En 2001, Dreamworks Animation irrumpía en el mercado de la animación digital con Shrek. Si bien la técnica distaba de alcanzar la calidad de los films de Pixar, la propuesta no podía ser más novedosa: el personaje del título es un ogro ermitaño, de hábitos poco y nada higiénicos, que viven en un mundo de cuentos de hadas, pero trastocado de manera anticonvencional, irónica, muy alejada del estilo light impuesto por Disney [1]. En ese contexto se hará amigo del verborrágico Burro y conocerá el amor a través de la princesa Fiona. El éxito comercial y artístico fue monstruoso, al punto de que generó varias secuelas. Shrek 2 trasladaba la acción del pantano a el reino de Muy Muy Lejano y sumaba a otro personaje clave: el Gato con Botas, portador de una mirada capaz de enternecer a las piedras. Shrek Tercero, por su parte, involucraba en la historia al Rey Arturo. Ahora llega Shrek para siempre, anunciada como el capítulo final de las aventuras de estos personajes tan divertidos como políticamente incorrectos. Shrek está aburguesado. Casado, con hijos, esclavo de la rutina... Después de todo el “y fueron felices para siempre” no era tan atractivo como sonaba. Luego de un incidente en su fiesta de cumpleaños, el ogro acepta un trato con el codicioso Rumplestillskin: podría volver por un día a su vida de amenaza para la sociedad, como en los viejos tiempos. Pero, a cambio, el malvado duende le pide a cambio un día de su vida, y logra convertirse en el rey de Muy Muy Lejano. Para romper el hechizo, Shrek deberá recuperar el amor de Fiona, ahora convertida en la líder de una resistencia de ogros. La película carece de la novedad de las entregas anteriores de la saga, y los chistes con doble sentido (mejor interpretados por adultos que por los niños, quienes sí la pasan bien con el Burro y el Gato) ya no sorprenden demasiado. Sin embargo, la premisa, aunque no original, resulta interesante, y la labor de los realizadores es más que correcta. Y Rumplestillskin es un villano carismático, diminuto y neurótico, al estilo de Lord Farqaad en la primera parte. Esta película se destaca por haber sido realizada en 3D, que permite comprobar que el nivel de la animación fue mejorando con el correr de las secuelas, aunque Pixar sigue estando varios escalones arriba. Shrek para siempre es una obra bastante menor comparada con las anteriores, pero bien vale para reencontrarse con el cine luego de la fiebre mundialista.
La saga literaria y cinematográfica que comenzó con Crepúsculo supo ganar fanáticos y detractores por igual. Si bien se le pueda criticar el enfoque por momentos demasiado light, resulta imposible negar que son historias entretenidas, bien contadas, personajes más que interesantes y bien desarrollados (“¡Y hermosos!”, agregaría cualquier fanática). Y a pesar de los elementos sobrenaturales, allí están los tópicos de la cultura adolescente de cualquier país y de cualquier época: soledad, incomprensión, confusión, amistad, rebeldía, amor, amor no correspondido, las relaciones sexuales y la libertad para tomar decisiones. Crepúsculo funcionaba como una versión Romeo y Julieta, pero en la que Edward, el joven, es un vampiro. En Luna nueva cobra preponderancia Jacob, el muchacho lobo (No, no es Michael Fox) que pretende a Bella. Eclipse hace profundiza en la tensión entre las razas nocturnas, que deberán unir fuerzas para combatir a un enemigo en común, más numeroso y poderoso. El resultado: una película sombría, vertiginosa, pero no carente de momentos románticos, dramáticos y cómicos. El mérito es de David Slade. Este canadiense ya había demostrado ser un director a tener en cuenta gracias a films como Hard Candy y, sobre todo, 30 días de noche; de los últimos diez años, la mejor película de terror con vampiros[1]. En la saga creada por Stephenie Meyer supo encontrar un equilibrio entre las escenas intimistas (imperdible el diálogo entre Edward y Jacob en lo alto de la montaña; seguramente, lo mejor de la película), y las secuencias de persecuciones y ataques que involucran a licántropos y no-muertos. En lo que se refiere a las peleas, abundan torceduras y mutilaciones de diferentes clases, aunque sin sangre. Los hombres lobos digitales están cada vez más logrados, pero todavía se ven como lo que son: criaturas hechas por computadora. Kristen Stewart, Robert Pattinson y Taylor Lautner siguen estando muy convincentes... pero podrían estar mucho mejor (sobre todo ella, quien se destacó en films como Adventureland: Un verano memorable y viene de hacer de la rockera Joan Jett en The Runaways). Por fortuna para el trío protagónico, los ejecutivos de Summit Entertainment son muy inteligentes a la hora de elegir directores para la saga, ya que fueron ellos los encargados de sacar lo mejor de los jóvenes actores. Además, en esta película hay más participación de otros miembros del clan Cullen, empezando por Jasper (Jackson Rathbone) y Rosalie (Nikki Reed); los espectadores podrán conocer el tortuoso origen de su condición vampírica. Dakota Fanning vuelve como la mortífera Jane, aunque todavía aparece demasiado poco en pantalla. Bryce Dallas Howard reemplaza a Rachelle Lefevre en el rol de la sanguinaria Victoria, un ser decidido a vengar la muerte de su amado James (asesinado por los Cullen en Crepúsculo). Sin duda, Eclipse en la mejor de la saga. Pero todavía falta Amanecer, que se estrenará en dos partes, ambas dirigidas por el oscarizado Bill Condon. Así que a no desesperar, que la noche aún está en pañales.
“Pienso que la razón por la que estas películas empezaron a surgir tiene que ver con que nos dimos cuenta, por primera vez desde el 11-9, de que somos mortales. Vimos nuestra debilidad, vimos que no pudimos agarrar a Bin Laden, que no pudimos hacer nada. Entonces este tipo de cosas te hacen pensar que esta mierda realmente podría pasar, que realmente podemos caernos en pedazos”. Esta cita pertenece Allen Hughes, co-director de El libro de los secretos, cuando el periodista Sebastián Tabany le preguntó por la moda de films postapocalípticos, entre los que se destaca La carretera. Antes de ser una película, fue y sigue siendo la novela de Cormac McCarthy que ganó el Pulitzer en 2007. No es la primera vez que la obra de McCarthy es llevada a la pantalla grande. Espíritu salvaje fue dirigida por Billy Bob Thorton y protagonizada por Matt Damon y Penélope Cruz. Más recientemente, Sin lugar para los débiles (basada en No es país para viejos), a cargo de los hermanos Coen, ganó toda clase de premios, incluyendo el Oscar. Si bien formó parte de la Competencia Oficial en Venecia y en Toronto, La carretera hubiera merecido mejor suerte en la entrega de premios de la Academia, ya que ni siquiera fue nominada en ningún rubro. En La carretera, el mundo ha cambiado. Una guerra indeterminada lo convirtió en un cementerio de polvo, frío, horror y desolación. Un hombre (Viggo Mortensen) y su hijo (Kodi Smit-McPhee) recorren los Estados Unidos rumbo al mar. En el trayecto deberán recolectar comida, abrigo, y escapar de otros sobrevivientes, muchos de ellos devenidos en salvajes caníbales. La película es, primero que todo, un drama. Un drama acerca de un padre y un hijo tratando de salir adelante en un mundo infestado de adversidades. Incluso el contexto podría haber sido otro que la esencia de la historia no cambiaría. Por supuesto, hay momentos de tensión extrema cuando los protagonistas se topan con los otros poco amigables sobrevivientes. Viggo Mortensen tiene uno de los papeles de su carrera. Su personaje es una especie de guerrero estoico, un luchador que sigue adelante para proteger a su primogénito. Como pasaba luego de ver a Denzel Washington en la mencionada El libro..., es posible pensar que Viggo hubiera sido (o podría ser) el Robert Neville definitivo en alguna adaptación de Soy leyenda. El resto de elenco no desentona. Robert Duvall, Charlize Theron y Guy Pierce aparecen durante muy pocos minutos, pero sus actuaciones son vitales y contundentes. La revelación: Kodi Smit-McPhee. Un pequeño actor con un futuro interesante, ya que pronto lo veremos en la versión estadounidense de Criatura de la noche, aquel excelente film sueco estrenado el año pasado. Ni el guionista John Penhall ni el director australiano John Hillcoat traicionan el material de McCarthy, ya que la película parece el libro filmado. Incluso aquí tampoco se explica por qué sucedió lo que sucedió. Hillcoat también cuenta la historia sin estridencias, poniendo énfasis en el padre y el hijo, en el mencionado drama. Es verdad que un director como Michael Bay la hubiera filmado fiel a su estilo, plagado de acción y explosiones. También es verdad que el Steven Spielberg de La guerra de los mundos o el Alfonso Cuarón de Niños del hombre hubieran hecho, con ese mismo material, una de las mejores películas de todos los tiempos. Con esta afirmación no se pretende desmerecer el trabajo de Hillcoat (de hecho, su desempeño detrás de cámara acaba de ser elogiado). Sin embargo, el uso de música incidental —a cargo de Nick Cave—, y de flashbacks y de voz en off, restan a la hora de plasmar la desolación absoluta. ¿Un comentario caprichoso por parte de un servidor? Es posible. Lo cierto que, aún en medio de un Mundial, La Carretera merece ser vista. De paso, sirve para pensar en cómo este mundo podrido puede hundirse más y más si no hacemos algo al respecto.
Nadie duda de que Israel Adrián Caetano es uno de los directores más importantes del cine nacional de los últimos diez años. Sus obras son personales, intimistas, pero sin nunca perder de vista el hecho de contar una historia ni llenar la imagen de estridencias. Lo suyo es la narración clásica, como un Howard Hawks o un Clint Eastwood latino. Y, al igual que los mejores narradores cinematográficos, jamás temió partir del cine de género para plasmar su visión de las cosas: Un Oso Rojo (el western urbano), Crónica de una Fuga (el suspenso y hasta el terror). Mariana (Milagros Caetano, hija del director), una niña de doce años, vive una época especial. Para empezar, es hija de padres separados. Cristina (Natalia Oreiro), su madre, se las arregla trabajando como empleada doméstica para gente bien. Carlos (Lautaro Delgado), su padre, es un gris empleado de fábrica que se queda sin nada, debe tratarse psicológicamente por problemas de abuso contra sus mujeres, pero igual trata de hacer feliz a la niña. Si bien Mariana también debe lidiar con sus propios problemas —tiene inconvenientes escolares y no aprende a escribir bien porque se la pasa escuchando música en vez de leer, y se ofende cuando no la llaman Gloria—, aprenderá . Pese de todo, los tres hacen lo que pueden para seguir adelante, más allá de que, como reza el poema que aparece al principio en la película, no hay posibilidades de ir a Francia. Como en sus anteriores películas, Caetano vuelve a mostrarnos personajes sobreviviendo en un mundo que los golpea de manera constante. Hay un paralelismo concreto con la mencionada Un Oso Rojo: la familia rota intentando recuperar lazos afectivos, un padre con cargos de conciencia, un grupo humano que n ose queja de su situación y continúa peleándola. Claro que aquí el tono es el de una comedia dramática (o, mejor dicho, un drama con elementos de comedia). No hay género más delicado que éste, y el director uruguayo supo estar a la altura y nos dio un film pequeño, con momentos muy duros y otros muy graciosos, siempre en el equilibrio exacto. Por otra parte, en Francia hay una fuerte crítica al sistema educativo nacional, sobre tod en lo referente a colegios privados. Muestra cómo los directivos y los docentes suelen culpar a los alumnos de sus propias incapacidades en las aulas. Y cómo pretenden solucionar los problemas mediante psicopedagogos. Otros daros van dirigidos a las clases más altas, con su hipocresía y puntos oscuros que apenas pueden esconder. Natalia Oreiro tiene el rol más naturalista de su carrera. Es muy creíble como una madre joven que debe criar a su hija prácticamente sola, aunque para ello deba limpiar los inodoros de los ricos (ricos aunque con problemas emocionales y tendencias suicidas). Y si bien se muestra estoica, suele sucumbir a los efectos del alcohol cuando la situación es desesperanzadora. Lautaro Delgado también le da credibilidad a Carlos, un hombre vago y golpeador, pero que ama a su hija. Tanto él como Oreiro dan actuaciones invisibles, en el sentido de que parecen estar viviendo los acontecimientos, no representando un papel. Pero la revelación pasa por Milagros Caetano. Se nota que el personaje fue pensado para ella: tierna, algo salvaje, muy imaginativa. Mariana / Gloria nunca supo el por qué de la separación de sus padres, ya que nunca nadie le explica las cosas. Pero no por eso dejará de querer averiguarlo. También se destacan Mónica Ayos como una ex pareja de Carlos; Daniel Valenzuela en el papel del inefable psicólogo de Carlos; Violeta Urtizberea haciendo de maestra con pocas pulgas y Lola Berthet como directiva del colegio. En definitiva, Francia está a la altura del o mejor de Caetano. Se sabe que para el futuro prepara un film de terror. Ya genera expectativa.
2010 parece ser el año de los super(anti)héroes cinematográficos. De nuestras Pampas surgió Zenitram. Ahora tenemos a Kick-Ass. Porque Dave no tiene superpoderes como Peter Parker/Hombre Araña ni el poder adquisitivo de Bruce Wayne/Batman o Tony Stark/Iron Man. Pero se convierte en un justiciero enmascarado. La película tampoco es la típica aventura como las protagonizadas por Superman o el mencionado Hombre Murciélago. La incorrección política está a la orden del día, y en dosis como para saciar al más deforme de los freaks. ¿Suena exagerado? Para que se den una idea, un padre vengativo (Nicolas “Michifus” Cage) prepara a su hijita de 11 años (Chloe Moretz) para que sea una heroína indestructible. Para eso, le dispara repetidas veces en el pecho, justo donde la nena lleva puesto un chaleco antibalas. No, no es algo visto comúnmente, y menos en producciones de gran presupuesto. Y aunque es muy entretenida, con un ritmo frenético y situaciones desopilantes, da la impresión de que el film no termina de decidirse por un tono preciso. Por un lado es una estudiantina sobre Dave, sus amigos —tan nerds como él— y la chica de sus amores (la subtrama de Dave haciéndose pasar por gay para acercarse a ella es remañida y no aporta demasiado a la historia, más allá de que a Dave le sirva, al final). Por otro lado, también es una película de violencia tarantinezca. Además, pretende satirizar a la figura del superhéroe... Pero no termina de haber una cohesión entre las partes. La manera en que va de una cosa a la otra es desconcertante. Hay largometrajes en donde el equilibrio entre diferentes conceptos y géneros funciona de manera perfecta (Tres Reyes, de David O’Russell, y Bastardos sin Gloria, por nombrar dos) y es posible que los responsables hayan querido algo similar, pero no está logrado. Aaron Johnson (quien viene de interpretar a un joven John Lennon en Nowhere Boy) parece haber nacido para el muchacho poco agraciado, que de pronto deviene en un hombre de acción a costa de puñaladas y caídas de los comienzos. Mark Strong vuelve a interpretar a un villano, siempre con talento y gracia. El implante capilar de Nic Cage no hace tanto ruido... Pero la que se roba la película, la que suma puntajes en toda calificación de Kick-Ass, es Chloe Moretz como la mortífera Hit-Girl, capaz de despachar a un ejército de mafiosos ella solita, y valiéndose de armas de fuego, cuchillos y otros elementos que cualquier infante no debería tocar. La joven actriz tiene un futuro muy prometedor. De hecho, pronto la veremos como una niña vampira en la remake estadounidense de la joya sueca Criatura de la Noche, que dirige Matt “Cloverfield” Reeves. El británico Matthew Vaughn empezó su carrera como productor, sobre todo de las dos primeras películas de Guy Ritchie: Juegos, Trampas y Dos Armas Humeantes y Snatch: Cerdos y Diamantes. De ahí pasó a dirigir No Todo es lo que Parece, también de gangsters, pero con un tono más serio y protagonizada por Daniel Craig. Luego se despachó con la aventura fantástica Stardust: El Misterio de la Estrella, basada en una novela de Neil Gaiman. Kick-Ass, su tercer opus, demuestra que es un realizador imaginativo, que no teme incorporar a sus historias elementos extravagantes, como un pirata travesti (Robert De Niro) en Stardust. Vaughn Estuvo por dirigir X-Men 3: La Batalla Final, pero no pudo hacerlo por problemas personales. La carrera le dio otra oportunidad, ya que está preparando X-Men: Firts Class, con James McAvoy como el Profesor X y, dicen, Aaron Jonson haciendo de Magneto. M. V. también hará Kick-Ass 2: Balls to the Wall, anunciada para 2012. Al comienzo de la película Dave le pregunta a sus amigos por qué nadie trata de convertirse en superhéroe. Otro personaje de ficción, en otra parte del mundo, un antes que el Dave cinematográfico, se hizo la misma pregunta. DOMÉSTICO Kick-Ass está basada en un comic escrito por el escocés Mark Millar y dibujado por John Romita Jr., publicado en abril de 2008 por Icon Comics (perteneciente a la todopoderosa Marvel), no sin pocos contratiempos. En mayo de 2007, la editorial argentina Domus publicó Doméstico. Con guión de Sebastián De Caro y dibujo de Diego Greco, Doméstico cuenta las andanzas de Mariano, un universitario para nada winner, un soñador como los que ya no quedan, con un objetivo muy específico: convertirse en superhéroe, a pesar de que carece de superpoderes. Como verán, la premisa es la misma que Kick-Ass. Y si agregamos que Mariano manda a que su abuela le haga un traje verde, como de buzo, con una máscara del mismo color (“Me elegí el verde, no recuerdo este verde en nadie. Doméstico tiene que ser verde”)... Y no dijimos que el Dave de la pantalla grande luce un peinado igual al de... Es verdad que Mariano se convierte en Doméstico para recuperar un viejo amor y destrozar al imbécil malnacido que tiene por novio. Es verdad que Mariano llega a extremos algo retorcidos para conseguir su meta (escapa de la institución mental en la que estaba internado, asalta un supermercado). Es verdad que Mariano termina siendo más perdedor, pero más tierno, que Kick-Ass. Pero los paralelismos entre una obra y la otra —paralelismos que desde hace tiempo vienen conociéndose a través de Internet— son desconcertantes. En una lucha cuerpo a cuerpo entre ambos no-titanes, ¿quién ganaría? Tal vez el cine nos lo permita ver algún día.
Super Mario Bros, Mortal Kombat, Resident Evil, Tomb Raider. Son sólo algunos de los videojuegos que fueron adaptados al cine. Los resultados mordieron el polvo, aunque algunos zafan debido a su sentido del entretenimiento y el carisma de los protagonistas (Resident Evil, Tomb Raider). En El Príncipe..., adaptación del mítico juego de PC, sucede algo similar. Jake Gyllenhaal es muy convincente como héroe de acción. Más que, por ejemplo, Orlando Bloom, quien suele aparecer en esta clase de superproducciones épicas. Y hasta es más humano y más creíble que Sam Worthington (al menos, S. W. en su etapa Hollywoodense). Más allá de la destreza física, sigue siendo un personaje como todos los que suele interpretar este actor: marginales, un poco perdedores, siempre en busca de su lugar en el mundo. Lástima que el guión le quede chico: está más cerca de un film de aventuras convencional que de Piratas del Caribe: La Maldición del Perla Negra y sus secuelas. Porque además de Johnny Depp, esas películas estaban muy bien escritas y ejecutadas con imaginación y sanas dosis de delirio. Dentro de los lugares comunes y las piruetas, en el guión aparece una subtrama de con algo de tragedia Shakesperana, que incluye traiciones y muertes entre miembros de una familia Real. Se nota que Ben Kingsley tiene experiencia en el Bardo, ya que su personaje es tan manipulador como Yagó de Otelo y tan ambicioso como Macbeth (ya saben de qué obra). Queda claro que, después de ganar el Oscar al Mejor Actor por hacer de Gandhi, todavía sigue compensando la cosa cada vez que encarna a un villano de la pantalla grande. Gemma Arterton cumple con su rol de chica-de-la-película, aunque sigue mostrándose demasiado fría. Por su parte, Alfred Molina saca alguna que otra sonrisa gracias a su papel de “empresario” con más artimañas que un chanta argentino. Más allá de gemas como Cuatro Bodas y un Funeral, el director Mike Newell está lejos de ser un autor. Pero sí entra en la categoría de todoterreno, con un interesante manejo de la aventura en Harry Potter y el Cáliz de Fuego, para luego despacharse con El Amor en los Tiempos de Cólera, en la que actores latinos debían hablar en inglés. Aquí vuelve a hacer una tarea correcta, aunque es posible pensar que Gore Verbinsky hubiera logrado un producto más descontracturado. Jerry Bruckheimer es el rey de esta clase de film y seguro siga haciendo más. Esperemos que sus próximas superproducciones de aventura trasciendan el género como lo hicieran Jack Sparrow y compañía. Por ahora, a conformarse con El Príncipe de Persia.
Desde Rin Tin Tin y Lassie, Hollywood —sea en cine o en televisión— siempre le dio lugar a los perros. Y no solamente en comedias y otras películas familiares. También se los pudo ver en films de contenido más dramático, como Marley y Yo. (En Argentina, Carlos Sorín supo dirigir, justamente, El Perro). En Siempre a su Lado, el mejor amigo del hombre tiene la forma de Hachi, un ejemplar de raza Akita. Siendo cachorro, escapa de su jaula en una estación de trenes. Allí es encontrado por —y él encuentra a— Parker (Richard Gere), quien lo termina adoptando como mascota. La relación se afianza con los años. Parker y Hachi son inseparables, al punto de que el animalito lo acompaña a tomar el tren para ir a trabajar y luego lo espera cuando vuelve. La rutina es tal que hasta los dueños de los negocios aledaños ya la conocen y saludan a Hachi como si fuera otra persona. Hasta que Parker muere por un problema de salud. Lejos de abandonar las esperanzas, Hachi sigue con la rutina de ir a la estación y esperar a su amo, como si en algún momento fueran a reencontrarse. Basada en un hecho real ocurrido en Japón a principios del siglo XX, Siempre... es una historia de amistad y fidelidad que ni la muerte puede romper. Si bien no hay golpes bajos, resulta imposible no conmoverse. Como los mejores perros del cine, Hachi se roba cada una de sus escenas. Podemos verlo desde que es un cachorrito, pasando por la edad madura y llegando a la vejez, donde ni aún así deja de esperar a Parker. Tanto Richard Gere (también productor) como el resto del elenco están bien, pero el material tampoco permite mucho vuelo actoral, ya que se trata de una historia sencilla, correcta. Y es verdad que la carrera del sueco Lasse Hallström conoció tiempos mejores (recordemos Las Reglas de la Vida, entre otras). Sin embargo, es un gran director que, aun con vuelo bajo, puede hacer películas intimistas y significativas dentro de un sistema cada vez más obsesionados con la espectacularidad más superficial. Quien no se emocione con Siempre... es porque no tiene ni tuvo perros.
En medio de la abundancia de superhéroes cinematográficos anglosajones, estaba faltando un representante argentino de tan particular fauna. Pero ya llegó Zenitram, un superhéroe tan criollo como el asado y el mate. Si bien es principalmente una historia de aventuras, la película también satiriza la idiosincrasia nacional. Cómo somos capaces de fabricar ídolos de lanada para después cuestionarlos y destruirlos, y cómo el gigante caído logra sobreponerse para transformarse en una leyenda nacional. El paralelismo más inmediato y más evidente es con Diego Maradona: Zenitram surgió de los barrios más pobres, sus habilidades le permitieron trascender y volverse importante y una inspiración para los más jóvenes; ama a una chica de su barrio (Verónica Sánchez), quien regresa de España con acento de ese país; se codea con los poderosos, empezando por el Presidente Orozco (Daniel Fanego), al punto de volverse un instrumento del Gobierno; sus excesos con las drogas lo conducen a un papelón y debe rehabilitarse (no en Cuba, sino en Miami, y en un hospital para superhéroes), y termina como abanderado en la lucha contra el corporativismo (representado por Jordi Mollá). Por otro lado, aquí también podemos ver cómo los políticos manipulan a las masas según sus intereses, cómo lucran con determinadas situaciones. En Zenitram abundan homenajes, pero sin tapar la historia. El narrador de la película —un periodista chantún pero bueno, encarnado por Luis Luque—, crea una historieta, y en la editorial hay referencias a Hora Cero, mítica publicación donde trabajaban pesos pesados del noveno arte (y del arte en general) como Héctor German Oesterheld y Francisco Solano López. Por supuesto, inevitable mencionar a Superman, ya que Zenitram tiene poderes similares: vuela, ve con ojos de rayos X y su fuerza parece ilimitada. Juan Minujín demuestra que es un actor versátil, uno de esos intérpretes que no teme tirarse por un acantilado. Hace de Rubén Martínez / Zenitram un muchacho humilde y algo torpe al que las circunstancias lo llevan a calzarse el traje de esperanza nacional. El resto del elenco tampoco es para ignorar. Además de los mencionados Fanego, Mollá y Luque, se destaca Steven Bauer. Toda una generación conoce a este actor cubano por haber sido el amigo de Tony Montana (Al Pacino) en Caracortada. Aquí se pasa como un ex superhéroe como el Hombre de Goma de Los Cuatro Fantásticos. También hay cameos de Melingo, José María Muscari, Sandra Ballesteros, Edda Bustamante y Jorge Dorio. ¿Zenitram es para niños? No. Se habla en un lenguaje autóctono, con alguna que otra palabrota, y hay algunos desnudos. Aunque es verdad que los chicos ya están curados de espanto. Dato inútil: Zenitram era una marca argentina de mingitorios. Además, es el anagrama de Martínez, el apellido del muchacho. En este año de superhéroes anticonvencionales —en breve se estrena Kick Ass—, Zenitram no debe pasarse por alto. Porque, como dice el personaje de Luque: “(Ruben Martínez es) Un boludo más, pero especial”.
“Gladiador 2”, es lo que más de uno dijo al ver el trailer de Robin Hood. Era normal pensar eso: mismo actor, mismo director, escenas con batallas y otros elementos épicos diferentes a los tópicos de las historias de aquel que le robaba a los ricos para darle a los pobres. Y eso sucede porque la película se encarga de relatar cómo nace —o habría nacido— la leyenda de Robin Hood y su devoción por ayudar a quienes padecen hambre y frío. Por eso la película comienza cuando Robin y los suyos formaban parte del ejercito inglés que participó en las Cruzadas. En este aspecto hay una fuerte conexión con Cruzada, otra superproducción de Ridley Scott, aunque la película que hoy nos aúna es más corta, menos pretenciosa, muy lograda y muy entretenida. Por suerte, en eso sí se parece a Gladiador. Russell Crowe sigue demostrando que esta clase de papeles le sientan perfecto. Al igual que Máximo en la ya mencionada epopeya romana de 2000, Robin es un guerrero atormentado al que las circunstancias lo convierten no sólo en un héroe sino en la esperanza de un pueblo desesperado y hambriento, sometido por un gobierno corrupto. En cuanto al resto del elenco, Cate Blanchett se afirma como una actriz todoterreno, capaz de emocionar en una escena intimista y luego pelear contra un ejército como una verdadera luchadora, siempre de manera convincente. Ya no se discute el talento de William Hurt ni de Danny Huston ni de Max Vos Sidow, quien, aunque su personaje es ciego, sale a pelear con espada y todo. Interpretando al sádico Godfrey, un inglés amigo del Rey Juan que se alía con los franceses, Mark Strong confirma su status de villano cinematográfico de los últimos años (en unas semanas también lo veremos haciendo de mal tipo en Kick Ass). Mark Addy nació para encarnar al fraile Tuck, y Matthew Macfadyen está correcto como el Sheriff de Nottingham (Curiosamente, Nottingham era el título original del proyecto, e iba a estar centrado en el sheriff y en Robin Hood, al punto que Crowe estuvo por interpretar al primero). La revelación: Kevin Duran como el Pequeño Juan, aunque es verdad que la mayoría ya conoce a este actor canadiense por la serie Lost. Ridley Scott es un director irregular. Filmó desde obras cumbres como Alien: El Octavo Pasajero y Blade Runner, hasta bodrios como Hannibal y 1492: La Conquista del Paraíso, pasando por películas del montón (Peligro en la Noche, Lluvia Negra, Corazón de Héroes, por nombrar algunas). Nunca se sabe qué esperar de este director británico. Esta vez logró otro de sus aciertos, y con otra historia de época, donde se lo nota más que cómodo. De hecho, Los Duelistas, su ópera prima, transcurría en tiempos de Napoleón. Mediante una reconstrucción de época y una fotografía soberbias, Scott indaga —con mayor o menor suerte— en la situación política, social, cultural y económica del período que elija retratar. Tanto en Gladiador como en Cruzada y en Robin Hood, muestra que los gobernantes nunca dejan de aprovecharse de las masas para su propio beneficio, y que sólo los códigos y la actitud de los más valientes y arriesgados pueden ayudar a cambiar las cosas. En lo referente a las secuencias de batallas, aquí ya no abusa tanto de los ralentis, que hacían quedar como muñequitos a los combatientes. Aquí la acción es más fremética. Ya sabemos que la próxima obra de Ridley Scott significará su regreso al espacio... donde nadie escuchará tus gritos: la precuela de Alien. En tanto, a disfrutar de esta historia de Robin Hood, que en realidad es la que da origen a todas las demás historias que ya conocemos. Es evidente que Scott se está familiarizando con el arte de filmar precuelas.
En 1984, dormir podía significar la muerte: se estrenaba Pesadilla en lo Profundo de la Noche. En pleno auge de las slasher movies (asesino enmascarado que mata adolescentes en celo, subgénero que empezó con Noche de Brujas y siguió con Martes 13 y miles de otros exponentes), Pesadilla hizo la diferencia. Si bien las víctimas seguían siendo adolescentes, ahora no eran personajes de cartón listos para ser carneados sino jóvenes que deben pagar por los crímenes cometidos por sus padres, quienes ahora no los pueden ayudar, ya que el asesino ataca en el mundo de los sueños, lejos de las leyes naturales, lejos de toda lógica. Y hablando del victimario, ya no lleva máscara y no usa cuchillos ni hachas para descuartizar. Freddy Krueger luce orgulloso su cara quemada antes de atravesarte con las cuchillas que lleva como garras en su mano derecha. El éxito comercial del film salvó a New Line Cinema de la quiebra (iba a ser la última película, de hecho); consagró a su director, Wes Craven, como un maestro del terror; generó seis secuelas (en las que el malvado engendro se volvía cada vez más jocoso, y las muertes, más imaginativas), una serie de televisión, un crossover (Freddy Vs. Jason) y toneladas de merchandising, siempre alrededor de la figura de Freddy. Pero ni el famoso Morfeo de la muerte pudo impedir la realización de una remake. Como en la mayoría de los refritos de clásicos del horror contemporáneos, los culpables se cuentan entre las filas de Platinum Dunes, empresa comandada por Michael Bay. Pesadilla en la Calle Elm conserva la premisa de la original: un grupo de jóvenes sueña que son acechados por ya-saben-quién e irán muriendo uno a uno, de las maneras más inusuales posibles. Nancy, la protagonista, descubrirá la horrible verdad: Freddy era un pedófilo que fue ajusticiado por padres furiosos. Y claro que el sádico personaje tiene no pocas ganas de vengarse, y de la manera más cruenta posible. Aunque el tono es trágico, otra vez, esta nueva versión presenta diferencias con respecto a la de Craven. La historia y los personajes no son los mismos, pero sí muy similares, lo que permite conservar gran parte de la esencia. Algunas escenas —la muerte de la rubia, que amenaza con ser la protagonista absoluta; las garras emergiendo de la bañera, listas para atacar a Nancy— son un claro guiño a los espectadores más veteranos. Pero la novedad mayor está en Mr. Krueger. Siempre fue Robert Englund quien soportó el horripilante maquillaje, el que lo convirtió en un icono del horror gracias a una interpretación escalofriante por el toque sarcástico e impredecible que le dio a su bestia. Pero su reemplazante no es menos talentoso: Jackie Earle Haley. A fines de los ’70, Haley era una estrella juvenil en films como La Pandilla de Pícaros (una de baseball) y Los Muchachos del Verano, junto al por entonces también ascendente Dennis Quaid. Con el tiempo, su promisoria carrera se fue apagando hasta casi desaparecer en producciones de muy bajo presupuesto. Pero hizo su regreso triunfal en Secretos Íntimos, por la que lo nominaron al Oscar por Mejor Actor de Reparto. La rompió haciendo de Rorschach en Watchmen: Los Vigilantes y ahora es uno de los actores secundarios más respetados de la industria. Pero a comienzos de los ’80, J. E. H. hizo un casting para actuar en la Pesadilla que dirigió Craven. Pretendía interpretar a Glen, el novio de Nancy. Él no quedó, pero el rol fue para un amigo suyo que lo acompañó: Johnny Depp. De hecho, fue el debut cinematográfico de Depp, quien moría tragado por una cama que luego escupía sangre hacia el techo. Así que ahora el bueno de Jackie pudo formar parte de la franquicia, y nada menos que como Freddy. Su actuación es más seca que la de Englund, pero igual de inquietante, sobre todo por cómo juega con las uñas-cuchillas. Además, aquí podemos ver a Freddy con su cara humana, antes de ser linchado. (Curiosamente, Haley también hizo de pederasta en Secretos Íntimos). La película es la ópera prima de Samuel Bayer, veterano de las publicidades y los videoclips, como el de “Smell Like Teen Spirit”, del tema de Nirvana. Y no lo hizo nada mal. Su imaginería visual sigue siendo muy interesante, aunque aquí se nota que todavía debe respetar ciertos tópicos de la saga ya conocida, y eso no le permite explotar su capacidad. Pero dan ganas de ver más largometrajes de Bayer. Sin estar a la altura de Pesadilla en lo Profundo de la Noche, esta remake es bastante digna, una de las mejorcitas de Platinum Dunes, y los golpes de efecto siguen siendo efectivos. Ah, en los primeros minutos hay una broma pesada para los fans de la saga de Crepúsculo. Divertido, el chiste, y además establece que estamos ante una película de terror nada light. Eso sí. Va siendo hora de no hacer más versiones de aquellos hits terroríficos de nuestra infancia y que inventen nuevas historias, nuevos monstruos, nuevos íconos.