Las películas de invasiones extraterrestres nunca pasan de moda. Ya está viniendo una nueva camada de estos film, y el primero en llegar es Skyline: La Invasión. Jarrod (Eric Balfour) y Elaine (Scottie Thompson) su novia, visitan a Terry (Donald Faison) en su lujoso departamento en Los Ángeles. Luego de una noche de festejos y locura, despiertan en medio de un inusual episodio: varias líneas de luz surgen del cielo, provocando un efecto de hipnosis en las personas para luego absorberlas. Los culpables: criaturas de otro planeta que vienen a buscar seres humanos para fines muy oscuros y desagradables. Los protagonistas deberán sobrevivir en medio de un contexto bélico con los alienígenas. La película está contada desde el punto de vista de estos personajes, y trata de hacer hincapié en la tensión entre ellos. Sin embargo, son opacados por las naves espaciales, los monstruos gigantescos similares al de Cloverfield, las batallas propias de Día de la Independencia y la mencionada luz que cautiva a los humanos (y hasta puede dotarlos de extrañas capacidades). También se hace evidente la influencia de Sector 9, principalmente por el uso de cámara en mano para lograr realismo. Sin dudas, la genial creación de Neil Blomkamp pesará en las películas con ET’s que se estrenen en los próximos años. Siendo veteranos en el rubro de efectos especiales, los hermanos Greg y Colin Strause venían de debutar como directores en la entretenida aunque olvidable Alien Vs. Depredador 2. En Skyline reinciden con los extraterrestres, pero esta vez se trata de un proyecto más personal. Proyecto que les podría constar más caro que el presupuesto destinado a filmar la película. En 2009, los Strause estuvieron a cargo de los FX de otra epopeya sobre un ataque intergaláctico: Battle: Los Ángeles, que se estrenará en marzo. Al parecer, los hermanitos tomaron más de una idea para su segundo opus. Skyline no deja de ser un film pequeño, es verdad, pero su ritmo frenético y el sabor a película clase B lo vuelven un pasatiempo muy digno. Además, nos enseña que si un día despertamos y hay unas lindas lucecitas provenientes del cielo, mejor salir de allí.
Los cuentos y novelas del escritor Robert E. Howard (todas pertenecientes al género de fantasía con elementos de horror) supieron nutrir bastante al cine. Por ejemplo, Conan, su personaje más famoso, inspiró las películas Conan, el bárbaro y Conan, el destructor, ambas con Arnold Schwartzenegger. Ahora llega otra de sus recordadas creaciones, y una de las que no había tenido versión cinematográfica: Solomon Kane. Al principio de la película —que está ambientada en el siglo XVI—, Solomon (James Purefoy) es un Capitán que sólo sabe robar y matar a quien se le cruce, como una máquina asesina. Cuando se cruza con Guadaña, un enviado del Infierno que pretende llevarse su alma, combate contra el ser y logra escapar. Pero ahora pasa a llevar una vida de paz y redención. El regreso a la violencia atraería a la criatura del Averno. Todo parece marchar bien para el protagonista, sobre todo cuando entabla amistad con una familia bondadosa, principalmente con Meredith (Rachel Hurd-Wood), la hija del clan. Pero el idilio no dura demasiado: casi toda la familia es asesinada, y la muchacha, secuestrada por unos saqueadores que responden a un misterioso y temible jinete de carácter sobrenatural. Entonces Solomon deberá recurrir a sus viejas técnicas de muerte para salvarla a ella... y a su propia alma. Una historia del subgénero Espada y Hechicería que no muestra nada nuevo, pero sale adelante gracias a un guión que abunda en tragedia, oscuridad, drama (no hay humor en todo el film, cosa que por momentos tal vez hubiera sido necesario), y gracias a escenas de acción espectaculares pero que tampoco se llevan por delante la película. Las secuencias de pelea, con mucha, monstruos y hombres violentos y feos, remite a la estética de Pacto de lobos, joyita de culto dirigida por Christophe Ganz, que mezclaba bestias asesinas, intrigas palaciegas y peleas de kickboxing. Esto se debe en parte a que ambas películas tienen el mismo productor (Samuel Hadida) y el mismo director de fotografía (Dan Laustsen). Tampoco hay que desmerecer el correcto trabajo del británico Michael J. Bassett, quién sabe de contar historias de fantasía y terror de época, ya que había dirigido la interesante Deathwatch, ambientada en la Primera Guerra Mundial. Con el sobretodo, el sombrero, el pelo largo y la cara de recio, James Purefoy luce igual a Hugh Jackman en Van Helsing: Cazador de monstruos. El actor que interpreta a Wolverine sigue teniendo más carisma y presencia, pero al menos Cazador de demonios no abusa de los efectos especiales por computadora. Volviendo a los actores, se lucen brevemente (porque no aparecen mucho en pantalla) Pete Postlethwaite, Alice Krige, Jason Flemyng y el inoxidable Max von Sydow. Una película que no será un clásico como las de Conan, pero que bien vale la pena verla para entretenerse un rato y conocer otro personajes del mismo creador.
Luego de seis vibrantes aventuras, llegamos al final de la saga. Bueno, casi al final, ya que esta es la parte 1 del final. Desde el vamos hay una fuerte diferencia con respecto a las anteriores: la acción no transcurre en Hogwarts, la escuela de magia y hechicería. Esta vez, Harry, Hermione y Ron andan por territorio muggle (humano), como Londres, también en parajes boscosos y otros lugares no del todo seguros. Por eso esta película funciona como una road movie vibrante, paranoica, impredecible, introspectiva pero no aburrida. Ni Daniel Radcliffe ni sus dos jóvenes colegas serán unos genios de la actuación, pero nacieron para interpretar sus personajes, al punto que pudimos verlos crecer a lo largo de las películas. Ron es quien se destaca por sobre los otros dos, por el nivel de complejidad que el personaje deja en evidencia: su amor secreto por Hermione, los celos que siento por Harry, el complejo de inferioridad que suele disfrazar con humor. De todas maneras, es verdad es este tramo de la película queda un poco largo y por momentos le resto un poco de ritmo al todo. Se nota que, para poder sacra dos films de un mismo libro, incluyeron escenas que normalmente no tendrían en cuenta a la hora de hacer un solo largometraje. Este detalle no estropea el resultado final. Sigue habiendo, magia, misterio, ahora en un contexto más apocalíptico, debido a que los seguidores de Voldemort están en las altas esferas. A la mayoría de los actores del impresionante elenco estable (Alan Rickman, Ralph Fiennes, Helena Bonham Carter, etc.), se suman Billy Nighy como Rufus Scrimgeour, perteneciente al Ministerio de Magia, y Rhys Ifans haciendo de Xenophilius, padre de Luna, compañera de Harry pieza importante en uno de los elementos cruciales de la historia: las reliquias de la muerte que se mencionan en el título. También regresa John Hurt en el papel de Ollivander, vendedor de varitas mágicas, y Dobby, el servicial elfo visto en Harry Potter y la Cámara Secreta, siempre con la voz de Toby Jones. Salvando una escena en la que Voldemort y sus secuaces discuten sentados a una mesa, casi todos estos secundarios de lujo tienen poca participación en pantalla, y algunos casi ni hablan (por ejemplo, Matthew Lewis tiene una escena de segundos y dice unas cinco palabras, pero igualmente vino a presentar el film a este país). Es verdad que los pocos minutos que aparecen, estos grandes de la interpretación hacen gala de su enorme talento, sobre todo Nighy y Alan Rickman. Como desde Harry Potter y la Orden del Fénix, el director David Yates hace un trabajo muy bueno, con bastante uso de cámara en mano en las escenas más intensas ya sea por las actuaciones como por las persecuciones y peleas. Yates supo expandir el tono y la imaginería que Alfonso Cuarón instauró en Harry Potter y el Prisionero de Azkaban, tal vez la mejor de la serie. Esta Parte 1 de la séptima película funciona como un prólogo de lo que ocurrirá en la Parte 2, a la que sus creadores definen como “una película de guerra”. Habrá que esperar hasta julio de 2011 para saber si eso es cierto y Harry por fin podrá vencer a su archirival... y estudiar tranquilo.
El neurótico Wally (Jason Bateman) y la bella Kassie (Jennifer Aniston) son buenos amigos en vísperas de los cuarenta. Ella está decidida a ser madre, pero sin casarse ni formar pareja debido a su descontento con los hombres; por eso usará la inseminación artificial. Para eso, organiza una fiesta de fecundación (¿?) en la que recibe la donación de espermas por parte de Roland (Patrick Wilson), un galanezco profesor de Literatura. Accidentalmente, Wally tira lo donado por Roland y decide reemplazarlo por su propio esperma. Años más tarde, Kassie regresa a la ciudad con Sebastian (Thomas Robinson), su hijo. Wally descubrirá que el chico nació con muchas de sus extrañas costumbres (es igual de neurótico, para empezar), y también se dará cuenta de lo que realmente siente por Kassie. Basada en un cuento de Jeffrey Eugenides (autor de la novela Las vírgenes suicidas, que dio pie a la excelente ópera prima de Sofía Coppola), Papá por accidente es una comedia romántica —y a veces dramática— con elementos de cine indie norteamericano y los prototípicos personajes neoyorkinos de clase media en conflicto permanente con las decisiones que deben tomar en sus vidas, al estilo de Woddy Allen antes de filmar en Europa. Sin dudas, el punto más alto reside en Jason Bateman. Este actor, productor, guionista y director comenzó su carrera de niño, en programas como La familia Ingalls, y tuvo su etapa como ídolo adolescente (llegó a protagonizar Muchacho lobo 2). Al igual que Patrick Dempsey, de su misma generación, supo reinventarse no como galán maduro pero sí como un actor respetado, mayormente de comedia, a partir de la serie Arrested Development. Luego se consolidó como un secundario de lujo en films de la talla de Viviendo con mi ex y La joven vida de Juno. Aquí se luce como un hombre de conductas extrañas, que debe mantenerse callado para preservar lo que más ama. Jennifer Aniston tampoco está mal. Si bien no llega a ser una gran actriz, tiene ese algo que cautiva, que hace que la queramos y que nos gustaría tenerla de novia. En esta película compone a una mujer segura de sí misma, dispuesta a ser madre pese a no haber conocido al gran amor de su vida (aunque lo tiene al lado). La química y la relación entre Bateman y Aniston en pantalla recuerdo un poco a la de Billy Cristal con Meg Ryan en Cuando Harry conoció a Sally, película que también hablaba sobre la amistad devenida en amor y cómo existe el temor de estropear esa amistad confesando los verdaderos sentimientos. Siguiendo con lo actores, tampoco hay que olvidar a los secundarios de lujo: Jeff Goldblum, Juliette Lewis y Patrick Wilson. Los primeros dos interpretan a los típicos amigos y consejeros de los protagonistas, mientras que el tercero es el enamorado de Kassie. Papá por accidente se sostiene en base a las actuaciones y a determinados chistes y escenas, pero decae en el final. Para muchos resultará predecible, pero es verdad que pudo haber tenido una resolución diferente, o por lo menos, no tan vista. De todos modos, e una muy buena opción para ver en esta época, sobre todo si no pueden ir al Festival de Mar del Plata.
Sin dudas, Ben Affleck es mejor director que actor. Un narrador clásico, que pone a la historia y a los personajes por encima de todo; pero sobre todo, un realizador con una visión personal, un autor a seguir. Atracción peligrosa (título que acá le pusieron a The Town) es una prueba de ello. Si bien la historia es muy conocida —un criminal (más precisamente, un ladrón de bancos) que encuentra la oportunidad de redimirse cuando se enamora de una chica que tuvo como rehén—, está en el cómo el encanto de la película. Primero que todo, funciona como un fresco de los suburbios de Boston: la idiosincrasia de su gente, la familia, los amigos, los “buenos”, los “malos”... Pero, sobre todo, la importancia que se le da a los códigos. Por más terribles que sean los actos que uno cometa, mucho peor es ser un soplón (“Ratas”, como le dicen los lugareños). Por supuesto, además del drama y el romance hay tiroteos y persecuciones digas del mejor William Friedkin. De hecho, estas secuencias están filmadas con un tono realista, sin florituras ni movimientos de cámara delirantes. Ya mencionamos las prioridades del Ben Affleck director. ¿Y B.A. como actor? Esta vez, a diferencia de Desapareció una noche, su ópera prima, protagoniza su propio film. No está mal. Dentro de su limitado rango actoral, se desempeña muy bien. Una labor naturalista. Ayuda bastante el hecho de que se haya criado en Boston, en los mismos lugares que retrata en sus creaciones (que incluyen el guión de En busca del destino, que escribió con Matt Damon y que les mereció el Oscar por ese rubro). Mejor es el trabajo del resto del elenco. La actriz inglesa Rebecca Hall, con su talento y su belleza simple, no inalcanzable, cautiva a Dough —el personaje de Aflleck— y al espectador. Jon Hamm, famoso por su Don Draper de la serie Mad Men, interpreta a un agente del FBI tras la pista de los asaltabancos. Hamm está cada vez más en boga, al punto que se lo relacionó con la nueva película de Superman que prepara Zack Snyder. Pete Postlewhite y Chris Cooper aparecen pocos minutos, pero se lucen en el rol de semidioses en el arte de los atracos (aunque Cooper, quien encarna al padre de Dough, esté en prisión, donde la pasa muy mal). Jeremy Renner merece un párrafo aparte. Si bien actúa desde hace tiempo, su rol del sargento William James en la Oscarizada Vivir al límite lo consagró como un actor clase A. En Atracción peligrosa le pone el cuerpo y el alma a Jem, amigo —casi hermano— de Dough; un hijo pródigo de esa zona, un individuo salvaje capaz de explotar en cualquier momento, pero también un ser humano con principios, dispuesto a dar la vida por los suyos, como toda persona con algo de códigos. Al verlo ajusticiar a quien se le cruce, ametralladora en mano, hace pensar en que estamos ante la reencarnación de James Cagney. Otra actuación intensa la de Renner, quien será visto próximamente en Misión Imposible 4, en lo nuevo de Paul Thomas Anderson y en la esperada película de The Avengers, como Hawkeye. Atracción peligrosa tiene serias chances de obtener varias nominaciones a los Oscar. Claro que uno nunca sabe hasta que llega el día del anuncio. Pero sí es seguro que en Ben Affleck hay un director a seguir. Esperemos verlo más detrás de cámara que delante (ojo, todo bien, pero...)
Podés subir comentarios, fotos, videos. Facilita reencuentros, posibilita nuevas amistades. Sirve como herramienta de promoción y, sobre todo, de ocio. Es una fiesta virtual a la que todos estamos invitados, y también un paraíso para psicópatas obsesivos. Lo usan desde niños hasta abuelos. Llegó hace poco y cambió nuestras vidas, para bien o para mal. ¿Alguien duda de que haya un antes y un después de Facebook? Ahora tenemos la posibilidad de conocer cómo empezó este fenómeno, y descubrir al genio detrás del asunto: Mark Zuckerberg. Claro que, como suele suceder con las mejores obras, de fondo podemos encontrar historias interesantes, a veces cómicas, casi siempre trágicas. David Fincher vuelve a demostrar que, junto a Zack Snyder, es el mejor director estadounidense surgido del corazón de Hollywood durante los últimos veinte años. En Red social, pese a que los avances tecnológicos son uno de los temas centrales, casi no hay siquiera planos de pantallas de monitores, y la puesta en escena es bien clásica, sin movimientos de cámara alocados, pero muy precisa. La estructura es no lineal, ya que va y viene entre oficinas de abogados (cuando la relación entre los protagonistas se vuelve pésima) y los cuartos de Harvard y California. Si bien la película es un drama sobre hechos y personas, hay elementos de thriller, sobre todo cuando los personajes principales son acusados de plagio o son acosados por ex novias algo alteradas o empiezan a traicionarse entre sí. En estos casos, la música a cargo de Trent Reznor (vocalista e ideólogo de Nine Inch Nails) contribuye a generar un clima oscuro e impredecible. Recordemos que Fincher se hizo de un nombre dirigiendo thrillers de suspenso, empezando por la excelente Pecados capitales. Por supuesto, es difícil conseguir un buen resultado si no se cuenta con un guión sublime. Aaron Sorkin no sólo es un escritor de talento envidiable; también es un maestro a la hora de retratar las intimidades de instituciones poderosas y respetadas, no importa lo horrendos que sean esos detalles íntimos. Si no, chequeen films como Cuestión de honor y la serie The West Wing. Aunque Facebook es el eje de Red social —que se basa en el libro Multimillonarios por Accidente, de Ben Mezrich—, Sorkin cuenta una historia de amistades que se rompen; de como las puñaladas por la espalda se vuelven habituales en el mundo de los negocios, sobre todo cuando hay en juego cifras monstruosas. Es la historia de una creación que supera a los creadores, de egos descontrolados. Además, Sorkin pinta un fresco de las prestigiosas universidades del Primer Mundo, con sus fraternidades, sus ritos de iniciación, los excesos, las influencias, el poder. Jesse Eisenberg ya era un actor talentoso, con una apatía tierna como rasgo característico de sus personajes. Pero su interpretación de Mark Zuckerberg es la mejor de su corta carrera. A Zuckerberg no se lo retrata ni como un ángel ni como un demonio. Es un joven genio, arrogante, pero también un muchacho lastimado, cosa que lo vuelve resentido y le da impulso a concretar sus más locas ambiciones. Y Aunque construye un imperio desde un cuarto de la universidad, Mark Z. sólo quiere ser aceptado por sus pares (sobre todo, por las chicas). Algo así como un Charles Foster Kane contemporáneo. Pero terminará perdiendo mucho de lo que más ama. Lo dice el slogan: “No haces 500 millones de amigos sin ganarte algunos enemigos”. Justin Timberlake hace de Sean Parker, famoso por crear Napster, el programa de descarga de música que le valió juicios y odios por parte de la industria discográfica. Parker es tan soberbio y brillante como Zuckerberg, pero también es más sensual y sexual, y su visión de los negocios impulsa el crecimiento de Facebook. Al igual que Eisenberg, aquí la estrella pop tiene el papel de su vida. De hecho, en distintos foros están pidiendo que lo nominen al Oscar como Actor de Reparto. La película también es una buena oportunidad para ir conociendo a Andrew Garfield, el nuevo Peter Parker en la próxima película de El hombre araña. Aquí encarna a Eduardo Saverin, socio de Zuckerberg, sobre todo en el aspecto financiero, antes de pelearse a muerte con él. Un actuación correcta y sobria, la de Garfield (que no es ningún gato adicto a las lasagnas). Caso curioso es el de Armie Hammer, que interpreta dos personajes: los gemelos Cameron y Tyler Winklevoss. A la buena tarea del actor se suma el prodigio técnico, porque es imposible distinguir el trucaje. Sin dudas, las mejores escenas de un actor haciendo de hermanos gemelos desde Pacto de amor, de David Cronenberg. También aparece Rooney Mara en un rol pequeño pero crucial: es la ex novia de Mark, la que lo abandona por no entenderlo; pero gracias a su incomprensión ayuda a la génesis del LibroCaras. Hasta hace poco, Mara sólo era conocida mínimamente por protagonizar Pesadilla en la calle Elm, pero actualmente interpreta a la nueva Lisbeth Salander en The Girl with the Dragon Tattoo, remake hollywoodense de Los hombres que no amaban a las mujeres, policial sueco basado en el bestseller de Stieg Larson. En The Girl... también está siendo dirigida por Fincher. ¿Es preciso ser usuario de Facebook o al menos saber qué es para entender la película y no quedarse afuera? A esta altura, ni nuestros abuelos son ajenos a la existencia de Facebook. También es cierto que si Fincher, Sorkin y el resto del equipo técnico y artístico filmaban la historia del creador de, por ejemplo, los escarbadientes, el resultado no hubiera sido menos fascinante. Red social es una de las películas del año y una de las favoritas —si no es LA favorita— para llevarse varios premios Oscar el año próximo. Veremos qué sucede en los próximos meses. Por lo pronto, empezó a marcar tendencia: ya se habla de un film sobre Google. No sería extraño que quieran hacer algo acerca de Twitter, también. ¿Y con Youtube como tema central? Si detrás de cámara se involucra gente capaz, los resultados pueden ser igual de positivos. Internet da para todo. ¿A cuántas personas les gustará esta nota? (cliquear debajo del e-mail)
Podría haber sido un thriller común y silvestre de no ser por el magnánimo director Anton Corbijn. Este holandés comenzó su carrera en la adolescencia, como fotógrafo de bandas de rock. Luego pasó a dirigir videoclips de agrupaciones como Echo and the Bunnymen, U2, Johnny Cash, Nirvana y Metallica. Su trabajo más legendario es con Depeche Mode, al punto de definir la imagen del grupo desde el disco Music for the masses. Su ópera prima también está vinculada a la música: Control narraba las últimas horas de Ian Curtis, vocalista de Joy Division, con quienes también colaboró en su momento. El estilo visual de Corbijn se basa mayormente en un envidiable uso de la fotografía en blanco y negro, que le da a la imagen una impronta realista, a veces sexy, a veces peligrosa, siempre irresistible. El ocaso de un asesino, su segunda película, toma distancia del rock y el pop para adentrarse en una historia de género. En una entrevista, Corbijn contó qué le atrajo del proyecto: “Quería encontrar una película diferente. Me fijé en diferentes géneros hasta encontrarme con el libro original en el que había una historia de redención. También me di cuenta de que era un buen marco para desarrollar un western o un spaguetti western”. Y se nota la influencia de aquellos films: planos generales de montañas, cerros, nieve, bosques; primerísimos primeros planos y hasta una suerte de duelo al final. Ah, y en un televisor pasan Érase una vez en el oeste, de Sergio Leone, abanderado de los Spaguetti. Sin embargo, el estilo elegido por el director es tranquilo, concentrándose en los personajes y en la historia. Algo que ya se veían en sus fotografías, donde suele aparecer gente común en actitudes relajadas, lejos de la rutina. No es una sucesión de persecuciones, tiros y cosas que explotan. Se nota que a Corbijn le dieron libertad creativa, por suerte. Anton C. también fue muy inteligente al darle un toque atemporal. Es más, sin la presencia de tecnología moderna, como celulares y LCDs (aparecen muy poco, de todas maneras), la acción podría transcurrir en los ’60 o ’70, período en el que, además de los mencionados spaguetti westerns, se filmaron los thrillers europeos más recordados, empezando por El samurai, protagonizado por Alain Delon y dirigido por Jean-Pierre Melville. Otro de los puntos altos reside en George Clooney —también productor—, en una de sus actuaciones más introspectivas y misteriosas. De hecho, habla poco y casi no sonríe durante la película, sobre todo en la primera hora, cuando su personaje todavía no entró en confianza con el Padre Benedetto ni con Clara. Hablando de ellos, los actores que los interpretan no se quedan atrás de Clooney. Paolo Bonacelli compone a un sacerdote viejo, pero muy experimentado a la hora de reconocer pecadores... y de perdonarlos. Observación curiosa: Bonacelli tiene un aire a Alfred Hitchcock. Si a eso le sumamos que George C. es el Cary Grant de los últimos tiempos... En cuanto a Clara, Violante Plácido le pone el cuerpo (¡y qué cuerpo!), y es sin dudas la revelación. Una caliente escena entre ella y Clooney provocó que El ocaso... fuera calificada con una R (para ser visto por mayores de 18 años). El ocaso de un asesino es más que la típica historia de agentes secretos. Es la historia de alguien que quiere ser libre, pero que sigue esclavizado a un peligroso estilo de vida. Esperemos que Corbijn sigua filmando largometrajes con esa mirada tan audaz y original que lo hace único.
Zack Snyder es uno de los directores más talentosos, imaginativos y valientes dando vueltas por Hollywood. Basta con recordar sus trabajos anteriores. El amanecer de los muertos (remake de aquella obra maestra de George A. Romero, a la que logra igualar en calidad, 300 (basada en el comic de Frank Miller) y Watchmen: Los vigilantes, genial adaptación cinematográfica de la excelente novela gráfica de Alan Moore y Dave Gibbons. Ga’ Hoole, la leyenda de los guardianes también tiene tu fuente original en otro formato, como lo son las novelas de Kathryn Lasky. Pero la novedad es que, a diferencia de las tres películas mencionadas, su nueva obra es de animación digital y está orientada al público más infantil... pero no tanto. Las batallas cuerpo a cuerpo entre los búhos y lechuzas —violentas, pero sin sangre— no la hacen apta para niños de seis años, pero sí para los de diez en adelante. El guión, que junta varios de los libros en una hora y media de película, funciona bien, y los elementos de tragedia griega (Soren debe enfrentarse a Claude, su propio hermano, vinculado a los nada amigables Puros) siempre aportan complejidad a una trama. Se nota que, pese al target al que apunta, es un film de Snyder: hay peleas en cámara lenta, un ritmo frenético pero no cansador, y personajes que deben luchar y sobrevivir en un contexto apocalíptico. La película fue pensada para ser vista en 3D, y se nota. Las secuencias de vuelo de las aves, las batallas y otros momentos espectaculares quedan realzadas gracias al formato de tercera dimensión. Como sucede en Avatar, la historia es buena pero no llega al nivel del aspecto visual, pero igual puede disfrutarse. Ga’ Hoole demuestra que Zack Snyder tiene con qué hacer una de animación para un público más joven. De todas maneras, sus fanáticos esperamos con ansias el estreno de Sucker Punch (que en Argentina llevará el nombre de Mundo surreal), a la que el director define como Alicia en el país de las maravillas, pero con ametralladoras. ¿Falta mucho para marzo de 2011?
Por suerte para el público cinéfilo, el cine argentino más industrial sigue apostando a películas de género, que no subestiman al público, pero que tampoco se pasa de intelectual y elitista. Como lo fuera El secreto de sus ojos (salvando las distancias, claro), Sin retorno se encuentra en ese ideal término medio. Matías (Martín Slipak), un prometedor estudiante universitario, atropella a un joven en medio de la noche. En vez de socorrerlo, huye y finge que nada sucedió. La víctima muere y la sospecha recae sobre Federico (Leonardo Sbaraglia), un ventrílocuo que había tenido un roce con el muerto debido a que piso su bicicleta. Ese será uno de los equívocos y mentiras que afectará a los protagonistas de la manera más terrible. Mezcla de drama con thriller, Sin retorno es la ópera prima de Miguel Cohan, otrora asistente de dirección de Marcelo Piñeyro. Cohan —quien escribió el guión junto a su hermana— tiene un estilo de contar clásico, sin adornos (“en un tono realista y seco cercano al realismo norteamericano de los años 70”, contó él mismo), explicando y callando según corresponda, con un interesante manejo de la tensión y del sentido de la elipsis, sobre todo en un momento muy específico. Pero el punto fuerte de la película está en las actuaciones. Leonardo Sbaraglia sigue demostrando que le gustan los riesgos. Aquí compone a un hombre común al que las circunstancias lo llevan derecho al infierno, del que logra salir convertido en un individuo con prioridades algo oscuras. Como dos interpretaciones del mismo personaje. Junto a Nazareno Casero, Martín Slipak es EL actor argentino de menos de treinta años. Esta vez le toca un rol cercano al Raskolnikov de la novela Crimen y castigo, un ser atormentado por la culpa pero incapaz de aceptar las consecuencias de sus actos. Luis Machín y Ana Celentano encarnan a sus padres, quienes son capaces de cruzar los límites para cuidar a su hijo y, sobre todo, preservar el status quo (de aquí se desprende una crítica a la clase media y sus valores). Arturo Goetz y Daniel Valenzuela aparecen en papeles mínimos pero importantes. Por el lado de España (el film es una co-producción, por lo que es lógica la presencia de un actor o actriz de nacionalidad española), Bárbara Goenaga interpreta a Natalia, esposa de Federico. Y hablando de Federicos, no podemos olvidarnos del inoxidable Federico Luppi, quien le pone el cuerpo y el alma al padre del muchacho asesinado; un hombre que, en su búsqueda de justicia, llega a cometer un gran error. Sin retorno es una muy buena muestra de que en este país se pueden hacer muy buenas obras de género desde una estructura industrial. Que una buena historia bien contada atrae al público. Además, la película es perturbadora porque lo que sucede en ella puede pasarnos a cualquiera de nosotros.
En 2005, los espectadores del mundo se estremecieron con El descenso, la historia de un grupo de seis mujeres que se internan en una red de cavernas inexploradas y terminan enfrentándose a hordas de monstruos hambrientos. La película fue dirigida por el talentoso director británico Neil Marshall (Dog Soldiers, Doomsday: El día del juicio), uno de los referentes del cine de terror del nuevo milenio, junto a Eli Roth, Alexandre Aja y Rob Zombie, entre otros. El éxito del film dio pie a la inevitable secuela. Esta vez Marshall se desempeña como productor ejecutivo, y quien debuta en la silla de director es Jon Harris, editor de la primera entrega y habitual montajista de Guy Ritchie, Matthew Vaughn y Danny Boyle. El descenso 2 comienza justo donde termina la anterior. Luego de sobrevivir a las bestias subterráneas, Sarah (Shauna Macdonald) debe volver a las profundidades, esta vez acompañada por un reducido equipo de rescate en busca de posibles sobrevivientes. Por supuesto, encontrarán horror puro e interminable. El punto en contra de esta película es que ya no hay sorpresas, no hay novedad. Ya sabemos en qué consiste la amenaza y qué se propone (devorar lo que tengan enfrente, nada más). Pero la historia es muy entretenida, y hay sangre, muertes, sustos, resentimientos entre dos de las protagonistas (asuntos de infidelidad), desesperación y criaturas espantosas a granel. También aparecen imágenes y referencias a la primera parte, para todo aquel que no la recuerde o que directamente nunca la haya visto. Lo interesante aquí es que los personajes femeninos —que son varios— no se dejan deglutir por las bestias así nomás, lo que sucede en las películas de terror promedio, sino que les hacen frente. Resultan ser guerreras; como Ripley (Sigourney Weaver) en la saga de Alien, pero del subsuelo. Este detalle la convierte en una gema para el público más feminista. Sin bien no agrega demasiado al género, El descenso 2 es una buena oportunidad para pasar un rato (des)agradable... siempre y cuando no sean claustrofóbicos.