Llega las carteleras la película que Alemania decidió mandar para que los premios Oscar tengan en cuenta, Laberinto de mentiras. El primer largometraje de Giulio Ricciarelli es una película que revisiona parte de la historia de su país que en algún momento supo ocultarse. Este drama con aires de thriller político tiene como protagonista a un joven fiscal que recién empieza su carrera y ve su gran oportunidad de hacer lo correcto cuando un hombre aparece enojado y decepcionado tras ver a un ex oficial de Auschwitz siendo maestro de primaria. Nadie quiere aceptar el caso, nadie quiere meterse en un tema que estaba más bien escondido, pero Johann (Alexander Fehling) lo toma y comienza a involucrarse cada vez más en una trama oscura que lo va alejando de sus vínculos personales. “Nadie pregunta porque nadie quiere saber”, se dice en algún momento. Hay que decir que Laberinto de mentiras, teniendo en cuenta la reciente noticia, tiene muchos elementos que los premios de la Academia suelen valorar: es un drama histórico que funciona de manera didáctica sobre un tema siempre presente pero desde un lugar menos frecuente. Si llega o no a estar entre las nominadas lo sabremos mucho más adelante, pues las opciones que ya compiten con ella (y todavía faltan las de otros países incluyendo el nuestro) son muchas. En dos horas, Ricciarelli entrega una película que funciona desde el aspecto narrativo permitiendo conocer el silencio que supo reinar sobre la posguerra, cuando la palabra Auschwitz para la mayoría de las personas ya no significaba ni les rememoraba nada. No obstante, un grupo de personas encabezado por el fiscal en cuestión no pueden sanar ciertas heridas, hayan sido o no directamente afectados, y aunque sólo sea por omisión todos terminan pareciendo culpables. Acompañado de una banda sonora correcta, Laberinto de mentiras muestra el trayecto recorrido hasta llegar al famoso juicio de Auswitch de 1963. En el medio hay conspiraciones, descubrimientos sobre sus propias raíces, decepciones, y ganas de renunciar a todo, tras prácticamente haber arriesgado su profesión y vida personal. Además entre las detenciones y búsquedas de culpables, las menciones a Josef Mengele y Eichmann se terminan tornando un poco más frecuentes de lo necesario para la trama. “No se trata de castigar sino de las víctimas y sus historias” se reflexiona en algún momento. Sin dudas un film que funciona para dar a conocer un proceso histórico, una revisión que Alemania hace de su propia historia, sólido y por momentos bastante frío, pero es la mejor manera que el actor, ahora director, Giulio Ricciarelli podría haber encontrado de contar esta historia en Laberinto de mentiras.
Nuevamente dirigida por Wes Ball, la secuela de Maze Runner: Correr o morir pone a los protagonistas fuera del laberinto y de vuelta al mundo real. Mientras la primera Maze Runner partía de una premisa atractiva dentro de la moda de las películas sobre distopías protagonizadas por adolescentes, en la cual el laberinto era el gran protagonista. En esta secuela, también basada en los libros escritos por James Dashner, los escenarios son varios, los conflictos muchos y hasta la película termina siendo un rejunte de elementos que podrían pertenecer a diferentes géneros cinematográficos. Es cierto que la película no da respiro. Los protagonistas más que nunca se la pasan casi toda la película corriendo, escapando de algo o de alguien. También aparecen y desaparecen personajes continuamente, siendo el principal protagonista Thomas (Dylan O’brien) el único al que seguiremos toda la película, perdiéndose la esencia de una película de un grupo de chicos que para sobrevivir tenían además que aprender a llevarse bien y confiar en el otro y cayendo en un pobre desarrollo entonces de la mayoría de esos personajes. En ese rejunte de elementos y referencias, Prueba de fuego comienza pareciéndose a La Isla, de Michael Bay para que unos minutos después se convierta en una película de zombies. Y eso es sólo el comienzo de una película que quiere alejarse de otras referentes como Battle Royale o The Hunger Games (o incluso la mediocre Divergente) pero aunque juegue a querer ser por ratos una película de terror o una especie de roadmovie de acción, al final demuestra que es igual a todas ellas, incluso con líneas que parecen calcadas y que no reproduciré por no spoilear la película. Hay un trabajo de arte muy atractivo que construye un mundo futuro distópico en el que las grandes ciudades quedaron en ruinas, con edificios y puentes caídos, e incluso los efectos especiales de ciertas criaturas que aparecen –zombies que no se llaman zombies, y algunas cosas más- están muy bien logrados. En Prueba de fuego todo sucede tan rápido que muchas cosas las dan por sentadas sin necesidad de explicar (cómo escapan de ciertas situaciones por ejemplo), y sin dudas no es una película para ir a ver sin haber visto la primera. Aquí se ahonda un poco más en esa entidad malvada (que se llama WCKED, porque siempre se puede ser más obvio) y en el mundo que estuvieron escondiéndoles y se erige allí afuera.
James Wan no inventó nada en el cine de terror pero es cierto que le brindó al género unas películas interesantes dignas de convertirse en clásicos, como El Conjuro principalmente. A partir de algunos clichés y lugares comunes (espíritus, familia con problemas económicos, una enorme casa vieja) logró convertirse en uno de los cineastas contemporáneos más exitosos del terror. De “La casa del demonio” se podía esperar algo bueno. La premisa sin duda podría salir de una película de Wan. Pero si bien es producida por él, esta película no tiene mucho más que su nombre y a la larga es una mala copia de su cine (y algunas otras películas más). Primero y principal, la idea de dividir la película en dos tramas, la de la historia de terror en sí y la de la investigación policial, podría funcionar si no fuera porque una de ellas (la policial, protagonizada por Frank Grillo y Maria Bello) carece de interés y termina provocando lo más cercano al tedio. Además, el montaje que salta entre trama y trama carece de inspiración, sin que así las vueltas de tuerca generen algo más. Una casa en la cual hubo un homicidio hace más de 20 años y un grupo de cinco jóvenes que deciden convocar espíritus en ese lugar (y documentar, porque para el colmo la película abusa un poco aunque por suerte no llega a pertenecer a ese subgénero, del found footage) son los elementos principales en los que recae esta película de terror con pocos sustos y unos efectos especiales pobres. La actuación del protagonista, Dustin Milligan en la piel de John, quien los lleva a esa casa en busca de solucionar algo en su inconsciente que le genera pesadillas de manera recurrente sobre su madre, deja mucho que desear. Grillo y Bello, en cambio, están bien pero no tienen mucho mejor material en sus manos con el que trabajar. “La casa del demonio” es una película de terror regular y poco inspirada, una especie de copia de una copia, y pasará desapercibida entre la incontable cantidad de estrenos que tiene este género al año. No importa que su final indique la posibilidad de una secuela en el futuro, aunque uno nunca sabe con esta actual necesidad de continuaciones o remakes constantes.
“Tienes que creerme. Necesito que recuerdes lo que te voy a decir. Esta cosa te va a seguir. Alguien me la dio a mí. Yo te la he pasado a ti. Donde sea que estés, hay algo caminando lentamente hacia a ti. Lo único que puedes hacer es pasárselo a otra persona”. A simple vista, “It follows” funciona como metáfora sobre el sexo y las posibles consecuencias, como las enfermedades de esa transmisión. Es así, que en esta película tener sexo puede hacer que te persiga una maldición. Pero también es la solución, porque al pasarla, podés librarte de ella. Pero en muchos sentidos “It follows” es más de lo que se puede a ver a primera vista. Con una calidad fotográfica deslumbrante (hay planos que son casi una obra de arte en sí misma) que le escapa al acotado presupuesto de la película, el film funciona además como un relato de iniciación, el paso de la adolescencia a la adultez. No obstante, el género que elije para contar esta historia en la que no hay adultos (excepto aquellos que te persiguen una vez que te haya agarrado la maldición), es el de terror. Quizás porque crecer no es fácil y todo lo desconocido al principio da miedo. La construcción de climas es más que efectiva y el terror está siempre presente, estamos constantemente sumergidos en él a tal punto de que cualquier persona desconocida que veamos nos genere miedo. Tras un prólogo bello e impactante, el film se sumerge en sus climas de manera pacífica pero sin generar nunca aburrimiento, al contrario, manteniéndonos expectantes. El trabajo que hace su protagonista Maika Monroe (quien también brinda una actuación deslumbrante en la inédita en nuestro país, “The Guest”, confirmándola ya como una de las scream queens del cine contemporáneo) es formidable, imprimiéndole a su personaje un dejo de inocencia, de dulzura, en un mundo tan extraño y hostil a veces. Otro de los puntos a favor que tiene el film es que no cae en lugares comunes del género. Las escenas de sexo nunca son protagonista –en realidad no están, sólo se insinúan-, y el terror se genera de manera gradual, sin necesidad de caer en golpes de efectos. El guión a veces hace agua y es un poco desparejo, pero aún así estamos ante una de las propuestas más interesantes que nos ha dado el género del terror últimamente. Un film que puede ser considerado cine arte y a la vez mainstream, como su estreno y recaudación en los Estados Unidos ha demostrado. Lamentablemente acá llega un poco tarde y es probable que eso le juegue en contra en cuanto a taquilla, aunque también es cierto que ya tuvo dos presencias importantes en festivales de nuestro país como el de Mar del Plata y el BAFICI. Y con lo bella que es estéticamente y su banda sonora que nos envuelve de manera sutil pero efectiva, It follows merece ser vista en pantalla grande. Sin dudas nos pone a su director, David Robert Mitchell, en el foco de atención para lo que venga luego.
Volvió el grupito de strippers. Para quienes no recuerden, o no vieron la primera entrega y piensan mandarse a ver la secuela sin pasar por ella, el personaje de Mike, interpretado por Channing Tatum y basado en sus propias experiencias previas a hacerse famoso como actor en Hollywood, se había cansado de ser un stripper, un objeto de deseo para mujeres, y en vistas parece tener un amor correspondido y una idea de proyecto personal con muebles que él mismo crea. Si bien en el film se destacaban otros dos personajes, además de aquellos que vuelven para esta entrega ahora no dirigida por Steven Soderbegh pero quien sigue detrás como productor y algunos créditos extras como editor y fotografía, sobre sus ausencias se hace una justificación breve, no muy profunda: nunca sabremos hasta qué punto las drogas se convirtieron en un problema para Kid, quien fue interpretado por Alex Pettyfer y aparentemente tuvo varios problemas en el set con Tatum, y sobre Dallas, el gran Matthew McConaughey, de lo mejorcito que tenía la película, se limitan a decir que “se fue y se llevó a Kid”. Ahora, el mágico Mike se encuentra con su proyecto en pie, pero nada es tan fácil como parece. La vida del trabajador resulta más dura, los resultados tardan más en llegar… y hay algo que le falta a su vida. Varios años después de aquella renuncia al mundo stripper, un día recibe un llamado con una noticia mentirosa pero que sin duda llama su atención y así se reúne con sus antiguos colegas. Abandonados por Dallas, planean ir a Myrtle Beach para una convención de strippers, y que ése sea su último baile, para después cada uno seguir su sueño personal. Porque se sabe que para ser stripper la apariencia y la juventud son necesarios, y eso es algo que nadie tiene durante el resto de su vida. Mientras la primera entrega, si bien era una película floja a nivel guión y más larga de lo necesario (esta peca de lo mismo y dura dos horas), se sentía auténtica en su retrato del mundo nocturno y este ambiente en particular, esta segunda apunta más al humor que nada, un humor que termina logrando un resultado ridículo e imposible de tomar en serio. No podemos entender si hay una crítica sobre la cosificación de en este caso los cuerpos masculinos, porque nunca parece reflexionar al respecto, o la intención detrás de la inversión de los roles que ocupan los géneros. En su lugar, el director de la remake de Nueve reinas, Criminal, cae en personajes delineados de manera superficial y sin gracia, y cuando más humor le quiere agregar, más ridícula es, con unas pocas excepciones que sí logran una risita. Entre los complementos femeninos increíblemente sólo logra destacarse Amber Heard, quien le aporta mucha frescura a su personaje. Andie MacDowell, Jada Pinkett Smith y Elizabeth Banks caen en personajes vacíos que no aportan más de lo mismo: momentos para que los hombres de torsos marcados sigan luciendo su cuerpo y poco más. El show final, lo que se supone es lo más esperado de la película, es un conjunto de escenas grasas y exageradas. Si el guión al menos hubiese estado mejor trabajado a la hora de crear conflictos, el resultado quizás hubiese sido otro. Pero acá nunca se siente emoción por lo que los protagonistas logran (al fin y al cabo no era tan difícil, ni siquiera hay una competencia). Los actores ponen todo en la mesa, sin embargo no alcanza. Destaco principalmente el uso de un par de canciones conocidas en dos escenas bien distintas: los Backstreet Boys y un bailecito de Joe Mangianello, y Heaven de Bryan Adams cantada por el tierno de Matt Bomer. El resto da un poquito de vergüenza ajena.
Paulina García (Las Analfabetas) es la protagonista absoluta de la película que lleva el nombre de su personaje. Una mujer de 58 años, separada, con hijos ya mayores, que busca divertirse a través de diferentes actividades, como yoga y bailar, pero sobre todo busca amor. Mientras maneja cantando en voz alta o baila en un lugar para solteros sola, espera. Y un día, aparece alguien. Rodolfo, un hombre unos años apenas mayor que ella, y ambos se muestran como dos personas que han vivido ya bastantes cosas pero aún necesitan tener a alguien al lado. Rodolfo no obstante no es como Gloria. Ella no deja que su edad ni nada la condicione para hacer las cosas que siente ganas. Él vive dando explicaciones a su ex mujer y se escapa cuando no puede afrontar una situación. Dirigida por Sebastián Leilo, esta película chilena es un retrato sobre una mujer adulta pero el retrato es fresco y moderno. La cámara, el guión, la película, el director ama a su protagonista, la quiere y la entiende, sin compadecerla ni sentir lástima de ella ante situaciones humillantes para cualquier persona. El trabajo que hace Paulina García delineando a su personaje es realmente sublime. Se carga la película, se carga a su magnífica Gloria y la hace bailar y cantar y disfrutar de la vida como el conjunto de buenos momentos que ésta es. Más allá del tono tragicómico del film, éste está impregnado de optimismo, enfatizándolo especialmente en ese final musical que funciona como cierre perfecto de la película pero un nuevo comienzo, porque nunca es tarde, para Gloria. Auténtica, honesta, divertida, profunda y madura, Gloria es un formidable retrato sobre la figura de la mujer, alejado de la mayoría que se centra en personajes más jóvenes, para mostrar a una mujer madura que no tiene por qué abandonar las cosas que la hacen feliz (bailar, cantar, reír, tener sexo).
Ni diez años pasaron para que decidieran que hacía falta hacer una nueva versión del videojuego. Esta vez el protagonista es el británico Rupert Friend (actor británico que no tiene muchos roles memorables aún, pero inolvidable en Pride and Prejudice o The Young Victoria). Lamentablemente en esta película nunca podrá lucirse. Este agente 47 es un humano casi robot, ya que fue modificado genéticamente tanto que se eliminaron de él sensaciones como el miedo, el dolor y, claro, el amor, para poder ser un asesino profesional sin que nada se entrometa en su camino. Y la actuación de Rupert es justamente así, apática, el actor nunca expresa nada. El gran Zachary Quinto como villano podría haber sido una buena incorporación pero su personaje, también robotizado, está más cerca de una película clase b, de la cual a nivel técnico esta película parece querer alejarse. Pero las escenas de muerte (me gustaría que la trivia de imdb me diera la información del body count que da para tantas películas, porque debe ser un número interesante) son bastante ridículas. Déjenme ser honesta. Toda la película es bastante ridícula. Predecible y de diálogos tontos e interpretaciones acartonadas. Si tuviera que mencionar algo a favor de la película, sólo puedo mencionar un par de escenas musicalizadas con bastante onda. Si de eso se pudiera hacer una película... pero la acercan más a una publicidad de autos que a una película de acción. No, Hitman falla a la hora de presentar personajes y de crear conflicto. Todo suena demasiado ridículo y tonto. Tanto como la mayoría de las escenas de muerte mencionadas a las que hago alusión un poco antes. Me gustaría decir que al menos sirve para aquel fanático del cine de acción, porque hay buenas peleas y efectos especiales. Me gustaría pero no puedo, es aburrida y sin gracia, desganada. Nadie parece hacer esto con ganas. Un producto insulso e innecesario.
Hace poquito llegaba a nuestras carteleras una pequeña película que mostraba desde un costado personal y también cierta distancia el conflicto entre israelitas y palestinos, NEY. Ahora llega Omar, película que data del 2013 y realizada por palestinos (la primera película financiada completamente por ellos), en la cual con una historia de ficción nos adentran en la misma temática, aunque sea de un modo bien distinto. Omar es un joven palestino que debe saltar una pared para ver a la joven de la cual está enamorado. Además es parte de un trío de amigos desde la infancia que se rebelan de los israelitas y las humillaciones a los que los someten y son acusados de terrorismo cuando le disparan a uno. Pero a quien capturan es a Omar. El realizador Hany Abu-Assad entrega una trama cargada de contenido político pero imprimiéndole también a su protagonista mucha humanidad. Al fin y al cabo, Omar se mueve principalmente motivado por el amor que siente por Nadia, la hermana de uno de los amigos acusados. El film rememora a lo que Kathryn Bigelow mostraba en Zero Dark Thirty cuando Omar es capturado, torturado y prácticamente obligado –al fin y al cabo no tiene otra opción-a trabajar para el enemigo. La cámara en mano ayuda a pintar el relato de autenticidad. Las persecuciones, los saltos, las miradas, todo está construido para generar tensión en medio de una trama que nunca deja de en revesarse. Es difícil saber quién es el verdadero traidor, quién es honesto y quién miente sólo para lograr lo que quiere, en medio de una sociedad donde parecería no haber reglas y en la que Israel juega constantemente con la paranoia de sus enemigos. Un buen guión y soberbias actuaciones terminan de hacer de Omar una película necesaria y a la vez entretenida, una película que mezcla diferentes géneros, como la acción, el drama, el thriller. Quizás la acerca más a un cine “comercial” (odio esa expresión, pero quiero que se me entienda), sin embargo es una manera interesante de hacer que ciertas historias lleguen a mayor cantidad de gente. Y Omar es una película para todo espectador ávido de una buena trama y contenido social o histórico.
Nominada en los últimos premios Oscars y con un reciente paso por el Green Film Fest en Buenos Aires, la película dirigida por Win Wenders y Juliano Ribeiro Salgado es una oda al padre de éste último, el fotógrafo Sebastião Salgado. De manera poética, no sólo a través de imágenes (el film está compuesto en su mayoría por sus fotografías pero hay algunas pequeñas escenas y testimonios grabados para el film), La sal de la Tierra es un recorrido por la obra de un fotógrafo que una vez que descubre las cosas que puede hacer con la cámara no puede dejar de sacar fotos. Pero así como es fotógrafo es viajero, y ambas pasiones lo llevan a descubrir diferentes partes del mundo, lo mejor y lo peor de él. Las fotografías de Salgado son de una belleza innegable. Los colores, las sombras, la composición, en fin, el ojo que tiene le ha permitido capturar diferentes tipos de momentos. Es así que el film va pasando, con una estructura pensada a nivel narrativo, por las diferentes etapas en las que Salgado va transitando con su arte, desde fotografías de personas hasta los paisajes y aquellos más cercanos a la naturaleza. Pero también es cierto que hay una decisión de dedicar más o menos tiempo a determinados momentos. Y mientras el film comienza y termina con un tono más bien optimista, en el medio llega a su viaje por campos de refugiados y allí captura momentos dignos del fotoperiodismo de zonas de conflicto. Es en ese momento, el más impactante, donde decide quedarse la mayor parte del film. Pasar a través de cientos de imágenes que sí, son estéticamente bellas, pero difíciles, muy duras de ver. Se podría uno poner a pensar en la eterna discusión sobre qué es bello, lo morboso, hasta qué punto es necesario mostrar (y ver) tanto una misma situación, pero lo cierto es que la mirada de Salgado es muy alejada a lo visto generalmente en los medios de comunicación. Wenders y Salgado repasan así medio siglo de historia de la humanidad, pero en esa mitad se quedan un poco estancados. Por suerte, ya cerca del final, Salgado, que durante toda la película nos permite entrar no sólo en su arte sino en su mundo narrando en off historias de las fotografías que vemos, halla un halo de luz cuando comienza a fotografiar a la naturaleza en su mayor esplendor y a poner su granito de arena para con el medio ambiente, y el film se tiñe de un optimismo honesto. Quizás lo menos logrado del film radique en algunas metarreflexiones que se sienten muy armadas, un poco artificial. Sin dudas un film que es toda una experiencia en sí, difícil, impactante, bello, inolvidable.
“Tenía 24 años y andaba con la mochila por el mundo”. Para Nicolás Avruj, la idea de documentar su vida deriva en que su film comience como un diario de viaje cuando allá por el 2000 se va de vacaciones a Israel para visitar a su primo. Pero cuando llega a aquella tierra otra realidad comienza a exponerse ante sus ojos, y su película se termina convirtiendo en algo más interesante y complejo. Nicolás sabe quién es, de dónde proviene, cuáles son sus creencias e ideales (de familia de larga tradición judía e ideales progresistas). Cuando viaja a Israel pretende además de vacacionar y ver a su primo, también conocer parte de su herencia. Lo que no sabía aún y descubre al cruzar de Jerusalén a Gaza y Cisjordania, es que las cosas no estaban fáciles entre los palestinos y los israelitas. Desde adentro, a veces sin exponerse como quien es realmente no por vergüenza sino por miedo, Avruj retrata un conflicto en pleno apogeo, cuando comienza la Segunda Intifada (septiembre 2000) a través de sus ojos, de los ojos de un joven que se encuentra de viaje, recibe la hospitalidad de israelitas, luego de palestinos, pero entonces se da cuenta de que la gente de allí nunca cruza fronteras. Cuando comienza a indagar la gente en general se abre ante su cámara y dan sus opiniones, a veces extremistas, sobre el conflicto. Avruj le da lugar a ambos bandos, no toma posición. Pero entonces, ya de regreso, analiza y reflexiona y es ahí cuando decide hacer esta película, que le toma unos quince años. Gracias a esta toma de distancia y a la mano de Andrea Kleinman en la edición, Avruj imprime su película de la mezcla perfecta entre documental socio-político sobre el complejo conflicto, y un viaje y descubrimiento personal que viene de la mano del primero. Intimista, pequeño, y honesto, NEY no impone reflexiones ni posturas pero sí expone con impresionante cercanía un conflicto todavía difícil de comprender.