensado para un hombre! (Más precisamente, para Tom Cruise, que prefirió hacer Encuentro explosivo). Liev Schreiber está correcto, como de costumbre, y casi siempre con la misma cara. Su personaje es un colega de Salt que todavía cree en ella. El ingles Chiwetel Ejiofor también está bien en su rol de agente del FBI, pero todavía es un actor desperdiciado por las grandes producciones de Hollywood. Sí pudo lucirse en películas más chicas como Negocios entrañables, de Stephen Frears, y en Pisando fuerte, donde hacía de una drag queen. Detrás de cámara, Agente Salt involucra a profesionales con experiencia en agentes secretos. Para empezar, está dirigida por Phillip Noyce, quien filmó las exitosas Juegos de patriotas y Peligro inminente, ambas protagonizadas por Harrison Ford (Además, Noyce le dio órdenes a Angelina en El coleccionista de huesos). Por su parte, el director de fotografía Robert Elswit trabajó en El mañana nunca muere, segunda película de James Bond protagonizada por Pierce Brosnan, y la inminente Misión: imposible IV, que dirigirá Brad Bird. Y el montajista Stuart Baird cortó y pego Casino Royale. Noyce, Elswit, Baird y el resto del equipo técnico le imprimen a las escenas de acción un estilo inmediato, realista, nada estilizado, propio de los policiales de los ’70. De hecho, los efectos especiales por computadora sin imposibles de distinguir. Agente Salt está lejos de ser grandiosa, pero el carisma y la fuerza de Angelina Jolie, la labor de Phillip Noyce y las interesantes vueltas de tuerca del guión la convierten en un entretenimiento nada despreciable. Un film que, además, seguramente sin proponérselo (bueno, uno nunca sabe), coincide con al aparición de fantasmas de la Guerra Fría: unos meses atrás, en Nueva York, fueron arrestados diez sospechosos de ser espías rusos. Entre ellos, Anna Chapman, una hermosa pelirroja, prestigiosa en el jet set estadounidense, que hasta llegó a cambiar de color de pelo para confundir al FBI. Las coincidencias con el film son evidentes. ¿La vida imita al arte o qué?
En 1987, mucho antes de terminar en prisión, el director John McTiernan dirigió su primer gran éxito: Depredador. El argumento sacaba mucho de uno de los films más imitados de la historia: El malvado Zaroff, de 1932, en la que un grupo de personas se convierte en la presa de un conde aburrido de cazar sólo animales. Esta vez, el cazador es un extraterrestre de cara horripilante y peinado rastafari, capaz de camuflarse entre las plantas cual camaleón intergaláctico. Por el lado de los humanos-víctimas, un comando de élite encabezado por Arnold Schwarzenegger. Luego de un tramo muy climático en la selva de Guatemala, el film derivaba en una de acción y ciencia-ficción hiperentretenida. Los personajes van de Guatemala... a Guatepeor (y, me quedó picando). Él éxito originó una segunda parte. Estrenada en 1990, Depredador 2 no sorprendió como la primera película. Ahora la acción transcurría en Los Ángeles y el protagonista era Danny Glover. De todos modos, era divertida, y hasta anticipaba el crossover con Alien, que recién vio la luz en 2004: Alien vs Depredador tampoco es una genialidad, pero el director inglés Paul Anderson le puso garra y el resultado es más que divertido y fiel a las dos sagas. ( y si le sumamos la participación de enorme Lance Henricksen...). Hubo una secuela, Aliens vs. Depredador 2: Réquiem, que ubicaba a los mortíferos visitantes espaciales en un pueblito estadounidense. No era tan mala. Ahora, con Robert Rodríguez como productor, llega Depredadores. Por un lado, la película captura el espíritu de la primera entrega: la acción transcurre en un paisaje selvático, donde un grupo de soldados y criminales comenzarán a ser acechados por ya-saben-qué; en determinado momento aparecen trampas y otras referencias a aquella aventura con Arnold; uno de los recios protagonistas es negro, como Bill Duke y Carl Wheaters; otro personaje, de rasgos exóticos, combate contra una de las criaturas... Por otro lado, hay detalles novedosos. ¿Quién se hubiera imaginado a Adrien Brody jugando a ser Schwarzenegger, poniendo cara de malo y diciendo frases como “Nos están cazando”? Pero la elección del ganador del Oscar funciona: es el antihéroe perfecto e impensado para un film así, como ya quedó demostrado en King Kong de Peter Jackson. En cuanto al resto del elenco, la brasileña Alice Braga sigue la tradición de actrices latinas de la serie: en Depredador estaba Elpidia Carrillo; en Depredador 2, María Conchita Alonso. Topher Grace vuelve a interpretar a un nerd con un oscuro secreto. Danny Trejo hace de eterno mercenario (lo cual es buenísimo) y Lawrence Fishbourne aparece como un soldado que, de tanto lidiar contra los depredadores, quedó tocado, hablándole a amigos invisibles. El director Nimród Antal le da a su obra sanas dosis de suspenso, acción, horror gore y hasta parte cómicas, siempre con un ritmo infernal, pero no agobiante, y sin jamás abusar de los FX. La mano de Robert Rodríguez se nota en la esencia trash del producto, lo que la convierte en una película indispensable para todo fanático. ¿Depredadores representará la resurrección de la franquicia? Eso está por verse. En tanto. Podemos disfrutarla mientras esperamos más delirios explosivos como Los indestructibles y Machete.
Los viajes en el tiempo. Un concepto que jamás deja de fascinar. El cine lo utilizó innumerables veces, y dentro de varios géneros. Como en las comedias. Tal como sucede en Un loco viaje al pasado. Cuatro amigos (bah, tres amigos y el sobrino de uno de ellos), todos muy en la mala, deciden hacer un viaje a un centro de esquí; un lugar donde varios de ellos vivieron momentos importantes de su juventud. Cuando se meten en el yacuzzi de su habitación, y tras una noche de parranda, terminan viajando al pasado. Más precisamente, a 1986. Al principio, ninguno de los cuatro quiere cambiar el curso de los acontecimientos para no generar paradojas temporales, pero luego verán que será una nueva oportunidad de reparar errores del pasado y modificar, para bien, el porvenir. En el medio, miles de situaciones desopilantes. El director Steve Pink y los guionistas crearon esta suerte de versión reventada de Volver al futuro, con drogas, alcohol, desnudos y sexo, con momentos de humor escatológico, al estilo del que los hermanos Farrelly patentaron en los ’90. Además de homenajear a aquella genialidad de Robert Zemeckis (la presencia de Crispin “George McFly” Glover, por ejemplo), también hay menciones a otros exponentes del subgénero, como Hechizo del tiempo y El efecto mariposa. John Cusack interpreta a Adam, el menos anormal de los viajeros. El talentoso actor (también productor de esta obra) comenzó su carrera en los ochenta y actuó en films como Se busca novio —película que John Hughes que es homenajeada en Un loco... —, Quiero decirte que te amo y Digan lo que quieran. Dato inútil: ¿Sabían que J. C. fue la primera elección de Hughes para el papel del rebelde Jack Bender en El club de los cinco, un rol inmortalizado por Judd Nelson? El resto del elenco no se queda atrás. Rob Corddy hace de Lou, un alcohólico con tendencias suicidas que tiene la oportunidad de redimirse y cambiar su patética vida. Craig Robinson es Nick, un músico frustrado, sometido por su esposa, ante la posibilidad de retornar a su viejo amor. Clark Duke compone a Jacob, el sobrino de Adam; un nerd que se la pasa encerrado con su laptop, jugando a los videojuegos, a punto de descubrir el pasado parrandero de su propia madre. Si a todo esto le sumamos la aparición del mencionado Crispin y de Chevy Chase, que en aquella década protagonizó la saga de Vacaciones... Mejor, imposible. Como corresponde, no faltan las referencias a la cultura pop de los ’80: programas de televisión (Alf, Blanco y negro), películas (Rojo amanecer, la favorita del villano de la película, obsesionado con los comunistas), ropa... Pero, sobre todo, la música. Ya lo dijo mi colega Tomás M. Luzzani: “Es imposible hacer una película ambientada en los ’80 que tenga un soundtrack malo”. En esta oportunidad, suenan David Bowie, bandas pertenecientes al Glam Rock ochentoso —Mötley Crue y Poison, citadas de manera muy graciosa, además de "Turn Up the Radio", de Autograph—, grupos como New Order y Echo & The Bunnymen, y one hits wonders de la talla de "I Can't Wait", de Nu Shooz; "Obsession", de Animotion; "Perfect Way", de Scritti Politti, y "(I Just) Died in Your Arms", de Cutting Crew. Por supuesto, cada tema está colocado en el momento justo, no de manera gratuita. Además de ser una divertida comedia sin pretensiones, ideal para nostálgicos, Un loco viaje al pasado, al igual que las mejores películas sobre viajes en el tiempo, nos lleva a desear poder volver al pasado, arreglar nuestros problemas y que nuestro futuro se parezca a lo que alguna vez soñamos. Sin embargo, como le dicen a Adam en un momento: “Acepta el caos. La vida te tiene muchas sorpresas”.
Batman: El caballero de la noche consagró al inglés Christopher Nolan como un director como los que no quedan ni en Hollywood ni en ninguna parte del mundo. Pocos cineastas de la actualidad son capaces de combinar genialmente el sentido del entretenimiento con las ideas, el negocio con el arte. Y lo logró sin jamás traicionar sus preocupaciones: personajes obsesivos, dispuestos a cruzar el límite; tramas intrincadas, narración no lineal... Su nuevo proyecto despertó expectativas inusitadas entre los fanáticos, incluso antes de que se supiera el argumento. El origen tuvo una campaña publicitaria misteriosa: trailers que no explicaban demasiado (pero que mostraban imágenes alucinantes), videos con testimonios de especialistas en sueños, manuales para utilizar un aparato que permite adentrarse en la mente... Prometía, la película. Pero no cumplió: superó ampliamente las expectativas del más ansioso. Desde los avances podían advertirse similitudes con Matrix y sus secuelas, pero la obra de Nolan tiene un enfoque diferente: es compleja, pero no complicada; hay efectos especiales y escenas de acción, pero jamás tapan la historia; es ambiciosa, pero no pretenciosa, ya que no necesita de la saturación de referencias bíblicas y de animé en una actitud de “Miren qué inteligentes y cultos que somos”. Nada de eso. Y convendría no seguir profundizando en las comparaciones porque la trilogía de los hermanos Wachowsky perdería por goleada. Si bien hay elementos dignos de la literatura de Philip K. Dick —muy presente en Matrix, también—, El origen tiene dos influencias específicas. Por un lado, la psicología, especialmente la obra de Sigmud Freud, padre del psicoanálisis. Por otro lado, los film de James Bond, de los que el director es fanático: “Crecí viendo las películas de James Bond, que me encantaban, y viendo esas cintas de espías con esa tendencia a recorrer todo el mundo”. Claro que aquí los horizontes se amplían al mundo del subconsciente. También se pueden encontrar aspectos de otras historias de espías, como Misión: imposible, ya que Dom (Leonardo DiCaprio) lidera a un grupo de especialistas de cada materia (disfraces, técnica, etc.). Sin duda, podemos afirmar que El origen es el mejor y más original thriller de espionaje que se ha realizado. Lejos de las computadoras y otros aparatos de última tecnología, Nolan eligió darle a su film un estilo clásico, atemporal, con una paletas de colores marrones, negros, blancos, rojos y grises. Incluso los tiros, las persecuciones y las explosiones están filmadas con un estilo directo, artesanal, sin abuso de la tecnología computada, más al estilo de los ‘70. Un enfoque parecido al de David Cronenberg en eXistenZ, que también trataba el tema de las distintas realidades que se van mezclando. Uno podía esperar que una película de las características de El origen estuviera repleta de trampas para confundir al espectador (Nolan solía valerse de dicho recurso, como en El gran truco). Pero no las hay, por suerte. El argumento tiene sus partes intrincadas, pero nada está tirado de los pelos, los giros dramáticos no son absurdos ni entorpecen la narración, sino que aparecen para enriquecer la historia. Leonardo DiCaprio vuelve a demostrar por qué es uno de los mejores actores de la actualidad. Por lo pronto, sabe elegir proyectos y directores con los que trabajará. En este film, su personaje tiene varias similitudes con el que venía de interpretar en La isla siniestra: un hombre atormentado por tragedias familiares, que se mueve a través de mundos oníricos. Y una vez más, el actor logra una labor contenida, con momentos de explosión en la medida justa, sin exageraciones. Marion Cotillard interpreta a Mal, la esposa muerta de Dom, a la que el protagonista conserva en una suerte de limbo creado a base de recuerdos. La preciosísima actriz francesa sabe ser convincente como una víctima frágil y también en el rol de femme fatale. Ellen Page sigue imprimiéndole actitud a sus personajes, lo mismo que Joseph Gordon-Levitt. Tom Hardy, el nuevo Mad Max, impone presencia y carácter para las secuencias intimistas y en las de acción. Dileep Rao, luego de Avatar, continúa incursionando en universos alternativos. Cillian Murphy, Ken Watanabe y Michael Caine —que aparece muy poquito— demuestran que se sienten muy cómodos en el cine de Nolan... Pero lo más llamativo del elenco es Tom Berenguer. El veterano actor, que supo destacarse en films como Reencuentro, de Lawrence Kasdan, y en Pelotón, regresa a las grande ligas haciendo del socio de un multimillonario clave para la misión de Dom y compañía. El origen prueba que Christopher Nolan no para se superarse. Es evidente que este cineasta no tiene techo. Y, lo mejor de todo, los estudios de Hollywood están dispuestos a seguir financiando sus creaciones. Ahora está preparando la tercera y última entrega de la saga —de su saga— de Batman. Christian Bale, Michael Caine, Morgan Freeman y Gary Oldman estarán presentes, y se sabe que el Acertijo podría ser uno de los villanos. ¿Qué podemos esperar? Lo mejor. En el caso de Nolan, siempre lo mejor.
El postapocalipsis continúa siendo uno de los temas recurrentes en el cine moderno. En Portadores, los protagonistas son jóvenes en un mundo que ya no es el que era. Ellos son Brian (Chris Pine), impulsivo líder del grupo; Danny (Lou Taylor Pucci), su hermano, mucha más pensante; Bobby (Piper Perabo), la novia de Brian; y Kate (Emily VanCamp) ex millonaria amiga del resto. Los cuatro viajan a través de las rutas estadounidenses en dirección a una playa. Un lugar en el que podrán refugiarse del extraño virus que mata de a poco a los seres vivos. Aunque ellos van muy bien preparados para no contagiarse (usan barbijos, desinfectan cada lugar que tocan), no podrán evitar que las cosas se pongan muy feas. Lo que diferencia a la película de otras similares es que no hace foco en el gore, ni en las escenas de acción. El énfasis está puesto en los personajes, en cómo deben lidiar con una situación desesperante, en cómo la lucha por la supervivencia nos lleva a cometer actos de crueldad extrema, en cómo los seres humanos resultan ser más letales que cualquier amenaza exterior, en cómo es indispensable seguir luchando por mantenerse cuerdo en un lugar lleno de caos y muerte y miedo. Como dicen los cineastas españoles Alex y David Pastor, que se inspiraron en los casos de Gripe Aviar de hace unos años: “Es un mundo vacío, la población ha desaparecido prácticamente, y no hay leyes ni códigos morales que rijan las situaciones que se presentan”. Casi no se ve gente infectada, y cuando aparece, es en momentos muy específicos, nada gratuitos. Y jamás se explica en detalle cómo funciona el virus ni de dónde viene. Portadores funciona de una manera similar a los films de zombies (tiene mucho en común con Exterminio, de Danny Boyle, y también con La carretera), aunque sin monstruos devoradores de carne humana. El elenco está muy correcto, entre los que se destaca Lou Taylor Pucci, protagonista del film Impulso adolescente. Su personaje es el que trata de evitar que sus amigos se deshumanicen en pos de mantenerse con vida. Por su parte, Chris Pine, el muevo Capitán Kirk, demuestra que tiene mucha presencia en la pantalla. Portadores no será genial, pero al menos es un producto interesante, que nos lleva a pensar cómo nos comportaríamos nosotros en una situación así.
Sin dudas, Cabeza de pescado es un raro exponente del cine argentino, incluso dentro de las películas más anticonvencionales. Calvino (Martín Pavlovsky) lleva una vida gris. Trabaja como taxidermista, vive con Stella (Ingrid Pelicori), su perturbada mujer. Su hijo padece una extraña enfermedad que convierte a los chicos en peligrosos monstruos buscados por las autoridades. En ese contexto, Calvino conoce a Rosie (Laura Nevole), que le da una inyección de esperanza a su paupérrima existencia. Comenzará una relación entre ambos, al tiempo que la vida familiar del protagonista se pondrá peor. Con una estética que remite a Cabeza borradora, ópera prima de David Lynch, la directora July Massaccesi cuenta su película en clave de melodrama intimista sobre la ruptura de una familia y la esperanza del amor en un mundo cada vez más polusionado y violento. Calvino dice en determinado momento: “No sé cómo se sostiene el mundo. Es todo tan frágil...”. Un cuidado y exacto trabajo de arte y fotografía, sumado a las muy buenas actuaciones, ayudan a crear una atmósfera lúgubre y desoladora. Es muy acertado el hecho de estar filmada en blanco y negro. Según la directora, “el blanco y negro en la estética es lo que me remite a la desolación; eso que no sabés bien de dónde viene pero en un momento la empezás a sentir. Esa desolación que sienten los personajes en un mundo irreal pero a la vez tan real...”. Sólo se ven el color (verde) la droga justamente llamada Green. Si bien hay elementos de género fantástico, como los niños mutantes, nunca se los muestra en detalle —sólo garras y porciones de piel—, ya que el foco está puesto en la historia y los personajes. Luego de ser proyectada en festivales nacionales e internacionales y de ganar premios, Cabeza de pescado por fin puede verse en las pantallas argentinas. Siempre viene bien un film inusual en medio de tanto convencionalismo. Para leer la entrevista realizada a July Massaccesi en A Sala Llena, cliqueen aquí.
Miss Tacuarembó es mucho más que un musical, más que pop art rioplatense. Es alegría, es esperanza, es vitalidad, es fe. Natalia (Natalia Oreiro) pasa su infancia bailando al ritmo de “What a Feeling”, de Irene Cara —tema principal de Flashdance— y la telenovela venezolana Cristal. En Tacuarembó, Uruguay, durante los ’80, no hay demasiado para hacer, y abunda la gente autoritaria y desagradable, como Cándida, la maestra de canto. Pero Natalia (que se hace llamar Cristal) sueña con salir de aquel pantano de aburrimiento y conseguir el estrellato y la gloria. Para lograrlo, participa en el concurso Miss Tacuarembó, que le permitirá salir de sus pagos y conquistar el mundo. Con los años, comprenderá que la vida es dura, que su talento no es reconocido... pero que las metas de la niñez nunca deben perderse. El director debutante Martín Sastre le torga al film un delirio visual acorde con el género, donde no faltan los inolvidables números musicales. Uno de los más divertidos tiene lugar en el parque de diversiones con temática religiosa en el que trabaja Natalia/Cristal (Presten atención a los nombre de los juegos, como Tiro al Judas). El tono va de la comedia al drama y de ahí a lo romántico, pero todo funciona en perfecta armonía. También se usa una narración no lineal, ya que se entrecruzan tres períodos históricos. El público de alrededor de 30 años disfrutará de las referencias a la iconografía de fines de los ’80, sobre todo en materia infantil: Los Ositos Cariñosos, Frutillita, los Walkie-Talkies. También hay referencias a Madonna (así bautizan a un cabrito) y, ya en los ’90, suenan bandas como EMF y su One Hit Wonder “Unbelievable”. Además, la película satiriza a los reality shows como American Idol. En este caso, la eterna chica Almodóvar Rossy de Palma se luce como la repugnante conductora del programa “Todo por un sueño”, en el que Natalia/Cristal termina participando. Natalia Oreiro nació para estar en la película. Pocas veces pudo explotar tan genialmente su belleza, carisma, frescura y talento para el canto. Sus pasos de comedia son estupendos, pero, al igual que en la reciente Francia, demuestra que puede dar una actuación dramática y contenida. Siguiendo con el elenco, Diego Reinhold compone al amigo de la protagonista, un personaje tan lleno de energía y tan carente de prejuicios como todos los que encara este actor. Las gemelas Petriella provocan que el público las odie al verlas interpretar a dos antipáticas hermanas que fastidian a la soñadora. El inefable Mike Amigorena hace una muy divertida aparición especial como Jesús, quien no se priva de cantar y bailar. Por el lado de las aparicines especiales, Graciela Borges interpreta a una mujer poderosa de Tacuarembó, muy amante de los perfumes. Ale Sergi, cantante del grupo Miranda! y responsable de la música del film, aparece brevemente como un muchacho mudo. Sin embargo, quien despierta más sorpresa es Jeannette Rodríguez, protagonista de Cristal. Lo primero que más de uno se preguntará es: “¿Qué se hizo en la cara?”. La película hace agua por el lado de los chicos actores. Ni Sofía Silvera (la Natalia/Cristal de niña, elegida entre 800 nenas mediante un casting online) ni Mateo Capo (Carlos de niño) están del todo convincentes. Contrariamente a lo que se puede pensar, son ellos quienes tienen menos espontaneidad que los adultos. Aunque este aspecto no estropea el producto final, en absoluto. Por momentos ingenua, por momentos dura, siempre irresistible, Miss Tacuarembó dice que este mundo es complicado, horrible, devastador, pero que nunca debemos traicionarnos a nosotros mismos, que jamás debemos renunciar a nuestros sueños. Que la vida sin sueños no es tal. Que todo es posible. Que nunca dejemos de creer... ni de crear.